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Tres obras de teatro: Y Leonardo?; Nora Nora; Antígona ahora
Tres obras de teatro: Y Leonardo?; Nora Nora; Antígona ahora
Tres obras de teatro: Y Leonardo?; Nora Nora; Antígona ahora
Libro electrónico377 páginas3 horas

Tres obras de teatro: Y Leonardo?; Nora Nora; Antígona ahora

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Evald Flisar es uno de los pocos autores eslovenos que se han hecho conocidos fuera del país con verdadero éxito. Es más, parece que Flisar – autor de quince obras de teatro y el dramaturgo esloveno más reconocido internacionalmente – es más estimado en el extranjero que en su propio país: hasta ahora, ha habido 93 representaciones de sus obras en los teatros profesionales en casi todos los continentes. Flisar es el primer (y hasta ahora el único) dramaturgo esloveno, cuyas obras han sido representadas en islandés, árabe, bengalí, indonesio, japonés, chino and bielorruso. En el libro Tres obras de teatro se reúnen tres obras teatrales representativas de Flisar: ¿Y Leonardo?, Nora Nora y Antígona ahora, traducidas al español por Marjeta Drobnič. Es notable también el prólogo a la edición: el retrato del autor, escrito por Jana Bauer, es un collage creativo de las citas selectas sobre la obra de Flisar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ago 2017
ISBN9789616995030
Tres obras de teatro: Y Leonardo?; Nora Nora; Antígona ahora
Autor

Evald Flisar

EVALD FLISAR is a novelist, playwright, essayist, editor and seasoned traveller. Flisar was president of the Slovene Writers’ Association from 1995 – 2002, and since 1998 is the editor of the oldest Slovenian literary journal Sodobnost (Contemporary Review). He is the author of eleven novels, two collections of short stories, three travelogues, two books for children and fifteen stage plays. Winner of the Prešeren Foundation Prize, the highest state award for prose and drama, the prestigious Župančič Award for lifetime achievement, three awards for Best Radio Play, and many more. His previous novels, ‘My Father’s Dreams and Three Loves, One Death were published with Istros in 2015 and 2016 respectively.

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    Tres obras de teatro - Evald Flisar

    1/2012/L/133

    Društvo slovenskih pisateljev, Slovenski center PEN, Društvo slovenskih književnih prevajalcev

    The Association of Slovenian Writers, The Slovenian PEN Centre, The Slovenian Literary Translators' Association

    Evald Flisar: Tres obras de teatro

    Traducción

    Marjeta Drobnič

    Prólogo

    Jana Bauer

    Revisión del texto en castellano

    Matías Escalera Cordero

    Editado por Društvo slovenskih pisateljev,

    Asociación de Escritores Eslovenos, Ljubljana

    (Litterae Slovenicae : Slovenian Literary Magazine)

    © Evald Flisar

    © Para los derechos de representación contactar a

    The European Literary Agency

    Sandra B. Naylor

    sandra@europeanliteraryagency.co.uk

    Editor general y presidente

    Ivo Svetina

    Editoras responsables de Litterae Slovenicae

    Tina Kozin, Tanja Petrič

    Libro electrónico

    Consular la página web

    http://www.biblos.si/lib/

    Ljubljana 2016

    El libro ha sido subvencionado por la Agencia Pública del Libro de la República de Eslovenia

    CIP - Kataložni zapis o publikaciji

    Narodna in univerzitetna knjižnica, Ljubljana

    821.163.6-2(0.034.2)

    821.163.6.09-2(0.034.2)

    FLISAR, Evald

    Tres obras de teatro [Elektronski vir] / Evald Flisar ; traducción de Marjeta Drobnič ; prólogo Jana Bauer. - El. knjiga. - Ljubljana : Društvo slovenskih pisateljev = The Slovene Writers’ Association, 2016

    ISBN 978-961-6995-03-0 (epub)

    COBISS ID 284100864

    Evald Flisar

    Tres obras de teatro

    ¿Y Leonardo?

