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Historias, sociedades y culturas afrodescendientes
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Libro electrónico215 páginas2 horas

Historias, sociedades y culturas afrodescendientes

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El presente libro aborda temáticas asociadas a la afrodescendencia y constituye un referente para la historiografía, merecedora de reconocimientos, esfuerzos y avances. Como respuesta al gran impulso que se le ha dado en Colombia a la disciplina, La Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle ha reunido a diversos autores, quienes abordan, desde diversas metodologías de las Ciencias Sociales y desde. propuestas teóricas, importantes estudios del poblamiento afrodescendiente.

Aquí se relacionan aspectos como: los Reales de minas; una historia de las prácticas culturales y del folclore de las sociedades afrodescendientes en el norte del Cauca; la memoria afrodescendiente como capital social; el aporte de la obra de Manuel Zapata Olivella desde la crítica literaria; y el análisis a las versiones literarias y a la historia sobre el líder cimarrón Benkos Biohó. Más allá de una simple sumatoria de temas, el lector podrá hacer una relación desde las Ciencias Sociales, desde puntos de procedencia disciplinaria y puntos de encuentro en sociedades que interesa conocer a fondo: las afrodescendientes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2024
ISBN9789585070080
Historias, sociedades y culturas afrodescendientes

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    Historias, sociedades y culturas afrodescendientes - Mario Diego Romero Vergara

    EL CARIBE, DE SUJETO Y TRIBUTARIO A DETERMINANTE DE LAS NUEVAS POÉTICAS Y CONDICIONES DE UN SISTEMA MUNDO QUE SE VA A PIQUE

    RESUMEN

    La propuesta de leer el Caribe como el espacio donde se vencen las claves del expansionismo europeo desatado desde el siglo XIII encuentra en Édouard Glissant un referente potente. Su voz se une a las de otros autores que interpretan las condiciones de un contexto pauperizado y sometido a la condena de las pobrezas materiales o allegado a las formas fastuosas de un falseado hedonismo que sirvió para disimular la enormidad acumulada en aquel nuevo centro del mundo, donde se desataron las verdaderas revoluciones republicanas reflejadas en el continente americano.

    En este ensayo, Glissant está puesto en relación con Zapata Olivella, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier en un esfuerzo por comprender la denominada caribeñidad, tan extendida como negada en los territorios signados con el nombre de Nuevo Mundo.

    Palabras clave: expansionismo europeo, caribeñidad, Manuel Zapata Olivella, Nuevo Mundo.

    ETHAN FRANK TEJEDA QUINTERO

    Comunicador social, magíster en Literatura Colombiana y Latinoamericana, y doctor en Humanidades de la Universidad del Valle. Realizador audiovisual y escritor. Ha publicado: Cali mágica, secretos de una ciudad oculta, Muñecos en concreto, Entre perdedores, Vampiros en su salsa y María leída a la luz del incendio. Como realizador audiovisual cuenta entre sus trabajos: Aquí vamos marcando el paso, Educa-TV, Juan Mochilas, Agropacífico y los ensayos documentales San Pacho, río de orillas que se cierran y Petronio, pozo para el reflejo y la distorsión. Es profesor de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle.

    En su libro El discurso antillano (1997), Édouard Glissant propone que uno de los principales elementos para identificar y ponderar la cultura caribe es la capacidad de síntesis motivada por la digresión que vence a lo atávico que determinó la edificación de la cultura europea. Dicha capacidad de síntesis es vista como el resultado de la configuración de los pueblos entre orfandades impuestas, asociaciones convertidas en traición y libertades ganadas de frente a la paquidermia del censor, en tanto a la capacidad de reinventarse.

    El camino asumido por el poder expansionista, que siente entre los dedos que el mundo se acelera e incinera, es el de la brutalidad y el de la eliminación que se camufló bajo la nominación civilización afirmativa. La eficiencia del castigo por la autodeterminación y la eficacia de las promesas de la renunciación pavonean sus vanidades, pero, por asimilación y por permutación, la violencia convertida en empresa entiende que se dispone una meta que se ubica más allá de los genocidios. Por eso el agotamiento lo subsume en la resignación por la coexistencia y en la ofensiva por diseñar dinámicas de banalización de las particularidades de un entorno de la desmesura y de una forma-legitimidad del ser donde los rasgos vencen a la solemnidad y a las escatologías que llenaron al mundo de cadenas y de hogueras.

    Entre solemnidades caducas y el tardío reorganizar de las culpas, las cicatrices del sometido se hacen testimonio y las salpicaduras sobre el victimario se comprenden indelebles. La relación de las responsabilidades se somete al intimismo mientras las ofensivas de lo hegemónico reconocen su desconexión cada vez mayor de las motivaciones asumidas cual punto de partida. Tras la naturalización de la brutalidad, las puntas de las saetas y las pieles mordidas por la aniquilación y por la captura se sorprenden en una patria compartimentada. Circunstancia para el reconocimiento o la vergüenza que, con el sumar de vivencias y de hitos, particulariza, seculariza y especifica ante la atónita mirada de una vigilancia y un control que siente la inminencia del ridículo de sus presidios genéricos.

