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Mujer, ¿quién eres? Volumen IV
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Libro electrónico575 páginas6 horas

Mujer, ¿quién eres? Volumen IV

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Información de este libro electrónico

Por diversas causas, hoy se ha sustituido la noción de sexo por la de género presentándolo como elegible, al gusto o las inclinaciones de cada cual. En algunos sectores el género se ha ideologizado y para quienes desean tener una visión realista de la vida incluso la noción de género está bajo sospecha, pues no se sabe a ciencia cierta qué se quiere decir con ella. Aquí se entenderá el género en su genuino sentido: el desarrollo cultural del sexo. Abordaré brevemente los modelos de género −es decir, de las relaciones entre varones y mujeres−, que se pueden detectar a lo largo de la historia, modelos que coexisten contemporáneamente dentro de nuestras sociedades, cada vez más multiculturales. Concluiré planteando la necesidad de crear un nuevo modelo que conjugue adecuadamente igualdad y diferencia, teniendo en cuenta que el criterio para valorarlos tanto en la teoría como en la praxis, es siempre la dignidad humana

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ago 2021
ISBN9789972482298
Mujer, ¿quién eres? Volumen IV

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    Mujer, ¿quién eres? Volumen IV - Blanca Castilla de Cortázar

    portadilla

    Castilla de Cortázar, Blanca

    Mujer, ¿quién eres? Cuestiones sobre sexo-género desde una antropología realista. [Recurso electrónico] Vol. IV. Blanca Castilla de Cortázar. -- 1a ed. digital -- Piura : Universidad de Piura, 2021.

    1 recurso en línea (328 p.) (Colección Textos ICF ; 9)

    Referencias bibliográficas

    ISBN edición digital: 978-9972-48-229-8

    1. Persona humana. 2. Varón y mujer. 3. Sexualidad humana. 4. Igualdad y diferencia entre varón y mujer. 5. Complementariedad varón-mujer. 6. Naturaleza esponsal de la persona. 7. Mujeres

    Antropología filosófica I. Universidad de Piura. II. Título III. Colección Textos ICF.

    Mujer, ¿quién eres? Cuestiones sobre sexo-género desde una antropología realista

    Blanca Castilla de Cortázar

    Primera edición digital, julio de 2021

    © Universidad de Piura

    © Blanca Castilla de Cortázar

    Colección Textos ICF n.º 9

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.º 2021-08026

    ISBN edición digital volumen IV: 978-9972-48-229-8

    Diseño de cubierta: Pretexto

    Editado por: Universidad de Piura

    Av. Ramón Múgica, 131 – Urb. San Eduardo. Piura, Perú

    Nota de los editores

    Mujer, ¿quién eres?, recoge una antología de textos de la profesora Dra. Blanca Castilla de Cortázar que contribuye a una reflexión y comprensión más profunda de la identidad de la mujer, en coidentidad con el varón. Por su extensión, se publicará en cuatro volúmenes, con el siguiente contenido:

    Volumen I

    Antropología de la coidentidad esponsal

    • Mujer y varón, frente a frente. La coidentidad esponsal.

    • Tres clásicos.

    • La complementariedad varón-mujer: nuevas hipótesis .

    • ¿Fue creado el varón antes que la mujer? Antropología de la creación.

    • Persona femenina, persona masculina.

    • Anexos.

    Volumen II

    Diferencia sexuada y antropología trascendental

    • Acerca de la diferencia sexuada.

    • En torno a las aportaciones de Karol Wojtyla.

    • Otras perspectivas, otros autores.

    Volumen III

    Dignidad personal y condición sexuada. Un proseguir en la antropología

    • La dignidad: hacia una visión unitaria de la antropología.

    • Retorno a la noción de persona.

    • Propuesta de una meta-antropología.

    • Ampliación de la noción de persona.

    • Necesidad de una filosofía de la diada.

    • Estructura esponsal de la persona.

    • Dignidad personal y género.

    Volumen IV

    Cuestiones sobre sexo-género desde una antropología realista

    • Descripción de los modelos de sexo-género.

    • Aproximación y análisis histórico-filosófico.

    • Gestación y evolución de la noción de género en el siglo XX.

    • Bases antropológicas para un nuevo modelo de género.

    • Género y estructura personal: cultura, naturaleza y persona.

