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Me voy por este callejón y me salgo por este otro: Cuéntame otro. Personajes negros en los cuentos de tradición oral en México
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Libro electrónico329 páginas4 horas

Me voy por este callejón y me salgo por este otro: Cuéntame otro. Personajes negros en los cuentos de tradición oral en México

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Colección de cuentos populares provenientes de distintas regiones y lenguas de México, cuyos protagonistas son gente afromexicana, este libro aspira a aportar un nuevo punto de vista para entender la componente africana de nuestra identidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2022
ISBN9786075397344
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    Me voy por este callejón y me salgo por este otro - Ethel Correa

    Estudio introductorio

    ———•———

    Y luego, detrás de las armas, llegaron los misioneros y los maestros imponiendo alfabetizaciones y creencias, barriendo con su abnegación, su incomprensión y su desdén culturas ancestrales. ¡Es terrible la bondad! Y luego, detrás de las armas, llegó la caridad (cristiana o no) que contempla desde lo alto de su riqueza a los pobres necesitados, que exige la miseria para poder realizarse. Paradojas…

    Manuel Serrat Crespo

    Esta antología es una recopilación de diferentes cuentos de la tradición oral presentes dentro del territorio mexicano y algunas ciudades del extranjero,¹ recopilados en diversos años y en los que siempre aparece la figura del negro,² ya sea como eje central de la narración o, al menos, como figura significativa de ésta. Nos hemos decidido por no establecer una tipología de los cuentos por la sencilla razón de que los esfuerzos por esquematizar y clasificar los cuentos orales de manera mecanicista se han mostrado siempre insuficientes (Aína, 2012: 298). Nos referimos al procedimiento de extraer y separar los distintos motivos que están presentes en cada cuento, como si éstos fueran el producto de un mero ensamblaje de situaciones preestablecidas, cosa que obviamente no responde a la realidad, pues si bien es cierto que los cuentos de origen oral comparten motivos y situaciones que se repiten, cada uno de ellos los combina de una manera más o menos orgánica, que hace que su significado no sea el mismo en cada historia.

    Aun así, el hilo conductor de estos cuentos orales, algunos históricos, otros maravillosos y otros tantos con una clasificación debatible, es la figura del negro. Esta antología tiene como meta principal mostrar qué tan arraigada se encuentra esta figura en el imaginario popular de nuestro país, visto que la población afromexicana ha quedado relegada actualmente a zonas muy específicas del territorio nacional. Pese a ello, como se verá en los cuentos reunidos en esta antología, el negro ha sido un componente socialmente importante desde la Colonia y su figura ha ejercido una indudable fascinación en el imaginario colectivo, asumiendo características específicas e inconfundibles que lo vuelven un personaje complejo dentro de los cuentos de tradición oral de nuestro país, así como de su conformación multicultural.

    En esta antología el lector podrá encontrar un aspecto de la idiosincrasia de nuestro país que permea el imaginario de la literatura oral con respecto a la población afromexicana. Cabe decir que utilizamos el término de literatura oral para hacer hincapié en tres cosas. La primera es que en ella la noción de autor no existe o, si existe, está desdibujada, ya que en toda literatura de tradición oral el concepto de autor se disuelve en una serie de autores que intervienen dentro de una misma creación (Freja de la Hoz, 2015: 23). En efecto, aunque se pueda identificar al autor de un relato oral, por el simple hecho de estar inmerso en las dinámicas de transmisión de la oralidad, la obra le pertenece al pueblo en la medida en que es él quien se apropia de ella y la transmite transformándola, imprimiéndole el toque personal […] de quien la reproduce (Freja de la Hoz, 2015: 23). La segunda es que toda literatura oral tiene por fuerza un modo de transmisión oral. Aunque esto parezca una obviedad, existen, como lo remarca Freja de la Hoz (2015), críticos que consideran literatura oral a aquella literatura escrita que retoma y reproduce elementos propiamente orales. La tercera es que hay que hacer una clara diferencia entre la literatura y la oralidad entendida como mero sistema de comunicación. En todo caso, es importante remarcar que el término literatura oral tiene un uso debatible.³

