Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Trabajar cansa
Trabajar cansa
Trabajar cansa
Libro electrónico104 páginas1 hora

Trabajar cansa

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Silvia cree que ha renunciado a sus sueños juveniles y quiere dejar su empleo en una consultora. Isidro ve cómo su vida se desbarata cuando en la agencia de viajes en la que trabaja se declara un expediente de regulación de empleo. Los personajes de Trabajar cansa viven perplejos ante una realidad que les supera. En su segunda novela, que toma el título del conocido poema de Cesare Pavese, Morales indaga en los dos pilares que, según Freud, definen nuestra felicidad: el amor y el trabajo.

"Una vez más, Javier Morales nos ofrece un lúcido retrato de unas parejas contemporáneas asediadas por la precariedad sentimental y laboral: hombres y mujeres que tienen que vérselas con muchas otras quiebras y ataduras más allá de la asfixia de la crisis económica: el desgaste del paso del tiempo, un distanciamiento interpersonal que se agiganta, la percepción de la derrota y el abatimiento en el rostro propio y ajeno, la sensación de vivir de sueños irrealizables, la imposibilidad a ciertas edades de tomar decisiones valientes, la dificultad de mantener los ideales en un mundo hostil y bastante navajero, habitado y manejado por empresarios sin escrúpulos, traiciones del sistema laboral (expedientes de regulación, reducciones salariales…). En este tapiz de adversidad, preocupación social y "enamoramientos amansados por los años", donde aún se fantasea con otra vida posible o con recuperar la que una vez fue hermosa, escribe Morales con palabras precisas, imágenes certeras y diálogos naturales, con pie firme en la tierra y en el mundo que nos ha tocado vivir."
Ernesto Calabuig
IdiomaEspañol
EditorialBaile del Sol
Fecha de lanzamiento9 nov 2016
ISBN9788416794461
Trabajar cansa

Relacionado con Trabajar cansa

Libros electrónicos relacionados

Ficción literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Trabajar cansa

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Trabajar cansa - Javier Morales

    Trabajar cansa

    Javier Morales

    Baile del Sol

    A Nicolás

    De repente gritó

    que, si la luz del sol arrancaba blasfemias

    o si el mundo sufría, no era por el destino:

    la culpa era del hombre. Si, por lo menos, pudiésemos irnos,

    pasar hambre en libertad, decirle que no

    a una vida que utiliza el amor y la piedad,

    la familia, el trocito de tierra, para atarnos las manos.

    Cesare Pavese, Trabajar cansa

    Uno puede vivir espléndidamente en este mundo si sabe cómo amar y cómo trabajar.

    Lev Tolstói

    La novela no puede dejar de detectar el complicado juego de tensiones de su época. Se cuelan dentro de ella, y también la iluminan desde el exterior, la cercan.

    Rafael Chirbes

    Prólogo

    Antes de que acabe el año habrá muerto. Pero ahora está en la playa. Los cuatro están en la playa, agazapados en las hamacas, al amparo del cortaviento. Han renunciado a las sombrillas después de que el aire demente las hiciese volar como cometas en varias ocasiones. Es imposible caminar o dar un paseo. La arena les ciega los ojos y se clava en las piernas y en el cuerpo, como si les atacaran miles de avispas furiosas. El cielo se derrite en el mar, de un azul plateado. Unos surfistas aprovechan las corrientes para auparse a las olas y deslizarse en la tabla, flotan en la espuma hasta que pierden el equilibrio y la marea los arrastra a la playa.

    El niño y la niña tratan de construir un castillo de arena, pero la tarea es inútil, incluso detrás del cortavientos. Cabreado, el niño abandona el refugio y se dirige a la orilla. El hombre le grita que regrese, pero las palabras se pierden. El viento le roba al niño la gorra y le embolsa la camiseta y los pantalones, deforma su cuerpo menudo. El niño, de unos ocho o nueve años, tiene el pelo corto y castaño oscuro, la piel bronceada. El hombre se levanta con esfuerzo. Es delgado y tiene un tipo fibroso. La barba, recortada con pulcritud, aún es castaña salvo en la perilla, donde asoman las primeras canas. Los ojos de búho se refugian en unas gafas de sol de un modelo anticuado. Sujeta el sombrero con una mano y con la otra se tapa la cara mientras camina hacia la orilla. El adulto y el pequeño ensayan gestos. Discuten. Al cabo de unos segundos regresan a la base. La niña les ha observado desde la barrera. Es rubia, igual que la mujer envuelta en un pareo que yace en la hamaca. La mujer oculta los ojos en unas Ray-Ban, lucha por leer una revista de moda, pero apenas puede pasar las páginas, se revuelven y vibran como el aleteo de un pájaro atrapado.

