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Ajuste de cuentas. Taller de creación literaria. Centro de Enseñanza para extranjeros UNAM
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Libro electrónico202 páginas2 horas

Ajuste de cuentas. Taller de creación literaria. Centro de Enseñanza para extranjeros UNAM

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En un taller literario como éste se pretende poner a punto los cuentos que sus asistentes han venido confeccionando. Hacerles un último ajuste que garantice a estos vehículos de la imaginación tener un buen arranque, mantener un ritmo narrativo adecuado, eliminar fallas, garantizar la economía de recursos y asegurar su rendimiendo óptimo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2018
ISBN9781370489206
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    Ajuste de cuentas. Taller de creación literaria. Centro de Enseñanza para extranjeros UNAM - Arturo Garmendía

    A manera de prólogo

    Todos los hombres son narradores innatos. El mismo impulso a compartir las experiencias propias se da en quienes relataban las peripecias de la caza de un mamut, que en los que hoy en día resumen las peripecias de su día ante su esposa. Como dice Ricardo Piglia: La narración es un saber general que se ejercita desde la infancia. Contar historias es una de las prácticas más estables de la vida social. Un día en la vida de cualquiera de nosotros está hecho también de las historias que nos cuentan y que contamos, de la circulación de relatos que intercambiamos y desciframos instantáneamente en la red de la vida social. Estamos siempre convocados a narrar. Contar es una de las grandes exigencias socialesi

    Pero añade: A narrar no se aprende en la universidad.

    Pero entonces ¿cómo es que podremos lograr sublimar ese impulso natural de narrar para transformarlo en un ejercicio literario? Aprendiendo a escribir, desde luego, porque como dice Felipe Garrido:

    "Existe un enlace íntimo entre la escritura y la construcción del pensamiento y del conocimiento. La escritura es un medio para expresarnos y comunicarnos. Y además saca a la luz nuestra vida interior: la convierte en textos; en objetos ajenos a nosotros en los que fijamos lo pensado y sentido, en los que podemos juzgar y rectificar nuestras palabras.

    Escribir nos enseña a poner en orden el pensamiento; hace más clara la conciencia de lo que creemos, sentimos y sabemos... ii

    "Por mucho tiempo lectura y escritura fueron destrezas adquiridas en las escuelas por separado. Había una sala de lectura y otra de escritura. Los alumnos, que en esas épocas eran muchos más niños que niñas, aprendían primero a leer y sólo después, en número mucho menor, si acaso la mitad, a escribir.

    En Memorias de mis tiempos —oro molido— Guillermo Prieto (1818—1897) recuerda su primera escuela, a la que asistían, como él dice, los hijos de las personas más visibles de México":

    "La escuela estaba dividida en dos grandes secciones, o sea la sala de lectura y el salón de escritura y explicaciones. La sala de lectura era pequeña y cubierta de gradas [.] La sala de escritura era otra cosa.

    Buenas pinturas al fresco, papeleras [escritorios] y todo lo más adecuado y conveniente, [.] Contrastaba el apiñamiento y el desorden de la sala de lectura con la comodidad y el orden del salón de escritura. En aquella sociedad autoritaria no convenía ni se acostumbraba que cualquiera pudiera expresarse. La voz —hablada y escrita— era un privilegio de muy pocos; de los que tenían la exclusividad del conocimiento y del mando. Esta pequeña minoría estaba formada por lectores autónomos que podían escribir.

    "Hoy en día esto nos parece injusto, pero aún no hemos conseguido erradicarlo. Actualmente sentimos que no es justo que alguien sepa leer y no sepa escribir. Lo sentimos tan ofensivo como que alguien esté siempre obligado a escuchar y nunca tenga la oportunidad de hablar. Pero todavía, para nuestra vergüenza, muchas veces sucede.

    "Igualmente ofensivo es alguien limitado a los usos utilitarios de la lectura y de la escritura. Quien ya ha adquirido la capacidad de leer y escribir, debería de aprovecharlas de manera lo más amplia posible; debería convertirse en un lector autónomo.

    Llegados a este punto es importante preguntarnos:

    ¿Qué es leer?

    "En un sentido amplio, leer consiste en descifrar los mensajes que los signos guardan: reconocerlos, interpretarlos, esforzarse por comprenderlos. Se leen texturas, sabores, olores, sonidos, gestos, imágenes. Algunos creen que puede leerse la palma de la mano, los asientos del café, una secuencia de barajas, para conocer lo que nos depara el futuro. En un sentido más estricto, más literal, lo que se lee son sistemas de signos organizados en un lenguaje.

