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El Papiro De Hobek Sorus
El Papiro De Hobek Sorus
El Papiro De Hobek Sorus
Libro electrónico367 páginas5 horas

El Papiro De Hobek Sorus

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Información de este libro electrónico

Este momento puede ser un sueo; un sueo mo, un sueo de ellos, un sueo de todos. Porque he sido muchos una vez o uno muchas veces, un sueo personal o plural, pero sueo al fin. Qu tal? Pregunt, creyendo poner en jaque a mis fantasmagricos amigos.
Despierta, o despierten entonces! Exclam con autoridad la imagen de Hobek.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento21 ago 2013
ISBN9781463363888
El Papiro De Hobek Sorus
Autor

Rubén Chavén

Rubén Chavén (Buenos Aires, Argentina, 1951) Teólogo, educador, hombre de empresa, escultor y escritor. Polifacético y curioso investigador del ser humano “vivo y viviendo”, es de la creencia que en las experiencias propias y ajenas se encuentra encriptado el secreto que le permite a quien lo quiera intentar, sin importar sus circunstancias, reinventarse y comenzar de nuevo.

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    El Papiro De Hobek Sorus - Rubén Chavén

    El Papiro de

    Hobek Sorus

    16563.jpg

    Rubén Chavén

    Copyright © 2013 por Rubén Chavén.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fotos Pepe Nieto.

    Dirección Literaria: Julio Larramendi Joa.

    Fecha de revisión: 19/08/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    489904

    ÍNDICE

    A manera de prólogo

    Javier Amaya Fotógrafo

    1RA. PARTE

    Hobek Sorus

    Introducción

    I Akhi

    II Eptán, El Escriba

    III La conspiración

    IV Un tubo misterioso

    V El Papiro

    VI Ni tanto que queme al santo…

    2ª PARTE

    Cortocircuito

    Introducción

    VII Cristina Vilanova Paris

    VIII Eduardo Arismendi

    IX La Tormenta del Siglo

    X Un Corso en contramano

    3ª PARTE

    Entre Dos Mundos

    Introducción

    XI El catalizador universal

    XII Asado y vino

    XIII Gualicho en las rocas

    XIV ¿Estoy qué…?

    4TA. PARTE

    Los Faroles de Mandinga

    Introducción

    XV Kom Ombo Bayres

    XVI Sintonía del futuro

    XVII De Dubai, con amor

    XVIII La querencia

    XIX Epílogo

    A MANERA DE PRÓLOGO

    Desde la historia antigua de los pueblos, un debate, casi permanente, se ha apoderado del ser humano y lo encuentra el amanecer del siglo, discurriendo todavía sobre la dicotomía materia-espíritu, cual si fuese esa concepción dual del día y la noche, de la vida y la muerte, del amor y el odio, de la salud y la enfermedad, del bien y el mal tan presentes en nuestra cotidianidad, su inexorable definitividad.

    Rubén Chavén, a través de esta nueva entrega, El Papiro de Hobek Sorus nos invita a sumergirnos en las vidas de sus personajes, plenos de inquietudes, dudas, misterios, sueños y realizaciones que, de manera constante, se plantean interrogantes al igual que nosotros sobre el mundo y el universo que nos rodean.

    A lo largo de la trama, los personajes aludidos, afrontan circunstancias que no se esperan; se manifiestan, los sorprenden, los interpelan, los retan a verse como distintos, situación a la cual no están acostumbrados, pensarse en aquello que no son.

    Esta dinámica les coloca ante una nueva forma de percibir y concebir la vida, que purifica su esencia humana dotándoles de una nueva razón de ser: la de celebrar la vida y la muerte como parte intrínseca de una misma fenomenología.

    Relación dual que constituye punto de llegada, pero al mismo tiempo es un nuevo punto de partida en la interminable búsqueda del origen de todo lo creado o imaginado.

    Su autor nos toma de la mano conduciéndonos por ese camino de lo desconocido, donde, en medio del silencio que provoca su lectura, se puede escuchar el latir del corazón; una respiración casi contenida, que busca oxigenar la soledad que provoca esta reflexión sobre la transición del ser no ser. Sólo en esa medida nos podremos aproximar a la dicotomía vida no vida de la novela y en la cual descansan sus dos mundos, sus dos naturalezas.