    Nora Nora

    Antígona ahora

    Traducción de Marjeta Drobnič

    Društvo slovenskih pisateljev

    The Slovene Writers’ Association

    Ljubljana, 2016 

    ¿Y Leonardo?

    Personajes:

    Dr. HOFFMAN

    Dra. DaSILVA

    ENFERMERA

    MARTÍN

    REBECA

    OBLICUO

    PROFESOR CARUSO

    PÍCARA TRÉMULA

    HOMBRE PERRO

    SEÑORA MARTÍN

    Dr. ROBERTS

    PERIODISTA

    CÁMARA

    Acto primero

    1

    (La escena se desarrolla en la sala de estar del instituto neurológico. La sala tiene dos puertas, la principal al fondo a la derecha, y la lateral a la izquierda. Los muebles son funcionales. La obra se inaugura con un aria de El trovador, cantada en la oscuridad por el Profesor Caruso. Los focos iluminan poco a poco el escenario con los personajes presentes: Martín, Caruso, Rebeca, el Hombre Perro y la Pícara Trémula. Caruso está de pie en una silla, cantando. Al mismo tiempo agita los brazos como si estuviera dirigiendo una orquesta. En frente, la Pícara Trémula imita, temblando, sus movimientos. En el suelo está Rebeca en cuclillas, lleva puesta la ropa del revés, y escucha boquiabierta el canto de Caruso. Aparte, dando la espalda a Caruso, está sentado Martín y habla en un au­ricu­lar imaginario. El Hombre Perro deambula por la sala, olfateando el aire como si buscara el origen de un olor par­ticu­lar.)

    (El Profesor Caruso termina de cantar y hace una reverencia. La Pícara Trémula hace lo mismo.)

    REBECA: (aplaudiendo) ¡Uy, qué bien canta, profesor! Aplauda, señora.

    (La Pícara Trémula saca la lengua y hace una mueca.)

    MARTÍN: (hablando en el auricular imaginario) Sí, es la tienda de alimentos selectos. Oh, buenos días, señor presidente, ¿qué tal? La hora ... (consulta su reloj de pulsera imaginario) Son exactamente ... ¿Cómo? Y tres cuartos de ternera picada.

    REBECA: Aplauda, señor Martín.

    HOMBRE PERRO: Lo sabía. Los rayos cósmicos acaban de penetrar en esta sala. Es una cosa peligrosa, habrá que tomar medidas. Si no, nos volveremos locos.

    CARUSO: (haciendo una reverencia) Les agradezco a los aquí reunidos su magnífico aplauso. Ya saben, un artista, por grande y humilde que sea, siempre necesita de los aplausos. (Baja de la silla.)

    REBECA: (aplaudiendo) ¡Uy, qué bien canta, profesor!

    (Caruso se sienta en la silla, cierra los ojos y empieza a hacer cálculos complejos, ayudándose con los dedos de las manos, que se tuercen delante de su cara como las patas de dos arañas.)

    MARTÍN: (vuelve a ponerse el auricular al oído) No, señor almi­rante, a mi mujer no le gustan los espaguetis, por lo que ya va siendo hora de que me arregle el coche – ¿por qué? – porque me pica el pie izquierdo.

    (Cuelga el auricular imaginario, se quita el zapato derecho y se rasca el talón.)

    HOMBRE PERRO: (olfateando) Increíble. Hierba cortada con una parte de tierra seca. (Levanta el zapato de Martín, llevándoselo a la nariz.) No, los pelos de un chucho mojado. (Olisquea la suela.) La caca de una gallina. (Deja el zapato.) Interesante, pero incomible.

    (Rebeca se pone de pie apresurándose en dirección al zapato. Cuando pasa por delante del Hombre Perro, éste la huele y hace una mueca.)

    HOMBRE PERRO: Moqueta de lana húmeda. Con un poco de sopa de pollo.

