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Jaque de hackers
Jaque de hackers
Jaque de hackers
Libro electrónico484 páginas7 horas

Jaque de hackers

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"Jaque de Hackers" es una novela de ficción anticipativa en la cual se contrapone la circunstancia humana a los adelantos tecnológicos. Trata de la juventud y la vida, de las pasiones que devoran y las que se mitigan, de hermosos sueños y pesadillas terribles que tienen en común volverse realidad. La amistad, los sentimientos, el heroísmo y el amor, se debaten entre el egoísmo y la mentira. Entre tanto, el destino implacable y los límites de la ética se solapan, desgranando en una aventura cambiante y diversa los riesgos a los que apunta el futuro.
¿A qué se deben las zozobras que asolan el mundo actual? Sin pretenderlo, los tres hackers protagonistas de esta historia, y cierto "mentor intelectual" que cruza sus caminos, avizoran la respuesta. El azar los enfrenta con un portal de Internet desde el cual los poderosos del mundo pregonan una excluyente: "Nueva era de bienestar y armonía". Los sucesos que se desencadenan habrán de influir en el devenir de la humanidad toda.
Sus páginas nos ofrecen un pretexto para enfrentar con estoicismo miedos y dudas, intuir destellos de futuro, y especular sobre la necedad del hombre. Entretenida y ágil, no escatima remansos para la reflexión, siendo apta para quien gusta de la aventura y para aquellos que analizan en profundidad la circunstancia del hombre en el universo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2015
ISBN9781311842480
Jaque de hackers
Autor

Félix Acosta Fitipaldi

Nací en Montevideo en el mismo año que Ana Belén (de acuerdo a una de sus canciones) y morí de amor doce años después para ahogarme en poemas inútiles. Renacido sin corazón recién más allá de los veinte, trabajé en su reconstrucción hasta que estuvo acorazado y listo para navegar sin sufrir daño, esta vez en mares de prosa y piel tierna casi en partes iguales. Me gané la vida como pude con los medios que tuve a mi alcance, siempre en tareas alejadas de la literatura pues para ella, amiga de mi soledad, era el tiempo que el amor y el trabajo dejaba libre. Llegaron así mis hijas de la carne y mis hijos de las letras, creciendo cada uno a su manera, comiendo de mi pan y satisfaciendo mi espíritu con su mera existencia. Lo demás está allí, reposando en mi espera de nietos y unos pocos libros en oferta. Mis hijas en su buen camino. Los libros, pues, si se venden o se leen no me interesa; son tiempo ganado, tiempo sólido, lo que pude construir cuando bien podría haber perdido el tiempo. No más que eso. Ahora, aquí, están disponibles cinco de mis libros. Quizás a alguno le interese contar con algún ejemplar impreso, los cuales están disponibles en Amazon. Uno de ellos: https://www.amazon.com/-/es/F%C3%A9lix-Acosta/dp/1508716781/ref=tmm_pap_swatch_0?_encoding=UTF8&qid=&sr=

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    Jaque de hackers - Félix Acosta Fitipaldi

    Jaque de Hackers

    (CTRL–ALT–SUPR reiniciar)

    Félix Acosta Fitipaldi

    Smashwords Edition

    Jaque de hackers

    Copyright 2015 Félix Acosta Fitipaldi

    ISBN: 9781311842480

    Title: Jaque de hackers

    Publisher: Smashwords, Inc.

    Original Title: CTRL–ALT–SUPR reiniciar

    Smashwords Edition Licence Notes

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    Edición impresa disponible en la mayoría de las tiendas en línea

    Por información sobre otros títulos del autor visita el sitio:

    http://felacos.wix.com/felixacostafitipaldi

    A mi madre,

    Por la luz y su paciencia de leer todos y cada uno de mis textos

    y a mi padre,

    Por inducirme a la buena lectura

    ÍNDICE

    Agradecimientos

    INTRODUCCIÓN – Año 2030 - El eficaz, el prodigioso y el díscolo

    Libro I

    Fase Uno – 1969 – Días iniciales

    Fase Dos – Días de encuentro

    Fase Tres – 1995 – Días con Nereo

    Fase Cuatro – 1997 / 2000 – Días de esgrima

    Fase Cinco – Días de asombro

    Fase Seis – Días fatídicos

    Fase Siete – 2002 / 2005 – Días solitarios

    Fase Ocho – Días miserables hasta que sale el sol

    Libro II

    Fase Nueve – INTERLUDIO 2021 / 2026 - El mundo exterior

    Fase Diez – Confiando en la calma chicha

    Fase Once – 2029 – Las aguas se agitan

    Fase Doce – Centrando el objetivo

    Fase Trece – 2030 – Preparen, apunten

    Fase Catorce – ¡Fuego!

