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Caos
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Libro electrónico209 páginas3 horas

Caos

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Información de este libro electrónico

¿Quien dijo que en un apocalipsis zombi la amenaza sería un humano que disfruta con lo que hace?

Olvídate de héroes de alma pura y ríndete a este antihéroe tan poco convencional.

Un libro rápido de leer que te mantendrá tenso y enganchado en cada una de sus páginas. Una forma de ver el apocalipsis zombi algo diferente al resto. Eso y unas buenas descripciones de los ataques y de las muertes hacen que la imaginación pase a un segundo plano. Al estar escrito en primera persona casi podrás sentir los actos del protagonista en tu piel.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento17 dic 2015
ISBN9788491122746
Caos
Autor

S.Q. Mariscal

Un libro rápido de leer que te mantendrá tenso y enganchado en cada una de sus páginas. Una forma de ver el apocalipsis zombi algo diferente al resto. Eso y unas buenas descripciones de los ataques y de las muertes hacen que la imaginación pase a un segundo plano. Al estar escrito en primera persona casi podrás sentir los actos del protagonista en tu piel.

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    Caos - S.Q. Mariscal

    Primera edición: Diciembre 2015

    Ilustración de la cubierta de Marina Muñoz

    © 2015, S. Q. Mariscal

    © 2015, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda             978-8-4911-2273-9

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2274-6

    CONTENIDO

    Prólogo

    Capítulo 1 Pequeños Placeres

    Capítulo 2 El Día Del Incidente

    Capítulo 3 Vuelta A Casa

    Capítulo 4 Viviendo Un Sueño

    Capítulo 5 El Encuentro

    Capítulo 6 Mi Nuevo Hogar

    Capítulo 7 Descubriendo El Mundo

    Capítulo 8 Renacer

    Capítulo 9 El Pasado De Silvia

    Capítulo 10 Una Pequeña Esperanza

    Capítulo 11 El Encuentro

    Capítulo 12 El Poder Oculto

    Agradecimientos

    Sobre El Autor

    PRÓLOGO

    Viernes 21 de Diciembre:

    EL SOL SALE EN ESTA mañana del nuevo día; tan solo ha pasado una semana pero parece que sea un nuevo año. Desde que pasó, a mí parece haberme nacido un nuevo sentimiento; hacía mucho que no me sentía tan bien como en este momento. Una nueva era ha empezado y no soy de los que le dan la espalda, al contrario, yo la afronto con una energía renovada. El pasado ha quedado atrás, ahora sólo quedo yo con mis pensamientos.

    Acabo de levantarme de la cama y estoy sentado mientras un pajarillo toca la ventana con el pico. Desde que esto empezó resido en un acogedor ático de Paseo de Gracia. Siempre ha sido mi sueño. ¿Quién iba a decir que tendrían que destrozarse tantos otros para que yo cumpliera el mío?

    Me levanto del colchón y voy a la cocina; no me vendrá mal comer algo. El suelo está frío como de costumbre, no funciona muy bien la calefacción. Enciendo el televisor del piso en el que aparece el menú de la película de anoche. La saco y pongo a mi grupo favorito en la consola; me gusta oír algo de fondo cuando desayuno.

    Mientras selecciono la canción por la que empezará a reproducir la lista me quedo aquí quieto. No puedo creer que ahora yo viva en este piso.

    Me voy fijando en cada cosa que me rodea en el salón, incluso los muebles me gustan y eso que no los he escogido yo. Frente a mí hay un mueble bajo de madera oscura que soporta un televisor grande de pantalla plana. En ese mueble es donde guardo los videojuegos y también la consola. Justo encima hay una estantería a conjunto con la madera oscura en la que tengo colocadas mis figuras de diferentes personajes de videojuegos y de series de animación.

    Si en este momento me dejo caer hacia atrás, caeré en el sofá de tres plazas de tonos grises y con unas hojas granates bordadas. No imaginéis que sean las típicas hojas pequeñas que se repiten mucho y quedan tan horteras. Son unas hojas bastante grandes, ubicadas en la derecha del sofá, ocupando el brazo, un poco de respaldo y un poco del cojín. Entre el sofá y el televisor hay una mesita baja. Es una mesita peculiar, como a mí me gustan; está formada por un palé y un cristal encima. Queda bastante bien el contraste antiguo entre tantos muebles modernos. Las paredes tienen un tono salmón que luce conjuntado a la perfección con los objetos granates como cojines o cortinas que hay por la estancia.