    • El modelo de la igualdad en la diferencia.

    • Niveles de la diferencia sexuada.

    Índice

    CUESTIONES SOBRE EL SEXO Y EL GÉNERO

    I. Breve descripción de los modelos de género

    1. Los esquemas de sexo-género

    2. Las relaciones varón-mujer en la historia

    3. Hacia un nuevo modelo de género acorde con la realidad

    II. Aproximación y análisis histórico-filosófico

    1. El modelo patriarcal

    2. La subordinación en el Derecho Romano

    3. Novedad del Cristianismo y pervivencia de la subordinación

    4. Situación de la mujer en la Modernidad

    5. El primer feminismo de la igualdad

    6. El modelo igualitarista

    7. La reivindicación de la diferencia

    8. La radicalización del igualitarismo en las teorías de género

    9. A la búsqueda de un nuevo modelo: la igualdad en la diferencia

    III. Gestación y evolución de la noción de género en el siglo XX

    1. Falta de reflexión sobre la diferencia sexuada

    2. El giro antropológico de la filosofía moderna

    3. Centralidad antropológica de la sexualidad

    4. La antropología cultural y la noción de género

    5. Recurso al género en la psicología médica

    6. Informes sobre la sexualidad y el género

    7. La sexualidad en el pensamiento marxista

    8. El existencialismo de Simone de Beauvoir

    9. La estela de Beauvoir

    10. Desarrollos del género en el pensamiento postmoderno

    11. Las teorías del transgénero

    12. Del transgénero a la «perspectiva de género»

    IV. Bases antropológicas para un nuevo modelo de género

    1. Avances científicos y revolución social

    2. Reflexión sobre la dignidad humana

    3. El discurso fenomenológico y metafísico

    4. Retorno a la noción de persona

    5. Propuesta de una antropología anclada en el ser

    6. Ampliación de la noción de persona

    7. Hacia una filosofía de la díada

    8. Estructura esponsal de la persona

    9. Estructura personal y «perspectiva de género»

    V. Género y estructura personal

    Cultura, naturaleza y persona

    1. El poder de una pregunta

    2. Un «iter» filosófico

    3. Género y estructura personal

    VI. El modelo de la igualdad en la diferencia

    1. Necesidad de superar viejos prejuicios

    2. Insuficiencia del debate naturaleza-cultura

    3. Transversalidad de la condición sexuada

    4. Capacidad de mutuo engendramiento

    5. Exponencial fecundidad de la «unidad de los dos»

    6. La persona más allá de la naturaleza

    7. La unidualidad relacional

    8. Concluyendo

    VII. Niveles de la diferencia sexuada

    1. Recapitulando trabajos anteriores

    2. Fundamentar antropológicamente un nuevo modelo de género

    3. Niveles de la base innata de la diferencia sexuada

    4. El enclave personal de la diferencia ontológica

    5. Las diferencias en los amores personales

    Cuestiones sobre el sexo y el género

    I.

    Breve descripción de los modelos de género

    Por diversas causas, hoy se ha sustituido la noción de sexo por la de género presentándolo como elegible, al gusto o las inclinaciones de cada cual. En algunos sectores el género se ha ideologizado y para quienes desean tener una visión realista de la vida incluso la noción de género está bajo sospecha, pues no se sabe a ciencia cierta qué se quiere decir con ella. Aquí se entenderá el género en su genuino sentido: el desarrollo cultural del sexo.

    Abordaré brevemente los modelos de género −es decir, de las relaciones entre varones y mujeres−, que se pueden detectar a lo largo de la historia, modelos que coexisten contemporáneamente dentro de nuestras sociedades, cada vez más multiculturales. Concluiré planteando la necesidad de crear un nuevo modelo que conjugue adecuadamente igualdad y diferencia, teniendo en cuenta que el criterio para valorarlos tanto en la teoría como en la praxis, es siempre la dignidad humana ¹.

    La categoría de género está presente en el discurso antropológico, social, político y legal contemporáneo. En las últimas décadas se ha integrado en el lenguaje académico, en las normas jurídicas y, desde 1995, en documentos y programas de Naciones Unidas ², se le dedica una disciplina académica y se está introduciendo en el campo educativo.

