El niño en la familia: El método de educación natural explicado a los padres
Por Maria Montessori
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Maria Montessori despliega en este libro los lineamientos de una verdadera escuela para padres y enseña cómo descubrir, con amor y confianza, los talentos que hay en los niños. En estas páginas, el método Montessori se traslada desde el aula a la vida cotidiana para, entre las paredes del hogar, procurar el objetivo de criar hijos independientes. Este camino comienza cuando padres y educadores comprendemos que los niños no son un material al cual debemos dar forma, sino personas que deben encontrar sus propios proyectos de vida.El desafío es reconocer a cada uno y acompañarlo para que logre desarrollar sus capacidades sin limitaciones. El niño en la familia enseña paso a paso cómo brindar un entorno doméstico seguro, positivo y sereno en el que los chicos puedan manifestar con virtuosismo su carácter y su creatividad.
Este libro, que reúne conferencias pronunciadas en Bruselas en 1923, expone con sencillez y empatía los principios fundamentales del método que revolucionó la pedagogía en el mundo entero y se convirtió en un fenomenal éxito. Un elocuente manifiesto por la educación sana y natural desde los primeros días.
Maria Montessori
Italian doctor and educator MARIA MONTESSORI (1870-1952) was the first woman to graduate from the University of Rome Medical School. She traveled extensively in Europe, America, and the Near East, studying early education and testing her educational methods.
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Comentarios para El niño en la familia
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Oct 26, 2024
La Dra. Montessori en otra época pero, siempre tan actual.
Vista previa del libro
El niño en la familia - Maria Montessori
Índice
Cubierta
Índice
Portada
Copyright
La página en blanco
El recién nacido
El embrión espiritual
Maestro de amor
La educación nueva
Mirada general sobre mi método
El carácter del niño
El ambiente del niño
El niño en la familia
La maestra nueva
El adulto y el niño
Maria Montessori
EL NIÑO EN LA FAMILIA
El método de educación natural explicado a los padres
Traducción de
Luciano Padilla López
Montessori, Maria
El niño en la familia / Maria Montessori.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2024.
Libro digital, EPUB.- (Educación que Aprende / dirigida por Melina Furman)
Archivo Digital: descarga y online
Traducción: Luciano Padilla López / ISBN 978-987-801-380-0
1. Educación. 2. Educación Alternativa. 3. Educación no Formal. I. Padilla López, Luciano, trad. II. Título.
CDD 371.392
Título original: Il bambino in famiglia (Todi, Tipografia Tuderte, 1936)
© 2024, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.
Diseño de colección y de cubierta: Pablo Font
Digitalización: Departamento de Producción Editorial de Siglo XXI Editores Argentina
Primera edición en formato digital: agosto de 2024
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN edición digital (ePub): 978-987-801-380-0
La página en blanco
Nuestro método (que se asocia a un nombre propio, para diferenciarlo de los muchos otros proyectos modernos de crear nuevas formas de escuela) dio ocasión para descubrir facetas morales nunca antes observadas en los niños. Esto equivale a decir que nos vimos ante la nueva figura de un niño incomprendido
.
Y eso nos impulsa a una iniciativa social activa para que se comprenda mejor al niño, para obrar en su defensa, y para que se reconozcan sus derechos. En efecto, si hay una multitud incomprendida de criaturas humanas débiles que vive entre las fuertes –y, por eso, la voz oculta de sus necesidades profundas nunca alcanza el nivel consciente de la sociedad de los adultos–, esa situación constituye casi un abismo de males insospechados.
Cuando en las escuelas que se rigen con nuestro método –lugares donde se trabaja con serenidad, donde el alma sofocada se expande y se revela– el niño nos mostró aptitudes y posibilidades de acción práctica por completo opuestas o, desde luego, muy alejadas de aquellas que universalmente son consideradas propias de la infancia, eso nos llevó a reflexionar sobre la gravedad de errores de larga data cometidos inconscientemente con relación a la parte más delicada de la humanidad.
Los fenómenos que los niños nos mostraron fueron la revelación de una faceta todavía oculta del alma infantil. Su actividad revelaba tendencias que psicólogos y educadores nunca habían tomado en consideración.
Los niños no iban hacia las cosas que, según se daba por sentado, les gustaban –por ejemplo, los juguetes–; tampoco se interesaban por relatos fantásticos. Antes bien, buscaban independizarse del adulto en todas las acciones que podían realizar por sí solos; en ese sentido, expresaban claramente el deseo de no recibir ayuda, a no ser en casos de absoluta necesidad. Además, se mostraban tranquilos, absortos y concentrados en su trabajo, ganando una calma y una serenidad sorprendentes.
Resulta evidente que estas actividades espontáneas, que derivan de las misteriosas fuerzas de la vida interior, habían sido sojuzgadas y escondidas por la enérgica e inoportuna intervención del adulto, en su creencia de hacer todo cuanto podía por el niño, suplantando con su actividad la infantil y forzando al niño a someterse a la iniciativa y la voluntad ajenas.
