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Ádelfa y Ángora: una divertida aventura
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Ádelfa y Ángora: una divertida aventura
Libro electrónico258 páginas4 horas

Ádelfa y Ángora: una divertida aventura

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Información de este libro electrónico

La búsqueda de dos hermanas gemelas por aventuras, el amor, la felicidad y sobre todo por la riqueza.

Ádelfa y Ángora son dos chicas guapas y modernas del año 1921. Llegan a Málaga para visitar sus tíos que viven en la Mansión Pedrobalejo, cerca del pueblo La Pala. Descubren que sus tíos han desaparecido, pero, como son chicas listas e inteligentes, se adaptan a la situación y las condiciones difíciles que forman parte de la vida de dos damas en Andalucía. Ángora es escritora y se ve obligada a revelar a sus lectores atentos hasta sus secretos íntimos... pues... los secretos íntimos de los demás, por supuesto, porque una dama nunca releva sus secretos.

Esta novela, recién encontrada y editada, nos provoca curiosidad cuando las hermanas se enteran que hay un tesoro escondido, por eso es una novela de poca cualidad, porque la curiosidad es una cualidad mala, Ádelfa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ago 2018
ISBN9789492389060
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    Ádelfa y Ángora - Harrie M. Potter

    Ádelfa y Ángora

    Una divertida aventura.

    Por Harrie M. Potter y Paco 2G

    Para mis padres, y para vuestros nietos.

    El precio de este libro es € 2,50. Lo puedes pagar a alguien que vive en la calle.

    La Pala, 1 de septiembre de 2018

    ISBN: 978-94-92389-06-0

    Editorial: Editorial Perdido

    Contacto: ronaldo7.rs7@gmail.com

    Derecho de autor: © 2012 por Harrie M. Potter

    Diseño carátula: © 2018 por Ronaldo Siète

    Gracias: Aroa, María-Victoria, Patricia y Miguel.

    Muchas gracias: Nati.

    Muchísimas gracias y dos besos muy grandes: María (tía María) Linde.

    Este libro (archivo de libro) y sus textos puedes leer, usar, imprimir, guardar, copiar, compartir y esparcir, gratis y sin permiso del autor o de la editorial. En el fondo puedes hacer todo lo que quieras con ellos, excepto ganar dinero, porque esto forma parte del derecho de autor.

    Este libro es una obra de ficción. Los caracteres o sucesos en el libro no están basados en personas reales o eventos que hayan ocurrido de verdad.

    AVISO:

    ¡LA LECTURA PERJUDICA GRAVEMENTE A LA IGNORANCIA!

    ¡Bum!

    Son las tantas y pico (pico de cigüeña) de la noche. Dos lunas llenas esparcen sus luces sobre la ciudad.

    ¿Dónde estamos? pregunta Ádelfa, dando tres vueltas al volante del coche.

    Estamos en la calle Marqués de Larios en dirección a la Alameda., respondo.

    Miro en la botella por si quedan gotas escondidas en el interior: La calle Larios es la calle principal de Málaga. Comienza en la plaza de la Concordia, que tiene una fuente monumental del siglo XIV, la fuente de las Tres Hermanas.

    ¡Bum!

    "Tenía una fuente monumental.", añado con certeza, cuando el ruido se ha extinguido. El coche, un Porsche descapotable, se ha lanzado al aire hasta encontrar la fuente de las tres hermanas como su pista de aterrizaje. Las tres hermanas se han inclinado por el impacto, pero el gran perdedor de la confrontación ha sido el coche.

    Ádelfa, hermana mía, te quiero más que un italiano quiere a su madre, pero ¿era tan difícil elegir izquierda o derecha?

    Izquierda… Derecha… Tanto hablar de política me confunde cuando estoy conduciendo… ¿Por qué la gente tiene que elegir entre izquierda y derecha cuando solo queremos ir hacia delante? Mi hermana me mira y suspira profundamente: La próxima vez puedes conducir tú.

    Sabes perfectamente que estoy tan borracha que no puedo ni andar.

    Yo bebí tanto como tú y tampoco puedo andar. Por eso hemos ido en coche.

    Pues, mejor que intentemos andar, porque en poco tiempo va a aparecer la policía para investigar lo que ha pasado.

