Pasión de guante blanco
Por Maureen Child
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Gianni Coretti procedía de una larga línea de ladrones de joyas, pero había hecho un trato para salvar a su familia y tomado el camino recto. Marie O'Hara, una hermosa experta en seguridad, le chantajeó para que robara una joya para ella a cambio de no delatar a su padre, de quien tenía pruebas que podían mandarle a prisión. Y, como parte del trato, ella se haría pasar por su prometida. Pero cuando la atracción mutua empezó a volver borrosa la línea entre el engaño y la realidad, Gianni no pudo evitar preguntarse si un hombre con un pasado tan dudoso como él se merecía un futuro glorioso con aquella mujer.
Maureen Child
Maureen Child is the author of more than 130 romance novels and novellas that routinely appear on bestseller lists and have won numerous awards, including the National Reader's Choice Award. A seven-time nominee for the prestigous RITA award from Romance Writers of America, one of her books was made into a CBS-TV movie called THE SOUL COLLECTER. Maureen recently moved from California to the mountains of Utah and is trying to get used to snow.
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Pasión de guante blanco - Maureen Child
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Maureen Child
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión de guante blanco, n.º 2051 - julio 2015
Título original: The Fiancée Caper
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6804-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
–Papá estuvo detrás del robo de la esmeralda Van Court la semana pasada, ¿verdad? –preguntó Gianni Coretti en voz baja mirando a su hermano a través de la mesa.
Paulo se encogió de hombros, tomó un sorbo de whisky y sonrió.
–Ya conoces a papá.
Gianni hizo una mueca y se pasó una mano por el pelo. Sabía que la respuesta era deliberadamente vaga, pero no esperaba otra cosa. Por supuesto, Paulo se pondría del lado de su padre.
Apartó la vista de su hermano y miró el césped exquisitamente cuidado de Vinley Hall. El lujoso hotel estaba situado en el corazón de Hampshire, en la costa sur de Inglaterra, y era un lugar muy visitado por la familia Coretti, no solo por su elegancia natural sino también por su fácil acceso al aeropuerto privado de Blackthorn.
Ese día Gianni llevaba a su hermano a Blackthorn para que volara hasta su casa de París. Por el camino habían parado a tomar algo. Paulo había estado tres días de visita en Londres y a Gianni le habían parecido tres años. No le gustaban las visitas, ni siquiera de la familia. Y Paulo en especial lograba hacerle perder la paciencia más deprisa que ninguna otra persona en el mundo.
Una camarera ataviada con una falda negra y una camisa blanca cruzaba lo que en otro tiempo había sido la biblioteca de Vinley Hall y ahora servía de bar elegante. Gianni cambió del inglés al italiano.
–¿Papá y tú recordáis que el año pasado negocié con la Interpol para conseguir inmunidad para todos por los robos pasados?
Paulo se estremeció visiblemente y tomó otro sorbo de whisky.
–¿Cómo pudiste estar tan cerca de tantos policías? No sé cómo lo conseguiste ni por qué te molestaste –dejó el pesado vaso de cristal en la mesa de roble y pasó los dedos por el borde. Miró a su hermano–. Nosotros no pedimos inmunidad.
Cierto. No la habían pedido. Pero Gianni se la había conseguido de todos modos. Desgraciadamente, su familia no solo no lo apreciaba, sino que además se mostraba horrorizada ante la idea de renunciar al «negocio familiar».
Los Coretti habían sido ladrones de joyas durante siglos. Era una habilidad que se transmitía de generación en generación. Los niños aprendían los secretos y trucos del oficio y, al crecer, se convertían en adultos de manos rápidas, mente más rápida todavía y con la capacidad de entrar y salir por puertas cerradas sin dejar ni el menor rastro de su presencia.
Había policías en todos los continentes que habrían dado lo que fuera por tener alguna prueba contra los Coretti. Pero hasta el momento, la familia no solo había sido muy profesional, también había tenido suerte. Y Gianni estaba convencido de que esa suerte se acabaría antes o después.
Pero no era fácil decirle eso a un Coretti.
–Tú vas en serio con esto, ¿verdad? –preguntó Paulo.
–¿Con qué? –preguntó Gianni irritado.
Paulo resopló.
–Con esta nueva vida de ser bueno y honrado, por supuesto.
Gianni se irritó aún más.
–Hablas como si me estuviera convirtiendo en un boy scout.
Paulo se echó a reír.
–¿Y no es así?
Llevaban un año hablando de aquello y el padre y el hermano de Gianni seguían sin comprender su decisión. Pero Gianni tenía que reconocer que eso no tenía mucho de sorprendente. Una vida de robos no solía llevar a que alguien se convirtiera de pronto en un ciudadano respetuoso de la ley. Gianni, sin embargo, había vivido una especie de verdad revelada más de un año atrás.
Gracias a Dios, su hermana Teresa lo comprendía porque hacía años que había elegido dejar atrás la tradición familiar. Los cambios que había hecho Gianni en su vida no solo habían dejado perpleja a casi toda su familia, sino, en ocasiones, a él mismo.
