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Zarandeados: Cómo crecer a través de las pruebas, los desafíos y las desilusiones.
Zarandeados: Cómo crecer a través de las pruebas, los desafíos y las desilusiones.
Zarandeados: Cómo crecer a través de las pruebas, los desafíos y las desilusiones.
Libro electrónico297 páginas6 horas

Zarandeados: Cómo crecer a través de las pruebas, los desafíos y las desilusiones.

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Una sabiduría probada, procedente de tres veteranos líderes de la Iglesia«Yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos».En Lucas 22, Jesús le advierte a Pedro que muy pronto tendrá que pasar por una prueba; será zarandeado para probar su fe y para que su debilidad quede al descubierto. Pero también le da aliento, diciéndole que en esa época de desilusión y de fracaso, se volverá más dependiente de Dios y les podrá ministrar mejor a los demás. En Zarandeados, el pastor Wayne Cordeiro ofrece este mismo aliento, diciéndoles la verdad con amor a los que luchan con los desafíos del ministerio en la iglesia, ofreciéndoles ejemplos personales de su propio caminar, y preparándolos a enfrentarse a las dificultades y a las angustias que trae consigo el ser líderes de una iglesia y comenzar nuevos ministerios. Con relatos y conceptos adicionales, procedentes de Francis Chan y Larry Osborne, en cada capítulo hay preguntas que hacen pensar al lector y lo desafían a desarrollar un corazón sometido a Dios, enfocado en «ser y llegar a ser», en lugar de centrarse en «hacer y lograr». Este libro no es una especie de manual lleno de modelos y métodos. Zarandeados desafía cuantas cosas usted ha considerado hasta ahora como éxitos y lo exhorta a comprender que no está solo en las situaciones por las que pasa como líder. Cordeiro, Chan y Osborne le ofrecen una sabiduría a largo plazo que lo puede preparar mejor para una vida de ministerio sometida a Dios.
IdiomaEspañol
EditorialZondervan
Fecha de lanzamiento22 jul 2014
ISBN9780829763430
Zarandeados: Cómo crecer a través de las pruebas, los desafíos y las desilusiones.
Autor

Wayne Cordeiro

Wayne Cordeiro is the founding pastor of New Hope Christian Fellowship in Honolulu, Hawaii, which has a weekend attendance of more than 14,500. Wayne is a church planter at heart, having planted more than 108 churches in the Pacific Rim countries of the Philippines, Japan, Australia, and Myanmar. He has also planted churches in Hawaii, California, Montana, Washington, and Nevada. He is the author of eleven books, and he and his wife, Anna, have three married children and four grandchildren. They split their time between Hawaii and Eugene, Oregon, where they have a family farm.

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    Zarandeados - Wayne Cordeiro

    Introducción

    La duodécima repetición

    Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos.

    —Lucas 22.31–32

    Hace algunos años contraté a un entrenador de gimnasia para que me ayudara con el levantamiento de pesas. (Ya no me molesto en tener un entrenador; ahora solamente dejo que mi peso se entrene solo.) Cuando hacía levantamientos con mi entrenador, le añadía varias pesas a la barra y me ponía en posición en el banco de levantamiento. Empujar hacia arriba aquel peso durante las diez primeras repeticiones era todo un trabajo, pero lo podía soportar. Entonces era cuando las repeticiones se volvían más lentas y los brazos me comenzaban a vibrar.

    En la undécima repetición, ya estaba convencido de que no podía más. Me parecía como si la barra se me hubiera pegado al pecho. Entonces gritaba pidiendo socorro: «¡Ya no puedo más! ¡Ayúdame!».

    Como si fuera una alegre colegiala, mi entrenador sonreía y me decía: «¡Sigue empujando! Ahora es cuando estás haciendo músculos. ¡Ahora es cuando empiezas!».

    En mi mente, yo estaba pensando: ¿y qué crees que he estado haciendo durante las diez repeticiones anteriores? Pero mi entrenador seguía con su estribillo: «¡Ahora es cuando estás haciendo músculos! ¡Ahora es cuando empiezas!». Él debe haber comprendido la urgencia que yo sentía, porque se inclinaba y me daba con dos dedos solamente la ayuda imprescindible para que pudiera levantar la barra, pero no lo suficiente para permitir que descansara, o que me diera por vencido.

    Cuando me sentía totalmente agotado, él me urgía para que «hiciera un esfuerzo extra» y repitiera el ejercicio por última vez, porque según sus propias palabras, esa sería «la repetición más importante de todas».

