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La Pantera
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Libro electrónico96 páginas1 hora

La Pantera

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Seúl, 2008.

Oficialmente, Eva es una belleza negra que desfila en todo el mundo.

También es la novia de un gran jefe del sector de la electrónica avanzada, al alba de la era prolífica de los smartphones.

Pero los servicios secretos interrumpen sus planes y la obligan a trabajar para ellos.

Entre exponer su cubertura, desvelar sus talentos y quemar la pasión para su centro de coordinación durante esta misión Eva se arriesga mucho...

¿Logrará llevar a cabo sus operaciones sin dejarse la piel?

IdiomaEspañol
EditorialJulie Huleux
Fecha de lanzamiento5 ago 2017
ISBN9781507184264
La Pantera

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    Julie Huleux

    La Pantera

    Traducido por Monica Sireus

    La Pantera

    Escrito por Julie Huleux

    Copyright © 2017 Julie Huleux

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Monica Sireus

    Diseño de portada © 2017 Julie Huleux

    Babelcube Books y Babelcube son marcas registradas de Babelcube Inc.

    1

    — ¡En la escena dentro de diez minutos! – gritó en inglés un hombrecito con traje y corbata.

    La atmosfera en los bastidores estaba tensa. Los idiomas maternos se mezclaban en un mar de juramentos internacionales, mientras que unas mujeres con la mitad del cuerpo desnudo se agitaban.

    Aquí, una maquilladora daba su último toque en una carita encantadora, como una pintora perfeccionista.

    Más allá, dos peluqueros coordinaban sus gestos para rizar un moño de una clase alucinante sobre la cabeza de una sílfide rubia.

    Los últimos arreglos fueron dados a la ropa, incluso a la piel de las modelos. Una aguja bien escondida, un corte de tijera, todo tenía que ser perfecto. Perfectamente magnífico.

    Año 2000, el mercado asiático se despierta.

    La aparición de una clase media había incrementado la necesidad de mercancía y de sueños de toda esta parte del Mundo. Entre otros la China. Donde – por crecimiento natural tanto como capitalista – los nuevos ricos se multiplicaban. Estos querían lo que el occidente tenía mejor para ofrecer. Querían el lujo que hasta entonces les había sido inaccesible. Ante todo, las grandes firmas y las grandes casas prestigiosas. Después, más tarde, habrían reivindicado su identidad a través de una manera típica de ellos.

    Antes esa futura Nueva Ola K-pop, la Corea del Sur había detectado el potencial de atención para captar. Y había empezado a atraer la mirada de los nuevos clientes de sus países vecinos, con unos desfiles de potros de los más grandes. Pronto, lo que habría sido popular en el «País de la Mañana Tranquila», se habría vuelto tal tanto en China como en Japón.

    — ¡Cinco minutos! – el hombre en traje proclamó detrás del backstage — ¡En fila señoritas!

    Las chicas, todas delgadas la una más que las otras, altas, esbeltas, irrealmente perfectas, se pusieron en línea delante de él, en función del número atribuido a su conjunto. Ellas no eran más que su perchero en versión humana. Un estorbo.

    El maquillaje idéntico, los peinados elegantes y la ropa en línea con la moda parisina y neoyorquina. Tendencia retro glam: vestidos de noche evanescentes, raso, plumas y frufrú de seda.

    Colección crucero.

    — Veinte y uno, ¡espera! – exclamó una de las asistentas del costurero.

    — ¿Sí?

    — Te hace falta más rojo. Añadan rojo a esa boca – ordenó a los maquilladores.

    Inmediatamente tres personas se abalanzaron sobre la modelo que llevaba el vestido número 21. Una joven mujer de color, con una sonrisa brillante y los pómulos altos. Sus labios estaban impecablemente delineados, embellecidos por un nuevo toque de auténtico rojo. El mismo tono vibrante que el vestido de coctel que llevaba. Largo, de muselina de seda, se ceñía a su cuerpo dejando intuir sus curvas. La piel de esa mujer, marrón chocolate, resaltaba el color rojo sangre de su vestido. Y era por esa razón que había sido contratada.

    El conjunto siguiente que en el desfile habría tenido que ponerse a toda velocidad antes del final, era de un amarillo solar. En ese momento el efecto habría sido impactante.

    — ¡Un minuto! – El hombre en traje gritó.

    — Está bien Eva, puedes irte – un peluquero se rio ahogadamente después de haber añadido un poco de laca a su moño.

    La bella mujer de color le hizo un guiño y se puso en fila.

    Unas notas de música se alzaron de la sala y llegaron hasta los bastidores, anunciando el inminente comienzo del espectáculo.

    El hombrecito en traje tendió las dos manos abiertas para empezar la cuenta atrás. Diez, nueve, ocho…

    El costurero, Yann Le Goff, nuevo talento de la casa Yves Saint Laurent, se mordió las uñas echando una mirada inquieta a la fila de las modelos vestidas con su colección. Su primera y autentica colección de alta costura.

    Siete, seis, cinco…

    Estamos en Seúl no en Paris, se dijo a sí mismo para tranquilizarse.

    Pero aun así era su prueba de fuego.

    Cuatro, tres, dos…

    ¡Uno!

    Las chicas se lanzaron una tras otra, bajo la dirección del hombre en traje que contaba los segundos entre cada salida para sincronizarlos con la música.

    Llegó el turno del vestido rojo y de su mujer de color.

    Había cambiado su sonrisa luminosa con una adorable mueca de persona de vacaciones de lujo. Un nada soberbio. Con su mentón presumido y su mirada intensa, caminaba sobre el escenario con un paso seguro y largos pasos felinos. Se movía sobre una línea recta imaginaria y esto daba a su contonearse una apariencia fuera de lo común.

    Seleccionar una modelo de origen africano para una colección capsula presentada en Asia, es una elección valiente. Eva lo sabía y justamente lo había apostado todo pasando las audiciones a Corea del Sur. Nadie se habría arrepentido de haber contratado una pantera como ella.

    Con veinte y tres años, era la mayor del desfile. Las otras eran casi unos bebés. Algunas, aún menores, fueron acompañadas por sus madres a los bastidores. ¡En otras palabras el universo!

    Y es allí que jugaban todas las grandes damas, para incitar a las ricas presentes invitadas aquella noche a regalarse ese vestido, ese bolso de mano en cuero de avestruz, ese par de sandalias de tacones, esa imagen desenvuelta de femme fatal.

    Llegada al final de la pista, Eva se puso en su postura ritual, con una mano en la cadera, antes de cumplir su media vuelta. Los flashes de las cámaras crepitaron furiosos.

    Miró por encima del hombro la junta con sus ojos negros, pero en realidad la luminosidad violenta de los proyectores apuntados hacia ella le impedía de distinguir a cualquiera. Ella no veía, sentado en primera fila, en algún lugar entre un periodista de Vogue Hong Kong y una fanática de la moda, un hombre de unos cuarenta años, con los rasgos típicamente asiáticos, flanqueado por dos imponentes guardias del cuerpo en traje negro, venido expresamente para ella.

    Pero ella sabía que estaba allí, y es para él que esbozó una sonrisa tímida antes de darse la vuelta hacia los bastidores para hacer marcha atrás.

    2

    Esa noche primaveral fue

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