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Sicalipsis, Amores Tóxicos
Sicalipsis, Amores Tóxicos
Sicalipsis, Amores Tóxicos
Libro electrónico1646 páginas20 horas

Sicalipsis, Amores Tóxicos

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Información de este libro electrónico

Ella sabe que no es sano, bueno, ni correcto sencillamente porque quien incita deseos impuros es el mejor amigo de su novio. Una historia de amor en un mundo militar.

IdiomaEspañol
EditorialEditorial Trascendental
Fecha de lanzamiento24 jul 2025
ISBN9798231218264
Sicalipsis, Amores Tóxicos

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    Sicalipsis, Amores Tóxicos - Editorial Trascendental

    Episodio 1

    Raquel.

    Últimas vacaciones.

    El sol intenso de Phoenix acaricia cada poro de mi piel, brindándome uno de los placeres que más adoro: absorber la vitamina D. La escena sería perfecta si no fuera porque mis hermanas están en una absurda discusión, salpicando agua por toda la piscina.

    Cierro los ojos tratando de ignorarlas por quinta vez esta mañana; deseo aprovechar los últimos minutos bajo el sol.

    —¡Raquel! —grita mi hermana menor—. ¡Ven a darte un último chapuzón!

    —No, gracias —respondo sin moverme—. Prefiero no involucrarme en su pelea tonta.

    —¡Qué aburrida! —responde ella, mientras agarra a mi otra hermana por los hombros.

    —¡Chicas, el almuerzo está listo! —grita mamá desde la ventana.

    Suspiro y me acomodo los lentes sobre la cabeza. Mis hermanas ignoran a mamá y siguen peleando en la piscina. Intento hacer lo mismo, pero la mirada seria y solemne de mamá me atraviesa desde lejos.

    —¡Raquel, ven ya o perderás el avión! —vuelve a gritar.

    ¡Qué molestia terminar las vacaciones así! Creo que todos deberíamos tener al menos cuatro meses al año para descansar, especialmente cuando el trabajo es tan arduo como el mío.

    —¡Ya voy! —grito para que no se enoje.

    Al ponerme de pie, un punzante dolor de cabeza me recuerda la resaca de la noche anterior. Bebí hasta las cuatro de la madrugada con algunos viejos amigos que no veía hace años.

    Arrastro los pies hacia el comedor. La empleada de mis padres ya está poniendo la mesa.

    —Siéntate —me dice con tono amable—. Es tarde, todavía te falta empacar y puedes perder el avión.

    Todos repiten lo mismo desde que me levanté.

    —Come rápido —entra mamá a la cocina—. Quedan muchas cosas por hacer y...

    —Sí, ya sé, voy a perder el avión —termino la frase por ella—. Parece que todos quieren que me vaya lo antes posible.

    —No digas eso —dice—. Sabes que si pudiera, te tendría conmigo los trescientos sesenta y cinco días del año —me da un beso en la coronilla—. Antes de que empieces, avísale a tu papá que la comida está lista.

    Mis hermanas irrumpen entre empujones y risas. Emma, la menor, tropieza y cae cómicamente sobre el piso de baldosas. No puedo evitar reírme a carcajadas mientras subo las escaleras en busca de mi papá.

    Al subir, me encuentro con Tom, el labrador de la familia, que me sigue con la lengua afuera.

    Al entrar al despacho, el frío del aire acondicionado me eriza la piel. Miro rápidamente alrededor: todo sigue igual. El viejo sofá esquinero marrón que combina con la gran biblioteca que ocupa toda una pared, una lámpara marroquí junto a la ventana, y en la pared principal, medallas y condecoraciones familiares decoran el espacio.

    Mi padre no permite que se realicen remodelaciones ni cambios en esta casa; ha permanecido intacta durante generaciones.

    Admiro las medallas que decoran toda la pared, verdaderos tesoros familiares. Hay un lugar vacío que imagino está reservado para colgar mi tercera medalla, la que recibiré por ascender a teniente.

    Toda la familia paterna pertenece a la milicia, específicamente a un cuerpo llamado la FEMF (Fuerza Especial Militar del FBI), y yo no soy la excepción. Desde los siete años estudié en una escuela militar especializada y luego cursé la secundaria en la escuela privada de la FEMF aquí en Phoenix. A los quince, me trasladaron a la academia de preparación de cadetes en Londres.

    No ha sido un camino sencillo, pero amo lo que hago. A mis veintidós años hablo siete idiomas, domino tácticas de camuflaje y defensa personal. Sé manejar todo tipo de armas, explosivos y sistemas inteligentes. Además, he gestionado casos relacionados con algunos de los grupos más peligrosos del mundo.

    He intervenido en misiones en Indonesia, Pekín, Moscú y París, realizando operaciones de espionaje, rescate y ataque. Mi ascenso ha sido por mérito, gracias a mi desempeño dentro del equipo.

    Somos una rama secreta del gobierno encargada de las misiones más delicadas y confidenciales, aquellas que deben permanecer en secreto absoluto. Uno de los comandos de fuerza y preparación más importantes está en Londres, ciudad donde llevo viviendo siete años.

    Extraño mucho a mi familia, que está lejos, aunque tengo a Laisa, a Harry, mis mejores amigos, y a Braton, mi pareja desde hace cinco años.

    —He dejado un espacio listo para tu medalla —dice papá señalando ese espacio vacío que ya había notado.

    —Lo sabía, ahí lucirá perfecta —le respondo con una sonrisa, consciente de lo mucho que significa para él que su hija siga sus pasos.

    —Me alegra que te guste, teniente —me dice con una sonrisa.

    Mi ascenso es un motivo de gran orgullo para él, me lo recuerda cada día.

    —Te extrañaré mucho —lo abrazo.

    —Yo a ti, pequeña —responde estrechándome con cariño.

    —¡Rick, Raquel, se va a enfriar el almuerzo! —grita mi madre desde la escalera.

    Bajo con papá y almorzamos apresuradamente.

    —¡Ya voy tarde! —le digo, mientras ella me mira con una ceja alzada. Ignoro el reproche que no pronuncia y me repito que tiene razón: voy a perder el vuelo.

    Soy la primera en terminar y corro hacia mi habitación para empacar lo poco que me falta.

    —Adiós, vacaciones... —murmura Sam, mi hermana de dieciséis años, desde el umbral de la puerta. Aún tiene el cabello húmedo por la piscina y se sienta en la esquina de la cama. Parece preocupada, y ambas sabemos que no es por mi partida.

    Ella me anima con suavidad: Tienes que decirle a papá que no quieres entrar a la academia.

    Le pido que baje la voz, porque se levanta para cerrar la puerta. Luego la reprendo con firmeza: Tienes que hacerlo. Ya terminaste la escuela y, por obligación, tendrás que unirte a la academia el próximo año.

    Ella se muestra insegura, recoge su cabello y confiesa: No sé cómo lo tomará ni cómo decírselo.

    Le aconsejo con tranquilidad que simplemente le diga: Quiero ser médico, no un agente secreto, mientras reviso los cajones para asegurarme de no olvidarme nada.

    Su miedo persiste: Se enojará.

    Le respondo que quizás sí, pero que tarde o temprano se le pasará. Entonces me pregunta con preocupación: ¿Qué crees que dirá cuando se entere de que todo el dinero que gastó en la escuela privada fue en vano?.

    Le aseguro que no es un problema económico para él y que, porque nos quiere mucho, entenderá que no todas queremos seguir el mismo camino.

    En ese momento, mamá nos interrumpe diciendo: ¡Ya casi es hora de partir!.

    Elijo un atuendo sencillo y cómodo para el largo vuelo, recogiendo mi cabello en un moño alto y dejando la chaqueta por fuera.

    Me despido de los empleados mientras Emma se abraza a mí, y Sam muestra tristeza. Me acerco a ella y dejo un beso en su frente, diciéndole: Solo díselo, él lo entenderá, y la abrazo.

    El claxon de la camioneta de mi padre empieza su animada rutina y él me muestra el reloj por la ventana, impaciente. Él y mamá me llevarán al aeropuerto.

