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Insurgentes, misioneras y políticas: Mujeres y género en la Resistencia peronista (1955-1966)
Insurgentes, misioneras y políticas: Mujeres y género en la Resistencia peronista (1955-1966)
Insurgentes, misioneras y políticas: Mujeres y género en la Resistencia peronista (1955-1966)
Libro electrónico372 páginas5 horas

Insurgentes, misioneras y políticas: Mujeres y género en la Resistencia peronista (1955-1966)

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Insurgentes, misioneras y políticas presenta un abordaje de la participación de las mujeres en la Resistencia peronista entre 1955 y 1966. En las dos últimas décadas, al calor del desarrollo de los estudios de género y de los estudios de historia reciente, varias investigaciones han centrado su atención en la militancia femenina en el peronismo. Estas se han ocupado de la etapa de los primeros gobiernos peronistas y la convulsionada década de 1970, pero ¿qué sucedió con las mujeres peronistas en los primeros años que siguieron al estallido del golpe de Estado de 1955? A través de un cruce de fuentes orales y escritas –judiciales, policiales, periodísticas, epistolares, entre otras–, la autora realiza un trabajo de visibilización y procura dar cuenta de la complejidad de dicha participación; una participación que excedió el rol secundario al que han sido confinadas las mujeres en los relatos de militancia. La prensa, los homenajes a Eva Perón, las intervenciones en acciones armadas y los intentos de reorganización partidaria, constituyen las modalidades de acción que han sido reconstruidas en la investigación que da sustento a este libro. El análisis ahonda en cómo las condiciones represivas del contexto y las relaciones de género imperantes en la época incidieron sobre la resistencia de las mujeres frente a los gobiernos de turno y en su militancia en el peronismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 may 2024
ISBN9789878142531
Insurgentes, misioneras y políticas: Mujeres y género en la Resistencia peronista (1955-1966)

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    Insurgentes, misioneras y políticas - Anabella Gorza

    Agradecimientos

    Este libro es el resultado de mi tesis de doctorado en Historia, defendida en la Universidad Nacional de La Plata el 7 de julio de 2017. Es el producto de varios años de trabajo que transité con el acompañamiento de mi directora, Adriana Valobra. Mi primer agradecimiento es para ella, por el compromiso asumido desde el inicio de esta investigación, por el entusiasmo con el que nos incentiva a trabajar día a día y, fundamentalmente, porque es quien me ha brindado la posibilidad de iniciarme en el camino de la investigación histórica y quien generosamente me ha enseñado las competencias de este hermoso oficio.

    La investigación fue posible gracias al apoyo material de una beca doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), que percibí entre 2012 y 2017, y de una beca de estudio de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC), que tuvo vigencia durante 2011. También contó con el respaldo institucional del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG) dependiente del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS) de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. El proyecto de la Universidad Nacional de Quilmes El proceso de profesionalización del cuidado sanitario: la enfermería universitaria en Argentina (1940-1970), dirigido por la Dra. Karina Ramacciotti, y el PIP-Conicet, titulado Género y modernización política, Argentina, 1955-1970, dirigido por la Dra. Adriana Valobra, contribuyeron a plasmar la investigación en este libro. A ello quisiera sumar mi agradecimiento a las directoras de la colección, Karina Ramacciotti y Carolina Biernat, y a la Editorial Biblos.

    Agradezco a quienes integraron el jurado de mi tesis, cuyos comentarios y minuciosa lectura me permitieron su transformación en libro: el Dr. Nicolás Quiroga, la Dra. Carolina Barry y el Dr. Pablo Ghigliani. También, a las y los colegas que contribuyeron de diferentes maneras; a Elena Scirica, por sus lecturas y aportes; a Nicolás Damín, por sus sugerencias para analizar las prácticas y fuentes que abordo en el capítulo 3, y a Carina Capobianco, que me obsequió sus fuentes cuando esta investigación apenas comenzaba.

    Agradezco muy especialmente a todas las personas que me brindaron su testimonio –militantes y familiares–, que me abrieron las puertas de sus casas y que confiaron en mí para contarme sus experiencias, muchas de las cuales hoy nutren las páginas de este libro, y a la vez prestarme los papeles que conservaban; también a los informantes y personas que me facilitaron contactos para las entrevistas. Al mismo tiempo, deseo expresar mi agradecimiento a las personas que trabajan en los archivos y bibliotecas que consulté, por su amabilidad y porque sin su labor cotidiana sería imposible el trabajo de quienes nos dedicamos a la investigación en ciencias sociales.

