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Crónicas de oficina
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Libro electrónico230 páginas3 horas

Crónicas de oficina

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“Crónicas de oficina” es una recopilación de anécdotas y experiencias del mundo laboral, recogidas a lo largo de casi cuarenta años de trayectoria, trabajando en el apasionante mundo de las tecnologías de la información.

En todo momento se ha evitado caer en la utilización de tecnicismos para conseguir que cualquier persona sea capaz de entender de qué se habla en el libro. Por eso, se han descrito procesos, mecanismos y reglas de negocio, que para un profesional es información sabida, pero que un neófito necesita para poder ubicarse.

Cuando hoy en día muchos - y probablemente con razón - se quejan amargamente de las condiciones laborales que tienen que sufrir en sus trabajos, sería interesante e instructivo echar un vistazo a algunos ambientes que se han respirado en España y que se describen en este libro.

En clave de humor pero con un espíritu crítico, verás desfilar por estas líneas a una fauna perteneciente a un ecosistema propio y único: el mundo laboral. El autista, el General Custer, Richelieu, Heidi e incluso Ignacio Unabomber - el primer yihadista informático de la historia que deja a Snowden como un vulgar aficionado - son alguno de los personajes con los que te puedes topar.

Los profesionales de las TI, con un cierto grado de veteranía, reconocerán muchos de los personajes y de las situaciones aquí descritas y hasta es posible que puedan sentirse identificados con alguna de sus víctimas. A ellos, en general, va dedicado este libro.

Pero si hay un grupo al que va dedicado con especial cariño, es a aquellos que desempeñan sus funciones dentro del área de Recursos Humanos.

IdiomaEspañol
EditorialCarlos Usin
Fecha de lanzamiento18 nov 2016
ISBN9781370866298
Crónicas de oficina
Autor

Carlos Usin

Durante casi 40 años ha estado trabajando en el apasionante mundo de las Tecnologías de la Información, desempeñando muy diversos roles y responsabilidades.Comenzó a escribir hace muchos años, por prescripción facultativa, siguiendo los bienintencionados consejos de un psicólogo al que acudía por entonces, con el propósito de que le ayudara a convivir con una persona diagnosticada de neurosis obsesiva con tintes esquizoides. Posteriormente, además de superar aquella fase y de dejar a la tarada, se enganchó con el vicio de escribir.

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    Crónicas de oficina - Carlos Usin

    Por algún extraño motivo, todo el mundo pensaba que Adolfo Cebreros, era Ingeniero aeronáutico, cuando en realidad su título era de Ingeniero Superior en Informática. Complementariamente, había realizado con éxito 2 Máster, uno en España y otro en una escuela francesa. Toda esa brillante formación, apuntaba a Adolfo como una persona inteligente y hacía presagiar un futuro brillante y lleno de éxitos. Sin embargo, una vez más, con su trayectoria y comportamiento posteriores, se demostró que no siempre los que ostentan más títulos universitarios tienen, al mismo tiempo, una gran calidad humana.

    Nacido en las montañas del norte de España, la aldea estaba ubicada en una cuenca minera, y su población superaba escasamente los mil habitantes. Probablemente, su carácter tosco y desagradable, se debió a ese origen aislado. Sea como fuere, hasta sus propios colaboradores terminaron por apodarle el autista, por la insalvable incapacidad para dar los buenos días o dedicar una sonrisa o una palabra amable, aunque fuese por error.

    El autista, había conseguido empezar a trabajar en una multinacional de origen alemán y dirigir un departamento de operaciones, que en breve espacio de tiempo, pasó de 4 personas a 40. Fueron ellos, los que al cabo de unos meses, acertaron con el apodo, que le definía como un ser humano poco sensible.

    Y para muestra, algunos botones.

    Raúl Hernández de la Cámara, era un español afincado en EEUU y casado con una norteamericana. Por razones familiares, se había trasladado con su mujer y su hijo, desde su Colorado residencial, hasta Madrid, aunque dicho traslado, tenía fecha de caducidad. Es decir, al cabo de un tiempo, había acordado con su esposa, regresar a los EEUU.

    Raúl, era un profesional con un bagaje profesional importante y una formación empresarial de corte americano. Por tanto, estaba mentalmente a años luz del típico comportamiento del jefe español, para el cual, el cumplimiento del horario y las estúpidas rigideces de las normas decimonónicas impuestas en las empresas españolas, eran de obligado cumplimiento.

    Así, un día que apareció por la oficina a las 10.30 de la mañana, al dirigirse a su sitio y pasar por delante del despacho del autista, éste le llamó con su característico sentido del humor:

    Oye, Raúl! ¿Qué hora tienes? – interpeló el autista intentando impresionar a Raúl.