    ¿Acaso esta novela no es eso?, un acercamiento a lo que somos y podremos ser, sobre suposiciones y dudas, sobre la relación materia y espíritu. Como la vida misma, un burdo juego de apariencias, de imágenes y percepciones, en medio de la incertidumbre.

    Quizás se trate de una búsqueda infatigable de la exégesis de nuestras vidas, tratando de interpretar o explicar hechos y acontecimientos en los demás, como justificación de nuestros actos.

    Nos escudamos permanentemente en aquello que no somos, que nos gustaría o desearíamos ser, para no ser descubiertos en nuestra íntima esencia tanto material como espiritual. ¿Acaso no somos eso y mucho más?

    Porque no me puedo explicar por mi mismo si no lo hago a partir de quien no soy, sino de quien tú eres y lo que percibo que eres. Porque yo no soy tú, pero tú si puedes ser parte mía y yo podría ser parte tuya, cuales complementos de un alter ego. Donde la alquimia del espíritu materia encarna en aquello que somos no somos.

    Se trata de la continuidad de la vida misma en otras manifestaciones, dimensiones, no tiempos y no cuerpos. Todos tendremos que hacerlo, no desaparecer jamás, nacer permanentemente en momentos y circunstancias distintas, siempre volver a nacer en esta hermosa dialéctica, interpelando la razón del ser y no ser de la vida misma.

    Los personajes de la novela se transforman de aparentes seres grises que deambulan de un lado a otro sin rumbo fijo, sin un punto de llegada, sin detenerse, sin sentirse, sin verse, a seres de luz que se irán descubriendo a sí mismos no como iguales sino como complementarios, donde el hecho de que las circunstancias hayan sido favorables para encontrarse, les otorga un nuevo punto de partida para pensarse y para estar de nuevo juntos. Y entonces, ser uno, más allá del paralelo 60º.

    En esta nueva etapa comienza a escribirse El Papiro de Hobek Sorus que, encerrado en una caja misteriosa, el Untumys, sólo con el devenir del tiempo no tiempo irá descubriendo su contenido.

    ¿Pero, en realidad, qué encierra esta caja misteriosa: la vida, la creación, el amor, la esperanza? ¿La vida explicada a partir de un nuevo paradigma?

    Cual momento del parto, cuando nuestra naturaleza se resiste a dejar su zona cómoda del vientre materno para entrar a una nueva dimensión que se presenta como un choque, este evento nos traspola a una dimensión hasta ahora desconocida. Por ello, la analogía de los pasillos del templo dual, el templo de las dos naturalezas, Kom Ombo, es la de la vida misma y punto de inspiración de Hobek Sorus fiel guardián de los saberes, conocimientos y experiencias de los humanos.

    El Papiro de Hobek Sorus de Rubén Chavén, es una invitación a recorrer los momentos cruciales de sus personajes, viajando con ellos a través del tiempo y sus muy particulares transformaciones que bien podrían ser las nuestras.

    De acuerdo con Chavén, sólo en la medida en que viajemos (miremos) hacia nuestro interior, podremos explicar el entorno en el cual estamos inmersos; siempre que seamos verdad porque la verdad sobrevive y trasciende.

    Como quiera que fuere, le invito a que se deje llevar en este inmenso mar del tiempo no tiempo, siguiendo la ruta de El Papiro de Hobek Sorus, tratando de descubrir cuál será su próximo puerto de llegada a otro templo de naturalezas diversas.

    Otto Rivera

    Julio de 2011

    JAVIER AMAYA

    Fotógrafo

    En esos tiempos en que pensar era, para mucha gente, una pérdida de tiempo, mis pensamientos de adolescente después de merodear por lo que yo entendí eran los confines de mi mente, acuñaron una premisa: que los eventos de mi vida se verían influenciados por personajes especiales. ¿Cómo expresarlo? ¿Ángeles? No, no se trataba de seres alados; una aparición de ese calibre tal vez me hubiera matado de un susto. ¿Mensajeros? ¿Sociedades secretas? Algo por el estilo. Personas. Seres diferentes, disfrazados de gente común; si uno quiere ocultar algo, una identidad, un tesoro, un secreto, lo mejor es revestirlo de común y dejarlo a la vista de todos. Sí, mis visitantes no tendrían que esconderse de nadie porque sólo que aquellos que estuvieran llamados a verlos, notarían su presencia. Ellos, de una forma que no entendería en su momento, me indicarían el camino a seguir, me mostrarían la verdad y el sentido de mi propia existencia.

