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Cuervo Púrpura
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Libro electrónico147 páginas2 horas

Cuervo Púrpura

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Inspirada en la problemática de los genocidios recurrentes en mi país, México, y cómo es que la justicia jamás repara el daño recibido por parte de las víctimas que se quedan sin voz y trascienden las fronteras de lo intangible mientras se pierden en la bruma de la indiferencia.
Callada, taciturna y hasta tonta, sí, así puede ser la primera impresión al adentrarse en el mundo de Marie Le Brun Pérez, hija de una respetadísima política mexicana cuyas aspiraciones son llegar a ocupar el escaño principal, el más importante, ser la cabecilla del Poder Ejecutivo de la Federación. Romina Pérez es la matriarca, la política, mujer indígena que se ha hecho a ella misma con mucho tesón y agallas, sus orígenes son muy humildes; de niña su padre la consideró como parte de una negociación en base a sus costumbres culturales, fue así como huyó de su hogar de una pequeña comunidad indígena del estado de Oaxaca. La calle inicialmente le dio sus primeras formaciones, en el camino ella dedujo que el estudio podría llevarla lejos y se abocó con pasión al mismo, fue así como empezó a forjarse una carrera en la élite política del país. Pero no hay que engañarse, un día Romina Pérez torció su camino y para prevalecer se manchó las manos de sangre, sangre de inocentes.
Marie Le Brun Pérez es la hija menor de Romina, una joven de diecisiete años de edad, su vida ha sido caótica, víctima de abuso, maltrato físico y psicológico, con serios problemas de aprendizaje, carácter introvertido y con una personalidad muy gris. Socializar es un aspecto de la vida que a ella definitivamente no se le da, sólo cuenta con un amigo en toda la escuela. En la actualidad cursa el último año de preparatoria, sus temores presentes radican en no poder culminar su preparación, le horroriza el hecho de enfrentar a su madre cada vez que hay revisión de calificaciones, y por lo mismo, cuando tiene que presentar los exámenes termina bloqueándose aunque posea los conocimientos para responder. Así es el grado de castración mental que Romina Pérez produce en su hija Marie.
En el andar, se vuelve prioritario para Marie terminar su preparatoria, es entonces que idea un plan para cruzar esa enorme pared; un día se ve sumergida en el mundo de los Anti-Escoria, un grupo muy peculiar de jóvenes que se dedican a limpiar las calles de la basura, que según ellos, produce el sector político del país, recogen toda la propaganda política y la destruyen, ellos no creen más en las falsas promesas, esa es la forma que han encontrado para manifestar su rechazo hacia la corrupción y la decadencia tan marcada de este sector. En esta inmersión, a este mundo de jóvenes insatisfechos, es que Marie Le Brun hace un descubrimiento imperdonable a juzgar por su juicio, la muerte de un gran número de campesinos oriundos del poblado de San Lorenzo de La Tuna recae en la responsabilidad directa de su madre, Romina Pérez. Marie Le Brun ha vivido años de zozobra temiendo siempre a esta mujer, a su imponente figura, que ella consideraba un legado de rectitud y honestidad, es aquí, llegando a este punto, cuando la figura de cristal se fragmenta ante sus ojos.
Atrévete a descubrir si Marie será capaz de armarse de valor y no permitirle más al temor ser su opresor, atrévete a descubrir si ella será capaz de romper el duro caparazón de su capullo para así poder extender sus hermosas alas negras con toques destellantes en un púrpura intenso; aventúrate en la travesía de si será capaz de retomar la voz de los que un día osaron procurar y aspirar a un estandarte de libertad, a un sueño de igualdad, pretendientes a que sus voces fueran escuchadas, no acalladas con ráfagas de plomo como ocurrió en esa matanza de un fatídico día, un 17 de noviembre de 1991, en el poblado de San Lorenzo de La Tuna.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 mar 2016
ISBN9781311265319
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    Cuervo Púrpura - Maribel Peralta

    Prólogo

    1991, un domingo 17 de noviembre, San Lorenzo De La Tuna. Los habitantes que en su mayoría son campesinos se reúnen a primera hora en la Plaza Central de las Golondrinas, familias completas se dan cita para iniciar con la marcha hacia la capital del país. En el recorrido planeado se les irán uniendo simpatizantes de los pueblos al camino y caravanas de campesinos de ejidos lindantes, así como del resto del país; se presume será la mayor marcha pacífica en la historia de México que jamás se haya visto, misma que es resultado de la indiferencia que ha venido sufriendo el sector agrario a manos de las últimas administraciones públicas. Con pancartas en mano que reclaman al Primer Mandatario Federal por atención hacia el campo y recursos para hacer producir la tierra, es que se proponen empezar una caminata que les llevará días hasta pisar la tierra que fundaron los mexicas. Su líder Martiniano Pacheco pretende negociar sus demandas con los altos funcionarios al llegar al Valle de México.

