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Entre diez mujeres
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Libro electrónico192 páginas2 horas

Entre diez mujeres

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Griffin McAlister lo tenía todo pensado: participaría en un reality show en busca de esposa para conseguir el dinero que su familia necesitaba desesperadamente y seguiría adelante con su vida. Enamorarse no formaba parte del plan... y mucho menos enamorarse de la directora del programa.
Maggie Sullivan supo que había encontrado a una estrella en cuanto conoció a Griffin. Pero a medida que lo iba conociendo empezaba a darse cuenta de que quizá hubiera encontrado algo más. Por desgracia, ella se debía a su trabajo y él estaba rodeado de mujeres hermosas.
Griffin se enfrentaba a una decisión crucial: o seguía con el plan y perdía a Maggie para siempre, o se arriesgaba a perderlo todo para intentar ganar su corazón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 abr 2013
ISBN9788468730370
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    Vista previa del libro

    Entre diez mujeres - Julie Benson

    Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2012 Julie Benson. Todos los derechos reservados.

    ENTRE DIEZ MUJERES, N.º 16 - abril 2013

    Título original: Bet on a Cowboy

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-3037-0

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Capítulo 1

    –Está casado. Empiezo a pensar que esta temporada está maldita.

    Maggie Sullivan miró en la página web del rancho Twin Creeks la foto de bodas de Rory McAlister, el vaquero que servía como modelo en Devlin Designs. Era alto, moreno y con el cuerpo que solo podía tener un vaquero. Habría sido perfecto en todos los sentidos. A dos semanas del programa de televisión En busca de esposa, aún no habían encontrado al soltero.

    Samantha, la secretaria de Maggie, apartó la vista del ordenador.

    –¿Quién está casado?

    –Rory McAlister. El que esperábamos que fuera el soltero de esta temporada.

    –¿No se encarga Kate de examinar los datos personales de los candidatos?

    –Tiene gripe y tenemos que encontrar a un nuevo soltero lo antes posible, así que me toca a mí ser la directora de casting –frunció el ceño por su mala suerte. También le tocaría a ella comunicarle a su jefe la mala noticia sobre Rory. Si pudiera elegir, se quedaría con la gripe...

    Cuando el exjugador de béisbol que iba a protagonizar la nueva temporada decidió volver a los terrenos de juego, los productores decidieron aprovechar la popularidad actual de los vaqueros y confiaron en contratar al nuevo modelo de Devlin Designs. Rory McAlister aparecía en todas las revistas de moda, y su atractivo varonil era el tema de conversación favorito de muchas mujeres a lo largo y ancho del país. La cadena encargó a Maggie que lo tanteara y eso fue lo que hizo... para encontrarse con la desafortunada noticia de su matrimonio.

    Desafortunada para ella, claro, no para Rory.

    –¿Que vamos a hacer ahora que nuestro mejor candidato no está disponible?

    –Estoy buscando otro –respondió mientras navegaba velozmente por Internet. Todo lo que había encontrado hasta el momento era un actor vestido de vaquero, y necesitaban a alguien auténtico. Un vaquero de verdad tenía algo especial, indefinible y único. Nadie sabía lo que era, pero todo el mundo se percataba de ello.

    «Piensa». Acarició el marco plateado de la última foto que se había hecho junto a su madre. ¿Qué pensaría si viese a su única hija, una granjera del norte de Nueva York, trabajando en un reality show en Los Ángeles?

    «Ya sé que no es lo que querías para mí, mamá, pero este trabajo me permite tener la vida que quiero».

    –¿Qué te parece un vaquero de rodeos? –le sugirió Samantha, arrimándose a ella en su silla de ruedas.

    –Las finales son dentro de dos meses, y ningún jinete famoso se las perdería por nada del mundo –Maggie se frotó la nuca, agarrotada por la tensión.

    Siguió bajando por la página web del rancho hasta encontrar una foto de la boda. Samantha suspiró y señaló la pantalla.

    –Mira al padrino... Está de muerte.

    Era un poco más alto que Rory e irradiaba un carisma que salía de la pantalla. Su impecable esmoquin se ceñía a unos hombros anchos y el sol arrancaba destellos de sus rubios cabellos.

    –Y que lo digas... –corroboró Maggie. Leyó rápidamente el texto bajo la foto y la esperanza volvió a brotar en su interior–. Es el hermano de Rory. Griffin. No podría haber nadie más perfecto. ¡Podremos aprovechar la popularidad de Rory si su hermano se convierte en nuestro soltero! –una duda la asaltó de repente–. ¿Cómo es posible que un hombre tan guapo esté disponible?

    Samantha tocó el monitor con una de sus uñas pintadas de rojo rubí.

    –Mira las fotos de la boda. En cada una aparece bailando o abrazando a una mujer distinta. No parece el tipo de hombre que busque una relación seria.

    –Tengo que estar segura.

    –Pues llámalo y pregúntaselo.

    ¿Por qué no? Al fin y al cabo, no se le presentaba una alternativa mejor.