    Al fin selecciono la canción. Dejo el mando en la mesita y me dirijo a la cocina. Ésta se encuentra justo al lado del salón, a unos tres metros por detrás del respaldo del sofá. Abierta a él como una cocina americana. No hay mesa para comer por lo que la encimera tiene unas dimensiones desproporcionadas si tenemos en cuenta lo habitual. Tiene un mármol de color rojo y unos taburetes grises. La parte para desayunar, comer y cenar es la primera que se ve y que separa la zona de relax y de cocinar. Con casi tres metros de largo, uno de ancho y ningún mueble debajo, esta encimera es perfecta para sustituir a la mesa. La pieza parece muy pesada y se sostiene sólo sobre una pata de metal casi en el extremo, a unos veinte centímetros del final del mármol.

    Cuando pasas entre el final de la encimera y la cristalera del balcón, por un paso de unos ochenta centímetros, ya podemos decir que estás dentro de la cocina. Miro el suelo. Todo el piso mantiene el mismo material en el suelo. Es algún tipo de resina transparente que facilita muchísimo su limpieza. Al no tener color se deja ver el forjado de hormigón, que tiene un acabado especial ya que se ha tenido en cuenta que sería parte de la decoración. El color gris del cemento y el rojo de la encimera quedan en perfecta concordancia con el resto de la casa y sus muebles.

    La encimera está formada por tres piezas en forma de U. La que queda a la izquierda una vez dentro de la zona es la que sirve para comer. Justo enfrente, tocando a la pared del pasillo, está el fregadero y una buena zona de trabajo. Esta parte sí tiene armarios, tanto abajo como arriba. En la encimera que queda a la derecha se sitúan los fogones y se alarga hasta pegarse contra la nevera, que es grande, de color metalizado y con dos puertas.

    La abro. La nevera está vacía, hay que comprar algo para comer. Suerte que en los bajos del bloque del otro lado de la calle hay una tienda de donuts. Así podré bajar a tomar algo. Espero que aún quede alguna rosquilla.

    Mientras me preparo para salir de casa siempre miro por la ventana del salón. Sé que estoy desnudo, pero no creo que nadie se preocupe por mirarme. Hoy todo parece mucho más calmado, o por lo menos un poco más de lo habitual; sólo se ven un par de las típicas columnas de humo de esta mugrienta ciudad. Me quedo un rato observando la humareda que se alza hacia el cielo. Desde aquí puedo ver gran parte de la ciudad puesto que el piso es de los más altos de esta calle. Veo un mar de azoteas, todas ellas con ese tono rojizo que le da la cerámica típica que se usa aquí. En alguna de ellas, a lo lejos, puedo ver varias personas. Es demasiado pronto para tomar el Sol o para que ningún tipo de calor solar te pueda llegar, pero ahí están.

    Giro la mirada a la derecha y puedo ver una parte de Plaza Cataluña. Es imposible alcanzarla a ver en su totalidad. Sólo se ve una zona concreta cercana a un centro comercial, una acera grande abarrotada, aunque sea muy temprano, y una calzada llena de vehículos. Parece que hay un atasco descomunal. Se ve cómo los coches hace un rato que están parados porque ni los autobuses, que tienen preferencia y semáforos especiales, se pueden mover.

    Para poder ver la calle que hay justo debajo de mí, o sea, para ver Paseo de Gracia, tendría que salir al balcón, pero no me apetece y menos estando desnudo. Se oye algo de ruido en el exterior, pero no mucho, sólo un par de exaltados que querrán salir del bullicio de la gran avenida.

    Me giro y cruzo todo el salón-cocina. Cuando llego al borde de la encimera que se junta con la pared, giro a la derecha. Un pasillo largo con una puerta al final queda de frente. Por aquí he salido al despertarme. El pasillo, pintado de un color verde pastel, comunica la zona de día con la habitación principal del piso. Está lleno de estanterías en las que reposan mis libros de arquitectura. Tengo varios, aunque no sé por qué puesto que ya no ejerzo. Pero de vez en cuando me gusta ojearlos y mirar las fotografías de todo lo que antes estaba de moda.

