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Creer: Viviendo La historia de la Biblia para se como Jesús
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Libro electrónico724 páginas11 horas

Creer: Viviendo La historia de la Biblia para se como Jesús

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Creer, al igual que La Historia, es una experiencia de crecimiento espiritual para toda la iglesia y para todas las edades. Acompaña a cada persona en un peregrinar en el cual les enseña a pensar y actuar como Jesús y asemejarse a Él. El formato es flexible, y consiste en una introducción y tres módulos de diez semanas cada uno, en los cuales se revelan las creencias, prácticas y virtudes básicas de un seguidor de Cristo.Los planes de estudio que acompañan a esta obra y que están ajustados para diferentes edades, así como la abundante variedad de herramientas impresas y digitales, hacen de éste un poderoso programa para toda la iglesia.Al igual que La Historia, esta experiencia asequible, adaptable y de fácil manejo comienza con la Biblia. Cada uno de los capítulos se centra en una de las diez creencias básicas, una de la diez prácticas básicas y una de las diez virtudes esenciales que han unificado a los creyentes del mundo entero durante cerca de dos mil años.
IdiomaEspañol
EditorialZondervan
Fecha de lanzamiento23 dic 2014
ISBN9780829766325
Creer: Viviendo La historia de la Biblia para se como Jesús
Autor

Randy Frazee

Randy Frazee is a pastor at Westside Family Church in Kansas City. A frontrunner and innovator in spiritual formation and biblical community, Randy is the architect of The Story and Believe church engagement campaign. He is also the author of The Heart of the Story; Think, Act, Be Like Jesus; What Happens After You Die; His Mighty Strength; The Connecting Church 2.0; and The Christian Life Profile Assessment. He has been married to his high school sweetheart, Rozanne, for more than forty years. They have four children and two grandchildren, with more on the way! To learn more about his work and ministry go to randyfrazee.com.

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    Creer - Randy Frazee

    Prefacio

    Un distinguido sociólogo se embarcó en una búsqueda para responder a esta pregunta: «¿Cómo se convirtió el marginal movimiento Jesús en la fuerza religiosa dominante en el mundo occidental tan sólo en unos pocos siglos?». Según sus cálculos, el número de cristianos aumentó hasta los 33.882.008 creyentes para el año 350 d. C. ¡Un movimiento que comenzó con Jesús y un puñado de sus seguidores creció a un ritmo sorprendente! Este profesor no era personalmente seguidor de Jesús, pero quedó fascinado por la influencia de la vida de Jesús en el mundo entero.

    Lo que descubrió en sus aventuras en la historia fue un grupo de personas muy comunes y arbitrarias que terminaron haciendo cosas poco comunes y extraordinarias. Aquellas personas valoraban a otros a quienes los demás menospreciaban. Cuando dos devastadoras epidemias de varicela y sarampión barrieron de una cuarta a una tercera parte de la población del imperio romano, aquellos seguidores de Cristo no sólo cuidaron de los suyos sino que también se ocuparon de aquellos cuyas familias los dejaron en las calles para que muriesen. Personas acudían en masa a esta nueva comunidad fundada sobre una extraña expresión de amor. Cualquiera que decía «sí» a la invitación de vida de Jesús era invitado a pertenecer.

    Al final de la extensa búsqueda de este científico social que no era creyente, escribió estas palabras: «Por lo tanto, al concluir este estudio, me resulta necesario confrontar lo que me parece ser el factor supremo en el aumento del cristianismo… creo que fueron las doctrinas particulares de la religión las que permitieron que el cristianismo estuviera entre los movimientos de revitalización más generalizados y exitosos de la historia. Y fue el modo en que esas doctrinas adoptaron carne práctica, el modo en que dirigieron acciones organizacionales y conductas individuales, lo que condujo al aumento del cristianismo».

    En pocas palabras, los primeros cristianos CREÍAN.

    Ellos simplemente, por fe, creían con todo su corazón las poderosas verdades enseñadas en la Escritura. Eso les cambió desde dentro hacia fuera. Sus acciones amorosas y valientes hacia su familia, sus vecinos e incluso personas extrañas eran meramente muestras de lo que estaba fluyendo desde el interior.

    ¿Cuáles son las verdades centrales que estos seguidores creían y que cambiaron de modo tan radical sus vidas para bien? Esas verdades constituyen el contenido del libro que ahora tienes en tus manos: Creer.

    Los diez primeros capítulos de Creer detallan las Creencias centrales de la vida cristiana. En conjunto, responden a la pregunta: «¿Qué creo?».

    Los diez segundos capítulos hablan de las Prácticas centrales de la vida cristiana. En conjunto responden a la pregunta: «¿Qué debería hacer?».

    Los diez capítulos finales contienen las Virtudes centrales de la vida cristiana. En conjunto responden a la pregunta: «¿Quién estoy llegando a ser?».

    Creer incluye las palabras inspiradas por Dios de la Biblia, no las palabras de una persona o de una denominación sobre estos temas tan importantes y transformadores. Creer contiene pasajes de la Escritura que fueron cuidadosamente y detalladamente extraídos desde Génesis hasta Apocalipsis porque hablan directamente a la creencia, práctica o virtud destacada en cada capítulo. A medida que leas, serás permeado en lo que las Escrituras dicen sobre cada una de estas ideas clave. Las transiciones entre el texto de la Escritura, que aparece en cursiva, fueron escritas para darte una introducción, explicación y/o contexto del pasaje que estás a punto de leer. La lista al final de este libro te hará saber qué pasajes de la Escritura fueron incluidos.

    El texto de la Escritura utilizado en Creer está tomado de la Nueva Versión Internacional (NVI). El material útil situado al final de Creer incluye un epílogo que te da una idea de impacto global que esta historia ha tenido en el mundo, y una guía de discusión con preguntas para la reflexión individual o en grupo.

