EL encuentro: Liberalismo, socialismo, humanismo cristiano
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¿Cuál es el propósito del autor al desplegar este itinerario? Demostrar que después del desencuentro de estos tres pensamientos políticos, es posible (y deseable) su encuentro en un mundo cada vez más carente de referentes ideales que apuesten a la libertad, a la igualdad, a la democracia reformista y al espíritu crítico, puntos de convergencias que Briones explica en estas páginas.
Un libro escrito con lenguaje claro e informado, que invita al lector a reflexionar y que ciertamente aportará al debate político dentro y fuera de Chile.
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EL encuentro - Álvaro Briones
ÁLVARO BRIONES
EL ENCUENTRO
Liberalismo. Socialismo. Humanismo Cristiano
PRÓLOGOS
José Miguel Insulza
Ignacio Walker
Índice de contenido
Portada
Portadilla
Legales
Prologos
José Miguel Insulza
Ignacio Walker
Presentación del Autor
Primera Parte LA SEPARACIÓN
EN PRINCIPIO FUE EL LIBERALISMO
Thomas Hobbes y los seres humanos, por primera vez iguales y con iguales derechos
John Locke, el Estado y la división de poderes
Jean Jacques Rousseau, la soberanía del pueblo y la democracia directa
Adam Smith y la libertad llevada a la economía
LUEGO FUE EL SOCIALISMO
Henry de Saint Simon. Quienes están capacitados para organizar la sociedad y para el trabajo productivo, tienen derecho a gobernarla
Charles Fourier y la sociedad de amantes y trabajadores
Robert Owen, las cooperativas y el nuevo mundo moral
Babeuf y la conspiración de los iguales
La pasión de Auguste Blanqui
Liberales socialistas: John Stuart Mill
Liberales socialistas: los latinoamericanos
Y LUEGO EL MARXISMO Y EL LENINISMO LOS SEPARARON
Socialismo utópico, socialismo científico
Y el marxismo pasó a ser dominante dentro del socialismo
La separación definitiva: Lenin y la dictadura del proletariado
PERO EL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO SIGUIÓ EXISTIENDO
El socialismo fabiano
Bernstein y el revisionismo del marxismo
La Segunda y Tercera Internacional y la separación entre socialismo democrático y comunismo
Carlo Rosselli y el socialismo liberal
Y EL HUMANISMO CRISTIANO SE HIZO PRESENTE
La doctrina social de la Iglesia y los católicos en la política durante la primera mitad del siglo XX
Jacques Maritain y el humanismo cristiano
El Partido Democratacristiano
Y LUEGO EL NAZISMO Y EL FASCISMO EN EUROPA
Mussolini y el fascismo
Hitler y el nazismo
¿Por qué tanta atención al nazifascismo?
Los muros contra el totalitarismo
LA POSGUERRA Y EL ENCUENTRO POSIBLE ENTRE LIBERALISMO, SOCIALISMO Y HUMANISMO CRISTIANO
Después de la Guerra Mundial, la Guerra Fría
Extinción de la Unión Soviética y decadencia del comunismo
La socialdemocracia alemana nuevamente como ejemplo
El neoliberalismo vuelve a separarlos, pero queda atrás
Segunda Parte EL ENCUENTRO
EL ENCUENTRO ES POSIBLE
PRIMER MOMENTO DE ENCUENTRO: LA LIBERTAD
Un principio al cual subordinar las diferencias
John Rawls, la libertad individual y la libertad social
Segundo momento de encuentro: la igualdad
TERCER MOMENTO DE ENCUENTRO: EL ESTADO, LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD
CUARTO MOMENTO DE ENCUENTRO: LA DEMOCRACIA Y EL REFORMISMO
QUINTO MOMENTO DE ENCUENTRO: PENSAMIENTO CRÍTICO Y LAICISMO
Colofón
EL ENCUENTRO.
Liberalismo, socialismo, humanismo cristiano
Álvaro Briones
Primera edición digital: Marzo 2022
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto 451
©Álvaro Briones
Inscripción Nº 2021-A-6357
ISBN: 978-956-261-026-1
EDICIONES NUEVA DOCUMENTAS SpA
info@edicionesdocumentas.cl
Edición y diagramación: Ediciones Nueva Documentas SpA
Prólogo
JOSÉ MIGUEL INSULZA
Este es un ensayo histórico escrito por Álvaro Briones con un propósito muy actual, y que no puede sino ser bienvenido: abrir un debate indispensable para el socialismo democrático.
