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Mayo del 68: la revolución de la revolución: Contribución a la historia del movimiento revolucionario del 3 de mayo al 16 de junio de 1968
Mayo del 68: la revolución de la revolución: Contribución a la historia del movimiento revolucionario del 3 de mayo al 16 de junio de 1968
Mayo del 68: la revolución de la revolución: Contribución a la historia del movimiento revolucionario del 3 de mayo al 16 de junio de 1968
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Mayo del 68: la revolución de la revolución: Contribución a la historia del movimiento revolucionario del 3 de mayo al 16 de junio de 1968

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Mayo del 68: quizá por primera vez en la historia se manifiesta una fuerza revolucionaria creada por la abundancia y no por la penuria, una fuerza que no quiere morir por la revolución, sino vivir gracias a ella, que quiere cambiar el mundo y la vida, pero rechaza tomar el poder para hacerlo.
La novedad radical de esta motivación revolucionaria engendra una estrategia insólita e imprevista, que cuestiona tanto las estructuras asfixiantes del capitalismo como las del bloque comunista. Una estrategia que no razona en términos de poder y de tener, de espacio y de cantidad, de mediación y organización, sino de no-poder y de ser, de tiempo y de calidad, de aquí y ahora y autoorganización.
Mayo del 68 fue la revolución de la revolución. El acontecimiento no encaja en ningún esquema teórico conocido y, a partir de él, todos entraron en cuestión.
¿Cómo se encarnó esa novedad, en qué clase de palabras, de gestos, de hechos, de alianzas, de sujetos, de lugares, de dispositivos organizativos? Jacques Baynac, participante él mismo desde el primer minuto en los sucesos de Mayo, escribe en este libro su historia, toda la historia, y traza desde dentro el relato completo de los acontecimientos.
Manifestaciones y barricadas. Facultades y fábricas ocupadas. La realidad cotidiana de la autogestión. "Campesinos rojos", militantes, trabajadores, estudiantes. Octavillas, Comités de Acción, esquiroles, barrios movilizados, viajes a provincias y al extranjero. Es difícil encontrar otro libro sobre Mayo del 68 donde se muestre, con semejante precisión y emoción, la historia y la materialidad misma del movimiento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jul 2018
ISBN9788491141815
Mayo del 68: la revolución de la revolución: Contribución a la historia del movimiento revolucionario del 3 de mayo al 16 de junio de 1968

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    Mayo del 68 - Jacques Baynac

    PRIMERA PARTE

    EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

    «En Francia, el pequeñoburgués hace lo que normalmente debiera hacer el burgués industrial; el obrero hace lo que normalmente debiera ser la misión del pequeñoburgués; y la misión del obrero, ¿quién la cumple? Nadie. Las tareas del obrero no se cumplen en Francia: solo se proclaman»¹

    Lucha de clases en Francia

    Karl Marx

    EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

    1. LA PRIMAVERA DE PARÍS

    Un delicioso sol de primavera ilumina la montaña de Santa Genoveva (Montagne Sainte-Geneviève). Fresco como un vino peleón recién sacado del tonel, un viento corre por las calles estrechas que bajan al Sena desde la plaza de la Contrescarpe pasando por la plaza de la Sorbona. Se está tan a gusto que casi es posible olvidar las deyecciones de la armada automovilística que sofocan la ciudad. En las terrazas de los bares, las estudiantes exhiben sus espaldas, paliduchas aún después de un invierno triste. Un puñado de melenudos ahorran sus Gauloises y alargan sus cafés. La guerra de Argelia terminó hace seis años. El mundo es tan gris como Le Monde. Vamos tirando en una libertad insípida. Nos ahogamos pero no nos atrevemos a decírnoslo. E ignoramos que en ningún sitio se respira tan bien como en una nube de gas lacrimógeno.

    Al mediodía, ni el Estado ni la Revolución pueden imaginar que de tanta pasividad va a brotar tanta pasión.

    El primero, encarnado desde hace diez años en el general de Gaulle, goza de una legitimidad tan unánimemente admitida en el fondo, de una voluntad tan aparentemente inquebrantable siempre, de un poder tan formidable, que parece invencible.

    La segunda no tiene rostro, ni pasado, ni tropa, ni plan, ni fuerza, ni armas.

    O eso se cree...