    También, Creer es una campaña completa de interacción y compromiso con la Biblia con recursos para que una iglesia entera, una escuela o grupo de cualquier tipo, la experimenten juntos. Si has experimentado La historia y te preguntas qué viene a continuación y cómo profundizar más, entonces Creer es el siguiente paso para ti. Si no has experimentado La historia y estás buscando una herramienta que les ayude a ti y a tu iglesia, tu organización o grupo pequeño a entender la Biblia como una narrativa general, entonces La historia será también un recurso útil para que explores tu fe. Para saber más sobre Creer y La historia, visita www.lahistoria.com y www.believethestory.com.

    Cuando pases la página y leas la primera creencia central sobre Dios mismo, recuerda que Creer es una palabra de acción. Dios está cuidando de ti personalmente al embarcarte en este viaje. Él no quiere que tan sólo creas estas verdades en tu cabeza; quiere que creas con todo tu corazón su Palabra como el sistema operativo para tu vida. Quiere transformar tu vida y tu familia para bien y para siempre. Quiere que te sumes al movimiento. Quiere poner el «extra» en tu «ordinario» de modo que puedas vivir una vida «extraordinaria» en Cristo. Lo que Él hizo tan radicalmente en el principio, lo está haciendo de nuevo en la actualidad si tú solamente CREES.

    Aquí está mi oración por ti:

    «Padre, tú conoces plenamente al lector que tiene este libro en sus manos. Lo conoces por su nombre. Le amas profundamente; siempre lo has hecho, y siempre lo harás. A medida que realiza este increíble viaje, dale la fe para creer tus verdades con todo su corazón. Trabaja en su interior. Que esa buena obra se muestre por su boca, oídos, manos y pies para influenciar positivamente a las personas que tú has puesto a su alrededor. Que cuando termine de leer la última página, pueda susurrarte a ti y después gritar al mundo: ¡CREO!».

    Randy Frazee

    Editor general

    1. Rodney Stark, The Rise of Christianity: A Sociologist Reconsiders History (New Jersey: Princeton University Press, 1996), p. 10.

    2. Ibíd., p. 211.

    PENSAR

    ¿Qué creo?

    Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

    —Mateo 6.21

    Lo que creamos en nuestro corazón definirá en qué nos convertiremos. Dios quiere que llegues a ser como Jesús. Para eso te creó. Esa es la manera de vivir más veraz y poderosa. El viaje para llegar a ser como Jesús comienza con pensar como Jesús.

    Los siguientes diez capítulos te presentarán y expondrán las creencias clave de la vida cristiana. Jesús no solo enseñó estas creencias, sino que también las ejemplificó cuando caminó por esta tierra. Debido a que vivimos a partir del corazón, adoptar estas verdades clave tanto en nuestra mente como en nuestro corazón es el primer paso para llegar a ser verdaderamente semejantes a Jesús.

    Cada uno de los siguientes capítulos contiene versículos de las Escrituras desde Génesis hasta Apocalipsis enfocados en una creencia particular. Estás a punto de descubrir lo que Dios quiere que sepas y creas acerca de estos importantes temas. Aventúrate en cada página con la pasión de aprender y entender. Después pregunta en oración: «¿Qué es lo que yo creo?».

    Adoptar plenamente estas fantásticas verdades en tu corazón quizá no sea algo que se produzca al final de la lectura del capítulo. Si eres sincero, tal vez te lleve más tiempo, pero no te preocupes. La vida cristiana es un viaje. No hay atajos. A medida que cada uno de los conceptos clave se afiance en tu corazón, con la increíble ayuda de la presencia de Dios en tu vida, cambiarás para bien.

    Cuando comienzas a pensar como Jesús, estás en buen camino para llegar a ser como él.

    CAPÍTULO

    1

    Dios

    IDEA CLAVE

    Creo que el Dios de la Biblia es el único Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    VERSÍCULO CLAVE

    Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes.

    —2 Corintios 13.14

    Todo comienza con Dios. La Biblia nunca trata de defender la existencia de Dios. Se asume. Dios se ha revelado a sí mismo de forma tan poderosa mediante su creación, tanto a nivel macro como micro, que finalmente nadie tendrá excusa para no depositar su confianza en él.

    DIOS SE REVELA A SÍ MISMO

    Dios, en el principio,

    creó los cielos y la tierra.

    GÉNESIS 1.1

    Los cielos cuentan la gloria de Dios,

    el firmamento proclama la obra de sus manos.

    Un día comparte al otro la noticia,

    una noche a la otra se lo hace saber.

    Sin palabras, sin lenguaje,

    sin una voz perceptible,

    por toda la tierra resuena su eco,

    ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo!

    SALMOS 19.1–4

    Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa.

    ROMANOS 1.20

    ÉL ÚNICO DIOS VERDADERO

    Desde el principio hasta el fin, la Biblia revela que hay solamente un Dios verdadero. Sin embargo, ¿quién es él? El libro de Deuteronomio da una mirada hacia atrás luego de que Moisés hubiera sacado a los israelitas de la esclavitud en Egipto. Durante ese tiempo, Dios se había revelado como el único Dios verdadero y todopoderoso al faraón mediante las diez plagas. Ahora había crecido una nueva generación en el desierto y estaba lista para heredar la tierra que Dios le había prometido a Abraham. Moisés le ofreció a la segunda generación una serie de discursos de despedida para recordarles que escogieran, adoraran y siguieran al único Dios verdadero: el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Si lo hacían, todo les iría bien.

    «Éstos son los mandamientos, preceptos y normas que el SEÑOR tu Dios mandó que yo te enseñara, para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión, para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos honren al SEÑOR tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida. Escucha, Israel, y esfuérzate en obedecer. Así te irá bien y serás un pueblo muy numeroso en la tierra donde abundan la leche y la miel, tal como te lo prometió el SEÑOR, el Dios de tus antepasados.

