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La gran crisis de sucesión
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Libro electrónico230 páginas3 horas

La gran crisis de sucesión

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La última heredera posible de la dinastía Gurun tiene ante sí una difícil decisión: seguir los dictados de su corazón y casarse con el caballero que siempre la ha amado o casarse con un rival político ambicioso y cruel con la esperanza de asegurar el futuro de su familia.

¿Qué puede hacer una joven e inocente princesa?

El futuro del planeta Beinan está en peligro cuando la gran crisis de sucesión amenaza a todos los seres queridos de la princesa Anlei en esta romántica precuela de Fantasmas del pasado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 jun 2017
ISBN9781507164983
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    La gran crisis de sucesión - Laurel A. Rockefeller

    Prólogo

    —Majestad, ¿está segura de que quiere hacerlo? —preguntó lord Elendir de la casa Ten-Ar en actitud protectora, con su blasón rojo apenas visible entre el vapor y el humo de los incendios que sólo en ese momento se habían acabado de extinguir.

    —¿Qué más puedo hacer? —contestó la reina Anyu.

    Contra su voluntad, las lágrimas le empañaron los ojos por algo más que el mero dilasto tóxico del aire. Con 58,67 cun 寸 de altura y sólo cuarenta yen-eras de edad, la reina adolescente de rostro claro y ojos grises sentía la pesada carga de su viaje. ¿Cuántos habían perecido en esta guerra de venganza y por qué? Luchó por encontrar las respuestas en su mente mientras se abría paso con cuidado entre los peligros de su despacho real medio destruido adyacente al apartamento personal del soberano. Sin quererlo acarició con la mano los restos de la misma mesa de reuniones junto a la que se sentaba tan a menudo su madre, la reina Constance, y donde la reina le había dado permiso para estudiar con el ingenieros de la casa Xing-li, una formación que le había salvado la vida mucho más que las infinitas shir-oras que había pasado entrenando esgrima.

    En la distancia, el caballero Elendir, cuyo viaje de dolor y pérdidas en esta guerra era mayor que el suyo, consiguió activar el sistema de comunicación interestelar. Encontró una única silla entre las ruinas, le quitó el polvo para ella y la ayudó a sentarse.

    —¿Hay algo más que pueda hacer por usted, majestad?

    —Espera una shir-ora y manda buscar a mis maridos e hijos, por favor —ordenó la reina Anyu con cortesía.

    —No tiene por qué mandar ese mensaje ahora, majestad. Hay tanto por hacer. ¡Ni siquiera sabemos aún cuántos han caído!

    —Los lloraremos, Viejo Amigo. Pero ahora mismo le debemos a aquellos que me han salvado la vida una explicación. Puede que no tuviera elección (ni tan siquiera un ápice), pero aun así mentí. Deja que lo arregle. Nunca les volveré a ver; no quiero marcharme sin contarles la verdad.

    Lord Elendir asintió, con los ánimos también bajos.

    —Como desee.

    Hizo una reverencia y dejó a la reina para dedicarse a calmar el caos a su alrededor.

    Anyu rezó una jaculatoria de serenidad para sus adentros y consolidó su posición antes de dirigirse a la computadora.

    —Computadora, empieza a grabar y trasmite a las coordenadas 23978 por 29458 por 5492. Aquí la reina Anyu para mis aliados leales y amigos a lo largo del universo conocido. Mis más sinceras disculpas por no haber escrito antes. Muchos de vosotros conocéis alguna de las peripecias de mi exilio. Pocos sabrán qué me ocurrió después de que volviera a casa o la historia que se esconde detrás de mis historias. Perdonadme por las numerosas mentiras que conté durante esa época. Si hubiera revelado mi verdadera identidad, mi vida hubiera estado sin duda en un peligro mayor del que ha acabado estando.

    »Han ocurrido muchas cosas desde mi vuelta a casa. Queda mucho por hacer. Pero algo está claro: con trabajo duro y determinación reconstruiremos y retornaremos la belleza de Beinan a su anterior gloria. La camino es duro y complicado. Pero ahora que he ascendido al trono de mi madre, no dudo de que lo que aprendí durante mi exilio pueda ayudar a mi gente.

    »Este es el futuro. El pasado continúa velado. Perdonadme y permitidme que os cuente la historia completa de mi pueblo. Entended que el engaño que había mantenido esta historia en secreto era necesario para salvaguardar mi vida. No me culpéis por no desear la muerte ni por nuestras diferencias biológicas, ni por las amenazas que inevitablemente vinieron a destruirme desde mi hogar. Aquí y ahora, voy a contároslo todo.