    Debido a que estos cuentos fueron recolectados en fechas tan variadas que van de 1911 a 1992 y otros tantos en fechas que desconocemos,⁴ nos parece muy arriesgado afirmar que el imaginario en la literatura oral actual con respecto a la población afromexicana sigue siendo el mismo. Esto, sin embargo, no desacredita la pertinencia de un trabajo como éste, porque revisar el campo lingüístico […] constituye una vertiente importante dentro del conocimiento del pasado de un grupo étnico, y funciona de manera crítica para analizar un fragmento de la historia (Lozada, 2009: 1). Por ahora nos baste saber que la presencia de comunidades de afromexicanos en ciertas regiones del país, aún a la fecha invisibilizadas, tuvieron una injerencia tal en la vida cotidiana que su estereotipo llegó a presentarse en muchos cuentos de tradición oral.

    El trabajo de recopilación de los textos se hizo a través de la búsqueda de antologías, revistas y publicaciones varias (recopilaciones académicas, cuadernillos, etc.) en más de una veintena de bibliotecas y archivos.⁵ Se revisaron varios centenares de cuentos, posiblemente más de quinientos, y se seleccionaron, en una primera fase, todos aquellos en los que apareciera la figura del negro. Como se ve claramente en la tabla de cuentos, una gran mayoría de éstos provienen del estado de Chiapas y fueron recolectados en diferentes lenguas indígenas. Esto no quiere decir, a priori, que la presencia afrodescendiente en este estado de la república mexicana haya sido particularmente notoria (aunque, en efecto, hubo una fuerte presencia).⁶ Hay otras entidades de la república en las cuales también hubo una presencia afrodescendiente importante (Veracruz, Guanajuato, Michoacán, por mencionar algunas), pero en las antologías revisadas, si bien hay cuentos de estos estados (y de una cantidad significativa de otras regiones del territorio nacional), en la gran mayoría de los cuentos no aparece la figura del negro. Las razones de esto son muy variadas y no tenemos suficientes datos para poder hacer siquiera una conjetura al respecto. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que en Chiapas, desde la década de los noventa, ha habido una fuerte tradición de cuentística popular, como lo atestiguan las muchas y variadas publicaciones (que van de 1994 a 2013) y los concursos de cuentos.⁷ En consecuencia, queremos dejar en claro que el hecho de que Chiapas sea uno de los estados más representados en esta antología se relaciona, en gran parte, con el fácil acceso bibliográfico que se tiene a su cuentística popular. Faltaría, por supuesto, hacer un trabajo extenso de búsqueda en los archivos y bibliotecas de otros estados de la república mexicana para poder obtener más información a este respecto, pero eso queda fuera de los límites de esta investigación.

    La segunda fase de selección de cuentos para esta antología se realizó de acuerdo con dos criterios. El primero tiene que ver con una cuestión semántica y el segundo con una cuestión de contenido. Debido a características propias de este tipo de narraciones y a su recopilación, muchas veces hay diferentes versiones del mismo cuento, que en ocasiones son la amalgama de varios cuentos y a veces son simplemente versiones propias de las personas que los contaron. Como dice Miguel Alberto Bartolomé:

    Es sabido que, en el proceso histórico de la transmisión oral, las narraciones van sufriendo transformaciones dictadas tanto por la memoria como por la habilidad expositiva de cada narrador, lo que determina que no existe una versión correcta, sino una multitud de relatos (variantes) en torno a un tema central. Las transformaciones suelen ser tan grandes que, en oportunidades, se requiere de un gran esfuerzo interpretativo para reconocer la vinculación de una variante con un tema central previamente detectado (1979: 12).