    Entro en el cuarto. Es una habitación amueblada con bastante buen gusto. Hay una cama grande en el centro, con el cabecero forrado con tela de tonos cálidos como amarillos y rojos. Por supuesto está deshecha. Todas las paredes tienen un naranja pastel que rebosa calidez y hace un poco más cómoda la estancia. A la derecha de la cama hay una ventana que ocupa todo el largo de la pared con un mueblecito justo debajo que uso para los calcetines. Al otro lado hay una puerta que da a un bonito baño completo; aunque eso de completo no sea del todo cierto. Según mis profesores de carrera un baño completo se compone de un inodoro, un lavamanos, un bidet y una bañera. En este caso no hay bidet por lo que no sería un baño completo según la teoría. Todo el habitáculo está alicatado con piezas cerámicas grises y azules, creando unos mosaicos de caos ordenado entre todas las paredes.

    Justo frente a la cama, a la derecha de la puerta, hay un armario empotrado. Aunque en el piso tengo una habitación que uso de vestidor, aquí guardo la ropa que más suelo utilizar para no perder mucho el tiempo.

    Abro el armario y no sé qué elegir de las pocas cosas que hay dentro. Creo que ponerme algo que pueda ser fácil de reemplazar sería lo más apropiado, nada con mucho valor sentimental. Primero cojo un pantalón al más puro estilo militar, ya está muy desgastado, pero tener muchos bolsillos siempre me ha ido bien y más vale funcionalidad que estética. Siempre lo he dicho. Sin aún pensar qué camiseta y sudadera combinar, me siento de nuevo en la cama y me pongo las botas de montaña que tan bien me van. Me acerco al armario a coger la ropa para el tronco y me veo reflejado en el espejo que hay en la habitación; no puedo creer que mi cuerpo haya cambiado tanto en una semana. Tengo los músculos bastante más marcados de lo que solía tenerlos, además de tener una gran cantidad de cicatrices de mis salidas. Elijo una camiseta marrón con motivos de videojuegos, frikismo ante todo siempre, y luego, una sudadera negra con una capucha que me cubre la cara casi por completo. Nunca uso la capucha pero siempre viene bien llevarla.

    Una vez vestido sólo falta coger mis gadgets imprescindibles. Primero, mi reproductor de música con las listas de reproducción que me ayudan a aislarme de este mundo impredecible y hostil. Nunca me ha gustado la gente, no sólo de esta ciudad, del mundo en general se podría decir que tampoco. Por supuesto, los auriculares que me cubren las orejas para evitar la entrada de sonidos residuales, aunque siempre llevo un auricular sin poner porque es necesario tener un oído atento a lo que te rodea en todo momento. También cojo las llaves de casa, no le veo la utilidad pero se tienen que coger para volver a entrar sin temer que algo se te meta en el piso.

    Ya estoy listo.

    Cuando salgo por la puerta recuerdo que me falta algo primordial. ¡La chaqueta! En pleno mes de diciembre no hace suficiente buen tiempo como para dejarse la chaqueta. Bueno, en realidad es una gabardina marrón al más puro estilo texano; siempre había querido tener una.

    En el rellano se respira mucha paz, al menos por ahora. El ruido no llega tan arriba ya que tiene que traspasar las puertas del edificio y luego ir subiendo los nueve pisos de altura por un hueco de escalera sin un paso libre. En el centro el impedimento para la reverberación es el ascensor, con sus puertas metálicas en cada planta. Al tener la escalera forma de U, las ondas necesitan rebotar entre dos y tres veces para ir escalando pisos. Normalmente en el cuarto o quinto piso el ruido ya no puede seguir avanzando con la fuerza suficiente como para que se perciba.

    Paso por encima de las piernas de uno de mis vecinos, sigue aquí desde la última vez que lo vi. No se ha movido ni un ápice, menos mal que al ser el último rellano al único que puede incomodar es a mí. Y sinceramente a mi me la suda que esté aquí tirado.

    Voy bajando por la escalera, son nueve pisos, pero me gusta seguir un procedimiento. Además, mejor no usar el ascensor tan pronto, a las 6:30 de la mañana dudo mucho que alguien viniera a buscarte si surge un problema. Siendo sincero, no creo que nadie acudiera a ninguna otra hora en estos días que vivimos.

    La escalera es tan señorial como cabría esperar por la situación del edificio. Unos escalones de mármol, nada desgastados, te van conduciendo por el camino que comunica planta y planta. Con el ascensor en el centro, el paso se hace un poco claustrofóbico hasta que llegas a los rellanos y descansillos que son un poco más amplios. Los tramos de escalones sí se ciñen a las medidas mínimas de la época de construcción, en cambio, las zonas intermedias, como rellanos y descansillos, son un poco más anchos de lo que se pide por norma. Unas luces de pared iluminan el camino de bajada con una luz tenue que va dibujando una silueta oscura en la pared, una silueta que no parece ser de humano aunque al fin y al cabo sí que lo es.