    Sin embargo, «género» es un término polisémico que, desde antiguo, ha designado la diferencia de los sexos o bien la totalidad de la especie humana (el género humano). Asimismo, ha sido empleado en lógica, en filosofía y en lingüística (género masculino, femenino y neutro) o para para apelar a mercancías con similares características. ¿Cuándo se introdujo y qué significado tiene el término género aplicado a la antropología?

    1. Los esquemas de sexo-género

    Aunque hubo otros atisbos −utilizado en la ciencia médica por John Money desde 1955− desde el punto de vista sociológico y antropológico los esquemas sexo-género fueron presentados por la antropóloga norteamericana Gayle Rubin ³, para sistematizar la avalancha de datos de distintas ciencias sobre la diferencia varón-mujer. La propuesta fue bien acogida y a, partir de 1975, se utilizaron el sexo para agrupar los conocimientos provenientes de las ciencias experimentales, y el género los de las ciencias humanas: psicología, sociología y antropología cultural. La noción de género resultó útil para hacer visible la situación diferencial de las mujeres y constatar que, en los roles femeninos y masculinos existen unos elementos propios de la realidad humana y otros que dependen de las mentalidades y usos sociales.

    Por ello, y sin ignorar las confusas relaciones entre sexo y género, en los planteamientos actuales más en boga, donde el género ha fagocitado y anulado al sexo, es preciso afirmar la legitimidad y utilidad de la noción de género. Frente a la posición de algunos sectores de demonizar el género como defensa de los abusos antropológicos que se quieren justificar con ella, la noción de género entendida como desarrollo cultural del sexo señala una realidad no identificable con el sexo, aunque no separada de él, que posibilita un avance cognoscitivo de las dimensiones culturales e históricas de la antropología. Su plena legitimidad se manifiesta cuando en el análisis social contribuye a dar visibilidad a situaciones, anteriormente ocultas, posibilitando el avance de la justicia social y del respeto a la dignidad de todas las personas.

    2. Las relaciones varón-mujer en la historia

    Los esquemas sexo-género han resultado una herramienta positiva que permite estudiar las relaciones varón-mujer en el mundo contemporáneo y también a lo largo de la historia de la humanidad. Según la propuesta de María Elósegui ⁴, permiten perfilar los principales modelos de dichas relaciones. Entre ellos el que más vigencia ha tenido y la sigue teniendo es el de la subordinación –llamado patriarcal–, que subrayando la diferencia no respeta la igualdad, y el igualitarista, que subrayando la igualdad anula la diferencia. Esta situación manifiesta la necesidad de construir un nuevo modelo –aún menos vigencia social– que, adaptándose a una antropología realista, respete y potencie conjuntamente la igualdad y la diferencia.

    En realidad se pueden focalizar al menos 5 modelos de género que paso a describir brevemente.

    2.1. El modelo de la subordinación

    Es el modelo de prácticamente todas las culturas, hasta hace muy poco y que aún continúa vigente en algunas, en las que como consecuencia del pecado, la mujer ha sido dominada tanto en el ámbito privado como en el ámbito público y considerada inferior. Respondiendo a una cosmovisión teórica androcéntrica, en el acerbo académico se le denomina sistema patriarcal ⁵. Según Steven Goldberg, por patriarcado se entiende «toda organización política, económica, religiosa o social, que relaciona la idea de autoridad y de liderazgo principalmente con el varón, y en la que el varón desempeña la gran mayoría de los puestos de autoridad y dirección» ⁶. Este autor, junto con algún otro, sigue defendiendo todavía que este modo de afrontar la realidad está tan profundamente arraigado en las estructuras de la psicología humana que resulta inevitable.

    En el sistema patriarcal subrayando la diferencia no respeta la igualdad. Tiene una concepción negativa de la feminidad, caracterizada, desde Aristóteles, como pasividad e inferioridad. Considera que hay un único modelo humano, que es el masculino, y la feminidad, de segundo rango, no alcanza la altura de la perfección humana. Según esta cosmovisión de la realidad se concibe todo, desde el mundo a la Divinidad, como una unidad monolítica, en cuya cúspide solo hay lugar para un ser solitario, y el dos ha de estar necesariamente subordinado.