    En esta antología nos hemos inclinado por seleccionar aquellas versiones de los relatos orales donde la historia está contada de un modo más claro y coherente y, segundo, donde la figura del negro aparece de manera más relevante.⁸ Esto requiere una explicación.

    El lector que se acerque a la literatura oral recolectada en el territorio mexicano descubrirá que la mayoría de los antropólogos y estudiosos del folclore transcribieron los cuentos orales exactamente como fueron contados. La idea es más o menos ésta: graban la narración, la transcriben, la traducen a un español transliterado y luego, con un mínimo de retoque, presentan el cuento. Algunos cuentos, incluso, tienen entre paréntesis la descripción de las reacciones del público o del propio narrador. No nos corresponde aquí hacer una crítica de esta metodología, sino señalar que la lectura de los cuentos recopilados de esta manera suele ser a menudo harto dificultosa y, cuando los textos son largos, tediosa.

    Al eliminar de los cuentos el contexto en el que fueron narrados para trasladarlos a la palabra escrita se pierden muchos elementos que ayudan a su entendimiento y, al mismo tiempo, aparecen otros que dificultan su comprensión. Por ejemplo, sabemos que:

    La redundancia, la repetición de lo dicho mantiene eficazmente al hablante y al oyente en la misma sintonía. […] En la cultura oral, aunque una pausa puede ser efectiva, la vacilación siempre resulta torpe. Por lo tanto, es mejor repetir algo, si es posible con habilidad, antes que simplemente dejar de hablar mientras se busca la siguiente idea (Arana, 2004: 76).

    Así, a la hora de leer un cuento transcrito, el lector se encontrará con muchas repeticiones que en la palabra escrita no tienen cabida.

    Otro problema mayúsculo es la coherencia interna del cuento. A veces los personajes de los cuentos orales llevan a cabo acciones que no se corresponden con las que realizaron anteriormente; otras veces hay brincos en la trama que comprometen la lógica de la historia. El hecho de que las acciones no se correspondan lógicamente o que haya huecos en la narración puede explicarse por el hecho de que los cuentos orales casi nunca son nuevos para quienes los escuchan. La audiencia a la que van dirigidos ya los conoce, de tal manera que esos huecos a menudo son llenados por los oyentes. Asimismo, la incoherencia entre diferentes acciones no tiene la misma relevancia en un texto escrito que en un relato oral, donde la voz del narrador, la tensión compartida con los demás escuchas, el movimiento de las manos y otros elementos performativos completan la lógica de las narraciones. Privado de esos elementos extraliterarios, el lector que se enfrenta a una mera transcripción de un cuento narrado oralmente encontrará muchas dificultades para entenderlo, no se diga para disfrutarlo como lo disfrutaron los oyentes originales. El problema reside en que la transcripción hecha por los antropólogos es una forma de archivar y debe ser lo más fidedigna posible al original. Como esta antología no responde a un afán archivista o de rescate, sino a la necesidad de mostrar cómo la figura del negro aparece en los cuentos de tradición oral de nuestro país, hemos decidido arreglar los cuentos de forma que puedan ser leídos de manera continua y sin mayor problema.

    Vale la pena aclarar que las correcciones que se hicieron de los cuentos se sitúan en un punto intermedio entre la reescritura con fines literarios (como lo hiciera Italo Calvino en 1956 con los cuentos populares italianos o Fabio Morábito en 2014 con los cuentos populares mexicanos) y la transcripción purista, hecha casi palabra por palabra. Se han eliminado repeticiones innecesarias, expresiones orales que no tienen cabida en la lengua escrita y algunas veces se suprimieron partes de las narraciones que no venían al caso. Sin embargo, en la medida de lo posible, se intentó conservar un cierto tono oral en los cuentos y muchas de las expresiones orales originales fueron dejadas intactas. Además, se corrigió la redacción y la puntuación de los textos.