    La gran ventaja de un coche descapotable es que, en caso de accidente, es más seguro, porque se puede salir sin problemas. Ádelfa abre la puerta, saca sus dos piernas fuera y sale del coche, que no es algo muy inteligente cuando el coche está casi vertical contra los restos de una fuente, así que se cae unos tres metros para abajo. Pero mi hermana siempre tiene suerte y el agua de la fuente evita que se rompa algo más que el tacón de su sandalia italiana. Yo siempre he sido la más elegante de las dos. Me quito los zapatos, pongo cada uno debajo de una de las bandas elásticas de mi sujetador para tener mis manos libres y mis pies por lo menos el 50% más estables. Me giro y me bajo por el banco hacia atrás, deslizándome por el maletero hasta el suelo, donde puedo arreglarme el pelo y ponerme los zapatos.

    Cuando estés harta de vestirte como una sirena… ¿Habrás pensado en qué dirección debemos ir?

    ¿Adónde?

    Ada, luz de mis ojos, ¿has tragado agua mientras practicabas tu natación artística? Sabía que beber agua era peligroso. Te paraliza las neuronas y comienzas a decir tonterías. Desde ahora solo me voy a quitar la sed con champán, en otra cosa no confío. El plan era, mi querida hermana, mudarnos a la Mansión Pedrobalejo, cerca del pueblo de La Pala, que se encuentra en la costa a unos kilómetros al este de Málaga. Y por azar estamos ahora mismo en el centro de Málaga, lo que me hace deducir que la manera más eficaz será encontrar la costa y movernos al este. Si no me equivoco, veo ahí la torre que está al lado del puerto.

    El faro.

    Si lo sabes todo mejor, escríbemelo en una carta, por favor, para la próxima vez que nos estrellemos contra una fuente. Ahora coge tu bolso. Tenemos un destino, una dirección y mucha prisa.

    Ádelfa pesca su bolso del agua, tira su zapato roto en la fuente, coge mi mano y juntas salimos hacia la noche.

    Tengo la sensación de que hoy, día 8 de enero del año 1921, va a ser el principio de algo importante, algo fascinante, de una aventura a punto de comenzar, aunque todavía no sé cómo. Tengo un presentimiento. Un diario será útil. Recordar será necesario. Estamos en un momento clave. Entramos en un mundo nuevo, lleno de secretos por descubrir, retos por cumplir, gente por conocer y platos de comida por probar. School's out forever [la escuela se acabó para siempre] y la vida comienza ahora, por fin. Tengo ganas, ilusión, curiosidad. Lo quiero todo: amor y amistades, fiestas y comidas de siete platos, éxito, fama, riqueza y muchos lectores. Tengo derecho a quererlo todo, después de dieciocho años de estudiar y sufrir.

    Desde el puerto seguimos la carretera y los raíles del tranvía hacia el este. Según las señales de tráfico son unos quince kilómetros hasta La Pala, y andando, lo que me deja suficiente tiempo para explicarte, querido lector, como nos encontramos en esta situación.

    Yo soy Ángora Flórez de Alba, y esta tía torpe que está a mi lado es Ádelfa, mi hermana gemela. Nacimos en el norte, el día 1 de enero del año 1900, y somos las únicas hijas de Don Alfredo Flórez y Doña María-Galleta de Alba. Apenas hemos conocido a nuestros padres. Cuando teníamos pocos años, nuestros padres se fueron de viaje, a un safari en el sur de África, y nunca volvieron.

    Desde entonces nos cuidaba Don Alejandro, el notario y buen amigo de mis padres, usando la pequeña fortuna de la familia para arreglar nuestra educación y escuela hasta nuestro vigésimo primer cumpleaños, hace una semana. Nos dio tres regalos. Primero: una carpeta con todos los diplomas que adquirimos. Después de la escuela y el colegio estudié Letras para convertirme en la escritora más famosa del país. Mi hermana estudió Arte, Música, Baile, Teatro y Danza, porque su sueño solo era ser famosa, nada especial. El segundo regalo fue el contenido de la caja fuerte en la que guardaba la fortuna de la familia: nada, porque la educación de dos niñas cuesta una pequeña fortuna y no quedaba nada más. Y el tercer y último regalo era una carta, dirigida a mis padres que nunca la podrían leer.

    La carta era del hermano menor de mi padre, Don Pepe Flórez del Campo, y su esposa, Doña María Cabra del Monte. Era una invitación para visitarles en su casa, la Mansión Pedrobalejo, cerca del pueblo de La Pala. Imagínate, dos chicas jóvenes, listas y sobre todo guapas, con toda la vida por delante, pero sin un plan. ¿Qué podíamos hacer? Pues, decidimos presentarnos a nuestros tíos de Andalucía, para conocerlos y para saber si su Mansión Pedrobalejo era tan grande como parecìa. Don Alejandro nos prestó su coche, un deportivo descapotable con el depósito lleno, un poco de dinero de su propio bolsillo y un mapa. Nos dimos unos fuertes abrazos y nos fuimos, al sur y todo hacia delante.