    A la mañana siguiente, aunque no podía ni levantar los brazos para darme champú en el cabello, repetía aquella escena en la mente. Estoy seguro de que todas las repeticiones eran importantes, pero sabía que mi entrenador tenía razón: el verdadero desarrollo de mis músculos no comenzaba sino cuando ya estaba agotado. En aquella duodécima repetición era cuando el tejido muscular viejo se rompía, y una nueva masa muscular, que yo esperaba que fuera mayor, ocupaba su lugar.

    El zarandeo es esa duodécima repetición. El proceso de zarandeo, que nos lleva a ese momento en que nuestras fuerzas se han agotado, es la forma en que Dios edifica nuestra fe. Es un proceso que forja un carácter nuevo, rompiendo con los puntos de vista viejos y poniendo verdades frescas en su lugar. Los hábitos del pasado son desechados y las tendencias equivocadas son abandonadas.

    Esa es la repetición que nos sentimos más tentados a pasar por alto. Y sin embargo, es la más importante de todas las repeticiones.

    EL ZARANDEO Y LA DUODÉCIMA REPETICIÓN

    Cada vez que estoy pasando por una temporada difícil en la vida o el ministerio, siento el deseo de que el proceso de zarandeo sea optativo. En Lucas 22, Jesús les dice a sus discípulos que Satanás ha pedido zarandearlos, como se zarandea el trigo en el piso de la era para separar lo bueno de lo malo. Entonces Jesús anima a sus discípulos diciéndoles que él ha orado por ellos, para que su fe no falle.

    Estas palabras no me parecen muy tranquilizadoras. Lo que yo querría es que Jesús hubiera orado para que se le hubiera impedido actuar a Satanás, o incluso para que Dios enviara ángeles a ayudarme. ¿Pero que mi fe no falle? Esto no parece muy tranquilizador. Jesús, al orar de esta manera, parece sugerir que hay una posibilidad muy fuerte de que mi fe falle de verdad. ¡A tragar saliva!

    Me imagino a mí mismo colgado del borde de un acantilado, gritando para pedir auxilio, mientras mi amigo está arrodillado junto a una mesa de picnic y me dice que está orando para que mi fe no falle. ¡Eso no es lo que hace un amigo!

    Pero aquí viene la buena noticia, y hablaremos más de esto en las próximas páginas: si la oración de Jesús se convierte en realidad —y yo estoy seguro de que así será—, y si mi fe se mantiene dentro de su rumbo, entonces tendré un nuevo calibre de confianza en Dios que me autorizará para fortalecer a otros.

    «Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos». Cuando termina la temporada del zarandeo —y nos hemos ido abriendo paso de la manera debida a través de las dificultades—, terminamos teniendo un nuevo nivel de fe; una calidad que no se encuentra a nuestro alcance por ningún otro medio. El zarandeo produce claridad en cuanto a quiénes somos y qué hacemos, dándole definición a la obra del ministerio que produce unos resultados y una fertilidad a largo plazo.

    En ese caso, la verdadera cuestión no es si nos vamos a enfrentar al fracaso. Es lo bien que nos vamos a enfrentar a él. Nuestra manera de reaccionar ante los retos y las pruebas que se presenten en nuestra vida y nuestro ministerio hacen todo un mundo de diferencia.

    ¿Qué haces tú cuando las cosas no van como las tenías planificadas?

    Tal vez has fundado una iglesia, o estás dedicado al liderazgo pastoral, o acabas de entrar en una nueva temporada en tu ministerio y las cosas no marchan como tú esperabas. Es fácil verse atrapado en un ciclo interminable de cambios en los programas, y buscando siempre la próxima herramienta que promete resolver todos los problemas. Al final, nos podemos quedar llenos de frustración, desaliento, soledad e incluso ira. Tal vez tu matrimonio ha perdido el equilibrio, o tus finanzas te tienen acorralado. Te encuentras anhelando y orando continuamente para que se produzca algún progreso. Tienes una gran necesidad de llegar a ese próximo paso, cualquiera que sea el aspecto que este tenga paso en tu mente, pero por mucho que te esfuerces, ese próximo paso no parece llegar nunca.

    Agárrate con fuerza.