    Es posible que yo estuviera buscando altos valores en las personas y en mí; entonces, ante la imposibilidad de encontrarlos, ya sea por su ausencia en mí y en la sociedad que me rodeaba o por mi incapacidad para descubrirlos, refugié mis esperanzas en una visitación que, con toda seguridad, ocurriría en alguna parte de ese futuro, lejano todavía, pero intuido por mis pocos años.

    Claro —solía explicarme en mis largas cavilaciones—, de llamar la atención de todo el mundo con su apariencia, no podrían realizar su tarea silenciosa y anónima, enmarcada en un espacio mitad real y mitad fantástico.

    No tenía que buscarlos porque tampoco sabía dónde o cómo hacerlo; en su momento, en el kayros, en el momento preciso, ellos me encontrarían sin importar dónde estuviera. Se guiarían por la huella de mi luz interior reflejada en mí hacer diario. El problema entonces era brillar interiormente y que mis obras, pequeñas o grandes, llevaran esa impronta de luz, visible sólo en ocasiones para mí y para los demás como yo; nunca, para aquellos que no creen; pero para mis extraños y a la vez comunes amigos del futuro, siempre.

    Cultivar los jardines del alma y que fueran cada vez más hermosos, cada vez más brillantes, era la tarea. No estaba de acuerdo con la formación de carácter de la que se habla en la educación de los jóvenes. Los seres humanos, con el ánimo de demostrar que tenemos carácter, hacemos cosas increíbles y realmente malas. Los grandes genocidas de la historia tenían carácter fuerte y cada vez que apareció un loco de estos, a la humanidad le fue como en feria. Más que carácter, debemos sembrar jardines en nuestras almas. Van a durar más; están hechos de la esencia del universo: la belleza… y la belleza, no pasa. Consciente de lo que quería, aposté a ser más que a tener. Sin conocer en ese entonces la máxima enunciada por San Juan de la Cruz, siempre creí que la necesidad iba de la mano del tener. Busco tener porque creo que necesito; de no necesitar, el tener no tendría sentido, sería un estorbo, un lastre que nos mantendría anclados a las tenencias.

    No sé de quién aprendí que los extremos no son buenos. Traté de no dejarme arrastrar, de mantener por lo menos un pie en el piso, convirtiendo en sana praxis una tendencia manifiesta en mi vida: no exagerar mis opciones. De esa manera, los altos nunca fueron tan altos y los bajos nunca fueron tan bajos. Ni ángeles ni demonios. Ni cimas ni simas. Mantener el equilibrio entre los dos extremos. Aún así, ese punto se me presentaba más cerca del ser que del tener, sin que ello significara excluir posesión alguna.

    Con la fuerza poderosa de una imaginación joven, a pesar de estar consciente de que sería un esfuerzo innecesario, muchas veces me surgió la tentación de buscar a esos ilustres desconocidos y esa actitud me indujo a perseguir falsos profetas; líderes que no me llevaron a ninguna parte y que al rascar un poco la superficie de sus personalidades, surgían manantiales de ego para cubrirlo todo. Rápido, memoricé el discurso: Yo, yo, yo. ¿Líderes? ¡No, gracias! Ya los conozco de sobra y, de verdad, no me convencen.

    En soledad fui madurando la idea de ser yo mismo de la mejor manera que pudiera y, de llegar a ser alguien especial, ellos, los seres revestidos de gente común y corriente, finalmente me encontrarían. Así de simple, sin importar dónde estuviera, para ellos sería fácil encontrarme; mi luz, mi aura los guiaría hasta mi realidad. Todo mi problema era ser auténtico y vivir bajo mis patrones, con eso bastaría. Tampoco estaba pensando en los diez mandamientos o en una moral de prohibiciones, no; noté que vivir la experiencia enriquecía mi alma y que mis jardines se robustecían con cada aprendizaje. En ocasiones, el sólo atreverme a pensar más allá de lo usual, ayudaba al crecimiento.

    No esperaba una manifestación extraordinaria, ningún prodigio, ninguna epifanía; de acercarse, lo harían naturalmente, como algo normal. La plática con un anciano en la cola de un banco, con una señora en el supermercado, un compañero de asiento en un tren. Insisto, de tratarse de un mensajero llamativo, cualquiera se daría cuenta y así, ¿qué gracia podría tener?