    "Pero el lenguaje por antonomasia, por excelencia, el lenguaje natural, es el de las palabras; el que utilizamos para hablar y para escribir. El lenguaje es la capacidad que todos los hombres tienen para expresarse y comunicarse mediante palabras.

    ¿Qué es escribir?

    "Escribir es dar a las palabras una forma gráfica. Cuando escribimos, en lugar de pronunciar las palabras las hacemos visibles.

    "Al hablar externamos nuestros sentimientos, pensamientos, ideas, opiniones, conocimientos, propósitos, recuerdos...

    "Al escribir hacemos eso mismo, pero no sólo externamos palabras, les damos una mayor duración; al fijarlas en el papel, en un muro, en un archivo electrónico, las convertimos en un objeto ajeno a nosotros. Y eso tiene efectos importantes.

    "Al leer nuestras palabras separadas de nosotros, como algo que hubiese sido escrito por otra persona, podemos revisarlas, juzgarlas, retocarlas, añadir a lo que tenemos escrito nueva información, suprimir lo que nos parezca que sobra.

    "La escritura implica siempre la reescritura: la operación de volver a un texto todas las veces que haga falta para irlo acercando a lo que queremos manifestar. Y cada vez que repetimos esta operación, lo que estamos revisando, ajustando, puliendo, reordenando, enriqueciendo... serán nuestras ideas, nuestras emociones, nuestra información, nuestro pensamiento.

    "Ejercitarse en la escritura es una manera de ejercitarse en el arte de pensar. Escribir es tan importante como leer.

    "Aprender a escuchar, a poner atención y entender lo que oímos, es imprescindible. También aprender a hablar. Necesitamos recibir, y también dar: saber y poder expresarnos, comunicar lo que queremos, esperamos, creemos, aceptamos y rechazamos; lo que sabemos. La misma relación existe entre lectura y escritura.

    "Los ejercicios de escritura no deberían ser opcionales. Cada quien tiene la libertad de escribir lo que quiera, pero todos tenemos a obligación de escribir algo.

    "Estamos poco acostumbrados a escribir, y al principio hacerlo puede costar algún esfuerzo. No importa que los textos sean muy cortos —ya se irán alargando—.

    "Si alguien no quiere leer en público lo que escribió, hay que respetarlo. A veces esos compañeros, al principio, lo más que aceptan es mostrar lo que escribieron al promotor. Eso ya es ganancia, y hay que ayudarlos a que se sientan cómodos.

    "Lo mismo puede decirse para la lectura en público. Poco a poco, todos deberían atreverse a leer para los demás. Si al principio no lo hacen tan bien, eso no tiene importancia. Si no practican, nunca podrán hacerlo mejor.

    "El gusto por la lectura no se enseña —como se enseña las tablas de multiplicar—; se transmite, se contagia. Un lector es alguien que, además de leer por necesidad todo lo necesario para estudiar y trabajar y vivir en un mundo que ha sido construido sobre la palabra escrita, lee y escribe por el puro placer de hacerlo.

    Tener la oportunidad de expresarse, de aprobar y disentir, de proponer, con la palabra hablada y con la palabra escrita, es un requisito indispensable para construir una sociedad democrática.

    Por la transcripción

    Arturo Garmendia.

    Juan Manuel Bueno

    Maestro Otilio

    El sol del atardecer en el campus, con esas nubes aborregadas que se perseguían unas a otras jugueteando con el viento en medio de un cielo azul rojizo, me llevó a recordar mi infancia. Frente a la Riveriana, convertida en un escenario rústico, en donde las aves cantaban en búsqueda de una rama para pasar la noche, un murmullo constante no permitía escucharlas. Algo sucedía: grandes tumultos intentaban ingresar a ella. El pórtico estaba cerrado y muy pocas personas tenían acceso al lugar, por lo que la muchedumbre debió permanecer al aire libre.

    El rumor, si rumor era, corrió como pólvora en una revolución: Miliano y Otilio desaparecieron de la Capilla. Sonaba inverosímil, pero así lo aseveraban unos muchachos con voz portentosa. Imaginé que alguien por la noche había logrado destrozar el mural donde se encontraban los personajes. Pero al decir de la gente, éste no había sido tocado. A mi alrededor se afirmaba que habían huido juntos, pa seguir haciendo la revolución; que por eso las milpas vecinas al campus, por donde ellos atravesaron, estaban reverdecidas y las mazorcas ya se veían bien fuertes y que los ahí presentes habían venido pa defender la causa de Miliano y de Otilio.

