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Un corresponsal en el frío: Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa
Un corresponsal en el frío: Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa
Un corresponsal en el frío: Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa
Libro electrónico961 páginas9 horas

Un corresponsal en el frío: Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa

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Información de este libro electrónico

«Hay una regla muy sencilla en el periodismo que, sin embargo, no es fácil cumplir y, todavía menos, durante la guerra fría: estar, ver y contar. Estarriol lo consiguió cuando había muy pocas personas que supieran de verdad lo que sucedía en Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética, el mundo que él pisaba sin cesar» (Xavier Mas de Xaxás, La Vanguardia).

En estas Memorias, publicadas en el año de su fallecimiento, Estarriol descorre de nuevo el telón de la historia reciente al hilo de sus recuerdos como miembro del Opus Dei, trasladando al lector a numerosos acontecimientos que han configurado la Europa que conocemos. Su compromiso con la verdad, como cristiano y como periodista, otorga al relato un atractivo que tampoco pasó desapercibido a los ojos de los servicios secretos tras el telón de acero.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 oct 2021
ISBN9788432160097
Un corresponsal en el frío: Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa

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    Vista previa del libro

    Un corresponsal en el frío - Ricardo Estarriol Saseras

    RICARDO ESTARRIOL

    UN CORRESPONSAL EN EL FRÍO

    Memorias de 40 años entre España y el Este de Europa

    EDICIONES RIALP

    MADRID

    © 2021 by Ricardo Estarriol

    © 2021 by EDICIONES RIALP, S. A.

    Manuel Uribe, 13-15 - 28033 Madrid

    (www.rialp.com)

    No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Realización ePub: produccioneditorial.com

    ISBN (versión impresa): 978-84-321-6008-0

    ISBN (versión digital): 978-84-321-6009-7

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADA INTERIOR

    CRÉDITOS

    ÍNDICE

    5 DE MAYO DE 1982 PLAN DE PROCEDIMIENTO OPERATIVO EN EL CASO SEP[BUITRE]

    PRESENTACIÓN

    1. NACIDO EN LA REBELIÓN

    FAMILIA

    ESCUELA

    MINYONS ESCOLTES

    ENCUENTRO CON EL OPUS DEI

    EL TIMÓN EN LAS MANOS DE JESÚS

    UNIVERSIDAD

    REBELDE COMO SIEMPRE

    UNA LLAMADA DE SAN JOSEMARÍA

    DISOLVERSE COMO LA SAL, SIN QUE SE NOTE

    2. HUELLAS DE ESCRIVÁ EN VIENA

    LA PREHISTORIA DE UNA AVENTURA

    FINALMENTE EN VIENA

    ENTRE DOS MUNDOS

    TESTIGO DE PRIMERA HORA

    ASENTAMIENTO PROFESIONAL

    LOS PRIMEROS AUSTRÍACOS DE LA OBRA

    3. LAS GRIETAS DEL MONOLITO

    EL TRASFONDO DE LA GUERRA FRÍA

    MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA

    INESPERADA INVITACIÓN DE BARCELONA

    APRENDIENDO A SER COMUNICADOR

    TRANSPARENCIA EN EL MOMENTO DE COMUNICAR

    EL ASUNTO URS VON BALTHASAR

    CÓMO SE PROTESTA EN MOSCÚ

    EN UNA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

    4. AL OTRO LADO DEL TELÓN DE ACERO

    TODO EMPEZÓ CON UN TÍMIDO DIÁLOGO DE FILÓSOFOS

    PRIMERAS GRIETAS DEL MONOLITO

    AL OTRO LADO DEL TELÓN

    CONSULTAS IMPERATIVAS

    RUMANOS Y RUSOS SE PELEAN

    POR VEZ PRIMERA EN BULGARIA

    5. LA PRIMAVERA DE PRAGA

    EL SUBSUELO SE TAMBALEA

    PRUEBA DE FUEGO EN LA PRIMAVERA DE 1968

    EUROPA CENTRAL, DISTINTA DE LOS BALCANES

    SUDTIROL: EL DIÁLOGO VENCE AL TERRORISMO

    LA CARTA DE VARSOVIA

    CARROS DE COMBATE EN LAS CALLES DE PRAGA

    DE LA SZALÁMITAKTIKA HÚNGARA A LA NORMALICE CHECA

    6. SIETE AÑOS DE NORMALIZACIÓN Y HELSINKI

    LA PISTA DE LOS CANTOS DE SIRENA

    DEFINITIVA ROTURA CON CHINA

    AYUDA INTERESADA

    SOMOS LO QUE USTEDES LLAMAN «PROGRESISTAS»

    LEYENDO EL PRAVDA A ORILLAS DEL AMUR

    LOS AÑOS DEL ESTANCAMIENTO

    EL DISCRETO DESHIELO A ESPALDAS DEL PARTIDO COMUNISTA ESPAÑOL

    HELSINKI FUE EL PUNTO DE INFLEXIÓN

    7. ANTES Y DESPUÉS DE HELSINKI

    «EL PADRE HA MUERTO»

    LOS PROBLEMAS DE LA IGLESIA

    POLONIA ES DISTINTA

    MOVIMIENTOS ACÍCLICOS

    POLONIA Y LA CUESTIÓN ALEMANA

    CEAUȘESCU, ENFANT TERRIBLE

    UN AUTÉNTICO PROBLEMA DE SEGURIDAD MILITAR

    8. DE HELSINKI AL PAPA POLACO

    EL MURO DE BERLÍN SE DERRUMBÓ EN VARSOVIA

    LA DISIDENCIA SE PONE EN MOVIMIENTO

    SÁJAROV Y SOLZHENITSYN

    CARRILLO, «PERSEGUIDO COMO LOS CRISTIANOS»

    CEAUȘESCU HIZO CASO A DON JUAN CARLOS

    LOS EFECTOS DEL ACTA DE HELSINKI

    ENTREVISTA CON DJILAS

    LA CIA COMPRA EL CONTRA-ESPIONAJE RUMANO

    CONFERENCIA DE CONTINUIDAD

    EL OCCIDENTE NO SE ENTERA

    CHECOSLOVAQUIA: ENTRE EL VALOR Y EL DESÁNIMO

    9. DOS CARDENALES HÚNGAROS

    MI PRIMER VIAJE AL FRÍO

    LA PRIMERA MISA DE ANIVERSARIO EN BUDAPEST

    LOS AUSTRÍACOS SONDEAN EL TERRENO

    ÁLVARO DEL PORTILLO VIAJA A PRAGA Y BUDAPEST

    LAS PRIMERAS IMPRESIONES Y LOS CONTRASTES

    LA PRIMERA OBRA CORPORATIVA

    EL PAPEL DE LA VIRGEN

    10. EL MUNDO DE LOS ESPÍAS

    CÓMO ERES CONTROLADO

    CONFIDENTES ENTRE LOS COLEGAS

    VIGILANCIA DE LAS COMUNICACIONES

    EL JEFE DEL DEPARTAMENTO DE CIFRA, ESPÍA

    LOS ESPÍAS COMPRAN SU ASILO

    UN ESPÍA REINCIDENTE

    IVAN GUNDARIEV

    11. LA OSTPOLITIK DEL VATICANO

    LA COEXISTENCIA PACÍFICA Y LA OSTPOLITIK DEL VATICANO

    LA IGLESIA DEL SILENCIO EN HUNGRÍA

    LA IGLESIA ESCONDIDA EN CHECOSLOVAQUIA

    NINGÚN OBISPO SECRETO EN RUMANÍA

    BULGARIA

    REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA

    12. ¿POR QUÉ PRECISAMENTE EN POLONIA?