    Fase Quince – Del purgatorio al paraíso

    EPILOGO – 2033 (Inicio Nueva Era)

    Agradecimientos

    Dennis Molini comenzó a narrarme esta historia allá por el 2005 y la primera versión fue concluida un año más tarde. Desde entonces varias personas incursionaron entre sus páginas haciéndome llegar pareceres con los cuales el texto se fue depurando. Mucho agradezco a estos tres amigos por su participación en esa etapa: Richard Acosta, Silvia Pérez y Adrián Bidone.

    Con las siguientes relecturas percibí que el producto aún no estaba listo. Continué haciendo ajustes y fue pasando tiempo, lapso durante el cual Dennis pudo darme mayores detalles. En algún momento di vuelta la última página de lo que fue la segunda versión, estimada entonces como definitiva. El agradecimiento por su colaboración en esta ocasión vaya para el amigo Jorge Pérez.

    Más tarde debí aceptar, nuevamente, que aún no estaba lista. Sucedió cuando el texto cayó en manos de Emilio Colina, quien en cierta forma la adoptó y con total responsabilidad asumió el rol de editor intelectual. A la postre, sus acertadas observaciones dieron a la novela mayor equilibrio y dinámica. Por esto y también por su aporte de entusiasmo y fe en cuanto al trabajo realizado –elementos que impulsaron finalmente esta publicación– va para este buen amigo mi agradecimiento infinito.

    INTRODUCCIÓN

    Año 2030 – El eficaz, el prodigioso y el díscolo

    Adrian

    A diario sobre el atardecer Adrian, el eficaz, avejentado y lento, desciende las escaleras del torreón y camina por la arista oceánica de su reino insular. Generalmente su nieta lo acompaña, platican, sonríen, y siempre les queda la sensación de haber transitado un muy breve recorrido.

    Él sabe que desde hace un tiempo ella sueña. Una fotografía y algunas tele–conferencias con cierto lejano joven la traen pensativa y distante, como si parte de ella estuviese en otro sitio. Por eso su abuelo le aseguró que es bueno creer en los sueños y depende de cada uno que lleguen a ser realidad o permanezcan dormidos.

    Ella ha comprendido muy bien porqué lo dice: apenas toda esa isla, algo que sólo fue un sueño durante mucho tiempo. Así que también ella ha ido construyendo esperanza en sus sueños, pequeñita al comienzo, inmensa ahora.

    Este día ella no ha venido. Pocas han sido las ocasiones como la presente, con la imagen del viejo caminando solo por la playa, y lo que más disfruta él de esos paseos vespertinos son las charlas que mantienen.

    Falta le hace en ese momento algún esparcimiento pues cadenas de código con virus informáticos rebullen en su mente. Relámpagos que significan estrategias de ataque a software diverso, pero que también implican pavor y dudas por lo que está a punto de realizar desde su refugio, alejado del dinámico ajetreo de las grandes urbes.

    Por eso al andar piensa en su nieta, procura distraer tanta tormenta cerebral. Pero ella ha quedado presa nada menos que de un computador, de un monitor y del par de ojos cándidos que la observan, extasiados, desde el otro extremo de un delgadísimo rayo. Es mi sangre. Y es el amor. Se dice el viejo ante semejante embeleso.

    De pensar en ellos, en su soplo de amor, se ve envuelto en recuerdos de su juventud y de aquella mujer, su compañera, que tanto quiso y tan pronto se le fue. Le duele no haber sido más considerado, dedicarle más tiempo, acatar sus deseos aunque no fueran de su agrado.

    Como el asunto aquél del perro. ¡Ella adoraba ese perro y no me importó! Quizás de haber traído alguno ahora mismo andaría saltando a su lado de aquí para allá; olisqueando las matas y las olas, rasguñando la arena, explorando la libertad que lo rodea. ¿Pero quién no ha cometido errores?

    Graznidos de gaviota lo distraen, permitiéndole evadir momentáneamente su pertinaz melancolía. Luego se consuela pensando que en un par de semanas todo estará resuelto. Para bien o para mal. ¿Unas semanas? Querido, mamá volverá en una semana. ¡Ven, demos de comer a las palomas! La vida sigue. ¿Entiendes? Es sólo una semana. No me hagas repetirlo. ¡Imagina! Una semana. Una semana...

    Pero no la vio más.

    Denis

    Ni siquiera en la noche profunda el silencio es absoluto en el hospicio psiquiátrico. Siempre algún gemido o grito esporádico, cual escalofrío, recorre los corredores. El paciente vuelve a girar entre las sábanas y los momentos vividos ese día por Dennis, el prodigioso, se retuercen pugnando por permanecer. No le resulta fácil mantener enfocada la mente en ellos, otras escenas le llegan en aluvión y lo intranquilizan, lo conmueven. No estoy loco. Es la humanidad la que ha perdido la chaveta.

    Ha visto lo que hará, se ha observado haciéndolo. Nada menos que ingresar furtivamente a la oficina del Director del Instituto Foucault. Pero no conoce el resultado de tal maniobra. Con seguridad nada grave, pues también se ha visto conversando con el Comandante días más tarde, y su actitud lo induce a suponer que su plan no ha sufrido ningún percance.