    REBECA: ¡Zapatito, zapatito! (Lo levanta, lo abraza y lo mece como a un bebé.) Zapatito, mi tesoro. La primavera está a punto de volver. Las hojas caerán y susurrarán cuando me revuelque en ellas, ¡uy, cómo susurrarán!

    MARTÍN: (poniéndose de pie) Hace un día glorioso, de todas formas. Creo que voy a dar un paseo, como de costumbre. O no.

    CARUSO: (poniéndose de pie) Martes. No, viernes...

    MARTÍN: (saludando con entusiasmo a Caruso) ¡Oh, buenos días! Cuánto tiempo. Hace un día precioso, ¿verdad? (El Profesor Caruso lo mira asustado.) ¿No me conoces ya? Perdone, señor director, no lo había reconocido, los ojos me fallan. Ayer no asistí a clase, es verdad. Mi madre escribió un justificante. (Hurga en los bolsillos.) Lamento haberlo perdido.

    CARUSO: Viernes.

    MARTÍN: Estoy de acuerdo.

    CARUSO: No, sábado. ¡El trece de febrero del año 3565 será sábado!

    REBECA: Bailé un solo verano. Él, muy elegante, me llevaba bailando por el parqué liso. Mis zapatitos hacían tap tap, tap tap, tap tap...

    CARUSO: ...tam tap, tap tap...

    PÍCARA TRÉMULA: (estirándose para salir hacia adelante con movimientos trémulos y nerviosos de los brazos, de los hombros y de todos los músculos de la cara) Y éste, ¿lo han oído? Ja, ja, ja. Los misioneros cristianizaron a unos caníbales, y éstos decidieron que iban a comerse a los pescadores sólo los viernes. Ja, ja, ja. ¿Y éste...?

    CARUSO: Y lo mío, ¿qué? ¡El veinticinco de marzo del año 8560 será jueves! ¿Qué me dicen? (Hace una reverencia.) ¡Un aplauso!

    (Los demás no le hacen caso.)

    MARTÍN: Herr Goethe, warum trinken Sie Wein vermischt mit Wasser? Wein allein, sagte Goethe, macht dumm –das beweisen die Herren am Tische–

    REBECA: ¿En qué lengua habla?

    MARTÍN: Estimada señora. (Besa su mano.) Muy buenos días. Mire, hoy, precisamente, me han llegado piñas frescas, y plátanos, y pasteles de manzana – ¿le valdrá un kilo? ¿Se lo envuelvo?

    REBECA: No sabe lo maravilloso que era el susurro de las hojas. Él me revolcó en ellas y me... y me... no voy a decir lo que me hizo, pero, encima pude ver, encima vi, encima vi sólo las copas de los árboles, y el cielo, y todo giraba, giraba, giraba... (Empieza a girar en torno de su eje hasta perder el equilibrio y desplomarse, el zapato se le cae de la mano y para delante de los pies del Profesor Caruso.)

    CARUSO: (observando el zapato, observando, después, a los demás, que, a su vez, lo observan a él) ¡Gol! (Le da una patada al zapato y se pone a jugar el fútbol.) ¡Gol! ¡Gol!

    (Los demás se unen a él, chutan el zapato, se lo pasan y gritan como locos ¡Gol, gol, gol! La Enfermera se abre camino en medio de la multitud alborotada, con las manos sujeta una bandeja con medicinas y agua, la coloca en la mesa. Observa el partido hasta que los futboli­stas, uno por uno, se dan cuenta de su presencia y dejan el zapato.)

    MARTÍN: (saludando respetuosamente a la Enfermera) Buenos días, ilustre señora Marchenko. Hace buen tiempo, un verano espléndido, ¿verdad? ¿Cómo está su señor? ¿Todavía con la ciática? ¿Qué tal sus nietos? Y usted, ¿sigue con los problemas de la prótesis?

    ENFERMERA: Siéntese, señor Martín.

    MARTÍN: No, no, siéntese usted, no está bien que un hombre permanezca sentado en un autobús con una dama joven de pie a su lado. Me apeo en la proxima parada, de todas formas.