    Durante el trayecto, mamá me da las típicas recomendaciones: que coma bien, me abrigue, evite el alcohol, no fume ni cause problemas. Pienso para mis adentros: Como si no tuviera ya 22 años.

    El anuncio por los parlantes confirma: Último llamado para los pasajeros del vuelo 594 con destino a Londres.

    Mamá me regaña por llegar justo a tiempo.

    La despedida está cargada de lágrimas; siempre me cuesta dejar a mi familia, aunque intento ser fuerte. Soy una soldado, pero no puedo ocultar mi debilidad por ellos, pues crecí en un ambiente sólido y lleno de afecto. Me despido con un Cuídense.

    Ya en el avión, reviso el móvil y veo varios mensajes de Braton, pero la azafata me pide apagarlo. Obedezco y me acerco a la ventanilla, despidiéndome mentalmente de Phoenix por este año.

    El llanto de un bebé rompe el silencio. Mi compañero de asiento apoya su cabeza en mi hombro, babeando, con las gafas a punto de caer. Lo acomodo y me enderezo.

    Solo han pasado cinco horas de vuelo, pero ya siento dolor en espalda y cuello. Pido comida a la azafata mientras saco el móvil discretamente y empiezo a borrar imágenes antiguas y capturas de pantalla de conversaciones con Laisa.

    Sonrío al ver una foto en la Royal Opera House, a mitad del concierto de Bon Jovi, recordando ese día especial. Recuerdo las manos de Braton sobre mi cuello y el intenso beso que me dio, eufórico porque, después de meses, había aceptado iniciar una relación conmigo.

    Nunca olvidaré cómo lo conocí en mi primer año en la academia. Todas hablaban de Braton Leiwis, pero yo no lo había visto hasta un día en la cafetería, cuando Laisa y Brenida comentaban sobre lo atractivo que era. Curiosa pregunté si estaba cerca, y Brenida me indicó que mirara hacia la mesa de atrás.

    Estaba almorzando con sus amigos justo a mi espalda cuando, sin que nadie lo notara, volteé a observarlo por primera vez. Las chicas no se equivocaban al decir que era realmente atractivo. Sus ojos verdes, semejantes a esmeraldas, destacaban en su rostro cautivador. Aunque llevaba un corte de cabello al estilo militar, desde lejos era evidente el tono castaño de su melena.

    De repente, levantó la vista y nuestras miradas se encontraron. Me regaló una sonrisa cargada de complicidad y encanto. Rompí ese instante de inmediato, sintiéndome un poco torpe y con el rostro tan sonrojado que no pude terminar de almorzar. Así, me despedí de mis amigas y me dirigí hacia la clase de ciencias.

    Más tarde, nos cruzamos en uno de los pasillos. Al verlo de cerca, su atractivo se intensificó; su altura, cerca de 1.90 metros, le otorgaba una presencia imponente. Me obsequió una sonrisa que me desarmó por completo.

    —¿Me estabas mirando? —preguntó con las manos en los bolsillos y un aire juguetón.

    —¿Perdón? —respondí fingiendo no entender a qué se refería.

    —En la cafetería, te vi mirarme —dijo con una mezcla de coquetería y seguridad.

    —No, no te estaba mirando... ni siquiera te conozco —intenté esquivarlo, pero se interpuso en mi camino.

    —Me gusta que me observes —afirmó sin rodeos—. Nunca antes unos ojos tan bonitos como los tuyos se habían fijado en mí.

    Rodé los ojos, percibiendo que intentaba hacer el galán.

    —Tienes a media academia detrás de ti, y ¿dices que los únicos ojos hermosos que te han mirado son los míos?

    Él sonrió y sus hoyuelos me dejaron sin palabras.

    —Dices que no me conoces, pero sabes que toda la escuela está tras de mí —respondió con firmeza—. Creo que estás mintiendo un poquito.

    Me sentí algo torpe por haber respondido sin pensar y quedar en evidencia.

    —¿Quieres que te ayude con los libros? —ofreció, extendiendo la mano para tomarlos.

    —Puedo sola —le dije, apartándome con determinación.

    Desde ese día comenzó a buscarme constantemente. Se hizo amigo de mis amigos, aparecía en los mismos lugares que yo, me enviaba chocolates, flores e invitaciones. Siempre rechazaba sus atenciones; me gustaba, pero no quería que fuera tan sencillo. Sabía de su fama como galán y no quería ser una más en su lista.

    Poco a poco nos hicimos amigos. Salíamos al cine, al teatro, a patinar, y él me mostró los rincones de Londres. Cada día se esforzaba por conquistarme con un detalle nuevo y especial.

    Llevamos cinco años juntos, y puedo afirmar que él ha sido mi gran amor. A su lado he vivido experiencias muy diversas, desde acampar bajo un cielo estrellado hasta disfrutar de las cenas en los restaurantes más elegantes de la ciudad. Me protege y cuida como si fuera lo más importante en su vida. Aunque Laisa comenta que sus celos a veces son exagerados, he aprendido a manejar esa situación con paciencia.

    Con una suave sonrisa en los labios, me acomodo en mi asiento y, poco a poco, vuelvo a quedarme dormida.

    Londres.

    El avión aterriza a las diez de la mañana en pleno julio, y tengo la fortuna de encontrar sol en el frío Londres. Me abro paso entre los turistas que se toman fotografías y compran en las tiendas de recuerdos; noto que hay más gente que el año anterior.

    Desde lejos, diviso a Braton en la sala de espera. Impecable como siempre, viste una camiseta azul, jeans negros y zapatos deportivos. Una pareja de ancianos se le acerca, él les brinda algunas indicaciones y ellos continúan su camino.

    Lo he extrañado tanto que el corazón se me acelera y las manos me sudan. Tropiezo con algunos turistas mientras corro, la ansiedad me domina. Me lanzo a sus brazos, él rodea mi cintura, me eleva en el aire y nuestros labios se encuentran en un beso lleno de ternura.

    —Te extrañé mucho, hermosa —me susurra mientras me abraza.

    Lo atraigo más hacia mí y le devuelvo el beso. Siento mariposas revolotear en mi estómago cuando me sonríe.

    —La próxima vez no te dejaré viajar sola —me advierte con una sonrisa.

    Sigo aferrada a él mientras frota suavemente su nariz con la mía. Me encanta la idea de que me acompañe, así no tendré que pasar tantos días sin verlo; además, mis padres lo adoran y serían las vacaciones perfectas.

    —¿Quieres comer algo? —me pregunta mientras me quita la maleta y toma mi mano.

    —No, no me gusta la comida de los aeropuertos.

    Mientras caminamos hacia el estacionamiento, le doy un breve resumen sobre cómo está mi familia. Él localiza su Mercedes y me abre la puerta del copiloto. Enciendo el estéreo y pongo música de Aerosmith.

    Tarareo una de mis canciones favoritas, Crazy:

    "Come here, baby

    You know you drive me up the wall

    The way you make good on all the nasty tricks you pull..."

    —Qué feliz estás —comenta mientras toma el volante para salir del aeropuerto.

    —Tengo muchas razones para estarlo —digo, soltándome el cinturón para buscar su boca.

    —¡Calma, cariño! —dice sonriendo—. Es peligroso y alguien podría vernos.

    —¿Y qué importa si nos ven? —le susurro contra su cuello—. Es mucho más emocionante.

    Él aparta mi mano que había llegado hasta su cintura.

    —Me encantaría estar contigo sin ropa —le susurro al oído—, pero primero deberíamos dormir toda la tarde.

    —Creo que eso será difícil —me besa la mano.

    Parece que ya se está poniendo gruñón.

    —¿Por qué no?

    —Sabrina y Chrisophir se mudaron a la ciudad.

    Con solo escuchar mencionar a su hermana, vuelvo inmediatamente a mi lugar.

    —No conoces a Chrisophir, así que he reservado una mesa en Veeraswamy. Una cena de bienvenida es la mejor excusa para conocerlo.

    Se detiene en un semáforo.

    —No voy a ir —respondo molesta.