    Sociológicamente se confunde entonces, diferencia con desigualdad de oportunidades. Se entiende que el sexo biológico determina el género, es decir, las funciones o roles que la persona debe desempeñar en la sociedad. Por otro lado, ésta se presenta dividida en dos espacios: el público y el privado, teniendo primacía el primero sobre el segundo. La actividad de la mujer se limita al espacio privado –donde también esta subordinada al varón–, fundamentalmente a la crianza de los hijos y a las labores domésticas ⁷.

    Al varón le corresponde la actividad pública y la formación necesaria para realizarla: la política, la economía, la cultura, la guerra, etc. Los trabajos públicos tienen reconocimiento y remuneración, no así los de la esfera privada, para los que no es necesaria una especial preparación profesional.

    2.2. Los movimientos hacia la igualdad

    Frente a esta situación, en las culturas de raíces judeo-cristianas, surgieron los movimientos feministas, que han contribuido a reconocer como tal y a mejorar la situación de discriminación de las mujeres. Han logrado cambios sociales positivos, el fundamental: el acceso de las mujeres a la educación superior y a la formación profesional, que les posibilita un adecuada desarrollo de muchos de sus dones. Junto a él, el derecho al voto y a una mayor igualdad en los ámbitos familiar, político, laboral, jurídico, económico, etc. Su perenne valor radica, por ello, en la valiente defensa de la igualdad de derechos entre todos los seres humanos, ya sean varones o mujeres. Se trata de la más importante y valiente defensa de la igualdad de derechos y contribución a la justicia social que se haya dado en la historia.

    2.3. El modelo del igualitarismo

    En este legítimo marco, debido a las dificultades prácticas y a los condicionamientos culturales a los que se enfrentaban los movimientos anteriores, profundamente enraizados teóricamente, comienza una deriva de la igualdad al igualitarismo que presenta dificultades e incoherencias. La fundamental es que al afirmar la igualdad se termina negando la diferencia entre varón y mujer. De hecho la sociedad únicamente admitía un modelo de comportamiento social reconocido, por lo que en la implantación de las políticas de igualdad llevó a las mujeres a imitar al varón, negando su diferencia –sobre todo el matrimonio y la maternidad– por identificarla con la subordinación y como una trampa para poder progresar profesionalmente. Como resultado se termina por admitir como verdadero el mayor error del modelo patriarcal: que la diferencia femenina es sinónima de subordinación.

    Existe bastante unanimidad en entender que los presupuestos básicos del modelo igualitarista se encuentran en Simone de Beauvoir (1908-1986) ⁸. En su obra El Segundo Sexo (1949) ⁹, estableció las bases sobre las que posteriormente se construiría una nueva forma de entender la identidad sexual humana ¹⁰. Cuando Beauvoir enunció su conocida afirmación «No se nace mujer: se llega a serlo» ¹¹, que conllevaba el desprecio por la condición femenina, identifica de hecho sexo y género, afirmando que «ser mujer» es un asunto cultural. Cuestión problemática, pues si todo es cultural, se carece de puntos de referencia para poder juzgar si una situación de hecho es injusta o no, cuando la fuerza de los movimientos feministas era justamente una apuesta por la dignidad y los derechos humanos, humana, que han de ser respetada por las realizaciones culturales.

    2.4. La reivindicación de la diferencia

    La praxis igualitaria en el ámbito laboral empezó a manifestar fracturas, al difundirse que, para poder triunfar profesionalmente, la mujer había de renunciar a ser madre y a tener familia. Alrededor de los años 80’s del siglo XX, se produjo una crisis de los presupuestos difundidos por el feminismo radical. La negación de todo lo que implicaba un reconocimiento de la identidad femenina, generó una desconfianza y se pasó a una defensa de la diferencia.

    Son ilustrativas las dos obras de Betty Friedan, activa promotora de las políticas de igualdad, explica sus razones en 1963 criticando La mística de la feminidad ¹² y, veinte años después, advierte que resulta demasiado alto el precio que hay que pagar si el éxito profesional supone renunciar al amor, hijos, familia y hogar. En La segunda etapa ¹³, constata que si la mística femenina definía a las mujeres solo como meros seres relacionales −en cuanto esposas, madres y puntales del hogar−, la mística «feminista», afirma a la mujer como ser humano, olvidando la innegable e irrenunciable dimensión relacional y familiar de la persona, lo que viene a ser no tanto un mal menor sino otra trampa −quizá peor que la anterior−, en la que no es posible ser feliz. De aquí la oposición al rechazo de la maternidad −riqueza propia de la mujer−, la libre contracepción y el aborto.