Como ensayo de historia se ocupa de las ideas que dominaron las corrientes democráticas de dos siglos, y entraron en conflicto con corrientes totalitarias, pero también entre ellas mismas, por su distinto origen y relación con muy diversas instituciones. El desarrollo de las ideas socialistas, socialcristianas y liberales a lo largo de ese período abarca la primera parte de este libro.
Este complejo debate ideológico apunta también, con una obvia finalidad política, a mostrar cómo estas corrientes, antes muchas veces confrontadas, confluyeron hacia el proyecto nacional y global de sociedad que, a partir de un momento trágico de la historia reciente y por medio siglo, gobernó exitosamente sobre los mayores centros de poder mundial e irradió desde allí su visión hacia otras regiones de la tierra.
El propósito de Álvaro Briones es demostrar que la crisis actual de la democracia y la evolución del ideario progresista, hacen necesario y posible, como hace un siglo, encontrar una unidad de estas ideas para responder nuevamente a los extremos autoritarios y a los populismos exacerbados que hoy se disputan la hegemonía en muchas de nuestras sociedades.
Se trata de un esfuerzo interesante, porque si bien el paradigma que Briones quiere revivir se generó hace menos de un siglo en Europa, las ideas liberales, socialistas y socialcristianas evolucionaron en el curso de cuatro siglos y sólo vinieron a confluir ya avanzado el siglo XX, en circunstancias muy especiales, derrotada la amenaza fascista y en plena Guerra Fría.
El recorrido histórico de este libro parte de los fundadores ingleses del liberalismo, que cuestionaron el carácter divino de la monarquía y, a partir de las crisis del convulso siglo XVII, formularon una nueva visión de los orígenes de la sociedad y el gobierno; que luego sus sucesores franceses alargaron para servir de fundamento a la Revolución. La filosofía liberal estuvo en el origen de todas las grandes transformaciones de ese tiempo, extendidas en Europa y luego en América, cuyas nuevas naciones, en el norte y en el sur, nacieron bajo el influjo de ese pensamiento. No hay duda de que los primeros pensadores socialistas, los utópicos, surgieron de esa misma filosofía, imaginando sociedades perfectas a la luz de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución francesa. Pero, a diferencia de los liberales, fueron personajes marginales, ligados a movimientos también pequeños y que no tendrían mayor trascendencia, hasta que las realidades de la Revolución Industrial, ya en pleno siglo XIX, generaron las primeras organizaciones obreras. El socialismo que surge de esa nueva realidad generará otra corriente filosófica completamente opuesta a los ideales políticos y económicos del liberalismo clásico.
Karl Marx convivió con otros ideólogos socialistas o anarquistas y compartió los primeros esfuerzos de organización del movimiento obrero, en medio de las tremendas contradicciones de la Revolución Industrial y la expansión imperial del capitalismo. Pero respondió a esas realidades con una teoría general que conservó validez mucho después de su tiempo e inspiró a todos los movimientos socialistas contemporáneos Hay un socialismo distinto antes y después de Marx y Engels; esa filosofía no sólo se diferencia del liberalismo, sino que lo contrasta; y hace lo mismo con el cristianismo, al rechazar cualquier ideología tributaria de una religión.
Si bien es cierto, como afirma nuestro autor, que estas tendencias separaron al socialismo de cualquier alianza con otras fuerzas progresistas, ello se debió más al impacto que provocó globalmente el surgimiento de la Unión Soviética después de la Primera Guerra y luego, después de las democracias populares en Europa y la República Popular China en Asia. La filosofía marxista, transformada en marxismo-leninismo y dictadura del proletariado, fue el proyecto alternativo que dominó la escena estratégica mundial durante siete décadas. La transformación leninista dividió al Partido Social Demócrata ruso en fracciones de mayoría bolchevique y minoría menchevique, y terminaría con una ruptura hacia la izquierda de la Internacional Socialista y la creación de una Internacional Comunista, que combatiría fuertemente a la anterior, al menos hasta que la realidad de la agresión fascista permitiría la creación temporal de los llamados Frentes Populares. Pero el leninismo no se impondría en el Occidente Europeo, donde los partidos socialistas y laboristas rechazarían sus propuestas. No fue esta una disputa sobre el marxismo (de hecho, la interpretación marxista figura como una de las fuentes del programa del Partido Socialdemócrata Alemán), sino sobre la alternativa de establecer una dictadura del proletariado. Los socialistas seguirían postulando la necesidad de alcanzar el poder por vías democráticas y con el paso del tiempo y especialmente ante la experiencia dictatorial del socialismo de Estado, esa brecha se haría más profunda. Ante la experiencia leninista, esta división no era ya una cuestión de método, sino de principios.