Nosotros, los adultos, al interpretar al niño y tratar con él, no solo nos llamamos a engaño en algún detalle de la educación o en alguna forma imperfecta de escuela; tomamos una senda completamente errada, y por eso actualmente se plantea una nueva cuestión social y moral. Entre el adulto y el niño había surgido una discordia que perduraba inalterada desde hacía siglos; hoy en día, el niño sacudió el equilibrio social entre esos dos términos en pugna. Dicha revulsión nos impulsa a la acción no solo a los educadores, sino a todos los adultos y, en especial, a los padres.
La muy amplia difusión de nuestro método, que dio forma a escuelas de todas las naciones, entre los tipos más diversos de costumbres y de civilizaciones, demostró el carácter universal de esa discordia entre adulto y niño, que sitúa al hombre, desde el nacimiento, en un estado de opresión tanto más peligrosa cuanto más inconsciente es. Y entre las culturas a las cuales se considera superiores, como la nuestra, la discordia se agudiza por obra de las dificultades de la existencia en sociedad y por el más evidente alejamiento respecto de la vida natural y de la libertad de acción.
El niño que vive en el entorno creado por el adulto vive en un ambiente no apto para las necesidades de su vida (no solo física) ni, sobre todo, para las necesidades psíquicas de desarrollo y expansión intelectual y moral. El niño sufre las represalias de un adulto que, más fuerte él, dispone de él y lo fuerza a adaptarse a su entorno, con la demasiado ingenua reflexión de que un día deberá vivir allí en carácter de persona social.
La casi totalidad de lo que se da en llamar acción educativa está impregnada por la idea de provocar una adaptación directa –y, por ende, violenta– del niño al mundo adulto: adaptación cuyo fundamento es una sumisión incuestionable y una obediencia sin límite, que lleva a la negación de la personalidad del niño mismo. Negación por la cual el niño se torna objeto de juicios injustos, de injurias, de castigos que el adulto nunca se permitiría con otro adulto, ni siquiera con una persona subalterna a él.
Dicha actitud está tan arraigada que prevalece incluso en la familia con relación al hijo más amado, y más tarde se intensifica en la escuela, que casi siempre constituye el lugar donde se consuma metódicamente la adaptación directa y prematura a las necesidades del mundo del adulto; por eso, allí encontramos el trabajo forzado y una dura disciplina, que emplazan al delicado retoño humano, en quien se halla el germen de la más pura vida espiritual, en un ambiente ajeno y nocivo. Muy a menudo, el acuerdo entre la familia y la escuela se resuelve en una alianza de fuertes contra el débil, con el objetivo de que esa voz insegura y tímida nunca encuentre eco en el mundo; el niño –que, con el corazón herido por la injusticia, busca que lo escuchen– cae en la oscuridad, usualmente espantosa, del sometimiento.
En cambio, la obra justa y caritativa del adulto con relación al niño debería ser la de prepararle un ambiente propicio
, distinto de aquel en que se desenvuelve el hombre fuerte y ya formado en su carácter. La plasmación de la educación en la práctica debería comenzar por la construcción de un entorno que dé amparo al niño ante los obstáculos duros y peligrosos que el mundo del adulto pueda poner en su camino. Este cobijo ante las tormentas, este oasis en el desierto, este lugar espiritual de paz, donde se haga realidad el precepto servite Domino in laetitia,[1] debería crearse, precisamente, en el mundo para asegurar la sana expansión del niño.
Nunca hubo una cuestión social tan universal como aquella que se suscita a partir de la opresión de que es objeto el niño. Los oprimidos, que gradualmente buscaron su rescate en el desarrollo de la vida civil, siempre fueron una casta limitada: los esclavos, los siervos de la gleba y, por último, los obreros. A menudo, la solución del conflicto se dio por medio de la violencia, en abierta lucha entre oprimidos y opresores. La guerra entre el Norte y el Sur promovida en los Estados Unidos por el presidente Lincoln para suprimir la esclavitud, la Revolución Francesa contra las clases dominantes y finalmente las actuales revoluciones tendientes a poner en acto nuevos principios económicos: todas ellas son ejemplos de formidables duelos entre grupos de adultos que se habían enredado en una inexplicable maraña de errores.
Por su parte, la cuestión social del niño no tiene límites de casta, de raza
ni de nación. Al no funcionar socialmente, el niño es apenas una suerte de apéndice de los hombres adultos. Cuando uno de los males que oprimen a parte de la humanidad en provecho de otra llega a sacudir el entramado social –o cuanto menos a ser percibido por la conciencia colectiva–, una mirada contempla allí abajo y constata que entre quienes sufren, entre los oprimidos, también hay niños. Casi todas las voces que se elevaron a favor de la infancia señalaron al niño inocente, víctima de los padecimientos que gravitan sobre el hombre adulto. Ese apéndice del hombre, débil, sin voz ante el derecho, solió estrujar el corazón y concitar un especial lamento de compasión, algún acto de caridad específico. Así, se habló de niños oprimidos y de niños felices, de