    Corresponde a Luce Irigaray la iniciativa de iniciar en Francia el llamado feminismo de la diferencia ¹⁴, planteando la cuestión de la dualidad ¹⁵. La filosofía de la diferencia se ha cultivado también en Italia fundamentalmente en torno al círculo de la Librería de Mujeres de Milán, entre las que destacan las contribuciones de Luisa Murano ¹⁶. El enfoque eminentemente político del feminismo radical fue sustituido por un análisis psicológico más atento a los vínculos sociales y culturales que marcan la forma en que las mujeres se relacionan. Esta nueva perspectiva dio lugar al feminismo cultural, que se presenta como la antesala de otra vertiente que, a partir de entonces, comienza a delinearse: los estudios sobre la diferencia» ¹⁷. Son notables la defensa que hacen de la maternidad Rich ¹⁸ o Sylviane Agacinski ¹⁹, polaca afincada y renombrada en Francia.

    2.5. La radicalización del género

    El feminismo de la diferencia tuvo fuertes críticas por parte del igualitarismo que lo ha tachado de esencialista. Por otra parte en el feminismo influyeron las doctrinas marxistas, alimentando la lucha entre los sexos. Sumado esto a la vigencia del modelo único se propugna quitar a uno para poner al otro, o bien, en el enfoque de leyes como la de violencia de género –en sí mismas necesarias–, se presenta al varón como maltratador nato y a ella siempre como víctima.

    Por otra parte, en las últimas décadas, asistimos a una radicalización del género, que ha sustituido completamente al sexo. Se trivializa la diferencia considerándola como una opción libre, en el mejor de los casos, o mejor se pretende anularla, al presentar lo «neutro» como modelo humano. Hoy se habla ya de la diferencia prohibida. No me extenderé puesto que después esta tarde se hablará de algunas de sus tendencias como la teoría Queer, propuesta por Judith Butler, que es la principal teórica de estas posturas.

    3. Hacia un nuevo modelo de género acorde con la realidad

    A la vista de lo anterior, se advierte la necesidad de articular –en la teoría y en la práctica– un nuevo modelo de género, de acuerdo con la realidad antropológica, pues en ninguno de los anteriores se ha conseguido conjugar inseparablemente la igualdad y la diferencia, ámbito privado y ámbito público, en complementariedad y corresponsabilidad ²⁰.

    Se trata de recoger lo mejor de los movimientos en pro de la igualdad y a favor de la diferencia, fundamentarlo y completarlo. De hecho, de fondo coexisten un feminismo de la igualdad y un feminismo de la diferencia, cada uno con sus pros y sus contras, aparentemente irreconciliables, aunque no tendría por qué ser así. En palabras de Camps «adherirse al discurso de la diferencia no debería significar dejar de proclamar la igualdad de derechos; y adherirse al discurso de la igualdad, no debería implicar una propuesta de simple imitación y repetición de lo masculino». En este sentido, opina que ha llegado el momento en el que «el discurso de la mujer debería ser no solo igual al varón, sino original, innovador y distinto con respecto a él». Reconoce que «empeñarse en imitar los papeles masculinos quizá no sea la mejor opción», y propone que la nueva andadura del feminismo debería ser menos reivindicativa y más creativa ²¹.

    Lo cierto es que no resulta fácil articular teóricamente igualdad y diferencia porque falta pensamiento y herramientas conceptuales. Tampoco es solo tarea de las mujeres sino estricta tarea antropológica. Lo que se evidencia cada vez con más frecuencia es una crisis de la masculinidad. Al haber caído los falsos fundamentos en los que se apoyaba, ahora son los varones los que buscan su identidad. Lo cierto es que no sabremos quién es el varón si saber simultáneamente quién es la mujer.

    Necesitamos una teoría y una acción conjunta para poder defender la vida, cuidar de las personas y construir la casa común, en complementariedad y corresponsabilidad: una familia con padre y una cultura con madre.

    II.

