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De los avernos al contrato basura
De los avernos al contrato basura
De los avernos al contrato basura
Libro electrónico254 páginas4 horas

De los avernos al contrato basura

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En este libro se dibuja un panorama ciertamente inquietante que asoló España a comienzos de los 90. Una etapa en la que muchos, perdieron sus empleos, algunos sus hogares y todos, tuvieron que reinventarse, reciclarse y comenzar de nuevo.

Aquí se habla de aspectos en los que cualquiera puede reconocerse: de divorcio; del alejamiento del hijo y las complicaciones que ello conlleva; de sucesivas experiencias sentimentales más propias de una película de terror de Alfred Hitchcock; de mudanzas de un lado a otro; del apoyo de unos amigos y la traición y el abandono de otros.

Un auténtico descenso a los avernos que culmina con la firma de un contrato basura por el que percibirá la mitad de lo que ganaba en su anterior empleo y además, su propia empresa, le robará. Y por si esto fuera poco, debe convivir con la amenaza de embargo de la vivienda por parte del banco, además de otras desventuras y desdichas que parecen acumularse sin fin.

En definitiva, se trata de un ejemplo más de superación de situaciones límite. De vivir durante algunos años - que parecen interminables - bajo una especie de maldición o de conjura de los dioses que se confabulan para obrar en nuestra contra.

Y todo ello, relatado - a pesar de todo - con sentido del humor y positivismo.

IdiomaEspañol
EditorialCarlos Usin
Fecha de lanzamiento30 oct 2016
ISBN9781370852963
De los avernos al contrato basura
Autor

Carlos Usin

Durante casi 40 años ha estado trabajando en el apasionante mundo de las Tecnologías de la Información, desempeñando muy diversos roles y responsabilidades.Comenzó a escribir hace muchos años, por prescripción facultativa, siguiendo los bienintencionados consejos de un psicólogo al que acudía por entonces, con el propósito de que le ayudara a convivir con una persona diagnosticada de neurosis obsesiva con tintes esquizoides. Posteriormente, además de superar aquella fase y de dejar a la tarada, se enganchó con el vicio de escribir.

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    De los avernos al contrato basura - Carlos Usin

    Aquél viernes de finales de julio, el calor era la nota dominante en el aeropuerto de Barcelona. El calor y la huelga de los controladores españoles o franceses o los dos, que por aquellas fechas se disputaban el honor de fastidiar a Europa entera en sus vacaciones.

    Rafa ya no sabía qué hacer con la corbata y con la chaqueta. Le sobraba todo, y sudaba por cada pelo una gota. Tenía un aspecto horrible. En el antiguo aeropuerto, la gente se agolpaba en espera de la salida de sus respectivos vuelos, pero sin llegar al caos, al desorden ni a la masificación. Parecía más bien un colegio electoral en día de votación con gran índice de participación, que un aeropuerto colapsado, en parte, por la huelga. Los mensajes por la megafonía del aeropuerto notificando incidencias y retrasos eran continuos. A pesar de todo, las personas que estaban allí lo tomaban con filosofía y paciencia; al fin y al cabo, quien más quien menos, se iba de vacaciones y todo aquello le afectaba menos.

    Con todo aquel desbarajuste, encontrar un sitio libre para sentarse, estaba muy cotizado. Todo el mundo deseaba descansar, o sentar a sus hijos y cuando se ausentaban para ir a los abarrotados baños, dejaban algún objeto indicativo de que el sitio estaba ocupado. Por eso, cuando se oía por fin el anuncio por megafonía de la salida de algún vuelo se producía un doble alivio: por un lado, parecía que, aunque despacio, aquello iba marchando y por otro, se dejaban sitios libres para sentarse. Fue en uno de esos momentos, cuando Rafa pudo descansar y sentarse. Sólo había tomado un sándwich y una coca como almuerzo y entre eso, el calor y el cansancio de toda la semana, estaba con bastante sueño. Mientras esperaba el anuncio de la salida de su vuelo con destino a Palma de Mallorca, se sentó, con la suerte de que detrás, había una columna y también pudo apoyar la cabeza. Fue entonces, cuando empezó a pensar en el motivo que le había llevado al aeropuerto, el que le conducía a Palma, donde estaba su mujer, Mónica, y su hijo en compañía de toda la familia. Allí, le esperaban como siempre los amigos y familiares, el grupo de personas con los que había compartido los mejores momentos de sus vacaciones, paseando en barco, en la playa o celebrando juntos alguna cena o comida, durante los últimos 9 o 10 años, con el único pretexto de disfrutar.