    Tal vez estés en una temporada de zarandeo, y si reaccionas de la manera correcta, esa temporada puede tener tanta importancia como el tiempo de la cosecha. El zarandeo le da musculatura a nuestra fe, al darnos el calibre de fortaleza que necesitaremos para lo que nos está esperando al doblar de la esquina. Las Escrituras nos dicen que los desafíos a los que nos enfrentamos durante la vida se producen por una razón, y el proceso del zarandeo nos refina, revelando nuestras debilidades, poniendo al descubierto lo mucho que dependemos de nosotros mismos e invitándonos a tener una fe mayor en Dios y una dependencia mayor de sus promesas. Nuestra oración durante una temporada así no debe consistir en pedir que no seamos zarandeados, sino en que atravesemos bien el proceso y, después de haber sobrevivido, nuestra fe sea ratificada.

    Vamos a llevar esto al nivel personal. Cuando comienza el zarandeo, todos nos preguntamos: ¿podré sobrevivir a algo como esto? Y si sobrevivo, ¿saldré al otro lado fortalecido, o fracasaré? Esa es la gran pregunta. ¿Tendré las habilidades, la paciencia y la profundidad espiritual necesarias para sobrevivir al proceso de zarandeo?

    La persona que ha sido zarandeada es alguien que por la gracia de Dios es capaz de reflexionar sobre su experiencia y surgir de una temporada de prueba con un concepto mejor de lo que más importa. Es la persona que ha sido sometida a prueba, y ha demostrado ser capaz y madura.

    EL PUNTO DE PARTIDA DE LOS GRANDES LÍDERES

    Si estás en estos mismos momentos pasando por una temporada difícil en tu ministerio, estás en buena compañía.

    En las páginas que siguen, te vamos a proporcionar un mapa de carreteras para irte moviendo con éxito. Algunas de esas pruebas ya nosotros las hemos experimentado. Otras, aún nos estamos enfrentando a ellas. Quiero que sepas que tienes guía para este viaje, y puesto que somos compañeros de viaje, caminaremos juntos. Consuélate al saber que todo líder que ha triunfado, encuentra pruebas. Por ejemplo, piensa en estas situaciones:

    A_1.jpg El entrenamiento de David se produjo en cuevas del desierto, escondiéndose de sus enemigos, y no en los pasillos de mármol de un palacio.

    A_1.jpg El entrenamiento de José tuvo lugar en las prisiones de Egipto.

    A_1.jpg Moisés aprendió —y se volvió humilde— mientras trabajaba como pastor en las arenas del Sinaí.

    A_1.jpg A Jacob se le asignó el Profesor Labán como instructor por más de catorce años.

    Cada uno de estos líderes, cuando se enfrentó a un reto difícil, tuvo la oportunidad de vengarse, negarse, echarse atrás o huir. Pero no hicieron ninguna de esas cosas. Lo que hicieron fue decidirse a seguir haciendo esfuerzos hasta llegar a la duodécima repetición para crear la verdadera musculatura de la fe en el proceso.

    ¿El resultado?

    A_1.jpg David se convirtió en el mayor de los reyes que tuvo Israel en todos los tiempos.

    A_1.jpg José se convirtió en el segundo hombre en autoridad para todo Egipto, y él solo salvó a Israel de morir de hambre.

    A_1.jpg Moisés sacó a dos millones de personas de la esclavitud.

    A_1.jpg Jacob se convirtió en el padre de las doce tribus y ayudó a poner los cimientos para la gloriosa venida del Mesías.

    Dios sabía lo que estaba haciendo.

    En los capítulos que siguen, veremos tres aspectos principales de las dificultades por las que debemos atravesar en el ministerio: el trabajo del corazón, el trabajo en el hogar y el trabajo duro. Imagínate cada uno de estos aspectos como un océano en medio de una tormenta. Cada uno de ellos tiene poder suficiente para hacernos naufragar, pero si nosotros piloteamos bien en ese océano, llegaremos a nuestro puerto de destino. Aunque las contracorrientes sean profundas y traten de desviarnos de nuestro rumbo, el final del viaje bien habrá valido el esfuerzo, si navegamos bien.

    —Wayne Cordeiro con Francis Chan y Larry Osborne

    PRIMERA PARTE

    EL TRABAJO EN EL CORAZÓN

    Corazón: sustantivo

    El centro de toda la personalidad, incluyendo la voluntad, la mente y las emociones.

    Espíritu, valentía o entusiasmo. La zona más interior de una persona.