    Son las 10.30 por mi reloj – respondió seguro de sí mismo.

    ¿Y de dónde vienes, de un cliente?

    No. De mi casa.

    ¿Y tú no sabes que aquí se entra a las 09.00 de la mañana? – presionaba el autista.

    Sí, lo sé perfectamente. Y se sale a las 18.00. Eso también lo sé. Pero ayer, cuando tú te ibas a casa a las 21.00, viste que yo estaba trabajando resolviendo un problema a un cliente y no me dijiste que colgase el teléfono y que me fuera con mi familia.

    Evidentemente, el autista había ido a por lana y salió trasquilado. Ni son formas de interesarse por un colaborador, ni hacerlo en público mientras todos escuchan la conversación, es la mejor manera. Sobre todo, porque uno puede verse superado por las circunstancias, como fue el caso y quedar en ridículo.

    En otra ocasión, se dirigió a Rafa Montealto, que hacía poco tiempo que se había incorporado a la compañía y al departamento y le dijo:

    Oye, tú vives por Las Rozas, no?

    Sí – respondió Rafa.

    Es que tengo el coche en el taller que pensaba que lo iban a terminar a tiempo y me preguntaba si podrías llevarme a casa esta tarde. Es que si no, tengo que llamar a mi mujer y montar un follón con los niños, etc. ¿Te importa?

    En absoluto – respondió Rafa. Pero nos vamos a una hora decente que yo tengo cosas que hacer, vale?

    Perfecto. Muchas gracias.

    Y así lo hicieron. Al salir del trabajo, Adolfo fue indicando el camino a Rafa, que tal y como había acordado, le dejó en la puerta de su casa.

    Al cabo de escasamente, un par de meses, era Rafa el que tenía el coche en el taller. Viviendo en Las Rozas y teniendo que desplazarse hasta el centro de Madrid, parecía una pérdida de tiempo intentarlo con transporte público. Por eso y como ya le había hecho el favor al jefe, le pidió el mismo favor que previamente le había pedido el autista a él.

    ¿Por dónde vives tú? – preguntó el autista.

    Rafa le respondió y se quedó de piedra al escuchar la respuesta.

    Ah!, no. Es que por ahí no puedo coger el bus-vao. Lo siento, me viene mal.

    No era cierto. Desde donde vivía Rafa, se accedía sin ningún problema al carril reservado a vehículo de alta ocupación, es decir, aquellos que van ocupados por 2 personas como mínimo. Devolver el favor, le hubiera ahorrado a Rafa tiempo y molestias. La consecuencia fue que Rafa, tuvo que desplazarse en bus y metro y como era la primera vez, no supo calcular bien. Aterrizó por la oficina a las 10.30 y se lo comentó a Miguel, que ejercía de segundo de a bordo, que puso cara de póker, como si no le sorprendiera esa actitud del autista.

    Poco después de ese desagradable incidente, el autista y Rafa, tenían una tensa conversación sobre el rendimiento de Rafa, sus obligaciones y el salario que ganaba. La conversación, que tuvo lugar en el despacho del autista, comenzó fuerte.

    Creo que para lo que haces, ganas demasiado – espetó el autista.

    El trabajo encomendado, me lo indicaste tú. Y fuiste tú el que acordó conmigo el salario a percibir. Si quieres que me dedique a cualquier otra cosa, no tiene más que decírmelo, pero no tienes ningún derecho a intentar hacerme sentir culpable por una decisión que es exclusivamente tuya.

    De ahí, el autista, pasó directamente a acusar a Rafa de revolucionar el gallinero, de gastar demasiadas bromas en horas de trabajo y poco menos, que de inundar de luz la lúgubre mazmorra en la que él se había tomado la molestia de convertir el espacio de trabajo.

    Sí, lo reconozco. Soy un tío alegre y me gusta mi trabajo. Soy feliz y me gusta pasarlo bien mientras trabajo. Lo cual, no es obstáculo, óbice o impedimento para que no lo haga bien, ni tampoco que importune a nadie.

    Como al parecer, el autista tenía más balas en la recámara, no se dejó ninguna y disparó la última.

    Es que una cosa es eso y otra que vacilas demasiado con las tías. Que eres un ligón.

    Eso era entrar en terreno personal y además, era rigurosamente falso. Pero entonces Rafa, no conocía algunos secretillos de esa misma índole que sí afectaban a Adolfo y no pudo responderle como realmente se merecía.

    Y entonces, siguiendo con esa misma línea de pensamiento, cuando bajo a tomarme una cerveza con Fernando o Miguel, estoy demostrando que soy maricón, no?