    De pronto, se dio cuenta que las cosas ya no eran igual, que algo había cambiado y que ese algo era él mismo. Por eso, había tomado la decisión que había tomado.

    Estaba perdido en estos pensamientos, cuando de entre las muchas personas que había en el aeropuerto, descubrió a una rubia de ojos inmensos y azules como el mar, no muy alta, pero muy atractiva, de cintura estrecha y piernas bonitas. Estaba morena por el sol y se notaba que era una mujer con clase y dinero. Debía tener alrededor de los 25. La descubrió paseando por el lugar y sus miradas se encontraron casualmente un par de veces. Iba vestida de manera informal pero elegante; llevaba una camisa muy ligera de algodón o lino en tono hueso, una falda por encima de la rodilla haciendo juego y unos zapatos cómodos y elegantes. De pronto, se sentó a su lado y enseguida notó que quería entablar conversación con él.

    En un momento dado, la rubia, le preguntó algo relacionado con un vuelo o con la hora y fue la excusa para entablar conversación. Al principio, de cosas insustanciales: el calor, la huelga, el retraso, las vacaciones...Poco a poco, se fueron cayendo bien. Era una chica abierta y simpática. Hablaba con un acento casi imperceptible y se notaba que estaba acostumbrada a viajar y a tratar con personas muy diferentes. Hablaba con soltura y un poco deprisa. Era educada, entusiasta y siempre miraba a los ojos, lo cual era una delicia. Rafa se fijó en sus labios: eran gruesos y rojos; sus dientes eran blancos y su sonrisa amplia y sincera; su perfume no lo pudo descifrar, pero era ligero, fresco y muy agradable. Pensó que esa mujer debía tener miles de moscones alrededor. Mientras charlaban, descubrieron que los dos viajaban a Palma y además en el mismo vuelo.

    Se llamaba Marina, nombre que le venía perfecto por esos gigantescos ojos de color mar. Era medio italiana, medio española. Sus padres estaban separados desde hacía tiempo y ella venía a pasar unas vacaciones con unos amigos: seguramente daremos la vuelta a las islas en barco. Ya lo hemos hecho otras veces y es estupendo. Le gustaba mucho el mar y todo lo relacionado con él: navegar, nadar, el sol, la playa... De hecho, le contó que venía de asistir en Italia a un campeonato de Aguas Bravas, en el que falleció su medio novio o novio entero, y venía a Palma a reponerse del batacazo e intentar olvidar un poco.

    Fue entonces, cuando ella le preguntó si el motivo que le llevaba a Palma era pasar las vacaciones con su mujer. Ella fue la primera persona de este planeta a la que le confesó el motivo de su viaje:

    - He venido a Palma a decir a mi mujer que nos divorciamos.

    - ¿Ella sabe algo?, preguntó atónita después del bombazo.

    - No, no sabe nada.

    - ¿Tampoco se lo imagina?

    - No.

    - Pues vaya noticia que le vas a dar! Y tú cómo estás?

    - Mal.