    Él intenta acariciarme, pero no se lo permito. Han pasado treinta días desde la última vez que nos vimos, y lo mínimo que espero es poder pasar una noche solo para nosotros dos.

    —Sé que no te agrada Sabrina, pero haz un esfuerzo. Ya les dije que iba contigo.

    Sabrina es su hermana menor; nunca hemos tenido una buena relación. Ella cree que no tengo la elegancia necesaria para pertenecer a su familia. En los primeros años de nuestra relación hizo todo lo posible por separarnos, pero no le di ese gusto.

    —No es justo que yo tenga que aguantar una noche entera con alguien tan desagradable. Ve tú, yo te esperaré en mi apartamento.

    El auto arranca cuando el semáforo cambia a verde.

    —No es solo por Sabrina, también quiero que conozcas a Chrisophir. Es mi mejor amigo y creo que sería bueno que empiecen a compartir.

    Siempre he oído hablar de Chrisophir Morgan; es como un hermano para Braton.

    En un ejército tan grande, los rumores abundan, y Chrisophir Morgan es uno de los que más dan de qué hablar: arrogante, impulsivo, amante de las peleas y con fama de ser un galán complicado. Todos lo describen como un hombre rebelde y temperamental, alguien que parece querer enfrentarse a todo el mundo.

    Su reputación empeoró cuando se casó. No es ningún secreto que le es infiel a Sabrina. Nunca lo he visto personalmente, pero puedo imaginar lo mal que me caerá.

    —Braton, no quiero pasar la noche con Sabrina y alguien que no conozco.

    —Estás exagerando, yo también estaré allí, solo quiero que me acompañes. La cena no será larga —acaricia mi cabello sin quitar la vista del volante— Además, tu padre y el de él son buenos amigos. Ese es otro motivo para que le des una oportunidad y lo conozcas.

    —No me interesa conocer a un arrogante, ya tengo suficiente con tu hermana.

    —Lo estás juzgando sin conocerlo, y no quiero preocuparte, pero es tu nuevo coronel. Es mejor que empieces a tratarlo y que intentes tener una buena relación con él.

    —¿Nuevo coronel? ¿Qué pasó con Sloan?

    —Lo trasladaron. Hay una misión nueva en proceso que necesita las habilidades de Chrisophir. Pidió un grupo con los mejores soldados, oficiales, tenientes y capitanes; entre ellos estás tú. Sloan te recomendó.

    —Es solo un par de años mayor que tú —lo interrumpo— Se supone que para ser coronel se requiere mucha experiencia.

    —Y la tiene, cariño. Los cuatro años en Escocia no fueron en vano, ha triunfado en todas sus misiones. Su padre es ministro y líder del consejo; todos confían plenamente en sus capacidades.

    —¿Cómo pasó de ser un chico problemático a un soldado ejemplar?

    Sigue siendo un chico problema —rió con cariño—, aunque ahora sus logros hablan por sí mismos.

    Finalmente llegamos a mi edificio.

    —Quiero que te quedes conmigo esta noche —entrecruzó nuestros dedos con suavidad—. Sé que no te agrada Sabrina, pero es parte de mi familia y debemos pasar tiempo juntos.

    Me miró con una ternura que siempre logra vencer cualquier resistencia.

    —Está bien —respondí con un suspiro.

    —Esa es mi chica —se inclinó para darme un beso—. Prometo que voy a pasar toda la noche llenándote de besos.

    —Más te vale —le dije, y él rozó la punta de mi nariz con la suya.

    —Pasaré por ti a las siete —me besó en la frente y me ayudó con la maleta—. No subiré, tengo que terminar unos asuntos en el comando para estar libre esta noche.

    —Entiendo —acepté al tomar el asa de mi maleta.

    —Te amo —dijo con énfasis.

    —Y yo a ti —respondí mientras entraba al ascensor.

    Presioné el botón que me llevaba hasta la cuarta planta. Al salir al pasillo, Miguel Bosé inundaba mis oídos con la canción Lulú.

    Llegué a mi puerta y la música se intensificó cuando la abrí. Como esperaba, Lulú tenía el estéreo a todo volumen mientras limpiaba los muebles.

    —¡Qué sorpresa! —exclamó abrazándome—. ¡Baja ese volumen o los vecinos nos van a quejar otra vez!

    Ella bajó el sonido y dejó el plumero a un lado.

    —Qué bronceada estás —comentó con su típico acento mexicano—. El sol de Arizona te quedó muy bien.

    —Gracias —me observé en el espejo—. Me tomó varias semanas conseguir este tono.

    —¿Cómo están tus padres?

    —Bien, me enviaron varios regalos.

    —¡Qué lindos!

    Me llevó hasta la barra de la cocina y bailó al ritmo de Juanes mientras servía algo para beber. Lulú mide poco más de metro y medio, pero su alegría es enorme; un optimismo contagioso que ilumina mis días. Es una morena llena de energía que nunca pasa desapercibida. Me encanta tenerla conmigo, pensé.

    —¿Quieres algo más? —preguntó—. La telenovela está a punto de empezar y no quiero perderme ningún detalle del capítulo.

    Alguien podría pensar que es insolente o descarada, pero para mí no lo es. Lleva cuatro años trabajando conmigo y eso le otorga ciertas libertades en mi casa, como ver lo que quiera, ir y venir cuando guste, y expresarse libremente.

    —No, voy a dormir un rato. Avísame si llega Laisa.

    —No creo que llegue hoy —respondió mientras recogía los platos de la barra—. Salió con el joven Simón.

    —Está bien. Por favor, no me pases llamadas.

    Mi cama estaba cubierta con ejemplares de la revista Dama de Honor. En el cabezal encontré una nota que decía:

    "Me alegra que estés en casa. Me tomé la molestia de conseguir estos ejemplares para que puedas elegir el modelo de tu vestido de dama de honor.

    Con cariño, Lou."

    Al repasar las publicaciones, un detalle ineludible me recordaba la proximidad de su boda, a tan solo cinco meses de distancia.

    La tarde se deslizó en un profundo sueño hasta que Lulú irrumpió, interrumpiéndolo con el recordatorio de mi encuentro programado con Braton. Mientras me aseaba, su voz entonaba una melodía conocida: Sabía que no llegaría, que era una falacia, cuánto tiempo perdí por su causa, una promesa rota, incumplida... Son amores complejos, como el tuyo, como el mío....

    Al salir del baño, mi elección recayó en un vestido strapless de color rojo vibrante y ajustado. Me puse la gargantilla de oro blanco y rubíes, un obsequio de Braton en nuestro quinto aniversario. Lulú, con su destreza habitual, se encargó de peinar mi cabello y aplicar mi maquillaje.

    La hermana de su pareja palidecerá de envidia al verla, comentó, mientras buscaba mi abrigo. Y este atuendo encenderá la pasión del señor Braton, sin duda.

    Una risa franca brotó de mí.

    Se ríe porque sabe que estoy en lo cierto, afirmó Lulú con una sonrisa.

    Me giré para verme de nuevo en el espejo, con la convicción de que Lo voy a dejar deslumbrado.

    El sonido del timbre anunció su llegada. Me despedí de Lulú y me dirigí hacia la puerta para recibir a mi amado.

    La Cena

    Maldecía en silencio al sentir cómo la lluvia arrecia afuera. La piel se me erizaba y me daba cuenta de que no debí haber elegido un vestido tan corto; sin la calefacción, seguramente estaría congelándome.

    En este lugar se reúnen la mayoría de los adinerados y sofisticados de Londres. Más que un restaurante, parece una competencia por quién llega en el auto más lujoso y quién paga la cuenta más cara. No envidio para nada ese ambiente; si dependiera de mí, preferiría comer un simple perrito caliente en un carrito del parque.

    De repente, la figura de Sabrina apareció en el vestíbulo. Siempre tan impecable como de costumbre, vestía un ceñido modelo color marfil que marcaba su figura hasta las rodillas. Sobre uno de sus hombros colgaba un pequeño bolso Prada que combinaba con sus zapatos y vestido a la perfección.