    No puedo dejar de mencionar a las compañeras de trabajo que conocí durante el proceso de investigación, que me apoyaron con sus palabras de aliento cuando la entrega de la tesis parecía tan lejana: Eugenia Bordagaray, Gisela Manzoni, Sol Calandria, y muy especialmente a mi compañera de viaje, Nadia Ledesma Prietto, quien además hizo aportes enriquecedores que contribuyeron en el proceso de escritura. Las últimas líneas están dedicadas a aquellas personas que conforman mi mundo afectivo más cercano: a mi hermana y amiga Noe, por acompañarme siempre; a Cata, quien más sufrió las largas jornadas de trabajo de su mamá (aún conservo sus carteles de estímulo para que terminara la tesis); a mis amigas y familiares que en más de un ocasión colaboraron con su cuidado para que yo pudiera realizar este trabajo, y en especial a Blanca; y finalmente a mis padres, Susana y Mario, por confiar en mí, por sembrarme las ganas infinitas de aprender y por ayudarme a iniciar este camino.

    Introducción

    Mi interés por el tema que ocupa las páginas de este libro surgió en un momento en el que la historia del pasado reciente y los estudios de género estaban cobrando un gran impulso en las ciencias sociales. Sin embargo, en aquel momento, comienzos de la década de 2010, la participación de las mujeres peronistas durante los años posteriores al golpe de Estado de 1955 no había sido aún objeto de una investigación sistemática y ello contrastaba con la proliferación de trabajos sobre la participación política femenina en los primeros gobiernos peronistas y en la década de 1970. Entonces, uno de los problemas que surgieron en los comienzos de la pesquisa se vinculaba, precisamente, al vacío historiográfico sobre la temática. Algunos estudios la habían abordado tangencialmente y/o de manera descriptiva y dejaban en evidencia la necesidad de un trabajo que profundizara en el tema, tanto a nivel empírico como conceptual. Ese problema conllevaba una potencialidad que era la posibilidad de hablar de una temática sobre la que hasta el momento se había dicho muy poco y, al mismo tiempo, implicaba otro problema de difícil resolución, que era el de cómo construir un corpus documental, sobre todo cuando existía cierta reticencia de las mujeres a reconocerse como parte del proceso que deseaba investigar. La construcción del corpus implicó un arduo y minucioso trabajo de búsqueda de fuentes en archivos y hemerotecas y de elaboración de fuentes orales. No solo había que encontrar los documentos que dieran cuenta de la participación femenina, sino también detectar los archivos donde pudieran estar esos documentos. No solo había que entrevistar a las mujeres que participaron de la Resistencia peronista, sino también identificarlas y convencerlas de brindar su relato. La combinación de una multiplicidad de fuentes, la mayoría de ellas fragmentarias y discontinuas, junto a las lecturas de la bibliografía académica que abordó dicho proceso histórico desde otros enfoques, estudios incipientes que consideraron a las mujeres y a la perspectiva de género y los que contemplaron a las mujeres en movimientos de resistencia en otros contextos históricos, me permitieron reconstruir un panorama de la participación femenina en la Resistencia peronista y plantear problemáticas que procuraron superar las miradas anecdóticas que hasta el momento habían circulado sobre esa participación. En algunas instancias, los documentos producidos por los organismos de represión vinieron a complementar los silencios de las fuentes orales; en otras, esos silencios se convirtieron en objeto de reflexión. En algunas situaciones, encontramos que algunas militantes dejaron documentos escritos, se preocuparon por conservarlos en archivos personales y se ofrecieron a contarnos sus historias, muchas de las cuales han nutrido las páginas de este libro.

