Los Puertos de Venezuela (El Desafío de la Historia, Vol. 45)
Por Macpecri Media
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Una característica de la historia de Venezuela es que entre nuestros ancestros está el elemento foráneo, ya sea de los inmigrantes de la posguerra o más remoto, como los conquistadores hispanos, todos venimos de extranjeros. Pero ¿por dónde llegaron?
Usualmente estos personajes llegaban por barco, atracando en un puerto, que para ellos representaba el comienzo de una nueva vida, de una aventura, de una ilusión. Los puertos no sólo significaron esto, sino que fueron el centro de negocios por donde salía lo producido en estas tierras. Por otro lado, nuestros puertos estaban resguardados con un sistema de defensa de los más importantes del mundo en su momento. Las costas venezolanas presentaban, quizá, la mayor cantidad de castillos y fortalezas del entonces.
Estas razones nos han movido para ofrecer un dossier dedicado al tema, de la mano del merideño Luis Alberto Ramírez Méndez, quien con mucho tino lo coordinó. Destacan el puerto de Gibraltar, de fundamental importancia en el siglo XVII, escrita por el mismo Ramírez Méndez; Cumaná, por la pluma que por primera vez nos honra en nuestra publicación de doña Edda Samudio; Maracaibo, por Ligia Berbesí; Puerto Cabello, por Eulides Ortega, y para coronar, La Guaira, por nuestra fiel colaboradora Catalina Banko. Aparte de esto tenemos interesantes artículos variados. Uno sobre Laureano Vallenilla Lanz, a quien el joven historiador Pedro Correa no duda en llamarlo el Maquiavelo de América. Otro sobre los vuelos de El Libertador, por otro joven historiador, Guillermo Guzmán. Ambos sumamente interesantes. Los acompaña un especial sobre el título de Libertador otorgado a Bolívar.
Como siempre, nuestras columnas fijas, son de lectura obligada. Con muchas expectativas de resultar un número particularmente exitoso en el juicio de nuestros lectores.
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Los Puertos de Venezuela (El Desafío de la Historia, Vol. 45) - Macpecri Media
¿Por dónde comenzó todo? Nuestro país está compuesto de historias de gente que vino de otras partes. Si pensamos en nuestros antepasados, estamos obligados a imaginar personas que no eran oriundas de estas tierras. Unos pueden pensar en españoles, italianos, portugueses, franceses o de otros países europeos. Otros pueden pensar en Colombia, Perú, Ecuador y más países latinoamericanos. Pero lo cierto es que entre nuestros ancestros siempre está presente el elemento foráneo. Sea más reciente como los inmigrantes de la posguerra o más remoto, como los conquistadores hispanos, todos venimos de extranjeros. Pero, ¿por dónde llegaron? Usualmente estos personajes llegaban por barco, atracando en un puerto, que para ellos representaba el comienzo de una nueva vida, de una aventura, de una ilusión. Los puertos no sólo significaron esto, sino que fueron el centro de negocios por donde salía lo producido en estas tierras. Eran fundamentales para nuestro comercio. A ellos también llegaba la mercancía no producida por nosotros, tal como los vinos y jamones españoles. Realmente fueron los que permitieron el desarrollo económico del país hasta la aparición del petróleo, cuando cambiaron las reglas del juego.
Por otro lado, nuestros puertos estaban resguardados con un sistema de defensa de los más importantes del mundo en su momento. Las costas venezolanas presentaban, quizá, la mayor cantidad de castillos y fortalezas del entonces. Cosa que era sumamente importante para salvaguardarnos de los piratas del Caribe, tanto ingleses como franceses, que tanto daño y saqueo hicieron a nuestros antepasados, así como para defendernos de invasiones, como la batalla de La Guaira en 1743, cuando vencimos a la flota inglesa, tal como reseñamos en nuestra revista n° 10.