Aunque los partidos populares, socialcristianos y democratacristianos –que representan vertientes distintas del pensamiento católico y/o cristiano– formaron los primeros gobiernos de posguerra en países como Alemania e Italia, el pensamiento socialcristiano es el último en llegar a una confluencia democrática. Recién a fines del siglo XIX la publicación por parte del Papa León XIII de la encíclica Rerum Novarum (1891) reconoció las profundas desigualdades generadas por el sistema liberal y abogó por una cierta acción del estado para aliviar el sufrimiento de los más pobres. No obstante, la referencia a un Estado subsidiario
usada en ese texto, muestra un cristianismo bastante menos progresista que el que se alcanzaría en algunos países muchas décadas después. Recién la ratificación de esas posturas cuarenta años después en una nueva encíclica, la Quadragésimo Anno del Papa Pío XI, daría lugar a los primeros movimientos políticos y habría que esperar a la decadencia del fascismo para que ellos asumieran un papel más protagónico.
Un proceso paralelo tendría lugar en América Latina. Pero el socialcristianismo europeo es esencialmente un movimiento conservador, que, aunque es parte del sistema social y económico europeo de posguerra y, más aún, encabezó la mayor parte de las reformas iniciales, siempre se ubicó en la derecha del proyecto europeo. Por cierto, hay matices: el Partido Socialcristiano alemán está a la derecha del Demócratacristiano; la Democracia Cristiana de Italia es un partido más de centro; y desde luego en América Latina tiene referentes en la centroizquierda (Chile) y en otros lugares es más conservadora, sin dejar de lado, sin embargo, su postura generalmente democrática.
Las tres fuerzas confluyeron en Europa, devastada después de la Segunda Guerra Mundial, que dejó tras de sí millones de muertos y un panorama de destrucción, violencia y desgobierno; una Europa que al mismo tiempo enfrentaba la división provocada por la ocupación soviética en el Oriente, que amenazaba con extenderse hacia las regiones menos desarrolladas del Sur.
El surgimiento en Europa Occidental de gobiernos de unidad encabezados por partidos socialcristianos, liberales y socialdemócratas, que ya existían desde antes de la guerra y se habían opuesto al fascismo, permitió la estabilización y reconstrucción de Europa Occidental. Por cierto, el apoyo material, político y militar de Estados Unidos fue esencial en esta empresa; pero sin los consensos esenciales alcanzados al interior de los países y la disposición a participar en programas conjuntos y un rápido proceso de integración, la reconstrucción europea no habría sido posible.
Estos procesos paralelos no obedecían solo a un mismo partido, ni mantuvieron siempre las mismas tendencias: los democratacristianos comenzarían encabezando el gobierno en Alemania e Italia, mientras los socialistas mantendrían por largo tiempo la mayoría en el norte; y en Francia la unidad se forjaría entre corrientes de centro y derecha de muy distinto signo. Estas fuerzas competirían entre sí en elecciones reñidas y más adelante se sucederían en el poder unas a otras; pero la confluencia de ellas en torno a un mismo paradigma económico y social permitió dar nueva gobernabilidad y progreso a Europa.
Este otro paradigma era claramente crítico del desarrollo económico y político anterior al conflicto bélico, asignaba sus causas al exacerbado nacionalismo entre los estados, a la noción de que el capitalismo debía desarrollarse sin trabas (laissez faire, dejar hacer) y a los graves males sociales que, como consecuencia de esa concepción, afectaban a la mayoría de sus poblaciones. Pero rechazaba también la destrucción revolucionaria del capitalismo que se proponía desde la izquierda y sostenía una forma alternativa de capitalismo regulado, con Estados fuertes capaces de orientar la producción y controlar la distribución; mientras reemplazaba el balance de poder que hasta entonces había imperado en las relaciones entre las potencias europeas por una integración económica y política que trajera consigo una paz duradera. Y más allá de diferencias de aplicación y de la legítima contienda democrática, las tres corrientes democráticas coincidían en este paradigma de gobernabilidad, regulación e integración que forjó, en cincuenta años, la Europa que hoy conocemos.