    Con el tiempo y algunas experiencias, me fui dando cuenta que con los ojos que tenía para ver, que con esa manera que tenía de mirar la realidad, nunca llegaría a notar su presencia, aún teniéndolos enfrente. No me fue muy difícil. Mi miopía, en contubernio con el astigmatismo, me convertía en las noches en poco menos que un ciego. Ambas me distorsionaban las imágenes y no era raro que confundiera un colectivo con un camión de hacienda. La visión del miope, pasa primero por una lista de imágenes creadas instantáneamente hasta llegar a darse cuenta, al acercarse, que lo que está tirado a media calle, es una lata de gaseosa. No es la pieza que cayó de un satélite, tampoco el tubo de escape de una moto, ni un lingote de plata, lo que brilla al sol; es una simple, común, solitaria, abandonada y aplastada lata de gaseosa. Esa circunstancia le dejaba un buen espacio a la imaginación que es la puerta de entrada a la intuición. Al principio uno cree que está imaginando cosas y, sin percibir cuándo, repentinamente está intuyendo aquello que no se ve.

    Desarrollar los ojos de la intuición fue un ejercicio que aportó una cualidad a mí ser, una competencia nueva: el poder ver detrás de la apariencia. Sin importar qué o quién estuviera enfrente, busqué permanentemente la parte escondida, la faceta que no se muestra. La otra cara de la moneda.

    Un mundo nuevo comenzó a develarse ante mis nuevos ojos; percibí sentimientos, intenciones, actitudes; belleza, donde aparentemente había fealdad; el amor detrás del odio y la manipulación detrás de las buenas intenciones. Todo aquello donde posaba los ojos de la intuición me enviaba un mensaje relacionado; pensé que era Dios quien me hablaba desde un todo inédito, abierto a mi nueva conciencia.

    Escudriñé detrás de la apariencia en busca de ese matiz extraordinario, de esa cosa especial que de alguna manera está presente en todos y en todo; no falló, siempre la encontré en aquellos que se acercaban a mí y en aquello a lo que yo me acercaba. Pude comprobar sin lugar a dudas que de concentrar mi atención en cada ser vivo, en cada persona, en cada paisaje, en cada circunstancia y vivencia, encontraría un mensaje cifrado dirigido a mí. Un camino oferente, una opción a seguir o desechar; hablo de cosas, de gente y situaciones, nada pasaría desapercibido ante mis nuevos ojos, los ojos de mi alma.

    La sonrisa de cualquier niño se convirtió entonces en un mensaje orientado a la iluminación de mi existencia. El rostro de una desconocida, como el de aquella señora elegante que me llevó al Hospital Santa Lucía en Buenos Aires, la noche en que unos lentes de contacto lastimaron mis córneas. La mirada de aquel perro herido en San Pedro, con la que creí haberme contactado al universo. Miguel en Sololá hablándome del tiempo no tiempo y de la cosmovisión Maya.

    Así, en otra ocasión, visitando el parque arqueológico Tikal de Petén en Guatemala y emocionado por las fotos que realizaría en ese centro testigo y vestigio del pasado, experimenté un encuentro de lo más extraño al emprender mi camino hacia las pirámides. Me crucé con un grupo de turistas canadienses; del montón surgió una señora de unos cuarenta años, blanca, de cabello casi colorado y corto; con una sonrisa, como si me conociera de toda la vida, me entregó un callado. Me dijo: Tómalo, te lo traje desde Canadá; te va a hacer falta para apoyarte cuando ya no puedas más, y siguió su camino como si nada hubiera ocurrido.

    En cierta oportunidad, en que estaba postulándome para una candidatura a la alcaldía de mi distrito, me realizaron una entrevista en la radio de la localidad; por supuesto arreciaron las llamadas de call center de mis adversarios. No me dijeron lindo, porque no lo soy… por lo menos en mi apariencia. Yo intentaba, sin mayor éxito, explicarles que para ser alcalde no hace falta ser un sabelotodo. Un alcalde no necesita ser ingeniero, arquitecto o administrador al mismo tiempo, para eso tiene un equipo de técnicos, directores, jefes y una corporación municipal. Simplemente les decía a los escuchas que un buen alcalde es aquella persona que orienta su trabajo y el de su equipo para que los vecinos vivan mejor y en comunidad. Alguien que vela por su bienestar.

