Adepto
Por Sirio Mirabal
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Aquella arma era capaz de lograr la evaporizacin del cuerpo humano, algo imposible de lograr en el campo cientfico. Las muertes, de acuerdo a su autopsia, eran inexplicables, constituyendo otro gran misterio.
A los del Servicio Britnico de Seguridad, el caso se le estaba escapando de las manos.
Las ltimas pistas apuntaban hacia el Tbet, Greenland, Australia y las Islas Canarias, donde esta congregacin estaba dejando sus huellas.
Un plan siniestro estaba a punto de estallar, amenazando la vida humana Y ya tena una fecha: el 2017.
Sirio Mirabal
Sirio Mirabal, nacido en Santo Domingo, sintió gran inclinación por la escritura desde la edad de los 8 años. Después de terminar sus estudios en el colegio, incursiona en el mundo gráfico trabajando para 2 editoriales de renombre como arte finalista y preprensa. Más tarde completa algunos estudios en el área de la publicidad y mercadeo y comienza a trabajar para agencias internacionales, como McCann-Erickson, Ogilvy y Young and Rubicam, desempeñando diferentes funciones. Podríamos definirlo como una persona “polifacética”, ya que tiene diplomados en diferentes campos como lo son: Mercadeo, Oratoria, Técnico Electrónico, Artes Gráficas, Técnico en computadoras, entre otras. Estudió creatividad en la famosa escuela Chavon afiliada a Parson school N.Y., y también fue profesor de diseño gráfico para la escuela Mac (afiliada a Apple), en Santo Domingo. Actualmente Sirio se dedica a realizar trabajos como Freeland en el área de diseño gráfico, a la escritura de ciencia ficción y es Inversionista del Mercado de Valores.
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Adepto - Sirio Mirabal
Copyright © 2011 por Sirio Mirabal.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011933282
ISBN Tapa Blanda 978-1-4633-0459-1
ISBN Libro Electrónico 978-1-4633-0458-4
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Diseño: Sirio Mirabal
Diagramación: Sirio Mirabal
Depósito legal: 1-614482726
Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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354661
Sirio Mirabal
ADEPTO
Contents
Agradecimientos
Y 4 años después
Agradecimientos
Ante todo, dando gracias a Dios, esa energía universal que lo mueve todo, por darme la vida.
A mi madre, Germania Mirabal, por servirme de canal en este paso por la vida.
Mientras corría por aquellos túneles, herido en el hombro izquierdo, todo ensangrentado, con apenas cinco balas en mi pistola y sin poder comunicarme con persona alguna, sentía que la salida que buscaba se alejaba más.
Sólo Howard sabía de mi presencia en aquel lugar y, lamentablemente, yacía muerto a pocos metros detrás de mí. Un rato antes había recibido su llamada, pidiéndome apoyo.
¡Diablos! Debió llamar a algunos colegas más, pues el lugar estaba lleno de matones; cuatro de ellos me seguían, mientras que no tenía idea de cuántos más había en el lugar. La herida que tenía no era profunda, pero sentía dolor, y la presión de quienes me perseguían sin respiro alguno. Estaba agitado y sentía mucho miedo; sólo tenía una opción, y pensaba en ella mientras corría sin rumbo entre los túneles: enfrentar y morir.
Me detuve un momento a pensar, ya como quiera era hombre muerto, y a mi mente vino Howard, en aquella conversación.
Pero... trasladémonos al lugar donde comenzaron los hechos.
Me encontraba en casa, fumando y tomando unos tragos; era media noche cuando recibí su llamada. Era un viejo colega, había resuelto algunos casos con él y llegué a tener un vínculo amoroso con su hermana. Por circunstancias de la vida, nos desconectamos el uno del otro. Hasta ahora.
—Estoy en algo importante, es acerca del caso Briston... Creo que he dado con el lugar, necesito que echemos un vistazo. Sólo
una persona estuvo aquí, y se marchó; el lugar está vacío; te necesito afuera, vigilando.
—¡Maldición, Howard, he tenido mucha presión y tengo casos pendientes!
—Esto será fácil y limpio... Recuerda, me debes una...
—No te debo nada, Howard, nunca debo nada.
—Cuando vengas aquí, te hago recordar.
—Iré allá fuera sólo porque quise mucho a tu hermana, que en paz descanse...
—No tenías que mencionarla, eso quedó atrás. ¿Cuento contigo?
—Dame la dirección. Me trasladé a aquel lugar con gran inconformidad. Una vez allí...
—Pensé que no vendrías...
—Ya hablamos de eso.
—Como te dije, es el caso Briston, ya sabes, los misteriosos secuestros. Sé que di con su guarida. Llevo meses tras una pista y sé que este es el lugar.
—Está bien, Howard, dame la radio y entra.