    Michael Plant era un pionero, un aventurero que se internaba solo en el océano. Los franceses lo llamaban «el Súpercañón» de los mares por la pasión que tenía de navegar en medio de los vientos más bravíos. Las contracorrientes del mar abierto lo llenaban de energía. Tal vez esto explique por qué a uno de los barcos con los que hizo su circunnavegación le puso el nombre de Duracell. Pero su tercer recorrido alrededor del mundo fue diferente. Diseñó y construyó un barco de carreras que le costó seiscientos cincuenta mil dólares. Era un velero con el casco hecho de espuma de goma protegida por fibra de vidrio de peso ligero, y era increíblemente rápido. A su nuevo barco, que le auguraba el éxito, le puso por nombre el Coyote. Estaba equipado con lo último en tecnología y diseñado para atravesar las contracorrientes del océano como un cuchillo de sushi.

    El 16 de octubre de 1992, Plant salió de Nueva York y se lanzó a través del Atlántico con gran fanfarria, rumbo a Francia. En aquella carrera, si tenía éxito, atravesaría más de veinticuatro mil millas náuticas, lo cual le tomaría cerca de cuatro meses. Sin embargo, no había avanzado mucho en su viaje cuando comenzó a tener problemas. Nadie supo de él durante varios días. Entonces, el 21 de octubre, un carguero ruso que pasaba cerca recogió una transmisión suya.

    «No tengo energía eléctrica», le dijo Plant al capitán del carguero, «pero estoy trabajando para resolver el problema». Terminó la transmisión con su única petición: «Díganle a Helen que no se preocupe». Helen Davis, de cuarenta y tres años, era la prometida de Plant. Esta breve transmisión fue la última comunicación directa que se tuvo con Plant. Ya en aquellos momentos había recorrido casi la tercera parte de su ruta por el Atlántico, y estaba a unas mil trescientas millas náuticas del lugar donde por fin fue hallado el Coyote.

    Después de treinta y dos días, un domingo por la mañana, un petrolero griego avistó al fin el Coyote. Iba volcado y a la deriva a unas cuatrocientas cincuenta millas náuticas al norte de las islas Azores, y no había señal alguna del solitario pionero. El mástil, todavía con su vela desplegada, estaba hundido hasta una profundidad de cerca de cien metros en aquellas aguas heladas. El casco estaba intacto. La quilla estaba vertical y ponía al descubierto el fatal problema: el contrapeso de tres mil ochocientos kilos de plomo que le daba estabilidad al barco había sido cortado. Hasta el día de hoy, nadie sabe si se trató de una travesura de alguna ballena, o de desechos marinos, o simplemente una construcción defectuosa que dañó el barco, pero sin el peso del balastro, aquel pequeño barco no podía hacer nada para atravesar las contracorrientes y los fuertes vientos de la alta mar. El peso del balastro en la parte inferior del barco era el que le daba estabilidad y equilibrio en aquellos mares borrascosos, y sin él, el peso de la parte superior del barco lo desequilibraría y lo haría fácil presa de la furia del océano.

    Por decirlo de una manera simple, sin quilla y sin balastro, el barco estaba perdido.

    Ciertamente, yo no soy experto en barcos de carreras. No conozco gran cosa acerca de pinturas marinas, velas y mástiles. Pero hay un dato de máxima importancia que sí sé: para que un velero navegue en mar abierta, debe pesar más debajo de la línea de flotación, que encima de ella.

    Cuando Dios comienza una temporada de zarandeo en nuestra vida, lo primero que pone a prueba es el balastro que hay en ella, que es nuestro corazón. Ese es el peso que llevamos por debajo de la línea de flotación. No se puede ver, pero cuanta purificación reciba nuestro corazón va a afectar a todo lo demás que hagamos. El corazón no tiene que ver con capacidades, dones o incluso con un llamado. Es algo más profundo aún. Es el epicentro; el núcleo de todo.

    A_1.jpg Es donde le respondemos a Dios.

    A_1.jpg Es donde procesamos lo que nos sucede y deliberamos en cuanto a lo que decidimos.

    A_1.jpg Es el depósito desde el cual toma forma nuestro futuro.

    A_1.jpg Es aquello no negociable que necesitamos tener intacto cuando nos lanzamos a mar abierto.

    La mejor de todas las cosas que podemos hacer durante una temporada de zarandeo es entregarnos al proceso y dejar que la obra de Dios siga su curso. Oramos para que este libro te ayude a reconocer y comprender los caminos de Dios, de manera que cuando te encuentres con las contracorrientes de un océano borrascoso, tengas más peso debajo de la línea de flotación, que encima de ella, y tu fe no falte.