Estas razones nos han movido para ofrecer un dossier dedicado al tema, de la mano del merideño Luis Alberto Ramírez Méndez, quien con mucho tino lo coordinó. Evidentemente y por razones de espacio y los problemas relativos a la escasez nacional de papel, no podemos extendernos en la historia de todos los puertos, pero se hizo una buena selección, en la que destacan el puerto de Gibraltar, de fundamental importancia en el siglo XVII, escrita por el mismo Ramírez Méndez; Cumaná, por la pluma que por primera vez nos honra en nuestra publicación de doña Edda Samudio; Maracaibo, por Ligia Berbesí; Puerto Cabello, por Eulides Ortega, y para coronar, La Guaira, por nuestra fiel colaboradora Catalina Banko. Aparte de esto tenemos interesantes artículos variados. Uno sobre Laureano Vallenilla Lanz, a quien el joven historiador Pedro Correa no duda en llamarlo el Maquiavelo de América. Otro sobre los vuelos de El Libertador, por otro joven historiador, Guillermo Guzmán. Ambos sumamente interesantes. Los acompaña un especial sobre el título de Libertador otorgado a Bolívar.
Como siempre, nuestras columnas fijas, son de lectura obligada. Con muchas expectativas de resultar un número particularmente exitoso en el juicio de nuestros lectores, los dejo con esta pieza de colección.
En la portada
La dinámica actividad económica que se desarrolló en el mar Caribe desde el siglo XVI exigió de las autoridades coloniales el establecimiento y la construcción de apostaderos y puertos que posibilitaran y facilitaran el comercio. La fundación, el auge, los peligros y el ocaso de muchos de estos puertos son parte fundamental de nuestra historia, y es por ello que El Desafío de la Historia ha dedicado el dossier del presente número a esta importante y no menos interesante temática. Ilustra nuestra portada Velero frente a La Guaira, 1853, pintura de Fritz Melbye perteneciente a la Colección John Boulton, Caracas.
Breves nacionales
Como las ciudades de los árabes
El polígrafo colombiano José María Samper visita Maracaibo
en 1877. Leamos un fragmento de sus impresiones: Al entrar en el cuello de la botella (porque el lago tiene como la forma de una botella, cuyo cuello está en el estrecho que enlaza
el lago mismo con el saco marítimo); al hallarse uno enfrente de la Punta de Santa Lucía, teniendo a la derecha o al oriente
la ribera donde se hallan los puertos de Altagracia, y al poniente o a la izquierda el puente, la ciudad y los arrabales de Maracaibo, el espectáculo cambia totalmente. Aquello no tiene grandiosidad porque, hay ausencia completa de montañas, pero tiene una belleza tan oriental, tan noblemente melancólica,
tan magníficamente poética que previene a favor de la sultana del lago, dando idea de algo como las ciudades de los árabes
.
Cuando no se puede hablar de la muerte
Desde Guatemala, en abril de 1939, el historiador Mario Briceño Iragorry escribe a su amigo Federico Álvarez Feo sobre las impresiones provocadas por la muerte de Juan Vicente Gómez. De seguidas se copia un elocuente fragmento de su correspondencia: Yo estaba en Maracay el 15 de diciembre, dos días antes de
la muerte del general Gómez. A las 12, en el Hotel Jardín, estaba reunido yo con amigos míos más personales que cualesquiera otros, y nuestra charla de una hora, alrededor de una mesa con refrescos, versó sobre gallos. Yo mostré mi erudición acerca de los gallos giros. En la tarde, en el Ministerio de la Guerra, donde nos reunimos varios amigos del general López Contreras, después del rumor de que había muerto el general Gómez, se empezó a hablar de la dificultad del momento y recuerdo que yo le dije a Luis Gerónimo Pietri y a Gustavo Manrique cuando se nos anunció, pasadas dos horas de espera, que no había muerto sino sufrido un colapso: ’Vaya, pero al menos ya podemos hablar de que se va a morir‘. Ese era el ambiente: inseguridad absoluta, desconfianza, temor de todo y de todos
.
Para atacar el contrabando
El Resguardo Marítimo de Venezuela fue creado el 5 de febrero de 1781, por regia disposición. Su primer director fue el intendente José de Abalos y funcionó hasta 1804. Debía ocuparse del servicio de guardacostas y del combate del contrabando. Contaba con bajo presupuesto y, por supuesto, con la animadversión de los contrabandistas, que hicieron lo imposible por evitar que funcionara adecuadamente. El intendente envió numerosas quejas a Madrid, refiriendo lo mal que la institución había caído entre los comerciantes criollos.