    Capítulo uno: En el Gran Concilio

    —¿Está segura de que quiere hacer esto, alteza? —preguntó lady Gillian de la casa Ana con nerviosismo, intentando igualar las rápidas zancadas del príncipe Bevin a través de los pasillos del gran salón de la asamblea.

    —¿Se te ocurre algo mejor para proponer mi enmienda? —El príncipe Bevin la miró y redujo ligeramente el paso.

    —¿Quizás con alguien de las otras casas? —Lady Gillian se estremeció—. Lo siento, alteza, pero como consorte de la reina, me temo que el Concilio le considerará... ¡parcial!

    —¿A quién servís, lady Gillian?

    —¡Mi señora no es otra que la señora consejera Juliana, la cabeza de familia de nuestra humilde, aunque igualmente noble, casa Ana!

    Bevin la miró a los ojos.

    —¿Y la señora consejera Juliana propondría mi enmienda? ¡La casa Ana es, después de todo, una de las casas que prohibieron el ascenso de la hijas a las posiciones de poder desde A672E92 Quintus! Gurun y Miyoo nunca tuvieron esa norma. ¡No tenemos ningún problema con el liderazgo femenino!

    —Y aun así eres un caballero de Ten-ar y estás por lo tanto sujeto a la tradición de tu casa —repuso Gillian—. ¿Cómo puedes considerarte inocente por ello cuando la sangre ten-ariana fluye por tus venas?

    —No nací Ten-ar, lady Gillian. Mi título es una cuestión de mérito, no de linaje. La casa Balister, al reconocer la destreza de las mujeres arqueras, se posicionó en contra de adoptar esa... costumbre como ley. O así aparece registrado —aseveró Bevin; su paciencia con la dama menguaba incluso tras dar la vuelta a la esquina y acercarse a la sala de la asamblea.

    —Entonces, ¿a quién va a representar en la asamblea, señor?

    —Represento a los intereses de todos los beinarianos, como es mi deber como príncipe consorte, en particular cuando asisto como representante de su majestad. Lo hago ahora para expresar la opinión de la monarquía en lo concerniente a la sucesión —declaró el príncipe consorte Bevin abriendo las pesadas puertas de madera que separaban el pasillo de la sala del concilio.

    Un heraldo avisó de la llegada de Bevin proclamando:

    —Por favor, levántense para recibir a lord Bevin, príncipe consorte de Beinan y caballero de Ten-ar.

    Con el estruendoso golpe de ciento noventa pies, todos los consejeros se levantaron con precisión beinariana y al unísono, silenciando repentinamente las voces.

    Bevin entró con formalidad a la sala del concilio, con la cabeza alta y el rostro serio. Hizo una profunda reverencia al heraldo al acercarse a la tribuna para dirigirse a la asamblea. La honorable lady Kalar de la casa Cashmarie le hizo una pequeña reverencia a Bevin que hizo que los hilos de color blanco metalizado que formaban las velas del escudo de armas en su túnica brillaran como la plata en los mástiles dorados en el escudo del barco de Cashmarie.

    —Bienvenido al concilio, alteza,.

    Bevin respondió a la honorable lady Kalar con una inclinación de cuello y de hombros.

    —Señoría, es un honor volver a verla. ¿Cómo se desarrollan los trabajos para construir réplicas de los veleros que se usaban en A672E92 Quintus?

    —Los trabajos progresan. Pronto volveremos a dominar una vez las antiguas técnicas de navegación, y nos centraremos en lo que hace tanto tiempo nos dio fama—sonrió lady Kalar.

    —Señoría, ¿puedo dirigirme al concilio?

    —Por supuesto. —La honorable lady Kalar hizo una reverencia y le dejó pasar.

    —Sabios consejeros del Gran Concilio, me dirijo a ustedes ahora para tratar la sucesión real. Como todos sabrán, hace cinco yen-eras, en el beinor 1 del 6321 EB, Isabella de la casa Gurun ascendió al trono tras la abdicación del rey Ejen. Su coronación tuvo lugar después de que nuestro hijo, Anwell, cediera legalmente su derecho de sucesión en favor de nuestra primogénita, la princesa Anlei, algo que fue conocido en todo Beinan cuando se coronó a su majestad. Durante cinco yen-eras, este concilio ha sido incapaz de consolidar la sucesión. Me dirijo a todos ustedes para pedir una votación que resuelva este asunto. ¿Aceptarán a la princesa Anlei como la heredera al trono de Beinan? —preguntó Bevin resuelto.

    Lord Esreile de la casa Shem se acercó al príncipe consorte Bevin.

    —Hemos pospuesto esa votación, alteza, como deferencia hacia su majestad... y su posición como heredera de la casa Miyoo. No hay que tratar a la ligera a la sacerdotisa mayor Wehe; su reputación la precede como alguien con un gran talento en artes con que la casa Shem evita jugar.

