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Banca, justicia y bien común
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Libro electrónico132 páginas2 horas

Banca, justicia y bien común

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El arte de crear, administrar, prestar e invertir el dinero siempre ha estado plagado de peligros morales. Por desgracia, el hábito generalizado de la banca de visión en una luz menos de lo positivo ha contribuido a la incomprensión de una actividad humana que no sólo contribuye a la prosperidad humana, sino que también crea una esfera de endeaver en que la gente realmente puede perseguir la virtud. A través de la banca comercial teniendo en cuenta a la luz de las exigencias de la justicia y el bien común, reconocemos que el trabajo de la banca demuestra el sentido de responsabilidad que cada persona debe tener para los demás el bienestar. Por otra parte, la escrupulosidad, honestidad, confianza y exactitute son cualidades de trabajo implícitos a la banca prudente y rentable. Para participar en estos bienes morales de una manera consistente y coherente es crecer en la virtud transformarnos a nosotros mismos de lo que somos en lo que debería ser.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 nov 2012
ISBN9781938948428
Banca, justicia y bien común

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    Banca, justicia y bien común - Samuel Gregg

    Prefacio

    Este libro trata sobre la banca comercial, los requerimientos de la justicia y el bien común. No obstante se refiere a cuestiones morales más que al dinero, y procura hacer notar que una actividad tradicionalmente considerada por muchos como un mal necesario es, sin embargo, un ámbito donde las personas pueden desarrollar sus virtudes.

    El arte de crear, administrar, prestar e invertir dinero siempre se ha visto cercado por peligros morales. Desafortunadamente, el desprestigio generalizado de la actividad bancaria ha llevado a la falta de conocimiento de un campo de la actividad humana que no sólo ha favorecido en mucho la prosperidad del hombre sino también la creación de un ámbito de laboriosidad en el cual la gente puede genuinamente practicar la virtud.

    Advertí la necesidad de un breve libro introductorio acerca de las exigencias morales de la actividad bancaria durante una conferencia para financistas en Ginebra, Suiza, un lugar más que apropiado. Tal vez no haya nada que simbolice mejor el nuevo orden de la economía global de mercado que la proliferación del banco internacional moderno y de la industria financiera asociada a él. Y sin embargo junto a las apacibles orillas del lago de Ginebra, ciudad que ha sido hogar de personajes tan diversos como Jean Calvin, San Francisco de Sales y Jean-Jacques Rousseau, donde sobrios edificios alojan hoy bancos que manejan el futuro financiero de un sin fin de inversores, era imposible dejar de asombrarse ante el clima de estabilidad que los bancos suizos le confieren a un mundo en el que abundan el riesgo, la creatividad, el esfuerzo y las oscilaciones diarias en los precios de los mercados.

    Fui a la conferencia con la expectativa de encontrar banqueros con su conciencia tranquila respecto de la administración y la expansión de los mecanismos financieros del progreso comercial. Y, en cambio, encontré en ellos dos tipos de actitud.

    La primera se podría describir como culposa, en términos amplios. Según esta perspectiva, si bien la actividad bancaria resulta necesaria para la prosperidad económica, desde el punto de vista moral es, en el mejor de los casos, un factor neutro. Los culposos tienden a creer que los banqueros estarían moralmente a salvo si trabajaran en organizaciones no gubernamentales, preferentemente las dependientes del complejo de las Naciones Unidas, no muy distante del lugar de la conferencia en Ginebra. Detrás de este enfoque se oculta la idea de que en la vida cotidiana el alma de un banquero tiende a distraerse de las actividades más meritorias. Esta postura teñida de una actitud antieconómica conlleva cierta incomodidad para manejar cuestiones de dinero, y en el imaginario popular se plasma históricamente, en especial en Occidente, en la figura amenazante del usurero.

    La segunda actitud que noté fue un extraño híbrido de pragmatismo y legalismo. La actividad bancaria es sólo un trámite en el proceso de adquisición de bienes. Para quienes así opinan, el hecho de que la actividad bancaria funcione es prueba suficiente de que se trata de algo moralmente irreprochable. La idea de que los bancos pueden contribuir a que la gente se realice de manera verdaderamente humana o que la actividad bancaria en sí puede ayudar al bien común, les es ajena. En cuanto a la bondad o la maldad de una acción en particular, el pragmático-legalista tiende a creer que si no existe una ley que prohíba específicamente una acción, esa acción es buena.

    Aunque parezca extraño, las dos posturas, tan diferentes entre sí a primera vista, tienen mucho en común. Ambas desconocen profundamente la naturaleza de la justicia y de la moral: un grupo asocia la vida moral con la promoción de causas específicas, tal vez mejor conocidas como causas políticamente correctas; y el otro reduce las cuestiones del bien y el mal a acciones que la ley permite o prohíbe. También comparten el escepticismo hacia la propuesta de analizar de forma práctica y razonable los actos, los hábitos y las instituciones humanos para que la gente sepa cuál es la diferencia entre el bien y el mal, y pueda organizar su vida en consecuencia.