    ENFERMERA: (poniéndose a preparar las medicinas) ¿Cómo se llama la próxima parada?

    MARTÍN: Creo que ... tengo que mirar el billete. (Revisa sus bolsillos.) Parece que lo he perdido. Así que necesitaré uno nuevo, señora revisora. No sé adónde voy, por desgracia. Es una pena. (Se hunde en pensamientos sombríos.)

    HOMBRE PERRO: Quisiera dar fe de una interferencia. Los rayos cósmicos acaban de irrumpir en este espacio. Se trata de una energía extraña, desconocida, peligrosa.

    ENFERMERA: Se lo diré al médico.

    PÍCARA TRÉMULA: Y éste, ¿lo han oído? Dice un pasajero en la estación de ferrocarril: Un billete de ida y vuelta, por favor. ¿Adónde? le pregunta el empleado de la ventanilla. El pasajero se sorprende: De vuelta aquí, claro, he dicho que uno de vuelta. Ja, ja, ja. ¿Por qué nadie se ríe?

    ENFERMERA: Primero los medicamentos.

    PÍCARA TRÉMULA: No me gustan los blancos, deme los de color rosa.

    HOMBRE PERRO: Ésos son míos, siempre me dan sólo los de color rosa. (Olisquea las pastillas en la bandeja.) ¿Por qué huelen hoy de otra forma? ¡A serrín! Antes siempre olían a conos de pino. Deme aquellas cápsulas.

    CARUSO: Las cápsulas siempre me provocan diarrea, yo me quedo con los blancos exclusivamente, insisto.

    ENFERMERA: (mirando con preocupación a Rebeca que sigue inmóvil en el suelo; se acerca) ¿Rebeca? ¿Te has quedado dormida?

    (Mientras la Enfermera está ocupada con Rebeca, la Pícara Trémula, el Hombre Perro y el Profesor Caruso se lanzan hacia las pastillas en la bandeja, se las tragan, cada uno ingeriendo las que haya podido alcanzar. Casi se atragantan y están a punto de pegarse por un vaso de agua, pero cuando la Enfermera se endereza y se da la vuelta, disimulan poniendo caras de inocencia. Al Hombre Perro le da hipo.)

    ENFERMERA: (dándose cuenta del comportamiento extraño de los tres, vuelve a la mesa, ve la bandeja sin pastillas, se lleva las manos a la cabeza) Bendito sea ... (Se apresura hacia la salida de la izquierda.) Doctor ...

    CARUSO: Me siento un poquillo raro. (Se lleva las manos a la cabeza.)

    PÍCARA TRÉMULA: Pues se lo merece, por tener el carácter que tiene.

    (Hoffman y DaSilva entran por la entrada principal.)

    MARTÍN: (se alegra al verlos) Buenos días. Un día precioso, ¿verdad? ¿Qué se cuentan? ¿Mortadela? ¿Cien gramos de embutido húngaro?

    HOFFMAN: Pero, Señor Martín, ¿por quién me toma usted?

    MARTÍN: Es verdad, me engañan los ojos. Como si no fueras mi viejo amigo Willie. (A DaSilva, en confianza.) Willie es un muchacho estupendo, acudimos con regularidad a las carreras de caballos.

    HOFFMAN: Señor Martín, se equivoca otra vez.

    MARTÍN: Es verdad, qué estúpido. Usted es el señor Robinson, ha venido a comprar una barra de pan y dos latas de carne. (Da media vuelta y alza la mano hacia una repisa inexistente. Al darse cuenta de que la repisa no existe, se vuelve. De repente, su cara refleja la preocupación y el miedo.) ¿Pero dónde estoy? (Clava sus ojos en Hoffman.) Perdóneme, señor Baker, el pan se ha agotado.

    HOFFMAN: No, señor Martín, tampoco soy el señor Baker.

    MARTÍN: Claro que no. Porque no lo he visto en mi vida.

