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Carta Para Mi Hija
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Libro electrónico181 páginas4 horas

Carta Para Mi Hija

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Información de este libro electrónico

Una madre joven, un padre que lucha por involucrarse en la crianza de su hija, una nia amorosa y sobresaliente. En Carta para mi Hija, la madre de Irene intenta explicar sus errores, desnudando as su alma en una narracin llena de intimismo, recuerdos y sobre todo sinceridad. Es en parte el sentimiento de culpa que la acompaa desde hace mucho tiempo, lo que la mueve a repasar el camino andado, pero sobre todo el amor y la admiracin que siente por su hija, de quien estuvo separada por aos. La vida le da la oportunidad de tenerla cerca nuevamente y de ah nace esta confesin.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento31 oct 2012
ISBN9781463341312
Carta Para Mi Hija
Autor

Sabina Hero

Sabina Hero nació en San Salvador, El Salvador en 1974 pero ha vivido casi toda su vida en Costa Rica. Ingeniera Mecánica de profesión, esposa y madre. Está alejada del ambiente de trabajo de la ingeniería desde mediados del 2011, ahora junto con su familia está en el negocio de las artes manuales, y paralelamente se aventura con su primera novela: Carta para mi Hija.

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    Carta Para Mi Hija - Sabina Hero

    Carta Para mi Hija

    Sabina Hero

    Copyright © 2012 por Sabina Hero. Número de Control de la Biblioteca del

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

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    Fax: 01.812.355.1576ventas@palibrio.com

    430953

    Indice

    I

    II

    III

    IV

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    XXI

    XXII

    XXIII

    XXIV

    XXV

    XXVI

    XXVI

    XXVIII

    Para mi mamá

    Hija querida:

    Ahora que viniste a vivir conmigo he sentido la necesidad de escribirte una carta, una larga carta para contarte muchas cosas, algunas que tú ya sabes y muchas otras que probablemente ignoras. Sé que en parte lo que busco es un desahogo, porque a pesar del tiempo no puedo deshacerme del todo de la culpa, busco callar la voz de mi conciencia que no deja de repetirme que debí haber luchado más por tenerte cerca, que la presencia de tu padre en tu vida no era excluyente de la mía, por más fuerte que fuera aquella.

    Sé que no tengo todas las respuestas, pero necesito que sepas hija adorada, de los errores tan grandes que cometí y las decisiones tan desacertadas que tomé y que me mantuvieron lejos de ti. Quiero contarte de tu padre, porque aunque hayas pasado casi toda tu vida junto a él, sé que no conoces mucho de nuestra breve historia como pareja. Debes saber que aunque pienses que él te falló al final, yo siento que te fallé casi desde el principio, así que soy la última que puede lanzar la primera piedra. Tu padre en un momento de rabia me dijo cosas muy dolorosas y trató de poner un muro infranqueable para alejarme de ti, pero me faltó arrojo para decirle que a pesar de mis errores seguía siendo tu madre y que tenía derecho a estar contigo. Durante mucho tiempo le guardé rencor, pero poco a poco ese sentimiento se fue debilitando para dar paso al perdón, después de todo él te cuidó bien, aunque a veces más parecía tu hijo que tu padre.

    Aunque nunca hubo de parte tuya un reproche, ni siquiera una pregunta, me faltó valor para mirarte a los ojos y abrir mi corazón. Desde pequeñita tuviste el discernimiento para querernos a tu padre y a mí por separado, nunca manifestaste el deseo de que estuviéramos juntos, no protestabas por aquellas jornadas de cansados viajes en autobuses repletos, llevando fríos y aguaceros, para mal cuidarte alternadamente entre los dos. Y cuando por fin encontraste un hogar más estable donde tu abuelita Cata, adoptaste a tu nueva familia con el corazón abierto, sin que a simple vista notáramos algún desequilibrio que nos sugiriese la necesidad de llevarte a donde un psicólogo que te explicara por qué tu padre y tu madre iban a visitarte a donde una abuela que de la noche a la mañana te cayó del cielo junto con tres hermanas. Asumiste desde niña responsabilidades enormes para tu edad y sobrepasaste cualquier expectativa, ahora te miro y quisiera poder sentir con orgullo que eres obra mía aunque fuera un poquito, que yo tuve alguna influencia positiva en lo que eres hoy, pero reconozco que el mérito no me corresponde.

    Tal vez en parte lo que me mueve a escribir esta carta, es hacer un repaso de mi vida con la calma a la que obliga la escritura. Ir poniendo las memorias una tras otra me hará mirar hacia atrás con detenimiento, quiero buscar aunque sea un poco tarde, ese orden que tanta falta me hizo en mis años mozos, pero bendito sea mi desorden si fue lo que me dio el privilegio de ser tu madre.

    I

    Se me ocurre que antes de comenzar con la historia, debo contarte de dónde viene tu nombre. Mi hermano Daniel y yo hemos compartido un secreto desde que tú naciste. El secreto tiene que ver con un equívoco de tu tío, por el cual tu prima Gloria terminó llamándose así y tú terminaste llevando el nombre que se supone debió haber sido el de tu prima.