    El pueblo de San Lorenzo De La Tuna está delimitado en su entrada por un enorme arco de hormigón llamado El Portal, mismo que será fiel testigo de la masacre que en manos de supuestos paramilitares encapuchados con vestiduras en color caqui que les sirven de perfecto camuflaje, que guarnecidos con armas tipo fusil de largo alcance están a punto de llevar a cabo ubicados estratégicamente en los peñascales aledaños al Portal de San Lorenzo De La Tuna. Los habitantes del poblado han dejado atrás la plaza central y están a unos pasos de cruzar El Portal cuando se escuchan los primeros disparos, el fuego proviene de lo alto con aplomo, es una emboscada perfecta; caen niños, mujeres, ancianos, familias completas son abatidas indiscriminadamente, mismas que empiezan a tapizar el suelo con sus cuerpos inertes y el correr de su sangre, todo en segundos inclementes. En instantes El Portal de San Lorenzo De La Tuna se vuelve un caos, la desbandada crea vesania y en el correr por la vida muchos son pisoteados, otros caen víctimas de las balas asesinas que mutilan en cerrazón; pronto, en instantes de muerte, aquello queda desolado. Las balas atravesaron cráneos, expusieron huesos, reventaron corazones que osaron soñar con un futuro mejor, que aspiraban al ideal de igualdad, pero en la apócrifa democracia no todos son escuchados, siempre impera el más fuerte y ése, es el que más tiene, el pudiente, el que dirige y controla, que siega si es preciso y queda libre de sospecha.

    Algunos cuantos lugareños pudieron escapar huyendo a los campos abiertos, otros se refugiaron en sus hogares a piedra y lodo, como si fuera suficiente; mientras que los muertos quedaron bajo los implacables rayos de sol, en medio de aquella desolación, en una extendida ausencia del ser.

    El terror para los habitantes de San Lorenzo De La Tuna no acabó ahí, por la noche los hogares de los refugiados son asaltados en busca de los líderes de la revuelta y los cabecillas de familia, los capturados son arrastrados y llevados hacia los camiones que no portan descripción alguna aunque se puede deducir a simple vista son de uso militar; no hay súplicas que valgan, nada detiene las acciones de los supuestos paramilitares que cubren sus rostros y cumplen sus órdenes al pie de la letra.

    Al alba del siguiente día, unos pocos valientes hombres que quedaron con vida inician las labores de inhumación urgente de los cuerpos caídos, mismos que ya atraen a los carroñeros y a las aladas negras que con sus murmullos se dejan sentir; poco a poco los sobrevivientes en su mayoría mujeres y niños salen de sus hogares o refugios, dispuestos a enterrar a sus muertos, solo sollozos y el claveteo de la madera se escucha aquella mañana de un triste 18 de noviembre para los sometidos pobladores de San Lorenzo De La Tuna.

    Con sangre los demandantes fueron acallados y dispersos, así culmina el capítulo rojo, seguido de un silencio perpetuo que traspasa al nuevo siglo.

    Volver al inicio.

    El Capullo

    Para su pesar Marie está en casa, la casa de las espinas; como cada bimestre, el ritual de revisión de calificaciones, como cada bimestre, una tormenta cerniéndose en la atmósfera bajo techo de madera rústica de pino maciza, estantes y libreros del mismo tronco, todo pulido y tallado en concordancia visual.

    —Veamos si hoy me sorprenderás —palabras de la madre de Marie detrás de un formidable escritorio sobre una silla señorial. Romina Pérez con todo el estilo que le es posible, abre con un cortador de orfebrería que destella en su mano el sobre beige con el logotipo de la Preparatoria J. Ortiz en la esquina superior izquierda, saca el papel y lo analiza sin mover un solo músculo facial, no sin antes haberse colocado sus lentes livianos.

    Marie aprieta su mano en la reposadera de la silla, donde hay surcos marcados con sus uñas de paradas anteriores para el mismo ritual, su saliva apenas pasa por su garganta.

    —Pues no, no me has sorprendido hoy, es lo mismo de siempre, ¿quieres decirme algo? —con aquella tranquilidad que hace la pregunta la mujer, hasta se podría pensar que de sus labios escapa una leve sonrisa, toda una maestra en el arte de la simulación, a primera vista podríamos pensar que su ánimo es condescendiente y comprensivo, pero no, no nos engañemos, no es así.

    —No mamá —la uniformada en cuadros grises y azules responde con la voz entre cortada, al igual es su respiración.

    —No te escuché ¿qué dijiste? —sus ojos buscan en el rostro de su hija una respuesta audible a sus oídos.

    La atemorizada esquiva los ojos de su madre y hace un esfuerzo por subir el tono de voz —no mamá.

    Romina emite una exhalación dramática —cuando una va a tener un hijo, siempre como madre piensas en grande, va a ser esto, va a ser esto otro, sueñas y sueñas, pero una jamás está preparada o no quiere pensar, que tu hijo no es lo que soñaste, una se siente totalmente defraudada. Ese es mi caso, mi triste caso. En muy pocas palabras, ya no sé qué hacer contigo, ¿tienes alguna sugerencia, Marie Le Brun? —Romina acaricia su cabello como para verificar que conserve la forma de su peinado, en un ondulado dorado no natural bajo sus hombros que resalta aún más su piel morena.

