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Eternamente libres el fuego que nos une
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Eternamente libres el fuego que nos une
Libro electrónico530 páginas6 horas

Eternamente libres el fuego que nos une

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Este libro es una compilación de relatos personales e íntimos producto del taller Título de propiedad para mujeres: idioma, identidad y escritura impartido por Ethel Krauze a través del Centro de Escritura del Tecnológico de Monterrey.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 oct 2023
ISBN9786075017815
Eternamente libres el fuego que nos une

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    Eternamente libres el fuego que nos une - Robertha Leal-Isida

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    Acerca de Editorial Digital

    El Tecnológico de Monterrey crea en 2010 su sello editorial con el objetivo de compartir con el mundo el conocimiento académico, científico y cultural, generado por la Comunidad Tec extendida e invitados académicos para lograr el florecimiento humano en el ámbito intelectual.

    A través del catálogo de obras se busca divulgar el conocimiento y la experiencia didáctica de la institución, al mismo tiempo que se apunta a contribuir a la creación de un modelo de publicación que integre las múltiples posibilidades que ofrecen las tecnologías.

    Con la Editorial Digital, el Tecnológico de Monterrey confirma su compromiso con la innovación educativa en beneficio de la sociedad.

    Directorio de autoras

    Compiladora

    Robertha Leal-Isida

    Diseñadora del modelo Mujer: escribir cambia tu vida

    Ethel Krauze

    Al borde del abismo

    Andrea De La Cruz

    La tierra que no está en su lugar

    Ariana

    El jardín de mis abuelas

    Aura Jasso

    Seamos Tormenta

    Bea Guadarrama

    La corteza de mi alma

    Cris Guaher

    Desdibujos de una caricatura olvidada

    Deku

    sobre el sueño de columpiarse

    ivanna polo

    Huellas en caminos inconexos y poco lineales

    Jazmin Campos Díaz

    Sigue fumando ¡Te amamos!

    Jerónima F. Morris Garza

    Craquele

    Julieta Chávez

    De camino a Broadway

    Karla Ibañez Arreola

    Pequeños charquitos de lágrimas

    Laura E. Reveles Guerra

    Yo, perfumista

    Mar Alvarado

    Las batallas a través de mis ojos

    Monsse De Luna

    todo está bien

    Paula Castellanos Molina

    La terrible idea de no volver a ser

    Stephanie Rivas

    Descargo de responsabilidad

    El Tecnológico de Monterrey es una institución educativa con espíritu humanista cuya función es promover el entendimiento a través de la ciencia y la técnica entre sus miembros; esta tarea ha sido tomada con mucha seriedad por la Editorial Digital del Tecnológico de Monterrey a más de diez años de su fundación.

    Consciente de que los autores son autónomos, independientes y críticos, y con el afán de democratizar el discurso, ha decidido publicar, en esta colección, los textos con la forma y el contenido con que fueron entregados por lo que las expresiones vertidas en este libro son exclusiva responsabilidad de los autores y no representan la opinión de la editorial o del Tecnológico de Monterrey.

    Prólogo

    En 2017, el Centro de Escritura inició actividades con la intención de abrir un espacio seguro para la escritura, la exploración de formas de expresión, la negociación de significados, la publicación y el comentario. El Centro de Escritura es un proyecto estratégico de la Escuela de Humanidades y Educación y, junto con la Cátedra Alfonso Reyes, Editorial Digital, Patrimonio Cultural, Pasión por la Lectura y Punto Blanco, forma parte de la Dirección de Desarrollo Cultural, cuya meta es asegurar la protección, la promoción y la publicación de las narrativas, los conocimientos y las obras que se producen desde la universidad.

    Justo en este escenario surge, en 2020, el taller Título de propiedad para mujeres: idioma, identidad y escritura, convocado por el Centro de Escritura del Tecnológico de Monterrey y diseñado e impartido por Ethel Krauze. Este proyecto forma parte de una de las metas de largo plazo del Centro de Escritura: invitar a autores prestigiados a acompañar la escritura de nuestros estudiantes. Hasta este momento, Ethel Krauze ha fungido de guía de dos grupos de casi 30 alumnas cada uno; es importante destacar que no todas nuestras participantes deciden publicar sus ideas: en la primera generación fueron 23; en la segunda, 16.