Mientras Howard penetraba al lugar, en busca de su pista final para cerrar el caso, yo fumaba un cigarro dentro del auto, para disipar mi mente. No recuerdo cuántos prendí esa noche, pero ya estaba aburrido, así que llamé por radio a Howard pero no contestó. Algo no andaba bien, me lo sospechaba. El arma que traía conmigo sólo tenia 5 balas, más que suficiente, si el lugar estaba vacio. Así que penetré al lugar. Era un viejo almacén, lleno de cajas por dondequiera. No había señales de Howard. Seguí caminando cuidadosamente, y en las varias ocasiones que intenté establecer comunicación, fue inútil.
¿Pero dónde podría estar? Recorrí todo el interior y sólo había cajas. No tenía idea de qué estaba pasando, así que salí del lugar y volví a donde dejamos los vehículos. El de Howard seguía allí.
Muchas cosas pasaron por mi mente. Decidí entrar de nuevo y echar otro vistazo. Después de una extensiva búsqueda, lo que me llegó a la cabeza fue el hecho de que había algún pasadizo secreto en este viejo almacén, y si era así, entonces Howard lo había encontrado.
Exploré todo el lugar una y otra vez. Me senté en el piso un momento, tratando de encontrar la lógica de esta extraña desaparición, y en ese momento, noté algo raro. A cierta distancia podía ver un objeto pequeño, de metal, así que decidí acercarme, pero cuando lo toqué, me di cuenta de que no significaba nada. Seguí observando y un rato después, por fin allí estaba la respuesta, a pocos pasos: un pasadizo hecho de forma perfecta, de manera que pasara desapercibido para cualquier ojo humano. Si Howard entró allí era porque esa puerta estaba abierta, ya que no encontraba la forma de abrirla. Estaba seguro que había algún interruptor en alguna parte.
Por lo menos ahora ya estaba más cerca, y las piezas empezaban a encajar. Quizás por eso la radio no estaba funcionando, debido al sótano donde se encontraba Howard. Después de una larga búsqueda, encontré el interruptor a pocos metros, y entonces, aquella entrada que estaba en el piso se hundió, dando lugar a una escalera.
Aquí comienza la pesadilla. El pasadizo llevaba a viejos túneles subterráneos; el lugar era perfecto para el crimen organizado. En el trayecto, después de haber recorrido una larga distancia, me encontré con un gran número de puertas, así que abrí una al azar, y allí estaba el cuerpo de alguien tirado en el piso. Había poca iluminación. Tomé mi arma y caminé cuidadosamente hasta acercarme. Había llegado tarde: era Howard. Había recibido un disparo letal en la cabeza.
En ese momento, escuché un ruido y acto seguido, recibí un disparo en mi hombro izquierdo. Salí corriendo y tras de mí, unos cuatro hombres vestidos de negro. A medida que corría, disparaba casi sin mirar hacia atrás, tratando de poner la mayor distancia entre mis perseguidores y yo. Fue inútil. Luego, hice mi última jugada y los enfrenté, no tenía elección. Me había quedado sin balas y me entregué. Mi último deseo era ver quién dirigía esta organización, así que les dije a esos rufianes que me llevaran con su jefe, que tenía información confidencial de interés.
No tenía ninguna información. Sólo intentaba prolongar mi vida un poco más, y ver al magnate. Fui recibido a golpes hasta quedar sin conocimiento. Cuando desperté, no sabía si estaba en su guarida o en otro lugar. Yo estaba arrodillado, con la cabeza medio levantada, mientras un matón me sostenía por el cuello de la camisa. Podía escuchar un murmullo de personas acercándose.
Cuando levanté la mirada y vi quiénes estaban allí, pude inmediatamente reconocer a Freddy Postino, un matón de la mafia italiana radicado aquí, en Londres, con grandes influencias; un intocable.
En Italia, Freddy se dedicaba a secuestrar personas, identificadas por medio de fotografías suministradas por sus clientes. Una vez capturados los infelices, eran asesinados cruelmente por un verdugo, al placer del cliente. Todo el proceso de tortura era visto por ellos, lo cual los excitaba en extremo. Definitivamente, era una especie de club de degenerados mentales hundidos en la morbosidad.
Era obvio que a eso se dedicaba aquí, en Londres, pero ya había sido acusado en su país, donde quedó en libertad por falta de evidencias.
Cuando Freddy me vio, me reconoció inmediatamente.
—Sorpresa el tenerlo por acá, detective Buxton...
—El mundo está lleno de ellas.
—¿Qué información tiene para mí, que puede ser tan valiosa?
—Sólo quería decirte que eres un pedazo de mierda.
—¡Elimínenlo y denle de comer a las ratas!
En ese momento, cerré mis ojos y alcé mi cabeza, haciendo gala de gran valor. El fin había llegado, no tenía tiempo ni de recordar mis grandes hazañas. Saqué mi última sonrisa, para morir con ella. En cualquier momento escucharía los tiros de aquellos canallas que me tenían rodeado.
Todo sucedió en fracciones de segundo. Sólo sentí que salí volando, como si el alma se hubiera desprendido de mi cuerpo, y un rato después, allí estaba, tirado en medio de escombros, aún respirando, aún con vida.
Pero, ¿qué diablos había sucedido? Una gran explosión había destrozado parte de la guarida. Lo único que me llegó a la mente fue la llegada de la policía a la zona, pero no tenía sentido.