    »Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR. Ama al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.»

    DEUTERONOMIO 6.1–9

    Tras la muerte de Moisés, Josué se convirtió en el siguiente gran líder de los israelitas. Se le encomendó guiar al pueblo hasta la tierra prometida. Dios estaba con ellos y luchó a su favor cuando comenzaron a conquistar la tierra. Bajo el liderazgo de Josué, los israelitas se mantuvieron firmes en su búsqueda de Dios. Antes de que Josué muriera, reunió a todo el pueblo y le encomendó el firme desafío de escoger por ellos mismos servir al Señor, el único Dios verdadero.

    Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquén. Allí convocó a todos los jefes, líderes, jueces y oficiales del pueblo. Todos se reunieron en presencia de Dios. Josué se dirigió a todo el pueblo, y le exhortó:

    —Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: "Hace mucho tiempo, sus antepasados, Téraj y sus hijos Abraham y Najor, vivían al otro lado del río Éufrates, y adoraban a otros dioses. Pero yo tomé de ese lugar a Abraham, antepasado de ustedes, lo conduje por toda la tierra de Canaán y le di una descendencia numerosa. Primero le di un hijo, Isaac; y a Isaac le di dos hijos, Jacob y Esaú. A Esaú le entregué la serranía de Seír, en tanto que Jacob y sus hijos descendieron a Egipto.

    » Tiempo después, envié a Moisés y Aarón, y herí con plagas a Egipto hasta que los saqué a ustedes de allí. Cuando saqué de ese país a sus antepasados, ustedes llegaron al Mar Rojo y los egipcios los persiguieron con sus carros de guerra y su caballería. Sus antepasados clamaron al SEÑOR, y él interpuso oscuridad entre ellos y los egipcios. El Señor hizo que el mar cayera sobre éstos y los cubriera. Ustedes fueron testigos de lo que les hice a los egipcios. Después de esto, sus antepasados vivieron en el desierto durante mucho tiempo. A ustedes los traje a la tierra de los amorreos, los que vivían al este del río Jordán. Cuando ellos les hicieron la guerra, yo los entregué en sus manos; ustedes fueron testigos de cómo los destruí para que ustedes poseyeran su tierra. Y cuando Balac, hijo de Zipor y rey de Moab, se dispuso a presentarles combate, él envió al profeta Balán hijo de Beor para que los maldijera. Pero yo no quise escuchar a Balán, por lo cual él los bendijo una y otra vez, y así los salvé a ustedes de su poder. Finalmente, cruzaron el río Jordán y llegaron a Jericó, cuyos habitantes pelearon contra ustedes. Lo mismo hicieron los amorreos, ferezeos, cananeos, hititas, gergeseos, heveos y jebuseos. Pero yo los entregué en sus manos. No fueron ustedes quienes, con sus espadas y arcos, derrotaron a los dos reyes amorreos; fui yo quien por causa de ustedes envié tábanos, para que expulsaran de la tierra a sus enemigos. A ustedes les entregué una tierra que no trabajaron y ciudades que no construyeron. Vivieron en ellas y se alimentaron de viñedos y olivares que no plantaron.

    »Por lo tanto, ahora ustedes entréguense al Señor y sírvanle fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates y en Egipto, y sirvan sólo al Señor. Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor.

    El pueblo respondió:

    —¡Eso no pasará jamás! ¡Nosotros no abandonaremos al Señor por servir a otros dioses! El Señor nuestro Dios es quien nos sacó a nosotros y a nuestros antepasados del país de Egipto, aquella tierra de servidumbre. Él fue quien hizo aquellas grandes señales ante nuestros ojos. Nos protegió durante todo nuestro peregrinaje por el desierto y cuando pasamos entre tantas naciones. El Señor expulsó a todas las que vivían en este país, incluso a los amorreos. Por esa razón, nosotros también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.

    Entonces Josué les dijo:

    —Ustedes son incapaces de servir al Señor, porque él es Dios santo y Dios celoso. No les tolerará sus rebeliones y pecados. Si ustedes lo abandonan y sirven a dioses ajenos, él se les echará encima y les traerá desastre; los destruirá completamente, a pesar de haber sido bueno con ustedes.

    Pero el pueblo insistió:

    —¡Eso no pasará jamás! Nosotros sólo serviremos al Señor.

    Y Josué les dijo una vez más:

    —Ustedes son testigos contra ustedes mismos de que han decidido servir al Señor.

    —Sí, sí lo somos —respondió toda la asamblea.

    Josué replicó:

    —Desháganse de los dioses ajenos que todavía conservan. ¡Vuélvanse de todo corazón al Señor, Dios de Israel!

    El pueblo respondió:

    —Sólo al Señor nuestro Dios serviremos, y sólo a él obedeceremos.

    Aquel mismo día Josué renovó el pacto con el pueblo de Israel. Allí mismo, en Siquén, les dio preceptos y normas, y los registró en el libro de la ley de Dios. Luego tomó una enorme piedra y la colocó bajo la encina que está cerca del santuario del Señor. Entonces le dijo a todo el pueblo:

    —Esta piedra servirá de testigo contra ustedes. Ella ha escuchado todas las palabras que el Señor nos ha dicho hoy. Testificará contra ustedes en caso de que ustedes digan falsedades contra su Dios.

    Después de todo esto, Josué envió a todo el pueblo a sus respectivas propiedades.

    Tiempo después murió Josué hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años. Fue sepultado en la parcela que se le había dado como herencia, en el lugar conocido como Timnat Sera, en la región montañosa de Efraín, al norte del monte Gaas. Durante toda la vida de Josué, el pueblo de Israel había servido al Señor. Así sucedió también durante el tiempo en que estuvieron al frente de Israel los jefes que habían compartido el liderazgo con Josué y que sabían todo lo que el Señor había hecho a favor de su pueblo.

