Razones para matar a un frutero
Por Paco Pomares
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Patricia siempre había soñado con ser secretaria. Nada muy pretencioso, pero el fracaso escolar, la necesidad económica y la presión de sus padres la empujan a incorporarse a la carnicería del mercado.
Gracias a las divertidas andanzas amorosas de su amigo Giorgio —el tendero de frutas y verduras Naranjito— cuya misión es mostrar a los hombres el buen camino, Patricia va conociendo la vida y milagros de los trabajadores del mercado, entre ellos Abdul, el frutero paquistaní del 24/7.
El día en que se encuentra a uno de los fruteros muerto en el congelador de la carnicería, su realidad da un nuevo giro. Desde su perspectiva, Patricia nos ayudará a descubrir los enredos y rencillas que podían haber desencadenado el asesinato.
Razones para matar a un frutero retrata situaciones tan cómicas como disparatadas, con un lenguaje directo, cercano y ameno que arrancará más de una sonrisa al lector. Esta ópera prima de Paco Pomares recoge a muchos de los personajes del relato Castillos en la arena, su primera incursión literaria.
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Razones para matar a un frutero - Paco Pomares
Razones para matar
a un frutero
Paco Pomares
© Paco Pomares
© Razones para matar a un frutero
ISBN papel: 978-84-685-1784-1
ISBN epub: 978-84-685-1786-5
Depósito legal: M-35599-2017
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L.
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Índice
Primera parte. Muerte de un frutero
El naufragio
El grupo marujín
El mercado
Los buenos amigos
La reunión
Muerte de un frutero
Segunda parte. Razones para matar al frutero
La vergüenza de don Eugenio Fonseca
La cólera de Fermín Aubret
Los valores de Curro Losada
La locura del pollito
El rencor de Luis David
El desengaño de Dani y la represalia de Benjamín
El arrebato de Maruja Ferrer
Tercera parte. La reencarnación
El muerto al hoyo
El vivo al bollo
La alegría de vivir
PERSONAJES
Primera parte
Muerte de un frutero
El naufragio
Mira, Patricia. No voy a entrar ahora en averiguar lo que ha pasado, que lo hecho, hecho está. Yo ya le dije a tu padre que quería tener esta conversación contigo, pero ya sabes cómo es tu padre, que todo lo deja para mañana. No quiero hablar de tu padre, porque sabes que no estamos aquí para hablar de él, pero nos vendría muy bien que nos enseñara las pelotas, en vez de usar esta mierda de mulato hinchable. Pero ¿sabes qué te digo? Que ya vendrá cuando le pique, que lo tiene claro. De esa manera comenzó mi madre a impartir su clase magistral de educación sexual.
Tal y como me temía, la encontré muy seria cuando volví del colegio. Ven, Patricia, que tú y yo tenemos que hablar. Esperaba lo peor. Estaba convencida de que me gritaría, me castigaría e incluso me daría un buen bofetón, pero en ningún caso estaba preparada para esto. Ahí estaba yo hinchando un muñeco de plástico, que iba tomando forma poco a poco, dejando ver sus pelos rizados en el pecho, en los sobacos, y encima del agujero donde tenía que enroscar una polla oscura y brillante. Patricia, hija, que no te centras… ¿es que no ves que los huevos están mirando al techo? Eso es, dale la vuelta, así. Por fin ya estaba el mulatito en pie y con la verga en posición de ataque.
Patricia, prosiguió hablado mi madre, ya sé que esto es violento para ti, pero cuando me han llamado para decirme que te han pillado con un tío en el váter, me he dicho, Antonia, esto ya lo tenías que haber hecho antes. Así que de hoy no pasa. Bueno, hija, al parecer ya sabes para qué sirve una polla. Que está blanda y se pone dura y luego otra vez blanda y aquí no ha pasado nada. Lo que quizá no tengas tan claro es la utilidad de estas dos bolitas que cuelgan. Te tengo que decir que los tamaños que se gasta aquí el Matías no se corresponden con la realidad, que normalmente las pelotas son más grandes y la polla mucho más pequeña, y eso que tu padre no va mal servido. Pero bueno, eso no viene al caso, que se me va el santo al cielo pensando en el canalla de tu padre. Los cojones, nena, eso es lo que te tiene que preocupar. Estos porque son duros, pero los de verdad son así como muy graciosos, tan blanditos y tan tiernos que parecen inofensivos. Tanto es así que son el punto débil de los hombres, que ya sabes que si se los estrujas los tienes dominados. Ya no sé ni por dónde iba. Ah, sí, los huevos, Patricia. Ahí está la madre del cordero. Si el semen que hay dentro… Eso sí que lo habrás estudiado, digo yo. Pues eso, que si los espermatozoides consiguen introducirse en el óvulo, ya la hemos liado. Un óvulo fecundado se convierte en una nueva vida. ¡Milagro!