    –¿Qué tengo que perder? –dijo mientras hacía clic en la pestaña de «Contáctanos».

    –Exacto. Peor no podemos estar...

    –No sé por qué, pero eso no me consuela –Maggie intentó reordenar sus ideas mientras examinaba la página web de Twin Creeks. Descubrió que el rancho ofrecía paseos a caballo y otras actividades turísticas, lo cual serviría para darle publicidad y atraer más visitantes. Luego le diría a Griffin lo fabulosos que eran los solteros. Localizó el número del rancho y lo marcó en su iPhone–. Cruza los dedos.

    Samantha así lo hizo, y también cruzó las piernas.

    –Por si acaso...

    Respondió una voz femenina, lo que descolocó momentáneamente a Maggie.

    «Tranquilízate. Que una mujer responda al teléfono no significa que Griffin esté casado». Podría tratarse de la mujer de Rory, o de algún miembro de la familia. Explicó que debía hablar de trabajo con Griffin y un minuto más tarde tenía el número de su móvil. Entonces se atrevió a formular otra pregunta.

    –Le parecerá una pregunta extraña, pero... ¿podría decirme si Griffin está casado o comprometido?

    La mujer se rio.

    –No es una pregunta extraña en absoluto, y no, no está casado ni sale con nadie en plan serio.

    Maggie se despidió y se volvió hacia Maggie con una sonrisa.

    –Está disponible.

    –Eso es bueno...

    Marcó el número de Griffin y le respondió una voz masculina, grave y poderosamente sexy.

    –Hola, Griffin. Soy Maggie Sullivan, la directora del programa En busca de esposa. Estamos buscando a un soltero para esta temporada y...

    –No me interesa.

    –Sería una gran publicidad para el...

    –Tengo que atender a los caballos –colgó sin decir más y Maggie se quedó mirando el teléfono como una tonta.

    –Me ha colgado... –murmuró, sin saber cómo reaccionar–. Ni siquiera me ha dejado hablar.

    –Vuelve a llamarlo.

    –¿Y por qué iba a tener más suerte la segunda vez?

    –¿Por intervención divina, quizá? –sugirió Samantha, señalando hacia el cielo.

    –No creo que Dios tenga tiempo para esto –repuso Maggie, pero no podía rendirse a las primeras de cambio, de modo que volvió a llamar e intentó soltar su discurso en cuanto Griffin respondió–. No cuelgue. Déjeme que le resuma mi...

    Clic.

    Maggie agarró el teléfono con tanta fuerza que le dolieron los dedos.

    –No parece que Griffin McAlister sea el soltero que necesitamos. ¡Me ha colgado de nuevo!

    –Dicen que a la tercera va la vencida –la animó Samantha.

    –No creo que sirva de nada.

    –Mándale un e-mail.

    Maggie negó con la cabeza.

    –Seguramente borrará el mensaje sin leerlo siquiera. Tengo que verlo en persona. Le será más difícil rechazarme si me tiene delante –golpeó la mesa con una de sus perfectas uñas–. Pero habré de ser rápida y directa, porque no me dará mucho tiempo para hacerle la propuesta.

    Samantha sonrió y señaló la foto de Griffin rodeado de mujeres.

    –Empieza mostrándole las fotos de las chicas... Eso le llamará la atención.

    –¿Estás segura? –Maggie seguía creyendo que lo mejor era darle publicidad al rancho, pero de hombres no sabía prácticamente nada. Samantha, en cambio, podría escribir una enciclopedia sobre ellos y aún le quedarían cosas por contar.

    –¿Después de haberlo visto con todas esas mujeres? Estoy completamente segura.

    Antes de que Maggie pudiera decidirse su móvil empezó a emitir la melodía de Defying Gravity. Era la clínica de fertilidad con la que se había puesto en contacto al asumir que, con el paso de los años y ninguna perspectiva matrimonial a la vista, solo le quedaban dos opciones: o no tener hijos o ser madre soltera.

    –Tengo que responder –le dijo rápidamente a Samantha, antes de aceptar la llamada. Mientras anotaba las cifras de los procedimientos de fertilización in vitro a los que pensaba someterse, se limitó a responder de manera vaga e imprecisa.

    Fuera cual fuera su elección final, adoptar un niño o concebirlo con el esperma de un donante, su sueño de ser madre no sería barato.

    –¿Todo bien? –le preguntó Samantha al acabar.

    –Era el dentista, para recordarme la cita –mintió Maggie.

    Samantha ladeó la cabeza y la miró fijamente.

    –Me alegro de que no sea nada serio... Pareces preocupada.

    Maggie pensó en decirle algo más creíble. Samantha era la mayor cotilla del programa, y cuando no sabía los motivos por los que alguien hacía algo, se inventaba una teoría para difundirla por la oficina.

    –Tienen que cambiarme un empaste y me he quedado un poco sorprendida por el precio... –aquello pareció bastar para satisfacer la curiosidad de Samantha–. Y ahora volvamos al trabajo. Tengo que convencer a Griffin para que participe en el programa. No hay tiempo para buscar a otro.