    Lo que sí tiene claro es que lo visto ocurrirá sin lugar a dudas. Por alguna razón el destino le anticipa sus veredictos. Si saber ese tipo de situaciones es estar loco he de aceptarlo: lo estoy. ¿Y qué con eso? Luego de percibidos los sucesos jamás ocurren de otro modo.

    Dejando de lado esa idea recurrente sobre su salud mental, decide que si no puede dormir tampoco se aburrirá como un insomne. Cierra los ojos y piensa en la violinista. Puede verla.

    Ella tampoco logra conciliar el sueño y es la única de su pabellón que no ha pegado un ojo. Antes que apaguen las luces ella ha desplegado sus cartas de tarot y nuevamente el futuro le recuerda que un hombre la sacará de allí. Ahora piensa en él.

    El desvelado abandona la vigilia de su amiga. ¿Su colega, acaso? Pues de alguna forma ella también logra anticipar acontecimientos, aunque en forma algo inexacta. Sus cartones mágicos y su insistencia con ese salvador desconocido... Que bien sé de quién se trata. Falta poco para partir a la aventura y siente la adrenalina fluir por sus venas. ¿Eso es lo que no me deja dormir? ¿O los miles de ojos?

    Alguna vez tuvo la sensación de que existen miles de ojos observando para él y a través de ellos puede conocer cuanto sucede, no sólo en cualquier sitio sino también en cualquier época.

    El único problema es que no le permiten elegir ni tiempo ni lugar, las escenas sólo llegan y llegan cual lluvia de imágenes, por lo general atroces. Empapan. El alma le queda aterida y no queda otra salida que intentar palpar la realidad, vivirla, sentirla, y relegar esas visiones todo lo posible con la esperanza puesta en que algún día dejarán de venir. Acaso lo que inhibe mi sueño no se trate de miles de ojos sino de los millones de muertos. Porque no son los de antes, sino los de mañana. Los que ocurrirán de una u otra forma, con o sin Umbral.

    Procura recordar alguna conversación con el Comandante o la violinista, pensar en otros internos, en algún funcionario, quizás en el canto del mirlo de la otra tarde o el vuelo de la paloma de esta mañana. Finalmente y sin notarlo cae dormido sobre la contemplación de la paloma.

    Nick

    Aún no amanece. El estío se extiende sobre Pionera, ciudad insignia de Umbral. Sobre el edificio más alto una paloma observa a Nick, el díscolo, objeto estrafalario detenido contra el pretil. Es un conjunto de piezas de carbono, tubos, impulsos eléctricos y fluidos, coronados por una cabeza humana.

    Se trata de La cosa, modo en el cual se refieren a él los habitantes del mundo en la intimidad de sus vidas programadas. En las conversaciones protocolares el Presidente del Consejo Superior del Planeta es citado con nombre, apellido, y toda la consideración que semejante jerarquía merece.

    El sujeto está orgulloso, ha logrado cuanto se propuso aun contra la providencia. Respira una bocanada de aire fresco y sus pulmones de plástico reaccionan dentro de su exoesqueleto. Lo tienes todo. Con un leve chirrido su mano articulada se apoya en la baranda. ¿O nada tienes?

    La paloma abandona su altozano emprendiendo un lento planear hacia el este. La cosa percibe su vuelo y sus ojos al seguirla distinguen una figura sobre otro pent–house, unos cien metros más allá y algo más abajo. ¿Quién será? Allí residen los Athanaida. Ha de ser uno de ellos. Su pensamiento es interrumpido por un rayo de sol que hiere su mirada. No lo molesta, tiene tan pocas sensaciones que todo estímulo sensorial lo reconforta. El astro rey asoma y ante su fulgor la paloma detiene su vuelo, posándose a escasos metros de aquella lejana silueta.

    Se trata de un muchacho que con frecuencia contempla el amanecer envuelto en una dolorosa melancolía. Está enamorado, y aunque se siente correspondido se le dificulta el sueño pues la pretendida no es una compañera de estudios, tampoco proviene de alguna prestigiosa heredera de su círculo, tal como pretenden sus padres. No tiene puesto corazón e ilusiones en alguien cercano y accesible a sus inmensas posibilidades, no. Su amor juvenil lo empuja hacia una isleña, tan hermosa como distante y con quien, gracias a su abuelo, ha podido conversar algunas noches a través de la muy exclusiva y restringida Supranet.

    Ella es tan natural como el amanecer, sencilla y discreta cual brisa veraniega, dulce como la risa de un niño, y a todas luces la bondad le brota por los poros.

    Suspira. Sus diecinueve años lo traen inquieto: ha tomado una espinosa decisión. Sus padres le impiden viajar pero él lo hará de todos modos. No ha sido sencillo, no se trata de simples vacaciones, además el mundo exterior está vedado a gran parte de los habitantes de las ciudades Umbral.

    Una cosa llevó a la otra; una frase, una sonrisa, una idea, una propuesta, una ilusión, y de pronto verse en medio de una inminente partida estratégica para la cual ha sido necesario involucrar a varias personas.