¿Sabes por qué estás aquí? Pues te lo diré. Porque mi madre no me explicó lo que yo te estoy contando a ti. Fui tan burra que no me di cuenta de que el peligro no estaba en la polla en sí, sino en lo que colgaba de ella. Un drama, Patricia, yo tan jovencita… Mi madre se quedó pensativa y yo intentando digerir que, en realidad, no había sido para ella más que un accidente que debía haberse evitado. Enseguida continuó hablando, aunque ahora parecía más relajada e incluso más cariñosa y cercana. Hija mía, ahora me alegro de que estés aquí. Para mí tú eres lo más importante en mi vida, aunque supongo que nunca he estado a la altura como madre. Lo siento, pero ni estaba preparada, ni nadie me ha ayudado a estarlo… ¿Has visto por aquí a tu padre? No, claro que no, porque tu padre no está. Se las estará rascando en el bar… Me hubiera gustado poder decidir cuándo tenerte y recibirte con la alegría que deben sentir las madres de verdad. Al final salimos adelante, pero no quiero que eso te pase también a ti. Entonces sucedió algo sorprendente, algo que yo no recordaba que jamás hubiera hecho mi madre, me abrazó. Fue un instante, pero solo ese momento fue suficiente para justificar la lección de sexo.
Toma, Patricia, continuó mi madre acabando con cualquier rastro de afecto, al tiempo que ponía en mi mano una caja de condones. El siguiente reto consistía en ponerle la gomita al mulato, que parecía que iba perdiendo fuelle. Mira, nena, es muy fácil. Cuando se le pone dura, se coloca en la puntita así. Hazlo tú… Eso es… ahora lo despliegas y se queda todo envuelto. Pues ya lo sabes. No quiero más tonterías en esta casa, que con tu padre en paro y mi sueldo miserable, la cosa no da para más, que tú aún eres muy joven y tienes que seguir estudiando. Claro que hay soluciones más drásticas, pero no le vas a ir cortando las pelotas a todos tus amantes. Tu padre se va a hacer la vasectomía, así que se corta la coleta. Él no te lo va a contar, porque para tu padre es todo un drama. Es que si no se la hace, le arranco las pelotas con mis propias manos, que no sabes lo pesado que es y hasta dónde me tiene. De esta forma concluyó mi madre su lección de sexo, sin dar paso al turno de preguntas, supongo que porque pensaba que me había quedado todo perfectamente claro. Me dejó sola con mis pensamientos, con el mulato ya bastante pocho y con una caja de condones.