    Ahora, más de veinte años después él y yo ya podemos reírnos de la confusión que dio origen a los nombres de nuestras hijas, pero lo que sucedió, que ahora puede resultar anecdótico, no hemos querido que deje de ser algo muy nuestro. Creo que sentimos que a nosotros, que estuvimos tan cerca de Estela y que la lloramos tanto, nos corresponde cuidar este secreto, y algunas veces hemos hablado de que Gloria y tú deberían saber de dónde vienen sus nombres, por fortuna para nosotros, ustedes son las que menos han preguntado al respecto. Ahora que voy a comenzar a contarte la historia, voy a empezar por aquí, por el nombre que te puse, o que más bien te pusimos entre tu tía Estela, tu tío Daniel y yo.

    La primera esposa de tu tío Daniel era una mujer maravillosa, a la que aun sin haberla conocido llamas tía. Estela es una de las personas más bondadosas que me he topado en el camino, supo ganarse mi confianza y mi cariño a pesar de mi reticencia. Eran tiempos difíciles para mí, de los que más adelante te hablaré con detalle. Estela era cálida y sencilla, tenía un corazón de oro, y cuando no estaba preparando las comidas más deliciosas estaba bordando, pero su arte más que copiar los diseños de las revistas, consistía en que ella era quien hacía los bosquejos con lápiz sobre papel y luego los transfería a la tela, por eso sus bordados eran únicos, muchos le decían que por qué no se dedicaba a la pintura, ella siempre respondía que le parecía más sencillo usar aguja e hilo que pincel y pintura. Yo disfrutaba su compañía, sobre todo verla bordar me daba paz. Para quienes no tienen la paciencia como una de sus mayores virtudes, bordar me parece que es un ejercicio que deberían practicar. A Estela le divertía que yo llevaba la cuenta de los días que le tomaba terminar una labor, porque ella no lo hacía, simplemente comenzaba e iba avanzando día con día hasta que completaba el cuadro. Algunos de sus trabajos los vendía a muy buen precio, pero definitivamente alguien que no mide el tiempo que le toma hacer un trabajo es porque lo hace por puro amor, no por negocio, poco le interesaban a Estela los asuntos comerciales. A mí me parecía algo casi mágico ver que todo comenzaba con una puntada sobre la tela en blanco, cuando estaba concluido el trabajo yo lo veía encantada.

    —¡Es hermoso, y lo empezaste el 16 del mes pasado!—Por ti estoy aprendiendo a tomar conciencia del tiempo y no sé si eso es bueno—me contestaba Estela sonriendo.

    Yo tampoco lo sabía, y menos aun que a ella le quedara tan poco.

    A Estela le habían diagnosticado un tumor cerebral años atrás, siendo aún adolescente, imposible de extirpar, pero se había mantenido dormido y no había alterado su vida más que por los medicamentos que a diario tomaba.

    Siempre supe que esa mujer era la vida de mi hermano que casi revienta de felicidad cuando supo que Estela estaba embarazada, noté que ella comenzó a bordar al doble de la velocidad habitual pero preferí no comentarlo, me dejé las cuentas para mí sola.

    Pocos meses después de que Estela supo que estaba embarazada yo fui a dar a su casa, también embarazada. Ella y mi hermano me abrieron las puertas incondicionalmente y hacían planes de cómo crecerían nuestros hijos juntos.

    Estela seguía bordando, de los bodegones y paisajes pasó a los motivos infantiles: ositos, patitos, perritos y demás. Cuando supieron que estaban esperando una niña, Estela le propuso un trato a su marido: ella escogería el nombre, pero sería una sorpresa, él lo conocería hasta que la bebé estuviera cerca de nacer, sería su regalo de cumpleaños. A raíz de ese acuerdo, mi hermano tenía prohibido acercarse a su mujer mientras esta bordaba, pues el nombre que ella había elegido para su niña comenzó a quedar plasmado en aquellas bellezas que hacía y que iba guardando en un baúl.

    Un día pasó mi hermano cerca de donde su mujer había dejado el bordado a medio terminar, y en la tela doblada dentro de una canasta, apenas distinguió por puro accidente una palabra en medio de ovillos de lana, telas y agujas: Gloria.

    Se alejó apresuradamente de la canasta dispuesto a hacerse el que no sabía nada cuando Estela le dijese el nombre que había escogido para su niña, pero en sus adentros comenzó a acariciar el nombre, mentalmente lo repetía una y otra vez, y en más de una ocasión estuvo a punto de que se le escapara la palabra secreta cuando hablaba sobre la niña con su mujer.

    Poco tiempo antes del cumpleaños de Daniel y cuando aún faltaban dos meses para la fecha esperada del nacimiento de la bebé, Estela comenzó a padecer de presión alta. Le ordenaron reposo absoluto, ella continuaba haciendo sus bordados en la cama y metiéndolos al baúl. Tuvo tiempo de hacer un pañito bordado con unos patitos amarillos para ti. No mejoraba de la presión, luego comenzó a convulsionar, el tumor, que había estado dormido por tanto tiempo se estaba manifestando ahora con una fuerza devastadora. Las cosas se complicaron y le practicaron una cesárea de urgencia pero no alcanzó a conocer a su hija.