    Al presentar el concepto de la criollización, el filósofo y etnólogo martiniqueño Édouard Glissant (en una ofensiva vital para la comprensión franca de lo que los reaccionarios han denominado la calibanización y en riesgo necesario para emprender el camino que lleve a la extinción definitiva de la búsqueda por lo núbil) deja sin piso la utilitarista separación de lo blanco, lo negro y lo indígena en un contexto determinado por los más diversos mestizajes: los de una Europa que respira los rostros de las distintas míticas en las hogueras levantadas a nombre de la pureza de las sangres y de las estirpes; los de una África obligada a los vientres de las naos negreras y convertida en un resumen amarrado con jirones de las más diversas y dispersas historias; los de una América determinada por la presencia de grandes naciones-imperios donde los tránsitos se debían a constancias y a las distribuciones del territorio que obedecían a dictámenes míticos que consideraban tanto a la confrontación como a la asociación.

    La de Glissant es una voz que se alza en un territorio donde los falseados orgullos y la pragmática de las mendaces genealogías no permiten que se haga fácil el camino entre el sinceramiento y la obviedad. Al advertir la potencia poética de la huella caribeña nos permite asumir el vencimiento de los parapetos a la asimilación, la imposición, la absorción y la potabilización de los contenidos diferenciales de las culturas; cuestión no viable en las versiones radicales de lo completo y de lo absoluto, pues en el desarrollo de los arraigos las trazas se reinventan y constituyen condiciones donde es igual de confuso el rostro de la tradición que el de la novedad.

    Tras hacer la relación de las diferentes condiciones en el repoblamiento de un mundo como América, Édouard Glissant nos recuerda la importancia de reconocer las pervivencias y las trazas como la derrota ulterior de la homogenización derivada de la torpeza del censor, propia de los espacios de tránsito (en medio de vanidades y de ejercicios propagandísticos, el hijo de conquistas y colonias cree que es el determinante absoluto en un mundo que irremediablemente lo mina y lo determina, por no ser el ímpetu la única condición en el contacto; operan así cuestiones como la seducción, la magia y la predisposición a una interpretación mítica de lo fundamental, ante las cuales la ofensiva expansionista no tuvo más opción que responder con los juegos adjetivos de la pugna entre instinto y razón derivados de la pacotilla humanista y con las utilerías habituales de la lucha entre bien y mal, cuerpo y espíritu).

    Glissant nos llama a cuentas por el dolor justo derivado de las diversas mutilaciones y anticipa la posibilidad de celebrar las conscientes ofensivas por la memoria y las naturales manifestaciones de las poblaciones que se ubican más allá de los efectos sistémicos asociados con las filiaciones y con las ideologías.

    ¿Qué es lo que pasa con ese migrante? Él recupera a través de rastros / residuos una lengua y manifestaciones artísticas, que podríamos decir válidos para todos. Por ejemplo, una comunidad étnica del continente americano preservó la memoria de los cantos entonados en los funerales, matrimonios, bautizos que expresan el dolor, la alegría, venidos del antiguo país de origen y que son cantados hace cien años o más en diversas ocasiones de la vida familiar.

    Ahora el africano deportado no tuvo las posibilidades de mantener, de conservar esa especie de herencias puntuales, pero creó algo imprevisible a partir únicamente de los poderes de la memoria, esto es, solamente a partir de los pensamientos rastros / residuos, que le restaban: conformó lenguajes criollos y formas de arte válidos para todo, como por ejemplo la música jazz, que es reconstituida con la ayuda de instrumentos por ellos adoptados, pero a partir de rastros / residuos de ritmos africanos fundamentales. No en tanto ese neo-americano no cante canciones africanas que datan de dos o tres siglos, él reinstaura en el Caribe, en el Brasil y en la América del Norte, a través del pensamiento del rastro/residuo, formas de arte que propone como válidas para todos. El pensamiento del rastro / residuo me parece constituir una división nueva de aquello a lo que es necesario oponernos en la situación actual del mundo, lo que llamo pensamientos de sistema o sistemas de pensamiento. Los pensamientos de sistema o sistemas de pensamiento fueron prodigiosamente fecundos, prodigiosamente conquistadores y prodigiosamente mortales. El pensamiento de rastros/residuos es aquel que se aplica en nuestros días de la forma más valida a la falsa universalidad de los pensamientos de sistemas. (Glissant, 1994, p. 5)

    El Caribe es el espacio donde el contacto y el aislamiento podía generar el surgir de la renovación en medio del resurgir de lo que se mantuvo asfixiado por los censores asociados tanto al pecado original como al dictamen carcelario de lo honorable.

    La insularidad de América es el terreno para lo mundano que dejaría en evidencia el ridículo mecanicista del humanismo planteado por Europa, mientras se aseguraba la acumulación de lo imaginario y de lo concreto que haría posible el surgimiento de unas nuevas élites desprovistas de las angustias por la gloria que detonaron en la expansión de Europa.