    –¿De verdad crees que si lo ves en persona podrás hacer que cambie de idea?

    –Merece la pena intentarlo –repuso Maggie, y volvió a agarrar el teléfono para reservar un vuelo a Denver.

    Con su discurso elaborado y memorizado y el sobre con las fotos de las concursantes en el asiento del coche alquilado, Maggie entró en el aparcamiento del rancho Twin Creeks, situado en Estes Park, Colorado. Nunca en su vida había estado más de acuerdo con la famosa frase del director de la NASA: «el fracaso no es una opción».

    Agarró las fotos y decidió dejar el abrigo en el coche, pues hacía una temperatura inusualmente suave para ser octubre. La belleza del entorno la dejó sin aliento. Las cumbres nevadas de las imponentes Montañas Rocosas dominaban el horizonte y los árboles salpicaban el paisaje con sus copas doradas, recordándole los otoños que había pasado en la granja. Se respiraba una tranquilidad absoluta y envolvente, todo lo contrario a Los Ángeles.

    La grava crujía bajo sus zapatos Target mientras se encaminaba hacia la casa de dos pisos de color rojizo. Al llegar a la valla del corral un hermoso caballo castaño relinchó y trotó hacia ella. Incapaz de resistirse a sus grandes ojos marrones, Maggie se detuvo para observarlo.

    El animal agitó la cabeza a modo de saludo y le puso el hocico bajo la mano para que lo acariciara.

    –Qué galante... –dijo Maggie mientras le frotaba la frente–. Aún no nos han presentado y ya me estás cautivando para que te dedique toda mi atención.

    –De hecho, ese es su nombre... Galante. Siempre le han gustado las mujeres.

    Maggie reconoció al instante la voz de Griffin McAlister a pesar de que apenas había intercambiado dos palabras con él por teléfono. Se giró hacia él y se quedó pasmada ante la imagen del vaquero que tenía delante.

    Griffin era aún más atractivo en persona y rezumaba sex appeal por los cuatro costados. Tan alto que ella, con su escaso metro cincuenta y cinco de estatura, tenía que levantar la mirada. Dios se había lucido al crear a un espécimen semejante... Iba vestido con unos vaqueros descoloridos, una camisa marrón y unas botas llenas de arañazos. Se levantó el ala del sombrero y le clavó una intensa mirada con sus ojos azul marino. Aquel vaquero sin duda rompía los corazones con la misma facilidad con la que ella se rompía una uña.

    Una sonrisa torcida mostró unos hoyuelos encantadores en su curtido rostro.

    –A Galante le gusta que lo acaricien detrás de las orejas, ¿no es verdad, viejo?

    El caballo respondió con un relincho y Maggie deslizó la mano por su fuerte cuello hasta las orejas, sin dejar de mirar a Griffin.

    –Ya puede hacer con él lo que quiera.

    Maggie se había quedado sin palabras. Se obligó a dejar de mirarlo, aunque a Griffin no parecía molestarle que se lo comiera con los ojos. Seguramente estaba acostumbrado...

    –¿Ha venido para dar un paseo a caballo? –le preguntó él.

    –Me temo que no. Estoy aquí por trabajo.

    Extrañamente, Griffin no pareció reconocer su voz. Sus ojos brillaron de curiosidad, dándole a Maggie la oportunidad para empezar de nuevo.

    –¿Qué trabajo puede hacer en un rancho una bonita chica de ciudad como usted?

    ¿Bonita chica de ciudad? Maggie casi se echó a reír. Nadie, ni siquiera su querida familia, la había descrito jamás como «bonita». Linda, en todo caso, y solo cuando era niña.

    –¿Nunca ha pensado en salir por la tele? Tiene usted un talento innato para la pantalla. –el carisma y la personalidad de Griffin encandilarían a los telespectadores de todo el país.

    Él se metió las manos en los bolsillos y sonrió.

    Con una sonrisa letal...

    –Es la primera vez que una mujer recurre a algo así para llamar mi atención.

    ¿Creía que intentaba seducirlo? Esa sí que era buena. Una mujer como ella no tenía la menor posibilidad con un hombre como Griffin, a cuyos pies debían de postrarse las modelos más hermosas y espectaculares.

    –No le estoy tirando los tejos –le aclaró rápidamente–. Soy Maggie Sullivan. Hablé con usted por teléfono.

    La sonrisa de Griffin desapareció.

    –Le dije que no estaba interesado.

    –He venido desde Los Ángeles para hablar con usted. Al menos podría tener la amabilidad de escucharme.

    –Yo no le he pedido que venga. No tengo por qué escucharla –se dio la vuelta y se encaminó hacia el granero. Maggie lo siguió con una sonrisa, deleitándose con la imagen de su trasero.

    –He traído fotos de las concursantes de esta temporada.

    Griffin se detuvo en la puerta y se giró para encararla.

    –¿Es que no ha pillado la indirecta?

    –Échele un

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