    HOFFMAN: Tampoco es cierto. Nos vemos todos los días. Soy el neurólogo Dr. Hoffman. Y esta señora es la Dra. DaSilva que se ha unido a nuestro equipo. Hará todo lo posible para que nos sintamos mejor.

    PÍCARA TRÉMULA: Yo me siento peligrosamente bien.

    MARTÍN: Y yo no me siento de ninguna manera. Creo que ni siquiera me siento.

    PÍCARA TRÉMULA: (lanzándose hacia adelante) Y éste, ¿lo han oído? Un paciente le dice a su médico: Señor médico, no puedo dejar de creer que soy una gallina. ¿Y cuánto tiempo lleva así?, pregunta el médico. Algo más de un año, responde el paciente. ¿Y por qué no había venido a verme antes?, se extraña el médico. Lo habría hecho, dice el paciente, pero mi mujer no me dejaba, decía que necesitábamos los huevos. ¡Ja, ja, ja! ¿Por qué nadie se ríe?

    HOFFMAN: (explicando) La señora tiene un claro síndrome de Tourette.

    PÍCARA TRÉMULA: Tics involuntarios. Muecas faciales. Movimientos exagerados y bruscos. Comportamiento desafiante, obscenidades.

    HOFFMAN: Es posible controlarlo parcialmente con el Haldol...

    PÍCARA TRÉMULA: El Haldol no me gusta.

    HOFFMAN: Pero le ayuda un octavo de miligramo al día.

    PÍCARA TRÉMULA: Le ayuda a usted. Así le dejo en paz. Pero a mí me gustaría más vivir como una loca, preferiría cantar y maldecir –joder, tu puta madre, coño, hostias– preferiría rascarme y no dejar que me pique el culo, preferiría trepar por las paredes y volar por el aire.

    HOFFMAN: (a DaSilva, como pidiendo disculpas) Hoy, la señora aún no ha recibido su dosis de Haldol. (Se dirige a Caruso.) Vamos a ver, profesor, ¿algo nuevo?

    HOMBRE PERRO: Quisiera dar fe de una interferencia. Unos rayos cósmicos acaban...

    ENFERMERA: (se apresura hacia el doctor desde la izquierda) Ay, doctor...

    HOFFMAN: Es la enfermera Mary, que se esfuerza en mantener la calma en medio de este desbarajuste.

    ENFERMERA: Doctor, ha pasado algo terrible...

    HOMBRE PERRO: Algo muy peligroso. Unos rayos cósmicos acaban de irrumpir en este espacio.

    ENFERMERA: No...

    CARUSO: Nos hemos comido todas las pastillas.

    HOFFMAN: Entonces han sido ustedes muy obedientes, se merecen un reconocimiento.

    CARUSO: En la bandeja había seis pastillas de color rosa, cuatro blancas, ocho ovaladas tirando a verde, y quince pastillas planas, y, además, doce cápsulas. Yo me he comido tres cápsulas, cuatro pastillas de color rosa, una blanca, pero ninguna ovalada, porque las han pillado antes el señor Olfato y la señora Temblona. ¿Por qué nadie me cree?

    ENFERMERA: Me he distraído durante un segundo con Rebeca – ¿y dónde está Rebeca ahora?

    HOMBRE PERRO, CARUSO, PÍCARA TRÉMULA: ¿Y dónde está Rebeca ahora?

    (Todos se dan la vuelta y ven que Rebeca sigue tendida en el suelo. La enfermera y Hoffman se acercan de prisa.)

    ENFERMERA: Rebeca, despierta. (Con la palma de la mano le da un golpecito en la mejilla izquierda, después en la derecha.)

    HOMBRE PERRO, CARUSO, PÍCARA: Rebeca, despierta.

    (Rebeca se levanta y abraza a Hoffman que está arrodillado junto a ella.)

    REBECA: Doctor ... Un poema.

    HOFFMAN: ¿Ahora? (Se pone de pie, mira alrededor.) ¿Y dónde está el Oblicuo?

    HOMBRE PERRO, CARUSO, PÍCARA: ¿Y dónde está el Oblicuo?