    POLONIA, DIFERENTE DE CHECOSLOVAQUIA

    INSEGURIDAD EN MOSCÚ

    TOMANDO EL PULSO A UNA NACIÓN

    OREJA Y MICHNIK

    NADIE SE LO ESPERABA

    APOSTOLADO EN POLONIA

    13. EL PAPA POLACO LEVANTÓ LA TAPADERA

    EL PAPA WOJTYŁA EN POLONIA

    UNA CIUDAD QUE SE TRANSFORMA EN POCAS HORAS

    JUAN PABLO II Y LOS JÓVENES

    WOJTYŁA REGRESA A CASA

    EL LENGUAJE DE LAS ARMAS

    COMUNISTAS ESPAÑOLES EN EL EXILIO

    SERVICIO DEL OPUS DEI EN AUSTRIA

    ÁLVARO DEL PORTILLO EN POLONIA Y EN VIENA

    ENCAJAR EL OPUS DEI EN UNA ESTRUCTURA ECLESIAL ADECUADA

    EN EL OJO DE LA TORMENTA

    EL AGRADECIMIENTO DE LOS NIÑOS AUSTRÍACOS

    AFGANISTÁN, REPRESIÓN Y COHETES

    YUGOSLAVIA: UNA TRAMOYA DE CARTONPIEDRA

    PERÍODO DE ESTANCAMIENTO

    14. LOS LÍDERES DE LA HUELGA TENÍAN 23-24 años

    UNA HUELGA RÁPIDA

    LA PERSONALIDAD DE WAŁĘSA

    EL PROTAGONISTA FUE EL PUEBLO

    RUIDO DE SABLES

    TRINEOS DE NAVIDAD EN LOS MONTES TATRA

    EL LENTO ASCENSO DE JARUZELSKI

    INCERTIDUMBRE SOVIÉTICA

    EL PARTIDO EMPIEZA A DUDAR

    PRIMER Y ÚLTIMO CONGRESO DE SOLIDARNOŚĆ

    15. MINORÍAS NACIONALES

    LOS ALEMANES DE POLONIA

    UCRANIANOS

    BIELORRUSOS

    TÁRTAROS

    16. EL MURO CAYÓ EN VARSOVIA

    LA PRIMERA PALOMA MENSAJERA

    «LO HACEMOS NOSOTROS..., A NUESTRO MODO»

    LA SINGULAR BIOGRAFÍA DE JARUZELSKI

    ESTA CRÓNICA HA PASADO POR LA CENSURA

    ¿QUIÉNES ERAN LOS EXTREMISTAS?

    LA CATÁSTROFE DE LA MINERÍA

    NOMBRE DE CÓDIGO: BUITRE

    MOSCÚ OPTA POR JARUZELSKI

    INICIATIVA DE DEFENSA ESTRATÉGICA

    17. ABRIENDO CAMINO EN POLONIA

    VOLUNTARIOS EUROPEOS TRABAJAN COMO OBREROS EN SILESIA

    MONTAÑISMO VIGILADO EN LOS TATRA

    LOS LIBROS DE SAN JOSEMARÍA

    CÓMO LLEGÓ EL OPUS DEI A POLONIA

    LAS CONTRADICCIONES

    AUMENTA EL FLUJO DE PEREGRINOS

    ÁLVARO DEL PORTILLO PREPARA EL TERRENO

    DÓNDE ESTABAN LAS FUENTES DE LOS RUMORES

    EL DICTAMEN DE OCÁRIZ FUNCIONÓ

    GALIZIA, UN CRISOL DE NACIONES

    JUAN PABLO II EN LA POLONIA DEMOCRÁTICA

    18. LA PENÚLTIMA CARRERA

    LA LEY MARCIAL NO FRENÓ LA PROTESTA EN POLONIA

    EL BEATO MÁRTIR POPIEŁUSZKO

    LOS SERVICIOS DE DESINFORMACIÓN AL SERVICIO DEL ASESINO

    CRECE EL MALESTAR SOCIAL

    ¿CARRERA DE ARMAMENTOS O DESARME?

    PROBLEMAS DOMÉSTICOS DE GORBACHOV

    LA PERESTROIKA EN LOS PAÍSES SATÉLITES

    EL CAMINO DE LAS REFORMAS SE ENSANCHA

    DESMONTAJE DE LA COMUNIDAD SOCIALISTA

    «LOS QUE PUSIERON LA NUCA BAJO LA YUNTA»

    LA MESA REDONDA EN VARSOVIA

    19. LOS NACIONALISMOS

    PREVISIBLE DESINTEGRACIÓN EN EL SURESTE

    ¿DE DÓNDE SALIERON LOS MUSULMANES DE BOSNIA?

    PREHISTORIA DE LA DESINTEGRACIÓN

    EL GUION DE UN NACIONALISMO RADICAL

    ESLOVENIA ABRIÓ LA ESPITA

    ENTIERRO DEL COMUNISMO AUTOGESTIONARIO

    ELECCIONES LIBRES EN CROACIA

    REFERÉNDUM EN ESLOVENIA

    LA PIEL DE TIGRE EN BOSNIA Y HERZEGOVINA

    KARADŽIĆ EN BOSNIA

    MILOŠEVIĆ QUEMA ETAPAS

    20. EL EJÉRCITO YUGOSLAVO SE HACE SERBIO

    MARZO DE 1991

    ABRIL DE 1991

    MAYO DE 1991

    JUNIO DE 1991

    ANTES DE LA INDEPENDENCIA

    PROCLAMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA

    DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA DE ESLOVENIA

    DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA EN CROACIA

    ACUERDO DE BRIONI

    BRIONI

    GENSCHER MUEVE EL FIEL DE LA BALANZA

    LAS FRONTERAS DEJAN DE SER INTOCABLES

    LIMPIEZA ÉTNICA

    UN JARDÍN PARA LOS MERCENARIOS

    AGRESIÓN CONCERTADA EN NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 1991

    LA CEE PIDE AYUDA A LA ONU

    LO PEOR ESTABA POR LLEGAR

    ARENAS MOVEDIZAS

    21. LOS MUDOS TESTIGOS DE OCCIDENTE

    1992

    1993

    1994

    UN PROTAGONISTA: FRANJO TUDJMAN

    OTROS ACTORES: HRVOJE SARINIĆ

    OTROS ACTORES: JOSIP MANOLIĆ

    EL SEPARATISTA MATE BOBAN

    EL PROTAGONISTA SERBIO EN BOSNIA: RADOVAN KARADŽIĆ

    UNA BOSNIA MULTINACIONAL, UN SUEÑO IMPOSIBLE

    EMPIEZA EL ASEDIO

    ASESORES MILITARES

    LOS CROATAS ABREN UN NUEVO FRENTE CONTRA LOS MUSULMANES

    22. LAS MASACRES SERBIAS COHESIONAN CROATAS Y MUSULMANES

    EL FRENTE EN BANJA LUKA Y BIHAC

    PROGRESIVA RADICALIZACIÓN

    YELTSIN INTENTA FRENAR LA EXPANSIÓN DE LA OTAN

    LA RECONQUISTA DE ESLAVONIA

    EL EXTRAÑO PAPEL DE UN LORD BRITÁNICO

    EL GENOCIDIO DE SREBRENICA Y LA CAÍDA DE LA KRAJINA

    HOLBROOKE: SIN MUSULMANES, NO HABRÁ PAZ

    23. EL MUNDO DE LOS PRIMEROS CROATAS DEL OPUS DEI

    EL MUNDO DE VLADIMIR VINCE, EL PRIMER CROATA

    ENCUENTRO CON EL OPUS DEI EN ROMA

    FACT FINDUNG MISSION EN CROACIA Y BOSNIA Y HERZEGOVINA

    LA SANTA SEDE Y LA EMIGRACIÓN

    LA OSTPOLITIK Y YUGOSLAVIA

    EL ACCIDENTE: FIAT, ADIMPLEATUR!

    UNA FALTA INEXCUSABLE DE AIR FRANCE

    FRUTO DE UN VIAJE ORGANIZADO POR VINCE

    LAS OBRAS DE ESCRIVÁ EN LA YUGOSLAVIA COMUNISTA

    LA GUERRA NO INTERRUMPIÓ EL APOSTOLADO

    24. MÁS GUERRA

    OLÉ, OLÉ, ILIESCU NU MAI E

    LOS PARCHES QUE FALTABAN EN LOS BALCANES

    TRAMPAS PARA LOS PACIFICADORES

    PRESIÓN AMERICANA

    REGRESO A BELGRADO

    LA SEGUNDA RETIRADA SERBIA

    EL FIN DE MILOŠEVIĆ

    RUSIA LLEGA TARDE

    EL NACIONALISMO EN LA PERIFERIA

    TRES TESTIMONIOS DISPARES

    UNA REFLEXIÓN FILOSÓFICA

    DIOS ME PEDIRÁ CUENTAS

    AUTOR

    5 DE MAYO DE 1982 PLAN DE PROCEDIMIENTO OPERATIVO EN EL CASO SEP[BUITRE]

    Es un hábil periodista, que se interesa por una amplia variedad de problemas. Sus convencimientos filosóficos están estrechamente relacionados con la doctrina cristiana, a través de la cual valora muchas cuestiones. Es miembro de la organización Opus Dei. Políticamente es socialdemócrata. Sus opiniones políticas le permitieron establecer rápidamente contactos con los disidentes, especialmente polacos y soviéticos. Estos círculos podían y fueron para él una fuente de información sobre los países socialistas. Esto ha contribuido a su perfecta comprensión de muchos matices de los juegos políticos que han tenido y tienen lugar en Polonia. Está bien enterado de las relaciones de poder y enfrentamientos dentro de nuestro Partido, sobre el cual sabe más que muchos de sus miembros.