    JOSUÉ 24.1–31

    Por desdicha, los israelitas no cumplieron su promesa de seguir al único Dios. Mediante la repetida desobediencia del pueblo, Dios debilitó la influencia de Israel —445 años después de que Josué muriera— dividiendo a la nación en dos reinos: el reino del norte de Israel y el reino del sur de Judá. Israel no tuvo ningún buen rey durante sus más de 200 años de existencia. El rey Acab fue particularmente malvado, introduciendo en Israel la adoración al dios pagano Baal. No obstante, el Señor demostró mediante el profeta Elías que él, no Baal ni ningún otro «dios», es el único Dios verdadero.

    [Acab] fue al encuentro de Elías y, cuando lo vio, le preguntó:

    —¿Eres tú el que le está causando problemas a Israel?

    —No soy yo quien le está causando problemas a Israel —respondió Elías—. Quienes se los causan son tú y tu familia, porque han abandonado los mandamientos del Señor y se han ido tras los baales. Ahora convoca de todas partes al pueblo de Israel, para que se reúna conmigo en el monte Carmelo con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Aserá que se sientan a la mesa de Jezabel.

    Acab convocó en el monte Carmelo a todos los israelitas y a los profetas. Elías se presentó ante el pueblo y dijo:

    —¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es Baal, síganlo a él.

    El pueblo no dijo una sola palabra. Entonces Elías añadió:

    —Yo soy el único que ha quedado de los profetas del Señor; en cambio, Baal cuenta con cuatrocientos cincuenta profetas. Tráigannos dos bueyes. Que escojan ellos uno, y lo descuarticen y pongan los pedazos sobre la leña, pero sin prenderle fuego. Yo prepararé el otro buey y lo pondré sobre la leña, pero tampoco le prenderé fuego. Entonces invocarán ellos el nombre de su dios, y yo invocaré el nombre del Señor. ¡El que responda con fuego, ése es el Dios verdadero!

    Y todo el pueblo estuvo de acuerdo.

    Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal:

    —Ya que ustedes son tantos, escojan uno de los bueyes y prepárenlo primero. Invoquen luego el nombre de su dios, pero no prendan fuego.

    Los profetas de Baal tomaron el buey que les dieron y lo prepararon, e invocaron el nombre de su dios desde la mañana hasta el mediodía.

    —¡Baal, respóndenos! —gritaban, mientras daban brincos alrededor del altar que habían hecho.

    Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió. Al mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos:

    —¡Griten más fuerte! —les decía—. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo!

    Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre. Pasó el mediodía, y siguieron con su espantosa algarabía hasta la hora del sacrificio vespertino. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió ni prestó atención.

    Entonces Elías le dijo a todo el pueblo:

    —¡Acérquense!

    Así lo hicieron. Como el altar del Señor estaba en ruinas, Elías lo reparó. Luego recogió doce piedras, una por cada tribu descendiente de Jacob, a quien el Señor le había puesto por nombre Israel. Con las piedras construyó un altar en honor del Señor, y alrededor cavó una zanja en que cabían quince litros de cereal. Colocó la leña, descuartizó el buey, puso los pedazos sobre la leña y dijo:

    —Llenen de agua cuatro cántaros, y vacíenlos sobre el holocausto y la leña.

    Luego dijo:

    —Vuelvan a hacerlo.

    Y así lo hicieron.

    —¡Háganlo una vez más! —les ordenó.

    Y por tercera vez vaciaron los cántaros. El agua corría alrededor del altar hasta llenar la zanja.

    A la hora del sacrificio vespertino, el profeta Elías dio un paso adelante y oró así: «Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiendo a ti su corazón!»

    En ese momento cayó el fuego del Señor y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. Cuando todo el pueblo vio esto, se postró y exclamó: «¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!»

    Luego Elías les ordenó:

    —¡Agarren a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno!

    Tan pronto como los agarraron, Elías hizo que los bajaran al arroyo Quisón, y allí los ejecutó.

    1 REYES 18.16–40

    DIOS EN TRES PERSONAS: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO

    A lo largo de todo el Antiguo Testamento, la gente recibió una invitación a adorar al único Dios verdadero, sin embargo, ¿qué sabemos acerca de este asombroso Dios, este Dios lleno de milagros y maravillas creativas? Los cristianos creen que Dios es tres personas, una «Trinidad». Aunque la palabra «Trinidad» no se encuentra en la Biblia, en el comienzo mismo de la historia de Dios, la historia de la creación, vemos indicaciones de que Dios es un ser plural. Génesis 1.26 dice: «Entonces Dios dijo: Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros». La historia de la creación nos narra que fuimos creados a imagen de Dios, y Adán y Eva eran dos personas distintas que se unieron como una sola, del mismo modo que Dios es tres personas, pero un único Dios verdadero.

    Ésta es la historia de la creación de los cielos y la tierra.

    Cuando Dios el Señor hizo la tierra y los cielos, aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra, ni había brotado la hierba, porque Dios el Señor todavía no había hecho llover sobre la tierra ni existía el hombre para que la cultivara. No obstante, salía de la tierra un manantial que regaba toda la superficie del suelo. Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente.

    Dios el Señor plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado. Dios el Señor hizo que creciera toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles. En medio del jardín hizo crecer el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y del mal.

    GÉNESIS 2.4–9

    Dios el SEÑOR tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás.»

    Luego Dios el SEÑOR dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.» Entonces Dios el SEÑOR formó de la tierra toda ave del cielo y todo animal del campo, y se los llevó al hombre para ver qué nombre les pondría. El hombre les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce. Así el hombre fue poniéndoles nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre.

    Entonces Dios el SEÑOR hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el SEÑOR hizo una mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó:

    «Ésta sí es hueso de mis huesos

    y carne de mi carne.

