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Confesiones de un médico
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Libro electrónico89 páginas1 hora

Confesiones de un médico

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El doctor Miquel Vilardell repasa en esta obra, con sencillez y claridad, su dilatada trayectoria profesional y nos brinda sus reflexiones más personales, fruto de toda una vida dedicada a la medicina. Como él mismo escribe: "Las páginas que vienen a continuación son una reflexión sobre el trabajo de hacer de médico tras haber pasado 46 años en un hospital universitario. He pensado que es el momento de mirar atrás con gratitud y explicar lo que podría ser útil a personas que quieren ejercer o que ejercen de médico".

Con la lucidez del conocimiento y la experiencia, el autor, lejos de caer en la nostalgia y con un tono sereno que no excluye la pasión ante nuevos retos, se interesa por el presente y proyecta su mirada hacia el futuro de la medicina.

Confesiones de un médico es un libro que interesará a todos los profesionales de la medicina, a los jóvenes aspirantes a ser médicos y en general a todos los lectores interesados por el mundo de la medicina y sus retos.
IdiomaEspañol
EditorialPlataforma
Fecha de lanzamiento5 sept 2016
ISBN9788416620876
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    Confesiones de un médico - Dr. Miquel Vilardell

    camino.

    1. Ser un buen médico y ser un médico bueno

    «La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino amar lo que uno hace.»

    JEAN-PAUL SARTRE

    Siempre decimos que el ideal de la atención del problema de salud es que te atienda un profesional competente, que es lo que llamamos «un buen médico», pero también «un médico bueno». Así pues, me gustaría empezar hablando del significado de estos calificativos que buscamos en la persona que nos tiene que atender.

    Entiendo que un buen médico es una persona que siente pasión por lo que hace; es decir, disfruta haciendo su trabajo y, si pudiera volver atrás, elegiría de nuevo ser médico. Probablemente, esta pasión se corresponde con lo que llamamos «vocación», una vocación que tanto puede venir desde la infancia –desde pequeño sientes una afinidad especial por esta profesión– como puede ser adquirida con el tiempo –una vocación de las que se llaman «tardías»–. Sea como fuere, para ser un buen médico siempre es necesario que haya esta vocación, porque es la que te hará sentir pasión.

    Si me preguntan: «¿Qué es lo más importante para un médico durante su vida profesional?», yo respondería: que se sienta bien con lo que hace, porque, si te sientes cómodo con lo que haces, significa que la tarea que haces es tu fuerte, lo que te toca hacer. Dicho de otro modo, cuando a esta persona le preguntas: «¿Te aburre tu trabajo?», y te responde: «Sí», diría que en el fondo nos dice que aquello no es su especialidad, que no tiene vocación para ello y, probablemente, este es el motivo por el que no se siente cómodo. Por el contrario, si te contesta: «No, no me aburre», aunque alguna vez pueda matizar «pero me canso ejerciendo mi trabajo», seguro que la medicina es su lugar. Cansarte con el trabajo es normal; aburrirte, no.

    Por lo tanto, esta sería una de las primeras condiciones que yo resaltaría del buen médico vocacional y apasionado por el trabajo que desempeña, un profesional que, al mismo tiempo, siempre tiene las antenas puestas para captar hacia dónde van las cosas. Estar atento significa buscar siempre aquellos conocimientos que pueden beneficiar su trabajo, una inquietud intrínseca del buen médico. De no ser así, te conviertes en una persona pasiva que, tarde o temprano, no se acaba sintiendo bien con lo que hace.

    Desde mi punto de vista, esta primera parte, la vocación-pasión, es una de las piedras angulares de la vida de un médico. En estos fundamentos, sin embargo, hay una segunda piedra esencial: los conocimientos. El médico debe saber hacer el trabajo de manera óptima en cada situación, manteniéndose al día de todos los avances del sector; dicho de otro modo, debe tener los conocimientos suficientes, y eso significa contar con una formación excelente. Como médico, tienes que formarte muy bien antes de empezar a ejercer tu trabajo, porque, de otro modo, no lo harás bien, por más vocación que tengas, ya que te sentirás desequilibrado y, a la larga, esto tendrá repercusiones que te perjudicarán. Todo ello te conducirá a una situación que no es rara entre los profesionales: aparece la angustia por el trabajo que deben desempeñar.

    Así pues, para ser un buen médico hay que irse actualizando siempre, y esto solo se puede conseguir con una formación continuada que permita ir incorporando los conocimientos nuevos sobre la base de la formación ya consolidada e ir arreglando o llenando los vacíos de conocimiento que se van perdiendo con los años. Si tienes clara tanto esta necesidad como que debes invertir tiempo, si lo has interiorizado, probablemente la segunda piedra, que son los conocimientos, será compacta.

    Las dos piedras, muy sólidas, son los fundamentos ideales para edificar el edificio profesional encima. Si una de las dos es de mala calidad o frágil, probablemente acabarán apareciendo grietas en el futuro edificio, y, en algún caso, pueden llegar a derribarlo. Por lo tanto, para mí, un buen médico debe tener las características que acabo de mencionar.

    Otra cosa es ser «un médico bueno». Con vocación y conocimiento, probablemente desempeñarías una misión en la relación médico-paciente; es decir, la misión contractual. Con las dos piedras, seguro que podrías atender un problema de salud, pero ya no tengo tan claro que consiguieras la plena satisfacción del enfermo ni estoy seguro de que la calidad final del producto fuera buena, porque, para lograrlo, también debes ser un médico bueno.

    El médico no es aquel que tiene, ante todo, las aptitudes necesarias para poderlo ser. Me gustaría remarcar que los conocimientos a que me refería anteriormente incluyen conocimiento teórico y práctico –es decir, habilidades–; el conocimiento adquirido junto con las habilidades constituyen lo que denominamos «experiencia». Ahora bien, cuando hablo de «médico bueno», me refiero a actitudes. La actitud de una persona en un momento dado o ante una circunstancia determinada depende fundamentalmente de su personalidad, que incluye los valores personales, un aspecto que es tan importante como el de ser un buen médico.

    Cuando hablo de «médico bueno» me refiero a que tiene unos valores personales que empieza a adquirir durante su infancia, en el seno de la estructura familiar. Después, los valores personales van arraigando durante la etapa escolar y se siguen consolidando al pasar por la universidad. Ahora bien, no basta con inculcar los valores; una vez se poseen, hay que regarlos y podarlos para que se puedan desarrollar más. Hay que ir cuidando progresivamente de la planta de los valores, porque, en este caso, son piedras fundamentales para llegar a ser un médico bueno.

    Los valores de un médico bueno

    Entre estos valores personales, la carrera de médico obliga a una gran dedicación. No hay horas cuando tienes delante un problema de salud y no acabas de estar seguro de cómo enfocarlo o de encontrarle la solución. A pesar de haber terminado la jornada, sigues llevando dentro aquel problema de salud y algo te empuja a bucear en las fuentes bibliográficas para intentar resolverlo, o bien consultar a otros compañeros que consideres más expertos en ese tema. Por lo tanto, ser un médico bueno significa dedicación; no hay horario ni es un trabajo funcionarial, y la dedicación significa esfuerzo, otro valor importante. Te puedes cansar físicamente, pero debes intentar encontrar fuerzas para seguir considerando ese problema de salud hasta el final del camino, para hallar su solución.

    Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la dedicación y el esfuerzo pueden ir en detrimento del propio entorno social y familiar. Ello significa que deberías saber explicar con pelos y señales a tu entorno las razones que te obligan a centrarte en ese problema de salud, los motivos que te obligan a una dedicación y un esfuerzo

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