    Sus artículos no están del todo privados de elementos sensacionalistas, aunque son equilibrados. Obtiene información de los círculos de disidentes, los exmiembros de KSS KOR, KPN, y de los exconsejeros de Solidarność. Como activista y miembro de la organización Opus Dei mantiene muchos contactos con activistas católicos y representantes del clero polaco. Estos círculos constituyen una inmensa fuente de información, además de tener acceso a los círculos de oposición.

    Es característico que Estarriol verifica toda la información recibida, de una forma exagerada. A veces busca la confirmación de los hechos en el lado opuesto. Dado que no todo lo que consigue llega a ser publicado en la prensa, hay que sospechar que una parte de los materiales no publicados es aprovechada de otra manera, enviándola a los servicios de espionaje (servicios secretos).

    En este papel, un alto funcionario (Jan Streszewski), que leyó el informe anotó en los márgenes: ¿Hay otros datos que confirman que Sęp transmite información a servicios secretos? Por lo visto Streszewski era más inteligente que los autores del informe.

    El principal objetivo de nuestra actividad será conseguir material comprometido, lo que podría servir de base para empezar un diálogo operativo.

    En el lenguaje profesional «material comprometido» serían hechos que pudieran servir para chantajear al objetivo (drogas, líos amorosos, tráfico de divisas), y «diálogo operativo» sería una amenaza que terminaría en la firma de un documento de compromiso por mi parte de trabajar para el contraespionaje polaco. Sin embargo, el autor del documento señalaba posibles dificultades para conseguir este tipo de material, puesto que Estarriol es un activista católico, casi fanático. Menos mal.

    Se especificaron asimismo las tareas de los agentes, por ejemplo, el mencionado jefe Jan Streszewski pedía a sus subordinados que, puesto que Sęp trabaja asimismo en la URSS, pregunten a los camaradas soviéticos lo que ellos saben.

    Streszewski no supo que, mientras él ponía sus anotaciones en el dossier de Estarriol, el periodista español estaba precisamente en Moscú ocupándose de descubrir quién iba a suceder a Brézhnev (que moriría el siguiente 10 de noviembre). Entonces Estarriol estaba descubriendo la clave de un proceso político que sería decisivo para el futuro polaco, y para el futuro del comunismo de Estado en el este de Europa.

    ¿Cómo fue eso?

    PRESENTACIÓN

    EL DISIDENTE QUE SOBREVIVIÓ al frío es Ricardo Estarriol, que fue corresponsal de La Vanguardia en Europa central y oriental entre 1964 y 2002. Llevaba unos años trabajando como freelancer en Viena, concretamente desde que en 1958 Josemaría Escrivá de Balaguer le había invitado a participar en la difusión del espíritu del Opus Dei en Austria y en aquella zona de Europa que entonces formaba parte del pacto de Varsovia y estaba bajo el control directo de la Unión Soviética.

    Si para un joven periodista español, sujeto de una dictadura de corte fascista, ya era difícil cruzar el telón de Acero, mucho más era propagar las ideas cristianas del Opus Dei en unos países comunistas donde la religión estaba prohibida.

    El informe del servicio de contraespionaje que figura más arriba define algo así como la transparencia de la trenza vital de Estarriol durante los 38 años que trabajó para el periódico de Barcelona. Como todos los fieles de la prelatura Opus Dei intento buscar la imitación de Cristo en el trabajo ordinario.

    Su trabajo no fue fácil, porque el trabajo ordinario de Estarriol se movía en sectores que las autoridades comunistas consideraban peligrosas: actividades apostólicas, reportajes sobre las minorías nacionales, contactos con la disidencia y cosas por el estilo.

    Ricardo Estarriol, en gran medida, también era un disidente, en su calidad de periodista comprometido con la libertad y los derechos humanos. Siendo español, no podía viajar a los países del Este y, aún así, lo hacía, y siendo periodista no podía escribir nada desde uno de esos países y, aún así, lo hacía. Durante muchos años fue el único corresponsal español al otro lado del telón de Acero.

    El resultado es este libro que, ante todo, es un libro de historia, escrito con la prosa periodística que siempre le ha distinguido. Ricardo pertenece a la escuela de periodismo consagrada a los hechos en lugar de a las descripciones. Su periodismo tiene mucho más de germánico y anglosajón que de latino y mediterráneo. Nada hay más importante para él que los datos y los hechos. La descripción literaria de lugares y personas debe estar sometida a la jerarquía de los acontecimientos.

    Ricardo, por ejemplo, nos explica que durante la guerra fría se tardaba cuatro horas de tren en cubrir los 60 kilómetros que separan Viena de Bratislava. Hoy es un recorrido de menos de una hora por carretera. Los datos nos explican la historia y el periodismo bien hecho nos los sirve en bandeja.

    Hay una regla muy sencilla en el periodismo que, sin embargo, no es fácil de cumplir y, todavía menos, durante la guerra fría: estar, ver y contar.

    Muchas veces se cuenta sin estar, o se está y se ve pero no se cuenta o no se cuenta bien. Para poder contar lo que pasa, hay que saber ver y para saber ver, además de pisar el terreno, hay que conocerlo.

    Durante la guerra fría, había muy pocas personas que supieran de verdad lo que sucedía en Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética, el mundo que Ricardo pisaba sin cesar.

    Para saber qué dirigente subía y cual bajaba, para conocer el estado de ánimo en las fábricas y colas de las tiendas de alimentación, había que superar el incesante bombardeo de los aparatos de propaganda comunista, así como la red de espías y escuchas que los servicios de inteligencia tejían alrededor del corresponsal. Instalarse, por ejemplo, en una habitación del hotel Yalta de la plaza Wenceslao de Praga para explicar las negociaciones entre el régimen comunista y Václav Havel era colocarse en la diana de un sistema de escuchas al que no se le escapaba nada.

    Ricardo, gracias que había estudiado Derecho además de Periodismo, sabía separar el grano de la paja, gracias a que era un disidente in pectore, sabía identificar a los protagonistas de la noticia y gracias a su bondad sabía ponerse en el lugar de los demás. Gracias a su empatía podía conseguir la ayuda de un colega de la agencia soviética Novosti y la amistad de un obrero comunista polaco, situados ambos en las antípodas de su ideología y espiritualidad.

    Las crónicas de Ricardo contenían los nombres, las fechas y los datos que permitían leer el presente con gran precisión. A pesar de ello, nunca quiso anticipar el futuro. Su empirismo informativo estaba reñido con las bolas de cristal. No creía mucho en los periodistas que se dedicaban a especular.

    De ahí que su quehacer informativo llamara tanto la atención de los servicios diplomáticos occidentales y comunistas, que le hicieron varias propuestas para que les pasara información. Él declinaba a unos y otros con un argumento inapelable: todo lo que sabía lo publicaba en La Vanguardia.

    Siempre he pensado que el mejor periodismo es una especie de sacerdocio, con sus principios y liturgias para alcanzar la verdad. Claro que es una misión diaria e imposible, pero aún así no renunciamos a ella. Creemos que alguien ha de explicar las cosas que el mundo necesita saber.

    No hay duda de que Ricardo trabajó con este afán, y un día de octubre de 1977, al subir al séptimo piso del número 48 de la calle Chkalowa de Moscú, se encontró cara a cara con esta verdad que no es solo la verdad de los hechos sino también la de nuestro compromiso profesional.

    Andréi Sájarov ocupaba allí un pequeño apartamento con su esposa. Hacía dos años que había recibido el Nobel de la Paz y tenía la esperanza de que la Unión Soviética pudiera seguir los pasos que España había empezado a dar hacia la libertad y la democracia.

