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Mundo Pequeño
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Libro electrónico287 páginas4 horas

Mundo Pequeño

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Carlos, Kaori y Catherine son tres adolescentes que inician su año de intercambio por medio de Rotary en Estados Unidos, México y Finlandia donde tienen que aprender a hablar el idioma para comunicarse. Carlos conoce estudiantes en otros programas como American Field Service y Education First que terminan siendo sus mejores amigos. Kaori, procedente de Japón tiene que sobrellevar el choque cultural en México y Catherine debe aprender algo de finlandés para sobrevivir en la escuela. Muchas veces los tres se preguntan ¿cómo me va a ayudar este año? ¿cómo serán mis siguientes hogares? ¿qué debo esperar del Intercambio? ¿cómo será cuando regrese a casa?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 nov 2013
ISBN9781310754654
Mundo Pequeño
Autor

Omar J. Torres González

Omar J. Torres González (Monterrey, NL. 1988) Vivió en Puerto Vallarta gran parte de su vida, el último año de la preparatoria participó como estudiante en el programa de intercambio juvenil de Rotary en el distrito 5580 en el año 2005-2006, siendo esta una experiencia trascendental en su vida. Regresó a su ciudad natal para comenzar sus estudios en Medicina, actualmente es médico general y se encuentra cumpliendo su sueño de ser especialista.

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    Mundo Pequeño - Omar J. Torres González

    Sabía exactamente a lo que se refería, en un parpadeo recordé los momentos de aquel día donde cruzó por mis pensamientos en lo peor que pude haber pensado; en quitarme la vida. Enseguida de haber escuchado el comentario de mi consejero, mi mente quedó agobiada por unos instantes...

    –Carlos, recibí un correo electrónico de tu consejera del club en donde estabas anteriormente, me explica porque te regresaron antes de lo previsto, quisiera hablar después contigo– dijo con una voz fuerte y seca el consejero del grupo quien se acercó a preguntarme de manera impulsiva.

    Se dice que el mayor riesgo que se puede tomar en la vida es no tomar ninguno. Cuando terminó el Intercambio sentí una inquietud, esa necesidad de expresar mis experiencias como embajador de México. Con esas ansias, llegó el día en Julio de hacer la presentación al club acerca de mi año en el extranjero.

    –El año de intercambio que viví fue algo emocionante, una experiencia que marcó el resto de mi vida en todos los sentidos, algo que recomendaría a todos los que pudiesen realizarlo ya que cambia la forma de pensar y da perspectivas totalmente diferentes a las que se tenían antes del intercambio– dije a los miembros del club local por medio del cual realicé el programa.

    Después de exponer de una forma breve lo que en realidad se sintió como toda una vida, me sentí gustoso de lo logrado en ese año. Un miembro del club miraba impactado por la nueva actitud que tenía.

    –Fue una buena presentación– comentó.

    La aventura comenzó hace más de un año, mes de Septiembre, cuando en una plática de amigos sale al tema un intercambio estudiantil por medio de la organización Rotary International.

    En unos minutos me explicaron que Rotary es una organización que existe en aproximadamente doscientos países y regiones del mundo formada por algunos treinta y dos mil clubes con más de un millón de miembros cien por ciento voluntarios con deseo de ayudar a la sociedad, algo así como boyscouts para adultos quienes manejan muchos programas, entre los cuales se encuentra el Intercambio cultural entre jóvenes de 15 a 18 años.

    Entre más información captaba, más interesante se hacía. Al día siguiente, fuí al cuarto de mis papás y les dije mí deseo con seguridad:

    –¡Quiero irme por un año al extranjero! Y lo único que quiero saber es si me ayudan, si es que tengo su apoyo.

    –¿Pero qué estás diciendo? ¡Estas loco!...pero pensándolo bien, me agrada esa locura– exclamó Jorge, mi papá, mirándome de una forma diferente, como si no creyera lo que le estaba diciendo.

    En la entrevista que hizo el club para evaluar si era candidato, estaba nervioso, emocionado y angustiado pues hablar en público no era una de mis habilidades.

    –Vamos Carlos no te pongas nervioso, somos amigos– dijo la presidenta del club.