    ENFERMERA: Creo que está fuera, en el jardín.

    REBECA: (rogando) Un poema.

    HOFFMAN: Dra. DaSilva, ¿sabe usted de memoria algun poema romántico, sobre la naturaleza, sobre las estaciones del año?

    DaSILVA: (ríe avergonzada) Ni uno.

    REBECA: (implorando) Doctor, un poema...

    HOFFMAN: (suspirando) ¿Enfermera?... No, usted sólo se sabe los infantiles... ¿Profesor?

    CARUSO: Yo podría cantar...

    HOFFMAN: No necesitamos un aria, profesor, sino un poema, una poesía.

    CARUSO: Podría empezar con la Novia vendida...

    HOFFMAN: Profesor, tendrá que esperar su turno.

    REBECA: Doctor, ¡un poema, un poema!

    HOFFMAN: ¿Qué poema le recité el otro día, Enfermera? No, aquello no fue una buena idea... Bueno, hagan una fila...

    (La Enfermera coloca a todos los presentes, también a DaSilva, en una semicircunferencia detrás de Rebeca, y se junta a ellos. Hoffman se coloca en frente de ellos y hace una reverencia.)

    REBECA: (aplaudiendo con entusiasmo) ¡Un poema!

    HOFFMAN: (se rasca la cabeza, se alisa la barba, se aclara la garganta)

    Cuando seas vieja y al vencerte el sueño

    junto al fuego dormites, toma este libro,

    léelo lentamente y sueña con la mirada dulce

    que tus ojos tuvieron, con su sombría hondura.

    Muchos amaron la gracia alegre de tus días

    y amaron tu belleza con amor falso o verdadero,

    mas sólo uno amó en ti tu alma peregrina

    y amó la tristeza de tu cambiante rostro.

    Cuando al fuego del hogar te inclines...

    cuando al fuego del hogar te inclines... cuando...

    (Se confunde; avergonzado, abre los brazos.)

    ENFERMERA: (aplaudiendo con vehemencia) ¡Bravo, doctor, bravo, bravo!

    (Aplauden también los demás, DaSilva se suma a ellos.)

    REBECA: (aplaudiendo con inocencia, con alegría infantil) ¡Un poema, un poema, un poema! (Se levanta y baila.) Y yo bailaba, oh, cómo bailaba, y, encima, veía... el cielo y las estrellas... y las hojas susurraban, oh, cómo susurraban...

    HOMBRE PERRO, PÍCARA, CARUSO: Oh, cómo susurraban...

    (Bailan con ella.)

    HOFFMAN: (a DaSilva) Suele ser muy torpe. Se tira horas y horas metiendo la mano derecha en el guante izquierdo o el pie izquierdo en el zapato derecho. Padece enormes daños cerebrales y mentales. Pero cuando se pone a bailar, se convierte en una persona completa, concentrada, armonizada.

    (Rebeca deja de bailar.)

    ENFERMERA: Ven, Rebeca. ¿Pero cómo te has vestido otra vez?

    REBECA: Rebeca sabe vestirse, ¿verdad, Enfermera?

    ENFERMERA: (quitándole a Rebeca el jersey por la cabeza; después, da la vuelta a la prenda y se la vuelve a poner) Como una modelo.

    HOFFMAN: (a DaSilva) El Profesor Caruso lo ha calculado – profesor, acérquese. (Caruso se acerca.) Dígale a la Dra. DaSilva lo que averiguó con respecto al modo de vestir de Rebeca.

    CARUSO: Todos los días se pone ocho prendas diferentes, desde los calcetines hasta la rebeca. Lo cual significa que tiene –siguiendo el orden– 39 millones de posibilidades diferentes de ponerse la ropa. Pero Rebeca no logra realizar ninguna...

    HOFFMAN: Y la Enfermera tarda media hora todos los días en ponerle la ropa como es debido.

    CARUSO: ¿Se da cuenta la joven señora de que el 1 de mayo del año 62.320 será miércoles?

