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Peligrosamente irresistible
Peligrosamente irresistible
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Libro electrónico169 páginas3 horas

Peligrosamente irresistible

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Información de este libro electrónico

El irresistible Tanner Blackburn tenía fama de conseguir con sus besos que las mujeres se quitaran la ropa; pero nunca lo habían acusado de quitarles también el dinero... Maddie Griffin era una aspirante a caza-recompensas que estaba desesperada por demostrarle a su familia que podía perfectamente seguir la tradición y dedicarse a ser agente de la libertad condicional. Por eso, cuando vio en una revista al "Bandido de los Besos", decidió llevar ante la justicia a aquel encantador fugitivo. Pero desconocía lo peligrosamente persuasivos que podían ser sus besos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 mar 2018
ISBN9788491707592
Peligrosamente irresistible

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    Peligrosamente irresistible - Kristin Gabriel

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Kristin Eckhardt

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Peligrosamente irresistible, n.º 1104 - marzo 2018

    Título original: Dangerously Irresistible

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-759-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Capítulo Dieciséis

    Capítulo Diecisiete

    Capítulo Dieciocho

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Maddie Griffin se asomó de puntillas por la ventanilla de la caravana. Vio la alfombra verde del salón, una piel de oveja en la pared y una pistola en un rincón, al lado de un hombre joven reclinado en una butaca y con una cerveza en la mano.

    Era alto y enjuto y llevaba barba de chivo. No debía de tener más de dieciocho años. Llevaba vaqueros y una sudadera gris con un agujero en una axila.

    Maddie se apartó de la ventana con el corazón en un puño dispuesta a poner en marcha su plan.

    Sacó una bomba de humo del bolso y la tiró bajo el vehículo. Pronto, comenzó a salir un humor grisáceo.

    Entonces, Maddie llamó al ocupante de la caravana desde el móvil.

    A los tres timbrazos, le contestó una voz somnolienta.

    –¿Sí?

    –Hola, soy Tina, su vecina –saludó Maddie haciéndose pasar por una rubia que vivía cerca.

    –Hola, Tina –saludó el chico sorprendido–. ¿Qué tal?

    –Pues, desde mi ventana me parece ver que tu caravana se ha incendiado.

    Maddie vio que el joven se asomaba por la ventana e inmediatamente lo oyó maldecir. Al oír la puerta de la caravana, supo que había picado.

    Evidentemente, era de los de la categoría joven y estúpida, como la mayoría de los que se saltaba la condicional y que mantenían el negocio de los Griffin.

    Maddie se acercó y se sacó del bolso un pulverizador de pimienta. Su presa bajó de la caravana y se dirigió al coche, sin darse cuenta de que su libertad estaba a punto de terminarse.

    De repente, Maddie sintió un golpe por detrás y cayó al suelo. El pulverizador de pimienta salió volando mientras ella caía de bruces con el asaltante encima y tapándole la boca.

    –¡Cállate o lo vas a fastidiar todo, idiota!

    Tate. Su hermano mayor no perdía el tiempo. Levantó la cabeza justo a tiempo de ver cómo su otro hermano, Ben, apresaba al fugitivo, su fugitivo, con facilidad, como ella había planeado.

    Para cuando el chico estuvo esposado, Tate la había levantado del suelo y le estaba quitando hojas del pelo.

    Ben se acercó.

    –Tate ¿por qué la has tirado al suelo? Sabes que papá nos mata si le pasa algo a Maddie.

    –Porque tenía un pulverizador de pimienta y no pienso arriesgarme a que me lo vuelva a echar a mí. No sé de qué te quejas. ¡A ti te ha tocado lo fácil porque a mí me ha mordido! –dijo levantando una mano–. Creí que eras contraria a la violencia –añadió mirando a su hermana.

    –¡Eso por vigilarme! Para que lo sepas, precisamente por eso te llevaste la última vez la rociada de pimienta –contestó soltándose furiosa con los dos por haberle fastidiado la captura–. ¿Cuándo vais a dejar de seguirme?

    –Eh, que nosotros solo obedecemos órdenes de papá –se defendió Ben–. Esta vez si que te has metido en un lío, hermanita.

    Una hora después, en el despacho de su padre, Maddie se dio cuenta de que su hermano no había exagerado. Le dolían los oídos del volumen de su voz. Llevaba un cuarto de hora gritándola. Maddie rezó para que no le quedara mucho fuelle.

    –¡Ya está bien! –gritó Gus Griffin dando un puñetazo en la mesa–. Esto ha sido la gota que ha colmado el vaso. Si no estás dispuesta a quedarte en la oficina, estás despedida. Me buscaré otra secretaria.

    –Bien porque nunca he querido ser tu secretaria. Quiero ser cazadora de recompensas, como Ben, Tate y tú. Puede que no tenga vuestra fuerza, pero me sobra inteligencia para hacer el trabajo, además de haber estudiado derecho penal. Estoy preparada.

    Su padre la miró con los ojos entrecerrados.

    –Te voy a encerrar hasta que hayas recuperado la cordura. Una mujer no tiene cabida en este negocio. No quiero que mi hija esté en la calle corriendo peligro.

    Maddie se acercó y puso ambas manos en la mesa.

    –Pues trabajaré para otro o abriré mi propia agencia. Tengo veinticinco años, papá. Ya no puedes decirme lo que tengo que hacer.

    Maddie vio que a su padre se le hinchaba una vena, señal inequívoca de que odiaba no poder con ella. Por eso la había mandado a un internado con doce años, después de que muriera su madre. Podía con los varones, pero no con ella y, por eso, la apartó de la familia.