    Se llamará mujer

    porque del hombre fue sacada.»

    Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser.

    GÉNESIS 2.15–24

    Entonces, ¿cuál es la identidad de estas Personas individuales de Dios, y cómo constituyen un solo ser? Al acudir a las palabras de apertura del Evangelio de Juan, la respuesta se aclara cada vez más.

    En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla.

    JUAN 1.1–5

    El «Verbo» aquí describe a Jesús, el que nació de la virgen María. Juan hace referencia a él como «Dios», como divino. Juan también afirma que Jesús se hallaba ahí en el principio. Jesús era Dios, y al mismo tiempo estaba con Dios. Jesús, el Verbo divino, participó con Dios para crear todo lo que vemos y todo lo que aún tenemos que ver.

    ¿Quién era la otra persona? La segunda frase de la Biblia nos dice que el Espíritu Santo también estaba presente en la creación: «La tierra no tenía forma y estaba vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el Espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas» (Génesis 1.2). Así que Jesús y el Espíritu estuvieron presentes en la creación del mundo, estas dos Personas son Dios. ¿Es así? ¿Quién más compone la Persona de Dios? Avancemos hasta el bautismo de Jesús a la edad de 30 años para descubrir la respuesta.

    En el año quince del reinado de Tiberio César, Poncio Pilato gobernaba la provincia de Judea, Herodes era tetrarca en Galilea, su hermano Felipe en Iturea y Traconite, y Lisanias en Abilene; el sumo sacerdocio lo ejercían Anás y Caifás. En aquel entonces, la palabra de Dios llegó a Juan hijo de Zacarías, en el desierto. Juan recorría toda la región del Jordán predicando el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados. Así está escrito en el libro del profeta Isaías:

    «Voz de uno que grita en el desierto:

    "Preparen el camino del Señor,

    háganle sendas derechas.

    Todo valle será rellenado,

    toda montaña y colina será allanada.

    Los caminos torcidos se enderezarán,

    las sendas escabrosas quedarán llanas.

    Y todo mortal verá la salvación de Dios."»

    LUCAS 3.1–6

    La gente estaba a la expectativa, y todos se preguntaban si acaso Juan sería el Cristo.

    —Yo los bautizo a ustedes con agua —les respondió Juan a todos—. Pero está por llegar uno más poderoso que yo, a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Tiene el rastrillo en la mano para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; la paja, en cambio, la quemará con fuego que nunca se apagará.

    Y con muchas otras palabras exhortaba Juan a la gente y le anunciaba las buenas nuevas.

    LUCAS 3.15–18

    Un día en que todos acudían a Juan para que los bautizara, Jesús fue bautizado también. Y mientras oraba, se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que decía: «Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo.»

    LUCAS 3.21–23

    Tres Personas distintas se revelan plenamente en las Escrituras para conformar la identidad del único Dios verdadero: el Padre, el Hijo Jesús y el Espíritu. Y los tres estuvieron involucrados en el bautismo de Jesús: el Padre habló, el Hijo fue bautizado y el Espíritu Santo descendió sobre el Hijo. A lo largo de los siglos, los seguidores de Jesús han llegado a denominar al único Dios verdadero la «Trinidad»: tres personas que comparten un ser. Aunque este concepto es muy difícil de entender en su totalidad, no resulta irrelevante para nuestras vidas.

    LA TRINIDAD EN NUESTRA VIDA

    Estas Buenas Nuevas acerca de Dios, su Hijo que vino a la tierra y la obra del Espíritu se extienden a lo largo del mundo conocido por medio de personas como el apóstol Pablo, que experimentó a Dios en el camino a Damasco y, en el espíritu de Josué antes que él, viajó por el mundo predicando el evangelio. El Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, vino a la tierra como Jesucristo para vivir y morir a fin de que nuestros pecados pudieran ser perdonados mediante la fe en él. La gente debe oír estas buenas nuevas y escoger creer por ellos mismos. Durante sus viajes, Pablo fue al gran Areópago en Atenas, Grecia, y pronunció su sermón.

    Mientras Pablo los esperaba [a Silas y Timoteo] en Atenas, le dolió en el alma ver que la ciudad estaba llena de ídolos. Así que discutía en la sinagoga con los judíos y con los griegos que adoraban a Dios, y a diario hablaba en la plaza con los que se encontraban por allí. Algunos filósofos epicúreos y estoicos entablaron conversación con él. Unos decían: «¿Qué querrá decir este charlatán?» Otros comentaban: «Parece que es predicador de dioses extranjeros.» Decían esto porque Pablo les anunciaba las buenas nuevas de Jesús y de la resurrección. Entonces se lo llevaron a una reunión del Areópago.

    —¿Se puede saber qué nueva enseñanza es esta que usted presenta? —le preguntaron—. Porque nos viene usted con ideas que nos suenan extrañas, y queremos saber qué significan.

    Es que todos los atenienses y los extranjeros que vivían allí se pasaban el tiempo sin hacer otra cosa más que escuchar y comentar las últimas novedades.

    Pablo se puso en medio del Areópago y tomó la palabra:

    —¡Ciudadanos atenienses! Observo que ustedes son sumamente religiosos en todo lo que hacen. Al pasar y fijarme en sus lugares sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: A UN DIOS DESCONOCIDO. Pues bien, eso que ustedes adoran como algo desconocido es lo que yo les anuncio.

    »El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si necesitara de algo. Por el contrario, él es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra; y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios. Esto lo hizo Dios para que todos lo busquen y, aunque sea a tientas, lo encuentren. En verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros, puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos. Como algunos de sus propios poetas griegos han dicho: De él somos descendientes.

    »Por tanto, siendo descendientes de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea como el oro, la plata o la piedra: escultura hecha como resultado del ingenio y de la destreza del ser humano. Pues bien, Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan. Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al levantarlo de entre los muertos.