    Por último, decidimos ordenar los cuentos en función de la zona geográfica (el estado de la república) donde fueron recolectados. Esto, sencillamente, como una forma de organización que permita al estudioso acceder de una manera esquemática a los cuentos de su interés.

    I. ORALIDAD Y ESCRITURA

    Es importante entender que las diferencias entre oralidad y escritura no son solamente formales, sino que en el cambio de una sociedad oral a una sociedad escrita hay un verdadero cambio de mentalidad (Arana, 2004: 76). Es por eso que trasladar un cuento oral a la forma escrita representa, más que una mera transcripción, una verdadera traducción, con ese grado más o menos grande de alejamiento del texto original que toda traducción implica (o de traición, como suele decirse, apelando a la conocida fórmula traduttore/traditore). Lo anterior se debe no sólo a que los elementos performativos que son parte fundamental del universo simbólico de los cuentos populares se encuentran ausentes en la expresión escrita, sino al hecho de que esos cuentos forman parte del vasto y complejo universo de la oralidad.¹⁰ El pensamiento en las culturas orales está estrechamente relacionado con la comunicación y con los problemas mnémicos que implica la falta de un soporte (como lo es la escritura). En este sentido, la forma de pensar propia de las culturas orales surge de pautas intensamente rítmicas, con repeticiones o antítesis, aliteraciones, asonancias, etc. Las expresiones fijas son incesantes, es más, formulan la sustancia del pensamiento mismo (Arana, 2004: 76). Esto quiere decir que aquello que puede ser pensado y comunicado siempre está estructurado y delimitado por las técnicas mnemónicas del pensamiento. Así, en los cuentos orales prevalecen las repeticiones y las fórmulas fijas. Asimismo, en las narraciones (y en la producción oral en general) el movimiento corporal es indisociable de la palabra (Granados, 2012), ya que permite evitar el desgaste que significa tener que describir pobremente cosas que pueden ser mostradas con una alta expresividad (gestual) (Colombres, 2009: 19). En las culturas con grafía el significado de las palabras se puede fijar (piénsese en los diccionarios) porque la escritura y lo impreso […] aíslan, descosen, destejen y por lo tanto descontextualizan (Colombres, 2009: 17), de tal manera que fijar su significado es la única vía para transmitir un sentido de forma más o menos fidedigna. En las culturas orales, por el contrario, toda una gama de recuerdos, de conocimientos y de significados que no tiene una estricta pertinencia con lo que se viene expresando debe descartarse para dejar lugar a la que sí la tiene. Por ende, el significado de cada palabra es controlado por las situaciones reales en las cuales se utiliza la palabra aquí y ahora (Arana, 2004: 77). Por lo anterior, las relaciones interpersonales (en nuestro caso particular, el narrador del cuento y el antropólogo que lo escucha) pasan a tomar un valor central dentro del marco simbólico de las narraciones, incluso el propio género del narrador puede tener importancia, como lo muestran los artículos de Dominique Raby (2007) y de James M. Taggart (1982). Bajo esta idea, los cuentos orales tienen sentidos que obedecen al momento preciso en el que fueron narrados, sentidos a los que los lectores no tenemos acceso. Por lo mismo, el cuento oral es móvil en la medida en que las palabras y la intensidad de sus significados puede variar debido al contexto donde se narra y, al mismo tiempo, está anquilosado en una estructura narrativa relativamente constante (dada por la repetición y los motivos fijos), cuyos elementos, aun siendo nombrados de diferentes maneras, cumplen siempre la misma función. Ejemplo de esto es que en algunas variantes de los cuentos aquí presentados la figura del negro puede ser personificada por un duende o por un oso, debido a la relación que, en el imaginario colectivo, suponemos, el negro guardaba con los aspectos selváticos y mágicos de la realidad. Justamente este hecho es el que le permite a Antti Aarne (1961 [1910]) poder establecer una tipología de los cuentos orales. Dicha tipología, establecida dentro del marco de la escuela finesa del folclore, después ampliada por Stith Thompson (1960 [1928]) y, recientemente, por Hans-Jörg Uther (2004), parte de la idea de que existen ciertos motivos en los cuentos populares que se van mezclando para dar lugar a las diferentes variantes. Esta lógica fue luego criticada por el estructuralista Vladimir Propp en su libro Morfología del cuento (2008b [1928]) y, actualmente, a estos dos sistemas de clasificación se les han agregado variaciones y críticas por parte de investigadores como Aurelio M. Espinosa (1934), por mencionar uno. Lo que es importante remarcar es que un motivo constituye más bien un indicio, un significante con ciertas valencias simbólicas, pero que sólo se carga de significado cuando está funcionando dentro de una tradición específica (Cortés, 2013). De este modo, cuando un personaje es suplantado por otro que realiza sus mismas acciones (el duende suplantado por el negro o viceversa), el simbolismo que ambos irradian nunca es el mismo y dependerá del contexto en que aparecen. Esto quiere decir que el análisis de un cuento oral que no tenga en cuenta su contexto sociocultural será un análisis insuficiente o fallido. Un buen ejemplo de esto es el artículo de Taggart (1986), en el que expone algunas de las variantes encontradas en México y España del cuento de Hansel y Gretel.