    En ese instante vinieron a mi mente los dos personajes pintados por Diego, yacientes bajo una milpa y envueltos en sarapes rojos, como lava incontenible, lista para entrar en erupción en cualquier momento. En la superficie se mira crecer un maíz vigoroso en una milpa cobijada por un girasol enorme, a manera de un sol radiante dispuesto a reconocer el sacrificio de sus héroes y las bondades de la tierra por la cual murieron.

    Las veces que he visto el mural me ha dado la impresión de contemplar un astro que nos alumbra a todos. Tal vez por eso desde siempre he pensado que lo sucedido en la Capilla hace cimbrar al campus entero, pues como en otros pueblos ella es el testigo fiel de nuestras vivencias. Y no sólo eso, quienes la han visitado quedan marcados de por vida, como si hubieran sido alcanzados por los vivos colores de los murales con un flamazo de conciencia, porque si la poesía es un arma cargada de futuro, los frescos pintados por Diego son un bombazo libertario.

    El repiqueteo de las campanas, en silencio desde hace décadas, junto con la multitud que comenzó a vitorear a Miliano y a Otilio, me despertaron de mis cavilaciones. Al poco rato llegó a nuestros oídos el sonar de los campanarios de Texcoco, Zumpango y otros pueblos lindantes. Alguien aseveró que los redobles de los bronces debían llegar hasta Anenecuilco, donde nació Miliano, y a Villa de Ayala, Donde vio la luz Otilio, el gran maestro rural, como todos los maestros de esta universidad, ¿o no son rurales?, dijo un estudiante con voz estruendosa, y el revuelo de la multitud aumentó, tanto como el extraño dolor de mi brazo izquierdo.

    Desde donde me encontraba alcancé a reconocer a varios de mis estudiantes y a algunos colegas, en quienes se advertía el deseo de entrar en acción. También vi a periodistas y fotógrafos. El barullo aumentó cuando a lo lejos divisamos una nube de polvo. Eran hombres a caballo, como en los mejores tiempos de la revolución; una gran cantidad de campesinos de las tierras aledañas al campus, que ante los rumores de lo sucedido comenzaron a acercarse, pues la Capilla también es de ellos. Así nos lo hicieron saber con su presencia. Cuando llegaron, les abrieron las puertas de la ex hacienda de par en par y entraron con vivas a Miliano y a Otilio, gritando que ya estaban hasta la madre de los caciques de siempre. Traían consigo pulque y comida para todos pos no sabemos si esto va pa largo, decían. Y con ellos comimos tacos y bebimos pulque. Gracias a su llegada nos enteramos de la presencia en los alrededores de la universidad de más guardias y grupos antimotines que, como de costumbre, estaban en espera de la orden para ocupar la universidad. Nos contaron cómo quisieron cerrarles el paso, pero ya después se echaron p’atrás. Nos tuvieron miedo, porque nos vieron bien organizados y dispuestos a todo.

    Tal bullicio me desesperaba. No sabía si creer lo dicho por los estudiantes, pero algo, como a todos, me hacía pensar que aquello era cierto. Por algo nos encontrábamos ahí, expectantes, pero a la vez decididos a intervenir. No faltaron las muestras de humor de los muchachos informando de la inminente visita de los especialistas de la NASA, enviados por el gobierno, para certificar que Miliano y Otilio nunca estuvieron ahí, y todos reímos por unos instantes. Luego se instalaron de nueva cuenta las expresiones, los gestos y los gritos de ahora sí habrá justicia pa los que trabajamos la tierra, y Miliano regresará con nosotros y no vendrá solo, sino con Otilio.

    Sus palabras llegaron como una bala a mi estómago. Me sentí ahogado en un laberinto de obsesiones, al recordar que en mis clases siempre he hablado de justicia, de lucha social, de la necesidad de salir a los pueblos con la bandera que ya habían ondeado nuestros héroes; y ahora ellos me ganaban la partida y retornaban al campo con las mismas banderas. Me encontraba rebasado, confundido, pero a la vez entusiasmado al darme cuenta de que renacía en mí la esperanza.

    A pesar de no verlos, escuché el sobrevuelo de los helicópteros, por lo que mi confusión creció. A través de un megáfono se nos ordenó repliéguense, repliéguense. Si bien las fuerzas armadas aún no entraban al campus, escuchamos una orden: todos al suelo. Lo mejor era sentarse en el piso. Seguimos las indicaciones y los

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