    La Resistencia peronista en los debates historiográficos

    La Resistencia peronista emergió como respuesta al derrocamiento del segundo gobierno de Juan D. Perón en septiembre de 1955 y frente a las medidas antipopulares implementadas por el gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora: la proscripción del Partido Peronista en sus dos ramas, masculina y femenina; la intervención de los sindicatos y su organismo central, la Confederación General de Trabajo (CGT) –tercera rama–; la persecución y el encarcelamiento de dirigentes y militantes; la confiscación de bienes e inhabilitación para ocupar cargos públicos de los exfuncionarios y dirigentes peronistas; la destrucción de bienes y edificios; la anulación de leyes y de algunas de sus políticas, y específicamente, en el plano laboral, la introducción de medidas tendientes a incrementar la racionalización del sistema productivo, hecho que atentaba contra los derechos y la organización que la clase trabajadora había alcanzado durante años de luchas. A ello, debemos agregar la sanción, en marzo de 1956, del decreto 4.161 que prohibía el uso de los nombres y símbolos peronistas.

    A la caída del gobierno peronista, le sucedió un período de gran inestabilidad caracterizado por la alternancia de gobiernos militares con democracias débiles y condicionadas, la adopción del papel de árbitro de la política por parte de las Fuerzas Armadas y la imposibilidad de las clases dominantes por imponer un proyecto hegemónico ante la movilización permanente de los sectores populares que resistieron esos proyectos. Pese a los intentos del gobierno de la Revolución Libertadora por eliminar al peronismo de la escena política, este pronto se reveló como un actor insoslayable. Así, las diferencias sobre cómo abordar la cuestión peronista produjeron un resquebrajamiento en la alianza que había posibilitado el triunfo del golpe de Estado de 1955, y que, entre otros procesos, dio lugar a la destitución de Eduardo Lonardi en noviembre de ese año por los sectores liberales de las Fuerzas Armadas que representaban el antiperonismo más acérrimo. Luego, se suscitarían realineamientos en los partidos tradicionales, como la división del radicalismo en 1957, entre la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) y la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), a los que deben sumarse los debates que emergieron en el seno de la izquierda tradicional para dar lugar al nacimiento de la nueva izquierda, producto de las renovadas lecturas que estaban realizándose sobre la cuestión peronista (Altamirano, 2001; Sigal, 2002; Terán, 2013; Tortti, 2009), y las confluencias entre peronistas y sectores del nacionalismo (Besoky, 2013; Cucchetti, 2013; Ehrlich, 2010; Goebel, 2004; Melon Pirro, 1993, 2009). Finalmente, no podemos dejar de mencionar las transformaciones que sufrió el propio peronismo, apartado de las estructuras estatales, con su máximo líder exiliado, y obligado a transitar los caminos de la ilegalidad y de la oposición. Fue objeto de un proceso centrífugo que acentuó la heterogeneidad que lo había caracterizado desde sus orígenes al romperse la estructura institucional que lo contenía. El exilio de Perón permitió la emergencia de liderazgos locales que, aunque debieron legitimar sus decisiones apelando a la palabra del líder ausente, aprovecharon la maleabilidad de su discurso favorecida por la distancia (Sigal y Verón, 2004). En este contexto, la emergencia de partidos neoperonistas se hizo sentir, sobre todo en el interior del país, a la vez que el sindicalismo, cuyas estructuras lograron ser recuperadas tempranamente, se convirtió en uno de los actores de mayor peso en la escena política nacional. La ilegalidad que sobrevino al derrocamiento del peronismo expuso a que muchas personas abandonaran la militancia, pero otras buscaron nuevos tipos de participación. La Resistencia peronista abarcó una variedad de formas de intervención política, producto en parte de la incertidumbre que reinaba sobre el futuro del peronismo y sobre la mejor estrategia de retorno al poder, pero también como consecuencia de su composición heterogénea.