    II. SOBRE LOS CUENTOS Y SU ORIGEN

    Y al anochecer, cuando los padres regresaban, se sentaban alrededor del fuego. Era allí donde los primeros miembros de la generación intermedia traían historias de lo que había pasado cuando estaban en el páramo buscando comida, explicaban cómo había tenido lugar esa búsqueda. Eso era importante para la educación porque era todo lo que tenían. En ese espacio, al anochecer, era cuando todas las generaciones se unían y compartían historias.

    (De Prada-Samper, 2012: 12).

    Esta pequeña frase extraída de una conversación pronunciada por Kapilolo Mario Mahongo, un narrador de cuentos angoleño, nos deja entrever parte del sentido y, sobre todo, de la función de la literatura oral. Los cuentos orales no son sólo vasijas que guardan la memoria de un pueblo, pedazos de su historia, sino que además ayudan a mantener una continuidad entre el pasado y el presente (De Prada-Samper, 2012; Cortés, 2013) y, en este sentido, a plasmar una identidad. La problemática que surge, pues, con los cuentos que presentamos en esta antología es doble. Primero, la que tiene que ver con que muchos de los cuentos aquí mostrados tienen probablemente un origen indoeuropeo y, segundo, la que tiene que ver con la distancia temporal con la que fueron recogidos. No nos queda claro si se siguen contando los mismos cuentos actualmente, si las variantes se presentan de la misma manera, si hay cuentos nuevos e, incluso, si la tradición oral cuentística no ha adoptado nuevas funciones sociales o perdido algunas que poseía. Estas preguntas —que somos incapaces de responder, ya que requerirían un trabajo de campo extenso— son cuestiones de suma importancia que la literatura académica actual responde sólo parcialmente. Hoy en día, la mayoría de las recopilaciones de cuentos orales o populares se hacen sin contar con la presencia de una audiencia real. Stanley Robe aún podía recoger cuentos en vivo a principios de la segunda mitad del siglo pasado, con una audiencia que se involucraba de distinta manera en la historia, pero hoy, por lo general, el recolector de cuentos va a la casa del narrador, pone una grabadora y escucha pasivamente sus narraciones. Es el único escucha. La presión de un público, tan determinante para la evolución de la trama, casi ha dejado de existir. Esto podría denotar una pérdida de la literatura oral y un desuso de ésta, pero no nos gustaría hacer tal afirmación. Primero, porque de por medio necesitaríamos el trabajo de campo necesario para aseverarlo con certeza y, segundo, porque muchas veces las formas de la oralidad se transforman y se hibridan. En este sentido, es mejor dejar la pregunta abierta. Sin embargo, la pregunta sobre la identidad de un pueblo que uno pudiera dibujar a través de sus relatos es un tema que sí está a discusión. El simple hecho de que varios cuentos de esta antología tengan raíces indoeuropeas niega la posibilidad de encontrar en ellos una identidad original o pura y precolombina, como algunos estudiosos quisieran ver. Como dice Richard Dorson (1970: lxxx), si uno busca en un motivo o una variación el rasgo original indígena de un cuento, puede equivocarse. Hay, por ejemplo, motivos que se creen europeos y, en realidad, son indígenas. Asimismo, en una antología de cuentos orales veracruzanos, Stanley Robe (1971: 17) afirma que la mayoría de los cuentos populares de esa región circulan en otros países de habla hispana, no pudiendo afirmarse que son de origen puramente mexicano. Incluso hay cuentos orales mexicanos que aparecen en la recopilación de Las mil y una noches, de tal manera que ni siquiera podemos pensar en que algunos de éstos tengan un origen claramente europeo. Como se ve, el problema de usar los cuentos de la literatura oral para deducir y encontrar indicios propios de una u otra cultura es una quimera. Probablemente esta idea se remonte al siglo xix, cuando los hermanos Grimm recogieron cuentos populares con la intención de encontrar las raíces de lo alemán.¹¹ Lo que sí podemos afirmar es que la literatura oral indígena en nuestro país abreva de las fuentes europeas difundidas a través de la cristianización, de la tradición oral española y de la tradición oral que trajeron consigo los esclavos africanos, además —como señala Montemayor— de los códices, libros o documentos lapidarios que conservaban la memoria de las civilizaciones prehispánicas (1998: 17).