    De aquella primera reunión, la relación entre el autista y Rafa, salió herida de muerte. El autista era incapaz de entender – a pesar de todos sus másteres - que ese tipo de actitudes, eran más propias de la Edad Media, que de una empresa multinacional que se dedicaba a la tecnología a finales del siglo xx. Y Rafa no aceptó lo que consideró un abuso y una intromisión en el terreno personal. Abuso, por solicitar de él un favor que luego se negó a devolver y la intromisión de acusarle de un comportamiento que, aparte de inocente, además era falso.

    Desde ese momento, cualquier conversación entre ellos fue, cuando menos, muy tensa, casi desabrida. En esa misma charla, el autista volvió a acusar a Rafa de verter ciertos comentarios en su contra que le habían llegado a sus oídos, a lo que Rafa, harto ya de rumores, de dimes y diretes, de actitudes más propias de un pueblo que de una empresa, le respondió:

    Yo sólo soy responsable de lo que yo digo. No de lo que tus lameculos te dicen que yo he dicho. Y si fueras capaz de reproducir el comentario, te diría si lo he dicho o no.

    Yo no tengo lameculos – respondió el autista justificándose.

    No sabes vivir sin ellos. Son los que tú crees que te informan – cerró el tema Rafa.

    La mala relación del autista con la inmensa mayoría de sus colaboradores, traía consigo que el tema del jefe y su problemática, fuera tema común de comentarios entre los compañeros. Por tanto, no era de extrañar que un día, al hilo de estos comentarios de pasillo, Rafa se enterara que el autista, el mismo personajillo que le acusaba de actitudes sospechosas con compañeras de trabajo, mantenía una relación sentimental con una empleada de la compañía, directora como él y asturiana de origen. Lo que a su vez trajo como consecuencia la tramitación de su divorcio.

    Cruel torna del destino, - pensó Rafa - esa que convierte en acusado, al acusador.

    Si bien en el terreno personal las cosas no parecía que le fueran demasiado favorables, dentro de la empresa, daba la sensación de todo lo contrario. Hasta el punto de que en un momento dado, y a pesar de todas las torpezas y errores que todos sabían que había cometido, fue ascendido al puesto de director general de la compañía.

    La imagen que tenían de él quienes trabajaban día a día bajo su mando, era tan pésima, que llegaron a pensar que el ascenso de ese inútil, estaba motivado por la decisión de la casa matriz, en Alemania, de cerrar las oficinas en España y para llevar a cabo semejante tarea, habían escogido a Adolfo Cebreros.

    La crisis por entonces, afectaba a toda clase de empresas, de cualquier sector y tamaño. También a ésta, que por aquellos años rondaba los mil empleados. Por tanto, no era nada exagerado pensar que desde Alemania, se pudieran adoptar medidas tan drásticas como esas. En cualquier caso, nadie interpretó ese vertiginoso ascenso como un justo premio a una carrera sólida y un buen hacer profesional. Más bien, todo lo contrario.

    Las medidas encaminadas a hacer viable la empresa, se fueron sucediendo. Se invitó primero a quienes lo desearan, a abandonar voluntariamente la compañía. Se creó una compañía de servicios satélite, para traspasar a muchos de los empleados en nómina a esa nueva estructura. Se invitó a varios directores a fundar su propia compañía y seguir colaborando con la empresa, como lo venían haciendo, pero fuera de la nómina. Y finalmente, después de un largo proceso de unos dos años, se procedió a confeccionar una lista de 200 o 300 personas, que pasarían a formar parte de las listas del paro.

    Cuentan los que vivieron aquella etapa, cómo durante una noche entera, el director general, o sea, el autista y el presidente, la pasaron organizando la lista de nombres que al día siguiente se haría pública. Y cuentan los mismos, que a la mañana siguiente se cruzaron por el pasillo con el autista y que no daba crédito al comprobar que la lista tenía 301 nombres, incluido el suyo propio.

    Aunque la sorpresa debió ser mayúscula, seguramente los 80 millones de pesetas que recibió como indemnización, consiguieron suavizar el golpe.

    El destino siempre actúa como un burlón y esta vez quiso que el individuo más inepto a la hora de establecer relaciones personales, el más incapaz a la hora de valorar en su justa medida a un buen profesional, el autista ignorante de las más elementales normas de cortesía y consideración, el incapaz de entender el concepto empatía, se dedicara a partir de ese momento a ser un cazador de talentos, de directivos.

    ***

    Aventuras de un yankee en la corte del rey Borbón.