    Nos buscó con la mirada mientras el mayordomo le recibía el abrigo y el bolso. Al vernos, avanzó hacia la mesa con una elegancia natural y una gracia muy característica de ella.

    Aunque es hermana de Braton, no podrían ser más diferentes. Mientras él lucía un cabello castaño, ella llevaba un rubio intenso estilo Barbie. Era menuda y sus delicados rasgos le otorgaban un aire inocente.

    Braton era alto, corpulento y fuerte. Sabrina, por el contrario, era pequeña y sin curvas pronunciadas, con un físico que luciría bien con cualquier tipo de traje de baño.

    Sabrina saludó a Braton con un beso y luego nos rozó las mejillas, fingiendo que le agradábamos. Yo no aparté la mirada de la puerta; quería ver al valiente que se atrevió a casarse con ella.

    —Disculpen por la tardanza —dijo—. La ciudad está hecha un caos por la lluvia; casi no pude conseguir un taxi.

    Estiré el cuello, pero seguía sin ver a nadie.

    —¿Y Chrisophir? —preguntó Braton.

    —Viene en camino. Estaba en la central y hay un gran embotellamiento a la entrada de la ciudad —me miró con superioridad.

    Estaba tan acostumbrada a esa actitud que ya no me molestaba; en realidad, hasta disfrutaba cuando podía amargarle un poco la velada.

    El camarero la sentó al lado de su hermano, evitando así que soportara sus miradas furtivas.

    Charlaban sobre la reforma de su nuevo apartamento, su matrimonio y la gran fortuna del esposo.

    —Me enteré que tus padres compraron una propiedad en Nueva York —me dijo Sabrina por primera vez en la noche.

    —Sí —respondí sin darle mayor importancia.

    Braton me miró esperando que continuara. Pobre, siempre había querido que fuéramos las mejores cuñadas.

    —Será un lugar para personas sin hogar, niños huérfanos y ancianos —añadí.

    —Qué noble gesto de su parte —dijo mientras se apartaba el cabello rubio de los hombros—, pero me parece un desperdicio de dinero. Eso debería ser responsabilidad del gobierno.

    —No es molestia para él —repliqué.

    —Puede ser, pero no debería malgastar el dinero así. Su fortuna no es tan grande como parece.

    «Había tardado en lanzar otra de sus indirectas.»

    —Lo único que debería importarle es tener lo suficiente para vivir —contesté encogiéndome de hombros—. Todo lo demás es ganancia.

    Por un instante sentí ganas de recordarle que mi padre había cerrado un trato que había duplicado su fortuna, pero no valía la pena entrar en una competencia por quién tiene la casa más grande.

    Pasaron cuarenta minutos sin que apareciera el tan esperado coronel. Sabrina seguía hablando, lanzando algunas indirectas de vez en cuando.

    El hambre empezó a rugirme el estómago, mientras mi mente se cansaba de las trivialidades de la rubia. «La rabia y el hambre no son buenas compañeras.»

    —Braton, podríamos...

    —Lamento la demora —interrumpió una voz áspera y suave a mi lado. Enderecé la espalda y puse todos mis sentidos alerta cuando un aroma exquisito, amaderado, llegó a mi nariz.

    El instante se detiene, la mirada se alza y una sensación de asombro me envuelve, como si una fuerza invisible me impactara. Mi mundo se reduce a la imagen frente a mí, una visión que me deja perpleja, hipnotizada. El corazón se desboca, la respiración se agita y el mareo me asalta, desorientándome por completo.

    Braton se levanta, extendiendo un saludo cordial al hombre que me acompaña. La cortesía dicta que debería imitar su gesto, pero mi cuerpo parece no responder, mi mente se encuentra en un vacío absoluto. Permanezco inmóvil, sentada, observando a quien, supuestamente, es el esposo de Sabrina.

    Si su voz ya me había dejado aturdida, su presencia me ha sumido en un silencio total, incapaz de articular palabra alguna.

    —No te preocupes —dice Braton, mientras le ofrece un abrazo cálido—. Sabemos cómo se pone la ciudad con la lluvia.

    Es alto, de una belleza innegable, con un atractivo que supera cualquier ideal de galán de cine. Una perfección estética envuelta en un traje oscuro, la chaqueta abierta revelando su imponente figura.

    Necesito tomar un respiro y recuperar la compostura.

    Braton me toma la mano, invitándome a ponerme de pie.

    —Ella es mi novia —me presenta—. Raquel James.

    Me incorporo, las rodillas temblorosas, y al tenerlo de frente, la magnitud de su presencia me golpea con más fuerza.

    Su rostro, ¡oh, Dios! No encuentro palabras para describirlo; parece esculpido por manos divinas. El cabello oscuro, húmedo por la lluvia, cae sobre sus cejas. Mis ojos se encuentran con los suyos, de un gris profundo, enmarcados por pestañas tupidas y largas. La perfección física existe y se llama Chrisophir Morgan.

    —Cariño —continúa Braton—, él es Chrisophir...

    —El coronel Chrisophir Morgan —interrumpe Sabrina, incorporándose y aferrándose a su brazo con posesividad.

    —Un placer —responde él con seriedad, extendiendo su mano para saludarme.

    El contacto desata un torbellino de sensaciones que revolotean en mi interior, como mariposas. Una oleada de nerviosismo me invade.

    —El placer es mío —respondo, bajando la mirada. Su presencia me intimida, y no quiero que perciba el rubor en mis mejillas.

    En ese momento, el camarero llega con una botella de champán y las cartas para ordenar. Soy incapaz de concentrarme en el menú; mi mente sigue en otro lugar.

    Sabrina sugiere platos para todos, y no la contradigo. En este instante, ella parece tener más cordura que yo.

    Mientras hablan entre ellos, mis ojos anhelan volver a mirarlo, y me esfuerzo por resistir el impulso. Sé fuerte, Raquel, es solo un ser humano, no viene de otro planeta. En un momento de debilidad, giro la cabeza en su dirección. Él está alzando su copa de champán, y un ligero movimiento en su cuello revela lo que parece ser un tatuaje.

    La cena avanzaba y apenas lograba comer lo que me servían, pues una inexplicable tensión llenaba el ambiente.

    —¿Qué te pasa, amor? —Braton tomó mi mano—. Estás muy callada.

    Me di un golpe mental para volver a la realidad.

    —Estoy un poco cansada —respondí.

    Sentí el impulso de mirarlo de nuevo.

    —Llegó hoy de Phoenix, es un viaje largo —comentó Braton.

    —Mi suegro es muy buen amigo de tu padre —dijo Sabrina, acariciando el brazo de su esposo.

    —Ya lo sabía, Braton me lo había contado —respondí.

    Su mirada se posó en mí y sentí el corazón latir con fuerza.

    —Si no les molesta —me levanté—, iré al baño a retocar mi maquillaje.

    —Estás perfecta, no necesitas retocar nada —sonrió Braton.

    —No tardo.

    Tres pares de ojos me siguieron mientras me levantaba; en situaciones así odio ser el centro de atención. Caminé hacia el baño con miedo de tropezar con mis tacones. No podía creer que paseara sobre azoteas de edificios de cuarenta pisos, y ahora temiera caerme por esos zapatos.

    El baño estaba vacío. Entré a un cubículo y bajé la tapa del inodoro. Me senté y respiré profundo, pero sentí que mi mente no recibía suficiente oxígeno.

    «Es un hombre atractivo, sumamente atractivo y seductor». También muy apasionado, pero me recordé que no debía comportarme de manera imprudente.

    Intenté ordenar mis pensamientos antes de salir. Me sentía como una adolescente con las hormonas alteradas. «Solo es una primera impresión, el hombre es muy atractivo y por eso me afecta así».

    Me miré al espejo. Un par de chicas se retocaban el maquillaje. El mío estaba intacto, así que solo alisé mi vestido y regresé al vestíbulo.

    Braton estaba pagando la cuenta y Sabrina colgaba de su brazo. Agradecía que pronto nos fuéramos.

    Me acerqué y permití que el mayordomo me ayudara con el abrigo.