    El complot para su fuga está encaminado, y le consta que una vez los engranajes se pongan en movimiento imposible será la marcha atrás. Aun así, ignora cuanto se cuece tras bambalinas y que todo no será por él. Circunstancias que no atañen a su persona, sino a todos los humanos, son las que habrán de posibilitar su viaje.

    Sobre el horizonte el sol se muestra ahora en todo su esplendor y da de lleno en el rostro del joven. El día estará cálido, más de eso no puedo adivinar... ¡Si pudiera ver el futuro! Absurdo, no podría, ha de existir sólo un ser tan prodigioso en el mundo que pueda hacerlo, y no lo conoce. Es más, esa persona se halla en un internado psiquiátrico y quizás en ese mismo instante esté escudriñando los pensamientos del muchacho.

    Descubre a la paloma, quietecita, viéndolo desde la distancia. ¿Conoces el futuro paloma? Es posible. ¿Por qué no? Nadie podría asegurar lo contrario. Por ello el ave levanta vuelo alejándose, como si se dirigiera con presteza a buscar el futuro demandado por el joven.

    Y allá va, se pierde de vista. Quizás de vislumbrar el futuro rehúya transmitirlo, atónita y agobiada por terribles visiones. Pero es posible que al menos halle jirones de pasado flotando en la atmósfera y acepte luego divulgar la forma en que la humanidad llegó hasta allí. Para no dejarla librada a su suerte bueno sería que alguien le dijera que todo comenzó hace varias décadas, allá en el siglo veinte, por mil novecientos sesenta y nueve más precisamente.

    LIBRO I

    Cuando encuentres la verdad, por favor ponle otro velo.

    Siddhartha Gautama

    Fase Uno

    1969 – DÍAS INICIALES

    Adrián

    Allá arriba el hombre había pisado la luna. Abajo, en alguna parte del planeta el festival de Woodstock marcaba un hito. Y en ese punto del globo donde el dictador Franco designa a Juan Carlos Borbón para sucederle apenas ha nacido, en Madrid alguno de esos días pero a las siete horas, Adrián Lazar, y la humanidad debiera tenerlo en cuenta.

    A pesar de su juventud sus padres, Antonio y Pabla –una portuguesa cuya familia abandonó Lisboa huyendo de la dictadura de Antonio de Oliveira para caer en la de Franco– lograron ser buenos progenitores durante los primeros años de su hijo.

    Luego transcurrió un lapso de tiempo durante el cual Antonio aceptó llevar corto el cabello y calzar traje y corbata. Cambió de trabajo varias veces, siempre para mejorar según sus propias palabras y pese a los gestos mordaces de su suegra. Él prefería pasar por alto semejantes exageraciones, sobre todo después que Pabla le transmitiera los comentarios de aquella luego de conocerlo:

    –¡Ay Pabla me vas a matar! Ese novio tuyo es de esos melenudos que se bañan sólo cuando llueve y hacen el amor como los animales. ¡Dios te cuide hijita! Para esto no vinimos a España.

    Pabla por su parte asumió su maternidad con total amor y responsabilidad. Era muy feliz con la existencia que llevaba desde que ese pequeño solcito comenzara a iluminarla. Ambos entonces vivieron sus mejores días, llegando incluso a reconciliarse con sendas familias.

    El pequeño sujeto era por demás exigente con las comidas a horario y tan majadero como para soltar el berrinche ante la mínima incomodidad del orín. En cambio resultaba demasiado tranquilo el resto del tiempo. Generó en sus padres una leve preocupación pues lo hallaban distraído, casi indiferente a movimientos, sonidos y colores. Pabla adelgazó y Antonio no lo notaba, ocupado como estaba en sus intentos de ser el mejor amigo de su hijo y el buen proveedor que pretendía su suegra.

    Al ir creciendo, las demandas del niño fueron perdiendo impulso, se asentaba su personalidad y podía asegurarse que eran una familia feliz donde cada uno cumplía su misión en forma brillante. Adrián había cumplido los cuatro años cuando dejó de ver a su madre: –¡Volverá la semana próxima! –le decían.

    –¿La semana que viene?

    –¡Sí, pero ahora vamos a jugar! ¿Quieres ir a la plaza?

    Durante toda su vida cada vez que Adrián oyera la frase La próxima semana un escalofrío le haría temblar las piernas. Recién en la adolescencia le preguntaría a Antonio la verdad sobre su madre y así se enteraría de que un tumor implacable se llevó a Pabla Pineca en un par de meses. Pese a eso si alguien le hubiese alertado que lo mismo le ocurriría con el amor de su vida no lo habría creído.

    Tras la muerte de Pabla, Antonio quedó obnubilado, roto, muerto de algún modo él también. Lo tenía todo y el destino me lo ha partido a la mitad. Descuidó sus obligaciones y perdió el trabajo. Pasaba días enteros escuchando a Ten years after y por su causa todo el barrio había comenzado a odiar el rock and roll.

