Literatura afrocolombiana en sus contextos naturales: Imperialismo ecológico y cimarronaje cultural
Por Marvin A Lewis
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Este estudio ecocrítico muestra como la experiencia afrohispana con la naturaleza es emblemática, haciendo evidentes las diferencias entre la forma de interpretación del mundo natural de los autores estudiados con las obras canónicas de otros escritores hispanoamericanos."
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Literatura afrocolombiana en sus contextos naturales - Marvin A Lewis
CAPÍTULO 1
LA CULTURA LITERARIA DE LA SELVA, LOS RÍOS Y EL PACÍFICO
La importancia de la selva para la existencia afrocolombiana está descrita por Alfredo Vanín en el ensayo «La selva guarda todos los secretos», de la siguiente manera:
Todo lo que es y será vivió en el monte. En él se guarda el poder, el secreto, la fuerza. Las espíritus más poderosos están allí, se conservan las plantas que se curan o dan maleficios. Los árboles y animales están dotados de sensaciones y de sentimientos. Es el espacio inculto donde el poder del hombre es limitado, pero algunos pueden llegar a conjurado para el bien o para el mal¹¹.
La selva chocoana, en particular, como refugio de cimarrones afrocolombianos, les ofreció una oportunidad para definir y avanzar en la consolidación de su propia cultura lejos de las reglas impuestas por la esclavitud y el colonialismo. Este inmenso útero les dio comida, ropa, alojamiento, medicina, armas, y lo necesario para sobrevivir y prosperar. La selva, una fuerza cósmica, estaba viva y afectó positiva o negativamente a los que respetaban y entendían su poder.
En sus ambientes selváticos se desarrolló el proceso de cimarronaje cultural de los prisioneros africanos y sus descendientes convertidos en esclavos. La idea de redefinir la cultura africana al lado del comportamiento aprendido y compartido en el Nuevo Mundo, evolucionó en este proceso biológico de mestizaje con indígenas y españoles, dando como resultado la aculturación que construyó la fundación de la sociedad chocoana moderna.
Este proceso para definir una nueva cultura está descrito por William Villa en su ensayo, «Movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano: la construcción de una noción de territorio y región»:
Desde los centros mineros, localizados hacia las zonas medias y altas de los ríos, se desgranan los descendientes de los esclavos en busca de las tierras bajas donde puedan vivir en libertad; en su viaje recorren playas y firmes que van poblando los seres imaginarios heredados de sus ancestros; acontecimientos e historias de ríos y esteros lejanos comienzan a alimentar la memoria colectiva; en el contacto con el indígena aprenden los secretos del bosque y en el largo viaje por la inmensa red de ríos entienden que es ese el territorio para renacer en la música y la danza, en los ritos alrededor de la muerte, en la red de parientes que se van dispersando en la orilla del río, en darse su propia forma de gobierno y en la búsqueda por hacer de nuevo la historia¹².
Este párrafo muestra una excelente concepción de la idea del cimarronaje cultural. Evoca la huida hacia la libertad, el reconocimiento de África en los paisajes donde posiblemente vivían deidades similares —guardadas en la memoria negra colectiva—, colaborando con grupos indígenas para sobrevivir, entendiendo las conexiones entre los distintos sistemas de ríos: todos estos elementos contribuyeron al establecimiento de lugares donde la cultura afro podía ser redefinida y una nueva historia articulada y a veces escrita.
Los escritores afrocolombianos han escrito de distintas maneras a través de los siglos sobre el ambiente físico y su papel en el desarrollo cultural. De Jorge Artel a Mary Grueso Romero, la Naturaleza ha sido un factor importante en su evolución artística.
Es útil empezar con una mirada de algunas de las interpretaciones de la Naturaleza por varias generaciones de escritores. «Noche del Chocó», de Jorge Artel, es un buen punto de partida.
La voz poética empieza por rendir homenaje a las tradiciones ancestrales y la continuidad cultural:
En tus currulaos,
tus velorios y tus cortejos fluviales,
se prolongan los ritos,
como voces perdidas
que hablan a mi raza
del primitivo espanto frente a la eternidad¹³.
