Vejestud
Por Danny Rivera
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Información de este libro electrónico
Juventud, lluvia cálida y fría,
que cae para hacer crecer la salud y valentía
de un alegre y viejo proceder.
Quien sepa mantener con alegría y compostura los días de la vejez,
jamás se preguntará porqué ésta nos llega
y aguardará sin reparos las líneas de su geografía,
así la paciencia lo llevará en paz hacia la nueva travesía.
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Vejestud - Danny Rivera
tesoro…
1
Espejo de mi tiempo
¿Cómo vive usted o se comporta ante la llegada de la vejez? ¿Cómo la recibe? ¿Se ha detenido a analizar sus pensamientos y sentimientos de frente a esta realidad inevitable? ¿Se rehúsa a acercarse al espejo porque teme enfrentarse con el otro Yo? ¿Es que acaso teme escuchar una voz que desde el azogue le diga Espejito, espejito, por qué me estoy poniendo viejito?
Como soy un geronteo
(definitiva e indudablemente los soy), luego de hacerme múltiples preguntas en esta nueva etapa de mi vida, decidí escribir estas respuestas… Mis respuestas… las que fui hallando durante mi diálogo íntimo. Entonces decidí compartirlas, prodigarlas, esparcirlas…
El fruto de lo que cada año recogemos en las experiencias probadas del beber cotidiano es nuestra historia. Se trata de ese año más que se acumula en cada cual: en usted, en mí, en aquel, en aquella o en todos los que están —y también en los que no quieren estar ni verse en la bruma pesada de un quebranto al enfrentar las huellas del implacable tiempo en nuestros rostros—. Son los rastros de las cifras que se van imprimiendo en nuestros cuerpos: en la papada, en el abdomen, en el cerebro o en la mente, en la vista y en todos los demás sentidos… Todo es el resultado de una ley que ni la ciencia más desarrollada puede cambiar o alterar y que, por ser así de dominante, irremediablemente, nos arrebata lo que desearíamos tener para toda la vida: juventud.
Mi deseo por escribir y describir los vaivenes psíquicos y emocionales, producto de estos años de la edad madura nació concretamente mientras releía, el famoso poema Juventud divino tesoro, del escritor nicaragüense Rubén Darío. Sobre todo al meditar sobre aquel verso nostálgico que dice Juventud divino tesoro ya te vas para no volver.Súbitamente se imprimió en mí la idea de que para algunos la vejez es también un tesoro, así como para casi todo el mundo es un tesoro la juventud. ¿Por qué no ha de ser así con la vejez? Entonces me determiné a escribir sobre el maravilloso tesoro de mi vejez. ¿Y qué mejor momento para comenzar que cuando ya he llegado más allá del umbral del medio siglo?
Para mí, decir que he cumplido la edad de más de medio siglo, al momento de iniciar estas meditaciones, resuena de manera distinta y es de mayor valor filosófico. Es más que una cifra o un número, es la mitad, un poco más de la mitad, de un siglo de vida y es, a la vez, una lectura vivencial de contenido intenso. Es como la conciencia de mi argumento que vive en el ser de un futuro longevo para irme preparando y transformándome en sus experiencias para verme un día narrándoselas a los nietos y tataranietos desde la perspectiva de las ocho, nueve o diez décadas de vida. Es soñar desde el medio siglo, que tal vez podría llegar a un siglo de vida para poder contarlo… Es fantasear que un día pudiera yo ser uno de los privilegiados que tuviera, en su haber de vivencias, más de medio siglo, décadas que se tornan en un pasaporte relevante, a modo de un premio al logro. Es como si acabara de terminar de escribir el primer tomo de la épica de la vejez a la que por voluntad y derecho propios del adulto mayor deseo ahora denominar VEJESTUD. Neologismo mediante el cual siento que mantengo al joven que fui aún latente en la vida del viejo, pero sin los típicos disturbios emocionales ni los resabios incontrolables de la juventud.
Por ello, opto por montarme en la vejez como un joven jinete que cabalga a pelo, sin montura. Cruzo por este puente para hallarme al otro lado, aquí, en el ahora. Entonces impera en mí el deseo de compartir todo aquello que se manifiesta en esta madurez que he comenzado a experimentar y deseo regalar mi sentir y mi pensar a los lectores y lectoras en este libro confesional. Desde él me dispongo a divulgar cosas que en alguna etapa anterior había pensado mantener solo para mí, sin compartirlo siquiera con mis más íntimos familiares o amigos. Entonces, me cuestiono ¿y si no hay otra vida?; ¿por qué entonces esperar y no hacerlo ahora y ofrecer abierta y cándidamente estos sentimientos de mis primeras seis décadas vitales? Porque me he convencido y tengo la certeza de que las he vivido formidablemente, me desdoblo para analizarlas, para tratar de comprenderlas, para contemplarlas como una épica personal, desde la perspectiva de mi vejestud…
Desde este presente que hoy vivo, quiero nadar contra de la corriente, al margen de esa oferta a la que nos invita el libro virtual de la modernidad —mal consejero de los viejos—, que nos propone rostros y cuerpos cibernéticos, artificiales y cosméticos. Ofrecimiento que prefiero depositar en la basura, a pesar de toda la maravilla visual con que ello se nos quiere mostrar en las pantallas de los medios de comunicación. Digo no a la juventud cosmética, a esa nueva y artificial propuesta de primavera eterna. Entonces me aferro mejor a escribir mi propio libro y heme aquí con canas blancas, panza a lo Buda y voluntad erotizada de vejestud, escribiendo y compartiendo lo que siento en esta hermosa, aunque difícil, época.
En realidad no se trata aquí de exponer secretos, sino de la manera de cómo busco sentirme libre de esas molestias mentales y físicas que nos abordan, especialmente, en este tiempo de la edad dorada. (Que es, por cierto, un color metafórico más optimista que el gris otoñal con el que constantemente se compara también el tiempo de la vejez). Estos pensamientos buscan compartir mi experiencia de viejo —así, sin miedo a la palabra—. Son un pretexto para excavar en lo profundo de mi ser, en donde creo que existe una dimensión particular del entendimiento, que vibra al mismo ritmo que los elementos vitales: agua, viento, fuego, luz… porque somos solo Uno. He decidido creer que mis sentires son la vida misma y fantasear que es un modo de vencer el miedo a la muerte y un poco experimentar el Nirvana en esta vida. A nuestra edad, ya se ha alcanzado una vida ejecutando piruetas físicas y filosóficas que nos transforman en diestros e incansables luchadores, poseedores a la vez de una dimensión más espiritual de la eterna juventud, alcanzada mediante la lucha incesante por domar el ego, que, además, nos provee de un espíritu sano y también sanador. Se trata de ser agua sanadora y santificada como la que Jesús en una ocasión extrajo de un pozo para sanar a enfermos, según lo indica el Evangelio de Juan. Cuando el ego se ha domado, ya no se compite con lo que encontramos a nuestro paso, nos es más propicio acomodarnos a todo. Ya no entramos en disputa con nuestra vejez y sobrellevamos mejor la pesadez de los problemas.
Comencemos por enfrentar y convencernos del hecho de que ser