    Sobre los alcances de la Resistencia peronista se han suscitado algunos debates, pero, antes de dar cuenta de ellos, debemos señalar que hubo determinados usos nativos del término resistencia. Las primeras definiciones sistemáticas son aquellas que la conciben en el marco de conflictos como formas de oposición de la población contra un ejército invasor. Estas encuentran su base empírica en la lucha española frente a la invasión napoleónica a comienzos del siglo XIX y en las resistencias europeas al nazismo en el marco de la Segunda Guerra Mundial, fuera de los límites de Alemania. Sin embargo, el término también ha sido aplicado a la confrontación de diferentes fuerzas sociales de un mismo país en el marco de las fronteras nacionales, en una situación asimétrica entre ellas, y no necesariamente debe estar asociada con un contexto de guerra (Bonavena, 2015). De más está decir que la Resistencia peronista se trató de un proceso muy diferente a esos referentes empíricos; sin embargo, algunos de los términos que fueron utilizados por sus actores provienen de esas experiencias históricas y de los manuales de guerra del siglo XIX, que habían nutrido la formación militar de Perón. En ellos, resistencia refiere al accionar de la población civil paralela a la de los ejércitos regulares y nacionales, que debía actuar en las sombras realizando acciones que dificultaran al invasor la dominación del terreno, como cortar sus comunicaciones y privarlo de sus fuente de abastecimiento (Clausewitz, 1994). Esta idea puede rastrearse en los primeros documentos de Perón en el exilio (Amaral, 2004 [1993]). Tal es así que en las Instrucciones generales para los dirigentes peronistas, documento de 1956, bajo el concepto de resistencia civil se incluía una serie de acciones que tenían como fin debilitar al gobierno de facto, creando una situación de caos e ingobernabilidad que llevara a su caída, y que iban desde acciones individuales como el murmullo y el boicot a las compras y a la producción hasta acciones organizadas realizadas por grupos especiales que incluían el empleo de la fuerza. Se puede trabajar aun cuando se duerme, si se tiene la precaución de dejar la canilla abierta, sostenía Perón en esas directivas (Perón, 1997a [1956]: 94). No es nuestro objetivo insertarnos en el debate que han suscitado los documentos de Perón en el exilio respecto de su carácter bélico y/o político (Amaral, 2004 [1993]; Melon Pirro, 2009), además de que ya es de amplio consenso que la Resistencia excedió ampliamente sus deseos y directivas, pero sí señalar esa circulación de términos. Asimismo, los procesos de descolonización en el Tercer Mundo también nutrieron con su vocabulario a la Resistencia peronista. Laura Ehrlich (2010) refiere cómo en la prensa política de la época hubo dichos de uso común entre los diferentes periódicos, que expresaron la situación del país como un país ocupado y del enemigo, como invasor o ejército de ocupación, condensada en la figura del imperialismo británico cuyo brazo armado en el país era el propio gobierno de la Revolución Libertadora y las Fuerzas Armadas; además de tener otros representantes locales como la oligarquía y los partidos políticos tradicionales. Para Ehrlich, la explicación radica en la tradición nacionalista de la que eran portadores muchos de los integrantes de los staff de esas publicaciones. Al mismo tiempo, el antiperonismo hizo un uso propio del término resistencia. Algunos habían visto en el peronismo la encarnación del fascismo a nivel local, por lo que concibieron su oposición al peronismo como resistencia, una prolongación de la resistencia antifascista cuya prédica habían sostenido desde la década de 1930 (Bonaparte, 1956). Con ello queremos significar que se trató no solo de un término nativo, sino también de un término en disputa que desde sus primeros momentos estuvo atravesado por diferentes connotaciones, y que ha sufrido resignificaciones a lo largo del tiempo (Salas, 2006 [1990]) respecto de las cuales se hace necesario tomar distancia.

    Los debates historiográficos sobre la Resistencia peronista han girado en torno a tres cuestiones principales estrechamente relacionadas: su definición, sus actores y su periodización. Ellas están atravesadas por una serie de problemas, tales como la composición de clase, las estructuras a través de las cuales se canalizó, las actividades que implicó –es decir, si estas se mantuvieron en el reclamo por las condiciones de trabajo o si respondieron a ideas u objetivos políticos que trascendían dicho accionar– y el papel jugado por la violencia. La mayoría de las investigaciones reconocen la variedad de acciones que abarcó, pero ponen el acento en determinados aspectos. Daniel James (2010 [1988]) sostiene que implicó un amplio abanico de intervenciones que iban desde expresiones individuales, como la protesta en la vía pública y el sabotaje en las fábricas, hasta la actividad clandestina canalizada en los llamados comandos y las sublevaciones militares, pero su énfasis está puesto en el movimiento obrero organizado. Lo mismo sucede con otros autores como Ernesto Salas (2006 [1990]) y Alejandro Schneider (2006). Los tres señalan que durante el segundo lustro de la década de 1950 hubo estrechas vinculaciones entre los comandos –pequeñas organizaciones de base de carácter clandestino– y las comisiones internas de fábrica a partir de las cuales se llevó a cabo el proceso de recuperación de los sindicatos intervenidos. Sin embargo, sus interpretaciones difieren respecto del carácter ideológico de dicho proceso. James y Salas han enfatizado en la ideología peronista del movimiento obrero, mientras que Schneider visibiliza las acciones de obreros de otras ideologías que también resistieron en aquellos años, y James también destaca la presencia de actores de otros sectores sociales en la conformación de los comandos. Pese al rol gravitante cumplido por los sectores sindicales, el accionar de las comisiones internas de fábrica y los comandos, no todas las acciones de la Resistencia peronista estuvieron encuadradas en esas estructuras; además de que los comandos fueron estructuras muy laxas. Al respecto, Salas reconoce una resistencia cultural que implicó una multiplicidad de pequeñas acciones que han llegado hasta el presente en la forma de microhistorias que se han propuesto mantener viva la memoria del peronismo.