    Es importante mencionar que el desafío principal de una convocatoria de esta naturaleza es darse tiempo para escribir y aceptar compartir ideas con otras personas. Escribir es un reto; compartir lo que cada una escribe, un acto de humildad. Es muy interesante, pues la convocatoria ofrece como premio la participación en el taller y la publicación colectiva de una obra; podríamos pensar que es el sueño de quienes escriben. Al final, el Centro de Escritura respeta los momentos de cada uno para expresarse; ninguna de las ideas aquí compartidas lo son sin autorización de sus autoras.

    Eternamente libres el fuego que nos une es el resultado del taller de escritura impartido durante el verano 2023. Este volumen está integrado por 16 manuscritos cuyas autoras están plenamente identificadas y uno más que construyeron colaborativamente. El volumen que nos ocupa permite reconocer que, aunque el camino de ideas, experiencias y aprendizajes está abierto, todavía quedan muchas heridas por trabajar. Estas heridas conducen indiscutiblemente a vivencias comunes: desde la identidad hasta la vocación profesional, pasando por reclamos a ellas mismas, a la familia, a la sociedad, a la cultura. No basta con mencionar o describir la vivencia; hay que explicarla, hay que interpretarla, hay que darle un sentido para que sean las escrituras de cada una la que deje esa huella en la eternidad, prometida en el título de la obra.

    Por otra parte, este título tiene un subtítulo que habla sobre la hermandad, la solidaridad y la generosidad que se entretejen en una conversación entre personas que comparten vivencias, visiones, ideas: el fuego que nos une. Las vivencias comunes sirven de amalgama entre una participante y otra; las experiencias compartidas crean el sentido de pertenencia. Y aquí merece la pena destacar el interés que provoca leer tantos posicionamientos; sin embargo, debo mencionar que estos posicionamientos no solo son personales, sino también políticos. De ahí que, en aras de respetar las formas de expresión y las formas de escritura, decidiéramos preparar las aclaraciones conducentes sobre la autoría de cada título incluido. Y es que, como correctoras, editoras y auspiciadoras del volumen, podríamos haber decidido corregir la ortografía, la puntuación, el léxico; incluso, institucionalmente podríamos haber decidido modificar o suprimir ideas con las que no necesariamente comulgamos. Sin embargo, no estamos aquí para juzgar, sino para ratificar que el Centro de Escritura es un espacio seguro en el que es posible experimentar, explorar y manifestar las ideas, incluso aquellas que resultan desafiantes para el statu quo.

    Eternamente libres el fuego que nos une deja grandes aprendizajes sobre la escritura, sobre las relaciones humanas, sobre el proyecto mismo y sobre las personas que permitieron que se llevara a cabo. Es decir, como la mayoría de los libros, tuvo algunos tropiezos. Como Directora del Centro de Escritura y responsable institucional de esta publicación, traté de encontrar la solución más conveniente para todas las participantes; sin embargo, estoy consciente que no fue posible atender todas las particularidades. Tendremos en cuenta esta experiencia para futuras convocatorias.

    Como responsable de la publicación, Eternamente libres el fuego que nos une me deja la satisfacción de haber abierto la puerta a mujeres para que encuentren su propia voz y para que tengan su primera publicación. Es muy loable porque, en la mayoría de los casos, no sucede durante la formación universitaria; sino muy posteriormente. Así que, felicito muy especialmente a todas las participantes por su tenacidad, su perseverancia, su arrojo y su valentía para escribir su realidad y compartirla con el mundo.

    Por último, quisiera agradecer a Editorial Digital del Tecnológico de Monterrey por abrirnos sus puertas y por poner a nuestra disposición a su equipo editorial para que esta publicación cobrara forma. También agradezco a la Escuela de Humanidades y Educación y a la Dirección de Desarrollo Cultural por su apoyo para que esta convocatoria fuera posible y tuviera éxito entre nuestras estudiantes. Finalmente, debo mencionar al Tecnológico de Monterrey por el esfuerzo institucional por contribuir a una visión más amplia de las relaciones humanas.

    Robertha Leal-Isida, compiladora

    Directora nacional del Centro de Escritura del Tecnológico de Monterrey

    Al borde del abismo

    Andrea De La Cruz

    Hay que sentir el dolor.

    John Green

    Resiste

    Estás tan al borde que no te sorprendería caer. No es la primera vez que estás ante él, a su merced, pero el abismo siempre encuentra nuevas maneras de hacerte temer.

    Un viejo barandal oxidado hace su mejor esfuerzo por contenerte, pero sospechas que dependes más de tu fuerza que de la suya. No hay que desanimarse. Quizá si el aire no empujara tan fuerte sería más fácil, o si tu cuerpo no estuviera cansado tras estar resistiendo tanto tiempo.