    Marina, preguntó lo habitual en estos casos: cuántos años lleváis juntos, cómo os conocisteis, etc. Hablaban en voz baja. Rafa no quería que se notara que se acababan de conocer y la gente pudiera pensar que se la estaba ligando. La verdad, es que cualquier observador medianamente avispado, se habría dado cuenta que en todo caso, la que estaba ligando era ella. Rafa le contó, que era informático, que había trabajado en tales empresas y en tales otras, que estaba casado, que tenía un hijo, que conocía Mallorca desde hacía muchos años, que le encantaba, que también le gustaba viajar, que le gustaba la playa, el sol, el mar...Marina le escuchaba y él, necesitaba desahogarse, así es que comenzó por el principio tal y como le había pedido Marina. Le contó, cómo se conocieron.

    Corrían los primeros meses del año 1979. Habían pasado ya diez años de todo aquello, pensó él mientras lo recordaba. En la empresa en la que trabajaba Rafa por aquél entonces, tenía un compañero con el que pasaba la mayor parte del día, dado que además de las horas normales, hacían horas extras, con las que se ayudaban económicamente. José Manuel, que así se llamaba, estaba rondando los 30 o tal vez, los treinta y pocos. Era por tanto, unos años mayor que Rafa, que por entonces debía rondar los 22 o 23. Aunque la diferencia en esos años se nota mucho, la verdad es que se llevaban bien. Tenían los mismos gustos aproximadamente: el fútbol (seguidores del Real Madrid), salir a tomar copas de vez en cuando con los amigos, etc.

    Tapias, que así le llamaban todos porque era más corto, llevaba varios años en la empresa y era bien conocido por el resto de compañeros por su carácter afable y por su sentido del humor. Tenía un buen carácter, aunque un poco pobre de espíritu en lo que a ambiciones profesionales se refiere. Vivía con su madre en un barrio obrero de Madrid, San Cristóbal de Los Ángeles, en un piso modesto, como todos los de aquella zona. Tenía un hermano mayor, que trabajaba en Telefónica y gracias al cual, consiguió el trabajo que tenía y también una hermana, Elena. Su padre, que era médico, hacía años que había fallecido. Elena, trabajaba en la clínica privada de un dentista, como enfermera.

    Tapias --que tenía muchos otros apelativos como Pitorro, Tapiasgorín, Tapiass-Tapiass-- tenía además otros dos íntimos amigos, de esos con los que no sólo tomas copas, sino que también, planificas tus vacaciones, juegas al tenis y todo lo demás. Se llamaban respectivamente Alfonso y Julio. Julito para los íntimos. Los dos eran economistas. Uno trabajaba en una empresa constructora y el otro, Julito, en las oficinas centrales de una cadena de hipermercados. Los tres, eran como los Tres Mosqueteros, iban juntos a todas partes. Los tres eran solteros y la mayor parte del tiempo, sin compromiso, por lo que cuando iban a algún sitio, iban de cacería. Básicamente, su vida transcurría entre el trabajo, tomar copas y ligar.

    Julito, no es que fuese feo, es que tenía el cuerpo raro. Andaba raro, se movía raro y en general era bastante rarito en todo, incluyendo sus ideas y comportamientos, que eran algo más profundos que los de sus otros dos colegas. Alfonso, no. Alfonso era el señorito del trío. Era el que hacía de avanzadilla para ligar porque además de ser el más alto, era el que tenía más clase, tenía más soltura al hablar y vestía mejor y además, le lucía mejor. En fin, era el cebo ideal. Los tres, solían frecuentar sitios de moda para ligar con tías inaccesibles y claro, la mayor parte de las veces, no se comían un colín.

    Mónica, que también trabajaba en la misma empresa que Julito, tenía a su vez entre sus amigos, no sólo a Julito, sino también a Elena y Carmen, compañeras de trabajo en otros departamentos y todos solteros.