    Dicho proyecto posible de distancia y de diferenciación que significaba la dispersión caribeña fue interrumpido por la torpeza de una soldadesca que se conformó con el paroxismo por el oro y que en la persecución de migajas llenó a América de capitanías y de regencias; fue malbaratado por una segunda ofensiva de labriegos que alimentó con las utilerías de la ostentación al desprecio por sus orígenes subalternos y fue refundido por una tercera avanzada de letrados imbuidos en las palabrerías de los estadios del mundo divididos en edades, determinados por la valuación de los metales, obligados a las ficciones gráficas de lo piramidal que hace de lo elevado lo exclusivo y del contacto con la base tanto condena como resignación o vergüenza.

    Con el arribo de la africanía al Caribe, se dio el tránsito de sentido entre los supervivientes que significó el intercambio de relatos genésicos, acaeció el nacimiento de una lengua propia determinada por mixturas y por afanes de ocultación-preservación de secretos; tras el establecimiento del mulataje propietario y en la crisis generada por el bandidaje característico de las bonanzas en declive, se desatarían las sublevaciones de los no extintos ánimos nativos, de los raizales que reclamaban el reconocimiento de las tenencias y de los colonos que no se vieron beneficiados en la distribución de títulos.

    Los levantamientos en el Caribe serían la inspiración para los demás movimientos libertarios en América; culpa no olvidada, jamás olvidada, por los administradores del expansionismo, modelo a seguir por aquellos que no asocian la igualdad al imposible, historia de gloria que contrasta con la realidad actual de un pueblo arrinconado por la corrupción de sus gobernantes y por la desatención por parte de un sistema-mundo sostenido en la producción y en la ultrajante competencia.

    En el prólogo al libro de José Luciano Franco Las conspiraciones de 1810 y 1812, Juan Antonio Hernández nos recuerda lo excepcional de la insurrección que dio origen a la primera patria de negros en América:

    Esa épica de esclavos rebeldes, durante trece años de guerra, no sólo desafió la brutalidad de un orden opresivo (como han existido pocos en la historia) defendido por los ejércitos de las tres potencias más poderosas, en ese momento, de la tierra: Francia, Inglaterra y España. Ese proceso no sólo desafió, repetimos, un orden esclavista y colonialista de carácter global. A su vez la revolución haitiana se enfrentó a un ordenamiento que regulaba, en el plano de las ideas, lo pensable y lo impensable, lo visible y lo invisible, es decir, en definitiva, lo posible y lo imposible en el espacio de la imaginación política de un sistema internacional sustentado, en gran medida, en el racismo, el colonialismo y la esclavitud. (Hernández, 2010)

    La ignorancia del otro fue la condena de los regentes en aquel lugar donde el tránsito y la instalación se disputan un rostro; las vanidades devinieron en ensordecimientos y cegueras, pues a los envilecidos les significó una gran dificultad enfrentarse a la maravilla y respondieron a ella con fuego y con temples de mayor espesor sin ser conscientes de que la lucha se escenificaba en los terrenos de los intangibles, en las geografías del símbolo que no caben en los moldes de alma y espíritu; cuestión que bien cuenta Alejo Carpentier en El reino de este mundo, al significar a la voz del tambor y al animismo africano como los pilares de un triunfo rotundo de la dignidad de los pueblos (la guerra la ganan los fantasmas, el deseo y el miedo al afuera que es la condena anticipada para la figura del patricio-principal).

    La revolución haitiana era la oportunidad de gritar la condición insostenible de las vanidades expansionistas, la América insular era el teatro para desmontar la sujeción por la llamada omnipotencia del proyecto europeo, la nación de negros que grita desde el corazón del Caribe fue la semilla germinada de una oportunidad única de dictar el giro de los destinos del mundo, pues se sustentaba en elementos que diferencian la anécdota histórica de la instauración de un hito revolucionante:

    •Fue protagonizada por hombres y mujeres de distinta condición y orígenes hermanados en la afectación; sujetos que se encontraron en la necesidad y en la urgencia de hacerse dueños de sus destinos.

    •Poseyó una alta carga performática, una teatralidad extraña y mayor a los perfiles habituales de la condición heroica.

    •Estuvo sustentada en la resistencia que posee quizá la mayor profundidad poética: la particularidad del entendimiento posible entre los iguales a la luz del lenguaje que opera más allá de la ignorancia y del desentendimiento de los regentes.

    La libertad se dictaría en los campos donde la regencia no depende ni de cuerpos institucionales ni de las imposiciones disfrazadas de afecto ni de los hipnóticos discursos del honor y el orgullo.

    En el libro Africanidad, indianidad, multiculturalidad (2011), Manuel Zapata Olivella nos instala en la consciencia del gesto liberador que conlleva la resistencia en el lenguaje, no solo en la vindicación de acepciones regularizadas por la gramática de los invasores, en la concreción de mensajes cifrados en la dimensión gestual y en la presencia enorme de las músicas imposibles de someter al grillete y la carimba, pues llama a consideración el hecho de los cimarronajes como motores del vínculo en la expresión.

    Zapata Olivella nos muestra la necesidad de ratificación y de escape que se evidencia en el

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