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Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX: Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir
Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX: Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir
Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX: Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir
Libro electrónico289 páginas5 horas

Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX: Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir

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A nadie se le escapa que figuras como Deleuze, Foucault y Derrida, ocupan y ocuparán ya siempre un lugar de relevancia en la historia de la filosofía. Por la originalidad de su orientación y la fuerza de su impulso, cada uno de ellos ha proporcionado al saber filosófico una orientación peculiar, haciéndole a abordar cuestiones inéditas con un rigor extraordinario o revisitando los eternos problemas que el filosofar ha de abordar una y otra vez, siempre desde perspectivas metodológicas inéditas y sensibilidades nuevas.
Se podrá discutir, en consecuencia, si es pertinente o no proponer una aproximación a la filosofía francesa del siglo XX partiendo tan sólo de los pensadores a los que se dedica el presente volumen. En todo caso, lo que no resulta en absoluto discutible es que los autores en cuyo pensamiento nos centramos en la presente obra merecen estar presentes en una publicación de estas características.
IdiomaEspañol
EditorialLaertes
Fecha de lanzamiento15 feb 2010
ISBN9788475846866
Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX: Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir

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    Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX - Domingo Fernández Agiz

    APROXIMACIONES A LA FILOSOFÍA FRANCESA EN EL SIGLO XX

    DELEUZE, FOUCAULT, DERRIDA, BEAUVIOR

    Domingo Fdez. Agis y Ángela Sierra (Eds.)

    Con la colaboración del:

    Directora de la serie: Ángela Sierra González

    Primera edición: febrero 2010

    © Domingo Fernández Agis, María José Guerra Palmero, Moisés Barroso Ramos, Gabriel Bello Reguera, Ángela Sierra González

    © de esta edición: Laertes S.A. de Ediciones, 2009

    C./ Virtut 8, baixos - 08012 Barcelona

    www.laertes.es

    ISBN: 978-84-7584-686-6

    Fotocomposición y diseño cubierta: JSM

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual, con las excepciones previstas por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos reprográficos, ) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Presentación

    Hoy nadie puede poner en duda el peso que el pensamiento filosófico francés ha ejercido y ejerce sobre el conjunto de esta disciplina. En efecto, a nadie se le escapa que figuras como Sartre, Merleau-Ponty, Deleuze, Foucault, Derrida o Lévinas, por citar sólo unos pocos nombres, ocupan y ocuparán ya siempre un lugar de relevancia en la historia de la filosofía. Por la originalidad de su orientación y la fuerza de su impulso, cada uno de ellos, junto a otros muchos autores que tal vez fuera excesivo enumerar ahora, ha proporcionado al saber filosófico una orientación peculiar, llevándole a abordar cuestiones inéditas con un rigor extraordinario o revisitando los eternos problemas que el filosofar aborda una y otra vez desde perspectivas metodológicas y sensibilidades nuevas.

    Se podrá discutir, en consecuencia, si es pertinente o no proponer una introducción a la filosofía francesa del siglo xx partiendo de los pensadores a los que se dedica el presente volumen. En todo caso, lo que no resulta en absoluto discutible es que los autores en cuyo pensamiento nos centramos en la presente obra merecen estar presentes en una publicación de estas características. Sin duda les sobran méritos para ello. Por lo demás, hay que decir que si sólo están los que están ello no se debe a juicios de valor previos o a supuestos deméritos ajenos, sino tan sólo a que este libro pretende ser el reflejo, no por completo exacto, si tenemos en cuenta que en él se recogen otras enriquecedoras contribuciones del curso que, con idéntico título, se impartió en la Universidad de La Laguna durante el año académico 2007-2008.

    La textura de lo inaprensible

    Una aproximación a Michel Foucault

    Domingo Fernández Agis

    Como es sabido,

    cuando se lee a Foucault más que nada

    se inventa lo que se cree que quiso decir,

    porque se entiende poco o nada.»