    Entre todas las llamadas tendenciosas, hubo una que fue diferente. La voz de un hombre dijo: —"Usted está diciendo cosas que no son para que las entienda todo el mundo. Usted habla de conceptos sobre los cuales esas personas podrían orinar. No les importa, porque no lo entienden. Pero no deje de anunciar el futuro, eso hará que un día ese futuro se haga presente".

    De regreso a casa discurrí sobre las palabras de este desconocido y llegué a la conclusión de que me estaban observando. A riesgo de padecer una especie de paranoia, no habría cosa que yo hiciera, pensé, que no estuviera escrutada por la atenta mirada de estos seres.

    No fueron pocos los eventos normales anunciando que el día de la aparición de mis amigos especiales y anónimos, estaba más cerca de lo que yo pensaba.

    A estas alturas de la vida, no podría disociar la realidad de la fantasía; la línea que las delimita es casi imperceptible. A menudo paso de un estadio a otro sin darme cuenta y termino parado en una acera pensando en qué era lo que iba a hacer.

    Mi experiencia comenzó con la historia que me contara un guía de turismo en Egipto. Una vivencia tan simple y tan profunda a la vez, que terminó por marcar mi existencia como nada lo había logrado antes. Es por ello que la opción que me dejaba El Papiro de Hobek Sorus, escrito por Eptán y guardado celosamente en el Untumys —invención de Mafti—, la convertí en esta novela en la que relato hechos fantásticos, enmarcados en una realidad que tiene el color de lo cotidiano.

    La aparición, en mi prácticamente desahuciada vida social, de Cristina (Aristea) y Eduardo (Platio), fue providencial. Ellos, por separado, eran ellos mismos y no se parecían a mí; pero juntos, eran el yo que yo andaba buscando. Ellos fueron mi inspiración; me ayudaron, con sus atracciones y rechazos, a comprender el porqué de mis insólitos devaneos con el espíritu y la materia. Me ayudaron a amar la esencia de mis naturalezas; las naturalezas de las que está conformada nuestro mundo y las naturalezas del universo mismo.

    Les cuento la historia.

    1RA. PARTE

    Hobek Sorus

    INTRODUCCIÓN

    Algo más de un milenio antes de nuestra era, durante la XX dinastía, el Faraón Ramsés VI usurpaba el trono de su propio sobrino Ramsés V y legitimaba su reinado según la costumbre de los faraones desde Ramsés III, grabando su nombre en Dyamet, ciudad a las orillas del río Nilo y frente a Tebas, centro económico y administrativo de la época.

    Su débil gobierno fue transcurriendo en medio de intrigas y suspicacias que crearon inquietud e incertidumbre en el Nuevo Imperio. Al parecer, la desconfianza hizo presa del gobernante, quien juzgaba a los demás partiendo de su actitud personal. Bien dicen que el león juzga por su condición.

    El clima político se caldeaba gradualmente; la desatención a la cosa pública llevaba inexorablemente el rumbo del Estado por un despeñadero y lo que más dañó la estabilidad del entorno fue la creciente egolatría del Faraón. Un desmedido culto a su imagen propició que sus estatuas proliferaran en todo el valle del Nilo.

    Entre la clase administradora del gobierno se alimentó un creciente temor a la arbitrariedad y la inseguridad campeó por los pasillos de los palacios. La inestabilidad se enseñoreaba en las más encumbradas esferas sociales, y desde allí, bajaba de casta en casta hasta llegar al pueblo.

    A pesar de que Ramsés VI mandó a edificar templos y a realizar obras en varias regiones, la situación parecía que sólo se podía manejar con el uso de la fuerza. Fue entonces cuando los sabios y los escribas comenzaron a ser vigilados, más bien, controlados por los militares.

    Las ofrendas a la vanidad del Faraón fueron encontradas en Heliópolis, en Menfis y en Karnak. Se hallaron vestigios en Bubatis, en Coptos y Megidos y hasta fragmentos de escritos en Sinaí. La tumba, que fue agrandada después de robarla, se encuentra en el Valle de los Reyes, designada hoy como KV9, muy cercana a la de Tutankamón.

    "Una sombra deambuló la noche del desierto, resbalando por las dunas y con la boca reseca por la sed. Durante el día andaba como algunas especies del desierto, prácticamente enterrado en la arena; aprovechaba el frío de la noche para llegar a donde no sabía. Para arribar a la incertidumbre y orientarse en medio de una nebulosa.