    En los cuatro primeros capítulos de este libro, examinaremos lo que sucede cuando el corazón de un líder es sometido a un zarandeo.

    1

    Donde comienza el zarandeo

    ¿Puedes recordar dónde estabas cuando sentiste por primera vez que Dios te llamaba a guiar a una iglesia, servir en el ministerio pastoral, fundar una obra o ser un miembro estratégico dentro del equipo fundador de una congregación?

    Es probable que aquel llamado fuera muy real, vital y poderoso. Dios te estaba invitando a soñar grandes sueños para él y sentiste que te estaba levantando para que hicieras una gran obra para la honra de su nombre. Me imagino que estarías impaciente por comenzar esa gran aventura orientada hacia el reino.

    Tal vez tu sueño se pareciera a algo como lo siguiente:

    A_1.jpg La iglesia que te imaginaste que dirigirías sería altamente eficaz. Tenías la visión de que Dios la usaría de una manera grandiosa, de manera que ayudara a ganar un gran número de personas para Cristo. Habría vidas transformadas. Matrimonios sanados. Familias restauradas. Sería una iglesia que obtendría grandes logros para el reino de Cristo.

    A_1.jpg Tenías grandes esperanzas en cuanto a la ilimitada amplitud de la influencia de tu iglesia. Siguiendo el ejemplo de las Escrituras, tu iglesia sería testigo en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra (Hechos 1.8), lo cual significaría que comenzaría de manera local en tu comunidad, después desplegaría su influencia a tu ciudad, y más tarde, ¿quién sabe lo grande que se volvería?

    A_1.jpg Tal vez te imaginabas que tu iglesia evolucionaría para ser distinta a otras iglesias. Tenías la intención de «hacer las cosas en la iglesia» de una manera diferente, a fin de alcanzar a una nueva generación. Irías al encuentro de la gente, exactamente donde estuviera. En tu iglesia no habría ningún código anticuado sobre la manera de vestir. No habría cargas procedentes de tradiciones del pasado. El café estaría recién hecho. La música sería estupenda. La gente acudiría a tu iglesia, porque sentiría un mover fresco del Espíritu de Dios, y ese atractivo sería irresistible. Sentías que Dios se movería en el núcleo mismo de toda esa obra. La nueva iglesia iría adquiriendo fuerza, y no habría manera de detener ese impulso.

    A_1.jpg Tal vez soñaras en celebrar varios cultos, o comenzar diferentes locales de la iglesia en sitios esparcidos por toda la ciudad, enlazados entre sí por medio de vídeos. Estas iglesias florecerían todas hasta el punto en que ellas a su vez comenzarían sus propias iglesias. Tal vez tu sueño era llegar a crecer hasta el tamaño en que necesitarías comenzar tu propia red de fundación de iglesias. ¡Miles de vidas serían transformadas!

    A_1.jpg La idea de ayudar a crear una iglesia que alcanzara al mundo te atraía. Anhelabas entrar a una comunidad para ser allí sal y luz en el nombre de Cristo. Esperabas con ansias compartir el evangelio y ser una fuerza a favor de la justicia y la acción social de maneras creativas y eficaces. Tu visión era verdaderamente misionera: presentar a Jesús a las personas, e invitarlas a acercarse a él.

    Cualesquiera que fueran las particularidades específicas que tuvieras en tu sueño ministerial, sin duda este sería noble, alimentado por buenas intenciones y confirmado por Cristo y por otros seguidores de Cristo en varios lugares estratégicos de tu camino. Te emocionaba trabajar con la gente de tu equipo. Eran tus amigos y colegas, y un grupo lleno de energía formado por visionarios con ideas afines. Todas las personas estaban entregadas al llamado, y estabas seguro de que todos ellos seguirían siendo amigos tuyos para siempre.

    Tu denominación también se sentía entusiasmada. Tu cónyuge estaba de acuerdo con tu llamado. Hasta tus hijos (si los tenías) contemplaban la visión. Todos compartían la misma meta: fundar una iglesia; una iglesia altamente eficaz. ¡Iba a ser una poderosa obra para la gloria de Dios! Con el sueño en la mano, comenzaste tu ministerio.

    ¡Tenías lleno el corazón!

