2024 es un año de elecciones. Los ciudadanos de unos 50 países que suman aproximadamente la mitad de la población mundial irán a las urnas para elegir al presidente o renovar por completo el parlamento del que saldrá el primer ministro. Esto convierte a 2024 en el año con más elecciones juntas de toda la historia. Las más comentadas son las de Estados Unidos, que se celebrarán el 5 de noviembre, pero otros países importantes como la India, México, Rusia, Pakistán o el Reino Unido están pendientes de unos comicios que, en todos los casos, van a estar muy reñidos.

En algunos países las elecciones no son totalmente libres y, por lo tanto, su resultado no afectará al Gobierno. Pero en otros se podrían producir cambios de calado. En el primer grupo tendríamos que incluir a Rusia, donde las elecciones programadas para el próximo mes de marzo seguramente no afecten a Vladimir Putin, cuyo poder es incontestable. En el segundo entran grandes democracias como Estados Unidos o la India. Junto a ellas la Unión Europea renovará su parlamento a principios de junio. Sin salir de Europa hay otras elecciones previstas, las ucranianas, que aún no se sabe si se celebrarán ya que el país se encuentra en guerra y la ley marcial en vigor desde hace casi dos años lo impide.

Una de las preocupaciones que tienen todos los Gobiernos es el impacto de la red en el ánimo de los votantes, más concretamente de las redes sociales, cuyo papel se ha demostrado clave desde hace unos años. Las redes sociales de 2024 son más sofisticadas que las de 2016 cuando, aprovechando la viralidad y la penetración de estas plataformas, Donald Trump ascendió a la presidencia de Estados Unidos. Los algoritmos son mejores y más sofisticados y la inteligencia artificial se ha instalado entre nosotros. Ahora las célebres noticias falsas o las fotografías adulteradas ya no se hacen a mano, se pueden fabricar en serie a una velocidad asombrosa.

Los líderes y partidos populistas saben del poder de estas nuevas herramientas y tratan de ponerlas a su favor. Las redes sociales enriquecidas con la nueva tecnología de inteligencia artificial son un medio perfecto para conectar directamente con los votantes insatisfechos. Se pueden crear auténticas cámaras de eco que refuerzan la idea de que todo el pueblo apoya sin fisuras a uno de los candidatos al tiempo que rechaza a todos los demás. Reducen drásticamente el coste de las campañas electorales y su impacto es muy grande si la polarización política también lo es.

Pero esto es algo con lo que ya deberíamos haber aprendido a convivir. Las redes sociales no son nuevas, llevan mucho tiempo entre nosotros, tanto que muchos Gobiernos han aprendido a ponerlas a su favor. Hace unos años recurrían a prohibirlas o a tratar de influir en ellas, hoy a veces están a su servicio. En otros casos están sometidas a regulaciones y vigiladas por verificadores externos. Algunas navegan libres y se han convertido en foros de debate en los que abundan los activistas políticos. En un mundo conectado en el que muchos de los consensos que dábamos por sentados se han esfumado y con los medios de comunicación tradicionales en crisis, las redes sociales son un actor importante que hemos de tener en cuenta, pero, ¿hasta qué punto tienen influencia?

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