    Mientras bajo me voy fijando en los acabados. Hay un revestimiento de cerámica oscura en contraste con los escalones blancos, éste llega a la altura de la rodilla. Desde ahí lo que hay es pintura plástica de un tono claro que llega hasta el techo o mejor dicho la parte inferior de la losa de escalera. El pasamano de la barandilla parece hecho con una madera noble. Reposa sobre un raíl metálico que se ancla en la pared de treinta centímetros de grueso que rodea todo el hueco de la escalera. A medida que voy llegando al nivel de la calle va aumentando el ruido, debe de haber más altercados de los que me esperaba.

    Me mantengo tranquilo. Para mí todo esto es casi como un sueño, para otros no… pero para mí sí. Ya os he dicho que no sé lidiar muy bien con la gente, pero ahora se me hace un poco más llevadero el tema. Siempre he tenido latente un pensamiento de caos, un poco como el de un asesino en serie, el que no apunta al disparar un arma, sino que dispara indiscriminadamente. En cambio a mí no me gusta hacer daño a los demás. Sobre todo por las consecuencias que me conllevaría; no soy idiota. Antes, cuando iba por la calle, reprimía ese instinto pero ahora las normas han cambiado.

    A medida que bajo por las escaleras el ruido es cada vez más fuerte. Me gusta bajar andando, aparte de por evitar el riesgo del ascensor, porque es un tiempo precioso para pensar y reflexionar sobre el comportamiento humano y en consecuencia el mío propio. Sigo siendo humano aunque no lo parezca. Todas las veces que he bajado este trayecto durante esta semana me he preguntado muchas cosas…

    ¿Cómo puede ser que me sea más agradable esto que lo de antes?

    ¿Algún conocido estará luchando aún, o se habrá rendido como muchos otros?

    ¿Cuánto tiempo podré sostener mi modo de vida actual?

    Estas son algunas de las muchas preguntas que suelen llenarme la mente antes de vaciarla por completo en la calle. Otras veces reflexiono sobre cómo soy, porque ese odio latente hacia la raza humana, mi propia raza, no creo que sea algo normal.

    Yo lo achaco todo a mi infancia, a lo duro que me lo pusieron en el colegio y después en el instituto los demás. Siempre con burlas insanas, debías pertenecer a uno de los grupos establecidos y comportarte de una manera tan homogénea, que de no ser así te convertías en una diana con patas. Siempre he sido un blanco fácil para esos monstruos adolescentes, siempre reprimiendo un instinto asesino por culpa de las implicaciones morales y de las posibles consecuencias que traerían consigo mis actos. Es en ese punto cuando veo claro que no fue consecuencia de ese pasado lo que me reluce ahora, ese instinto ya se mostraba allí, en mi interior, pero yo no lo dejaba salir. También me pregunto si todo esto es una broma pesada de algún ser superior, si es que existe alguno. Que uno de los últimos sea yo, alguien tan antisocial, alguien tan esquivo para las demás personas, es como un mal chiste. ¿Cómo se supone que continuará la especie?

    Sólo me falta bajar un piso, ya oigo la muchedumbre en la puerta del edificio. Espero que no haya tantos como parece por el alboroto. Quedan ya unos pocos escalones, veo las grandes puertas de metal con los cristales intactos y las dos grandes barreras de madera, otras dos puertas exteriores. Hay golpes, pero sin mucha fuerza ni insistencia. Cada vez estoy más cerca, mi corazón empieza a latir con fuerza, no por miedo sino por excitación. Mi cabeza deja de lado esos pensamientos anteriores y de mí se apodera el instinto encarnizado y asesino que tengo en mi interior.

    Algo me dice que va a ser un gran día.

    Meto la mano en uno de los bolsillos de la gabardina y toco algo metálico, algo frío, algo peligroso. Saco mi fiel revólver del bolsillo. Está cargado. No es una de las armas que más suelo utilizar, sólo la tengo como última opción, en caso de problemas mayores. Así que lo dejo allí, cargado en el bolsillo, esperando no tener que usarlo.

    Me inclino un poco hacía adelante, la correa que sujeta la funda de mi machete se ha soltado un poco de mi muslo.

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