    —Debemos hacer esto más seguido —dijo Sabrina al salir del restaurante.

    Rogué por dentro que Braton no le hiciera caso. No creía tener la paciencia para soportar otro momento así.

    La brisa me heló hasta los huesos, y me aferré al brazo de mi novio buscando calor. El valet parking le entregó la llave del Mercedes y me abrió la puerta para que entrara; intenté obedecer, pero Braton me detuvo para que me despidiera de Sabrina.

    No soy buena fingiendo, pero intenté ser cordial.

    —Disfruté su compañía —le dije, despidiéndome con un beso en la mejilla—. Un gusto conocerlo, coronel.

    No me atreví a acercarme más, así que solo hice un gesto con la cabeza, que él correspondió.

    Esperé dentro del auto mientras Braton se despedía. Saqué el móvil para distraerme, pero sentía un magnetismo tan fuerte que no pude evitar mirar cuánto me atraía. Nunca antes había visto a un hombre así, y eso que trabajábamos en una agencia llena de hombres fuertes y atractivos. Como agentes secretos, se supone que nuestro físico debe generar confianza y empatía. Sin embargo, él destacaba entre todos.

    Me surgen preguntas al darme cuenta de que jamás lo había visto en fotografías. Apenas caigo en cuenta de que la única imagen que llegué a ver de él es una pequeña foto de una fiesta de disfraces, y ni siquiera se le alcanzaba a distinguir el rostro.

    Siento cómo se tensan mis músculos cuando él pasa las manos por su cabello y humedece sus labios con la lengua.

    «¡Basta!» Me reprendo a mí misma.

    Dejo de mirarlo; es el mejor amigo de mi novio y no puedo contemplarlo como si fuera una maravilla del mundo.

    —¿Cómo te fue? —me pregunta Braton al abrir la puerta.

    —Casi muero de hambre, pero disfruté la cena.

    —Nos explicó por qué llegó tarde —enciende el motor— No te formes una mala impresión de él.

    «La única impresión que tengo es que es el hombre más atractivo que he visto en mi vida.»

    —No tengo mala impresión de nadie. La noche no estuvo mal, y Sabrina no fue tan desagradable, algo que merezco anotar en mi diario.

    Me besa la mano sin apartar la vista de la carretera.

    —Espero que algún día dejes de sentir esa aversión hacia ellos.

    Me duele escucharlo. Sabrina es su hermana querida, y durante años ha tenido que lidiar con las constantes discusiones que surgen entre nosotras.

    —No los odio.

    —Sé que sí, no necesitas mentirme.

    —Aunque Sabrina se comporte de manera difícil, no la odio. Es la hermana del hombre que amo —le beso la mejilla— Y a Chrisophir no lo conozco lo suficiente para juzgarlo, pero no creo que pueda sentir rechazo hacia él. No puedo despreciar lo que significa tanto para ti.

    —Siempre logras que te ame más —me sonríe.

    —Lo sé, tienes el corazón completamente rendido —me quito el cinturón y le doy pequeños besos en el cuello— Ve más rápido —susurro en su oído— Pasé un mes sin ti y mi cuerpo te reclama.

    Llegamos en menos de media hora. Entro primero y me dejo caer en el sofá del lujoso apartamento, un regalo de sus padres al graduarse.

    Son una familia muy adinerada, con membresía en el consejo de la FEMF y negocios internacionales. Por eso Sabrina no me acepta; quiere para su hermano alguien con más distinción, una flor inglesa, no una chica americana con amigas alocadas.

    —Fue una noche larga —se sienta junto a mí.

    —Mis pies me están matando.

    Me quita los tacones, me besa las pantorrillas y sube sus caricias por mis muslos desnudos.

    —Te extrañé, teniente James —mueve la tela de mi vestido con la nariz.

    —No te creo —me levanto y me acomodo sobre él.

    Lleva las manos a la parte baja de mi espalda y aprieta mis caderas, marcando la pasión que acaba de despertar. No pierdo tiempo y me acerco a sus labios, disfrutando esa dulzura que me tiene enamorada; su ropa me incomoda, así que rápidamente deslizo las manos por su abrigo y le quito la corbata.

    —Fueron los treinta días más difíciles de mi vida —se pone de pie con mis piernas rodeando su cintura.

    Camina conmigo hasta su habitación y me deja suavemente en la cama. De medio lado, observo cómo se quita la ropa, quedando solo con sus pantalones cortos. No está mal dotado; su cuerpo firme se insinúa bajo la tela, y siento cómo mi cuerpo responde cuando desliza con delicadeza las manos por el cierre de mi vestido.

    Braton es de esos que se toman su tiempo. No es que haya tenido muchas experiencias para comparar, pero basándome en lo que me cuentan mis amigas, puedo decir que a mi novio le encanta admirarme con calma. Une sus labios a los míos, besándonos con suavidad mientras mis manos se enredan en su cabello sedoso. Lentamente desabrocha el sostén, liberando mi pecho a sus caricias.

    La temperatura sube mientras me recuesto, contemplando su cuerpo esculpido. Se acerca, apoya las manos sobre la cama y posa su rostro en mi cuello, repartiendo tiernos besos que bajan por mi pecho y despiertan una especial sensibilidad en mí. Siento cómo la suavidad de su lengua recorre cada detalle, y con una mano aparta la tela de mi ropa interior para acercarse a mí con ternura.

    Arqueo las caderas, deseando que explore ese punto que me hace suspirar de placer. Me mira y sonríe al escuchar mi suave gemido de satisfacción. Sus ojos brillan con deseo, sus labios dibujan una sonrisa y su respiración se vuelve agitada mientras se recuesta sobre mí, la piel cálida y brillante.

    —Te amo, cariño —susurra junto a mis labios.

    Respiro profundo y pienso en cuánto lo amo también. Tantos años juntos, experiencias y momentos compartidos que siento que está arraigado en mi alma y corazón. Él desliza la mano con cuidado, apartando la tela mientras yo hago lo propio con su ropa, preparándonos para unirnos. Con delicadeza roza mi entrada, empapada por el deseo.

    Un suspiro escapa de mí y acerco la pelvis, ansiosa por sentirlo dentro. Admiro su paciencia mientras se concentra en mis labios, hasta que mis suaves súplicas lo invitan a avanzar. Su presencia llena mi ser, mientras seguimos fundidos en un beso apasionado y yo me aferro a su cuello, recordándonos mutuamente cuánto nos amamos.

    Comienzan los movimientos, firmes y repetidos, con sus ojos oscuros y músculos tensos que se esfuerzan. Yo disfruto cada sensación, flotando en un éxtasis que recorre todo mi cuerpo, erizando cada vello. Él emite suaves murmullos y yo me aferro a su espalda, el calor unido a su amor me conduce al clímax. Por unos segundos se mantienen en calma, y después se separa con cuidado para no perturbarme.

    —Braton... —susurro, abriendo las piernas para tranquilizar su preocupación—. Acabo de hacerme revisar el método anticonceptivo.

    —Lo sé, pero —apoya su frente contra la mía—, nunca está de más ser precavidos.

    Lo acerco para besarle de nuevo, dejo que se recueste a mi lado, me envuelva con sus brazos y me cubra con su cálido abrazo.

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    La luz del sol atraviesa la ventana y me calienta la cara. Intento levantarme, pero las piernas de Braton me lo impiden. Hago un nuevo intento y él apoya su brazo suavemente sobre mi vientre.

    —¿A dónde vas? —pregunta con voz somnolienta.

    —Voy a casa —logro sentarme, apoyándome en el cabecero de la cama.

    —¿Para qué? Quédate un rato más —me rodea con las piernas para retenerme.

    —Tengo que preparar algunas cosas para mi regreso mañana —me escabullo y me pongo la camisa blanca que llevaba puesta anoche.

    Miro el reloj: son las diez de la mañana. Seguro que a él no le gustará, pues mencionó que debe presentarse temprano en la central.

    —¡Braton!

    —¿Sí? —responde, con la cara hundida en la almohada.

    —Son las diez de la mañana.

    En ese instante, se levanta con la rapidez de un rayo.