    De Adrián se hacían cargo su abuela y su tía portuguesas. Ellas lo trataban con extremo cariño y celo aunque siempre entre comentarios mordaces: –Pobrecito... ¡Adonde podría llegar con la ración de padre que le tocó en el sorteo! –Le obsequiaban juguetes mecánicos que Adrián desarticulaba pues no le gustaba lo reiterado y monótono de sus movimientos, resultaba mucho más grato saber cómo lo hacían. Así que los desarmaba para buscarles el alma y a veces, cuando le resultaba interesante el desafío los volvía a componer, con frecuencia desalmados.

    A los ocho años fabricó su propio pinball de mesa con pequeños motores extraídos de aparatos domésticos en desuso y juguetes desensamblados. El resultado nada habría de envidiarles a las máquinas electrónicas del Game Center de la plaza, allí aún no le permitían ingresar pero los había observado con detenimiento desde la ventana. Ufano lo mostraba a su abuela y le aseguraba que él sería un gran ingeniero del que ella habría de enorgullecerse.

    Durante sus años de escolar Adrián tuvo pocos amigos. Uno de ellos, un marroquí callado y prudente que apenas participaba como testigo de los desguaces, se asoció a su empresa infantil de desmontaje de juguetes y reparaciones fallidas. Juntos hacían que los demás se admiraran de su inventiva. Así podían vengarse de quienes se burlaban de ellos por sus nulas virtudes físicas y ser tan torpes realizando actividades deportivas.

    Entonces, en medio de una España eufórica que recobraba la democracia y transmitía al mundo el destape de sus libertades, Antonio decide emigrar a los Estados Unidos pues le resulta imperioso musitar un rezo ante la tumba de Elvis, su héroe desaparecido meses atrás. La madre y la hermana de Pabla no se lo harían sencillo, por lo cual demoró más de un año en juntar el dinero y ganarles un pleito por la tenencia del niño. Su idea inicial fue emigrar solo y por poco tiempo, pero la ansiedad de las mujeres en mantener al niño junto a ellas llevó a que Antonio dejara de lado todo resquicio pragmático para otorgarles un dudoso escarmiento.

    Y allá fueron sin embargo y pese a todo una tarde lluviosa en la que por poco se cancela su vuelo. –Es el vergel de las oportunidades –Decía Antonio a su hijo mientras acariciaba su cabeza a miles de metros de altura. El niño dormía.

    Dennis

    Mientras los Lazar volaban sobre el océano hacia los Estados Unidos, lugar percibido entonces como tierra promisoria, otras circunstancias se encargaban de ponerlo en duda. No siempre la realidad es acorde a las voces del viento. Muy poco aquí es éxito y fortuna. De esta forma pensaba Helena mientras dejaba a su pequeño hijo en casa de Lorna, su vecina, para salir a buscar su jornal.

    Helena es la madre de Dennis Molini, el muchachito callado de la cuadra. Ella misma, una luchadora incansable, hormiguita laboriosa que tras un horario completo de mesera realiza la limpieza de un par de oficinas. Aunque el dinero nunca fue demasiado la falta de un hombre jamás se sintió en la casa.

    Dennis no conoció a su padre pero hasta la adolescencia se le inducirá a esperar su regreso. Es un niño escuálido cuyo aspecto timorato hace pensar en una sana y buena educación. Durante las largas ausencias de su madre es atendido por Lorna, la vecina viuda y sin hijos que lo gobierna con cariño y regocijo.

    Lorna, mujer sumamente devota, está convencida de que a veces su debilidad la entrega al demonio y el fuego del averno le sube por las piernas dejándola a su merced. Atrapada en una de esas tentaciones irresistibles había hallado la manera de apagarlas a expensas del niño que cuidaba.

    Cuando el demonio al fin la deja en paz una culpa insoportable la acosa, por lo cual realiza actos de contrición consistentes en la formulación de avergonzados rezos, el encendido de velas e incienso y el suministro de purificadoras bondades hacia el niño. Persuadida de lo pecaminoso de los aborrecibles actos que comete lleva a su víctima a paseos expiatorios y dándole todos los gustos le explica lo conveniente de mantener en secreto los jueguitos cariñosos.

    Pero en el colegio se aprenden cosas, algunas con los maestros y otras con los compañeros. Dennis entendió que aquellos eventos que piadosamente realizaba para Lorna eran tan terribles y maliciosos que lo llevarían de cabeza al infierno.

    Anduvo indeciso lo que permitió la gula, pues temía quedarse sin paseos y chocolates, pero cuando ya no soportó la persecución de la culpa, lo contó a Helena entre sollozos. Como siempre, la responsabilidad última caía sobre los hombros de un fantasma:

    –¡Eso no hubiera sucedido de permanecer tu padre con nosotros! –decía Helena saliendo como llevada por el viento hacia la casa de Lorna.