    –Hijo, no te pongas nervioso– murmuró Teresa, mi mamá.

    Entonces, expliqué las razones del porque quería ser un estudiante de intercambio; entre las cuales estaban: aprender una nueva cultura, un idioma distinto, crear nuevos horizontes, tener una expectativa más amplia y madurar. Lo que cualquier aspirante diría claro está, pero lo que en realidad no sabía era como íba a lograr todo lo mencionado, el cómo alcanzar esa madurez de la que tanto había escuchado.

    Una vez aceptado, llegó la pesadilla de conseguir y llenar papeles que me pidieron. Tardé todo el mes de Octubre para conseguir todos los requerimientos y enviarlos. No fue fácil llenar la aplicación ya que ocupaba exámenes médicos y dentales, firmas, fotos e información acerca de mi vida, las actividades diarias y de las costumbres familiares.

    Entre las preferencias estaban países europeos; todo estaba listo, solo quedaba esperar una respuesta.

    –Kaori Yamamoto, 16 años. Tokio, Japón– pronuncié para mí misma en voz baja mientras empezaba a llenar la aplicación de Rotary pensando en mí deseo de viajar y aprender de una cultura diferente, estudié mucho para obtener esta beca, tuve que pasar por exámenes y entrevistas hasta que finalmente califiqué para participar. Cuando mis padres me comentaron del programa a mí me encantó y en realidad no me importaba el lugar a dónde me mandaran, solo quería saber como era el mundo fuera de mi país, en otro continente, fuera de Japón.

    Pasaron días, semanas, seis meses, hasta que un sábado por la mañana sonó el teléfono y sí, esa era la llamada por la cual estaba esperando impaciente desde hacía mucho tiempo, era del consejero del club. Tristemente escuché lo que no quería escuchar pero que desde un principio sabía que podía pasar.

    –Carlos, lo siento mucho pero no te tocaron los países a los que deseabas ir, espero recuerdes que esta no es una agencia de viajes; tienes tres opciones por tomar– dijo haciendo una pausa– puedes irte a la parte norte de Estados Unidos, probablemente Chicago, Illinois. Tu segunda opción es ir a Brasil y, tercera, olvidarte acerca del Intercambio, dame tu decisión el lunes por favor–.

    Me dejó atónito y sin palabras, hubo un silencio prolongado, el consejero colgó a los segundos y no lo culpé porque ni un suspiro salió de mi boca. Vaya pero que difícil, este hombre pensó que este era un asunto sencillo y fácil de decidir, pero no lo era, no era nada fácil, al menos no para mí, decidir por mi cuenta en que lugar viviría por un año era una decisión para considerar en realidad.

    Como adolescente de 17 años, en medio de mi confusión corrí directo a decirle a mi familia de lo sucedido, pero esto no era nada más que un asunto mío. Mis papás me escucharon atentamente y dijeron:

    –Bueno hijo, esto es algo que tu tienes que decidir y no te podemos ayudar–.

    A pesar de todo, era mi idea y tenía que tomar una decisión. Nunca antes en mi vida tuve que tomar una decisión de esa magnitud. Olvidar el Intercambio no era una opción, no había llegado tan lejos para renunciar. Los pensamientos que cruzaban por mi cabeza sólo estaban enfocados entre los dos países que se me dieron para escoger.

    El domingo en la tarde mientras nadaba en el mar, lo decidí. No había vuelta de hoja, Chicago era la esperanza deseada–

    Me alegra informarles que este año recibiremos en el club a una estudiante de intercambio estadounidense llamada Catherine Berg de 17 años; esperemos que nuestro querido país le fascine pues como sabemos Finlandia tiene muchas maravillas que ofrecerle–.

    Yo estaba muy emocionada al saber que iría a Tampere, Finlandia así que en cuanto me dijeron el lugar empecé a investigar en el Internet y aprender todo lo que pudiera de las costumbres y tradiciones locales para darme una idea de cómo sería el estar allí, pero más que nada empezar a aprender finlandés de alguna manera.