    2. EL ELÍSEO

    «Entre tantos países sacudidos por tantas convulsiones, nuestro país continuará siendo un ejemplo de eficacia en la dirección de sus asuntos», declaró el jefe de Estado el 31 de diciembre de 1967, en su alocución navideña a la nación.

    Cuatro meses después nada invalida sus palabras.

    Francia está más fuerte que nunca. Su crédito político y económico es gigantesco. Un stock de oro de veinticinco mil millones de francos duerme en los cofres de la Banca de Francia. La situación se aprovecha para poner zancadillas al dólar. Incluso algunos cambistas solo lo compran a regañadientes.

    Respecto a la situación interna, todo indica que se alcanzará el 7 por 100 de crecimiento previsto en el Plan. Gracias a ello y a la débil inflación registrada en el primer trimestre –del orden del 0,1 por 100 mensual²–, cabe esperar que el descenso del desempleo, que había aumentado en un 25 por 100 respecto al año anterior por una pequeña recesión, seguirá la tendencia que ya ha hecho descender el número de demandantes de empleo de 271.722 personas en enero a 250.585 en abril. Además, todo lleva a pensar que la continuidad de la expansión pondrá fin a los conflictos laborales, así mismo en clara progresión respecto a los años anteriores. Mientras tanto, algunas medidas sociales y políticas hábiles se aplicarán a modo de bálsamo sobre las heridas.

    El primero de mayo, la Prefectura de Policía no prohíbe, por primera vez desde 1953, una marcha que, desde la plaza de la República a la Bastilla, permite a los explotados celebrar su opresión. Maurice Grimaud, prefecto de Policía y hombre de confianza, cuya carrera al servicio del Estado debe mucho a François Mitterrand, solo «desaconseja formalmente»³ la manifestación. Su magnanimidad se ve recompensada. En ausencia de la CFDT⁴, la procesión es un éxito. A modo de cántico, se entona «Pompidou navigue sur nos sous»[Pompidou navega sobre nuestras perras]» al son de Il était un petit navire⁵. Reina un ambiente de niños formales y el desahogo de la gente discurre bajo control⁶. Único incidente: un pequeño grupo de anarquistas y de «izquierdistas» es expulsado de forma brutal de las filas proletarias al grito de «¡Los hijos de papá que se pongan a currar!». Maurice Grimaud acaba de arrancar una buena victoria. La encargada del «trabajo sucio» ha sido la CGT. Los «izquierdistas» quedan aislados.

    Al día siguiente se reúne la Asamblea Nacional. Un proyecto de ley que generaliza la cuarta semana de vacaciones retribuidas para los asalariados es adoptado por unanimidad. La gran sombra de 1936 pasa como un ángel y, sin duda, cada representante del Pueblo se dice a sí mismo que acaba de hacer una buena acción. Sus electores se acordarán en 1972. Aún queda tiempo para los próximos comicios pero nunca es demasiado pronto para pensar en ellos.

    En lo que atañe a la política internacional, este 3 de mayo el general De Gaulle tiene todas las razones para estar igualmente satisfecho de una intendencia que se le supone despreciar. Suposición errónea ya que se ocupa de ella haciendo política de alto nivel. Prueba de ello es la firma, ese mismo día en París, de un acuerdo con la URSS, donde se venderán dos millones de pares de zapatos durante los cinco meses siguientes. Le Canard Enchaîné se atreve a reírse sarcásticamente diciendo que los «godillots»⁷ del General se venderán en Moscú, aunque este no es el peor sarcasmo encajado por De Gaulle.

    Sin embargo, el presidente es casi el único en estar al tanto de la gran noticia del día. En unas pocas horas se anunciará oficialmente que París ha sido elegida sede de las negociaciones entre estadounidenses y vietnamitas. El prestigio, la grandeza de Francia serán realzados y la habilidad de su política internacional felizmente sancionada. Miles de periodistas afluirán del mundo entero a la capital gaullista. Conviene actuar de forma que esta gente no tenga oportunidad de atisbar ninguna sombra oscurecedora de tan idílico paisaje. Así, pues, el Primero de Mayo, durante la tradicional entrega del muguete al presidente por parte de los «Forts des Halles»⁸, el general susurró a su Ministro de Interior Christian Fouchet: «Es preciso acabar con esos incidentes de Nanterre»⁹.

