Nubia-Princesa Guerrera: Venus Negra, #3
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Una red de trata de personas ingresa jóvenes mujeres procedentes de África en Nueva York. Una de ellas escapa y comienza una feroz cacería humana. En la desesperada defensa de su vida la muchacha pone en juego recursos insospechados. La organización de traficantes incluye miembros situados en altas esferas de poder que aprietan el cerco en torno a la joven.
Un vibrante thriller del género noir que te mantendrá en vilo desde su comienzo hasta su dramático final.
Louis Alexandre Forestier
Louis Forestier es el seudónimo adoptado por un novelista argentino para cierto tipo de narrativa, en general cuentos y nouvelles de carácter erótico y del obras del género noir. El autor ha vivido en Nueva York durante años y ahora reside en Buenos Aires, su ciudad natal. Su estilo es despojado, claro y directo, y no vacila en abordar temas espinosos. Louis Forestier is the pen name an Argentine novelist uses for certain types of narrative, in general novellas of erotic nature and books belonging to the noir genre. The author has lived in New York for years and now resides in Buenos Aires, his hometown. His style is clear and straightforward, and does not hesitate to tackle thorny issues.
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Nubia-Princesa Guerrera - Louis Alexandre Forestier
Esta obra está dedicada a todas las personas e instituciones, locales o internacionales, que en este ancho mundo luchan contra la trata de personas.
Nota del Autor
Todos los personajes y circunstancias de esta obra son ficticios, el tráfico humano es desdichadamente real
Buenos Aires, Mayo 2016
NACIONES UNIDAS
/RES/55/2
ASAMBLEA GENERAL
Distr. general
13 de septiembre de 2000
Quincuagésimo quinto período de sesiones
Tema 60
Resolución aprobada por la Asamblea General
Declaración del Milenio
La Asamblea General
Aprueba la siguiente Declaración:
INTENSIFICAR NUESTRA lucha contra la delincuencia transnacional en todas sus
dimensiones, incluidos la trata y el contrabando de seres humanos y el
blanqueo de dinero.
Índice
Elenco de personajes
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Del Autor
Sobre el Autor
Obras de Louis Alexandre Forestier
Coordenadas del Autor
Elenco de Personajes
ALIMAH KOUMI: HERMOSA expatriada sudanesa.
Marcos Ferrari: Joven estudiante argentino.
Sanwarit Eyasu: Joven etíope, compañera de reclusión de Alimah.
Charles Barlow: Tío Charley. Artesano en Harlem, amigo de Marcos.
Jemal Gebre: Tratante de personas eritreo.
Patrick Paddy O´Halloran: Teniente de policía de Nueva York.
Laura Sandoval: Sargento de policía de Nueva York.
Vincent Caruso: Policía de Nueva York.
Leroy Washington: Policía de Nueva York.
Walter Kolski: Policía de Nueva York.
Doc Jim: Médico, ex camarada del ejército de Tío Charley.
Eric Murphy: Veterano sargento de la policía de Nueva York.
Sheila Flynn O´Halloran: Esposa de Paddy O´Halloran e hija de un amigo de Eric Murphy.
Loretta Gardner Washington: Esposa de Leroy.
Philip Gardner: Padre de Loretta. Consejero municipal de Manhattan.
Dr.Herbert Plummer: Director de la Contraloría de la Alcaldía de la Ciudad de Nueva York.
Gonzalo y Fernanda Ferrari: Tíos de Marcos, residentes en Buenos Aires.
Prólogo
LA MUCHACHA ECHÓ A correr sin osar mirar hacia atrás; como los zapatos de altos tacos le impedían tomar velocidad con un rápido gesto se los quitó y continuó su carrera descalza, desplazándose sobre el frío pavimento de la oscura calle de Harlem. Oía tras de sí el ruido de sus perseguidores, tres o cuatro fornidos africanos que habían participado de la horrible escena que estaba dejando atrás. Sacudió la cabeza tratando de alejar el recuerdo reciente que la había shockeado en grado extremo. Su ritmo era sumamente veloz, propio de una mujer nacida y criada en las estepas del África y que había corrido desde niña a la par de sus hermanos varones. Sabía que los pesados sabuesos humanos que la perseguían no podrían darle caza y que la distancia que los separaba se ampliaba a cada segundo. También lo sabían sus perseguidores, ya al extremo de sus fuerzas y de sus posibilidades respiratorias. Se oyeron varios gritos que los hombres intercambiaban entre sí y Alimah tembló sabiendo que ordenes estaban dando; sin perder el ritmo se preparó para lo que iba a venir. Tres detonaciones sonaron reverberando por el estrecho callejón. La mujer cerró los ojos esperando el resultado de los disparos. Sintió un dolor profundísimo y lacerante en el hombro derecho. Sabía que la bala le había entrado por detrás y salido por la parte frontal del hombro por lo que la pérdida de sangre sería doble; trastabilló momentáneamente pero pudo recuperar el paso. La cara de su padre transitó fugazmente por su mente. Sabía que el viejo guerrero estaría en algún lado orgulloso de su hija.