    Una semana después en el mismo mes de Abril, recibí un correo electrónico y tristemente destrozaron las ilusiones que había formado por segunda vez. Por alguna razón, Chicago no era el lugar, sin previo aviso me asignaron un lugar llamado Fargo, en Dakota del Norte, sinceramente nunca antes había escuchado de dicho lugar. Rápidamente resolví la curiosidad que tenía, buscando toda la información que pudiese acerca de dicho lugar en Internet. Sin querer retroceder en mis aspiraciones, murmuré en mi mente.

    –Fargo, go–far, ir lejos– fue lo único que se me ocurrió.

    –No puede ser tan malo, voy a darle una oportunidad– pensé.

    Después de llegar de la playa, revisé un correo electrónico del coordinador de muchachos de intercambio de la zona a dónde iría y me proporcionó los correos de jóvenes que conocería en un futuro por ser parte del mismo grupo en el que él estaba y enseguida de leerlo fue el momento de empezar a hablar con los otros estudiantes de Intercambio y compartir las dudas, deseos y aspiraciones, pero sobre todo, comenzar a formar amistad.

    Al llegar a mi departamento, después de haber estado tantas horas en la escuela, recibí una llamada para ir a una junta del club rotario donde me dirían el país que me asignaron para el intercambio; mis padres no llegaban del trabajo todavía, les dejé una nota y salí a tomar el metro para llegar cuanto antes. Me puse nerviosa al escuchar el nombre del país ya que ni siquiera sabía donde se encontraba en el mapa, regrese a casa y platiqué la noticia con mi padre y madre quienes me alentaron a ir a ese lugar en el mundo, a México. Imaginé que sería difícil aprender español y no deje pasar mucho tiempo para comprarme un curso de español por Internet para que me ayudara en mi aprendizaje.

    2

    Un nuevo hogar lejos de casa

    Como si el tiempo volase, el mes de Agosto se acercó y vaya que había un mundo de cosas por hacer ya que la salida era a mediados del mismo mes. Era el tiempo real de empezar a despedirse de amigos, familia, lugares, costumbres y actividades a las que estaba acostumbrado.

    Una semana antes de mi partida, una estudiante de Intercambio de Oriente iba a llegar a Puerto Vallarta, mi ciudad, a quedarse con mi familia pero ocurrió un incidente en el día previsto de su llegada, Kaori no llegó. Muchos miembros del club rotario y las próximas familias de Kaori estaban esperando por ella en el aeropuerto, cuando el avión arribó, la muchacha japonesa no estaba allí. Nadie supo que hacer y todos se regresaron a sus casas un poco decepcionadas pensando que la muchacha se había equivocado al decir la hora en que llegaría.

    Sin saber que hacer estancada en la ciudad de México, llamé a mi primera familia, los González para disculparme con ellos.

    Mi familia y yo estábamos cenando cuando el teléfono timbró, me lancé a contestar pues creía que la llamada era para mí.

    –¿Hola? Perdón, soy Kaori– dijo con una voz muy preocupada hablando en inglés afuera de un hotel desde un teléfono público.

    –¡Kaori! ¿Qué pasó? ¿Porqué no llegaste?–dije con mi pobre inglés mientras mi familia se levantó de la mesa preocupada.

    –Me perdí en el aeropuerto de la ciudad de México y perdí el vuelo– dijo muy apenada hablándonos– intente llamarlos pero solo tengo un número, el de ustedes– creo que en ese momento su voz se escuchó en un punto de quiebre.

    –No te preocupes, dinos ¿dónde estas ahora?–le pregunté a Kaori tratando de calmarla.

    –¡Lo siento mucho, quise avisarles pero no pude!– dijo desesperada rompiendo en llanto como una niña pequeña.

    –¿Dónde estas?– pregunte a la chica japonesa que empezó a llorar y gemir, sinceramente me partió el corazón el escucharla así.

    –Estoy en un hotel cerca del aeropuerto de la ciudad de México, mañana tomo un vuelo a Puerto Vallarta–contestó un poco más calmada.

    –Ok, tranquila, mañana estaremos allí para recibirte– mencioné a Kaori.