Estas ceremonias fúnebres transcienden la brecha entre los vivos y los muertos, es decir, la distancia entre el mundo físico y la dimensión espiritual.
Entonces, el hablador enfatiza en la presencia física chocoana por medio de un apóstrofe:
Noche del Chocó, ¡maestra en estrellas y silencios!
Vas perfumando el corazón de las maderas;
bajo el fondo de los ríos
proteges un mundo mineral
de increíbles tesoros:
sobre la piel del habitante
extiendes tu sombra
impregnada de misterios. (p. 87)
Enumera las riquezas de esta provincia colombiana con sus extraordinarias riquezas de madera, animales, agua, minerales y otros recursos naturales, incluyendo uno de los ecosistemas más preciosos del planeta. Paradójicamente el Chocó puede ser el sitio tanto de resultados positivos como negativos, como es revelado en este apóstrofe:
Tú conduces el eco de los canaletes,
donde los pescadores mandan sus mensajes
y sabes borrar las huellas
de aquellos que en la selva no encontraron su mañana. (p. 87)
Estos versos recuentan el rol jugado por los pescadores en el esfuerzo por reconocer a los que han perdido sus vidas en actividades diarias. Como señala William Villa, el Chocó es la región donde los afrocolombianos han reconstruido su legado cultural.
En su libro, Sinú: riberas de asombro jubiloso (2002), Jorge Artel canta a la belleza de la región en poemas dedicados al entorno y a la familia. En «Canto III» la voz poética reconoce que:
Por estos versos, madre,
corre un río,
igual que por mis versos
corre tu sangre¹⁴.
La actitud es, como el agua, fuente de vida en la tierra y la motivación para estos versos; la sangre de la madre es responsable por la vida del narrador.
El «Canto VII» habla de la naturaleza física de la región del Sinú y su importancia para la población negra como refugio y lugar donde pueden definir y articular sus prácticas sociales:
Después de la caza o de la pesca,
de los diarios quehaceres,
el silencioso descanso
se identificaba con la selva,
sumergiéndose más rotundamente
en su quietud nocturna las cabañas
y los corazones eran profundos como el valle. (p. 24)
En estos dos libros, Jorge Artel articula algunas de las grandezas de las dimensiones físicas de la selva y los ríos del Chocó, así como de otras regiones, y sus relaciones inextricables con los seres humanos.
Rostro iluminado del Chocó, de Hugo Salazar Valdés, está dedicado a la flora, fauna, riqueza mineral y a la dimensión humana de la región. La belleza natural del Chocó y el impacto humano sobre el medioambiente también son motivos. Tres poemas interpretan la realidad de la región: «Andagoya», «Amanecer» y «Memoria de Quibdó».
«Andagoya» analiza el impacto de la minería sobre la región:
De cuanto fuera Andagoya
queda el cadáver expuesto
La luna que la quería
se marchó de llanto y miedo.
Los ríos que la cantaban
están flacos y son viejos
y las olas de sus piedras
la giba de los camellos¹⁵.
Andagoya es ya un fantasma, «un cadáver expuesto», debido a la violación a la tierra por multinacionales que roban sus tesoros naturales. La superficie es una cicatriz tan fea que aun la luna teme mirar su reflexión. La tierra y los ríos perdidos, están contaminados y luchan por su rejuvenecimiento. El narrador recuerda otra Andagoya, que es ahora una sombra de sí misma, víctima del imperialismo ecológico.
Sin embargo, no todo está perdido, como se revela en «Amanecer», que presenta la selva en su poder y gloria:
¡Qué verde amanece aquí
la selva en su monumento!
Murallas de clorofila
ancianas antes de serlo
En rivalidad de bronce
Muriéndose y renaciéndose
En túnel de luto verde
el intricado universo.
Doble de vegetación
el laberinto sin término. (p. 51)
La selva está representada en todo su esplendor verde: su color es un símbolo de regeneración y de los ciclos de la Naturaleza, un laberinto sin fin dentro de esas murallas que el tiempo separa para empezar de nuevo.
