Baile de homicidios.
Por cindy Mcdonald
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Fiona no puede esperar para asistir a la presentación de Coppelia en el Benedum Center en Pittsburgh. Su vieja amiga, Silja Ramsay, será bailarina el papel principal. Salen a cenar después de la presentación, pero cuando regresan, hace falta una bailarina en el Pittsburgh Ballet Theatre. La ballerina principal, Alexis Cartwright, ha sido encontrada muerta en el vestuario. ¿Es este asesinato un resultado de tensiones entre el reparto o es un acto al azar? ¿Habrá más asesinatos? El detective de homicidios, Nathan Landry, prefiere no correr riesgos. Él recluta a Fiona, una ex bailarina, para camuflarse entre el reparto de Coppelia.
¿Podrá Fiona ayudar a atrapar al asesino, o será ella la próxima víctima?
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Baile de homicidios. - cindy Mcdonald
Baile de homicidios.
cindy Mcdonald
––––––––
Traducido por Laura V. Narváez
Baile de homicidios.
Escrito por cindy Mcdonald
Copyright © 2018 cindy Mcdonald
Todos los derechos reservados
Distribuido por Babelcube, Inc.
www.babelcube.com
Traducido por Laura V. Narváez
Diseño de portada © 2018 Dawne Dominique
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Para mis hermosas nietas: Kiersten, Riley y Abigail.
Las amo con todo mi corazón.
UNO
Fiona Quinn acomodó su Mini Cooper blanco y azul dentro del estrecho aparcamiento que definitivamente no serviría para un vehículo deportivo utilitario. Sonrió al ver que había alcanzado un lugar en el segundo piso del estacionamiento a una cuadra del Benedum Center ubicado en el centro de Pittsburgh.
Con treinta minutos de sobra, se detuvo a escuchar la obertura del ballet clásico Coppelia, que se filtraba de su reproductor de CD. Era su ballet favorito y había estado esperando meses para verlo.
Coppelia era la encantadora historia de un viejo inventor llamado Dr. Coppelius, quien creaba hermosas muñecas realistas en su tienda. Su creación más elegante era una muñeca llamada Coppelia; era su adoración. Todos los días, él posicionaba su exquisito invento en el balcón de su tienda para intrigar a toda la gente del pueblo. Ellos intentaban llamar la atención de Coppelia, sin ningún resultado. La chica permanecía sentada en el balcón, aparentemente leyendo un libro e ignorándolos a todos. Al igual que todos los ciudadanos, Franz, quien está comprometido con Swanhilda, cree que es una chica real y se enamora profundamente de la misteriosa doncella. Swanhilda entra en cólera y se propone comprobar que Coppelia no es real.
Sumando a su felicidad por asistir a su ballet favorito, su vieja amiga Silja (Sil-ya) Ramsay, bailaría en el papel principal, Swanhilda. Coppelia había sido el último ballet en el que Silja interpretó antes de volver de Rusia, donde era la bailarina principal para la Novikov Ballet Company. Fiona no podía esperar para verla bailar.
¡Ah! La música la transportaba hacia los maravillosos recuerdos en los que se veía de pie en las barras frente a los enormes espejos junto a Silja, trabajando en extensiones, movimientos circulares, y golpes en el Pittsburgh Ballet Theater School donde habían estudiado en la adolescencia. Recordaba a la maestra de ballet gritando: «¡Piernas rectas! ¡Barbilla arriba! ¡Hombros atrás! ¡Fiona, mete ese trasero!»
Silja se convirtió en bailarina profesional.
Fiona, en maestra de preescolar.
La enseñanza no era una profesión tan glamorosa como vestir tutús brillantes y tiaras y aparecer en escenarios mientras los espectadores lanzan rosas. Aun así, Fiona era feliz trabajando con niños, y eso era lo importante.
Cuando la obertura finalizó y el CD volvió a la primera canción, Fiona apagó su celular y salió a regañadientes del cómodo auto para enfrentarse al frío de febrero que la seguiría por toda la cuadra mientras caminaba.