    Dennis de inmediato inició uno de los rezos que Lorna le enseñara pero a medio camino se detuvo, jamás volvería a hacer nada de lo que Lorna acostumbraba, ella sin lugar a dudas estaba poseída por Satanás, y él mismo, irremediablemente perdido. ¡Tan joven!

    Lorna es una vecina amable, de esas que preguntan demasiado pero con las que es bueno contar y nos alerte si alguien merodea nuestra puerta. Creyente fervorosa colabora en forma activa cuando de recaudar fondos para la iglesia se trata; además, jamás duda en hacerse tiempo libre para cuidar enfermos o concurrir a los funerales y consolar deudos.

    La mesera en cambio es una mujer mal agradecida, deja a su pequeño en otras manos para salir con sus novios. ¡Y ahora acepta las mentiras de ese niño! El muchacho es algo negado, comienza a ponerse rebelde y pretende quedar sin tutelaje. ¡Allá ellos pues! Que se arreglen solos. ¡Vamos, no llores Lorna querida que se me rompe el corazón!

    Helena confiaba ciegamente en las palabras de Dennis, eso contribuyó a que éste superara sin mayores problemas el asunto, al menos en la relación con su madre: –No te preocupes, saldremos adelante pues ya eres todo un hombre.

    Mas no todo estaba en su debido equilibrio.

    Por el tesón de Helena y la docilidad de Dennis, efectivamente, salieron adelante. Años después y ya sobre la adolescencia Dennis volvió a preguntar sobre su padre: –Nunca vendrá. ¿Verdad?

    –No.

    –¿Por qué siempre alentaste mi esperanza, madre?

    –Quería darte todas las opciones y tú eligieras una.

    –¡Claro! Los que viven en la oscuridad hacen el mundo a su medida. Entiendo. Si bien es cierto que la vida suele ser cruel los sueños pueden ser perfectos. Puedo elegir entre la realidad o la fantasía y quedarme a vivir donde me sienta mejor. Está bien, lo haré algún día si de eso se trata.

    Dennis no podía saberlo pero había emitido palabras proféticas. Así sería, en el futuro viviría varios años en el limbo incierto donde la realidad se oscurece. Por lo pronto faltaba mucho para que eso ocurriera.

    –Tus sueños tenían parte de los míos y muchas veces soñamos juntos. ¿Irás a la universidad? Quisiera seguir soñando.

    –¿Para qué? Según parece tu costumbre es soñar fracasos. Lo cierto es que no lo sé, antes cuando tenía dudas me preguntaba: ¿Qué me gustaría contarle a mi padre sobre este asunto? ¿Qué haría ese señor ante este problema? Y actuaba en consecuencia. Ahora las dudas se mantienen, aun cuando haga tal o cual cosa. Mi actitud es dejar que los hechos ocurran limitándome a observarlos.

    –Creo que a él le gustaría que asistieras a la universidad y de seguro estaría encantado de que se lo contaras. Además, si se trata sólo de eso debes ir. No puedo solucionarte lo del padre, pero haré todo lo posible para solucionar lo del dinero.

    A Dennis jamás se le quitó la costumbre de permitir que las cosas sucediesen, tal sería el anatema de su vida. Y lo del dinero no habría de resultar tan sencillo como Helena esperaba.

    Cuando el bar donde trabajaba su madre cambió de manos se complicaron las cosas. El nuevo propietario pretendía que los servicios de Helena se extendieran con especiales características luego de bajar las cortinas, y la buena mujer sólo se acostaba con quien despertara su deseo.

    –¡Tonterías que a veces tienen los muertos de hambre! –dijo el hombre al despedirla mientras ella salía dejando el delantal sobre una mesa.

    Debieron mudarse a un barrio más económico y cuando Helena consiguió nuevo empleo Dennis pasaba el día solo. No conocía a nadie en la zona y se limitaba a ir al colegio y luego a deambular observando en silencio el ajetreo monótono y veloz de las calles grises. Pero allí, a la vuelta de cualquier esquina, un arlequín caprichoso llamado Destino lo acechaba disfrazado de tecnología.

    Adrián

    Los primeros tiempos de los Lazar en su nueva tierra fueron difíciles para ambos. Tuvieron dificultades con el idioma pero las superaron con rapidez. Antonio ayudado por las letras de las canciones con las que procuraba perder la audición y la necesidad de comprender los diálogos de Ruta 66, su serie favorita. Adrián por su juventud y una cualidad innata para los idiomas que se manifestaría a lo largo de toda su vida.

    El muchacho mantenía su espíritu de explorador, que aún le impelía a meter las manos en las obras ajenas para descuajarlas en interesantes y enriquecedoras autopsias. Continuaba palpando y razonando las maquinarias y sólo con ellas no era introvertido y poco comunicativo. Tenía tendencia a quedar absorto, con la mente perdida en cuestiones vinculadas a las matemáticas y las ciencias, estimulando la facilidad que tenía hacia tales materias. Y como no olvidaba que su meta era ser un gran ingeniero, un triunfador capaz de enorgullecer a su abuela, le iba de maravillas en los estudios.