    Varias personas fuimos a recibirla de nuevo, esta vez si llegó y se disculpó con todos por lo sucedido, eso no importó en ese momento, lo que importaba es que ella estaba en Puerto Vallarta finalmente. Nosotros, su primera familia, la llevamos a casa y mis papas se dieron cuenta que sería difícil puesto que ella no sabía hablar español y solo hablaba un poco de inglés.

    –Que buena suerte corrió ella, estará con mi familia y conocerá a mis amigos– pensé, aproveché para presentarle el medio en que viviría y empezar a presentarla con mis amigos, como era de esperarse, fue difícil puesto que no hablaba ni entendía nada de la cultura e idioma al que acababa de llegar.

    Eran mis últimos días y en verdad todavía no lo entendía del todo, estar lejos de mi hogar y saber que íba a estar ausente por un año no era fácil de creer. Como cualquier adolescente que dejaba todo al final, empecé a empacar un día antes. La última noche en México fue angustiante, tan solo pensar que partía el día siguiente por la tarde me ponía a pensar profundamente. Amigos fueron a despedirme y a pasar conmigo uno de mis últimos momentos. En vez de un adiós preferí hacer de esto un hasta luego.

    No dormí en todo el día por tantas dudas y preguntas que me hacía, ¿como serian las familias con las que llegaría?, ¿el trato de la gente?,¿ la cultura?

    El tan esperado momento se hizo presente de una buena vez y fue ahí cuando en verdad comprendí que me iba por un largo tiempo, mis sentimientos en esos momentos eran de alegría, tristeza, curiosidad; significaban algo más que sentimientos encontrados.

    Todos los que fueron a despedirme me llenaron de consejos y avisos, era demasiada información como para captarla toda o más bien el intento desesperado de unos padres por aconsejarme.

    –Hay tres frases que abren muchas puertas ¡buenos días!, ¡por favor! y ¡muchas gracias!–me dijo mi papá varias veces.

    Tiempo de partir... solo faltaba la despedida. Formado en la línea para pasar a la otra división, no desistí a despedirme y abrazar a todos los que me acompañaban. No pude sobrellevar mis sentimientos y comencé a verterme de lágrimas. Una vez pasando la división del aeropuerto, seguí caminando sin mirar atrás, me seque las lagrimas y supe que era el momento y compromiso de ser independiente, valiente y continuar la aventura hacia horizontes desconocidos. Abordé el avión y di el último –hasta luego– a mi hogar desde las alturas. No me permití dormir en el avión, no fuera a pasar que perdiera la noción del tiempo o me quedará dormido y perdiera la conexión que tenía que hacer en el siguiente aeropuerto.

    Volar por doce horas en un avión fue extenuante pero sobreviví, bajé del avión toda desorientada en un país con anuncios llenos de signos con palabras que no entendía, tomé mis maletas y salí a la sala internacional, mi nueva familia me estaba esperando muy contenta. La aventura de ser un vaihto–oppilas ósea estudiante de intercambio en finlandés había comenzado.

    Las personas de Tampere me impresionaron mucho porque la mayoría hablaba un muy buen inglés y sabía que no tendría problemas para comunicarme y decir lo que quería.

    Tampere era una ciudad muy extensa con tan solo doscientos mil habitantes, escuché que la ciudad era delimitada por doscientos lagos y que alrededor de una cuarta parte de la ciudad eran parques. El centro de Tampere se encuentra en un istmo rodeado por los lagos de Pyhäjärvi y Näsijärvi junto con los rápidos de Tammerkoski que atraviesan la ciudad, nombres muy difíciles de pronunciar para una americana que apenas esta empezando a aprender finlandés. También hay iglesias muy bonitas de diferentes estilos– dije a mi mamá que me habló por teléfono.

    Asistí a la primera junta rotaria donde conocí a los miembros que hacían posible mi intercambio en esas tierras nórdicas y me dieron la bienvenida como su nueva vaihto–oppilas; me llevé una sorpresa cuando me dieron la mesada por primera vez, sabía que la mesada era de sesenta euros pero el club lo considero muy poco y lo cambiaron a cien euros al mes; inclusive el presidente del club pensaba en aumentar la cifra y pues digamos que no me podía quejar.