    Aproximación y análisis histórico-filosófico

    Para poder entender cuál es el avance antropológico que supone la noción de los esquemas sexo-género, desarrollado desde «la perspectiva de género», y la subsiguiente evolución de esta noción en la cultura actual, es preciso partir de un análisis de los diferentes desarrollos de las relaciones varón-mujer que se han dado en las distintas épocas históricas y en diversas circunstancias culturales. El recorrido histórico ha de ser acompañado a su vez de una profundización filosófica de los esquemas y prejuicios de la mente humana, que han moldeado las culturas, para descubrir y superar sus errores, así como los subsiguientes avances del pensamiento que, a pesar de sus retrocesos, paulatinamente ha ido avanzando hacia la conciencia del valor y la dignidad de cada persona, independientemente de su sexo.

    En primer lugar, se expondrán algunos rasgos del modelo de la subordinación varón-mujer, pues solo comprendiendo la situación precedente, y sus inadmisibles consecuencias, puede entenderse lo que significó el feminismo de la igualdad y posteriormente el modelo igualitarista, su crisis y los intentos de superación de sus inconvenientes por parte del feminismo de la diferencia y la posterior radicalización de la noción de género. Ese iter histórico-filosófico conducirá finalmente a la búsqueda y fundamentación, de un nuevo modelo más acorde con una antropología realista: el de la igualdad en la diferencia. Dada la complejidad de la evolución de los discursos de género, así como la amplia bibliografía que los ha tratado, solo se pretende exponer, sucintamente, el contexto a partir del cual surge, y posteriormente se desarrolla, la noción de género, así como su ulterior radicalización ²².

    1. El modelo patriarcal

    Como se ha señalado, «patriarcado» es la noción acuñada, e integrada en el acerbo académico, para denominar la estructura de aquellas sociedades y culturas en las que a la mujer se le considera inferior al varón al que ha de estar subordinada y dependiente de él, dentro de una cosmovisión androcéntrica ²³. Aún actualmente algunos autores la siguen justificando teóricamente ²⁴, a pesar de no respetar la dignidad de la mujer como persona. El patriarcado se apoyó históricamente en prejuicios –como la pasividad de la mujer en la generación, desmentida al descubrirse la fecundación–, y en un déficit de pensamiento que no ha conseguido, por el momento, afirmar la diferencia sexuada haciéndola compatible con la igualdad. Dicho con otras palabras, se afirma la diferencia sexual, que hasta ahora se ha dado por supuesta, pero niegan la igualdad. Seguidamente se describirán otros de sus rasgos distintivos.

    1.1. Rol social determinado por el sexo

    Aún no se conoce mucho de cómo pudo haber sido la relación entre los seres humanos en sus orígenes. Es difícil imaginarse la vida de los grupos prehistóricos a partir de lo que se ha considerado como naturaleza humana. En palabras de Rousseau:

    «No es empresa ligera la de separar lo que hay de original y de artificial en la actual naturaleza del hombre y conocer bien un estado que ya no existe, que quizá no ha existido, que probablemente no existirá jamás y del cual, sin embargo, es necesario tener nociones ajustadas a fin de juzgar con exactitud de nuestro estado presente» ²⁵.

    Sin embargo, ha pasado tiempo desde que fueron escritas estas palabras y las ciencias paleoantropológicas han ido avanzando, de modo que ya se tienen teorías desmentidas y bastantes datos constatables, cada vez más homogéneos. De hecho una de las mejores vías para conocer la condición humana es la investigación sobre la formación de la familia, pues como señala Stephen T. Asma en 2016, bajo el rótulo Las familias nos hicieron humanos: «La evolución de la cultura humana puede ser explicada no por el tamaño de nuestros cerebros sino por la calidad de nuestras relaciones familiares» ²⁶. Sin embargo, afirmaciones como ésta no han sido frecuentes hasta hace poco. Son resultado de nuevos estudios que han supuesto un giro paradigmático en la paleoantropología, que hasta finales del siglo XX llevaba otros rumbos. El estudio científico de la evolución de los primates y el hombre ha puesto de manifiesto el papel crucial que la monogamia y la familia jugó en la hominización. Esto ha impulsado cambios substanciales en dos niveles: la historia evolutiva de la familia, en el marco de un replanteamiento del estudio sobre la evolución humana, que ha virado del mono asesino al hombre familiar ²⁷.