    Un día cualquiera, Mónica le dijo a Julito que por qué no salían todos juntos a tomar unas copas y así lo organizaron. Quedaron en un pub muy conocido, enfrente del Santiago Bernabéu y allí se presentaron Tapias, Alfonso y Julito, por un lado, y por el otro, Mónica, Elena, Carmen…y la hermana de Elena, Mari Cruz, con la que no se contaba, pero que al vivir juntas, se apuntó a la fiesta. Ante la situación de desigualdad entre chicos y chicas, Tapias, llamó a Rafa a su casa para intentar que fuesen pares, pero no estaba. Así es que, pasaron la tarde por ahí juntos y luego por la noche, Tapias volvió a llamar a su amigo y compañero.

    Le contó que habían estado con unas tías tomando copas y charlando. Que se lo habían pasado bien y que como había una de más, habían decidido quedar al día siguiente todos juntos otra vez, pero en esta ocasión con él, con Rafa, para ser pares. Al día siguiente, domingo, Rafa se sumó al grupo y apareció por el pub La Rana Verde. Después de las presentaciones, le llamó la atención una de las chicas. No era especialmente atractiva, pero tenía algo diferente; el caso es que se puso a charlar con Mónica. Fue ella, quien le puso al día en las relaciones que unían a todo el grupo y se sorprendió mucho cuando dijo que era de Palma de Mallorca. No entendía muy bien porqué alguien que tenía a su disposición vivir en Palma de Mallorca, decidía venir a vivir a Madrid.

    Mónica, era pequeñita, delgada, sonrientey con el pelo rizado. A pesar de su juventud, vestía de una manera inusualmente clásica para una chica de su edad. En Palma, sus padres, de origen catalán, le habían proporcionado una educación ligeramente distinta a la del resto, por su posición económica, también más desahogada. Educación que incluyó un año de estudios en Suiza, en un internado para señoritas.

    Su padre, había sido Director de Hotel de Las Baleares, con la carrera de Hostelería y además en una de las de mayor prestigio en su género en Europa, lo que unido a sus dotes personales, le proporcionó un nivel de vida ligeramente superior a la media.

    Al parecer, las relaciones entre Mónica y su padre no eran muy buenas precisamente. El carácter dominante y exigente del padre agobiaba al espíritu más débil y sensible

    de Mónica, sin tantas ambiciones. Esa inseguridad y los continuos desalientos del padre, le acarrearon serios problemas de personalidad y algún que otro trauma, como por ejemplo, que era más tonta que la media y que no servía para estudiar. Por eso dejó los estudios a los 14 años y se dedicó a formarse para ser Secretaria, perfeccionando el francés. Trabajó una temporada en el Aeropuerto de Palma, atendiendo las reclamaciones de los pasajeros, pero lo tuvo que dejar, porque era un trabajo muy estresante para ella.

    Entre eso, las relaciones con su padre, el microcosmos que es en sí Palma de Mallorca y un sinfín de factores más, le indujeron a tomar la decisión de trasladarse a vivir a Barcelona. Al principio intentó encontrar un trabajo por sí misma. Estuvo viviendo en casa de unos tíos, pero luego, se trasladó a una Residencia de monjas, para tener un poco más de libertad. Luego, al ver que no obtenía trabajo, su padre echó una mano y le consiguió uno.

    Mónica le habló de su familia, de sus padres y hermanos. El abuelo paterno, había muerto hacía tiempo. La abuela, a la que quería mucho, vivía en Alemania. El padre de Mónica, de pequeño, vivió y creció en Alemania y por eso hablaba alemán perfectamente. De hecho, las operaciones aritméticas, las hacía en alemán y era muy curioso oírle. El único hijo varón, hermano de Mónica, Enrique, también era Director de Hotel en la Cadena Sol. Aparte de ese hermano, que se llama como su padre, estaba su hermana, Rosó.

    - ¿Cómo has dicho que se llama tu hermana?, preguntó extrañado Rafa.

    - Se llama Rosario, como mi madre, - respondió con una sonrisa, Mónica - pero allí, el apelativo simpático es Rosé, pero como a mi madre, ya la llamamos así, pues para diferenciarlas, la llamamos Rosó.