Antes de llegar al elevador, un hombre alto y atractivo pasó por delante de ella. Con apenas una mirada en su dirección, se escabulló por el estacionamiento mientras se pasaba los dedos por su cabello oscuro. Se encontraron de nuevo en el elevador junto con una mujer anciana que se inclinaba sobre un bastón de madera, envuelta como una momia en una bufanda roja demasiado grande para ella. Intentaba apretar los botones del elevador. El hombre se detuvo junto a ella, golpeando su pie contra el suelo y tirando de su abrigo. La anciana le dirigió a Fiona una sonrisa arrugada.
—Mis dedos no funcionan muy bien en este frío tan terrible —dijo, mientras se frotaba las manos enguantadas como si le dolieran.
—Déjeme ayudarla —ofreció Fiona, pero el hombre se le atravesó para apretar rápidamente el botón. Ambas mujeres lo miraron y él esquivó sus miradas, moviendo los pies mientras esperaba que el elevador llegara.
—Te ves muy bonita —le dijo la anciana a Fiona—, ¿irás al ballet?
Las puertas del elevador se abrieron y el hombre se apresuró a entrar. Fiona entró detrás de la anciana. El hombre seguía pareciendo impaciente. Tanto la anciana como Fiona lo observaron, tratando de averiguar si tenía frío o iba tarde a alguna cita, o ambas cosas.
Fiona decidió ignorarlo para responder la pregunta de la anciana:
—Sí, mi amiga interpretará el papel de Swanhilda. Iremos a almorzar después. No puedo esperar para verla.
—Debes estar hablando de nuestra bailarina invitada, Silja Ramsay. He visto sus ensayos. Es maravillosa.
—¿Trabaja usted en el Benedum? —inquirió Fiona.
La campana sonó y las puertas se abrieron. El hombre salió rápidamente. La anciana se inclinó aún más sobre su bastón.
—Sí, trabajo ahí. Disfruta la presentación y tu almuerzo.
—¿Quiere que la acompañe?
—No, querida. Soy demasiado lenta. Sigue tu camino. No es necesario que ambas nos congelemos. —la anciana sonrió de nuevo y con un movimiento de su bastón, le indicó que se adelantara.
Fiona observó el rostro de la anciana. Alguna vez había sido una mujer muy atractiva detrás de todas esas arrugas. Ella le sonrió una vez más y se acomodó la bufanda para enfrentar el frío. Llegó pronto a las puertas de cristal del teatro. Se retocó el lápiz labial rojo y se revisó el corto cabello rubio rojizo que llevaba a la altura de la barbilla en el reflejo antes de entrar y presentó su boleto al portero. Se halló en el alfombrado vestíbulo, flanqueado por escaleras en espiral. Había personas vendiendo camisetas, libros con los detalles del programa y otros artículos alusivos a Coppelia. Algunas niñas pequeñas señalaban con asombro las zapatillas de ballet autografiadas que estaban también a la venta. Fiona sonrió. Recordó que su madre le había comprado un par cuando tenía cinco años. Inhaló el atrayente aroma de almendras tostadas que flotaba entre los asistentes, mientras pasaba por el bar de vinos y la fila de gente esperando para comprar bolsas de golosinas.
Su asiento estaba en la tercera fila detrás de la orquesta. Mientras miraba su programa para buscar la biografía de Silja, notó otro nombre conocido entre el reparto. Era su antiguo maestro de ballet, David Sheppard, interpretando al doctor Coppelius. Muy apropiado, en su opinión. Debía tener por lo menos sesenta y cinco años en la actualidad y eso la hizo pensar en la anciana que había visto en el estacionamiento. Parecía tener esa misma edad. Ella había dicho que trabajaba en el Benedum. Fiona no había podido ver su atuendo debido a su enorme abrigo, pero no la imaginaba como portera. Si lo era, iba demasiado tarde a su trabajo.
Pensar en la anciana y el estacionamiento le hizo recordar que Silja le había pedido que se encontraran en la puerta del escenario veinte minutos después de que la presentación terminase para tener más tiempo para el almuerzo. Silja debía volver al teatro a tiempo para prepararse para la presentación de las ocho. No había donde aparcar en esa zona, y se suponía que no debías esperar a alguien en la acera, pero la gente lo hacía de todos modos.