A la conjunción de socialcristianos y socialdemócratas en el viejo continente hay que agregar otra corriente esencial, surgida antes de la Guerra y muy vigente en el mundo anglosajón desde el New Deal de Franklin Délano Roosevelt. Una pléyade de economistas liberales encabezada por John Maynard Keynes había roto con las más preciadas recetas del liberalismo clásico: la fe ciega en el mercado que, dejado a su propio funcionamiento, podía regular adecuadamente la economía sin participación del gobierno. Ya antes de la crisis, en 1926, Keynes proclamaba el fin de laissez faire, sosteniendo que había asuntos demasiado importantes que debían decidir los países sin confiar en la mano invisible del mercado
; y más extensamente, en su obra capital, Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, donde sostiene que el mero funcionamiento del mercado no garantiza ni el pleno empleo ni la buena distribución del ingreso. En pocas palabras, Keynes y los economistas liberales que le siguieron cuestionaron activamente el funcionamiento racional de los mercados, especialmente en situaciones de crisis y expusieron, por primera vez en la historia ya centenaria del capitalismo industrial, la acción reguladora del Estado sobre la economía.
El New Deal proclamado por Roosevelt al ser elegido en 1932, cambiaría el rostro de la economía norteamericana y entraría en plena vigencia global con el proceso de reconstrucción capitalista antes y después de la posguerra, desde los Acuerdos de Bretton Woods hasta el Plan Marshall. El Estado que surge de ese proceso no es un Estado subsidiario, sino uno de bancos centrales, programas sociales y regulaciones económicas. El mercado sigue siendo el instrumento fundamental de generación y distribución de la riqueza, pero se somete ahora a un conjunto de regulaciones. El Estado tiene ahora políticas industriales, monetarias, sociales, laborales y antimonopólicas que encapsulan
al liberalismo y lo aproximan a las otras corrientes ideológicas de centro e izquierda. Los impuestos progresivos y la organización de los trabajadores son también rasgos característicos de ese período.
Es indudable la contribución de ese liberalismo encapsulado
al desarrollo económico y social de las naciones occidentales en ese período y facilita aún más la convergencia de liberales, democratacristianos y socialistas en Europa, como participantes entusiastas del proyecto de Estado de bienestar. El proyecto nacional de posguerra imperó en Europa, Estados Unidos e incluso de gran parte de América Latina por casi un medio siglo, aunque con grandes vicisitudes y controversias a izquierda y derecha.
La Guerra Fría jugó un papel central en esas confrontaciones, por la incapacidad del nuevo modelo para extender sus ventajas y beneficios a un Tercer Mundo crecientemente autónomo. Aunque no hay duda de la voluntad democrática de los constructores de las sociedades de posguerra y aunque la unidad europea fue fuente de inspiración para muchos, su contienda con el comunismo soviético los llevó a apartarse de los procesos de liberación y descolonización que, con distintas ideologías, convirtieron a un mundo lleno de colonias en uno de estados independientes, muchos de los cuales encontraron su inspiración filosófica al margen de esas corrientes.
La decadencia de ese proyecto nacional no fue producto de su exitosa confrontación con el mundo comunista, ni de sus limitaciones para asimilar la nueva realidad global. Ella vino desde dentro del modelo mismo, cuyo propio éxito generó propuestas de retorno a la libertad económica que medio siglo antes habían llevado a la catástrofe. La expresión neoliberalismo
tiene precisamente ese significado: es el retorno al liberalismo carente de todo límite que había imperado durante gran parte de la primera revolución industrial. Y su imposición a partir de la década de los Ochenta, primero en Inglaterra y Estados Unidos, se extendería por gran parte del mundo. Las medidas de liberalización que trae consigo, la eliminación de los impuestos progresivos, la desregulación de la economía, el ataque a los sindicatos, la apertura externa sin limitaciones, serían asumidas como nuevas verdades económicas, generando niveles de desigualdad similares a los que existían un siglo antes y acentuando la división que el modelo de posguerra había podido reducir.