    - ¿Y qué hace?

    - Su marido, Pau, y los hermanos de éste y otros amigos, tienen un negocio de zapatos y ella se dedica a cuidar del niño que tiene y del que va a venir.

    - O sea, típico: hoteles y zapatos.

    - Pues sí. Y tú que haces?, preguntó Mónica deseosa de conocer algo de su interrogador.

    - Trabajo con Tapias en una empresa de Informática.

    - ¿Con quién?, -preguntó como si no supiera de quién estaban hablando-.

    - Con Tapias, con José Manuel.

    - ¿Porqué le llamas así?

    - Porque se llama José Manuel Jiménez Tapias y por no llamarle Pepe, todos en la ofi, le llamamos Tapias.

    Continuaron charlando y al final se despidieron todos, no sin antes prometerse que volverían a quedar. En esta ocasión sí que se cumplió lo prometido y quedaron varias veces más. Un día quedaron para hacer una excursión a la montaña, con tortilla, pimientos y hormigas al Monte Abantos, cerca de San Lorenzo de El Escorial. En cada ocasión que coincidían, aunque no se habían establecido parejas, ni nada por el estilo, al final Rafa siempre acababa enrollado con Mónica. De todas era la más mona, la que más estilo tenía y a la que le parecía que más atraía. Se caían bien mutuamente. El día de la excursión, lo pasaron bien, comiendo, bebiendo, riendo y haciendo fotos.

    La Semana Santa estaba cerca. La empresa, en la que trabajaban Rafa y su amigo, Jose, era la encargada de realizar todos los trabajos relacionados con Elecciones, Referéndums y esas historias y por aquellas fechas, época de transición democrática, hubo alguna que otra y les tocó pringar pero bien. Así es que, debido al esfuerzo que habían hecho los empleados, el magnánimo Director General, había decidido conceder a toda la empresa, tres días de vacaciones en Semana Santa, con lo que Tapias y su amigo Rafa, disponían de una semana entera, además del fin de semana anterior, para pasarlo bien.

    Una de las veces que quedaron con el resto de la panda que se había formado, hablaron de los planes que tenían para esas vacaciones. Elena y Mari Cruz, dijeron que unos amigos de La Manga, les habían ofrecido un chalet, con el doble propósito de que se lo cuidasen mientras el matrimonio se iba a otra parte, y al mismo tiempo, que les sirviera de distracción a las hermanas. Sugirieron que podrían ir todos allí, que era muy grande, pero que deberían aportar algo de dinero para no abusar de la invitación. La idea era excelente y Elena, quedó en contactar con sus amigos para ver qué les parecía el plan. Al matrimonio amigo de Elena, la idea les pareció bien. Eso sí, dijeron que tuvieran cuidado con la casa, que no tenían más.

    Elena la amiga y compañera de Mónica, era de Cuenca, más concretamente de Las Pacoñeras, capitall mundial del ajo. Su padre, lógicamente, tenía tierras y cultivos por la zona y un negocio relacionado con el ajo. Debido a eso, había podido proporcionar una cierta estabilidad a sus hijas, Elena y Mari Cruz, que se habían trasladado hacía ya años a Madrid, y había adquirido para ellas un piso en la zona de la calle Cartagena, al lado mismo, de la antigua sede central de las oficinas donde trabajaban. Elena, rondaba la treintena. Tenía un carácter abierto, simpático, sereno y emprendedor y tenía las ideas muy claras. No tenía otra cosa que unos estudios elementales, pero la cabeza la tenía bien amueblada, lo que unido, a su ligera entonación puebleril, le conferían una curiosa imagen, que a decir de ella, asustaba a más de un hombre. A primera vista, daba la impresión de ser una persona simplona, pero invertía mucho tiempo en distraerse leyendo todo cuanto cayera en sus manos. Elena junto con Julito, formaban el dúo de amistades íntimas de Mónica en dicha empresa. Con Carmen tenia una relación un tanto más distante, más de compañera y menos de amiga.