    HOFFMAN: Creo que no, profesor, gracias por una información tan esencial y urgente.

    CARUSO: Y otra cosa. Querría aprovechar esta oportunidad para cantar a la joven señora un aria de la ópera Boris Godunov.

    HOFFMAN: (consultando su reloj de pulsera) Otra vez será, Profesor. (Explica.) El profesor Caruso sabe cantar arias de 4.835 óperas.

    CARUSO: (ofendido) Usted sabe bien que el número exacto es 4.853.

    HOFFMAN: Pido disculpas, profesor.

    CARUSO: (a DaSilva) 4.853.

    (DaSilva se da cuenta de que el Hombre Perro la olisquea por todas partes, de los pies a la cabeza. Se pone rígida y vuelve la cabeza hacia el Dr. Hoffman.)

    HOMBRE PERRO: ¡Qué bien huele usted!

    CARUSO, PÍCARA: ¡Qué bien huele usted!

    HOMBRE PERRO: De suave, de dulce, de tierno, de terso...

    HOFFMAN: (explicando) Un caso extraordinario de alucina­ciones olfatorias... El señor Berger huele todo lo que olemos nosotros con una intensidad mil veces mayor. Al mismo tiempo percibe otros miles de olores que para nosotros no existen...

    HOMBRE PERRO: (a DaSilva) Le puedo contar que anoche usted cenó ensalada en la que había zumo de limón en lugar de vinagre. Y huelo algo más: huelo que siente usted un poco de vergüenza y que no sabe bien qué decir.

    DaSILVA: (mintiendo sin convicción) Lo último no es cierto.

    HOMBRE PERRO: Y huelo algo más. Al Dr. Hoffman no le acaba de gustar el hecho de que haya venido. ¿Se vio obligado a aceptarla?

    HOFFMAN: (en apuro) El olfato agudo va acompañado de una fantasía considerable, claro.

    HOMBRE PERRO: La Enfermera tampoco está contenta de tenerla aquí. Para ella, el Dr. Hoffman es el único médico en el mundo.

    CARUSO, PÍCARA: El Dr. Hoffman es el único médico en el mundo.

    ENFERMERA: (en un gran apuro) Está usted castigado, se queda sin cenar. Ni siquiera podrá oler.

    HOMBRE PERRO: (olfateando el aire en dirección a la entrada principal) Puedo oler a la gente desde lejos. Les aseguro que el Oblicuo está a punto de entrar por esa puerta...

    (El Oblicuo, inclinado hacia la izquierda como la Torre de Pisa, entra cojeando por la puerta.)

    OBLICUO: ¿Quién me ha robado las gafas? ¿Cuándo termi­narán estas cabronadas?

    HOMBRE PERRO: Huelo sus gafas, Oblicuo. Pero no quiero ser chivato y delatar al culpable.

    REBECA: ¡Las ha robado el profesor Caruso! (Mira a la Enfermera.) Rebeca es aplicada, ¿verdad, Enfermera?

    (Caruso saca las gafas de debajo de su chaqueta, y se las entrega al Oblicuo. El Oblicuo se las pone, se endereza y le da una fuerte bofetada a Caruso.)

    OBLICUO: La próxima vez recibirá tres. (Nota a la Dra. DaSilva, da un silbido.) ¿Una paciente nueva?

    HOFFMAN: Una médica nueva, Oblicuo.

    OBLICUO: Bueno, la diferencia es despreciable, prácticamente insignificante.

    HOFFMAN: (explicando) Este señor, al que llamamos, sencilla­mente, el Oblicuo, tiene una lesión del oído medio. Como consecuencia del Parkinson. Ya no hay integración entre los laberintos, entre los sentidos propioceptivos y visuales...

    OBLICUO: Pero es, en este cuchitril, el único que está en su sano juicio.