    Lo más sensato es guardar silencio, ya que sabe que al primer vocablo de su boca su madre explotará, entonces lo único que puede hacer es remolinarse en su silla, ya que se le hace difícil permanecer petrificada ahí; los nervios la traicionan, su cerebro le envía ondas eléctricas a sus músculos provocándole movimientos involuntarios, espasmos en sus extremidades inferiores.

    La madre tiene que responder su propia pregunta —no, mi hija no tiene sugerencias. ¡Romina Pérez no se puede permitir tener una hija mediocre en toda la extensión de la palabra! —la voz retumbó en las paredes de la biblioteca familiar dotada de una extensa gama de información histórica y cultural, colección de la familia—. Yo soy una mujer que se ha hecho a sí misma, que ha peleado para ganarse lo que hoy tiene, Romina Pérez es una mujer grande, si le preguntas a una rata de coladera sobre mí sabrá qué responder, te dirá que ha escuchado de mí —aclarando que no se refiere a un animal en el sentido estricto—. Nadie creería que yo, ¡yo!, tengo una hija descerebrada, que no sirve para nada más que para orinarse frente a todo el mundo y avergonzarme —Romina se levanta de la silla y apoya sus manos sobre el escritorio para parecer todavía más amenazante, aun y su corta estatura—, ¿te acuerdas de esa maldita obra de teatro? Parece que te veo ahí, atorada en ese maldito capullo, sin poder romperlo, sin poder salir.

    Marie se agita, busca en su bolsillo el broncodilatador, aún no lo lleva a su boca cuando su madre en un movimiento rápido y apoyándose sobre el escritorio, es que lo arrebata de las manos de su hija y lo estrella al piso.

    —Estoy harta de que para todo uses esa porquería, no lo necesitas, los psiquiatras cansados de decirme que todos tus síntomas están en tu cabezota, esa cabezota que no sirve para lo que debiera servirte, porque eres una tarada. ¡Romina Pérez tiene una hija tarada! —mientras la mujer despotrica todo lo que puede para desahogar su frustración, Marie se va tiñendo en color púrpura, su dificultad para respirar va en aumento, en menos de un minuto cae al suelo inconsciente con sus vías aéreas contraídas, llevándola a una crisis asmática.

    Recobrando la conciencia, Marie Le Brun Pérez despierta en un gélido cuarto de hospital, no por su temperatura ambiental, sino por la ausencia y el vacío. Sus movimientos son pasivos, sus ojos a parpadeos luchan por adaptarse a la luz blanca destellante; a su alrededor hay aparatos de ruido automático análogo, un suero corre por sus venas a través de una diminuta aguja que perfora su pálida piel, el color púrpura abandonó su rostro, mas no así los pequeños fragmentos que adornan el iris de sus ojos azules, su cabello negro azabache contrasta en aquella blancura de paredes, vestidos de cama, persianas y hasta la bata que lleva puesta, salvo los pequeñísimos estampados en forma de rombos color cielo apenas perceptibles. Pocas horas después de haber recobrado el sentido, es dada de alta en el Hospital Central Iberoamericano, con ropas de cama aún y en silla de ruedas es trasladada a la salida, alguien espera por ella, no es su madre, no es su hermano, menos su padre; solo el chofer a quien se le ordenó recogerla y llevarla de regreso a su casa, la casa de las espinas.

    Al llegar Marie a su hogar, la servidumbre le brinda la atención que necesita, una almohada por aquí, un caldito de pollo por allá; otra desempaca la pequeña maleta que guarda las ropas con que ingresó al hospital y que no son otras más que el uniforme a cuadros de su escuela preparatoria que llevaba puesto cuando le dio el ataque de asma; todo queda en orden. De pronto todo vuelve a la normalidad, sola en aquellas cuatro paredes con acabados en yeso tan familiares y austeras. Normalmente los cuartos de las chicas adolescentes están llenos de posters con algún artista, o son alusivos a algún personaje de película o hasta son animados cuando se rehúsa dejar atrás la inolvidable infancia, hay estantes llenos de muñecas y monos de peluche, colección de toda una vida de los primeros años felices; paredes estampadas con corazones rosados, moños, flores, colores primaverales, tantas y tantas cosas que se van acumulando y guardando de las que se hace difícil desprenderse; éste no es el caso de Marie, las paredes carecen de algún cuadro o retrato, alguna cenefa, empapelado vistoso, simplemente el color es pálido, podría asegurar que en un principio fue blanco, solo que con el paso de los años se fue tornando pajizo descarapelado, hay una cama grande sin cabecera cubierta con una colcha deslavada de estampados floreados, y ésta es lo más colorido que vamos a encontrar al echar un vistazo; el closet de madera, así como la cómoda con un medio espejo empotrado y un pequeño buró junto a la cama, todos son color hueso, y sobre este último hay una lámpara con base redondeada lisa que

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