    —¡Rayos! —me quejo, encamándome a la ducha— Chrisophir va a enojarse mucho conmigo.

    Mientras escucho el agua correr, busco entre la poca ropa que traje, que últimamente no es mucha. Sólo encuentro un par de vaqueros y una camiseta de algodón.

    —¿Qué pasó con el despertador? —se queja al salir.

    —Creo que no lo activaste —respondo, hundiendo la cabeza en el armario.

    —¿Quieres que te prepare algo para desayunar?

    —No te preocupes —le digo mientras me dirijo al baño—, tomaré un taxi y desayunaré en casa.

    Dejo que el agua me envuelva y me dejo llevar por la fragancia del shampoo, que no me canso de sentir impregnada en la piel.

    Al salir, Braton está frente al espejo. En la vida civil no se puede usar el uniforme de la FEMF.

    —Puedo llevarte, ya se me hizo tarde —se pone el reloj—. Unos minutos más no harán tanta diferencia.

    —Claro que sí lo hacen —me visto mientras lo observo con una sonrisa traviesa. «Me encanta provocarlo».

    Siento sus pasos acercarse por detrás, hundiendo su nariz en mi cuello.

    —Pensándolo bien, podría inventar alguna excusa para no ir hoy —susurra antes de besarme.

    —Eso no sería adecuado. Seguro te están esperando y no quiero que te sancionen por mi culpa.

    —No me importa recibir sanciones, estar juntos vale la pena. Mucho.

    Lo aparto suavemente.

    —¡Vete! Tenemos tiempo de sobra para esto.

    —Deberías haber pensado en eso antes de provocarme —responde, repartiendo besos en mi hombro.

    —¡Apártate o el coronel te regañará! —lo empujo fuera de la habitación.

    —¡Te amo! —grita desde el pasillo.

    —¡Yo también! —le contesto.

    Reviso el área antes de salir. No es que sea celosa, pero con todas las mujeres que han estado detrás de él, no está de más asegurarme de que no haya traído a otra persona.

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    Me bajo del taxi unas cuadras antes del edificio, entro en un café de la avenida y pido cuatro capuchinos (uno para Laisa, otro para el portero, uno para Lulú y uno para mí). Los acompaño con donuts. «Sí, soy una dulce consumidora».

    Camino por las aceras de Belgravia hasta que una camioneta se detiene y bajan a una mujer vestida de novia, acompañada de sus damas de honor. Una sesión de fotos, algo común en Londres.

    Todas sonríen frente a la cámara, mientras algunas personas que pasan por ahí observan con curiosidad. Es reconfortante ver cómo otros cumplen ese sueño que yo también he acariciado desde niña. Desde que tenía doce años, me he imaginado caminando hacia el altar, envuelta en un vestido blanco al estilo princesa. Supongo que soy una soñadora empedernida.

    Mientras regreso a casa, me consuelo pensando que Laisa sí logrará cumplir su sueño, ese matrimonio perfecto que siempre ha anhelado. Mi mejor amiga y yo compartimos ilusiones similares desde que éramos apenas unas niñas.

    —¡Buenos días! —saludo al portero al entrar al edificio.

    Un joven de piel morena, que definitivamente no es el portero habitual, me responde con una sonrisa amable.

    —Buenas tardes —contesta.

    Miro el reloj; ya es mediodía.

    —¿Dónde está Luigi? —pregunto, sorprendida, pues en los cuatro años que he vivido aquí nunca he visto a nadie en su lugar, salvo Luigi o alguna vez su hermano que lo sustituye.

    —Hoy es su día libre. Yo me llamo Julio —se presenta— A partir de ahora, alternaré turnos con él.

    —Raquel James —le extiendo la mano.

    —La dueña del departamento cuatrocientos doce —responde devolviendo el saludo— La señora Laisa ya me ha hablado de usted.

    —Tenía un capuchino para Luigi, pero como no está —le entrego el vaso.

    Lo recibe y aprovecho para darle uno de los bocadillos que traje.

    —No es necesario.

    —No seas tímido —le digo con una sonrisa— Toma todas las que quieras.

    —Muy amable de su parte, señorita.

    —Nada de señora ni señorita —puntualizo— Raquel está bien.

    Me alejo justo cuando llega la empresa de mensajería.

    —Suerte en el turno —le deseo.

    Entro al ascensor y me topo con la vecina que a todos en el edificio parece incomodar. Algunos la llaman la vecina. Yo prefiero considerarla un verdadero dolor de cabeza.

    —Necesito hablar contigo —acaricia al gato que lleva en brazos— Puse una queja, pero...

    —¿En qué puedo ayudarte?

    —Tu empleada me tiene hartísima —se queja— Pone esa música horrible a todas horas y va de un lado a otro con esos atuendos poco apropiados...

    —Primero que nada —la interrumpo— no es música horrible, son rancheras; vivimos en un país libre y no puedo prohibirle escuchar la música que le gusta.

    —Si esto sigue así —me amenaza— le diré a la administración que te ordenen desalojar.

    —Los que desalojan son los inquilinos, no los dueños —le respondo mientras sigo mi camino— Que yo sepa, usted no es dueña de su apartamento, ¿o me equivoco?

    Escucho sus pasos apresurados al seguirme por el pasillo.

    —No me des la espalda, maleducada...

    —La discusión terminó, señora Felicia.

    —No se atreva a...

    Le cierro la puerta antes de que intente alegar más.

    En la cocina, Lulú baila alegremente con una escoba mientras Laisa mueve los hombros al ritmo de la música.

    —Por fin llegas —me saluda mi amiga desde la barra, rodeada de ingredientes y botellas de vino— Pensé que estarías aquí cuando llegué anoche.

    Luce el cabello recogido con unos palitos chinos que parecen a punto de ceder bajo el peso de sus mechones castaños. Lulú baja el volumen del estéreo, pero ni me saluda, atrapada por el aroma de las donas y el capuchino.

    —Salí a cenar con Braton y Sabrina —le cuento.

    Le doy un beso en la frente a Laisa. Hay harina esparcida por todas partes, incluso sobre las lentes de sus gafas.

    —¿Qué rayos estás haciendo? —pregunto, divertida.

    —Estoy haciendo sushi para Simón —me dice, mostrando un rollo ligeramente deformado.

    —Pero te está quedando pésimo —comenta Lulú, con la boca llena.

    —Con este desorden, seguro lo espantarás —respondo mientras recojo las bolsas vacías.

    —¿Por qué hay tanta harina por aquí?

    —Hice un postre que está en el horno —se limpia las manos con el delantal y extiende la mano para tomar un capuchino— ¿Fuiste a cenar con Sabrina?

    —Sí, y también con su esposo, el coronel...

    —El coronel Chrisophir Morgan —me interrumpe.

    —¿Ya lo conoces?

    Guardo los víveres en el refrigerador.

    —Claro, es el nuevo coronel al mando de todo el ejército de inteligencia. Todas las mujeres están impresionadas por él... Es muy guapo —se muerde el labio—¿No te parece?

    —Sí, es atractivo —trato de restarle importancia.

    Ella frunce el ceño mientras deja el capuchino sobre la barra.

    —¿Sólo atractivo? —replica— Es todo un dios del Olimpo. Nunca había visto a un hombre así.

    —No exageres...

    —Tuve un impacto visual cuando lo vi —dice con emoción.

    —¿Impacto visual? Eso no es algo real.

    —Literalmente eso sentí cuando nos invitó a cenar la semana pasada.

    —Pensé que amabas a Simón —interviene Lulú, mordisqueando una dona.

    —Claro que amo a Simón —respondo mientras vuelvo a los rollos— Pero el coronel Morgan está en otro nivel de atractivo masculino, y no todos los amigos de tu novio tienen ese tipo de encanto.

    —Parece que los dioses de la belleza estuvieron de su lado al nacer —intento hacerle ver que es atractivo, pero como cualquier otro.

    —No imaginas cómo están todas las mujeres en la central. Están como locas, incluyéndome. Aún me pregunto cómo puede estar casado con Medusa —se queja— Tenerla en la central es un problema; nadie la soporta.