    Han pasado unos cuantos años. ¿Cómo se encuentra hoy ese sueño? Si lo fueras a valorar con sinceridad, ¿dirías que la obra del liderazgo de la iglesia se parece en algo a la visión que tú tenías?

    EL TRABAJO MÁS SOLITARIO QUE JAMÁS HARÁS

    Todo lo que teníamos cuando fundamos nuestra primera iglesia, era mucho corazón.

    No teníamos sillas, mucho menos un sistema de sonido. Pedíamos prestadas las cafeteras y nos sentábamos en las mesas de la cafetería. Usábamos los atriles de música que tomábamos del cuarto de la banda, y todo el mundo tenía gran cantidad de tiempo para fijar la mirada en el nombre de la escuela que estaba pintado en lo que usábamos de púlpito. No teníamos mucho, ¡pero teníamos corazón!

    Nos emocionaba el que alguien llegara siquiera a nuestros cultos. Nuestro comité de bienvenida formaba un guante humano en la puerta del frente para darles un abrazo a los asistentes. Cuando un recién llegado se sentaba, ya lo habían abrazado por lo menos doce veces. Más tarde, cuando la gente nos describía, decía: «Ya sabes cómo es esa gente de la Iglesia New Hope. Abrazan a todo lo que encuentran a tres metros de distancia».

    No solo poníamos el corazón en todo lo que hacíamos, sino que todo lo que recibíamos, lo invertíamos de vuelta en el ministerio. Recuerdo la primera ofrenda que tomamos. Reunimos quinientos cincuenta dólares. ¡Estábamos encantados! Yo fui a una tienda de muebles de oficina y compré sillas, para que no nos tuviéramos que seguir sentando en las mesas de la cafetería. A la semana siguiente, lo primero que hizo mi administrador fue acercarse al micrófono para decir: «Recibimos una maravillosa ofrenda de quinientos cincuenta dólares la semana pasada. ¿Y saben dónde está? ¡Ustedes están sentados en ella!».

    Yo les recordaba con frecuencia a nuestros voluntarios que una mente puede alcanzar a otra mente, pero solo un corazón puede alcanzar a otro corazón. Hacía que lo recordaran, diciéndoles: «No limpien las mesas con una toalla de secar la vajilla. Limpien las mesas con su corazón». O a los que recibían a los asistentes, les decía: «No distribuyan los boletines con las manos. Distribúyanlos con el corazón». Pasaron varios meses, y pronto tuvimos dinero suficiente para comprar nuestras propias cafeteras, e incluso nuestro propio sistema de sonido. Compramos nuestros propios atriles, e incluso nos quedó suficiente dinero para poner en todos ellos el nombre de nuestra iglesia. ¡Estábamos en el cielo!

    Un día, después de habernos estado reuniendo por un tiempo, una sabia dama de la iglesia me llamó aparte para decirme: «Pastor, veo que ahora tenemos nuestras propias sillas y nuestras propias mesas. Tenemos actividades y clases. Sin embargo, ¿dónde está el corazón que solíamos tener? No lo siento como lo solía sentir antes». Mientras ella hablaba, yo comprendí que estaba en lo cierto. Habíamos seguido con nuestras actividades, pero con el tiempo, el amor del corazón que poníamos en todo lo que hacíamos había ido disminuyendo. Ahora estábamos muy ocupados, y en algún punto del camino, aunque aún seguíamos dedicados a nuestra misión, la pasión y el entusiasmo se habían comenzado a desvanecer.

    Habíamos perdido nuestro corazón.

    Esto sucede con mayor frecuencia de la que nos damos cuenta, esta pérdida de corazón. ¿Has visto alguna vez ese programa de televisión que se llama Dirty Jobs [Trabajos sucios]? Mike Rowe, el anfitrión, explora los trabajos más sucios, difíciles y muchas veces extraños que encuentra. Cada episodio presenta a Mike trabajando un día típico en un trabajo sucio distinto. En los últimos programas, Rowe ha trabajado en todo lo siguiente:

    A_1.jpg Minero en una mina de carbón.

    A_1.jpg Acarreador de materiales con mulas.

    A_1.jpg Instalador de pararrayos.

    A_1.jpg Preparador de estiércol para criar gusanos.

    A_1.jpg Limpiador de accidentes en los caminos.

    A_1.jpg Inspector de aguas negras.

    A_1.jpg Techero encargado de echar la brea caliente.

    Siempre me he preguntado cuándo Mike Rowe irá a trabajar como ministro. El liderazgo de una iglesia es uno

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