    Todos los autores mencionados marcan el fin de la Resistencia en 1959-1960. Las razones que señalan son la desmovilización obrera que siguió a la aplicación del Plan Conintes, la burocratización de la cúpula sindical, el fin de la colaboración entre comandos y sindicatos, y el paso de una composición predominantemente obrera de los comandos a una composición juvenil (James, 2010 [1988]); aunque Schneider (2006) cuestiona la existencia de ese proceso de desmovilización. Por su parte, Salas hace hincapié en el levantamiento de Miguel Ángel Iñíguez, ocurrido en noviembre de 1960, último intento de golpe cívico-militar realizado por peronistas y militares. Marcelo Raimundo (1998) adhiere a los criterios de periodización de Salas al observar un cambio de estrategias de lucha en ese momento, marcado por dicho levantamiento, que cerraba un ciclo de colaboración entre civiles y militares, y el primer intento de guerrilla rural, el de los Uturuncos, acaecido en Tucumán a mediados de 1959. Este anticipaba estrategias que se impondrían a futuro, producto de la influencia de la Revolución Cubana, los procesos de liberación nacional en el Tercer Mundo y un acercamiento al marxismo por parte de algunos jóvenes peronistas.

    En una perspectiva diferente debe situarse el trabajo de Samuel Amaral (2004 [1993]) quien se focaliza en los atentados de la Resistencia peronista y en los aspectos bélicos del discurso de Perón, señalando un punto de inflexión en 1958, momento del pacto Perón-Frondizi, en el que Perón se habría visto obligado a abandonar una concepción bélica del poder por otra de carácter político, y en el que un violencia pura, indiscriminada, habría dado paso a una violencia pragmática, con objetivos políticos y gremiales. También afirma el abandono de una composición interclasista de los comandos y su remplazo por el predominio sindical. Julio César Melon Pirro (2009) cuestiona esa mirada y afirma que desde un principio la Resistencia fue concebida por Perón en términos políticos y descarta la idea de que hubo un tiempo de la política que habría reemplazado a un tiempo de la resistencia, reducida esta a sus intervenciones violentas. Al mismo tiempo, defiende el componente juvenil de los comandos, más patente luego de la creación de la Comisión Intersindical en 1957, y su carácter interclasista.

    Todo ello evidencia la heterogeneidad que caracterizó a la Resistencia peronista, lo que explica en gran medida las dificultades para definirla y periodizarla. Por fuera de esos debates, no faltan autoras y autores que se han centrado en determinados aspectos, como los simbólicos (Seveso, 2010) y discursivos (Balbi, 2007; Ehrlich, 2010; Sigal y Verón, 2004), que han indagado en algún hecho relevante, como el intento de guerrilla rural de los Uturuncos (Salas, 2006) o el levantamiento de Iñíguez (Gorza, 2015), o que se han abocado a su desarrollo en el interior del país (Álvarez, 2014).