    Durante la entrevista, Ricardo, acostumbrado a hablar con gente perseguida, quedó impresionado por la sencillez y el valor de Sájarov. El padre de la bomba de hidrógeno, dijo con total sencillez, que los disidentes soviéticos como él debían «explicar las cosas terribles que han sucedido aquí. No sabremos lo que saldrá de ello… Lo hacemos así porque no podemos hacerlo de otra forma».

    Ricardo Estarriol, el disidente que sobrevivió al frío, tampoco tenía otra forma de buscar la verdad bajo el telón de Acero.

    XAVIER MAS DE XAXÀS

    Corresponsal diplomàtic

    La Vanguardia

    1.

    NACIDO EN LA REBELIÓN

    EL MÁS ANTIGUO RECUERDO QUE POSEO es el de mi segundo bautismo. El primero y auténtico lo había recibido el mismo día de mi nacimiento, el 27 de febrero de 1937, en plena guerra civil española.

    Mis padres se habían mudado poco años antes de Figueres a Girona, antes de que empezara la guerra (1936-1939). Cuando a mi madre le llegaron los dolores de parto, mi abuela paterna estaba en casa. No sé dónde estaba mi hermano, que había nacido casi cuatro años antes en Figueres, pero me imagino que en casa de unos tíos nuestros que vivían en Girona. Mi padre corrió a buscar a la comadrona que había seguido la gestación de mi madre, pero la comadrona no pudo llegar a tiempo porque los ocupantes del convento de las Adoratrices, que estaba a 100 metros de mi casa y que había sido convertido en cárcel para los militares (franquistas) rebeldes, disparaban hacia el cuartel de la Caballería, a 400 metros de mi hogar, que estaba en manos de los anarquistas, y los anarquistas respondían al fuego, claro. O a lo mejor era al revés.

    Lo que era evidente es que allí no eran las fuerzas del gobierno las que luchaban contra las fuerzas rebeldes de los militares de Franco. Eran prácticamente milicias de diversos grupos republicanos que luchaban por el poder en el caos revolucionario de aquellos años. De una parte, estaban la CNT (una confederación de anarcosindicalistas), la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). En el lado opuesto estaban la Policía, el PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya) y la Esquerra Republicana.

    En mi infancia y juventud se habló muy poco de todo aquello: solo más tarde (cuando empecé a trabajar como periodista) supe que el POUM había sido una explosiva combinación de milicias de dos disidencias del estalinismo: de los partidarios de Nikolai I. Bujarin (ejecutado por Stalin en 1938; se podría decir que era la disidencia de la derecha) y de Leo Trotski (asesinado por orden de Stalin; preconizaba la revolución permanente).

    Cuando yo tenía cuatro años (1940) Trotski fue asesinado en México por el comunista catalán Ramón Mercader). Ironía de la historia: un año después de mi primer viaje a Moscú (1969) como enviado especial de La Vanguardia, Ramón Mercader llegaría secretamente y con pasaporte y nombres falsos a la Unión Soviética (URSS).

    Finalmente fue mi abuela (que había tenido siete hijos) la que asistió mi parto, mientras mi padre y la comadrona, tendidos en el suelo de una huerta, no podían ni levantar la cabeza.

    En un alto el fuego ambos llegaron a casa, pero ya había pasado todo. Me imagino la atmósfera que debía existir: el gozo de un bebé recién nacido mezclado con la angustia de un frente caliente y un futuro frío. Fue la señora Cruz (la comadrona) la que, como quien no quiere la cosa, preguntó: «¿Quieren que le bautice ahora mismo?». Y así ocurrió. No era un simple rito sino una manifestación de la fe de una mujer que no tenía miedo a hacer algo que podía haberle costado la vida en aquellos momentos de una desenfrenada persecución religiosa.

    La Iglesia, después de la guerra, tuvo que recomponer en las parroquias muchos libros de registro de bautismos. Esto explica que después de 1939 se realizaran bastantes bautismos sub conditione cuando no era posible o fácil verificar la validez de bautismos realizados en condiciones de emergencia. En mi caso aquella segunda ceremonia tuvo lugar en una parroquia provisional que se organizó después de la guerra en Girona y tengo ciertos retazos de recuerdos: que vinieron mis primos de Figueres, que la iglesia estaba llena de gente, que después del almuerzo me encontré mal y tuve que acostarme en un sofá en el pasillo.

    Por lo visto fui bastante rebelde y creo que todavía lo soy. Mi padre solía decirme que yo era tan revoltoso, porque nací en el fragor de la batalla.

    FAMILIA

    Mis abuelos paternos eran campesinos, y los maternos, burgueses de Figueres, la capital del Empordà, la zona de un duro viento cortante llamado tramontana. Los padres de mi padre residían al norte de Figueres, en Cistella. Pero no toda la rama paterna vivía en el campo. Un tío-bisabuelo era Narcís Monturiol i Estarriol (*1885), al que por cierto dedicaron un monumento en la Rambla de su ciudad natal, Figueres; fue un ingeniero, intelectual, político, revolucionario e inventor español. Construyó el primer submarino en España propulsado por vapor. Los antepasados de los Estarriol procedían muy probablemente de la cuenca del rio Aragón, en el que, cerca de Jaca, desemboca un afluente llamado Estarrún. En vasco Estarri significa garganta (tanto anatómica como geográficamente) y la desinencia ol debe ser el resto del demostrativo latino aglutinando de ille, illa, illud aplicado a nombres que iban siendo latinizados. Nunca he sabido si mi construcción teórica tenía alguna posibilidad de ser cierta. Lo del riachuelo Estarriola me lo diría en 1974 José Manuel Casas Torres, profesor de Geografía en las Universidades de Zaragoza y Complutense de Madrid. Lo de ille, illa, illud me lo dijo uno de los numerosos directores que he tenido en la redacción de La Vanguardia, Francesc Noy i Ferré, un romanista reconocido.

    Desgraciadamente nunca fui a ver el río, pero me dicen que su cuenca recorre una bellísima parte de la ladera sur de los Pirineos a partir del Valle de Aísa para desembocar en el río Aragón, a diez kilómetros al oeste de Jaca.

    En Figueres, mi abuelo materno, que había estudiado Ingeniería industrial sin terminarla, trabajaba de oficial en la notaría del padre de Dalí. Mi madre jugaba de pequeña con Salvador Dalí. Pero era muy amiga sobre todo de Anna Dalí, la hermana. Recuerdo un comentario de mi madre para describir la personalidad del pintor: «Le mandaron a Madrid para estudiar en la escuela de arte y al cabo del año regresó y dijo: Esos, de arte, no saben nada».

    Mi madre fue al Colegio de las Francesas de Figueres, donde la segunda lengua era el francés. Al dejar el colegio trabajó en una farmacia. Fue el párroco de Cistella quien seguramente aconsejó a mi abuela paterna, que se había quedado viuda, que llevara a uno de los hijos del segundo matrimonio, Ricardo, al seminario menor de Girona. No todos los escolares de entonces pasaban al seminario mayor: uno de los que no quiso continuar fue mi padre, que de Girona regresó a Figueres para vender coches y conocer a mi madre.

    Mi padre tenía un recuerdo muy positivo de aquellos primeros años gerundenses: allí debió aprender música, porque tenía buena voz y cantaba bien, y allí conoció a bastantes estudiantes que luego serían párrocos o canónigos de Girona. Debió estudiar retórica, porque fue él quien, cuando yo preparaba alguna redacción para el colegio, me explicaba cómo tenía que escribir el exordio, la exposición y la peroración. Entonces, en la Iglesia católica toda la liturgia era en latín. Él, sin afán pedagógico y con paciencia, me corregía la pronunciación de las oraciones en latín, que en catalán era distinta de la española y prácticamente la misma que la italiana.

    La modestia y la laboriosidad eran los rasgos más señalados de mi padre: nunca se dio importancia, y trabajaba mucho para sacar la familia adelante en condiciones adversas. Fue él quien vendió los primeros Ford y los primeros Chevrolet en las estribaciones de los bajos Pirineos, en la provincia de Girona. Muchas veces me contaba el asombro que solía provocar cuando aparecía con su coche en los pueblos de la provincia. Gracias a ello, cuando estalló la guerra consiguió que le enrolaran en la vigilancia de un garaje que había sido militarizado, por lo cual se ahorró tener que ir al frente. Después de la guerra fue corredor de comercio. Primero trabajó en una empresa de servicios eléctricos y luego en otra de sistemas de control para la contabilidad. Viajaba continuamente por la provincia.