    La escala que hizo el avión no me fue favorable, estaba perdido en el aeropuerto, pedí ayuda para saber a donde tenía que ir para tomar la conexión de mi siguiente vuelo, me asombró mucho el tan grandísimo aeropuerto y el hecho de tomar un tren para transportarse dentro del mismo aeropuerto, nunca me lo pude haber imaginado antes, claro, era un país diferente. Para mi suerte alcancé a tomar el vuelo a Fargo. Antes de subir al avión me puse el blazer para que me identificaran cuando llegara, una aeromoza no evitó pasarme por desapercibido y me comentó:

    –Ese blazer se ve muy impresionante, pareces embajador–.

    Sin saber que decir, no me quedó más que sonreírle a la curiosa aeromoza. –Un recordatorio, quizás– pensé.

    Desubicado, bajé del avión y de lejos vi a un hombre con un letrero que me daba la bienvenida, enseguida noté que varias personas estaban a su lado. Inmediatamente experimenté el primer choque cultural, besé en la mejilla a una chava que estaba en el grupo, al hacer eso, la chava dio un paso atrás. Me sentí muy incómodo y con un sentimiento de falta de dirección, no sabía de momento que era apropiado o inapropiado, la costumbre que tenía para saludar a alguien ya no eran aceptadas o consideradas normales en el nuevo lugar al que llegué.

    Las personas que fueron a darme la bienvenida me empezaron a preguntar cosas mientras salíamos del aeropuerto y pues con ayuda del poco inglés que llevaba entendía ciertas palabras que me ayudaban a adivinar lo que me preguntaban. Como no entendía muy bien el idioma, cuando me preguntaban algo o me decían un chiste y los veía reírse, aunque no entendiera la parte chistosa o lo que se me preguntaba regresaba el gesto con una sonrisa.

    Enseguida mis nuevos papás se presentaron, George y Janet Hanson que se veían muy nobles y agradables. Que decir de mi nuevo hermano Willy y Megan, que a la primera noche me presentaron con varios de sus amigos, me dieron la vuelta por la ciudad y manejaron el carro a altas horas de la noche por todas las principales avenidas, claro, después de haber conocido mi nuevo hogar.

    –¡Carlos!, ¿tienes hambre?–dijo George mientras nos alejábamos del aeropuerto.

    –Si algo, señor –respondí.

    –No me digas señor, Carlos, estamos en confianza. Lo siento pero no tenemos nada preparado para cenar, te gustaría pasar por algo de comida rápida como McDonald’s– dijo George.

    –Claro George, está bien– aseguré.

    –Un país de comidas rápidas, que irónico que mi primer alimento en Estados Unidos haya sido una hamburguesa– pensé.

    El primer día lleno de emociones llegó a su fin, fuí a mi cuarto que estaba en el sótano, nunca antes había estado en un sótano, en mi país no había ese tipo de casas con pisos subterráneos.

    Estaba eufórico, no pude dormir hasta la hora siguiente, solo, dando vueltas ya recostado en la cama, traté de imaginar como serían los siguientes días, semanas, meses...Finalmente concebí el sueño después de un día tan agitado y lleno de emociones.

    No entendía nada, en verdad nada, eso me desesperaba mucho y me hacía llorar pero pensando positivamente, esa situación me alentaba a aprender el idioma a un paso más rápido. Siempre traía conmigo un traductor electrónico para poder comunicarme, ese aparato era mi mejor arma en un mundo desconocido.

    Horas después me subí al carro con Teresa porque al parecer me había invitado a ir a un lugar o eso fue lo que entendí.

    –La escuela es muy pequeña–dije a Teresa que me llevo a la escuela para que la conociera.

    –¿Pues cómo será su escuela en Tokio?, ¡yo pensé que esta escuela era grande!– murmuró Teresa.

    –En mi escuela hay como diez mil alumnos– dije a Teresa y creo que le impactó el número.

    La barrera del idioma era muy fuerte y a mi nuevo papá, Jorge, se le ocurrió una buena idea para que aprendiera un poco más rápido, hizo letreros y los pegó en muchas cosas de la casa, así podría asociar más fácil la palabra con el mueble y aprendería de una forma práctica y didáctica.