    Gianni Vattimo, No ser Dios.1

    René Allio, director de la película Moi, Pièrre Rivière..., recreación cinematográfica de la historia de un hombre que asesinó a su familia cuya detallada confesión fue recogida en los archivos judiciales, encontrada y publicada por Foucault, escribió en su diario algo que puede servirnos como punto de arranque de estas páginas que no pretenden sino presentar la figura del filósofo e incitar a la lectura de sus textos. Unas páginas en las que será inevitable, siguiendo el sentido común y evocando de alguna manera el conocido dictum heideggeriano, hablar de la vida, la obra y la muerte del filósofo. Pues bien, decía Allio que «la política no habla nunca de la muerte de los individuos. Sin embargo, la muerte forma parte de aquello que define nuestra naturaleza. Es esencial, en cada uno de nosotros. Es impensable que se pueda hablar de la vida, del trabajo, del bienestar, de la felicidad de los hombres, de su libertad o de su explotación sin hablar nunca de la muerte.»2 Por nuestra parte, intentaremos, a lo largo de las consideraciones que siguen, ver como Foucault se enfrentó a ese hecho peculiar que menciona el cineasta. Hablaremos así de una vida sin eludir hablar de una muerte, y sin que nuestro objetivo sea escribir un cerrado relato que acaba con ésta última. Nos contentaremos más bien con ir revelando algunos detalles de esa vida al tiempo que tratamos de su obra y sus ideas.

    Pero, digamos algo, ante todo, de la impresión inicial de Allio a propósito de la orientación que pretendía dar a su proyecto de realizar un filme sobre la historia de Pièrre Rivière, pues merece ser comentada. En efecto, es un testimonio de primera mano, que viene de alguien acostumbrado a lidiar con la imagen y la palabra, alguien que, por lo demás, estaba muy al tanto del acontecer cultural y político que marcó su época. Así, en los días en que estaba ultimando los detalles de su proyecto cinematográfico, escribe en su diario:

    «Es preciso que Pièrre Rivière se convierta en una película-manifiesto de un cine que escoge hablar del pueblo, en su historia verdadera.»3

    Esa era también la intención de Foucault en los años en que aborda la elaboración de Surveiller et punir y toda la constelación de trabajos que surgen a partir de dicha obra, centrada en el estudio de las formas de vigilancia social, castigo y corrección de la desviación. Más que nunca antes, la figura de Foucault aparecerá entonces engrandecida ante la opinión pública, debido tanto a la calidad y el rigor intelectual de su trabajo como a la orientación del mismo, abordando cuestiones que la intelectualidad más relumbrante del momento consideraba marginales y, como consecuencia, poco dignas de ser tomadas en consideración.

    Tomemos aún una imagen, un apunte más de entre las palabras que, por aquel entonces, escribía Allio en su diario:

    «Foucault. Su impresionante presencia física, plena de una vibrante potencialidad de intervención que se autodisciplina. En todo su ser, tiende a parecerse, culminando en su cráneo rasurado, a un sexo en erección; en toda su penetrante inteligencia.»4

    Descripción elocuente y expeditiva, que podríamos considerar como una nota tomada por el director al margen del texto de un guión cinematográfico sobre el que trabaja y que sigue estando en el compás de espera, previo al momento propicio en que se abordará su rodaje. Esta nota, a juicio de algunos, revelará el inconsciente falocentrismo del director, aunque esta última sospecha no le resta valor a la apreciación de la que da cuenta. En todo caso, consciente de la dimensión de la obra del filósofo, reflexiona René Allio sobre «el interés —la necesidad— de extraer de la trayectoria de Foucault algo que sea en nuestro arte una aplicación de su método. Como Brecht hizo del efecto de distanciamiento la aplicación del marxismo en su dramaturgia».5 Palabras que contienen un testimonio crucial, por el momento y la encrucijada desde los que surgen, pues sin duda las anotaciones de Allio ilustran con bastante nitidez lo que la figura del filósofo Michel Foucault representaba en la cultura filosófica francesa del post-sesentayocho que, a través de él, parecía haber encontrado el camino para seguir siendo una referencia de primer orden a nivel global.

    Pero qué decir de la otra trayectoria, la personal, cómo referirse al transcurrir de un tiempo que no podría haber existido si él no hubiese contribuido a construirlo. De esa historia Michel Foucault no deseaba hablar nunca en público. Consideraba que debía ser conocido y juzgado por sus libros, no por sus gustos, intereses o experiencias personales. Pese a lo cual nosotros, sus lectores, nunca hemos podido evitar la curiosidad. En efecto, una escritura tan limpia, una expresión tan lograda, siempre nos ha sugerido la existencia de algo que es preciso descubrir, nos incita a ver tras las cortinas, a mirar por el ojo de la cerradura, para tratar de conocer al ser humano que describía con la prosa más luminosa las ideas más complejas, que ponía por escrito los pensamientos más turbadores con líneas de una pulcritud antes inimaginable.