    ¿Pero cómo acabar con un puñado de enragés que están sembrando desde hace varios días un fol ón creciente en un campus desolado? Los días 29 y 30 de marzo ya hubo que cerrar la universidad. Y parece que ahora es necesario volver a hacerlo, pese a las órdenes del jefe de Estado. Ayer por la tarde, el decano Pierre Grappin, hombre, no obstante, de izquierdas, no tuvo más remedio que decidir nuevamente el cierre desde la misma mañana del 3 de mayo. «La libertad de expresión y la libertad de trabajo están siendo constantemente pisoteadas», escribe en un comunicado cuyo único resultado práctico es impedir cualquier expresión y todo trabajo¹⁰. En cuanto a los enragés, estos serán llevados ante el Consejo de disciplina el siguiente lunes 6 de mayo. La ley se impondrá. Sin embargo, no está claro que el jefe de Estado se sienta, en su fuero interno, demasiado satisfecho. «Solo respeto a quienes se resisten a mí, pero no puedo soportarlos», declara un día¹¹.

    Menos escrúpulos parecen mostrar los hacedores de la opinión pública. Las amonestaciones y acusaciones llegan de todas partes. Lo más suave es Robert Escarpit que, en Le Monde, escribe: «No hay nada más conformista que el pseudo cabreo de un rompedor de cristales [...] A decir verdad, los jóvenes cabreados son los mejores mandarines del futuro».

    La ironía y el humor no son el fuerte del Partido Comunista. Esta mañana L’Humanité publica el artículo de un tal Georges Marchais, miembro de la secretaría del partido: «Por mucho que hagan, los pseudo revolucionarios de Nanterre no cambiarán nada de esta realidad histórica». La era de lo pseudo-pseudo acaba de inaugurarse a escala nacional. Pero otra pequeña frase del mismo autor hace alzarse instantáneamente contra los comunistas a todo el que la lee en los círculos estudiantiles y revolucionarios. «Pese a sus contradicciones, estos grupúsculos –algunas centenas de estudiantes– se han unido en lo que denominan el Movimiento 22 de Marzo de Nanterre encabezado por el anarquista alemán Cohn-Bendit». El autor denuncia igualmente al filósofo «alemán» Herbert Marcuse. Ya es bastante chocante que un nacionalismo tan intransigente proceda del portavoz de un partido, en principio, internacionalista. Pero este queda ya completamente fuera de lugar en boca de un hombre a quien, como ahora se sabe¹², ni tan siquiera se le pasó por la cabeza la idea de sustraerse, durante la última guerra, al trabajo forzado en la Alemania nazi, mientras decenas de miles de sus compatriotas así lo hacían. Pero para hacer justicia a Georges Marchais es preciso decir, sin embargo, que, de todos los políticos, él fue el único capaz de oler ese día el enorme peligro pues intuyó que la contestación en Nanterre de los principios fundamentales del juego político ponía en peligro tanto a la izquierda como la derecha.

    De Gaulle ya sabe que la política lo engloba todo. Al pensar en Nanterre, el General se dice seguramente a sí mismo que más que el problema universitario, lo que se está suscitando es todo el problema de la Cultura. Es inevitable relacionar los acontecimientos universitarios con la pequeña fronda que, en febrero, puso en efervescencia durante dos o tres días al mundo intelectual opuesto a la destitución de Henri Langlois, el director de la Cinemateca. Nunca conviene golpear a la intelligentsia: tiene demasiada memoria. De Gaulle vuelve a mascullar así la necesidad de reformar la Universidad¹³ y de acariciar a la Cultura en el sentido de su pelaje. Al no poder intervenir en ese momento en la primera sin que parezca una cesión a un puñado de futuros reformados, el General opta por demostrar a la Cultura que no la desprecia invitándola a comer en su palacio del Elíseo. Al salir del ágape oficial, el más eminente de los huéspedes del Presidente declara: «El General nos ha recibido en familia. Hemos charlado de todo¹⁴». Se trata de Fernandel.