    En primer lugar, ha variado la historia evolutiva de la familia, desde las concepciones decimonónicas de Herbert Spencer (1898) o de Auguste Comte (1852) que han marcado las visiones postmodernas de los años sesenta, sosteniendo un originario estado de promiscuidad, la lenta aparición del matrimonio y la familia, debido al sedentarismo o la transmisión del patrimonio, y presentándolos como un instrumento de control y poder social. Esta visión había comenzado con las teorías de Lewis Morgan en 1871, cuyos tres estadios de la configuración social –salvajismo, barbarie, civilización–, influyeron en Darwin, Marx, Engels y Freud, y fueron cruciales en la formación del evolucionismo materialista de la humanidad ²⁸.

    Aunque aún sea poco conocido, las nuevas investigaciones desde finales del siglo XX han dado un giro copernicano aportando pruebas de que la aparición del ser humano está vinculado a la monogamia, origen de la conciencia, basada en la alteridad que aporta la conyugalidad, que supuso cambios en las conductas sexuales, debidos a cambios fisiológicos asociados a la condición erguida del humano y se manifiestan en el reconocimiento frontal y facial que modula sus relaciones. La facialidad propició el reconocimiento de la singularidad, el enamoramiento y la constitución de vínculos permanentes ²⁹.

    Posteriormente distintas investigaciones muestran el papel que tuvieron las relaciones familiares en el cuidado de los hijos: un nuevo patrón de relación social a partir de la revolucionaria experiencia del hogar ³⁰, que justamente constituye el salto evolutivo de la aparición del hombre, al permitir la aparición de la cultura, de la cooperación humana, la convivencia y el amor de singularidad ³¹.

    A medida que avanza el siglo XXI, se va completando el giro que ha dado el estudio de la evolución humana. Vidal señala la importancia de 2015 en el que se han publicado estudios que confirman que el hogar constituyó el hábitat que nos hizo humanos y cómo dentro de él lo más importante fue la compasión ³². Y distingue entre el camino de la paleontología reciente de la paleoantropología que nació en siglo XIX. Ésta, iniciada por Morgan, como se ha dicho, sostenía que la historia del hombre emergía de una naturaleza violenta y un pasado criminal, sobre el que una progresiva civilización racionalizadora lograba reprimir sus instintos destructivos. A esto se unió que 1925 marcó otro hito con el descubrimiento del fósil conocido como el Niño de Taung, en Sudáfrica, clasificado como Austrolopite y datado con tres millones de años. En sus huesos se hallaron formas de armas sus fracturas craneales, que se diagnosticaron como debidas a agresiones con objetos contundentes, lo que pareció confirmar sus hipótesis de que el hombre había evolucionado destruyendo a sus competidores y antecesores, por lo que dicho resto prehistórico se convirtió en un eslabón esencial en la comprensión del origen de lo humano.

    Sin embargo la paleontología, nacida a finales del siglo XX, inició un camino diferente cuando en 1981, el científico C. K. Brain, tras reexaminar las evidencias de armas y agresiones del fósil citado, su nuevo estudio concluyó sorprendentemente que las fracturas craneales tenían como origen no en armas sino en mordeduras de hienas ³³. Poco después, en 1984, Richard Leakey da a conocer al Niño de Turkana, desenterrado en Kenia, fósil de un Homo erectus de un millón y medio de años de antigüedad. Su principal característica es que se trata de un individuo discapacitado, por lo que no pudo llegar a la edad en la que falleció sin la ayuda de los suyos. Desde entonces han aparecido casos similares, por ejemplo en Atapuerca, o se ha advertido que los rostros humanos de las esculturas humanas paleolíticas corresponden a individuos discapacitados, especialmente cuidados por su grupo.