    En el fondo, tú también sientes el cansancio, pero no puedes ceder. Es importante luchar, pues qué más puedes hacer. ¿Caer? No, no es una opción.

    Con cautela arrojas una mirada furtiva al vacío. No se puede ver el fondo. Quizá no esté tan mal. Es más reconfortante regresar la mirada al suelo amplio y seguro del que viniste, lejos del borde, pero ¿qué tan probable es que realmente regreses? Ya lo has intentado.

    Has intentado ignorar el constante azote del viento empujándote a la nada, fingir que el frío no te cala hasta el alma, que las partículas de tierra y arena son pequeñas y no importan y no te raspan la piel como molestas agujas.

    Has intentado controlar tu respiración, dirigir tus pensamientos y tus emociones como una persona estratégica y fuerte lo haría, pero apenas puedes pensar con el intenso dolor que impregna tu cuerpo y tu corazón sin dar tregua.

    Primero intentaste resolverlo por tu cuenta, te pareció ridículo, tan solo era un golpe del aire, pensaste que pronto saldrías. Cuando notaste que esto iba más allá intentaste pedir ayuda, pero nadie te escuchó. ¿Por qué no había nadie ahí para ayudarte? Después, la desesperación llegó. Empezaste a gritar esperando que te escucharan hasta las nubes. Es mejor perder las cuerdas vocales que la vida. Igual, nadie te escuchó y la ayuda no llegó.

    Después empezaste a llorar. Qué desperdicio de agua, considerando que llevabas horas sin ingerir nada. Pero se sentía bien llorar, como si te permitieras aceptar la tragedia y no enfrentarla con entereza. Las apariencias dejan de importar cuando sientes que estas a punto de perderlo todo.

    Cuando recién te acercabas pensaste: esto es solo un susto, no me puedo caer. Ahora, perece casi un hecho. Esperas que no sea así, pero…

    Entonces, la fuerza del aire empieza a crecer, y la tuya a consumirse y hacerse pequeñita. Te aferras al barandal, pero pasa lo que temiste: se rompe. Gritas. Lloras. Dedicas cada esfuerzo de tu cuerpo y de tu mente a resistir. Duele tanto. Y, en un momento que apenas notas porque pasa tan rápido, caes.

    ¿Demasiado cerca?

    Recuerdas haber estado viendo el abismo desde lejos. En ese entonces ni siquiera tenías la certeza de que fuera un abismo, solo sabías que te parecía un mal augurio acercarte.

    Pero te aburría verlo de lejos. ¿Para qué quedarse con la duda? ¡Ja! De haber sabido…

    Te fuiste acercando poco a poco, y a pesar de saber que podía ser riesgoso, sentir cada vez más el viento y estar más cerca de descubrir lo que había, lo que siempre habías querido averiguar te atrapaba.

    Te embriagaba la sensación de aventura. En ese momento casi sentías que podías volar.

    Es divertido por un tiempo, hasta que una agresiva ráfaga de aire te golpea y caes en la cruda realidad: te has acercado demasiado.

    Cayendo

    Al principio luchas por agarrarte. No puede ser el final. No puede. Pero el vuelco en tu pecho no está tan seguro. Al probar la amargura del vacío hay un momento en el que te resignas: vas a caer. Estas cayendo.

    En realidad, caer no es tan atemorizante como imaginar lo que pasará al final, cuando termines de caer. Y entonces sientes como tu cuerpo se libera, lo acepta. Ya no hay más por qué pelear, solo esperar a que el final no sea tan terrible.

    Finalmente llegas al temido momento, y te das cuenta de que no te has esfumado con el impacto. Tampoco has volado, como en el fondo esperabas que pasara. Sigues ahí: de espaldas contra el suelo.

    Y lloras, sacando el miedo residual que tu cuerpo no alcanzó a liberar mientras caía, porque era demasiado. Una vez has sacado el dolor, empiezas a reír. ¡Sigues ahí! Caíste y sigues con vida. Sigues con vida, eso es lo que importa, y algo dentro de ti sabe que podrás volver a levantarte.

    Este libro se terminó de editar el mes de agosto de 2023 por la Editorial Digital del Tecnológico de Monterrey.

    Quizás te asustes como yo lo hice en su momento. Después de todo, a nadie le gusta caer.