    Daniel cayó en una profunda depresión, yo no podía consolarlo si yo misma estaba inconsolable y lloraba a mares por la muerte de mi cuñada, además noté que mi hermano se contrariaba cuando veía mi vientre abultado, cuando Gloria nació yo tenía casi seis meses de embarazo. Me mudé para donde mis padres otra vez, estaban tan afectados por la muerte de su nuera que no dijeron nada cuando aparecí instalada nuevamente en la casa. Tampoco me reprochó la familia que dejara solo a Daniel en semejante trance, él hizo que todos comprendieran que prefería estar a solas con su hija, nos pidió que no lo visitáramos, nos dijo de la forma más suave que cuando él quisiera compañía la iba a buscar.

    El 24 de diciembre cenamos todos reunidos en casa de mis padres. El luto por Estela hacía que no hubiese un ambiente festivo, afortunadamente la bebé nos mantenía distraídos. Noté que a Daniel le sentó bien ver que todos se disputaban el turno para cargar a Gloria, todavía era muy pequeñita y menuda, apenas había dejado el hospital unos días atrás. A mí me daba horror sostenerla en brazos, todos hicieron mofa de mi cobardía estando a escasos meses de ser madre, la del tono más sarcástico era Crisanta, la esposa de mi hermano Edmundo, que se vanagloriaba de lo muy sacrificada y amorosa madre que era ella, proclamándolo a los cuatro vientos, repitiendo hasta el cansancio que una madre lo deja todo y lo sacrifica todo por sus hijos. Se complacía contando con lujo de detalles las veces que sus hijos se habían enfermado, de las carreras con ellos al hospital a la medianoche, de las largas madrugadas velando junto a su cama… bueno, ya conoces a tu tía, su aspecto físico ha cambiado un poco con los años, pero aparte de eso sigue siendo la misma.

    La verdad es que tenían razón, me sentía perdida. Yo no tenía idea de cómo iba a hacerme cargo de una niña, todos los días me preguntaba qué debía hacer, ni siquiera sabía ganarme la vida y mis padres lejos de apoyarme, parecía que olvidaban a cada rato que hacía media hora ya me habían reprochado mi estado.

    Días después, casi en el mismo momento que yo comencé a sentir los dolores del parto, tu tío Daniel estando solo con la bebé en su casa, hizo un enorme acopio de valor y se dirigió a la canasta donde había visto el bordado de su mujer por el cual supo accidentalmente el nombre que ella había elegido para su hija. Tomó la tela y la desdobló lentamente, era un magnífico paisaje navideño, casi terminado. En primer plano se veía a la Sagrada Familia, el Niño Dios dormido en el pesebre bordado con varios tonos de colores pajizos, la Virgen con su manto color cielo, San José con su cayado, ovejas, la mula y el buey, unos pastores en actitud de adoración, más allá, a lo lejos las siluetas de los tres reyes magos en sus camellos, arriba una estrella fulguraba sobre el paisaje, y coronando la obra con letras góticas el consabido himno: GLORIA A DIOS EN EL CIELO…

    Daniel sintió que un balde de agua fría le caía encima. Se dirigió al baúl donde su mujer guardaba las cositas que le había hecho a la hija que no pudo conocer, con manos temblorosas lo abrió y estuvo a punto de desmayarse. Cuando pudo reaccionar llamó a casa de mis padres para hablar conmigo y le dijeron que ya íbamos saliendo para el hospital.

    Recuerdo el dolor, el miedo, la camilla en que me pusieron, y a mi hermano Daniel pidiéndoles a todos que me dejaran un momento a solas con él, luego suplicándome con los ojos muy abiertos, implorando que le pusiera a mi hija el nombre que Estela había escogido para la suya, que por un equívoco Gloria se llamaba Gloria, que después me explicaba todo, que era capaz de hacer lo que yo le pidiera a cambio de ese favor. La familia probablemente atribuyó el extraño comportamiento de Daniel a la pérdida que hacía poco había sufrido en ese mismo escenario, porque nunca preguntaron qué fue lo que habló a solas conmigo.

    Irene significa paz.

    II

    Mis padres siempre se preocuparon por que tuviéramos alimento, vestido, estudio, y un techo sobre la cabeza. Pero por sobre todas las cosas, les importaba el qué dirán. Mi madre se sentía muy cumplidora de sus deberes dándonos largos discursos sobre el honor de la familia y cómo había que mantenerlo, a la familia no se le hace estoa la familia no se le hace aquello. Mi padre, menos inclinado a la retórica, asentía con enérgicos movimientos de cabeza durante los puntos sobresalientes del discurso de mi madre. Si alguna muchacha del barrio quedaba embarazada estando soltera, o se corría el rumor de alguna infidelidad, se sabía que había material de sobra para uno de aquellos sermones que invariablemente terminaban con un suspiro seguido por el infaltable "en la familia nunca se ha visto

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