    Finalmente, cabe mencionar aquellos trabajos que recuperan la participación de las mujeres peronistas en los primeros años posteriores al golpe de Estado de 1955 (Centurión, 2007; Dos Santos, 1983; James, 2004; Scoufalos, 2007). En general, se trata de estudios que abordan el tema tangencialmente, con la excepción del de Ana Josefina Centurión (2007) que, si bien se trata de un trabajo breve, aporta interesantes problematizaciones. En los últimos años, la desclasificación del archivo personal de Alicia Eguren está dando lugar a una serie de trabajos sistemáticos sobre su trayectoria (Allende y Del Zotto, 2018; Caruso, 2020; Lenguita, 2019), que se suman a algunos trabajos previos (Bellucci, 2003; Deleis, De Titto y Arguindeguy, 2001; Seoane, 2014), mientras que recientes investigaciones están avanzando sobre presas políticas durante el gobierno de la Revolución Libertadora y el Plan Conintes (Barrancos, s/f; Castronuovo, 2016). Esta lista no incluye los trabajos que abordan la participación política de mujeres de otras idologías durante el período estudiado ni los que han examinado el accionar de las peronistas antes de 1955 y desde la segunda mitad de la década de 1960. Frente a este panorama, esta investigación ha procurado superar un vacío historiográfico a través de aportes empíricos y problemáticos haciendo eje de su abordaje en la participación femenina en la Resistencia peronista, analizada desde una perspectiva de género.

    Sobre la concepción de Resistencia peronista en este trabajo

    Los historiadores se han preocupado por definir la pertenencia de clase y generacional de los sujetos que intervinieron en la Resistencia peronista, pero poco se ha dicho sobre las implicancias de género que la atravesaron ni se ha considerado a sus protagonistas como sujetos sexuados. En general, se han inclinado por el uso de un sujeto universal o han hecho referencias circunstanciales a los hombres y las mujeres que participaron, mientras que sus análisis se basan en actividades realizadas por varones y en fuentes producidas por ellos o donde solo se vislumbran sus voces e intervenciones. El accionar de las mujeres, si aparece, lo hace de manera colateral, siempre referido en tercera persona, usualmente bajo la forma de anécdotas y carente de un análisis sistemático. El objetivo de esta pesquisa ha sido superar la invisibilización que ha recaído sobre las mujeres de la Resistencia peronista en cuanto sujetos históricos, así como la mirada redundante bajo la forma anecdótica.

    Adoptamos un concepto amplio de Resistencia, reconociendo que esta implicó actividades heterogéneas que abarcaron los intentos llevados a cabo por las y los militantes, luego del golpe de Estado de 1955, por lograr que la ideología y la identidad peronista permanecieran en la escena política y por reorganizarse con miras de retornar al poder, sea creando nuevas formas de organización o reactualizando y recuperando viejas estructuras. Las intervenciones que hemos examinado son aquellas en las que se visibiliza la participación femenina, en función del corpus documental construido; concretamente, las acciones armadas, algunas canalizadas a través de los comandos; los homenajes a Eva Perón, que se enmarcan en esas prácticas de resistencia cultural señaladas por Salas (2006 [1990]); los intentos de reorganización partidaria y el desarrollo de la prensa gráfica. Si bien algunas de las mujeres entrevistadas o de las que figuran en las fuentes escritas estaban sindicalizadas, no hemos focalizado en las acciones sindicales, ya que ese aspecto de la Resistencia amerita una investigación en sí misma por su complejidad y, también, por la dificultad de hallar huellas de esa participación en las fuentes a raíz de los techos de cristal que históricamente han atravesado a los espacios sindicales. Recientemente algunos trabajos están avanzando en ese sentido (Dawyd, 2020). Asimismo, reconocemos que el rol del movimiento obrero organizado fue gravitante en la Resistencia, pero no exclusivo; tal es así que las mujeres, cuya agencia se aborda en este libro, se inscriben en diferentes clases sociales, y más allá de que en algunas circunstancias haremos mención a la adscripción de clase, serán contempladas en función de las relaciones de género que las visualizaron como tales y atravesaron su participación política.