Los pensamientos a partir de ese momento comenzaron a deshilacharse y aunque las piernas aún respondían a algún centro de voluntad sobre el que ya no tenía control, su cerebro se oscureció y Alimah se desvaneció. Su cuerpo aun llevado por la inercia recorrió varios pasos más y finalmente rodó entre unos tachos de basura, produciendo en su caída un gran estrépito. Un frío glacial comenzó a invadir su cuerpo.
En su mente enfebrecida y delirante desfilaron los últimos acontecimientos, inmediatamente previos a la persecución. Lo que su psiquis había estado esquivando recordar cuando huía para evitar que su peso la aplastara, ahora retornaba a su memoria, desprovista de la protección de la voluntad. La imagen de Samwarit, la bella muchacha etíope con la que habían intentado la fuga de manos de sus captores apareció claramente en su memoria, así como la de Jemal, el jefe aparente de los tratantes de personas en cuyo poder habían caído por la traición del capitán del barco que los había traído hasta Nueva York. Recordó la travesía de veinticinco días desde el lejano puerto sobre el Mar Rojo, cercano a Port Sudán pero desprovisto de todo control de las autoridades. Viajaban veinte mujeres etíopes, eritreas, sudanesas y somalíes, todas jóvenes y bellas, en lo que sin lugar a dudas era un tráfico humano relacionado con la prostitución. Todas estaban constreñidas a permanecer en dos contenedores mugrientos dentro de los cuales a veces debían hacer sus necesidades fisiológicas, y de los cuales sólo se les permitía salir a tomar aire en cubierta cuando el barco se hallaba lejos de la costa y fuera de rutas marítimas concurridas.
Al llegar a su destino las habían ingresado en el puerto de Nueva York dentro de los contenedores, y las fueron a buscar a la noche sacándolas de la zona portuaria y llevándolas a lo que luego sabrían que era el Harlem. Como la zona era patrullada insistentemente por la policía de la ciudad, prácticamente no podían salir del miserable depósito abandonado en que las habían recluido.
Mientras que la mayoría de las muchachas estaban aterradas y se movían como zombis al compás de las órdenes de los hombres que las tenían aprisionadas, Alimah y Samwarit desde el primer momento estuvieron buscando la oportunidad para escapar de su encierro. Había transcurrido ya casi un mes desde su llegada clandestina a Nueva York, y algunas de las mujeres habían sido vendidas a quien sabe que sórdida organización de tratantes, y no habían regresado jamás. Las mujeres recibían sólo un baño y ropas decentes cuando eran exhibidas a ignotos compradores y entregadas a sus nuevos amos.
Un día todas las jóvenes se despertaron un medio de un gran alboroto proveniente de la planta baja del derruido depósito, con gritos de hombres, ruidos de cosas rotas y finalmente disparos y gemidos. Una banda rival había atacado las premisas con el objeto de echar a los recién llegados de lo que consideraban su coto de caza.
Alimah tomó la mano de Samwarit y la llevó por las sucias escaleras que conducían abajo. En los peldaños inferiores yacía uno de los captores agonizante, un negro gigantesco con el rostro y los fornidos brazos llenos de tatuajes. Aún conservaba una navaja en la mano. Amilah empujó con el pie el cuerpo hacia abajo para liberar la escalera y al pasar junto a él tomó el cuchillo en sus propias manos. Sanwarit siempre la seguía tomándose de su falda. En uno de los corredores de la planta baja yacía otro de los secuestradores, con varios impactos de bala en su pecho. La puerta del depósito que daba al callejón se hallaba entreabierta, pero otro cuerpo bloqueaba la entrada. Las dos mujeres saltaron sobre el cadáver y salieron por fin a la ansiada libertad. Corrieron hacia una de las esquinas bajo la vacilante luz del alumbrado y la sangre se les congeló cuando vieron a otro de los matones aparecer dando vuelta a la esquina a menos de cinco pasos de ellas. El hombre quedó aun más sorprendido que las mujeres y no atinó a actuar. Sin vacilar un instante Amilah clavó la afilada daga en su vientre y el hombre se desplomó pesadamente.
Las dos muchachas corrieron desesperadas intentando poner distancia con el sitio de su encierro pero pronto oyeron voces que les resultaban conocidas. Los traficantes que las habían tenido prisioneras se habían repuesto del ataque y ya estaban en su persecución. De pronto, las jóvenes oyeron desesperadas el ruido que reconocieron