–Ahora tienes un empleo, Gianni –Paulo volvió a estremecerse, como si la mera idea de trabajar le llegara al alma–. Los Coretti no tienen trabajos. Nosotros hacemos trabajos. Hay una diferencia.
En la chimenea de piedra de la estancia ardía un fuego que lanzaba sombras temblorosas en las paredes. Fuera de las ventanas batientes, árboles altos y elegantes se agitaban.
–Y esa diferencia podría enviar a mi familia a la cárcel.
–Todavía no ha ocurrido –le recordó Paulo con una sonrisa de chulería.
Aquello era cierto. Pero Dominick Coretti, el padre de ambos, se hacía mayor. Y hasta los hombres más inteligentes perdían parte de su destreza con la edad. Aunque Nick jamás admitiría algo así. Y Gianni había luchado por conseguirle seguridad porque sabía que su padre jamás sobreviviría a una condena de cárcel.
Claro que esa no había sido la única razón por la que Gianni había, como decía su padre, «traicionado su herencia». Aunque ser un ladrón mundialmente famoso tenía sus ventajas, también conllevaba una serie de desventajas. Por ejemplo, tener que pasarse la vida mirando por encima del hombro.
Gianni quería otra cosa.
Y si su padre y hermano seguían metiendo la pata, su futuro también estaría en peligro. A pesar del trato que había hecho con algunos agentes de la Interpol, si se demostraba que la familia Coretti seguía robando las joyas de Europa, no tenía dudas de que sus nuevos «amigos» romperían el trato y encontrarían el modo de colocarlo al nivel de su familia.
–Te preocupas demasiado, Gianni –comentó Paulo–. Somos Coretti. Creo que lo has olvidado. Y cuando lo recuerdes por fin, dejarás encantado esta nueva vida tuya.
Gianni terminó su bebida y miró a Paulo.
–Sé perfectamente quién soy. Quiénes somos todos. Di mi palabra a cambio de la inmunidad.
Paulo puso una mueca de desprecio.
–A la policía.
–Es mi palabra –gruñó Gianni–. Y el trato que hice con la Interpol solo incluye delitos pasados. Si a papá o a ti os pillan ahora…
–Siempre preocupado –Paulo movió la cabeza–. No nos pillarán. Además, ya conoces a papá. No podría dejar de robar como no podría dejar de respirar.
–Lo sé –a Gianni le habría gustado pedir otro whisky, pero después de dejar a Paulo en el avión, tendría que volver conduciendo a su casa en Mayfair y no le apetecía que lo parara la policía por ir haciendo eses por la carretera.
Paulo debió leerle el pensamiento porque volvió a reír.
–Papá es quien es, Gianni. Y lady Van Court estaba pidiendo a gritos que le robaran esas piedras.
Gianni suspiró.
–Cuando veas a papá, dile que se esté quieto una temporada hasta que los periódicos dejen de hablar del robo. Mejor todavía, enciérralo en la alacena de tu casa si es preciso.
Paulo volvió a reír, terminó el whisky, dejó el vaso en la mesa y se puso en pie.
–Los dos sabemos que se necesita algo más que una cerradura para retener a nuestro padre en contra de su voluntad.
–Cierto –murmuró Gianni.
Se levantó y siguió a su hermano hasta el coche. El aeropuerto estaba cerca del hotel y poco después se encontraban en la pista de despegue golpeados por el viento británico.
–Cuídate mucho en el mundo de la respetabilidad, hermano –dijo Paulo.
–Lo mismo digo –Gianni abrazó a su hermano–. Y cuida también de papá.
–Siempre –le aseguró Paulo. Tomó su bolsa y se dirigió al avión privado que lo esperaba.
Gianni no se quedó a ver despegar el avión. Volvió a su coche y condujo a casa y a su nueva vida.
–Parece que el crimen paga bien –susurró Marie O´Hara para sí.
Estaba en posición de saberlo, puesto que se hallaba en aquel momento registrando la guarida privada de uno de los ladrones de joyas más famosos. Sentía los nervios agarrados al estómago y no le resultaba fácil respirar. Toda su vida había cumplido las reglas, obedecido las leyes, y esa noche había tirado todo eso por la borda por la posibilidad de hacer justicia. Desgraciadamente, esa idea no le aplacaba los nervios. Pero estaba allí y estaba decidida a registrar concienzudamente la casa.
Después de semanas siguiendo a Gianni Coretti y estudiando sus costumbres, estaba casi segura de que permanecería horas fuera, pero no tenía sentido correr riesgos.
No encendió ninguna luz. No quería arriesgarse. Aunque las probabilidades de que la vieran los vecinos merodear por el apartamento eran casi nulas. El piso de lujo de Gianni Coretti era un ático situado en la décima planta, con unas vistas espectaculares de Londres. Había una pared de ventanas de cristal que mostraba esas vistas y dejaba pasar suficiente luz de la luna como para que no hiciera falta encender las lámparas.
–Es bonito, pero parece más un museo contemporáneo que un hogar –murmuró Marie, cruzando el suelo brillante de mármol blanco.
El piso