    La tierra que no está en su lugar

    Ariana

    A Marisolita y Vale por darme luz y vida.

    A mi hermana Areli por inspirarme siempre.

    Pensé entonces que cada uno de nosotros lleva dentro un ‘lo que no’, es decir, algo que no le ha sucedido y que sin embargo tiene más peso en su vida que ‘lo que sí’, que lo que le ha ocurrido.

    Juan José Millás, Dos mujeres en Praga

    Prólogo

    Siempre quise tener un diario donde pudiera plasmar todos los pensamientos que me desbordaban la cabeza. Algunas veces, en una tienda, veía uno de esos cuadernitos con candado decorados con diseños preciosos. Entonces le rogaba por favor a mi mamá por que ese diario secreto tenía que ser mío. Sin embargo, una vez que lo tenía en mis manos y no lograba pensar en nada lindo que decirle, solo escribía incoherencias.

    En mi época universitaria yo trataba siempre de seguir leyendo historias de la literatura latinoamericana. García Márquez me recordaba mucho a mi infancia con la historia de Macondo, lleno de todo y de nada. Mario Benedetti me inspiraba a buscar interpretaciones ocultas en cada letra y descubrir filosofías de un tinte escarlata cada vez más sangriento. Ernesto Sábato me dejó obsesionada con el personaje de Alejandra, al dejar su historia inconclusa. Me paralicé días enteros corrompiendo posibles interpretaciones de la verdad. Pero lo cierto es que en la literatura no existe verdad, no hay una realidad dictada por el tiempo y una cronología de sucesos, y muchas veces nos cuesta soltar las expresiones desordenadas poéticamente y dejarlas libres, sin encerrarlas en nuestra cuadrada manía de querer encajar todo en la dimensión humana.

    En algún momento llegué a escribir unos cuentos. Fue la primera vez que no me avergonzó lo que escribía porque no hablaba de mí y de mis sentimientos (que, en ese momento, yo calificaba de anormales y feroces). Formaba parte del trabajo final de una materia optativa que disfruté muchísimo. Sin embargo, ahí se quedaron, palabras tatuadas en el papel, pero a quien ningún lector les dio vida, a excepción de mi maestra.

    Primera parte: brote de esencias

    Cabellera de oro

    Largos mechones negros y descuidados tienen las puntas partidas. Veinte centímetros de ellos caen al suelo. Es su fin. Tuvieron una vida próspera durante algunos años, al menos diez. A lo largo de sus días, fueron pisoteados en las clases de gimnasia, descubiertos por la textura de los dedos de tantas manos, bailaron con frecuentes aires intensos y lucieron su belleza ante el reflejo de las luces del desierto. Se salpicaron de lágrimas saladas y sufrieron una brisa desolada. Abrigaron la frágil capa de piel de un rostro en los días más helados del invierno. Se pelearon con más de un sombrero y detestaban esos gorritos que querían nivelar su volumen histérico.

    Imagínate cómo estarán ahora. Descifrando si sus recuerdos son suficientes para concluir positivamente su pisada en este mundo circular. No pueden evitar cruzarse con la idea del olvido.

    En las tinieblas contemporáneas, aferrarse no es algo bueno. La independencia… eso es a lo que hay que aspirar: desprenderse y querer de lejitos para que no nos decepcionen. Aun así, se susurran entre ellos, estos cabellos dispersos, en este instante que les queda de respiro: no me sueltes.

    Atardecer incondicional

    El naranja: el sol cuando piensa en su máximo punto de expansión. Un singular e inocente rayo brilla con tal amargura que nubla repentinamente el enfoque visual. Entonces, vienen a la mente eternos momentos enlistados en una cinta.

    Entre atardeceres y amaneceres, aparece una mirada confusa en distintas edades y etapas de su historia. Calurosos viajes y agotadoras caminatas. Se siente esa complicidad que tiene instantes pegajosos y otros medio resbalosos, toneladas de decepciones y de rencores al no poder coincidir en exactamente todos y cada uno de los deseos y opiniones, pero que al final del día, ante la frescura de una cansada aparición o desaparición de la estrella más grande de todas, estamos vivos y nos dejamos sorprender.

    No había tanto qué sobrepensar en algún episodio pasado: el de la niñez. Esos desafiantes años en que nos dejamos ser sin prejuicios ni obstáculos.