    Tal y como estaba volviendo a hacer.

    –No vas a trabajar para otro. Vas a volver a la universidad para ser profesora o enfermera, mejor. Así, tal vez, te des cuenta de lo peligroso que es morder a tu hermano.

    –Es la tercera vez que Ben y Tate se meten en uno de mis casos –contestó ella sin sentirse culpable porque sabía que no le había hecho nada.

    –¡Ningún caso es tuyo! Tú eres secretaria. Tienes que ocuparte de los archivos y del café, no de comprarte un arma eléctrica.

    –¿Lo sabes? –dijo sonrojándose.

    –Sí y también sé esto –contestó su padre sacando una revista de su cajón.

    Maddie se puso todavía más roja al reconocerla. Su amiga Shayna Walters la había suscrito en plan de broma a Hombres de Texas porque Maddie decía que sus hermanos ahuyentaban a sus posibles ligues. Había marcado varias páginas con las fotografías de los que más le habían gustado, pero no tenía intención de quedar con ninguno, aunque la idea de acostarse con un desconocido le parecía de lo más tentadora.

    Viendo la cara de su padre, eso no lo dijo. Irguió los hombros y decidió que la mejor defensa era un buen ataque.

    –Ben y Tate han vuelto a entrar en mi casa, ¿no? No tienen derecho…

    –Tienen derecho porque yo les dije que fueran al enterarme de que estabas siguiendo a un sospechoso. Estaban buscando indicios de dónde podías haber ido y se encontraron con esto –dijo Gus abriendo la revista por la primera página que estaba marcada, que contenía una fotografía de un vaquero a pecho descubierto–. «En ocho segundos sabrás que este vaquero es para ti» –leyó pasando a la siguiente página doblada, en la que aparecía otro vaquero desnudo con la silla de montar estratégicamente colocada–. «Este vaquero te hará galopar como nunca».

    –Te lo puedo explicar –dijo roja como un tomate.

    –Eso espero –dijo su padre cruzándose de brazos.

    –Nunca he tenido intención de ponerme en contacto con ninguno de esos hombres.

    –¿Y para qué has marcado las páginas?

    Maddie no daba crédito. Estaban hablando de aquella estúpida revista en lugar de tratar el tema de su vida laboral.

    –No los voy a seguir. Aunque podría, papá. Soy muy buena siguiendo a la gente. Si me dieras una oportunidad…

    –Olvídalo. No quiero que mi hija tenga nada que ver con esa gentuza. Además, te niegas a llevar arma.

    –Llevo pulverizador de pimienta y estoy dispuesta a utilizar una pistola eléctrica si la cosa se pone mal –contestó levantándose–. El hecho de que rompa puertas a patadas y tire a los sospechosos al suelo no quiere decir que no pueda hacer el trabajo.

    –Las mujeres no deben trabajar en esto. Mira lo que le pasó a Lynette.

    Maddie puso los ojos en blanco. Lynette era la secretaria de la empresa y también le había roto el corazón a su padre.

    –Tu prometida se largó con un artista del timo, no murió en el frente.

    Gus miró al corcho donde tenía el cartel con la cara del delincuente que le había robado hacía un año a la mujer a la que amaba, la única con la que había considerado casarse tras la muerte de la madre de sus hijos. Pero Lynette se había fugado con un hombre diez años más joven que ella, un hombre al que apodaban el Bandido del beso. Estaba acusado de fraude y bigamia en tres estados. Había engañado a Lynette para que le diera todo el dinero que tenía y, luego, la había dejado. Lo detuvieron poco después, pero se saltó la condicional y desapareció.

    Gus Griffin nunca había perdonado a Lynette por aquello y se había prometido apresar al Bandido del beso, pero el delincuente seguía en libertad y Maddie seguía pagando las consecuencias de la debilidad de Lynette.

    –Maddie, siento decirte que esta revista demuestra que no estás preparada para trabajar como caza recompensas. Demuestra que no eres seria. Obviamente, te interesa más tener novio que apresar a los fugitivos.

    –¡Eso no es justo! Tate y Ben pasan cada fin de semana con una mujer diferente y nunca les dices nada.

    –Porque ellos ya han demostrado que valen para esto. No dejan que una cara bonita los distraiga en el momento crucial.

    –Dame a mí la oportunidad de demostrártelo. Solo te pido eso, papá. Una oportunidad.

    Gus dudó y Maddie albergó por un segundo alguna esperanza.

    –Madeline…

    Maddie cerró los ojos. Sabía lo que le iba a decir. Su padre solo la llamaba así cuando tenía algo malo que decirle. La llamó Madeline cuando le dijo que su madre había muerto en un accidente de coche hacía muchos años y también cuando, meses después, le había anunciado que se iba a un internado a Boston en lugar de quedarse con la familia en Chicago.

    Madeline nunca le había gustado.

    –Ya es hora de que se te quite esa estúpida idea de la cabeza –añadió Gus–. No vas a trabajar de cazarrecompensas, ni para mí ni para la competencia. Nadie de esta ciudad se atreverá a oponerse a mis deseos.

    –Pues abriré mi empresa –protestó mortificada al sentir que le temblaba el labio inferior.

    –Nadie en su sano juicio contrataría nunca a una mujer para detener a un fugitivo de la justicia, sobre todo si no lleva pistola –dijo levantándose y dándole un pañuelo de papel. Gus Griffin

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