    —Este asunto afecta al futuro de Beinan. No usemos el debate como una excusa para avanzar en causas religiosas. Entiendo que la casa Shem no está de acuerdo con las sacerdotisas mayores en asuntos de religión y espiritualidad. Sin embargo, su eminencia no es el objetivo de este debate, ni lo son las diferencias teológicas defendidas por las casas Shem y Miyoo —afirmó Bevin—. En su lugar, hablemos de por qué una costumbre que antedata la Gran Migración y surge de un pasado truculento debería asentarse en esta época de paz y resolución diplomática de nuestros numerosos desacuerdos.

    —Muy bien —aceptó lord Arthur de la casa Xing-li—. No me importa mantener tales debates. Después de todo, no perdemos nada discutiéndolo.

    —¡Gracias, lord Arthur! —agradeció Bevin con una pequeña inclinación de cabeza.

    Lord Eisiq de la casa Ten-ar se levantó:

    —No tengo ningún problema personal con la princesa Anlei. Todos los informes al respecto indican que es una adolescente muy bien educada e interesada en política. Puede que entre todos nosotros sea una de los mejores candidatos al trono de Beinan. La casa Ten-ar también aprueba su linaje procedente de tres grandes casas: Gurun, Ten-ar y Miyoo. Es la opción lógica para la sucesión de la corona.

    —Quizás —rebatió lord Arthur—. Pero la ley es clara al respecto. Ninguna mujer noble puede delegar su poder y su autoridad a una hija excepto en el clero. La casa Miyoo se niega a transigir en esa cuestión.

    —Quizás sabiamente —afirmó la sacerdotisa Alicia, hermana menor de la sacerdotisa mayor Wehe y consejera de la casa Miyoo—. La guerra y el derramamiento de sangre son el lamentable legado proveniente de una época de una anarquía casi total y de salvajes reyertas familiares que nos vemos obligados a soportar. Apartemos para siempre nuestros impulsos violentos y favorezcamos la lógica y un debate adulto.

    —Un objetivo noble, sin duda, lady Alicia, pero puede que no sea siempre pragmático. Sólo nuestro ego nos hace superiores de verdad a las otras razas que hemos encontrado en nuestros viajes estelares a bordo de nuestra nave. La violencia es una forma de vida... una cualidad casi universal entre los humanos de todo el universo conocido —observó lord Arthur.

    —¿Ha de ser así? ¿Hemos de permanecer complacientes y negarnos a cambiar cuando el cambio es merecido? Esa ley del pasado no era ni siquiera una ley antes de la fundación del Gran Concilio de Casas. Era una tradición, un costumbre mantenida de forma informal a lo largo de decenas de miles de yen-eras por casas beinarianas específicas, una salida para los impulsos patriarcales que consideraban a las mujeres como líderes inferiores en la guerra —concretó lady Alicia—. La casa Balister nunca ha tenido una costumbre como esa... y por una buena razón. Pocos beinarianos de cualquier casa, ni siquiera Ten-ar, pueden igualar la precisión de las damas de Balister con cualquier tipo de arco, ya sea antiguo o moderno.

    Bevin sonrió. Las palabras de Alicia le recordaron los yen-eras, olvidados tiempo atrás, que había pasado con su madre, una dama de la casa Balister con un talento especial para la ballesta láser. Eso fue antes de que conociera por primera vez a un caballero de Ten-ar... antes de que decidiera intentar ganarse su sitio entre los ten-arianos y luchar por un título de caballero.

    —Mi madre era una gran dama. Puedo afirmar de primera mano el talento de las damas de Balister. Son, sin lugar a dudas, las mejores arqueras de nuestro pueblo, lo que les ha concedido roles de liderazgo en la historia de nuestra cultura. Balister es sabia por hacer que el liderazgo se base en los méritos, no el sexo.

    —Nadie dice que las mujeres no sean buen líderes, alteza —declaró lord Arthur—, pero esa no es la pregunta que se hace aquí y ahora. En realidad la cuestión es si hoy es o no el beinor de introducir un cambio dramático en nuestra legislación. Por mucho que respete a la princesa Anlei, no puedo encontrar un imperativo legal sólido para cambiar ahora la ley. Sea correcta o no, es una costumbre, una ley, que se ha mantenido desde tiempo anteriores a la Gran Migración.

    —Estoy de acuerdo —afirmó lord Esreile—. No es el momento de cambiar la ley. A menos que la casa Gurum pueda encontrar una razón más acuciante para derogarla, no puedo respaldar un cambio así.

    Lady Kalar tomó lugar como presidente del concilio.