    Con este panorama de Semana Santa, la madre de Tapias, decidió ir a pasar las fiestas a la casa que tenían en Alcaraz, al pié de la sierra del mismo nombre, en Albacete, donde el padre de Tapias había ejercido de médico. Así es que Tapias invitó a Rafa y organizó el plan perfecto: primero irían a Alcaraz. Estarían unos días por allí y luego, a partir del Jueves Santo, irían a La Manga, a encontrarse con el resto de la gente, que no tenía tantas vacaciones como ellos dos. A la vuelta, harían el camino inverso y recogerían a su madre y vuelta a Madrid.

    Al llegar a Alcaraz lo primero que le sorprendió a Rafa era el aire fresco que hacía. Bueno, más que aire fresco, lo que hacía era un bris que cortaba el cutis. La casa de su amigo, era la típica de pueblo, ni grande ni pequeña, con una gran chimenea en el salón y su mesa camilla con su infiernillo en los pies. Al menos, le pareció más cómoda que la que tenían en Madrid, aunque desde luego, la falta de habitabilidad y el frío de la zona, al principio pudieran dar otras sensaciones menos placenteras. Los días que estuvieron allí, Tapias hizo de Cicerone con él y le enseñó los lugares por los que corrió de chico, los bares que frecuentaba cuando venía y los amigos, escasos, que mantenía. Su madre, mientras, les cuidaba como era debido. O sea, con migas para desayunar, y cosas tan contundentes o más para comer. Nada light sin duda, en una época en la que ni siquiera existía el concepto.

    Daban largos paseos, jugaban a las cartas al lado de la chimenea y daban alguna patada al balón. Entre eso, alguna pequeña excursión por la zona, visitar los bares y dormir, se pasaron volando los días y el día convenido, se fueron a La Manga.

    Habían quedado todos, en un punto concreto de la ciudad de Cartagena. La idea era, que tenían que recoger las llaves del chalet, en casa de sus dueños y como Elena y Mari Cruz, eran las únicas que conocían la dirección, pues todos debían seguirlas. Después que todos hubieran llegado, fueron a buscar a los dueños del chalet. Era un matrimonio joven, rondando la treintena y bastante simpáticos, hasta el punto, que después que todos se presentaron, les acompañaron hasta La Manga.

    La casa, estaba situada en una de las mejores y más conocidas urbanizaciones de la zona. Era grande, cómoda, con mucha luz y decorada sin lujos. Se veía que sólo se usaba de vez en cuando, por la proximidad que guardaba con la playa. La verdad, estaba casi encima de la arena. Luís y Elvira, que así se llamaban los nuevos amigos y dueños del chalet, fueron abriendo literalmente las puertas de su casa y cada uno iba adueñándose de la habitación que mejor le parecía. Como ya era tarde, una vez tomada posesión del lugar y definidas las habitaciones de cada uno, dejaron las cosas y se fueron, junto con Luís y Elvira a conocer un poco la zona. Ellos, hicieron el papel de guías y les llevaron a algunos sitios en donde pudieron cenar algo a base de tapas, tomar una cerveza y poco más. Debido al cansancio del viaje, se despidieron pronto de la juerga y se fueron a dormir. Por supuesto, Tapias y Rafa, dormían juntos y el resto, pues fácil: los chicos con los chicos y las chicas entre ellas.

    Al día siguiente, amaneció espléndido. Un sol radiante y un cielo totalmente despejado, les dieron los buenos días en una casa, en donde por falta de tiempo, no había nada para desayunar. Así es que una vez que comenzaron a tocar diana a los dormilones, desayunaron en una cafetería cercana y volvieron después a casa para organizarse. En ese momento, Elena, que hacía las veces de anfitriona

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