    —Me voy a casa —dice Lulú, interrumpiendo— Un chico me invitó a almorzar.

    —¿Hoy? —pregunta Laisa preocupada.

    —Sí —responde quitándose el delantal.

    —Pensé que me ayudarías a arreglar los rollos de sushi.

    —Ni el viento de la rosa de Guadalupe podría arreglar esos rollos —dice mientras toma su bolso y se dirige hacia la puerta— El chico con quien voy es mi tercera cita a ciegas y no quiero llegar tarde.

    —¿Cita a ciegas? ¿Y si es alguien peligroso?

    —Su perfil dice que es honesto y busca algo serio, eso es suficiente para darle una oportunidad —suena su teléfono— Es él, nos vemos mañana. Suerte con el sushi.

    Laisa suspira y vuelve a la tarea.

    —¿En qué área trabaja Sabrina?

    —En el área de admisiones; se encarga de estudiar y evaluar a los soldados nuevos y de otorgar becas. A nadie le agrada mucho.

    —Quizá el coronel sea igual a ella —extiendo la mano para tomar mi capuchino.

    No lo creo. Tengo la teoría de que debajo de esa imponente figura de autoridad se esconde un gran potencial, comienza el análisis mi amiga. Su carácter lo revela, la forma en que mira, en que habla....

    Su imagen acude a mi mente. Es tan notable que mentalmente me deleito al recordarlo. Mi conciencia me advierte que no debo tener esos pensamientos.

    Échame una mano, me pide mi amiga. A este paso no terminaré hoy.

    Ayudo con el sushi mientras conversamos sobre las últimas noticias de Phoenix.

    Me retiro a mi habitación antes de la llegada del prometido de mi amiga.

    Los rumores sobre el coronel me intrigan y, con curiosidad, enciendo mi laptop, accediendo a la plataforma electrónica del comando. Intento entrar a los expedientes desde mi IP, pero el sistema no me lo permite.

    Los archivos confidenciales de los miembros de la FEMF solo pueden ser abiertos por autoridades de categoría cuatro, cinco y seis (coroneles, generales y ministros). Dejo el dispositivo a un lado. ¿Para qué quiero ver lo que no me incumbe?.

    Observo la foto de mis padres en la mesita. Fue tomada el día en que mi padre recibió la medalla al General del año. ¡Qué despistada he sido!. Mi padre es general; puedo acceder ya que yo le creé el usuario.

    Ingreso su usuario y contraseña, e inmediatamente me da acceso a los expedientes. Tecleo el nombre de Chrisophir Morgan y aparecen veintinueve expedientes.

    Hay una gran cantidad de noticias sobre él en el periódico de la FEMF.

    El hijo de uno de los generales más influyentes es expulsado de la academia por agredir a su maestro.

    Chrisophir Morgan es llevado al reformatorio de menores por participar en peleas clandestinas en Londres.

    Chrisophir Morgan avergüenza a su padre: El joven ha sido visto con grupos insurgentes que están en contra de la FEMF.

    Chrisophir Morgan regresa al reformatorio después de involucrarse en altercados callejeros.

    Chrisophir Morgan es hallado ebrio en su dormitorio: Los agentes se percataron de su estado por la fuerte discusión que tuvo con dos de sus compañeros.

    Rumores sugieren que Chrisophir Morgan podría convertirse en una de las mayores amenazas para la FEMF.

    Chrisophir Morgan increpa a los medios por no respetar su privacidad.

    El general Alex Morgan se niega a dar declaraciones sobre la desaparición de su hijo.

    Vaya, este hombre ha sido un verdadero desafío. Los últimos artículos comienzan a mostrar una mejora...

    Hijo del general Morgan se reintegra a la FEMF. ¿Cambio o estrategia para atacarnos?.

    Chrisophir Morgan recibe entrenamiento especial con Roger Gauna, general reconocido por sus exigentes métodos de aprendizaje.

    Chrisophir Morgan asciende a teniente.

    Chrisophir Morgan es ascendido a capitán después de participar en una de las misiones más temidas por la FEMF.

    Chrisophir Morgan se convierte en uno de los coroneles más jóvenes de la FEMF: El hombre de tan solo veinticuatro años es ascendido a coronel tras desmantelar a cinco de las bandas de narcotráfico y pedofilia más buscadas del mundo. La estrategia del capitán del escuadrón alfa logró una jugada perfecta después de dos meses de ardua investigación.

    En varias fotos aparece acompañado de Braton, Simón y otro joven que no reconozco. Busco algo relacionado con su matrimonio, pero no encuentro nada.

    RAQUEL.

    El amanecer apenas rompía cuando Raquel se alistaba para un nuevo día en el comando. A las siete en punto debía estar allí, pero la costumbre la impulsaba a llegar antes, a adelantar esos pequeños trámites que siempre se acumulaban. Mientras el aroma del café fresco invadía la cocina, y las noticias matutinas resonaban suavemente en el fondo, Raquel empacaba lo esencial: chaquetas adicionales, su portátil, el cargador del móvil y sus artículos de aseo. Aunque tenía la libertad de regresar a casa, las eventualidades imprevistas la obligaban a permanecer en la central, por lo que la previsión era clave.

    Con la taza de la energética bebida colombiana en mano, sus ojos se posaron en las noticias del Daily Mail. El titular del día capturó su atención: Cinco países anuncian nuevas alertas ante la desaparición de mujeres entre los quince y treinta años. Una punzada de preocupación la atravesó, sumándose a la ligera fatiga de haberse acostado tarde, inmersa en la curiosidad por asuntos que quizás no le incumbían.

    De repente, una voz familiar la sacó de sus pensamientos. Otra vez tengo la pesadilla de verte aquí, dijo Simón, recogiendo su camiseta del sofá, luciendo únicamente su bóxer. A pesar de su atractivo, su distracción era legendaria. Los años de convivencia con Laisa le habían acostumbrado a verlo en ropa interior por toda la casa. Y aunque no era un espectáculo desagradable —era alto, de complexión atlética, cabello oscuro y unos profundos ojos color zafiro—, Raquel no pudo evitar exclamar: ¡Ponte algo de ropa y deja de estorbar mi vista!.

    Simón, con una sonrisa burlona, imitó su frase: ¡Deja de estorbar mi vista!. Luego, añadió: Voy a ducharme, guárdame café.

    Aquí no tienes empleada, replicó Raquel, sin apartar la vista del periódico.

    En respuesta, Simón le arrojó la camiseta. Si no quieres que te arroje los calzoncillos, ¡guárdame café!, bromeó. En ese instante, Laisa se acercó por detrás y le dio un toque en el trasero. Ojo con lo que dices, le advirtió con tono juguetón, no me gusta que vean mis cosas. Él la envolvió en sus brazos, ella trepó por su torso hasta quedar a su altura y se besaron.

    Raquel puso los ojos en blanco. Escenas como esa eran el pan de cada día. Chicos, es un poco incómodo verlos tan empalagosos, protestó. ¿Podrían seguir con sus muestras de cariño en la habitación? Intento leer mi periódico.

    ¡Envidiosa!, exclamó Simón con una risa, mientras se dirigía al baño.

    Laisa se quedó observando a Simón con una adoración evidente. Dile a tu pareja que deje de andar en ropa interior por toda la casa, dijo Raquel, dando un sorbo a su café. Me da un poco de náuseas.

    ¡Escuché eso!, gritó Simón desde el baño.

    ¡Lo sé, por eso lo dije!, respondió Raquel con una sonrisa astuta.

    ¡No malgastes toda el agua caliente!, exclamó Laisa.

    Terminé mi café, recogí mi bolso, el teléfono y las llaves del coche.

    Te veré en el cuartel, le dije. Eran las seis menos cuarto. Ya voy tarde.

    Querida, no te apresures, se burló ella. Salga a la hora que salgas, siempre llegas tarde. Es tu talento.

    Hoy será diferente, respondí, mientras me dirigía hacia la puerta.

    Sabes que no.

    No olvides alimentar al pez, le recordé antes de cerrar.