«Memoria del Chocó» es un soneto dedicado a Quibdó, la capital chocoana. El primer cuarteto ubica la ciudad en su contexto selvático:
La fundaron a golpes de sol y clorofila
en el enmarañado mutismo de la selva
y el hervidero verde del tiempo que transita
con pies de lana y hojas en la agreste arboleda. (p. 71)
Fundada en un ambiente tropical donde el calor y el color verde predominan, Quibdó ha podido tolerar la prueba del tiempo en un ambiente desafiante. La ambigüedad de la existencia de Quibdó se evidencia en el primer terceto, donde la voz poética dice:
Ciudad carne de cuento narrado en la espesura
de una gigante noche vegetal, por un brujo,
excelso en maravillas de miedo y de placer. (p. 71)
Es un lugar mágico donde la mera existencia se atribuye a los poderes de la brujería que ha permitido que Quibdó sobreviva en medio de esta gigantesca noche verde, un lugar definido por las ambigüedades encontradas en el temor y el placer. «Memoria de Quibdó» rinde homenaje a una ciudad conocida por su música y danza, situada a orillas del magnífico río Atrato y rodeada de la selva verde.
El autor tiene dos versiones del poema —la segunda con el título de «Quibdó»—, pero con la misma actitud hacia la coexistencia de seres Humanos y la Naturaleza. La segunda iteración del poema termina en una nota casi romántica al reconocer la voz poética la dimensión positiva de la relación ciudad-río:
La enalban dulces aves y flores que deslumbran
en las riberas fértiles del Atrato profundo
que ronda silencioso su cántaro de miel. (p. 95)
Fundada en las riberas del río Atrato, Quibdó y el río representan una armonía natural en un contexto físico difícil para la gente del Chocó. A veces la belleza natural enmascara el sufrimiento del pueblo.
El contexto selvático es también el enfoque del poema «Dimensión de la tierra», una discusión extendida de la selva, su inmensidad y poder. En esta obra la voz apostrófica dice:
¡Allí empieza la selva! ¡La ancha selva
que devora, que atrapa, que acribilla,
descomunal, satánica, sin tiempo,
en hoguera de sola lengua verde!¹⁶.
Esta es la selva de los forasteros e ignorantes que perciben este fenómeno natural solamente en términos negativos. La caracterización adversa continúa por la mayoría del poema: «doblegando los hombres uno a uno; / apullando su naturaleza». Es «La selva en donde Dios se perdería / de misterios sin números y caídas». Es un infierno verde:
(…) ¡el universo del planeta verde,
la prisión verde, el incendio verde,
el tiempo detenido en color verde,
la manigua infernal, la trampa, yo! (p. 72)
Aquí, el narrador entra a este mundo fantasmagórico, extraterrestre y comienza a describir sus experiencias personales. Esta visión subjetiva, interna, queda en yuxtaposición irónica frente a la perspectiva lejana al entrar la selva:
(…) por mí mismo que avanzo persiguiéndome
y caigo en su maraña y me incorporo
de sus secretos y sus bichos, su ánima
o aspiro el aire putrefacto y puro,
la nocturna preñez ruda del suelo,
su vigor secular, su extraña vida,
su vegetación terrestre y me contemplo. (p. 73)
Lo que comienza como una escena reminiscente de La vorágine de José Eustasio Rivera y Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, evoluciona a una experiencia de aprendizaje para el protagonista, quien descubre un fenómeno vibrante, lleno de vida. El narrador se sumerge en el ambiente:
(…) ¡en la vida que cae y se levanta
en liquen de otras vidas, prepotente;
en los árboles jóvenes, surgidos
del mismo caos, de la misma muerte,
porque la vida es pasto de la muerte
para engendrar la muerte en otras vidas! (p. 73)
La selva no es solamente un lugar de muerte y destrucción sino también una fuente de la vida. Los ciclos perpetuos de la Naturaleza están dramatizados ante el narrador, quien ve las relaciones inseparables entre vida, muerte y renacimiento. La selva con toda su fuerza caótica, destructiva, es elemento primitivo de la vida.
Helcías Martán Góngora es otro escritor afrocolombiano que trata la relación humanos-naturaleza en sus obras. En «Evangelio del paisaje» ensalza la belleza física de la tierra: el paisaje, el trópico, el mar, los ríos, el transporte, los peces, los pueblos, los árboles, las flores, los productos y las mujeres, a quienes la voz poética compara con la noche, como en el poema, «Noche mía»:
¡Escultura vivente de mármol negro!