    Cuando oyeron de la resurrección, unos se burlaron; pero otros le dijeron:

    —Queremos que usted nos hable en otra ocasión sobre este tema.

    En ese momento Pablo salió de la reunión. Algunas personas se unieron a Pablo y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, miembro del Areópago, también una mujer llamada Dámaris, y otros más.

    HECHOS 17.16–34

    El viaje de fe comienza con nuestra creencia en Dios. Al igual que los primeros cristianos, nosotros también estamos llamados a hacer nuestra propia declaración personal. ¿Creemos en el único Dios verdadero? ¿Aceptamos la Biblia en cuanto a que Dios existe en tres personas?

    Aunque somos débiles y no podemos entender del todo los misterios de Dios, él obra poderosamente en los que creen y a través de ellos. Cuando recibimos a Dios de todo corazón y le adoramos con todo nuestro ser, experimentamos el fruto interior del Espíritu que transforma nuestra vida desde adentro hacia fuera. Cuando estamos creciendo, experimentando una restauración en nuestras relaciones y haciendo lo correcto, resulta evidente que Dios está en nosotros y con nosotros.

    Probablemente esto fue cierto para muchos de los nuevos cristianos en las iglesias que Pablo ayudó a establecer y fortalecer a través del mundo mediterráneo. Por ejemplo, la iglesia en Corinto era una iglesia con muchos dones, pero batallaba intensamente. Con las palabras siguientes el apóstol concluye su desafío final y su ánimo para ellos en la carta que conocemos como 2 Corintios. Observemos en la última frase que los tres miembros de la Deidad están activos a fin de producir este poderoso resultado en nuestra vida.

    Ésta será la tercera vez que los visito. «Todo asunto se resolverá mediante el testimonio de dos o tres testigos.» Cuando estuve con ustedes por segunda vez les advertí, y ahora que estoy ausente se lo repito: Cuando vuelva a verlos, no seré indulgente con los que antes pecaron ni con ningún otro, ya que están exigiendo una prueba de que Cristo habla por medio de mí. Él no se muestra débil en su trato con ustedes, sino que ejerce su poder entre ustedes. Es cierto que fue crucificado en debilidad, pero ahora vive por el poder de Dios. De igual manera, nosotros participamos de su debilidad, pero por el poder de Dios viviremos con Cristo para ustedes.

    Examínense para ver si están en la fe; pruébense a sí mismos. ¿No se dan cuenta de que Cristo Jesús está en ustedes? ¡A menos que fracasen en la prueba! Espero que reconozcan que nosotros no hemos fracasado. Pedimos a Dios que no hagan nada malo, no para demostrar mi éxito, sino para que hagan lo bueno, aunque parezca que nosotros hemos fracasado. Pues nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad. De hecho, nos alegramos cuando nosotros somos débiles y ustedes fuertes; y oramos a Dios para que los restaure plenamente. Por eso les escribo todo esto en mi ausencia, para que cuando vaya no tenga que ser severo en el uso de mi autoridad, la cual el Señor me ha dado para edificación y no para destrucción.

    En fin, hermanos, alégrense, busquen su restauración, hagan caso de mi exhortación, sean de un mismo sentir, vivan en paz. Y el Dios de amor y de paz estará con ustedes.

    Salúdense unos a otros con un beso santo. Todos los santos les mandan saludos.

    Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes.

    2 CORINTIOS 13.1–14

    CAPÍTULO

    2

    Dios personal

    IDEA CLAVE

    Creo que Dios está involucrado en mi vida cotidiana y se interesa por ella.

    VERSÍCULO CLAVE

    A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra.

    —Salmos 121.1–2

    El Dios de la Biblia es el único Dios verdadero: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él es el eterno Dios todopoderoso y omnisciente. Sin embargo, ¿es bueno? ¿Está involucrado en su creación? ¿Nos ama? ¿Tiene un plan para nosotros? ¿Está intercediendo e interviniendo para hacer que los acontecimientos de nuestra vida y nuestro mundo cumplan su propósito? Pensemos en las siguientes historias y decidamos por nosotros mismos.

    DIOS ES BUENO

    Abraham y Sara, los grandes patriarca y matriarca del pueblo israelita, se llamaban en un principio Abram y Sarai. Dios le había prometido a Abraham que sería el padre de una gran nación, no obstante, ¿cómo puede alguien ser el padre de una nación si no tiene hijos?

    Saray, la esposa de Abram, no le había dado hijos. Pero como tenía una esclava egipcia llamada Agar, Saray le dijo a Abram:

    —El SEÑOR me ha hecho estéril. Por lo tanto, ve y acuéstate con mi esclava Agar. Tal vez por medio de ella podré tener hijos.

    Abram aceptó la propuesta que le hizo Saray. Entonces ella tomó a Agar, la esclava egipcia, y se la entregó a Abram como mujer. Esto ocurrió cuando ya hacía diez años que Abram vivía en Canaán.

    Abram tuvo relaciones con Agar, y ella concibió un hijo. Al darse cuenta Agar de que estaba embarazada, comenzó a mirar con desprecio a su dueña. Entonces Saray le dijo a Abram:

    —¡Tú tienes la culpa de mi afrenta! Yo puse a mi esclava en tus brazos, y ahora que se ve embarazada me mira con desprecio. ¡Que el SEÑOR juzgue entre tú y yo!

    —Tu esclava está en tus manos —contestó Abram—; haz con ella lo que bien te parezca.

    Y de tal manera comenzó Saray a maltratar a Agar, que ésta huyó al desierto. Allí, junto a un manantial que está en el camino a la región de Sur, la encontró el ángel del SEÑOR y le preguntó:

    —Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?

    —Estoy huyendo de mi dueña Saray —respondió ella.