    Cuando llegamos a Málaga ya era tarde. Decidimos buscar un hotel para pasar la noche y buscar la mansión al día siguiente. Eso también nos dio la oportunidad de explorar esta encantadora ciudad por la calidad y cantidad de carne masculina. No es que nos gusten los hombres tanto, pero a una hora en que todas las tiendas están cerradas tienes que hacer algo para divertirte, y la verdad es que… El problema no era que no había hombres. El problema era que todos eran muy feos y olían a pescado. El problema más grande era que no estaban acostumbrados a estar en compañía de unas diosas como mi hermana y yo, de modo que nos invitaron a unas copitas y unos vinitos. Con el calor del sur no dejamos de tener sed. Ahora entenderás como nos encontramos en esta fuente y unas horas después en una pequeña estación de tranvía, a quinientos metros del puerto de Málaga.

    Ana, yo no puedo más. Tengo que sentarme, tengo que descansar, dormir un rato… o beber otra botella de este vino dulce.

    Ada, mi alma, sabes que te quiero más que a mis propios ojos, pero no vas a dormir aquí, porque roncas más que una ballena y me vas a tener despierta toda la noche. Mejor duermo yo mientras tú buscas un plan de transporte.

    Pues, estamos en una estación de tranvía, que va desde Málaga al este. Me parece que pasará cerca de la mansión de los tíos y solo hace falta esperar hasta que venga. El único problema es que no tenemos dinero para el viaje.

    No te preocupes por el dinero. Cuando estés con tu lista hermana, yo me ocuparé de todo. Pero, primero, gírate un poco para que pueda apoyarme contra tu espalda y la pared mientras cierro los ojos un ratito para poder pensar mejor.

    Y así, dormimos el sueño de los inocentes hasta que la campana del primer tranvía nos despertó. El conductor nos miraba como si nunca hubiera visto a unas mujeres esperando el tranvía y su estado de sorpresa nos dio tiempo suficiente para levantarnos, estirarnos, bostezar en abundancia y entrar en el tren por la puerta abierta.

    Buenos días, señor. Ayer hicimos el último viaje y mi hermana se puso un poco mala por la velocidad, de modo que bajamos aquí para tomar algo de aire fresco, y ahora queremos seguir el viaje de nuevo., digo, mientras muestro brevemente dos billetes de ayer que había encontrado en la papelera de la estación.

    ¿Nos puede avisar cuando estemos cerca de la Mansión Pedrobalejo?, sonrío al barrigón del que va al volante, y añado …guapo… porque el conductor comienza a prepararse para darnos problemas. Mi sonrisa irresistible hace el resto, cambia su duda en esa confusión que causa una mujer atractiva en el sistema de un hombre.

    Pero… Esta señorita se ha puesto como una sopa… dice el conductor, mientras nos movemos para tomar asiento en la parte de atrás.

    ¿Usted nunca se baña por la mañana? Hay que probarlo, vale la pena y es mucho mejor para las narices de tus pasajeros.

    Para añadir algo más a mis palabras, esnifo un poco por todos lados con una cara de desaprobación y cuando noto que el conductor comienza a olerse el sobaco, empujo a mi hermana hasta atrás mientras digo: La Mansión Pedrobalejo, no lo olvides.

    Para mí, es la primera vez que me monto en un tranvía en Andalucía, y a primera vista parece igual que en otros países, excepto el texto que hay en la pared detrás del conductor. En un tranvía de Alemania dice: Está absolutamente prohibido hablar con el chófer. En un tranvía de Inglaterra dice: Por favor, se ruega no hablar con el chófer. En Andalucía dice: Por favor, puedes ser tan amable de no responder a todo lo que le dice el chófer. El chófer de este tranvía no dice nada más que los nombres de las estaciones donde paramos.

    El viaje no es muy largo y mi hermana no está tan mojada como para no poder sentarse a mi lado, de modo que disfrutamos de la belleza del sol que se asoma sobre el mar azul cielo y bajo el cielo azul marino, algo que nunca vimos antes porque la palabra madrugar no forma parte de nuestro vocabulario.