Torre de ébano levantada por la mano del
artista divina.
Recta caña de bambú trasplantada
del África remota a la sensual
acariciante América¹⁷.
En este poema, el narrador pone en primer plano la belleza de la mujer negra en relación a los contextos naturales y divinos. La imagen europea clásica de belleza representada por la estatua de mármol está yuxtapuesta a la caña de bambú, una imagen africana; las dos se funden en la nueva mujer afroamericana.
«Regreso al trópico» es la interpretación de Martán Góngora de aspectos de la diáspora africana con relación a la Naturaleza, el medioambiente y el cosmos. Se puede leer este poema a varios niveles. Al comenzar habla de la libertad, la muerte y el cimarronaje. La voz poética busca su liberación en la muerte o en la huida de la opresión. El trópico parece ser el refugio buscado después de un viaje arduo.
Regreso al trópico después de haber cruzado
por las ciudades enlunadas y la niebla.
Nuestra sangre hizo una travesía de siglos,
a través de los ríos y las frutas
y el dulce cuerpo de las adolescentes. (p. 172)
El regreso no está limitado por el tiempo y el espacio; es un viaje transcendental que abarca el mundo humano y el de la Naturaleza. Pero la voz poética aspira a una meta más alta donde no hay preocupaciones causadas por los problemas mundanos, en esencia, busca una ruta de escape:
Para volver al trópico infinito
olvidamos la pena para siempre,
Es el tiempo del júbilo, de la flecha lanzada
más allá de las aves y los montes,
cuando el alma ebria de claridad
bajo los grandes árboles
sueña una dinastía de estrellas
en la noche del Sur indescifrable.
Por fluviales caminos hemos llegado,
¡oh trópico de lumbre!
argonautas de un viaje milenario. (p. 172)
La dispersión de africanos al Nuevo Mundo y el subsiguiente cimarronaje de la esclavitud están contextualizados, en términos cósmicos, con relación a los ciclos del universo. Entonces, la voz poética propone una serie de interrogaciones retóricas:
¿Quién nos guió la planta en la maraña
y separó las lianas trepadoras
de nuestro cuerpo unánime?
¿Quién domó los jaguares
y encantó la serpiente
en la nocturna jungla constelada? (p. 173)
Aquí se hace una analogía entre las constelaciones cósmicas y las realidades que enfrentan los que huyeron a la selva. La sugerencia es que la intervención divina tiene la responsabilidad de su supervivencia y prosperidad, como lo verifican las estrofas subsiguientes:
El ángel de la selva nos cubrió con sus alas
y fuimos libres en la cárcel salvaje.
El humo de las aldeas se levantaba en el crepúsculo
como una inmensa torre blanca
y era bueno esperar que los ojos
se llenaran de astros y de sombras. (p. 173)
El estar salvados y establecidos en la selva como resultado de la intervención divina parece ser una ruta al triunfo. Allí encuentran el último sitio de descanso:
Amigos, hemos tornado al trópico
y en su hoguera de maderas preciosas
ardemos como llamas de holocausto.
Que el viento lleve, al fin, nuestras cenizas,
en huracán de pájaros y flores,
a la orilla del mar innumerable. (p. 173)
Hay una ambigüedad en estos versos porque los preciosos tesoros de la selva resultan en una pesadilla para los que están consumidos por ellos y se hallan libres solo en la muerte. La tierra y el cielo se intermezclan en este poema para dar una interpretación literal y figurada del regreso al trópico paradiso/infierno por los cimarrones.
Como la selva, los ríos también son elementos esenciales de la cultura cimarrona. En el ensayo ya mencionado, William Villa hace referencia a los «ríos y esteros lejanos» y al «largo viaje por la inmensa red de los ríos». «Al cauce del río Atrato» es un poema escrito por Laura Victoria Valencia y dedicado a la primaria fuente fluvial del Chocó y de Colombia. Es un apóstrofe acusativo interrogando el papel del Atrato en el pasado, presente y futuro de la historia diaspórica. Esta preocupación está reflejada en las estrofas