    Al paso de una recóndita carretera, en unos pueblitos muy apartados, se ven unos pequeñines jugando y gozando cubiertos de polvo, tierra y árido sol, sobre la mugre y el hambre. No piensan más que en corretear y divertirse. Inocentes criaturas. Juegan todos contra todos por igual y se empujan con torpeza para después caer rendidos y muertos de la risa. Qué fresca su alma y qué puras sus acciones que solo se dejan hacer, sin necesidad de ser nombradas ni analizadas. Solo basta con la iniciativa que viene de algún deseo sellado.

    De ahí viene el anaranjado.

    El espacio en movimiento

    No existe para mí ese espacio físico llamado hogar o al que pueda llamar casa. Todos los espacios en los que he estado dejando mis bultos de cosas, desorganizadas en tres o cuatro maletas, son espacios transitivos. He estado en muchos países y ciudades durante el último semestre. Primeramente, en París (espléndida ciudad del arte), uno de mis tantos hogares pasajeros. Realicé algunos viajes invernales alrededor de Europa antes de regresar a las tierras tapatías, con algunas interrupciones en el territorio boliviano. Estoy en el exacto punto de la incertidumbre de no saber cuál será el siguiente destino que, seguramente, por algún largo o corto tiempo (dependiendo de la cantidad de sucesos que me toque vivir en esos apilados días) será mi hogar momentáneo (o perpetuo).

    Últimamente me invade el deseo de asentarme en un país y poder profundizar las cadenas que me unen a la familiaridad de sus voces, palabras, costumbres y cultura características. Quisiera enamorarme sin la presente idea de tener que soltar. Desearía creer por un segundo que este amor podría ser eterno. Sin embargo, no me quejo de la aventura y de la flexibilidad que me da el movimiento. Me encanta alimentarme de nuevas perspectivas y, ahora que ando de hotelito en hotelito, mis palabras van conmigo. Mi lugar en el paisaje va a sorprenderme cada vez que decida agarrar la pluma y sumergirme en mi escritura.

    Dulce Certeza

    Estaba revisando algunos mensajes en mi celular cuando me llegó esa fotografía. Se supone que soy yo en mi presente, en esta vida del hoy. Es muy especial para mí porque fue tomada de sorpresa por una amiga querida con la que diario voy a spinning. Llegó, me vio sudando en la bici. Nada más me dijo voltea y captó este momento en el que yo era feliz.

    Mi sonrisa es totalmente honesta, porque estaba disfrutando de mis logros en el cierre de una etapa hermosa, con amigues que me cambiaron la vida. Era una de esas mañanas en que me despertaba contenta y sintiendo que nada me faltaba, porque todo lo tenía justo ahí. Mis días los ocupaba en intercambiar vida, canciones azules y pedazos de creencias, un poco melosos por la dulce miel que los sumergía.

    El día de hoy esto me hace llorar. Tal vez ayer no, pero hoy sí. Me saca una lágrima que trato de evitar con mucho empeño y cobardía, porque sé que, si la dejo salir, vendrá a mi pecho un llanto imparable que me distraerá de todo lo que tengo que hacer.

    Hoy es el día en que decidí dejar esta vida y tomar un nuevo rumbo, uno que tal vez no esté del todo trazado, pero que el destino me ha puesto en el camino. La realidad es que hubo meses en los que traté de apartar este porvenir, lo arrebataba con todas mis fuerzas y no dejaba ninguna idea externa entrar en mis pensamientos marcados y limitados.

    El destino de veras se esforzó. Me atacó con señal tras señal. Ni siquiera se esmeró en disimularlas un poco. Yo, cuando pasaban aplastándome con toda su fuerza, las sufría, las cuestionaba, pero no las quería ver.

    Fue hasta una noche antes de mi ceremonia de graduación, en la que yo me encontraba durmiendo en un colchón para ceder la cama (pues mi madre estaba quedándose conmigo en el departamento), que me di cuenta de la fuerza del universo. Esa noche, la única noche en que teníamos un montón de cosas regadas en el suelo, una noche antes de mi graduación que comenzaba a las 7:50 A.M, se inundó el cuarto. No había explicación alguna, solo se había inundado mi cuarto, el baño y la habitación de al lado. Lo demás de la casa estaba intacto. La conclusión, nada realista, fue que por algún lado se metió la lluvia, aunque el balcón y las ventanas estaban cerrados y el equipamiento del baño estaba en perfectas condiciones.

    Fue en aquel momento, entre otras cosillas que se pronunciaron pocos días después, que decidí abrir la mente y dejar que el universo me llevara donde tenía que ser, porque, como dicen, por más que lo intentes con toda la perseverancia posible, si no es ahí, nunca va a ser ahí.