    Un rayo de sol que venía desde la pequeña ventana del cuarto me levantó, abrí los ojos y me di cuenta que ya no estaba en mi casa, ya no era un sueño, era real y estaba en otro país en una casa con gente que tan solo conocí ayer. Ya era 17 de Agosto, todos los consejos que mis papás Teresa y Jorge me dijeron por meses y meses con anticipación los recordaba a cada instante.

    Para no dar una mala impresión a mi nueva familia, decidí levantarme a las diez de la mañana pero al parecer fue algo temprano. Confundido y sin saber como actuar llegué a la conclusión que el mejor modal fue ser yo mismo. Mas tarde por la mañana, Janet me saludó diciéndome buenos días y después pronunció unas palabras que no quería creer.

    –¡Yo no cocino!...– Después Janet me sonrió.

    –¡Pero hoy voy a hacer de desayunar !–.

    Me sentí aliviado por el momento, pensándolo bien le debí haber hecho caso a mi mamá Teresa y aprender a cocinar antes de empezar el viaje.

    Nos sentamos a desayunar y me comenzó a agradar mi nueva familia, me inspiraban confianza y tuve un presentimiento de que me la íba a pasar muy bien con ellos.

    ¡A desempacar! con toda las ganas del mundo empecé a sacar toda la ropa y cosas de la maleta para acomodarlas en lo que sería mi nuevo cuarto, mi nuevo hogar...

    Entre las cosas, saqué y les dí los regalos que había comprado para ellos en México. Los Hanson se pusieron muy felices por los pequeños pero significativos regalos que me habían aconsejado dar y fue una forma de mostrar afecto hacia la nueva familia. Los detalles que les di no eran nada del otro mundo, les regalé cosas que eran características de mi ciudad, unos pareos para Janet y Megan que les quedaron como anillo al dedo y unos collares de perlas de río; mientras que a George y a Willy les traje unos llaveros junto con un vasito tequilero; más que nada el llevar regalos para las familias era tan solo para enseñar una muestra de afecto por el hecho de haberme recibido y aceptado en la familia.

    –¡Hora de levantarse Carlos!– gritó George en la mañana siguiente mientras tocaba la puerta con sus nudillos.

    –Ya voy, ya voy– contesté dormido entre las sabanas mientras intentaba ver la hora que decía el reloj, al ver la hora quede confundido y volví a cerrar los ojos.

    –Son las seis de la mañana– grité.

    –Lo sé, hoy hay junta rotaria, empieza a las siete de la mañana– gritó George.

    –!Oh¡ claro–.

    –Por algo el club tenia en su nombre las iniciales a.m.–pronuncié en voz baja.

    El club era totalmente diferente a lo que había imaginado, eran aproximadamente sesenta miembros. George y yo nos sentamos juntos después de servirnos un exquisito desayuno. Fui presentado ante el club rotario como el estudiante de intercambio de ese año, muchas personas se acercaron para saludarme, incluyendo mi nuevo consejero: Andrew Johnson mejor conocido por sus amigos como A.J.

    Este hombre en un futuro diría a George y a Janet que ya me sentía mejor, que ya estaba superando la situación por la que pasé.

    Las juntas del club rotario no eran aburridas como había imaginado, al contrario, eran muy divertidas, cada miembro aportaba su personalidad para hacer del grupo algo especial y divertido. El tiempo era muy bien administrado en cada sesión, parecía que los miembros esperaban ansiosos a reunirse los jueves por la mañana.

    Pasaron un par de días y mi mamá Teresa ya me había escrito al menos tres correos electrónicos. Como cualquier madre preocupada quería saber como se la estaba pasando su hijo y cómo me sentía en mi nueva casa. Escribía a mi familia al menos cada dos días. Al principio quería comunicarles todos los momentos que experimentaba, conforme pasó el tiempo me di cuenta que no era posible comentarles todo lo que hacía cada día.

    Desesperado por conocer la escuela, Janet me llevó a registrarme al doceavo grado y ser mejor conocido como un senior. También era momento de registrar a Megan y a Willy.

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