    Las playas están al oeste de la ciudad, pero a este lado la montaña tiene más prisa para entrar en el mar. La costa está formada por rocas y acantilados, intercaladas con algunas calas pequeñas de arena. Hay pocas casas, pero gran parte de ellas son grandes y lujosas, construidas a la altura de las colinas. El tranvía pasa por un túnel y el color de la piedra cambia de amarillo a un tono grisáceo y después a un tinte entre rojo y marrón. Cuando pasamos por un puente sobre un río seco vemos un pueblo blanco en el valle, a unos kilómetros de la costa. Estamos en enero, el mes en que florecen los almendros, que cambia el monte en un paraíso blanco y rosa. Andalucía no está mal, aunque no tenga las montañas verdes del norte, seguramente por falta de lluvia. La gente dice que en Andalucía solo llueve dos veces al año, una vez en otoño y otra vez en Semana Santa, pero en el norte también llueve solo dos veces al año: una vez tres meses y otra vez nueve meses. No creo que nos vaya a costar mucho adaptarnos.

    El tranvía para unos treinta minutos después y el conductor grita ¡Estación La Pala! ¡Pasajeras para Mansión Pedrobalejo se pueden bajar aquí!, mientras abre la puerta. Nos levantamos y bajamos del tranvía para enterarnos que estamos en una parada entre el quinto y el sexto pino. A la derecha se encuentran unas chozas de pescadores; enfrente el mar; detrás de nosotras, un montón de monte y a la izquierda una colina con un túnel debajo por donde va el tranvía, crujiendo como la bicicleta del cura de Bajoncillo.

    Delante de una de las casas encontramos a un hombre viejo, pequeño y gris.

    Buenos días, señor. ¿Dónde se encuentra la Mansión Pedrobalejo?, le pregunto. El abuelo no dice nada pero apunta con un dedo a la colina del túnel.

    ¿Arriba? El pescador muestra los tres dientes que le quedan con una mueca que puede ser su sonrisa y apunta otra vez hacia arriba. No hay alternativa, tenemos que andar, subir, sudar, sufrir y luchar contra la muerte por exhausto. Pero, vale la pena. Unos diez minutos después estamos delante del reto de nuestro viaje, Mansión Pedrobalejo.

    Mansión Pedrobalejo

    Al lado de la carretera hay un muro alto y largo por ambas partes hasta lo que podemos ver. En el centro hay una puerta enorme de madera oscura. La puerta es maciza y no hay forma de mirar al otro lado. Encima, a todo lo ancho de la puerta, hay una placa de cobre con el nombre ‘Mansión Pedrobalejo’ en letras de un metro de altura. En el centro de la puerta vemos un golpeador, una mano gigante de cobre, colgada por la muñeca, que se puede levantar y soltar. Ádelfa lo prueba una vez, haciendo un ruido tan impresionante que puede resucitar a un muerto, pero la resaca lo repite más veces en mi cabeza. Le pido a mi hermana que tenga algo de paciencia, porque piensa hacerlo otra vez a pesar de que nadie se asoma para abrir.

    Entiéndeme bien, hermana, te quiero más que a un armario lleno de zapatos, pero en este momento mi cabeza no soporta ni el sonido del descorche de una botella de champán. Primero necesitamos desayunar y después puedes golpear las puertas todo el tiempo que quieras. ¿Vale?

    Ádelfa quiere responder, pero olvida lo que quería decir cuando en este momento de silencio ambas notamos el sonido de pisadas, acercándose sobre un carril de chinos.

    Ada, mi hermana, ahora viene el momento de tu gloria. Todas tus clases de teatro, la enseñanza para ser actriz, profesión que tanto deseas, y especialmente el curso de interpretación dramática que seguiste el verano pasado, todo eso está a punto de dar frutos por primera vez. Ahí viene nuestro tío y si eres tan buena actriz como piensas, puedes convencerle de que invitarnos a su casa es lo mejor que puede hacer en su vida. Nuestras vidas dependen de tu arte, nuestro futuro depende de tu educación y si no lo haces rápido, voy a morir de hambre y sed por tu culpa.

    No te preocupes, hermana mía. El tío Pepe está a punto de celebrar el momento más feliz de su vida: el momento en que va a conocer a sus sobrinas que le quieren tanto, tanto, tanto…

    En este momento el sonido de los pasos se ha acercado lo suficiente para causar nuestro silencio total. Los pasos paran y oímos un sonido de metal deslizándose contra otro metal. Apenas respirando por la ansiedad y la tensión esperamos hasta que se abra la puerta gigante. Pero no se mueve la puerta, sino uno de los mosaicos de su superficie, que se gira hacia atrás, y por esa pequeña puerta se asoma una persona delgada, alta y seria.

    Ádelfa no espera para saltar encima del hombre, intentando estrangularlo con sus brazos rodeando su cuello y, al mismo tiempo, ahogándolo con besos en la cara mientras grita: Tío, mi querido tío, ¡cómo me alegro de verte! Somos tus sobrinas Ángora y Ádelfa, las hijas de tu hermano Alfredo. ¡Qué alegría! No te lo puedes imaginar cuánto te hemos echado de menos.