    3. LA SORBONA

    Mientras tanto, ante una pobre asistencia que apenas representa el 0,4 por 100 de la población estudiantil parisina, en el patio de la Sorbona¹⁵ se celebra una concentración de protesta contra el cierre de Nanterre y de apoyo a los militantes de esa universidad llevados ante su Consejo (de disciplina). Cuatrocientos espectadores, casi la mitad procedentes de Nanterre, siguen, con la mirada apagada, a los líderes de los grupúsculos revolucionarios haciendo sus números habituales.

    «Bla, bla, bla, revolución mundial», declara Henri Weber. Habla en nombre de las Juventudes Comunistas Revolucionarias (JCR), organización fundada dos años antes y que este dirige junto a Alain Krivine. Ocultan su pertenencia a la sección francesa de la Cuarta Internacional, poderosa organización trotskista de menos de un centenar de miembros.

    «Bla, bla, bla, clase obrera», añade Bresson, líder, pese a su partícula nobiliaria, de una banda trotskista rival, aficionada al disfraz supuestamente proletario de la chupa de cuero y los modales ordinarios. Hoy actúa bajo uno de sus innumerables emblemas, el de la Federación de Estudiantes Revolucionarios (FER), apéndice estudiantil de la Organización Comunista Internacional (OCI).

    «Bla, bla, bla, sindicato, continúa un desconocido, un chico de buen ver, por cierto.

    –¿Quién es ese? –pregunta la chica que está a mi lado.

    –Nadie, Sauvageot...»

    Jacques Sauvageot tiene veinticinco años. Miembro del PSU, acaba de heredar, pese a su falta de experiencia, el primer puesto en la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF). Su presidente, Michel Perraud, había dimitido el 14 de abril –decisión por la que sigue felicitándose–. Su vicepresidente Sauvageot hace, por lo tanto, las veces de presidente en una organización en pleno proceso de descomposición. Mientras que en 1962, al final de la guerra de Argelia, el 60 por 100 de los trescientos mil estudiantes franceses tenía el carnet de este curioso sindicato siempre tentado a desempeñar algún papel político, en 1968 este solo representa ya al 7 por 100 del medio mil ón de alumnos de la enseñanza superior. A esto se suman la quiebra económica y las luchas políticas feroces entre mayoría y minoría, por no hablar de las luchas internas en cada uno de esos campos. En pocas palabras, la UNEF solo es ya una sigla vacía de contenido. Y será curiosamente ese vacío el que constituirá su fuerza a lo largo de las siguientes semanas ya que, debido a su rechazo de lo político, las masas revueltas otorgan a esa etiqueta en principio apolítica una confianza mayor que a las organizaciones, revolucionarias o no.

    A las 13:00 las buenas palabras han dejado insatisfecho al famélico auditorio, que se dispersa hacia los restaurantes universitarios. Se come francamente peor que en el Elíseo pero se congregan tropas frescas para el nuevo espectáculo de las 14:00. A la hora convenida no hay más gente que antes pero sí ciertas novedades, algunas gratas y otras inquietantes.

    Las gratas proceden, como lleva ocurriendo desde hace algún tiempo, de Daniel Cohn-Bendit. Este tiene veintitrés años y ya algunos kilos de más bajo su dócil cabellera pelirroja. Tiene, sobre todo, la gracia del «estratega» nato. Y sabe decir en voz alta y en términos sencillos lo que nadie se atreve ni a pensar confusamente. Cuando coge el micro, todo el mundo sabe que algo va a ocurrir. La mayor parte de los participantes tienen esa esperanza: Dani encontrará de nuevo algún «truco». A algunos pasos de él se encuentra, rezagado, un representante de la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC), una organización escuálida que ni siquiera cabe denominar grupúsculo desde que en 1965 sus mejores militantes se negaran a secundar la política de apoyo a François Mitterrand. Al único candidato de la izquierda a las elecciones presidenciales no se le han perdonado sus declaraciones, en calidad de Ministro de Interior, de 1954: «Argelia es Francia [...] la única negociación posible es la guerra».

    Cohn-Bendit interpela al estudiante comunista y le pasa el micro:

    –¿Estás de acuerdo con el artículo de Marchais?

    El desgraciado no ignora que ante ese auditorio va camino del martirio. Pero se lanza y, en medio de las burlas, da la razón a su jefe. Desde ese momento, la influencia del Partido Comunista y de sus militantes estudiantes queda destruida. Peor aún: se acaban de convertir en enemigos. Y se disponen a retirarse cuando comienza a circular un rumor: «¡Los fachas de Occident van a atacar la asamblea!»