    Empeñados en esa tarea imposible, miramos a través de otros ojos, los de sus biógrafos, los de Hervé Guibert, su amigo y confidente durante los últimos años de su vida, que describe para nosotros mucho de lo sucedido durante ese tiempo, que nos habla del gusto por la orgía sadomasoquista, por el sexo libremente vivido, si es que puede hablarse de libertad en algo que tenga que ver con el sexo; que habla de ciertos lugares en la ciudad de San Francisco, de los tabúes rotos, del último regreso a París, del sida; en fin, todo lo que se podría decir al respecto está dicho, contado con habilidad en A l’ami qui ne m’a pas sauvé la vie. Pero tal vez no fuera necesario haber hablado de ello porque en realidad no aclara nada.6 O quizá sí, ya que de esta forma sabemos que aún diciéndolo todo, el misterio Foucault sigue sin esclarecerse. Por eso es necesario seguir leyendo, de la misma forma que resulta imprescindible seguir hablando.

    En la carta que Foucault escribe a Guibert, el 28 de julio de 1983, habla de un muchacho al que, desde su mesa de trabajo, ve cada día asomarse a la ventana de su casa, situada justo frente a la suya, en la rue d’Alleray. Es más que probable que ese muchacho fuera el propio Hervé Guibert. Este mismo lo da a entender a través de la fotografía que aparece en la portada de su obra Le seul visage,7 aunque también podemos entreverlo nosotros sin dificultad si leemos la dedicatoria de Les aventures singulières, dictada sin duda por una calculada ambigüedad a través de la que se revela la existencia de una complicidad que, como bien sabemos, estaba llena de afecto y admiración: A mon voisin.8

    De igual manera, se advierte que debe ser así, que era Guibert ese vigilado vigilante, en un texto que aparece en Le mausolée des amants, en el que el escritor dice: «Y yo soy un poco tu guardián. Tu casa está separada de la mía, en un nivel inferior. Puedo observar tus idas y venidas, tu ausencia o tu presencia me es conocida a través de un solo golpe de vista, cuando tus ventanas están oscuras velo tu sueño, y te protegeré de la muerte, tenderé invisibles hilos en tu balcón.»9

    Por tanto, si Guibert era como sospechamos el muchacho misterioso, es esclarecedor recordar lo que Foucault dice de él y, en cierta manera, dice también de sí mismo en un pasaje de ese texto: «y si él viene al borde de su balcón no es por disipar a la luz de las últimas sombras en las que está envuelto, es por mostrar a todos, a nadie (puesto que no hay nadie aparte de mí que lo mire) que no hay día que pueda vencer la obstinación dulce que queda en él y lo domina soberanamente».10 Invirtamos el orden, invirtamos también la dirección del discurso: dulce obstinación, dos palabras que definen un carácter, que marcan una vida, la de Michel Foucault.

    Sin embargo, dejándonos llevar por nuestra curiosidad de cotillas intelectuales, ¿qué secretos íbamos a poner al descubierto? ¿Aquellos sobre los que Miller monta el delirio psicoanalítico con el que echa a perder la oportunidad que tenía de haber escrito una aceptable biografía de Foucault? ¿Esos mismos que también Hervé Guibert nos relata en Les secréts d’un homme? Es cierto que las experiencias infantiles de Foucault que el fallido biógrafo anota pudieron quedar dolorosamente grabadas en los estratos más profundos de su memoria: la visión de una operación en la que se amputa la pierna a un paciente en el Hospital donde trabajaba su padre como cirujano; el recuerdo de la ventana de la habitación donde estuvo la mitad de su vida separada de todo contacto con el mundo la «encerrada de Poitiers» o los celos culposos del pequeño Michel en el Liceo, muchos años antes de convertirse en Foucault, a secas y por antonomasia, frente a los alumnos de origen judío que venían de París a refugiarse de la persecución nazi y que acabaron en muchos casos deportados junto a sus familias a los campos de exterminio durante la Sohah.11 Experiencias terribles, sin duda, que se marcaron a fuego en los sustratos de la memoria del filósofo y que éste revivió cuando sintió la proximidad de la muerte. Pero, ¿buscaba al evocar esos recuerdos explicar algo, dotar de sentido a su vida, revelar algún porqué? De ser así estaríamos ante una última muestra del persistente afán por establecer un sentido que explique, que haga coherente la vida, que permita construir el último golpe de efecto con el que se cierra el guión.