    —Vuelve junto a ella y sométete a su autoridad —le dijo el ángel—. De tal manera multiplicaré tu descendencia, que no se podrá contar.

    »Estás embarazada, y darás a luz un hijo,

    y le pondrás por nombre Ismael,

    porque el SEÑOR ha escuchado tu aflicción.

    Será un hombre indómito como asno salvaje.

    Luchará contra todos, y todos lucharán contra él;

    y vivirá en conflicto con todos sus hermanos.

    Como el SEÑOR le había hablado, Agar le puso por nombre «El Dios que me ve», pues se decía: «Ahora he visto al que me ve.» Por eso también el pozo que está entre Cades y Béred se conoce con el nombre de «Pozo del Viviente que me ve».

    Agar le dio a Abram un hijo, a quien Abram llamó Ismael. Abram tenía ochenta y seis años cuando nació Ismael.

    GÉNESIS 16.1–16

    Abraham y Sara habían intentado «ayudar a Dios» haciendo que Abraham tuviera un hijo con Agar. El resultado fue una debacle para todas las personas involucradas. No obstante, en esta historia vemos el comienzo de un patrón: Dios toma nuestros tropiezos y los convierte en algo bueno. Agar se convirtió involuntariamente en partícipe de la falta de fe de Abraham y Sara. Sin embargo, Dios oyó su clamor y la ayudó. La historia continúa…

    Tal como el SEÑOR lo había dicho, se ocupó de Sara y cumplió con la promesa que le había hecho. Sara quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham en su vejez. Esto sucedió en el tiempo anunciado por Dios. Al hijo que Sara le dio, Abraham le puso por nombre Isaac. Cuando su hijo Isaac cumplió ocho días de nacido, Abraham lo circuncidó, tal como Dios se lo había ordenado. Abraham tenía ya cien años cuando nació su hijo Isaac. Sara dijo entonces: «Dios me ha hecho reír, y todos los que se enteren de que he tenido un hijo, se reirán conmigo. ¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos? Sin embargo, le he dado un hijo en su vejez.»

    El niño Isaac creció y fue destetado. Ese mismo día, Abraham hizo un gran banquete. Pero Sara se dio cuenta de que el hijo que Agar la egipcia le había dado a Abraham se burlaba de su hijo Isaac. Por eso le dijo a Abraham:

    —¡Echa de aquí a esa esclava y a su hijo! El hijo de esa esclava jamás tendrá parte en la herencia con mi hijo Isaac.

    Este asunto angustió mucho a Abraham porque se trataba de su propio hijo. Pero Dios le dijo a Abraham: «No te angusties por el muchacho ni por la esclava. Hazle caso a Sara, porque tu descendencia se establecerá por medio de Isaac. Pero también del hijo de la esclava haré una gran nación, porque es hijo tuyo.»

    Al día siguiente, Abraham se levantó de madrugada, tomó un pan y un odre de agua, y se los dio a Agar, poniéndoselos sobre el hombro. Luego le entregó a su hijo y la despidió. Agar partió y anduvo errante por el desierto de Berseba. Cuando se acabó el agua del odre, puso al niño debajo de un arbusto y fue a sentarse sola a cierta distancia, pues pensaba: «No quiero ver morir al niño.» En cuanto ella se sentó, comenzó a llorar desconsoladamente.

    Cuando Dios oyó al niño sollozar, el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: «¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado los sollozos del niño. Levántate y tómalo de la mano, que yo haré de él una gran nación.»

    En ese momento Dios le abrió a Agar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño. Dios acompañó al niño, y éste fue creciendo; vivió en el desierto y se convirtió en un experto arquero; habitó en el desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia.

    GÉNESIS 21.1–21

    En la historia de Agar e Ismael, aunque estaban en el lado equivocado del perfecto plan de Dios, en su bondad él proveyó para ellos y los bendijo (y también a sus descendientes).

    Otro personaje bíblico en cuya vida vemos lo mucho que Dios está involucrado y se interesa por su pueblo es David, el poeta, cantor, pastor, guerrero y rey, que escribió y cantó desde lo más profundo de su corazón mientras transitaba por la vida y se encontraba con el único Dios verdadero. David compuso muchos de los salmos que se encuentran en nuestra Biblia. Él escribió siendo un joven pastor mientras contemplaba los millones de estrellas que Dios creó; escribió mientras era perseguido por el rey Saúl; escribió mientras era rey de Israel; y escribió mientras se acercaba al final de sus días sobre la tierra. Los cantos que David y los otros salmistas escribieron expresan su relación íntima y personal con Dios.

    Oh SEÑOR, soberano nuestro,

    ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!

    ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!

    Por causa de tus adversarios

    has hecho que brote la alabanza

    de labios de los pequeñitos y de los niños de pecho,

    para silenciar al enemigo y al rebelde.

    Cuando contemplo tus cielos,

    obra de tus dedos,

    la luna y las estrellas que allí fijaste,

    me pregunto:

    «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?

    ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?»

    Pues lo hiciste poco menos que un dios,

    y lo coronaste de gloria y de honra:

    lo entronizaste sobre la obra de tus manos,

    todo lo sometiste a su dominio;

    todas las ovejas, todos los bueyes,

    todos los animales del campo,

    las aves del cielo, los peces del mar,

    y todo lo que surca los senderos del mar.

    Oh SEÑOR, soberano nuestro,

    ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!

    SALMOS 8.1–9

    El SEÑOR es mi pastor, nada me falta;

    en verdes pastos me hace descansar.

    Junto a tranquilas aguas me conduce;

    me infunde nuevas fuerzas.

    Me guía por sendas de justicia

    por amor a su nombre.

    Aun si voy por valles tenebrosos,

    no temo peligro alguno

    porque tú estás a mi lado;

    tu vara de pastor me reconforta.

    Dispones ante mí un banquete

    en presencia de mis enemigos.