    —Votemos al respecto. ¿Debemos derogar la ley como solicita la reina Isabelle a través de su representante, el príncipe consorte Bevin? ¿O debemos mantener la ley con todas sus ventajas y desventajas? ¿Cómo votan a la resolución Gurun? ¿Casa Ana?

    —No

    —¿Casa Shem?

    —No.

    —¿Casa Cashmarie?

    —No

    —¿Casa Balister?

    —Sí.

    —¿Casa Ten-ar?

    —No —respondió lord Eisiq.

    —¿Casa Xing-li?

    —No —respondió lord Arthur.

    —¿Casa Gurun?

    —Sí —respondió el príncipe Bevin.

    —¿Casa Miyoo?

    —Sí —respondió la sacerdotisa Alicia.

    —¿Casa Slabi?

    —No.

    —Resolución denegada por seis votos a tres. La ley permanecerá como estaba. El concilio mantendrá un debate en profundidad para tratar la crisis de sucesión vigente a las 9.50 shir-oras del beinor 120 del 6326 EB —proclamó la honorable lady Kalar.

    Con una reverencia, el príncipe Bevin se marchó del concilio. Tras cerrar las enormes puertas de madera, se le humedecieron los ojos. Con pasos largos, mantuvo la compostura hasta que pudo salir del edificio para dejar escapar las lágrimas. El tablero estaba dispuesto; ahora la crisis era inevitable. Anlei pagaría el precio por la decisión del concilio, de una u otra manera.

    Capítulo dos: Una educación caballerosa para la princesa Anlei

    El príncipe consorte Bevin se inclinó sobre la computadora de su oficina privada junto a su apartamento privado. Aunque Isabelle y él habían compartido casi siempre la misma cama desde sus nupcias, era costumbre que el rey o la reina mantuviera su apartamento propio y espacioso en palacio. Éste estaba diseñado de tal forma que cada apartamento tenía un jardín privado y la pantalla de un campo de fuerza evitaba que el consorte y la soberana se vieran el uno al otro si ambos decidían estar en sus jardines al mismo tiempo para proteger la privacidad del otro. En los matrimonios políticos en los que ninguno de los dos se querían, esa disposición de espacios permitía que tuvieran un amante oficial, si era necesario, para aquellas ocasiones en las que el soberano no estaba interesado en mantener una relación física, aunque estaba claro que esas prácticas no estaban bien consideradas por ninguna de las partes, no eran totalmente inesperadas.

    Aun así, en cuestiones de intimidad, el rey o la reina tenían poder sobre el o la consorte y utilizaban ese poder sólo cuando les convenía. Para asegurar unos límites apropiados, incluso las parejas más cercanas mantenían sus respectivas pertenencias personales en sus aposentos personales y permitían que los sirvientes trasladaran cosas como la ropa de un lado a otro según hiciera falta para hacer posible el uso práctico de un único lecho la mayor parte del tiempo. Puede que pareciera incómodo, pero al hacerlo así, ambos podían conservar su propio espacio, un sanctasanctórum personal para momentos de estrés.

    Importante en el diseño de cada apartamento real era el despacho incluido en cada uno de ellos. Espacioso y cómodo, en él la soberana y el consorte tenían cada uno su propio espacio de trabajo equipado con lo último y lo mejor en equipamiento y tecnología informática.

    El equipamiento avanzado de telecomunicación en el interior de todos los aposentos reales permitía a la familia real comunicarse con cualquiera de Beinan y, en realidad, con casi cualquier sistema estelar conocido. El sistema actual tenía un alcance de más de dos millones de yen-eras luz y llegaba con facilidad a los sistemas de las galaxias cercanas. En su última reunión con los ingenieros, estos le dijeron al príncipe Bevin que dentro de una yen-era serían capaces de doblar el alcance actual a 5,2 millones de yen-eras luz y que esperara que alguien se pasara por allí en cincuenta beinores con las mejoras. Era buena noticia. Cuanto mejores fueran las comunicaciones, más seguro sería el planeta. Entre los informes de su escritorio se encontraba la confirmación de que el cuerpo de la hermana pequeña de su mujer había sido encontrado por un droide de reconocimiento enviado para investigar qué le había ocurrido hace unas setenta y cinco yen-eras en D425E25 Tertius, un planeta distante a poco menos de dos millones de yen-eras de Beinan.

    Los análisis indicaban que había muerto cuando al quitarle el cifrado del cuello. No quedaban ni señales del cifrado ni en realidad de ninguna otra tecnología beinariana que el droide de reconocimiento pudiera encontrar. Bevin, como caballero de Ten-ar, sabía que la princesa no había sido la primera beinariana que había visitado ese planeta en los límites del espacio conocido, nada más lejos. Pero la princesa Anyu había visitado

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