Me levanté despacio, lleno de polvo. Aquellos rufianes estaban muertos o aturdidos, en el suelo. Me deslicé por entre los escombros, con la intención de salir del lugar y ver qué sucedió realmente. Las respuestas llegaron en pocos minutos: a unos metros había una gigantesca roca, y el lugar estaba lleno de humo; si mis cálculos eran correctos, se trataba de un meteorito.
¡Diablos!
, exclamé, riéndome, con el cuerpo adolorido. Me reí un buen rato. Qué suerte tengo, hoy no era mi día de morir
. Caminé hasta mi carro y llamé a la policía metropolitana.
Un rato más tarde, Freddy Postino fue arrestado. El engendro logró salir con vida de aquel lugar, al igual que yo, pero no corrió con mucha suerte, ya que perdió su pierna derecha.
La caída de aquel extraño meteoro y la captura del alto líder de la mafia italiana fueron los encabezados en todos los medios de comunicación. Este fue un caso que nunca fue mío, pero me homenajearon y, a pesar de todo, yo se lo agradecía, muy dentro de mí, a Howard, que en paz descanse. Y es que el destino es así. Aquella llamada, francamente, me benefició, pues poco a poco, fui siendo tomado en consideración. Cuando un caso era un misterio sin resolver, yo lo tomaba, y a medida que daba con la solución, mi reputación iba creciendo. Podría decirse que me hice imprescindible para la policía y las autoridades londinenses.
Y
4 años después...
Las calles de Londres ya no eran seguras, y sus pobladores, en su mayoría jóvenes, prácticamente no asistían ya a bares o sitios de diversión, por temor de no llegar vivos a sus hogares, debido a un asesino en serie. Sus estrategias eran muy complejas e inteligentes y no tenía una preferencia por sus víctimas. Asesinaba en diferentes puntos, y vivía moviéndose en los barrios londinenses de forma aleatoria.
Llevo varios años de mi vida viviendo en Londres, y parte de mi familia también. Soy americano, de madre latina y padre newyorkino. A los 19 de edad me vine a Londres y terminé mis estudios aquí. Quizás debí haberme quedado en mi país. Después de todo, NY sigue siendo la capital del mundo...
La historia que les voy a contar es bastante extraña. En los 9 años que llevo como detective, nunca había experimentado nada igual, y la verdad, no sé por dónde comenzar. Pero, por algún lado debo hacerlo, así que trasladémonos a finales de 2010, que es donde el dolor comienza.
Yo había sido contratado por el Servicio Británico de Seguridad. Podría decirse que la responsabilidad de devolver la tranquilidad al país estaba, en parte, en mis manos. Para aquel entonces, el asesino ya había cobrado nueve víctimas y habían transcurrido casi seis meses sin que encontráramos siquiera una pista.
Al séptimo mes de estar en el caso, se halló otro cadáver en los alrededores de The Guards Museum. Fui inmediatamente al lugar de los hechos, pero el asesino no dejó nada que me condujera hacia él. Otro gran misterio eran las similitudes de todas estas muertes, ya que, de acuerdo a las autopsias, ninguno de los cadáveres tenía heridas, indicios de violación o huella de agresión de su asesino. Se sospechaba que éste había suministrado alguna sustancia a sus víctimas, provocando sus muertes sin dejar rastro, pero ésta, junto con otras teorías que se discutían en los laboratorios forenses no tenía asidero científico alguno.
Los expertos descartaron las posibilidades de envenenamiento con cianuro de mercurio, así que el asesino debió haber utilizado una sustancia que era totalmente desconocida en el campo de la criminalística. Yo tenía informadores en las calles, en hoteles, restaurantes, bares, casinos, y aún nada; parecía que estaba persiguiendo un fantasma.
Al parecer, el desgraciado era un genio. Me sentía angustiado. Cada día era como una pesadilla, ya que en los años que llevaba de servicio, nunca se me había escapado un criminal. Las presiones que recibía eran muy fuertes, tanto de la prensa como de las autoridades londinenses; todos conocían mi reputación, pero sentía que ésta se estaba perdiendo.
Habían pasado 8 meses y todavía nada.
Recuerdo ese viernes del noveno mes en que recibí la peor llamada de mi vida. Me informaron que habían encontrado el cadáver de una joven en Russell Square Garden. Estaba casualmente cerca de allí así que en seguida, tomé la calle Guilford hasta llegar donde se encontraba el cuerpo. El lugar estaba lleno de policías metropolitanos y algunos agentes del Servicio Británico de Seguridad. Cuando me acerqué, lo que vi fue espantoso: la víctima era Elizabeth Purie, de 17 años, nada más y nada menos que mi propia sobrina.
Caí al suelo, y nunca había experimentado tanto dolor; mi mente y mis sentidos estaban llenos de ira, pero me sentía impotente por no saber a quién vaciarle las balas que portaba en mi arma. Perdí la noción del tiempo y de las personas que me rodeaban. Volví en mí cuando un colega puso su mano en mi hombro, pronunciando unas palabras que no entendí, y fue entonces cuando