Es verdad que me pillaron con Dani en el váter de chicos. Todo fue muy raro, pero como soy una ingenua sin remedio… Dani Gil siempre había sido el tío bueno del colegio. Estábamos todas locas por él. Yo la que más, seguro, aunque jamás se lo conté a nadie. Fantaseaba con él, pero de forma romántica, nada de relaciones sexuales. Me conformaba con verlo hacer deporte, tan fuerte, tan guapo. Me hubiera gustado que se dirigiera a mí, que me hablara, que me sonriera. Y eso fue exactamente lo que hizo. Estaba sentada con mis amigas en el patio, viendo cómo los chicos jugaban al fútbol, cuando Dani se acercó a mí —¿a mí?— y me llamó por mi nombre. Patricia, dijo, me gustaría hablar contigo. Me sonrió y repartió su sonrisa a derecha e izquierda, como queriendo decir que era conmigo, Patricia, y no con las aburridas de mis amigas, con quien quería hablar. En un aparte, me dijo que se trataba de un asunto confidencial y me citó, entre clase y clase, en los váteres de chicos. Cuando volví junto a mis amigas su actitud había cambiado. Yo era la misma pánfila de antes, pero ellas me trataban como si fuera la gran cosa. Eso me animó a seguir actuando como una necia. Tal y como me pidió Dani, salí a mitad de clase para reunirme con él. Abrí la puerta del servicio hecha un flan. ¿Dani?, pregunté al vacío. Estoy aquí, Patricia… me dijo él, invitándome a entrar en un retrete. La verdad es que, así contado, la cosa huele a chamusquina. Sin embargo, aquel día preferí creer que mi amor era correspondido. ¿Por qué Dani no se podría haber fijado en mí? Patricia, me dijo invitándome a sentarme en la taza, me gustaría que fuéramos amigos… Era como un milagro. Me parecía un sueño hecho realidad. ¿Dani? ¿Mi amigo? ¿Me estaba intentado decir que quería salir conmigo? Yo creo que me entró el tembleque y no era capaz de completar una frase con sentido. Yo… esto… Para empeorarlo, Dani sujetó mis manos y me susurró al oído, como si se tratara de un secreto, Patricia, por favor, que nadie sepa lo que ha pasado entre nosotros. Aquí había algo que no terminaba de encajar. ¿A qué te refieres, Dani?, le pregunté intrigada, pero si no ha pasado nada… Patricia, me contestó, eso es precisamente lo que necesito que mantengas en secreto, que aquí no ha pasado nada. En ese momento oímos cómo se abría la puerta del baño. Dani me abrazó, y los dos nos quedamos petrificados. Golpearon la puerta. ¿Quién hay ahí? Dani, te estamos esperando. Era Benjamín, el profesor de gimnasia. Parecía enfadado. Abre la puerta, por favor, que será lo mejor para todos. Así fue como nos pillaron abrazados en los váteres de chicos. No creáis que el profesor se sorprendió mucho, no. Eso sí, nos llevó a los dos al despacho del director, pasando por delante de todos los alumnos que estaban en el pasillo. No hizo falta más. Ya todo el colegio lo sabía. Mira la mosquita muerta, qué callado se lo tenía. Que han pillado a Patricia tirándose a Dani en el váter de tíos. ¿Patricia? ¿Quién es Patricia? Bueno, ahora por lo menos todo el mundo sabía mi nombre. Así que no tenía la mínima intención de aclarar el asunto.
Después de la clase de educación sexual que me había dado mi madre, me sentía capacitada para hablar sobre sexo con mis amigas, que ahora eran muchas. Además siempre llevaba conmigo un par de condones, para prevenir cualquier eventualidad. Es decir, para pasearlos, y que todos pensaran lo que no era. Dani y yo compartíamos cada vez más tiempo juntos. Mi novio era el más guapo, el más alto, el más rico y, además, el que sacaba las mejores notas. De vez en cuando venía a casa a echarme una mano, estrictamente con los estudios. Yo, entre que nunca he sido muy espabilada y la tontería que me producía estar a su lado, no daba pie con bola. Me pasaba el rato riéndome como una boba. La verdad es que el chico tenía mucha paciencia conmigo. Cuando me miraba en el espejo, me sentía una impostora. Intentaba por todos los medios cambiar mi imagen, pero con la falta de recursos y mi poca imaginación resultaba imposible. Recuerdo la primera vez que entré en casa de Dani. Me sentía juzgada por sus padres, por sus abuelos, por sus hermanos y hasta por la chacha. ¿Y tu padre de qué trabaja? Fue Dani el que mintió. Tienen una carnicería. Todo entre nosotros era una mentira. Yo misma era una mentira. A veces oía conversaciones a medias y asumía que hablaban sobre mí. Esta niña tiene la cabeza llena de pájaros. Yo no sé qué ha visto ese chico en ella. Debe de ser muy buena en la cama. Pero ¿qué dices?, si es un caldo sin sal. No te la dejes ir, que esa sabe latín. Con la ayuda de Dani me suspendieron solo seis asignaturas. Hubieran sido siete, pero el profesor de gimnasia, en agradecimiento por mi necedad, decidió aprobarme. El día que entregué las notas finales a mis padres esperaba algo más. Otra vez, eché de menos unos gritos, un castigo e incluso un buen bofetón; pero no era el momento adecuado. Mi padre sostenía en sus manos un artilugio que parecía mucho más importante que mi fracaso escolar.
La bronca fue descomunal. Nunca había visto a mi padre enfadado, y jamás me hubiera imaginado