    En otros tiempos, Hobek no fue una sombra; fue un joven encumbrado en el gobierno; una rutilante y esperanzadora figura emergente, surgida de la clase gobernante. En medio de las licencias que le proveía su estatus, su vida transcurría en la monotonía de hacer y pensar en lo que los demás querían que hiciera y pensara. Ser una de las mentes privilegiadas de la juventud de su época, no le impidió descubrir que había elementos en su razón que no coincidían con lo aseverado por sus mentores. No fueron pocas las reprimendas ganadas a pulso en sus discusiones con los mayores. La inconformidad fue ganando terreno en su mente y el fastidio por lo correcto le destruyó la vida. O, tal vez, le proporcionó una vida nueva.

    Cometió el delito de pensar, de andar los caminos de la mente. Encontró la inspiración que, como una fuerza infusa superior a su voluntad, le llevó a decir lo que no debía decir; le llevó a poner en duda lo ortodoxo, lo tradicional, el así se hace y, ya viejo, fue perseguido por el nuevo gobierno, el cual se caracterizaba por su poca paciencia con aquellos que pensaran de una forma diversa de la filosofía oficial. Desterrado y maldecido por los que se aferraban a los pensamientos dogmáticos o anquilosados de los seres que dicen qué es lo que se puede pensar y, sobre todo, qué es lo que se puede hacer.

    Paradójicamente, su vejez fue el salvoconducto hacia la libertad. El viejo loco, como le apodaron, se fue haciendo invisible a los ojos de los dueños de la verdad y deambuló con sus ideas lejos de los dominios de la clase reinante, es decir: su fuero interno, el único lugar en este mundo donde sus palabras hacían eco y tenían sentido. Un recinto donde todo era magnífico y al mismo tiempo, amigable (—las mentes son hermosas) y las ideas se gestaban espontáneamente, integrándose a otras; otras naturalmente coincidentes, ligeras, prácticas.

    Entonces, una verdad nació y arrojó luz sobre el mundo, su mundo. Durante una siesta, experimentó una visión que le hizo comprender la razón de su existencia y de la existencia de todos los seres que habitamos este universo; desde los más pequeños hasta los más grandes; desde los que podía mirar hasta aquellos que solamente intuía. Desde lo cercano hasta lo que moraba en aquel firmamento que guardaba las estrellas que escudriñaría mil veces en su destierro.

    Las cosas, revestidas de una integralidad que no alcanzaba a comprender y que se perdía en cada imagen, comenzaron a separarse de una estructura que era aparente. Pronto pudo apreciar la energía vibrando en ellas. No tardó en darse cuenta que nada estaba atado a nada; que cualquier elemento que pudiera visualizar era independiente, aún de su energía y en sí mismo. Nada constituía una unidad, ni la partícula más pequeña, según su comprensión, estaba ligada a los demás elementos y al vigor intrínseco que moraba en ella misma y que mantenía su forma. Al desaparecer el tercer elemento, el caos era un número infinito de puntos sueltos.

    Las grandes pirámides se desprendían piedra por piedra y lo que las unía, también se separaba. Nada amarraba a nada. Las columnas de los maravillosos templos, grandes como el ego del ser humano, se desprendían pieza por pieza. Sus hermosos capiteles estaban sueltos y sueltos cada uno de los granos de la piedra… y cada uno de los granos de piedra desunidos en sí mismos.

    Así, con los elementos separados, desvinculados como dos niños que jugando ronda se sueltan de las manos, visualizó la dualidad del mundo. Un mundo hecho de materia y espíritu. Un mundo de contrastes, de duro y de blando, de activo y pasivo. En un momento, todo se separó de todo, como siguiendo la centrífuga fuerza de una explosión. Hasta él mismo se separó en tantas partes que ya no lograba reconocerse.

    Luego todo se contrajo y el grano se conformó en una unidad nuevamente. Se junto y unió con otros granos y juntos formaron la piedra tallada de los capiteles. Y así, las montañas, el firmamento y él mismo, regresaron a su forma original.

    Pudo apreciar cómo un catalizador universal integraba la materia a su vigor y a las otras cosas. Descubrió entonces con gran alegría, la alegría que da el saber, el tercer elemento que hacía posible esa unión, la unión de todo. Se vio flotando sobre un mundo hecho de materia y energía y comprendió, como se comprende aquello que nos subyuga, que era un alma

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