    Has ungido con perfume mi cabeza;

    has llenado mi copa a rebosar.

    La bondad y el amor me seguirán

    todos los días de mi vida;

    y en la casa del SEÑOR

    habitaré para siempre.

    SALMOS 23.1–6

    SEÑOR, tú me examinas,

    tú me conoces.

    Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto;

    aun a la distancia me lees el pensamiento.

    Mis trajines y descansos los conoces;

    todos mis caminos te son familiares.

    No me llega aún la palabra a la lengua

    cuando tú, SEÑOR, ya la sabes toda.

    Tu protección me envuelve por completo;

    me cubres con la palma de tu mano.

    Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión;

    tan sublime es que no puedo entenderlo.

    ¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu?

    ¿A dónde podría huir de tu presencia?

    Si subiera al cielo,

    allí estás tú;

    si tendiera mi lecho en el fondo del abismo,

    también estás allí.

    Si me elevara sobre las alas del alba,

    o me estableciera en los extremos del mar,

    aun allí tu mano me guiaría,

    ¡me sostendría tu mano derecha!

    Y si dijera: «Que me oculten las tinieblas;

    que la luz se haga noche en torno mío»,

    ni las tinieblas serían oscuras para ti,

    y aun la noche sería clara como el día.

    ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la luz!

    Tú creaste mis entrañas;

    me formaste en el vientre de mi madre.

    ¡Te alabo porque soy una creación admirable!

    ¡Tus obras son maravillosas,

    y esto lo sé muy bien!

    Mis huesos no te fueron desconocidos

    cuando en lo más recóndito era yo formado,

    cuando en lo más profundo de la tierra

    era yo entretejido.

    Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:

    todo estaba ya escrito en tu libro;

    todos mis días se estaban diseñando,

    aunque no existía uno solo de ellos.

    ¡Cuán preciosos, oh Dios, me son tus pensamientos!

    ¡Cuán inmensa es la suma de ellos!

    Si me propusiera contarlos,

    sumarían más que los granos de arena.

    Y si terminara de hacerlo,

    aún estaría a tu lado.

    Oh Dios, ¡si les quitaras la vida a los impíos!

    ¡Si de mí se apartara la gente sanguinaria,

    esos que con malicia te difaman

    y que en vano se rebelan contra ti!

    ¿Acaso no aborrezco, SEÑOR, a los que te odian,

    y abomino a los que te rechazan?

    El odio que les tengo es un odio implacable;

    ¡los cuento entre mis enemigos!

    Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón;

    ponme a prueba y sondea mis pensamientos.

    Fíjate si voy por mal camino,

    y guíame por el camino eterno.

    SALMOS 139.1–24

    Te exaltaré, mi Dios y rey;

    por siempre bendeciré tu nombre.

    Todos los días te bendeciré;

    por siempre alabaré tu nombre.

    Grande es el SEÑOR, y digno de toda alabanza;

    su grandeza es insondable.

    Cada generación celebrará tus obras

    y proclamará tus proezas.

    Se hablará del esplendor de tu gloria y majestad,

    y yo meditaré en tus obras maravillosas.

    Se hablará del poder de tus portentos,

    y yo anunciaré la grandeza de tus obras.

    Se proclamará la memoria de tu inmensa bondad,

    y se cantará con júbilo tu victoria.

    El SEÑOR es clemente y compasivo,

    lento para la ira y grande en amor.

    El SEÑOR es bueno con todos;

    él se compadece de toda su creación.

    Que te alaben, SEÑOR, todas tus obras;

    que te bendigan tus fieles.

    Que hablen de la gloria de tu reino;

    que proclamen tus proezas,

    para que todo el mundo conozca tus proezas

    y la gloria y esplendor de tu reino.

    Tu reino es un reino eterno;

    tu dominio permanece por todas las edades.

    Fiel es el SEÑOR a su palabra

    y bondadoso en todas sus obras.

    El SEÑOR levanta a los caídos

    y sostiene a los agobiados.

    Los ojos de todos se posan en ti,

    y a su tiempo les das su alimento.

    Abres la mano y sacias con tus favores

    a todo ser viviente.

    El SEÑOR es justo en todos sus caminos

    y bondadoso en todas sus obras.

    El SEÑOR está cerca de quienes lo invocan,

    de quienes lo invocan en verdad.

    SALMOS 145.1–21

    DIOS TIENE UN PLAN

    Cuarenta años después de la muerte de David, la nación de Israel se dividió en dos, lo cual trajo como resultado dos naciones: el reino del norte de Israel y el reino del sur de Judá. Todos los reyes de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor. En Judá, solo unos cuantos reyes resultaron buenos. Uno de ellos fue Ezequías. Él sirvió valientemente al Señor en tiempos peligrosos.

    Después, cuando tenía unos 38 años, Ezequías se enfermó y estaba a punto de morir. Se sentía devastado y le rogó al Señor que tuviera misericordia. Como respuesta, el Señor se acercó a él con un mensaje impactante y un tierno cambio de planes. Sabemos por la Biblia que Dios tiene un plan para nuestra vida en lo personal y nuestros días están contados. Quizá no nos responda como deseamos, pero a veces alterará el plan que tiene para nosotros debido a una petición de sus hijos.

    Por aquellos días Ezequías se enfermó gravemente y estuvo a punto de morir. El profeta Isaías hijo de Amoz fue a verlo y le dijo: «Así dice el Señor: Pon tu casa en orden, porque vas a morir; no te recuperarás.»

    Ezequías volvió el rostro hacia la pared y le rogó al Señor: «Recuerda, Señor, que yo me he conducido delante de ti con lealtad y con un corazón íntegro, y que he hecho lo que te agrada.» Y Ezequías lloró amargamente.

    No había salido Isaías del patio central, cuando le llegó la palabra del Señor: «Regresa y

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