    Podríamos hablar asimismo de las tremendas experiencias que a veces marcaban su cotidianeidad, al menos esa parte de su vida diaria oculta a quienes estaban fuera del estrecho círculo de los más íntimos. Una cotidianeidad llena de violencia, de miedo, de dolor que también nos ha dejado entrever otro texto de Guibert, en el que narra como dos adolescentes entran en el apartamento de Foucault y lo golpean hasta dejarlo inconsciente.12 Podemos imaginar la terrible escena, pensar en los equívocos caminos de la trasgresión, en la cara del genio entumecida, adormecida por los golpes y el frío del suelo, respirando el aire viciado por el olor que desprenden la sangre y las babas mientras se secan.

    Aunque quizá el más importante de todos esos secretos sea un secreto a voces, un secreto terrible y banal que sospecharíamos todos y que se materializa en una anécdota acaecida en los momentos finales de su existencia. De nuevo podemos evocarla siguiendo el relato que de ella hizo Hervé Guibert: «Cuando M. estaba en el servicio de reanimación, algunas semanas antes de su muerte, fue necesario poner un guardián a la entrada de la puerta que, sin embargo, permanecía cerrada, porque se había sorprendido a un fotógrafo deslizándose en el servicio para tomar fotos de M. inconsciente.»13

    Este suceso lo resume todo, describe el callado pesar de un ser humano a merced de los otros, el dolor mudo de un pensador convertido en figura icónica, mediática como se diría ahora, y la miseria de una época que busca la representación de su verdad en la imagen de la agonía de uno de sus más perspicaces intérpretes.

    Michel Foucault, un pensador para una época

    El contenido de una larga serie de entrevistas, concedidas a Roger-Pol Droit en 1975, va a servirnos ahora como hilo conductor para realizar una suerte de exposición de carácter general a propósito de su relación con las encrucijadas intelectuales y políticas más importantes de su tiempo. Las entrevistas a las que me refiero, cuya trascripción ocupa 396 páginas mecanografiadas, se realizaron en un momento especialmente interesante en la vida y la obra de Michel Foucault, en el que éste se esfuerza por encontrar vías de conexión entre su trabajo intelectual y distintas formas de actividad política. En este sentido, podríamos partir señalando el acierto de Chevalier, cuando apunta que hay dos formas de abordar el trabajo de Foucault, una que se remite a las tareas propias de la investigación, y otra que conduce de forma más directa a la batalla política.14 Lo cierto es que, aunque el citado intérprete se refiera a su labor como historiador, ese juicio nos vale para interpretar toda la actividad intelectual de este pensador. Pues bien, esas dos formas están presentes en las conversaciones que a continuación vamos a intentar resumir y sobre esas dos líneas hemos de trazar, por nuestra parte, esta breve exposición.

    Ante todo, hay que advertir que el documento conservado en el imec está acompañado de una nota de Daniel Defert, en la que éste señala que Foucault quedó insatisfecho con el enfoque y el resultado de estas entrevistas, rechazando la posibilidad de publicarlas.15 Sin embargo, esto no las hace menos interesantes, más bien todo lo contrario. No en vano, después de conocer el contenido de las conversaciones podemos concluir que si Foucault quedó descontento del resultado fue, en buena medida, porque su personalidad y sus intereses intelectuales se veían reflejados de manera particularmente explícita, cosa que no le agradaba en absoluto. Quizá también por su permanente recelo con respecto al tratamiento público que pudiera darse a su figura.

    Tal vez por este último motivo, en el curso de estas conversaciones, recordará su entrevista con Deleuze, señalando que se trató de algo especial por el grado de conocimiento de la respectiva obra que existía y la relación de confianza que mantenían. Lo que subraya al respecto es que la complicidad de fondo que existía entre ambos y el gran respeto que se tenían hacía impensable cualquier utilización tendenciosa de sus opiniones; por ese motivo la entrevista resultó satisfactoria.