Fiona suspiró, esperando que ningún oficial de policía se acercara y la multara por detenerse junto a la acera. Era suficiente que otros conductores enfadados hicieran sonar sus bocinas para que moviera su auto. Con suerte, Silja llegaría a tiempo. Se dijo que no debía pensar en ello ahora; quería disfrutar el ballet. Se preocuparía en otro momento. Sí, claro. Sabía que su subconsciente estaría molestándola durante toda la obra.
Qué mal.
Al fin, la luz proveniente del candelabro de cristal austriaco se atenuó hasta que se apagó por completo. La audiencia se puso en silencio. La orquesta empezó a tocar la misma obertura que ella había escuchado antes en el auto; la música en vivo la llenó de alegría. Era hora de olvidar los arreglos de la reunión y simplemente relajarse. El telón se abrió para presentar la obra Coppelia.
******
Conteniendo la respiración, Fiona aparcó el auto en la acera cerca de la puerta del escenario y tal como ella había imaginado, el ruido de las bocinas empezó después de un segundo. Por suerte, Silja la estaba esperando en la escalinata, envuelta en su abrigo peludo. Llevaba el cabello castaño dorado en un apretado moño. Su nariz, mejillas y orejas estaban de color rosa. Justo cuando bajaba los tres escalones hacia el andén, una mujer pelirroja salía por la puerta.
—Ten una linda tarde, Monroe —le dijo Silja a la mujer mientras abría la puerta del auto.
—Eso no sucederá —le respondió cortante la mujer, mirándola con enojo.
—Siento escuchar eso.
—Sí, claro.
Fiona se removió en su asiento, incómoda con la interacción entre su amiga y aquella otra mujer, además de las bocinas a su alrededor. Después de lo que pareció una eternidad, Silja entró en el Mini Cooper y dio un portazo, pero antes de que Fiona arrancara, un Mercedes plateado se atravesó, bloqueándoles el camino. Monroe se tomó su tiempo para entrar en el vehículo y justo cuando iba a acomodarse en el asiento del pasajero, cerró la puerta de nuevo y entró corriendo en el teatro.
—¿Quién es esa? —preguntó Fiona.
—Es Monroe McCarthy. Creo que es su nombre artístico —respondió Silja, poniendo los ojos en blanco. Fiona se rio—. En fin, es una solista que iba primera en la línea para el papel principal cuando Julianna Fields decidió irse del PBT para casare y tener hijos, pero por alguna razón, la ignoraron y me invitaron a mí a bailar par el papel de Swanhilda mientras que a la otra bailarina principal, Alexis Cartwright, interpreta el papel de la amiga de Swanhilda. Monroe es Coppelia; está en el escenario casi toda la obra, pero no puede bailar mucho. Ella está enfadada porque me trajeron a mí. Creo que piensa que soy permanente, pero tengo esposo y mi propia escuela de ballet a la que debo volver en unas semanas cuando la presentación termine.
—¿Y por qué no se lo dices? Tal vez se relajaría un poco y sería más amable contigo.
El Mercedes se detuvo contra la acera, permitiendo a Fiona acomodarse entre el tráfico de conductores irritados. Después de ver varios gestos ofensivos en su dirección, no estaba segura de si debía estar agradecida con el conductor del Mercedes o no.
—La maestra de ballet la quiere ver preocupada. No sé por qué. No es de mi incumbencia. Conseguirá el papel cuando me vaya o no.
—Monroe parece una persona vengativa. Y la maestra de ballet también.
Un movimiento en el Mercedes captó la atención de Fiona. Un hombre en un abrigo oscuro y bufanda a cuadros salió del auto hacia la entrada del escenario. No pudo ver a quien estaba llamando, ni pudo distinguir su rostro. Una bocina sonó, instándola a avanzar. Silja seguía en medio de su explicación.
—Y aún no has visto nada. Cuando dejé el vestuario, estaba increpando a Alexis.
—¿Porqué?
—Según lo que escuché, los padres de Monroe vendrán al ballet mañana y supongo que quiere bailar por más tiempo. Alexis le dijo que no. Monroe hizo una pataleta; gritaba y le ponía apodos. No sé por qué molestaría a Alexis para cambiar papeles, no se puede cambiar roles solo porque quieres. Todo eso tiene que ser aprobado por el PBT. Es una chica muy difícil.
—Eso parece —coincidió Fiona.
—Olvidémonos de ella. No nos