    Mi madre llevaba la casa. Era normal y paciente. Se preocupaba por nosotros, y vigilaba sin dar la impresión de que vigilaba. En esos primeros años, mi hermano Norbert, evidentemente inspirado por nuestra madre, me premiaba con sellos para mi colección filatélica cuando yo cumplía puntualmente con los deberes escolares.

    Sé que mis padres lo pasaron muy mal durante la guerra. Ella contaba repetidamente el hambre que pasamos yo cuando era bebé. Vivíamos en la planta baja de una pequeña casa con un jardincito.

    Mis padres se conocieron como corresponde en el Empordà: bailando sardanas en Figueres, donde nació mi hermano mayor. Luego se trasladaron a Girona. Pero seguían visitando a los parientes de la capital del Empordà. Era emocionante para mí subir todos los años en Girona al tren con locomotora a vapor, del que solía bajar sucio de hollín en Figueres. Solíamos ir al cementerio para rezar y poner flores en la tumba de mis abuelos maternos y de mi tía, que había muerto joven.

    ESCUELA

    La escolarización empezó en el Col.legi Vert de Girona, a cinco minutos de mi casa. Era una institución pública, un parvulario.

    Allí empecé a aprender castellano, porque hasta entonces no había hablado prácticamente ni una palabra en tal lengua. Recuerdo que, al regresar del colegio, le iba contando a mi madre cómo se llamaban las cosas en castellano. De allí pasé al colegio de La Salle, donde hice la primera comunión y conocí a algunos de los que serían compañeros de clase, que pasaron, como yo, a cursar el bachillerato de siete años de entonces en el colegio de los Maristas. En Girona podía hacerse también el bachillerato en el instituto público, que era mixto, o en el colegio femenino de las Escolapias. Ahora sé que el nivel de enseñanza del instituto era muy bueno, quizás mejor que el nuestro.

    Tardaba unos quince minutos en llegar al colegio caminando. Nosotros vivíamos en la parte moderna sur del casco de Girona, entre los ríos Ter y Onyar, pero todos los colegios estaban en la parte vieja, como arracimados alrededor de la catedral.

    Aquel trayecto entonces me parecía normal. Con el tiempo fui dándome cuenta de que pasaba por una historia escrita en piedra, extraordinariamente bella. Atravesaba el Onyar de aguas escasas, pasaba por debajo de pórticos de piedra noble, por estrechas calles jalonadas en parte por palacios avejentados, dejando la judería a un lado y los baños árabes al otro, subiendo escaleras y escalinatas enchinadas, puertas que eran brechas abiertas en la vieja muralla de la ciudad. Iglesias aquí y allá: una de ellas, por cierto, había sido bellísima, la de los Dominicos, construida en 1254 en estilo gótico catalán primitivo, desamortizada después, y profanada en 1822; desde entonces había servido como establo de caballos del ejército español. Lo que más me molestaba era el hedor de caballeriza que no armonizaba con la elegante y severa línea de la piedra gótica de la iglesia. Hoy, por lo menos, es sede de la facultad de humanidades de la Universidad de Girona.

    El colegio estaba muy cerca de la catedral. En aquella zona elevada de la ciudad me sentí siempre muy bien. En el colegio había internado y externado. Y yo agradecía ser externo: es más, me daban mucha pena los internos. Me doy cuenta ahora de lo que significaba para ellos aquella vida de relativa severidad. A mediodía los externos íbamos a casa, y en casa se comía y se hablaba de las cosas normales. Casi siempre almorzábamos todos juntos, a no ser que mi padre estuviera de viaje. Además, al regresar por la tarde al colegio, atravesábamos la Rambla, por la cual transitaban también las chicas de las Escolapias, con sus hermosos uniformes azules de faldas plisadas. Y uno se sentía a gusto.

    De la época de los Maristas me han quedado recuerdos deshilvanados. Las clases de educación física eran miserables. Pero teníamos un instructor de gimnasia que era seguramente un oficial militar de reenganche que se tomó la molestia de formar un equipo de atletismo escolar, tal vez para mejorar su presupuesto familiar. No sé cómo, allí acabé yo. Fue él quien me aconsejó como especialidad la carrera de fondo. Iba a entrenar con frecuencia a un estadio entre el río Ter y el río Galligans y llegué a ser nada menos que campeón escolar de la provincia.

    Recuerdo en especial las clases de filosofía del sacerdote Andreu Bachs. Cuando teníamos 13 o 14 años mossèn Andreu nos explicó el voluntario indirecto con una claridad que me ha quedado para toda la vida. Y lo que más lamento es no haber aprovechado los dos años de clases y exámenes de griego, que nunca nos tomábamos en serio.

    Jamás fui un buen jugador de fútbol, pero sí me sentí atraído por un deporte algo minoritario, pero bastante conocido en Catalunya: el hockey sobre ruedas. Mis padres tenían una posición económica modesta y no podían comprarme materiales deportivos caros. En mi caso se hubieran necesitado patines, sticks, guantes, casco, espinilleras, coderas, coquilla y rodilleras. Había una tienda que alquilaba lo más importante, que eran los patines, y de vez en cuando podía permitírmelo. Alguien me dijo que el Frente de Juventudes (organización de la Falange) facilitaba patines gratis. Quise aprovecharme de aquello. Pero mi padre no consintió ni tan solo que fuera a pedir los patines, porque temía, con razón, que tarde o temprano intentaran que me entusiasmara con los flechas (jóvenes falangistas). Pronunció un ¡no! de esos que no te dejan más espacio para discutir, y que los niños saben calibrar.

    Poco a poco me encontré inmerso en una banda de muchachos algo inquietos. La mayoría eran amigos de clase, pero no todos. Mi hermano Norbert no estaba en ese grupo, porque tenía tres años y medio más que yo, y a esa edad semejante diferencia pesaba mucho. Además, él no había nacido durante la guerra: tenía un temperamento tranquilo de investigador, muy trabajador. En mi pandilla estaban el hijo de un arquitecto, el hijo de una maestra, el hijo de un suboficial inmigrante, el hijo del jefe de un taller de mecánica, el hijo de un funcionario de la Diputación provincial… La familia de otro tenía una tienda de juguetes, y otro era hijo del comisario de la Policía de Girona.

    No había problemas de integración a pesar de que ya entonces se notaba la llegada de inmigrantes del resto de España a Catalunya. Por lo general eran españoles del sur. Para nosotros, los que no hablaban catalán eran simplemente castellanos, sin más, aunque la mayoría no vinieran de Castilla. Uno de mi clase era de Ciudad Real y su padre era suboficial de reenganche. Nosotros, los nativos, no nos considerábamos mejores que los castellanos, sino que convivíamos con toda naturalidad.

    Y con ese grupo de amigos empecé a descubrir lo que poco a poco sería mi mundo. Paralelamente tuve conciencia de que existía también otro mundo en mi ciudad, con el que apenas tenía contacto: ahora yo lo llamaría la nomenclatura. Cerca de mi casa, en un hotelito, vivía un médico militar soltero y con dos sirvientas, que de vez en cuando venía a ser recogido por un guripa (soldado raso) con dos caballos: esperaba delante de la puerta de la villa hasta que el doctor salía bien pertrechado, con las brillantes botas puestas y una fina fusta en la mano. El guripa le sostenía el estribo para montarse. El médico era catalán, pero hablaba siempre en castellano. También me sentía incómodo cuando, al salir yo —sucio y sudado del estadio de deportes— tropezaba con las elegantes hijas del general jefe militar de Girona, paseando como bellas amazonas en potros militares por los jardines de la Dehesa. Su padre era un general de Cádiz que en 1945 había sido enviado con la 123.ª División al Empordà para luchar contra los maquis (guerrilleros antifranquistas comunistas) en los Pirineos, y que continuó hasta 1954 en Girona al frente de la 41.ª División. Aquello era una ventana al mundo de una nomenclatura que nada tenía que ver con el mundo en el que había crecido y vivido.

    Porque claro: yo había crecido en un colegio donde la enseñanza era en castellano, con los libros de la editorial Luis Vives; iba al cine donde proyectaban películas dobladas al castellano, a iglesias en las que solo se predicaba en castellano. En las oficinas de correos y en los ambientes militares se hablaba en castellano. Mi hermano, que solía ir al peluquero cuando sabía que había mucha cola para tener más tiempo para leer las revistas durante la espera, tenía ante sí revistas solo en castellano. Únicamente en casa, con los amigos, y en la calle, hablábamos la lengua que habíamos aprendido de nuestros padres. Yo crecí así, y debo decir que me acostumbré sin problemas ni tensiones al mundo bilingüe...