    Antonio trabajaba la mayor parte del día. El resto de su tiempo bebía o desfallecía tras intensa actividad sexual, dando a pensar que llevaba intenciones de conocer a todas las mujeres de la ciudad. Con llamativa celeridad había abandonado los intentos de ser amigo de su hijo, mas para compensar su desidia le traía una madrastra nueva cada tantos días. Adrián las identificaría por sus gemidos nocturnos, entonces era cuando más unidos estaban pues desde su habitación los acompañaba intentando sus primeras autocomplacencias.

    Ya más habituado a su nuevo entorno Adrián se entretenía al volver del colegio en el comercio de Miguel, un electricista cubano cálido y conversador. Allí se hacían fotocopias, se vendían revistas de electricidad, pornográficas y comics; había estantes con preservativos, baratijas chinas, refrescos y al fondo, unas máquinas tragaperras con las que Adrián aprendió a divertirse sin pagar.

    Hizo buenas migas con Miguel y sus conocimientos de electrónica, campo que le atraía. Al mismo tiempo ganaba algún dinero ayudándolo o quedando al frente del negocio cuando el otro debía ausentarse. Pero lo que más repercutió en el resto de su vida fue conocer a Jonás un par de años más tarde, cuando terminado el colegio todavía no se decidía a trabajar y apenas conseguía unas monedas con el cubano.

    Jonás era algunos años mayor que Adrián, venía por revistas específicas que abría de inmediato dando la sensación de que los ojos no le bastaban para verlas, luego se quedaba conversando sobre sus trucos con los teléfonos y su amor: una rudimentaria computadora.

    –Hardware es la parte física, tangible, mensurable, de un computador; es semejante al cuerpo de la máquina, compuesto por la tecnología disponible –explicaba Jonás al muy atento muchachito, mientras Miguel cohonestaba sus dichos como si realmente conociera de qué iba la cosa. –Software, por otro lado, son los programas, el conjunto de órdenes que hacen que el hardware funcione, el intelecto o pensamiento de la máquina.

    Jonás afirmaba muy ufano haber adquirido con el fruto de sus negocios –y cuando lo decía uno podía imaginar las comillas– un 80286 a 12 megahercios, el primero con sistema operativo con mapeado de memoria virtual: –¡Se han vendido más de quince millones en el mundo! –decía maravillado, como si el desarrollo de la informática dependiera de su entusiasmo, y se mostraba tan orgulloso como el comprador de un Ford T recién salido de fábrica en los albores del automovilismo. Rápidamente Adrián fue aprendiendo que 80286 era un modelo de procesador electrónico de datos e instrucciones, y aquellos 12 megahercios la frecuencia con que operaba para lograr resultados matemáticos.

    La diferencia entre sus edades no fue obstáculo y de encontrarse en forma habitual en la tienda del cubano pronto iniciaron una amistad: tenían en común el universo de la transmisión de datos y un mundo ahí afuera, como un panal repleto de miel dispuesto a saciar sus apetitos. Jonás advirtió la facilidad de Adrián para la computación y su primacía lo llenaba de un orgullo sumamente didáctico. No tardó en invitarlo a su casa para enseñarle su flamante microprocesador, y aunque no le permitió que lo tocara fue atento al realizar varias demostraciones mágicas.

    Para sanear su conciencia le permitió jugar con su primer procesador: un Altair, limitado a una caja sin pantalla ni teclado en la cual unos dieciséis conmutadores permitían enviar órdenes mientras otras tantas lámparas parpadeaban. Alguna vez había sido el mejor microprocesador del momento, con él ya se podía escribir software y sería el primero en convertir en chatarra a las inmensas moles de metal y circuitos eléctricos que lo habían precedido.

    Estimulado por el interés de Adrián por lo que a ambos concernía Jonás tuvo dos gestos fundamentales para que volviera a fojas cero la historia universal, uno de ellos fue obsequiarle a Adrián su Altair: –Pagué cuatrocientos dólares por él hace unos años –dijo –cuando no te sirva o te aburra me lo devuelves, que le tengo aprecio. –Y el otro, cederle su colección de revistas Party Line y TAP: boletines que divulgaban las técnicas yippies para intervenir, desguazar y usufructuar... teléfonos.

    Jonás medraba, vivía y se divertía a expensas de las grandes compañías telefónicas, era un orgulloso phone phreak, de los más listos, de los menos honestos. Vendía llamadas de larga distancia a todo el mundo, principalmente entre la comunidad latina necesitada en comunicarse a bajo costo con sus lugares originarios. Se había hecho experto en ingeniería social, así que recolectaba información útil a sus intereses mediante mentiras y engaños de su conversación, aguda y envolvente. Solía fanfarronear a propósito de sus hazañas –invariablemente vinculadas al robo de código de acceso a teléfonos y tarjetas de crédito– o de las de alguno de sus colegas de LoD, Legión of Doom, uno de los más importantes grupos de phreaks y hackers de todos los tiempos, al cual afirmaba pertenecer.