    HOFFMAN: Le hemos hecho unas gafas –déjemelas un poco, Oblicuo– (Le quita las gafas, el Oblicuo se inclina hacia la izquierda en seguida.) En ambos lados de los marcos fijamos unos salientes y, allí, atamos dos colgantes de plomo –una especie de nivel de burbuja–, y, según estén los colgantes, el Oblicuo puede ver si está recto. (Le pone las gafas otra vez, el Oblicuo se endereza.)

    OBLICUO: ...así que el Oblicuo ahora tiene tres colgantes en lugar de uno.

    ENFERMERA: Es muy malo, además.

    OBLICUO: (dirigíendose a la Enfermera)

    Tan mala ha sido mi fortuna,

    que para mejorarla

    o acabar de una vez,

    arriesgaré mi vida en cualquier lance.

    HOFFMAN: (explicando) El Oblicuo fue, en sus tiempos, actor Shakespeariano.

    OBLICUO: Y esta dama tan apetecible – ¿por qué ha venido?

    HOFFMAN: (dando una palmada) ¿Están todos aquí? ¿Me oyen bien?

    HOMBRE PERRO, CARUSO, PÍCARA: (dando una palmada) ¿Están todos aquí? ¿Me oyen bien?

    HOFFMAN: La Dra. DaSilva ha venido desde la Facultad de Psicología para pasar aquí un tiempo. Le gustaría investigar el posible efecto de la psicoterapia sobre la rehabilitación de los pacientes con las lesiones predominantemente orgánicas...

    OBLICUO: Lo cual, para que nos entendamos, doctor, quiere decir – ¿qué?

    HOFFMAN: La Dra. DaSilva quisiera solucionar cierta cuestión profesional. Está con la tesis doctoral.

    CARUSO: ¿La señora no es doctora todavía?

    HOFFMAN: Sí, lo es. Pero quiere ser doblemente doctora.

    REBECA: No entiedo cómo puede ser dos doctores si se trata de una sola señora.

    HOMBRE PERRO: Pues, sí, los doctores son listos, se las arreglan.

    HOFFMAN: Lo cual quiere decir que la Dra. DaSilva pasará unos días con nosotros, observándonos. Pero eligirá a uno de ustedes que le servirá como materia de estudio.

    REBECA: ¡A Rebeca, Doctor! ¡Que la señora que quiere ser dos doctores eliga a Rebeca!

    PÍCARA TRÉMULA: Yo me propondría a mí, porque me estoy aburriendo sobremanera. El título del estudio podría ser...

    OBLICUO: A la chica loca cualquier cosa le parece poca.

    CARUSO: Doctor, yo no pretendo imponerme, pero estoy a su disposición. Ya sabe, un gran artista, aunque sea uno modesto, desea sobre todo servir como materia de estudio.

    HOFFMAN: Todos sois candidatos...

    REBECA: ¿Rebeca también?

    HOFFMAN: Todos, he dicho. Pero quién sea el elegido, eso depende de la Dra. DaSilva.

    (El Hombre Perro recoge el zapato de Martín, que había caído de las manos de Rebeca. Lo huele y se lo ofrece a la Dra. DaSilva.)

    HOMBRE PERRO: Tenga. Es el zapato del hombre que elegirá y que le servirá como materia de estudio.

    DaSILVA: (aceptando el zapato) Gracias. (Sonríe avergonzada.)

    OBLICUO: (al Hombre Perro) Vas de chulo, ¿eh, chucho? (A DaSilva.) Esta fiera perruna cree oler el futuro, nada menos.

    (De repente, Martín se acerca deprisa a la Dra. DaSilva.)

    MARTÍN: Buenas tardes, señora Hildebrand. Hace un día glorioso, ¿verdad? ¿Qué tal? ¿Lonchas de mortadela, como de costumbre? (Pausa. La Dra. DaSilva lo observa.) No. Ya sé. Cien gramos de salchichón húngaro.

    (Las luces se apagan.)

    2

    (DaSilva, Martín, Hoffman. Martín está sentado en una silla.)

    DaSILVA: Señor Martín, ¿qué tiene en los pies?

    MARTÍN: Lo que usted,

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