    En mi casa apenas se hablaba de política. En cierta ocasión Franco vino a Girona. Debía ser en 1942 o 1945. Hubo un gran desfile militar por la Gran Vía en el que figuraron también grupos de niños que estrenaban el uniforme de camisa azul de la Falange. Mi hermano, que por entonces debía tener once años, apareció un día en casa con la camisa de marras diciendo que tenía que participar en el desfile. Era mucho más pacífico que yo, y acudió al desfile. Creo recordar que lo vi desde el balcón de casa de mis tíos. Lo que recordaba muy bien mi madre es que me negué en redondo a ir a ver a Franco en la concentración convocada en plaça del Vi (plaza del ayuntamiento). Mi madre dice que no quise ir «porque tenía miedo a las masas». Más tarde vi en el diario local la foto de su entrada en nuestra catedral, yendo él y su mujer bajo el mismo palio que se utilizaba todos los años en la tradicional y solemne procesión de Corpus Christi. No dije nada, porque no quería líos, pero aquello no me gustó.

    Solo una o dos veces vi a mi padre muy enfadado por el asunto Franco. En una ocasión rompió irritado unos papeles oficiales que acababa de recibir por correo. Yo no entendí bien de qué se trataba, y mi padre tampoco se esforzó mucho por explicármelo, pero tuve claro que debería enterarme. Lo hice más tarde recomponiendo sencillamente como un puzle los retazos que rescaté de la papelera. Se trataba de un referéndum en favor del régimen. Los cabezas de familia eran los que tenían derecho a votar. A mi padre no le gustó ni lo de los cabezas de familia ni lo de votar un referéndum que prolongaba el bloqueo internacional. Esta fue una de las veces en que vi a mi padre contrariado con Franco, que para un niño de mi edad era, sencillamente, el de los sellos.

    Pasé algunas temporadas de verano en Roses, en la Costa Brava, cuando apenas había turistas extranjeros. Mi padre había heredado unas pequeñas viñas cerca de allí. Mi abuelo materno (el que había sido oficial del notario Dalí y al que nunca conocí), había sido el propietario de las aguas potables de Roses, es decir, del suministro de agua. Me alojaba en la casa de una tía, hermana de mi padre, que regentaba un hotel allí. Recuerdo que —tendría yo once o doce años— me molestaba bastante encontrar a gente de Roses que, en la playa, la iglesia, el mercado, el autobús, me preguntaban quién era yo, y cuando intentaba explicarlo empezaban a colocarme como el sobrino de fulanito de tal, el primo o nieto de cual, etc. Me gustaba en cambio ir con mi primo a la subasta de pescado poco después de que hubieran atracado los bous (embarcación tradicional para la pesca de arrastre). Mi tío había construido barcas de pesca en unos talleres detrás del hotel y recuerdo vagamente cómo los carpinteros calentaban a fuego lento las tablas para darles la curvatura necesaria. Pero mi tío enfermó, y ya nadie construyó más embarcaciones en Roses. Algunos años mi estancia terminaba con una escapada a la vendimia: allí vi por vez primera como el masovero, (campesino que cultiva adicionalmente tierras de otros, anejas a las suyas), agarrado a un lazo que colgaba del techo, pisaba las uvas en el lagar de su bodega.

    MINYONS ESCOLTES

    Eso era en verano. Pienso que fue a través de la Acción Católica como conocí en Girona a Ramón Canals, un activo estudiante de filosofía que había decidido fundar una agrupación de boy scouts. Aquello me fascinó. Era algo atractivo para un adolescente, y además semi clandestino. En Barcelona y en Vic existían ya grupos semejantes que se llamaban minyons escoltes.

    Oficialmente sólo existía en España el Frente de Juventudes, y el Gobierno monopolizaba todas las organizaciones juveniles de carácter extraescolar, excepto las de la Iglesia. Además, existían rumores de que Baden-Powell, el fundador de los boy scouts, había sido masón, movimiento que estaba prohibido por el régimen. Pero Ramón Canals consiguió que el obispo nombrara a un sacerdote como consiliario de la incipiente agrupación, mossèn Eduard Puigbert, de manera que los minyons escoltes entraron así a formar parte, en teoría, de la acción católica diocesana.

    Mossèn Puigbert era profesor del seminario y una suerte de director espiritual de nuestro grupo de inquietos teenagers. Era una persona culta y prudente que nos acompañaba en las excursiones y campamentos, y celebraba la misa para nosotros. Era educado en el trato. Para el primer campamento tuvimos que buscar tiendas de campaña: si mal no recuerdo algunas procedían del depósito del Frente de Juventudes, pero la mayoría eran de la Asociación Alpina de Girona. Como eran pesadas, aprendimos a repartir el peso entre todos. Me impresionó ver cómo mossèn Puigbert apareció con su mochila y una flamante tienda de campaña individual.

    Alguien nos facilitó un local en la planta baja de un caserón en la Plaza del Ayuntamiento, donde pasamos los atardeceres haciendo planes y decorando el recinto: aquello era nuestro cau (madriguera) al estilo de los boy scouts. Cantábamos mucho. Empezamos a tomar contacto con los scouts franceses que nos enviaban sus libros y canciones, y también con los nuevos grupos de Catalunya. Recuerdo una marcha desde Girona a Vic para encontrarnos con los minyons escoltes de aquella comarca.

    Cuando volví a practicar activamente el alpinismo en Austria, a partir de 1959/1960, descubrí que dos de las canciones que con más frecuencia cantábamos en los Pirineos eran nada menos que la música y el texto en catalán del himno de la Estiria austríaca (Hoch vom Dachstein an, wo der Aar noch haust // Des del Dachstein alt, on viu el voltor) y un canto popular también de la Estiria, traducido igualmente al catalán (Ibin a Steirabua und hab‘ a Kernnatur // Estirià jo sóc i tinc de roca el pit).

    Estábamos en un campamento de los minyons escoltes en un collado de los Pirineos, todo según los esquemas de Baden Powell: plaza central, mástil con la bandera, tiendas de campaña agrupadas por patrullas, cocina preparada con pedruscos, leña cortada como combustible, una zanja para las letrinas al lado contrario al viento reinante en la zona, el lugar para la hoguera o foc del campament. Estábamos entretenidos con canciones y juegos, cuando uno de los nuestros avisó: «Alguien está subiendo por la otra ladera». Poco antes de que llegaran los visitantes, oímos un clic, clic, y de repente aparecieron dos guardias civiles con tricornio, y armados con subfusiles.

    Uno de ellos, con el arma en ristre, se detuvo a diez pasos cubriendo a su compañero, que se acercó a nosotros para saber qué hacíamos allí. Aquello no les cuadraba, empezando por los uniformes que llevábamos y terminando con el mástil en el que ondeaba una bandera que no era la que solía estar en los campamentos de la Falange o en los edificios oficiales, y que ellos no identificaban. Era la bandera de Sant Jordi, patrón de los boy scouts… y de Catalunya. El doctor Puigbert, que era efectivamente doctor en Teología, pero al que solo llamábamos doctor en presencia de extraños (para nosotros era el mossèn), se acercó a los guardias civiles y les mostró su documentación y una especie de salvoconducto que le había dado el obispo. El papel confirmaba que aquel grupo formaba parte de la Acción Católica juvenil y que sus actividades eran conocidas por las autoridades civiles y eclesiásticas. En aquella época la firma y el sello de un obispo tenían mucho valor, de manera que los visitantes pudieron poner de nuevo el seguro en sus armas y continuar su camino por la cresta del monte.

    Nuestra pandilla de minyons escoltes fue el mundo de mi adolescencia. Fui descubriendo el olor de la tierra, las sardanas, los edificios griegos de Empúries, el trasfondo de tradiciones e instituciones de derecho (como el hereu y la pubilla), la escasa literatura catalana que estaba a nuestra disposición y —¿por qué no decirlo?— el valor de determinados comportamientos, por ejemplo, la amistad, entendida como la búsqueda del bienestar ajeno, o el sentido de responsabilidad por nuestros actos, la relación entre la verdad y la libertad, etc.