    Los cuentos orales, al menos actualmente, se han universalizado y se los encuentra a lo largo y ancho del planeta en un número infinito de variantes. Sin embargo, esto no quiere decir que los cuentos de esta antología no sean cuentos mexicanos. Lo son, al menos, en la medida en que han circulado en el territorio nacional, adoptando aquellos elementos de clima, de comida y de costumbres propios de quienes los cuentan y de quienes los escuchan. Los cuentos orales, en suma, son propios de quienes los practican, como dice Bartolomé:

    la presencia de narraciones de esta naturaleza [es decir, de origen indoeuropeo], no pone de manifiesto una ‘aculturación narrativa’, sino una dinámica en pleno proceso. La capacidad de incorporar nuevos temas al horizonte existente, no solamente traducidos al chatino [recuérdese que muchos de estos cuentos fueron recogidos en lenguas indígenas] sino también organizados en función de un código diferente, reitera que la vitalidad generadora de símbolos de la cultura se mantiene (1979: 15).

    José María Guelbenzu (2000) distingue tres características propias de los cuentos orales españoles, características que, por lo demás, se mantienen en gran parte de los cuentos orales mexicanos. Primero, afirma Guelbenzu, el ingenio es más valorado que la reflexión. Se trata de la capacidad del personaje principal de conseguir a una princesa, comida o engañar a algún ser sobrenatural. Segundo, el milagro como solución a los problemas de la vida. En muchos de los cuentos orales mexicanos, y en varios de esta antología, el héroe es ayudado por un ser que le entrega objetos mágicos. Esta magia nunca es cuestionada o justificada por el narrador, al contrario, se presupone su existencia como algo normal. La tercera característica tiene que ver con los finales de las historias, que son, la mayoría de las veces, abruptos. Así, una vez que la acción mágica se lleva a cabo, el cuento termina. Pero también hay peculiaridades en las versiones de los cuentos que dependen de la etnia de la cual provienen. Elisa Ramírez recalca, por ejemplo, que existe una formalidad diminutiva en los cuentos en lengua náhuatl, o que existe una religiosidad solemne y ceremonial en los cuentos huicholes y coras, etc. (2014: 9). Lo anterior justifica el estudio de los cuentos orales como dinámica capaz de develar parte del sincretismo del grupo que practica unos cuentos de una

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