    Respecto de la delimitación temporal, entendemos que la Resistencia peronista se extendió desde el golpe de Estado de 1955 hasta el retorno definitivo de Perón a la Argentina en 1973; sin embargo, tomaremos el período comprendido entre 1955 y 1966. En primer lugar, sostenemos la idea de que muchas de las prácticas de resistencia implementadas en la década de 1950 no finalizaron en 1959-1960, sino que se extendieron más allá de esa fecha, con diferentes duraciones, y que algunas continuaron hasta bien entrados los años 60 y 70, conviviendo con las nuevas formas de lucha que se adoptaron en esos años. En segundo lugar, los comandos no fueron extensivos a toda la Resistencia. Entonces, juzgamos que el hecho de que hayan desaparecido luego de 1960 o que continuaran con otra composición no implica la desaparición de otras formas de resistencia que sobrevivieron a esa fecha. En tercer lugar, las fechas de los golpes cívico-militares –de los cuales solo dos llegaron a ponerse en marcha– no resulta un criterio lo suficientemente representativo para señalar el final del proceso. Es cierto que con el cambio de década comenzaron a gestarse nuevos fenómenos que se impondrían a fines de los años 60; concretamente, el acercamiento de algunos militantes peronistas al marxismo y la adopción de la táctica guerrillera como estrategia de lucha. Ahora bien, ese proceso de radicalización no fue extensivo a todo el peronismo, sino a sectores minoritarios, en especial jóvenes, que en ese contexto todavía se encontraban muy ligados a posturas nacionalistas (Besoky, 2013; Ehrlich, 2010; Raimundo, 1998), a la vez que la táctica de la guerrilla se encontraba en un estado muy incipiente. Sin lugar a dudas, 1959-1960 constituye un punto de inflexión, como también lo es 1958 con el pacto Perón-Frondizi, o 1957 con la creación de la Intersindical y de las 62 Organizaciones, pero la proscripción del peronismo no fue levantada plena y definitivamente hasta 1973; pese a las variaciones del contexto a nivel institucional, el ejercicio de la política siempre se dio con limitaciones. En cuarto lugar, los aspectos señalados por los investigadores para marcar el final de la Resistencia peronista no son tan significativos para un estudio que se propone visibilizar la agencia femenina. La opción de señalar el límite temporal superior en el levantamiento de Iñíguez pone demasiado énfasis en la variante militar de intervención, y tanto esta interpretación como la que coloca el cierre de la Resistencia en el fin de la colaboración entre comandos y sindicatos hacen hincapié en formas de agenciamiento en las que las mujeres no participaron de manera masiva, descuidando las actividades de resistencia que tuvieron lugar por fuera de esas estructuras y en las que ellas encontraron mayores posibilidades de intervención e iniciativa.

    Dijimos que la Resistencia peronista abarcó el período 1955-1973, pero cerramos la investigación en 1966. Las acciones de resistencia continuaron luego de esa fecha, pero el hecho de no abordarlas responde a una decisión metodológica. La explicación radica en que nuestro objetivo es visibilizar a aquellas mujeres que tuvieron su participaron en los años 50 y primeros 60, a fin de nivelarla con la atención que han recibido por parte de la historiografía las mujeres que se insertaron en política a fines de los años 60 y en la década de 1970. En lo que respecta a la participación femenina, un hecho de trascendencia para situar el momento de corte en 1966 es que Perón, quien hasta ese momento había ignorado la reorganización de las mujeres, se propusiera intervenir en dicho proceso nombrando una delegada nacional de la Rama Femenina, Mabel Di Leo; decisión que chocó con otras iniciativas locales que se venían desplegando desde 1958, de manera infructuosa, por reconstruir una estructura diferenciada por género. Luego, existen motivos convencionales que hacen que 1966 sea una fecha significativa para señalar un cambio, puesto que en ella tuvieron lugar hechos de gran visibilidad y consecuencias profundas en la sociedad: en principio, el golpe de Estado de la autodenominada Revolución Argentina que irrumpió con fuertes medidas proscriptivas y represivas. A su vez, el inició de un nuevo proceso de radicalización que se caracterizaría por el ingreso masivo de jóvenes de clase media a la política y al peronismo; transformación que se venía gestando desde comienzos de la década de 1960 pero que se aceleraría en estos años, y, en relación con ello, la consideración, cada vez más extendida, de la lucha armada como estrategia para la toma del poder.

    La delimitación geográfica fue definida en función de los espacios donde transcurren las manifestaciones de resistencia que se evidencian en las fuentes; esto es, la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, las ciudades de La Plata, Berisso, Ensenada y Rosario; con algunas menciones a acciones que tuvieron lugar en ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires. Esa delimitación geográfica no es azarosa, puesto que coincide con espacios donde la Resistencia peronista adquirió gran visibilidad producto del alto grado de movilización política que suele caracterizar a las áreas urbanas y con desarrollo industrial e intelectual.

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