    Uno de los primeros libros en catalán que encontré en la librería de mi padre era L‘art de ben menjar, un clásico de la cocina catalana editado en la época de la Renaixença (movimiento cultural y literario catalán del siglo xix). Casi todos los libros de la biblioteca de mis padres estaban en castellano. Allí encontré una cuidada edición de Cervantes que leía con gusto y otros libros, entre ellos clásicos rusos en castellano (siendo adolescente leí Las tres hermanas de Chejov): nunca supe de dónde procedían. Recuerdo todavía la traducción de un libro de Èmil Zola que dejé de leer porque no entendía nada. El primer libro de Josep Pla que leí era una traducción al castellano de Ciudades del mar. Me lo regaló mi padre un día de Navidad (editorial Argos, Barcelona 1942). Me hizo entender mejor el mar que ya conocía, que la Costa Brava era más que una costa, y que el Mediterráneo era nuestro mar, aquel que decenios más tarde yo reconocería en Dubrovnik (Croacia) o en Tesalónica (Grecia) o en Dürres (Albania) siguiendo la pista de los sefardíes expulsados de España.

    ENCUENTRO CON EL OPUS DEI

    Un día estaba con algunos minyons dos o tres años menores que yo, trabajando en el arreglo de nuestro cau (compuesto de unas pocas habitaciones donde nos reuníamos). Tendría yo unos 15 años y ellos 11 o 12. Uno de los pequeños me dijo:

    Ricard, el meu germá et vol coneixer (Ricard, mi hermano quiere conocerte). —Molt be —dije—. ¿Quién es tu hermano?

    —Pep. Trabaja en la central de telégrafos y me ha dicho que vengas a merendar a casa un día.

    Llegué a su casa y allí conocí al resto de la familia: su padre trabajaba en un taller de mecánica y su madre tenía en los sótanos de la casa un taller de plisado con unas máquinas que despedían sin cesar un molesto y siseante vapor. Al principio no acababa de darme cuenta de dónde procedía el interés familiar por conocerme. Más tarde, percibí que los focos de interés eran dos: la madre quería saber quién era aquel jovenzuelo que era cap de patrulla de su hijo menor y Pep quería hablarme de lo que muy poco antes había cambiado toda su vida y que llevaba en su corazón: su conversión personal después de haber conocido el espíritu del Opus Dei. Pep y yo hablamos aquel día de todo: de su moto, de nuestros campamentos, de una organización católica llamada Opus Dei, de cómo funciona una oficina de correos y telégrafos y de dos libritos que llevaba siempre en el bolsillo de su guerrera de cuero.

    Merendamos, hablamos, y Pep me dijo que quería presentarme a un estudiante de Barcelona que había venido a hacer las prácticas del servicio militar a Girona. El estudiante me pidió que le ayudara a conocer la ciudad y los alrededores. Se trataba de Pep Arquer, que no era en realidad de Barcelona, sino de Badalona, una persona tan vivaz como de poca estatura que ostentaba el grado de alférez. Recuerdo que con frecuencia tenía que vestir de uniforme. Cuando estaba de servicio de vigilancia, llevaba una pistola y le acompañaban dos guripas, también armados.

    Era una persona muy interesante, culta, que me daba una envidia tremenda, porque había aprendido el catalán literario y que, además, escribía poesías. Había terminado la carrera de Arqueología y quería visitar poblados ibéricos en la zona de Girona. Alguna vez le acompañé y yo regresaba a casa con un pedrusco ibérico que terminaba en algún lugar del local de los boy scouts.

    Arquer fue más tarde a Roma para estudiar Teología y prepararse para el sacerdocio. Lo perdí de vista durante algunos años. De repente, en 1952 supe que san Josemaría le había pedido —siendo ya sacerdote— que fuera a Alemania para empezar allí el apostolado del Opus Dei. Sé que aprendió rápidamente el alemán. Su talento literario le llevó a convertirse en traductor de los escritos de Escrivá al alemán. Redactaba con un estilo literario igual o superior al de muchos nativos.

    Pero esto es otro asunto. Seguramente fue a finales de 1952 o a principios de 1953 cuando el consiliario de la Acción Católica de Girona (el mismo que llevaba consigo el salvoconducto del obispo en el asunto de los Pirineos), nos aconsejó a los minyons escoltes que hiciéramos ejercicios espirituales, y nos dijo: «Pero no os los quiero dar yo, porque ya paso demasiado tiempo con vosotros: el doctor Pèlach ha dicho que está dispuesto a hacerlo».

    Mossèn Enric Pèlach tuvo también un papel decisivo en mi biografía. Era profesor del seminario, buen teólogo, y siempre había querido ir a las misiones. Hicimos los ejercicios durante las vacaciones, alojándonos en la enfermería del seminario, ¡que tenía nada menos que una docena de camas!

    Durante aquellos pocos días aprendí a rezar mejor, a dialogar con Jesús ante el Sagrario, a intentar a limar asperezas de mi carácter, a pedir perdón y a perdonar, a estimar la presencia de Dios en mi corazón… Hablé largo con él y, después, continué confesándome con él. Pèlach tenía veinte años más que yo. Más tarde supe que había sido uno de los primeros sacerdotes diocesanos en pedir la admisión en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, una asociación sacerdotal inseparablemente unida al Opus Dei.

    Ha muerto ya, y ha dejado en su diócesis un clero indígena muy apreciado. Cuando yo estudiaba en la universidad de Barcelona, mossèn Pèlach fue a Perú para trabajar como vicario general de una prelatura cuyo territorio estaba en buena parte a 4.000 metros de altura (Yauyos). Pablo VI le nombró en 1968 obispo de una diócesis pobre y difícil (Abancay), en una época muy conflictiva (aquel mismo año una junta militar perpetró un golpe de estado). Se adaptó a las condiciones y a la gente del lugar. Aprendió la lengua de los indios peruanos, el quechua, y tradujo incluso algunas partes de la Biblia a dicha lengua. Realizó una extraordinaria labor de servicio también entre los leprosos y enfermos de la diócesis. Cuando terminó su mandato como obispo de esta diócesis, había ya varias generaciones de nuevos sacerdotes bien formados. Murió con fama de santidad.

    Por entonces el Opus Dei solo contaba con 25 años de vida. Un día, visitando los restos del poblado ibérico de La Creueta, Arquer me preguntó si yo estaría dispuesto a ser numerario del Opus Dei. Es decir, una de esas personas que deciden seguir una llamada de Dios para dedicar toda su vida (incluido el celibato) a convertir su trabajo en medio de santificación y de apostolado, sin cambiar de estado y, por lo general, viviendo en centros de lo que hoy es una Prelatura.

    En aquel momento no había ningún centro de la Obra en Girona, ni ningún numerario; pero sí existía un pequeño grupo de supernumerarios y supernumerarias (fieles corrientes que se comprometían a seguir la misma vocación que yo sentí, pero con el propósito de formar una familia) y cuatro agregados (laicos del Opus Dei que viven su vocación también en el celibato, sin vivir en centros de la prelatura), que solían reunirse en un pisito de la plaza de la Independencia. La pregunta no me sorprendió, porque la veía venir, y con el empujón de la gracia de Dios no puse ninguna pega. Era el 24 de abril de 1953.

    EL TIMÓN EN LAS MANOS DE JESÚS

    No me planteé entonces si aquello me iba a costar mucho o poco. Siempre he sido optimista, aunque algunas veces fuera insensato. Quizás una comparación lo explique mejor: decir que sí a una vocación de este tipo significó en mi caso que a partir de aquel momento yo ponía de forma definitiva el timón de mi vida en manos de Jesús, aunque fuera de un modo distinto al de un sacerdote o religioso, pues la vocación al Opus Dei no cambia la situación civil o profesional de nadie: uno sigue siendo el mismo de antes. Además, pensé: «Si lo hacen otros, también lo podré hacer yo». No me intranquilizaba que el Opus Dei fuera algo reciente en la Iglesia; por el contrario, la novedad fue precisamente uno de los factores humanos que me hizo atractiva la Obra. Sabía que la institución estaba reconocida por la Iglesia, y aquello me bastaba.