    Al otro día, cuando fui a desayunar con mis amigas, vi un colibrí pararse por más de tres segundos. Contemplé su belleza infinita. Y entonces, esta queridísima amiga, la misma que me tomó la foto, me dijo que era de la suerte.

    En ese momento único y pausado, con un poco de magia que se resbaló de algún árbol vecino, tuve la certeza de que estos días serían solo de fortuna; de que, aunque tengo que partir y decir adiós a todos estos enormes corazones que me han sido otorgados como un tesoro valioso para ayudarme a escalar la gran montaña que hoy me trae a ser quién soy, a despertarme como soy y a sentirme lo que soy, estoy segura de que podré reconstruir mi felicidad y sentirme aún más completa en mi nuevo hogar.

    Aun así, dedico estas palabras ‒que no expresan ni un milímetro de lo que sí es y que son el simple suspiro de alguien que ya no sabe qué hacer con sus sentires‒ a todas estas amistades que me han enseñado a dar y a creer, con todas sus connotaciones, y que no han sido más que amor y empatía en mi vida.

    Diferentes muertes

    El doctor Hurtado llegó a una ciudad minera por trabajo. El lugar era frío y húmedo, gris y oscuro. La gente no sonreía y solo trabajaba. A la comida le faltaba sal. Fue una decepción para él y sentía sus energías decaer junto con su ambición.

    Uno de sus sábados libres decidió ir a explorar la zona de los Yungas. Después de algunas horas de caminata, con el traje sudado y un poco insolado, vio a lo lejos el contorno de una iglesia. Se dirigió hacia ella y descubrió un pueblito de solo unas cuantas callecitas donde las casas conservaban su estilo colonial. Fue como entrar en el paraíso. En este lugar perdido en el mundo había cualquier cantidad de interpretaciones de arcoíris, y el sol acariciaba los aires para calentar las yemas de sus dedos que habían permanecido helados por semanas. En este clima tropical, las flores nacían en cualquier rincón, mezclando sus pétalos y aromas con las raíces de la tierra. Afuera de las puertas estaba ese característico banquito que se usa para los reencuentros entre señoras del pueblo. Cada tarde, al finalizar sus labores, se sentaban ahí a contemplar la dulce y agria naturaleza, a dejarse conmover por los paisajes, los cantos de sirena de los pichihuancos y de otras millones de encantadoras especies de aves que no tenían miedo de posarse a solo algunos centímetros de los habitantes de la mística aldea.

    Una vez que el doctor se sumergió en una de esas pláticas, entre el chisme y la alegría de volver a sentir su corazón latir, nunca soltó ese lugar.

    Conoció a mucha gente que en unos cuantos meses se volvió muy especial para él. Siempre lo llenaban de regalos inusuales. Podían ser masitas, panecitos, una taza del café resultante de las plantaciones del cafetal, miel de abeja recién saqueada, alguna fruta o plantita medicinal. Es buena para la acidez del estómago, le decía doña Nelly.

    Los campesinos eran personas muy sencillas y humildes. Cualquier cosita les daba risa y de cualquier tragedia sacaban una broma de la manga. Eran mucho de dar todo lo que podían. Existía solo un par de tiendas en el vecindario, y vendían lo básico. La mayoría de los alimentos venían directamente de los huertos verdes, favorecidos por el alentador clima.

    Lo único que invadía el extremo silencio eran los turistas en los días feriados, las luciérnagas y los grillos. No había vehículos ni internet. Únicamente en algunos rincones específicos llegaba la señal, por lo que permanecían incomunicados del mundo exterior.

    El señor Eddy era un cuarentón simpático, alto y moreno. Su gentileza e inteligencia fueron algunas de las cualidades que promovieron exquisitas charlas políticas, religiosas, literarias y de otros temas con el médico. Le solía relatar algo de su pasado, en el que había dedicado la mayoría de sus horas a aprender a leer, escribir, tocar la guitarra, reparar aparatos electrónicos, entre otras de sus vocaciones. Hurtado se impresionaba de la capacidad y voluntad de este hombre para digerir tanto conocimiento él solo. Lo admiraba y se había convertido en uno de sus mejores amigos.

    Una mañana, se encontraba tomando una cerveza frente al infinito collar de montañas azul verdoso que cubrían el llamado camino de la muerte, cuando un carro se estacionó en una de las estrechas calles. Entonces vio los ojos rasgados, pero enormes, de la que sería el amor de su vida, Elba.