    Caso diferente es el de la que realizó con Pierre Victor, centrada en el asunto de la «justicia popular». Foucault la menciona para hacer una autocrítica con respecto al contenido, reconociendo que en esa ocasión se dejó llevar y dijo algunas cosas que son insostenibles. Con todo esto viene a subrayar las dificultades de la tarea del entrevistador y sus prevenciones en relación al resultado de la misma. Sin duda, por eso se extiende en comentar, a propósito de la serie de conversaciones que está sosteniendo con Roger-Pol Droit, las dificultades que tienen este tipo de empresas. También alude por pareja razón al ejemplo de una entrevista, entonces reciente, a Claude Levi-Strauss, diciendo que ésta consiste en un análisis de toda su trayectoria intelectual; un comentario detenido y reflexivo sobre la obra del famoso antropólogo, fallecido el pasado 1 de noviembre de 2009. Todo ello lleva a Foucault a volver sobre el debatido tema del autor y su obra, señalando que él no quiere construir una obra y no le agrada que se le interrogue en esos términos, pidiéndole un balance global de su producción. Dada la trascendencia que alcanzó en la época, este asunto viene a ser como una especie de ruido de fondo, que no cesamos de escuchar a lo largo de toda esta serie de conversaciones. No obstante, no sabemos hasta qué punto Foucault estaba convencido de lo que mantenía públicamente en relación a este asunto, pues a continuación se refiere en unos parámetros muy similares a los de siempre a su propia obra, por mucho que insista en cuestionar ese concepto y diga que tan sólo pretende escribir sobre asuntos muy concretos, de tal forma que, aunque existan conexiones entre sus libros, estos no tienen por qué formar un corpus cerrado y ordenado. Pero pasemos ya a lo que aquí nos interesa, que es dar a conocer sus opiniones sobre los debates intelectuales y políticos de aquel momento.

    Marxismo y estructuralismo

    En la primera de las conversaciones recogidas, comienza hablando del papel que han jugado Desanti y Althusser, como dos de las cabezas visibles de la intelectualidad comunista francesa de su época. A través de sus comentarios, Foucault pone de manifiesto su anticomunismo y puede apreciarse que se siente molesto por la importancia que el entrevistador concede a los comunistas en su descripción del clima intelectual del período de su juventud.

    Más aún, en su opinión, el Partido Comunista es en realidad una organización vinculada al sistema político vigente en la Francia de entonces, pues ha pactado con el Estado. Aunque, según señala, a pesar de ese pacto, el único terreno en el que ha conseguido infiltrarse eficazmente es en la Universidad. A su juicio, los comunistas lo han intentado en todas las demás instituciones, pero tan sólo lo ha logrado plenamente en ésta. Como podemos sospechar, además de ayudarnos a establecer la magnitud de su distancia con el marxismo, estos comentarios ponen en evidencia un profundo recelo del filósofo hacia el mundo académico. Su permeabilidad a una estrategia política sería indicativa, a su juicio, de una falta de consistencia que hace porosas sus instituciones facilitando su toma de facto por organizaciones eficazmente jerarquizadas. La debilidad teórica de su ideología no sería, en estos casos, un inconveniente sino que se convertiría en una ventaja.

    Foucault profundiza en sus críticas al hilo de la narración de otras experiencias personales, empezando por su terrible aventura en la Polonia del Telón de acero. Señala, por ejemplo que, desde que conoció cómo funciona en realidad un Estado comunista, considera inaceptable el discurso político marxista. Para él, todo el horror que encierra esa doctrina política se le reveló en aquel país. Aun así, evoca cómo ya tenía recelos y sentía un rechazo instintivo con respecto al totalitarismo desde su época de estudiante.16

    A este respecto, es significativa y muy en el tono del clima intelectual de ese tiempo la acusación que realiza a la «filosofía del sujeto», reprochándole haber conducido a los pensadores de su generación, primero a la Fenomenología y luego al Marxismo. Seguramente al afirmar esto está pensando, aunque no lo nombre, en la figura de Sartre, considerada por muchos como paradigmática dentro de la evolución de la intelectualidad francesa durante buena parte del siglo veinte.17

    En su caso, nunca se produjo aproximación real a ninguna de las etapas de ese itinerario, que con tanta saña descalifica. En efecto, resulta claro para cualquier lector de su obra que su acercamiento a la metodología fenomenológica

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