    Cuando a Don Manuel Montes de León le comunicaron su nuevo destino en la compañía en la que trabajaba, creyó que tocaba el cielo: Madrid, España. La tierra de sus ancestros. Regresar al origen y poner en práctica sus experiencias y conocimientos. ¡Actualizar a ese país tan atrasado!

    El cargo, llevaba aparejado una serie beneficios adicionales a un salario escandaloso. La casa, el coche, chófer, gastos de representación y una larga lista de bonus en función de los objetivos.

    La vivienda, por ejemplo. Se escogió en una urbanización de lujo de los alrededores de Madrid y el precio fue (al cambio) de unos 600.000€. Si hoy en día, no es demasiado corriente encontrar una casa con este precio, en 1988, lo era aún menos.

    Después vino la elección del coche. El anterior Director General, utilizaba un Ford Granada, pero D. Manuel, lo encontró poco representativo para un personaje como él, que venía desde Miami, Florida, EEUU. Prefirió elegir un Mercedes. El problema vino después, cuando se verificó que el modelo de coche que había elegido, era mejor que el del jefe de su jefe, lo cual, en una multinacional, no estaba bien visto. Por eso, inmediatamente después de haber procedido a la compra del vehículo, se tuvo que proceder – sin estrenarlo – a su venta, con la consiguiente pérdida de miles de euros.

    Acostumbrado a una actitud prepotente y a un mundo donde las reglas eran diametralmente opuestas, Don Manuel intentó implantar en la España de finales de los 80’ la misma mentalidad y comportamiento que traía aprendidos de su querida Miami, donde había trabajado anteriormente.

    María José – dijo a su secretaria – dígale al Presidente de Iberia y al propietario de la cadena de grandes almacenes, que se pasen por mi despacho por favor. Que acuerden con usted el día y la hora y usted me gestiona la agenda.

    María José – más conocida como Pepa en los ambientes – se espantó de lo que estaba oyendo. Pero se libró muy mucho de llevarle la contraria al Ser Supremo. Prefirió utilizar un camino alternativo, involucrando al Director Financiero. José María, subió a hablar con Manuel y ubicarle mejor en dónde estaba.

    Mira, Manuel, no sé cómo se harán estas cosas en Miami, pero aquí, en España, es diferente. Tienes que ser tú el que pidas al de Iberia, que a ver si te puede recibir. Y lo mismo con el de los grandes almacenes. Y con el de RENFE.

    En otro momento, a Don Manuel, se le ocurrió una idea que él consideró brillante, simplemente, porque era suya. En una reunión de la cúpula directiva de la empresa, en la que estaban representados, tanto el primer como el segundo nivel de dirección, dijo:

    Jacinto, vamos a hacer una capea y vamos a invitar a todos los empleados a que vayan con sus familias a pasar el día. Un sábado. Encárgate de organizarlo todo: la finca, la vaquilla, el traslado de los que no quieran ir en coche propio, el buffet…todo.

    El pobre Jacinto, rezó en ese momento para que los Infiernos se abrieran y se llevaran a su demonio que en forma de Director General, les habían enviado desde allí abajo.

    El Director General, era consciente de una - cada vez más – creciente ola de insatisfacción del personal, en su conjunto, debido a diversas medidas que había ido adoptando y a otras que, aunque se quedaron en grado de tentativa, prometían ser igual de desafortunadas. Dichas medidas, a juicio de los empleados, invadían un terreno que consideraban estrictamente personal, como por ejemplo, las normas que pretendía imponer en relación a la manera de vestir de las mujeres en la empresa. También la de los señores, pero en lo tocante a ellas, el impacto fue mayor. Con la idea de la capea, pretendía crear él una atmósfera más propicia, sin darse cuenta – porque era muy torpe – que se estaba equivocando, otra vez.

    A pesar de todo, la capea se llevó a cabo. Jacinto, se pasó la mayor parte del tiempo desatendiendo a su trabajo cotidiano para dedicarse al nuevo encargo recibido del Ser Supremo. Y su trabajo, lo hizo bien. Pero la fiesta fue un fiasco.

    En la siguiente reunión del equipo directivo, que tenía lugar cada quince días, Don Manuel, profundamente contrariado, nuevamente abordó el tema:

    Yo no entiendo que la gente no vaya, si es gratis – dijo ignorando que en España, hay valores que no tienen precio. Jacinto, ¿informaste a todo el mundo de la fiesta y que era gratis?

    Sí, claro – respondió Jacinto, que todavía se temía que le endosaran la responsabilidad del fiasco.

    Y entonces, ¿alguien me puede decir por qué la gente no asistió?

    Fue entonces, cuando el bocazas de Rafa, abrió la bocotona mientras todos los demás la tenían bien cerrada.

    Es que lo importante,

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