    Abordé mi Volvo y dejé que la música de Adele me acompañara, tarareando Rolling in the Deep mientras me sumergía en el tráfico de Londres.

    Aceleré por la carretera vacía al salir de la ciudad. El cuartel general de la FEMF estaba a cincuenta kilómetros del área urbana. Me desvié por un camino de grava hacia uno de los puestos de control más vigilados del complejo.

    Me detuve frente a las enormes puertas de acero y mostré mi identificación a la pequeña cámara oculta en los arbustos. Coloqué mi huella en el detector escondido y esperé a que las puertas se abrieran.

    Al ser el cuartel más grande de Europa, contaba con una vigilancia reforzada. En el corto trayecto desde la entrada hasta el estacionamiento, había alrededor de cincuenta soldados acompañados por perros adiestrados.

    Estacioné en mi lugar habitual, con la premura de cada día. ¡Llegaba tarde! ¡Laisa me ha gafado!.

    Me puse mi uniforme de campaña (pantalones camuflados, camiseta de cuello redondo y botas, todo de color negro). Me recogí el cabello en un moño ajustado, asegurándome de que quedara presentable.

    Me llené de orgullo al ver mi tercera estrella dorada en mi camiseta, la que me identificaba como teniente. A esa hora, las tropas estaban reunidas, recibiendo las órdenes del día en los campos de entrenamiento.

    Me dirigí en busca de mi batallón. Si algo tenía el ejército, era la exigencia de puntualidad constante, algo a lo que aún no me acostumbraba. Por mucho que intentara cumplir la regla al pie de la letra, me resultaba imposible; el universo siempre parecía conspirar en mi contra para evitarlo.

    El capitán Robert Thomson, mi superior al mando, tenía a la tropa perfectamente alineada en el centro del patio.

    Él era uno de los mejores capitanes allí. Gracias a él fui ascendida. Se había encargado de que recibiera los mejores entrenamientos y misiones que enriquecían mi historial.

    Me preparé para la reprimenda más severa, porque en la milicia la falta de disciplina tiene sus consecuencias.

    ¡Buenos días, mi capitán!, me presenté con un saludo militar y me giré hacia mi tropa, que respondió con un enérgico ¡Buenos días, teniente!. En ese momento, sentí una mezcla de asombro y alegría. Fui ascendida antes de irme de vacaciones, así que, oficialmente, era mi primer día en mi nuevo cargo.

    —Supongo quiso decir buenas noches —me corrige con tono firme—. Llegó diez minutos tarde, teniente.

    Mantengo el silencio. En el ejército, protestar no es opción.

    —¿No le alcanzaron las vacaciones para descansar?

    —Disculpe, capitán. Acepto cualquier medida disciplinaria que considere necesaria.

    —Eso lo decidirá el coronel. Sloan se ha ido y Morgan está al mando —explica con calma—. Por ahora, vaya a la oficina y explíquele por qué llegó tarde. Esa será mi sanción.

    —¡Como ordene, mi capitán! —doy media vuelta y me dirijo a cumplir la indicación.

    —¡Teniente! —me llama cuando ya estoy algo lejos—. Me alegra tenerla de regreso.

    Asiento sin sorpresa. Sé bien que, bajo esa apariencia de estricta disciplina, está uno de los oficiales más justos y humanos del ejército.

    Sigo trotando hasta el edificio administrativo. Respiro profundo antes de entrar, pero inexplicablemente, pierdo velocidad conforme avanzo hacia el tercer piso.

    Siento latir mi corazón con fuerza, mis manos sudan y mis piernas tiemblan. Laurens, la exsecretaria de Sloan, no está a la vista.

    La puerta está entreabierta. Tomo aire y enfrento la situación sin vacilar demasiado.

    —¡Buenos días, coronel! —saludo con un gesto militar, buscando alguna distracción visual.

    No quiero mirarlo directamente, pero mis ojos se deslizan hacia su escritorio como si tuvieran voluntad propia.

    La luz naranja que entra por la ventana hace brillar su cabello. Sus ojos grisáceos me observan con dureza, como si viera a una intrusa, pero mi mente intenta centrarse en la imponente presencia que proyecta. La luz le da un aire casi angelical, aunque parece un ángel caído enfrentando sus propios demonios.

    —Vengo a presentarme a sus órdenes —digo avanzando, aunque con las rodillas temblorosas.

    —¡He estado esperándola doce minutos! —me reclama.

    —Lo siento, señor —trago saliva—, la ciudad estaba...

    Levanta la mano para callarme. Sus antebrazos exhiben tatuajes impresionantes: jeroglíficos, llamas y la figura de Anubis; el otro brazo lleva letras en latín, cráneos y símbolos prehispánicos.

    —Estoy cansado de excusas. No tiene caso justificar que sea una incompetente incapaz de llegar a tiempo.

    ¡Qué hombre tan exigente! —pienso, comprobando que su fama es cierta.

    —No volverá a ocurrir —muevo el peso de un pie al otro, aceptando que tiene razón.

    —Obviamente no —responde con aire seguro—. Porque si vuelve a pasar, se irá. ¿Ha quedado claro?

    —Sí, señor.

    —¿ qué? —no me sorprende para nada; ya entiendo por qué Sabrina está casada con él. Tienen personalidades muy similares, aunque exigentes.

    —Sí, señor.

    Él mueve ligeramente el cuello, mostrando con claridad el tatuaje que lleva justo encima de la clavícula: la figura de un lobo mirando fijamente.

    —Necesito que convoques a todos los capitanes, tenientes y sargentos que aparecen en esta lista —me entrega una hoja—. Me reuniré con ellos en una hora.

    —Como ordene, coronel.

    —Es imprescindible que sean puntuales y estén presentes. Odio que no se respete el reglamento.

    «¿Reglamento?» pensé, recordando que él mismo tiene un largo historial de desobedecer órdenes. Incluso a su propio padre parece no darle importancia.

    —Por supuesto, señor. Permiso para retirarme —le solicito.

    No responde. Vuelve a concentrarse en su MacBook, ignorándome por completo.

    Tomo su silencio como un visto bueno y me retiro.

    Cumplo la orden inmediatamente y notifico al capitán Thomson sobre la reunión. La noticia se difunde rápido y, antes de la hora pactada, la sala de juntas está llena: están todos los capitanes, tenientes, sargentos y oficiales del ejército de inteligencia —incluyendo a Braton y a Simón, capitanes de las tropas J067 y J083 respectivamente.

    Sobre la mesa central hay una maqueta con planos detallados de Múnich, Sidón, Río de Janeiro y Moscú.

    El coronel hace su ingreso, y todos le rinden un saludo militar antes de tomar asiento.

    —Los he reunido aquí para informarles sobre la nueva misión asignada por Peñalver —comienza—.

    Laurens, la secretaria, reparte carpetas entre los presentes mientras avanza por la mesa; sus mejillas están sonrojadas y casi tropieza al caminar. Siempre he pensado que tiene un atractivo especial, sólo que debería asesorarse mejor en cuanto a su imagen y desechar la ropa que no le favorece.

    Se apagan las luces y el proyector empieza a mostrar imágenes en la pared blanca.

    —Esta operación la hemos llamado Derrumbe al clan Mascherano. Antes de empezar, quiero que tengan en cuenta que será una de las misiones más extensas que hemos enfrentado. Vamos a requerir total disponibilidad y mucha paciencia.

    El video comienza a reproducirse.

    —Los hermanos Mascherano son cuatro individuos dedicados a la trata de personas desde hace más de una década. Se trata de la organización criminal más peligrosa en el negocio del tráfico ilícito a nivel mundial. Manejan desde el tráfico de órganos y drogas hasta la venta de recién nacidos. Los delitos que cometen están creciendo en gravedad, afectando de manera muy seria a países como México, Colombia y Chile.

    El proyector exhibe imágenes que los implican, mostrando, entre otras cosas, escenas desgarradoras de personas mutiladas para la extracción de órganos.

    —Nuestra principal preocupación es que existen indicios sólidos de que están financiando a un grupo terrorista conocido

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