    Qué más podía pedir, había conocido el lugar más pacífico del mundo y a la mujer más preciosa y divertida de todas. Los días en que tenía que trabajar allá en las negras minas no se le desdibujaba la sonrisa. Sentía esas plumas cosquillosas en el estómago que revelan el enamoramiento, aunque algunas veces dudaba si era amor por la villa o por Elba.

    De pronto, en uno de sus retornos a Yanacachi, algo no se sentía bien. El cielo estaba trastornado y la neblina parecía convertirse en humo grisáceo. Había llegado un frente frío y todas las puertas que rodeaban la plaza principal, con su característico quiosco y su iglesia al centro, estaban bruscamente cerradas y los balcones abandonados.

    Vio anuncios inusuales pegados en todas las paredes y los postes. Corrió a arrancar un ejemplar, tembloroso, y leyó: persona desparecida: Elba Hinojosa. Altura: 1.64. Peso: 59 kilogramos. Se la vio por última vez el 01 de julio en la Plaza de Yanacachi. Llevaba sandalias cafés y un vestido rojo. Cualquier información al 9110606.

    Se estremeció sin creer lo que estaba descubriendo, y entonces vio pasar a Eddy. Gritó su nombre incontables veces, pero él no escuchaba, se dirigía muy decidido a un bus camino a la ciudad más cercana. Algo en su rostro no estaba bien. Pese a que no había ni un gramo de luz, se le formaba una sombra negra muy marcada, como si en pleno día soleado una nube se hubiese posado encima de su cabeza.

    Estos sucesos marcaron al personaje principal por siempre. Poco después se enteraría de que el conductor que conducía el bus en el que viajaba Eddy había recogido unos cinco mil dólares antes de emprender el viaje. Alguien lo vio, y lo mató mientras conducía para arrebatárselos. El camión se volcó en el Barranco de la muerte y todos los pasajeros murieron.

    Cada noche, ahí por la calle más alargada de la villita, el doctor veía una sombra blanca brillante aparecer. Parecía que se le quedaba viendo por unos segundos y después salía volando.

    Segunda parte: paisajes de desolación

    Ariana o no

    Hay mínimamente una pizca de resentimiento en cada persona. Ariana es el nombre de la mía. Me parece un poco aburrido hablar de cómo el ateísmo conservador de mi madre y mi padre, el desprecio por el matrimonio y el miedo a dar y no recibir lo mismo a cambio, los condujeron a apartarme de su familia (digo su familia porque, hasta el día de hoy, yo no formo parte de ella).

    Cuando les pregunté por el significado de mi nombre no lo recordaban. Muy predecible.

    Cuando fui Ariana, la que intentaba moldearse para encajar en los Ayaviri o los Clavel, yo no era nadie, y Ariana no era Ariana.

    Ahora, construí mi propio significado y lo viví. Es el que me conduce a valorar todas mis fortalezas y cuidarlas.

    Entre algunas de mis descabelladas visiones, entre los múltiples sollozos de la separación de mi padre y mi madre (no sé si alguna vez realmente se juntaron para ser unx solx), logro oír falsas promesas. Que ahora sí lo van a intentar, que ahora sí se van a esforzar por que funcione. Estoy segura de que todxs aquí hemos escuchado esto más de una vez. Los visualizo en el presente y no sé si han sanado. Realmente no lo sé. Me refiero a que no se han perdonado. No obstante, no estoy tan segura de que perdonar sea un paso obligatorio para curar los golpes internos. Lo que sí puedo decir es que, al observar un poco de lejos sus nuevas relaciones, entiendo que cuando las cosas fluyen no está ese choque eterno de no dejar ser al otrx. Me parece a mí que, como las tormentas que se apegan al canto de las golondrinas, ciertas almas no son tan compatibles con otras. Pero mucho no puedo decir, ya que solo me he enamorado una vez, y fue uno de esos amores fugaces que dejan el final cerradísimo, sin lugar a interpretaciones idealizadas que dejen brincar entre nubes y el profundo turquesa del abismo.

    También, hay días todavía en que parece que esos sentimientos, ardientes como el fuego e interminables como aquel precipicio lejano, retumban en el contorno de las ideas de mi mamá y mi papá como si su vitalidad no hubiera expirado.