    Para Jonás fue una obligación moral transmitir la vastedad de sus conocimientos ilícitos. Para Adrián, su famélico alumno, un placer infinito comenzar a descubrir el alma de aquellos fantásticos aparatos. Adrián vio en Jonás el líder con el que su generación no contaría, el hermano mayor que no tuvo, la presencia de un padre ausente.

    Aunque el carácter de Adrián continuaba siendo huraño y de pocas palabras cuando la ocasión lo ameritaba sabía adaptarse. Con el paso del tiempo llegaría a imitar con buen éxito la habilidad declamatoria de Jonás y su arte jovial en cuanto a las relaciones públicas, necesario para realizar maniobras con tarjetas de crédito no precisamente propias.

    Otra de las actividades mutuas consistía en ingresar en cuentas de usuarios a través de una puerta trasera y enviar a una propia los centésimos. Luego hacían desaparecer los rastros y no volvían a interferir en dichas cuentas. Siendo ínfimo el volumen de sus maniobras no eran detectados y hacerlo con gran cantidad de usuarios les permitía sumar interesantes cantidades.

    En una conversación con un integrante del grupo Hirmondo se enteran de que han atrapado a Telégrafo, uno de los más torpes participantes de las comunidades electrónicas que ellos frecuentaban. No les resultó extraño, llevaba ese apelativo pues vivía consultando a uno y otro, tenía mala memoria y anotaba todo. Deciden tomar precauciones pues si descubrían sus notas podía caer media colectividad.

    En semejantes actividades transcurrieron tres años de sus vidas, los suficientes para que Adrián llegase al borde de la euforia luego de vislumbrar albores de independencia ante su inminente mayoría de edad. Vivía inserto en ese lugar intangible donde una conversación telefónica se desarrolla, ese espacio entre teléfonos que si bien no es real muchas personas pasan fugaces horas en él. Era uno más de los cientos de apasionados que medraban en el circuito informático, ese que permanece oculto hasta que se ilumina la pantalla del ordenador y es llamado Ciberespacio. Pocas otras cosas existían en su círculo de interés y sólo una tan interesante: un cuerpito tibio envuelto en pecas que se le daba hasta más de lo conveniente.

    Es que comenzó a salir con una joven de la zona de la cual nunca podría enamorarse, lo sabía, aunque no podría precisar el motivo. Ella tenía el cabello color zanahoria y pecas que odiaba pero le sentaban bien, le daban un aspecto infantil que desmentía su mirada y sus apremios.

    Ese año Adrián saltó del sexo teórico al práctico, aunque La pecosita, un par de años mayor, rió mucho al enterarse que su nuevo novio era virgen. A él le despertaba curiosidad que ella no tuviera la mínima capacidad para aprender lo elemental en el manejo de un computador: de diferentes ventanas miraban al mundo y en contadas ocasiones de su vida Adrián recordaría a esa mujer. Una de ellas ocurriría años más tarde, la evocación de su imagen le sería útil para comprender a Nereo Boer cuando le hablara de la lombriz en la maceta.

    Jonás, con uno de los tantos números de teléfono gratuito sin dirección ni nombre de usuario que creaba en forma permanente abrió una BBS, o tablero de noticias. Procuraba usufructuar el primer medio electrónico que permitió al público en general la comunicación en línea entre más de un usuario, cuando aún no se había establecido Internet. Su BBS fue bautizada Intrusos binarios, según sugerencia de Adrián.

    Allí, además de ofrecer pequeños juegos gratis, realizaban intercambio de información, aunque el cometido principal era recibirla. Para no ser descubiertos camuflaron el modem con una serie de números telefónicos internacionales que cambiaban cada pocos días. Fueron aprendiendo a reprogramar software haciendo modificaciones en los aspectos que podrían beneficiarlos, luego cerraban el hueco dejando oculto entre ciertas líneas de código sus parásitos. En el bajo mundo digital se sentían como peces en el agua.

    El seudónimo de Jonás era Maestro Jon y el de Adrián Vengador. En esos días de júbilo y grandilocuencia fueron contactados por una BBS de aparente buen nivel. No sospecharon de ella aunque ninguno de sus amigos la mencionaba ni conocía su existencia. Desde allí los desafiaban a ingresar a una Cámara secreta y les otorgaron la clave correspondiente.

    De inmediato Jonás modifica el camino para llegar a su propio tablero de noticias. Comienza a temer que quienes se han contactado con ellos pertenezcan al gobierno o a alguna de las compañías telefónicas afectadas que estuviese intentando detectarlos. Emplea diferentes números y también redirecciona aquellos que considera seguros. Luego de unos días de temor paranoico vuelve a sentirse superior y confiado e ingresa a la Cámara secreta ofrecida. El único mensaje que recibe es: Te atrapé. Mas ignora si se trata de una broma o realmente están sobre sus pasos. Como fuese, no pensaba estar un solo día en la cárcel. Se lo había comentado a

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