    El pobre hombre logra no caerse tras este feroz ataque y se recupera de la sorpresa, rápido y eficazmente, cogiéndola con las dos manos por la cintura y poniéndola con los pies en el suelo.

    ¿Las señoritas no se están equivocando?, pregunta.

    Yo tengo una vista mejor sobre el escenario, pero también sin vista podía ver que este hombre no tiene ningún aspecto que haga pensar que sea nuestro tío, el hermano de nuestro padre. Aunque solo teníamos cinco añitos cuando nuestros padres murieron durante un safari en África, teníamos varias fotos de ellos y el hombre de esas fotos es tan distinto al hombre que abrió la puerta, que es imposible que este sea familia de nuestro padre. Y si esto no fuera suficiente: ese tipo está vestido como un criado, un dependiente, un humilde sirviente. Su pantalón negro, su chaleco con rayas verticales, zapatos negros sencillos, ni joyas, ni reloj, ni otro signo de riqueza que tendría que tener el dueño de una antigua mansión. Está claro que mi hermana se ha equivocado y, como siempre, solo quedo yo para salvar el día.

    Buenos días. Yo soy Doña Ángora y esa señorita es mi hermana Doña Ádelfa. Somos las hijas de Don Alfredo Flórez de Campo, el hermano de tu maestro Don José Flórez de Campo. ¿Puede usted ser tan amable de presentarnos a su jefe?

    ¿No os han informado que Don José y su esposa están de viaje?

    No, no nos ha informado de este detalle insignificante. Pero no importa, tenemos aquí una invitación, personalmente escrita por Don José, en la que nos invita a pasar un tiempo en su mansión y no nos molestaría si tenemos que esperar hasta que vuelvan. Será una sorpresa para ellos encontrarnos aquí, ¿no?

    Le entrego la carta de tío Pepe. El hombre saca unas gafas de su bolsillo, se las pone en la nariz y comienza a leer. Después de terminar la carta mira la parte de atrás del papel (donde no había nada escrito, pero hay que verlo primero para saberlo), tarda otro buen rato en leer la carta otra vez, la pliega solemnemente y me la devuelve mientras dice: ¿Ustedes quieren ser tan amables de seguirme?

    Ádelfa me hace un exagerado guiño, acompañado de una fina sonrisa que quiere decir algo como: Mira que bien lo he arreglado todo, pero no respondo al gesto y sigo al mayordomo hacia dentro.

    Por fin, al otro lado de la puerta, podemos ver el destino de nuestro viaje. La Mansión Pedrobalejo no solo es una casa grande, sino un palacio. Me gustaría describirlo a los atentos lectores, pero espero que estos entiendan que sin desayunar no puedo hacer esfuerzos, por prescripción médic, por eso lo voy a hacer más tarde. Por el momento, basta saber que el último obstáculo entre nosotras y la salvación es el camino de entrada de unos ochenta metros. La pobre Ádelfa anda descalza desde su clase de natación en la fuente donde rompió el tacón de un zapato y perdió el otro. No tenía problemas con el suelo de la carretera pero en este camino de chinos blancos da un grito a cada paso, intentando seguir el paso firme del mayordomo.

    Intento entablar un poco de conversación con el mayordomo, aunque no es fácil.

    Nos vamos a alojar aquí unos cuantos días, por lo menos hasta que vuelvan nuestros tíos. No será una molestia, ¿verdad?

    ¿Las señoritas no tienen equipaje?

    Nos traerán las maletas cuando nos hayamos instalado, como servicio turístico. ¿Usted se llama Sandalio?

    ¿Cómo lo sabes?

    Usted es de Galicia, ¿no?

    ¿Por qué quieres saberlo?

    Dime, ¿es verdad que los gallegos responden cada pregunta con otra pregunta?

    ¿Quién te ha contado eso?

    Vale, no tengo nada en contra de los gallegos, ni de los mayordomos, pero esta combinación de mayordomo y gallego es más de lo que una señorita joven y guapa puede soportar al final de un viaje tan agotador. Me callo hasta que llegamos a la terraza que hay delante de la mansión. Decido cambiar mi táctica con Sandalio, primero, porque nos trata de una forma muy borde y segundo, porque tiene que acostumbrarse a vernos aquí un buen rato más; mejor que lo aprenda rápido.

    También tengo que acostumbrarme a hablar en plan ‘tu-y-ti’ y olvidar todas mis clases sobre los ustedes. Estamos en Andalucía y

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