    A pesar del viento, hay cierta placidez en la escena. Se podría pensar que los cuatro forman una familia. Tal vez una familia feliz de clase media que prefiere pasar las vacaciones de agosto en el Algarve, en una playa tranquila y aislada, ajena al Mediterráneo alicatado y al turismo masivo. Aquí encuentran el mismo sol, el mismo cielo azul, con un viento que disuade a las hordas de turistas y que es el reclamo para los domadores de olas. Están en Sagres, en el cabo de San Vicente, en el fin del mundo. Quizás buscan un lugar donde olvidarse de las asperezas de la vida cotidiana, puede que de sus propios miedos y demonios. El hombre ronda los cuarenta años y a la mujer le faltan pocos para llegar a esa edad. La niña es algo más pequeña que el niño.

    Las dos hamacas tienen una separación ambigua. El espacio entre ambas podría indicar que el hombre y la mujer están juntos, que son marido y mujer, pero también lo contrario. El niño y la niña juegan entre ellos, como hermanos o como amigos. Los adultos no se comunican. El hombre solo habla con el niño y la mujer con la niña. ¿División de papeles según el sexo? En sí mismo, este dato tampoco sería decisivo para concluir que no son una pareja, pero la realidad es que ni siquiera se conocen. Daniel ha llegado en coche esta mañana desde Madrid. Le encanta el mar, pero el viento furibundo ha envilecido la tarde. Incluso su hijo Leo le suplica que regresen al hotel para bañarse en la piscina. Si a pesar de todo prolonga su estancia en la playa es porque la mujer no le ha pasado inadvertida. La mira con disimulo. Le resulta atractiva. La nariz aguileña, el pelo en una media melena, la boca voluptuosa sobre un mentón suave y un aire risueño. El pareo y la toalla que se ha colocado en el regazo le impiden ver el resto del cuerpo. La imaginación anticipa unos pechos serenos y firmes. Las gafas de sol ocultan unos ojos que supone de color miel. La mujer habla en inglés a su hija y la niña se comunica en español con Leo.

    Cuando la mujer se levanta de la hamaca y comienza a recoger, Daniel se inquieta, debería decirle algo. Quizás no vuelvan a encontrarse. Le quedan unos minutos, la última oportunidad para doblegar al destino.

    Too windy to be here –es lo único que se le ocurre.

    Nunca se le ha dado bien abordar a los desconocidos y menos a las mujeres. Sus gestos le parecen torpes y las palabras inadecuadas. Sin embargo, una vez dado el primer paso se siente más cómodo y seguro de sí mismo.

    –Ni que lo digas. Nosotras regresamos al hotel –la mujer aguanta el sombrero con una mano y con la otra mete la revista y las cremas de sol en un gran bolso de mimbre.

    –¿Eres española?

    –Sí –ríe–. El padre de la niña es inglés. Vivimos en Madrid.

    –Nosotros también –responde Daniel, entusiasmado, como si este dato incrementase las posibilidades de pedirle una cita.

    Lidia, la mujer, no le ha oído. A unos metros de la hamaca, intenta convencer a Irene, su hija, de que deben regresar. La niña se resiste. El hombre las observa desde la hamaca. La mujer es más baja de lo que pensaba. La niña llora. La mujer tira de la mano de su hija y se marchan, sin decir adiós. Daniel observa a Lidia y a Irene, se alejan mientras el viento y la arena difuminan sus figuras, envueltas en una gasa, hasta que desaparecen.

    Amar y trabajar

    El hotel es un edificio de los años sesenta, blanco y alargado, en forma de ele. De apenas dos plantas, se yergue solitario en el extremo de un cabo, casi al borde de un acantilado. Oscurece. La luz se pierde en el horizonte, pero desde la terraza de la habitación aún se ve la fortaleza de Sagres, parece que flotase en el mar, como un barco encallado. El silbido del viento se mezcla con el batir de las olas. Daniel extiende las toallas húmedas en la mesa de la terraza. Coloca las zapatillas encima para que el viento no las voltee, pero las toallas se inflaman en cuanto Daniel se da la vuelta y poco después se precipitan al suelo sin remedio. Daniel se da por vencido y regresa al cuarto.

    La habitación es amplia, con una cama de dos metros y otra supletoria para Leo. De las mesitas de noche crecen dos lámparas con forma de seta. Enfrente de la cama, dos sillones y un escritorio antiguo de imitación. El armario empotrado los separa del baño, lo único que les disgusta del cuarto. Es grande, cómodo y está limpio, pero apesta a desagüe

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1