    Dije que sí, que quería. Pero después pregunté: «Y ahora, ¿qué pasa?». Respuesta: «Pues nada, continúa tratando de convertir tu trabajo y estudio en un lugar de encuentro con Dios, pero sabiendo que, si mañana te proponen ir a Japón te lías la manta a la cabeza, te vas a Japón, y no pasa nada». De momento lo que sí me surgió de forma natural fue comunicar a mis amigos de curso la decisión que había tomado, y llevar a muchos de ellos a las clases de formación religiosa que organizábamos en aquel pisito. Mucho éxito no tuve, entre otras cosas porque mi pandilla estaba ya muy bien servida con las actividades formativas y espirituales de los boy scouts. Pero poco a poco se fue consolidando otro grupo de amigos que asistían a uno de esos círculos de formación. Cuando empecé mi vida de universitario en Santiago de Compostela varios de estos amigos de Girona habían pedido la admisión en la Obra: casi todos eran de la competencia, es decir, del instituto público de Girona.

    Evidentemente aquello era el resultado de la gracia de Dios y de las oraciones de muchos. En buena parte, de los cuatro agregados de la Obra que habían pedido la admisión unos años antes. Tres de ellos trabajaban como empleados en la central de telégrafos. Con ellos aprendí a hacer oración mental. Íbamos a la Dehesa (un gran parque de plátanos a orillas del río Ter) nos sentábamos en un banco y —después de una oración introductoria— cada uno por su cuenta intentaba convertir las palabras del rezo inicial en un silencioso diálogo personal con Dios. A veces, uno de nosotros leía en voz alta unos puntos de Camino, que Josemaría Escrivá había escrito en los inicios del Opus Dei, para favorecer nuestro diálogo interior con Dios.

    Entonces yo no sabía cómo era Escrivá. Sólo sabía que los puntos de este primer libro revelaban que el autor poseía un carácter fuerte y abierto. Pero no tenía ni idea ni siquiera de su fisonomía. Recuerdo que un día le dieron alguna condecoración oficial y salió un suelto sobre el asunto en el diario Los Sitios de Girona o en La Vanguardia: lo recorté y lo puse como marcador en el ejemplar de Camino que yo tenía en mi mesilla de noche. Fue entonces cuando le puse cara.

    En Girona existía una iglesia y una residencia de los jesuitas, que luego cerraron. Uno de mis amigos frecuentaba sus actividades. Simplificando, yo tenía la impresión de que los que iban a los jesuitas eran de la alta burguesía, mientras que el resto éramos más bien de la burguesía baja. En ningún momento se me planteó el problema de la ortodoxia del Opus Dei y siempre tuve un gran respeto por los jesuitas.

    Una buena dosis de presunción tuvo que haber, además de un acto de fe. Me sentía humanamente capaz: había participado activamente en el nacimiento de los boy scouts, que estaban prohibidos, a veces los Hermanos Maristas me encargaban que diera algún tipo de clases a los más pequeños, y pensaba: «Si he salido adelante hasta ahora, ¿por qué no voy a poder seguir esta vocación?». Tenía un cierto talento para organizar, decidir, convencer, ayudar, buscar, llamar…

    Mi presunción no impidió que me diera cuenta de que se trataba de una entrega profunda. Todo esto lo sabía: que los numerarios disponíamos de nuestro sueldo como un padre de familia lo hace con los suyos, que debía vivir el desprendimiento de los medios materiales y tomarme en serio los consejos de la dirección espiritual.

    Muchos me han preguntado si no me dio miedo el celibato. Les respondía que sí, pero que al mismo tiempo tenía conciencia de que la castidad era una virtud cristiana para célibes y casados. Quizás el asunto no me preocupó tanto, porque por entonces no tenía amistad muy especial con ninguna chica, a pesar de que conocía a dos o tres con las que me sentía bien, especialmente con una: paseando o tomando una horchata en la Dehesa o durante el corso por la Rambla después de las clases, o cuando ellas venían de espectadoras a las competiciones escolares de fútbol o atletismo en las que yo participaba.

    Mi vocación al Opus Dei corrió paralela a mi primer trabajo periodístico.

    Los de la Obra que me acompañaban espiritualmente me aconsejaron que acudiera en verano a uno de los cursos de formación para los nuevos, que iban a tener lugar en Granada o en Valencia. Después de Arquer fueron otros los que venían a atendernos desde Barcelona: uno de ellos fue Florencio Sánchez Bella, que luego sería la cabeza del Opus Dei en España durante casi 25 años.

    Lo del curso en Valencia no iba a ser fácil. Mi padre no tenía dinero, y yo, menos. Entonces dije en casa que me gustaría poder ganar algo ese verano. «¿Y qué te gustaría?», me preguntó mi padre. Sin grandes esperanzas comenté: «Me gustaría hacer algo que me sirviera para ser periodista…». Mi padre, que también se llamaba Ricard, sabía que a su segundo hijo le gustaba hacer diarios en el colegio o en los minyons escoltes.

    Ricard Estarriol senior solía asistir a una tertulia de café, de la que formaban parte algunos amigos y conocidos, entre ellos el director de Los Sitios de Gerona, que era el único diario de la ciudad. La Falange lo había incautado después de la guerra, había cambiado el nombre, y lo había incluido en un holding de la prensa falangista de alcance nacional. El contertulio de mi padre se llamaba Fulgencio Miñano, y era un simpático falangista murciano. Mi padre le preguntó a Miñano si yo podría hacer prácticas en la redacción y un día, al regresar mi padre del trabajo, me dijo: «El señor Miñano dice que vayas a verle».

    Y Estarriol junior no se podía creer la suerte que había tenido.

    En Los Sitios de Gerona realicé mis primeros trabajos periodísticos. El factor juventud me facilitó el aprecio del ya mencionado director Miñano, periodista procedente de Molina del Segura (Murcia). Yo no sabía entonces que el periódico había sido incautado por el régimen de Franco después de la guerra y por lo tanto no se me ocurrió pensar que mi primer director había sido nombrado por los que habían secuestrado el anterior periódico, que se llamaba El Pirineo. Me entendí muy bien con él y con todos. Miñano debió de ser muy apreciado porqué después de su muerte en Girona (1968), se le dedicó una calle en su ciudad natal.

    Uno de los primeros encargos que me dieron en aquella redacción, en la que solo una de las personas no fumaba, fue acompañar en coche al presidente de la Diputación de Girona a Ripoll para inaugurar no sé qué institución; escribí una reseña sobre aquello. Otro fue la crónica sobre una corrida de toros. Fue horrible, porque casi nunca había asistido a tal espectáculo. No sé cómo, pero entre los tendidos encontré a un entendido taurino al que debí darle pena, porque con mucha paciencia iba soplándome lo que pasaba en la arena: chicuelinas, quites de muleta, verónicas, manoletinas, volapiés, revoleras, etc. También recuerdo que tuve que ir una vez a la comisaría para saber qué había pasado con la detención de un homosexual inglés al que la guardia civil había detenido en la Costa Brava.

    De ese verano como becario recuerdo el olor de la tinta de las galeradas, el sonido del aparato Hell, que emitía una cinta con noticias de las agencias Cifra (nacional) y Efe (extranjero), como en una oficina de telégrafos. Todo me resultaba fascinante. Y luego, estar en una redacción con señores bien asentados en la sociedad, que me trataban con el afecto con que se trata a un imberbe colega. Me sentía realizado. Llegaba a las 12 de la noche a casa, alguna vez después de haber tomado un coñac con el director, cansado y feliz; a veces, menos feliz, por ejemplo, cuando al hacer mi examen de conciencia antes de acostarme me daba cuenta de que aquel día había sido poco consciente de la presencia de Dios en mi vida.

    En la enseñanza secundaria fui conejillo de indias de la primera reforma escolar de la posguerra civil. En diciembre de 1953 tuve que terminar, después de tres meses, el último curso de un bachillerato de siete años, para dar paso a seis meses de un curso de selección preuniversitaria (el Preu) que nadie sabía muy bien qué era. Uno de los objetivos de la reforma educativa consistía en crear dos tipos de enseñanza secundaria: ciencias y letras. Yo quería estudiar Derecho y ser periodista. Pero, puesto que el colegio de los Maristas no estuvo en condiciones de duplicar las ramas del Preu, tuve que trasladarme a un instituto público para cursar letras. Lo más asombroso es que, de una clase de unas dos docenas de alumnos, todos escogieron ciencias y continuaron en los Maristas: fui el único disidente. Aquello me vino bien, porque las clases de literatura y de historia del instituto eran excelentes.

    El desarrollo del apostolado del Opus Dei era dinámico. En aquella época hubo numerosas vocaciones de todo tipo, también en Cataluña, incluso quizás más que en otras partes. Pienso que el caso de Girona era paradigmático.

    Me vienen tres ejemplos

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