    Unos extremistas nacionalistas han distribuido, en efecto, una octavilla titulada «Todos unidos contra la chusma», que afirma: «De ahora en adelante todo vale. Al í donde esté, el movimiento Occident aplastará a la gentuza bolchevique [...] los jóvenes exaltados pro-chinos o anarcotrotskistas no transformarán París en Berlín».

    La amenaza parece tanto más creíble cuanto que la víspera un local ocupado por la Federación de Estudiantes de Letras (FGEL), apéndice más o menos disidente de la UNEF que opera desde hace algún tiempo en un sentido parecido a los de Nanterre bajo el nombre de Movimiento de Acción Universitaria (MAU), había sido víctima de un incendio criminal atribuido a Occident. Por otra parte, a la Sorbona llegan estudiantes informando de que al final del bulevar Saint Michel se están concentrando entre cien y doscientos «fachas» (fascistas). «Las JCR y la UJC m-l (Unión de Juventudes Comunistas marxistas leninistas, grupúsculo maoísta) deciden movilizar a todo su servicio de orden hacia la Sorbona, no para ocuparla ni para impedir las clases [...], sino para proteger la Universidad», contará más tarde Alain Krivine¹⁶.

    En realidad, Occident no tiene ninguna intención de atacar. El secretario general de ese movimiento declararía más adelante: «No queríamos enfrentarnos y nos dirigimos hacia el Luxembourg sin la más remota intención de entrar en el patio. Ahora bien, uno de mis amigos, que se encontraba al final de la calle Écoles, oyó a un policía decir a sus colegas: Ya está, ya están aquí, podemos entrar a saco. Creo que él pensaba de verdad que íbamos a atacar a los bolchos y que tendrían, por fin, la posibilidad de acorralar y de machacar a todo el mundo dentro sin distinción de raza o religión»¹⁷.

    Fueran cuales fueran los sueños policiales el hecho es que ya ha convertido Nanterre en una trinchera a la vietnamita, sumada al delirio de los tipos duros trotskistas que por nada del mundo quieren pasar por menos valientes que sus rivales pro-chinos, la paranoia militarista de los maoístas, encuentra en estas circunstancias una ocasión ideal para manifestarse. En un abrir y cerrar de ojos, un montón de militantes aparecen armados, algunos con pies de mesas o sillas, otros con piedras recogidas de un pasillo en obras. Al ver esto, la dirección de la Universidad pierde la razón, sobre todo porque el ambiente de histerismo generado por los miembros de los servicios de orden se ha contagiado a los demás estudiantes.

    Hasta ese momento, estos habían improvisado una «sentada» donde se estaban debatiendo dos temas. ¿Cómo ligar la acción universitaria a las luchas obreras? Nadie tiene la menor idea pero todo el mundo sueña con el proletariado. ¿Cómo combatir la represión policial? Hasta ese momento se trataba de una cuestión puramente académica pero el alarmismo de los militantes va a inscribirla –involuntariamente– en el orden del día. Aunque Sauvageot y Odent, del Sindicato Nacional de Enseñanza Superior (SNE Sup), se emplean a fondo para calmar a las autoridades de la Sorbona diciéndoles: «Solo se trata de un mitin ordinario. Dejad que termine y la cosa no pasará de ahí»¹⁸, los preparativos de guerra se aceleran. Los servicios de orden se concentran en las puertas, enseñando ostentosamente los dientes. Las autoridades reaccionan con la decisión, adoptada a las 15:00, de cerrar las puertas de los anfiteatros y de las salas. Una hora más tarde, el rector Jean Roche suspende las clases y pide a los estudiantes que evacuen la universidad. Los ocupantes del patio se niegan a irse. Respaldado por Alain Peyrefitte, Ministro de Educación, el rector pide entonces por escrito a la policía que restablezca «el orden expulsando a los perturbadores». En un cuarto de hora los furgones policiales sitian la Sorbona, aislándola del resto del mundo. Aún se puede salir libremente pero solo es posible entrar por la puerta, olvidada, de la calle Cujas. Por ella vuelvo a entrar en la Sorbona, de la que me había ido una hora antes, junto a Jean

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