América Latina ya estaba integrada por naciones independientes desde comienzos del siglo XIX y, por lo tanto, fue más proclive a seguir las tendencias globales que el resto del Tercer Mundo. Aquí el liberalismo de posguerra se proyectó desde antes de la posguerra en proyectos nacionales que buscaban la democratización y el crecimiento hacia adentro. No es extraño que desde aquí hayan surgido, en los años de posguerra, instituciones reformistas como la CEPAL y la UNCTAD y los intentos desarrollistas de la Alianza Para el Progreso. Pero esos esfuerzos iniciales serían sepultados, apenas dos décadas después, por las obligaciones
de la Guerra Fría y por las dictaduras de seguridad nacional
que dominaron gran parte de la región.
Esta región sin democracia y profundamente desigual, estaba más preparada que otras para recibir con entusiasmo el neoliberalismo y mantener parte importante de sus rasgos incluso después del proceso de democratización ocurrido en la parte final del siglo pasado. No obstante, el crecimiento económico vivido en los primeros años de este siglo permitiría, con nuevos gobiernos progresistas y una caída importante de la pobreza, imaginar tiempos mejores para una región que, como hemos dicho muchas veces, no es pobre, sino profundamente injusta. La proyección retardada de la Gran Recesión de 2008 desnudaría todos los defectos de nuestras sociedades. El hecho de que cuatro países de América Latina estén entre los cinco más desiguales del mundo ahorra mayores comentarios.
La segunda parte del libro de Álvaro Briones se dedica a examinar hasta qué punto, en una nueva situación de profunda crisis por el agotamiento del neoliberalismo, que ya no genera crecimiento ni mucho menos distribución, es posible levantar un nuevo proyecto nacional; y si las fuerzas de centroizquierda que en otro momento generaron el proyecto progresista democrático en Europa y, por un tiempo, parecieron avanzar en él en América Latina, están ahora disponibles para una acción unitaria similar en Chile.
Creo que, a los progresos en la confluencia de ideas que el autor nos señala, es posible agregar algunas condiciones favorables.
En primer lugar, hay que considerar la profundidad de la crisis de proyecto que hoy nos aqueja. Las opciones más hacia la izquierda extrema parecen agotadas. Desde que hace cuatro años Xi Jing Ping proclamara a China como la segunda economía de mercado del mundo
nadie duda de que, por mucho tiempo, las reglas del mercado seguirán jugando un papel fundamental en cualquier modelo económico; y lo que en realidad puede ser objeto de discusión es la relación entre lo privado y lo público, es decir el papel que juega el Estado en la regulación de la competencia en los mercados, la inversión, la innovación, el empleo decente, la distribución del ingreso y la gestión de los bienes públicos (salud, educación, seguridad, movilidad, vivienda y medio ambiente).
En segundo lugar, no parece haber espacio para cambios demasiado abruptos. Todos los estudios revelan que, más allá de discursos radicales de cambio total y de discursos apocalípticos que abominan de cualquiera transformación, las tendencias apuntan a entender la necesidad de cambios sustantivos, pero no a tirar por la borda lo mucho que se ha construido en los últimos tres cuartos de siglo. Tal vez la mejor demostración esté en los discursos que los antiguos exponentes del neoliberalismo y la democracia protegida hacen ahora en favor de la democracia sin apellidos y la reforma social; mientras desde la izquierda se abraza con avidez la propuesta de un Estado social y democrático de derecho. Seguramente no todos son socialdemócratas; pero todos quieren parecerlo.
El espacio existe entonces y parece indispensable porque el mundo avanza a gran velocidad, en el marco de la hoy llamada Cuarta Revolución Industrial. El uso de este término es significativo: ya hemos superado la fase de la Tercera Revolución Industrial, caracterizada por la digitalización, para enfrentar una época en que el avance científico y técnico abraza una mucho mayor multiplicidad de áreas que se mueven a gran velocidad, haciendo que cada día haya más innovación y más obsolescencia.
Hay también enormes riesgos y desafíos. La misma inercia que impide adherir al cambio drástico, tiene su fundamento en el consumismo de la mayoría y la codicia de las minorías. El peligro está en que