    A veces todavía Ariana, por ser Ariana (un resentimiento), busca encuadrarse en lo que esperaban de ella: un nombre con dos apellidos. Es sumamente doloroso deshacerse de ellos porque siempre han estado y seguirán estando pegados, irremediablemente, a estas seis letras. Aun así, es necesario apartarlos y reinventar. Cargar con ellos ha sido una labor agotadora que no me ha permitido ser y que, cada que intento retomar, vuelve a invocar ese ritual de desconocerme.

    El secreto perfecto

    Tengo un secreto que me ha marcado para siempre. No sé si es realmente un secreto porque no lo he guardado sola. Lo he confesado en algunas ocasiones y muchas personas saben que es mío. Pero lo considero un secreto, porque no es algo que contaría en una conversación casual, tampoco es algo que añadiría a la hora de presentar mis detalladas vivencias, limitadas a unos jóvenes años.

    Pese a que he podido pronunciarlo y articularlo, todavía me cuesta trabajo y me descompone. Creo que lo que rodea este secreto es una mezcla de odio y dependencia emocional a una de esas relaciones completamente rotas y pálidas. Llegué a este capítulo marchitada y desmotivada, sintiendo que nadie creía en mí. Ese nadie me incluye a mí misma. Yo solo quería despejar mi mente y borrar todas las ideas negativas, adornadas de filosas espinas, para poder seguir sobreviviendo.

    Entre peleas obsesivas, abusos psicológicos, gritos desmesurados y hablar sin escuchar, no había escapatoria. Estábamos sumergidos en un hoyo sin fondo. Yo sabía que en algún momento vería a lo lejos la luz del final de este túnel, pero no sabía cuándo ni en qué exactas circunstancias. Había dejado que se cruzaran tantos límites que ya no existía ni un mordisco de mi dignidad, ni un resto de alguno de mis principios.

    Llegó por fin el día en que pude escapar. Todavía quedaban algunas subidas y bajadas. Salí con el ojo moreteado. Y lo más doloroso no fue el golpe, lo más doloroso fue haber tenido que reconstruirme: juntar todos esos pedacitos que me cortaban y me provocaban llagas sabiendo que no tenía a nadie en quien apoyarme.

    Promete no decirme

    No quiero saber dónde estás.

    No quiero saber qué hubiese pasado si las cosas fueran distintas. De verdad que no quiero saber si entonces nuestros caminos se hubiesen entrelazado rígidamente y le hubiésemos otorgado un nuevo significado al amor.

    No quiero voltear hacia atrás porque no quiero saber cuánto te quise y no quiero recordar lo mucho que significaban tus franqueados abrazos de algodón.

    No quiero extrañar, no quiero sobrepensar, no quiero dimensionar todo lo que fuiste para mí y todo el significado que le diste a mi individualidad solitaria. No quiero ver hacia atrás y darme cuenta, una vez más, que fui feliz y que me sentí completa. Pero, sobre todo, si llego a hacerlo, promete no decirme que no tuve el coraje de admitírmelo.

    No quiero contar palabras, no quiero apuntar desolaciones, no quiero glorificar dolores.

    No quiero quitarme la venda que cubre mis cansados párpados carmesí. No quiero siquiera enlistar palabras que te describan, porque tengo miedo de que sean una conexión directa a tu imagen y que, por consecuencia, reencuentre sensaciones apagadas en el alba. No sé qué me da más miedo, si echarlas de menos o si darme cuenta de que hago bien al no mirar lo que fue y no desear lo que ya no es. Porque al excavar no encontraría más que una vieja y aburrida cicatriz de quien nadie recuerda el venerado propósito.

    La desdicha de no saberte

    La verdad es que nada de mi pasado me da curiosidad porque quiero pensar que ese pasado no es mío. Esto es algo que ya había mencionado en mis relatos: muchos de esos recuerdos solo me lastiman.

    Pero hay uno que no me lastima directamente a mí, porque no fue un ataque a mi persona. Aun así, sí que duele como una cuchilla clavada muy en el fondo del nervio más sensible y más frágil de la vena más larga de mi cuerpo. Lo describo de esta manera porque es de esos dolores que, hagas lo que hagas, y a pesar de que evites rozar la zona dañada, provoca un tremendo malestar en cada uno de los huesos. Una de esas rajaduras que se pronuncia con cada movimiento.

    Voy a contar esta historia que no es mía y que no he comprendido del todo ‒y tal vez nadie. Probablemente, la única pregunta real es la que deja sin contexto y sin letras a los pensamientos de

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