    En resumen, muchos europeos y norteamericanos que ocupan los puestos jerárquicos más altos de la industria bancaria no creen que la mente humana sea capaz de advertir la diferencia entre justicia e injusticia o entre bien y mal. Esta postura, lejos de ser privativa de la gente que trabaja en el mundo financiero, es la que predomina actualmente en toda la cultura occidental.

    Cuando regresé a los Estados Unidos, decidí examinar la bibliografía contemporánea sobre la actividad bancaria y, más específicamente, sobre la moral en la actividad bancaria. Pronto descubrí que aunque no faltan textos sobre estrategias y técnicas financieras, hay muy pocos autores dedicados a analizar la dimensión moral de la actividad bancaria. La mayoría de estos libros parece ignorar que una actividad tan esencial a los bancos como el cobro de intereses ha sido tema de encendidos debates morales en Occidente durante siglos. Y lo sigue siendo en muchas naciones islámicas. Aunque se opine, como yo, que la tasa de interés justa sobre un préstamo está determinada normalmente por los procesos de oferta y demanda del capital en las condiciones de libre mercado apuntaladas por las instituciones de la propiedad privada y el sistema de derecho, la mayoría de los textos no explica por qué es justo cobrar un interés por un préstamo de capital.

    Estas obras tampoco indican de qué manera los debates permanentes acerca de temas como la usura y la moralidad de varias actividades asociadas a los bancos fueron el medio principal a través del cual se examinaron, discutieron y aclararon categorías esenciales para reflexionar sobre la actividad bancaria.

    Si la historia es una gran maestra de la vida, parece innegable que muchos de los que trabajan en la industria bancaria desoyen sus lecciones. No conocen de qué manera los instrumentos de la actividad han evolucionado –el crédito, el dinero, el interés, la liquidez, los depósitos, los cheques y la especulación– por no mencionar las discusiones que llevaron a determinar los usos razonables e irrazonables de tales instrumentos. Este libro busca ubicar estas cuestiones en su contexto original para ayudar a los banqueros a comprender mejor la justicia o injusticia de diferentes acciones asociadas con el uso de estos instrumentos.

    El camino para investigar estos temas y escribir este breve libro ha sido largo y por momentos arduo. Significó ocupar el tiempo libre entre reuniones y conferencias. A medida que escribía los borradores del texto, consultaba con filósofos y banqueros, algunas veces con resultados inesperados. Por ejemplo, a menudo era un banquero quien señalaba un error en un argumento moral; tampoco era infrecuente que un filósofo me corrigiera un aspecto técnico de la actividad bancaria. Y ambos grupos se preocuparon por advertirme cuando el texto, según su parecer, se deslizaba hacia algo que no debía ser: un libro sobre la gobernanza de la corporación o un tratado sobre el dinero.

    Agradezco a mucha gente sus opiniones y su cooperación en este libro. Pero me gustaría subrayar en especial la contribución de quienes trabajan en entidades bancarias, por el tiempo destinado para responder a mis preguntas y por cuidar, como yo, que este libro no fuera otra obra más sobre la ética en los negocios, que termina invariablemente diciéndole al lector que todo es relativo o depende del sistema moral que se aplique. Esta literatura ha ocasionado un daño enorme en la mentalidad de los jóvenes y en la gente que quiere realmente vivir de manera honesta en el mundo de la actividad comercial.

    Afortunadamente, cada vez más hombres de negocios y filósofos reconocen los problemas implícitos en el pensamiento contemporáneo respecto de la moral en el mundo económico y de qué manera ello ha socavado la posibilidad de una reflexión seria sobre el modo honesto de vivir en la actividad bancaria. Los banqueros de los Estados Unidos, Europa, el sudeste asiático y América latina que dieron sus opiniones, me abrieron sus puertas y hablaron sin tapujos de la complejidad de su profesión, manifestaron la decisión de revertir esta situación. Los banqueros son notoriamente discretos, y tienen buenas razones para serlo. De allí que no me haya sorprendido que, sin excepción, todos los que me ayudaron en la realización de estas páginas pidieran permanecer en el anonimato; por lo que espero que este libro cumpla con sus expectativas.

    I

    Introducción

    El peregrino que en el siglo XII caminaba hacia Tierra Santa recorría enormes distancias por los antiguos caminos romanos. Su único respiro tras la soledad y las privaciones de la marcha lo encontraba al pasar por alguna de las grandes ciudades que cada vez más poblaban Europa. Anhelando cumplir con sus deberes religiosos, el peregrino visitaba seguramente la iglesia principal de esas ciudades, tal vez para rendir homenaje al santo patrono de ese lugar.

    Antes de buscar un monasterio donde pasar la noche, el peregrino iba a la iglesia a orar. Cerca de ella, a veces detrás, se topaba con el mercado. Aquí, casi todos los días, cientos de mercaderes, cambistas, tenderos y artesanos se congregaban para intercambiar bienes. Al caminar entre los puestos de comerciantes, mercaderes, vendedores de hilos y orfebres oyendo el pregón de los productos –sedas, vino, tela de Francia– en

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