    Estas evidencias han cuestionado la hipótesis calificada como el Mono asesino y hacen plausibles otras teorías que ponen en el centro las relaciones sociales y una mayor intersubjetividad en el seno de la familia. En ella el papel de los mayores conformó una matriz de cuidado y pedagogía. Cada nueva generación comenzó a recibir todo su saber recodificado en expresión emocional y cultural. Como sostienen Eric Wolf o David Christian (2005), el parentesco constituido en el hogar familiar se convirtió en el principio organizador básico de la sociabilidad humana, donde el foco se sitúa en lo relacional, la cooperación y la familiaridad, que hizo posible la famosa hipótesis del cerebro social, de Dunbar, según la cual el cerebro humano fue resultado de un revolucionario modo de vinculación social: experiencias de alteridad, singularidad y comunión ³⁴. Se han estudiado ya el papel otorgado a la maternidad y a la crianza cooperativa, pero han de realizarse más investigaciones sobre la conyugalidad o la fraternidad y repensar el tabú del incesto. Sin embargo, se puede concluir con Vidal:

    «las nuevas investigaciones paleoantropológicas sobre la evolución humana sostienen que tanto la monogamia como la comunidad familiar son instituciones originarias y que fueron cruciales para la constitución del ser humano» ³⁵.

    Pues bien, lo que nos interesa analizar aquí es, cómo fueron las relaciones entre varones y mujeres dentro de estas relaciones familiares. En general, en las culturas antiguas el varón ejercía el papel predominante y de dominio en la familia, y tenía plena autoridad sobre la esposa y los hijos. En la mayoría de ellas existió una división sexual del trabajo, en la que varones y mujeres se repartía n tareas que hicieron posible la solidificación de las familias y el desarrollo de las sociedades en todos sus aspectos, tanto económicos como culturales ³⁶.

    La división sexual del trabajo pudo surgir por la larga dependencia del niño con respecto a la madre, ya que el cuidado de ésta hacia sus hijos pequeños implicaba, para ella, una limitación en su movilidad. Por otra parte, los trabajos domésticos requerían una dedicación intensa: bastaría considerar la falta de agua en las viviendas y el tiempo que requería el lavado de la ropa. La función asignada a la mujer era la de reproducción y crianza de la prole y el cuidado de la casa, por lo que su vida se orientaba íntegramente hacia dichas labores, que supuestamente, además, no necesitaban una formación especial. De hecho, la mujer vivía bajo una continua sujeción a los varones, primero al padre y, al casarse, al suegro y al marido. No obstante, y a pesar de que se le entendía como un ser que pertenecía siempre a un varón, en algunas culturas, la personalidad social, jurídica y moral de la mujer era reconocida. Podía ejercer, además de sus labores domésticas, otras actividades, como las de comprar y vender, prestar o contraer una deuda, alquilar o tomar en alquiler, demandar y prestar juramento ³⁷.

    Al varón le correspondieron las tareas más peligrosas y las que exigían mayor fuerza física, dada su superioridad en este aspecto. A estas labores se les dio una gran importancia, ya que de ellas dependía la supervivencia del grupo, para defenderse de las fieras, y a la vez, proveerse de alimento y ese es el argumento por el que el inconsciente colectivo ha considerado superior al varón que a la mujer. Eso podría objetarse preguntándose si no son más dignos aquellos que son protegidos que quien les protege. Sin embargo, no puede ignorarse que las actividades realizadas, tanto por el varón como por la mujer, eran igualmente necesarias para su desarrollo y conservación, y contribuyeron igualmente a la formación de familias y de la sociedad. En definitiva, la aparición de parejas monógamas es el tipo de unión peculiar de las sociedades humanas.

    De acuerdo con los hallazgos lingüísticos prehistóricos, puede afirmarse que desde el principio surgieron familias patriarcales. Se supone que la organización patriarcal se reforzó con la aparición de las guerras. En ellas, el varón arriesgaba la vida por su familia y su grupo, adquiriendo una función importante. En dichas circunstancias, la mujer necesitaba ser protegida, sobre todo si estaba embarazada o al cuidado de hijos pequeños. De hecho, el precio de tal protección fue su sometimiento, por su supervivencia y la del grupo.

    Bachofen publicó en 1861, Mutterrecht, que significa «derecho materno», obra en la que presentó una visión radicalmente nueva del papel de la mujer en una amplia gama de sociedades antiguas. Bachofen recopiló numerosa documentación para demostrar que la maternidad es la fuente de la sociedad humana, de la religión, la moralidad y el «decoro», escribiendo sobre las antiguas sociedades de Licia, Creta, Grecia, Egipto, la India, Asia central, África del norte y España, articulando su teoría matrifocal, según la cual existió la familia matriarcal, anterior a la aparición del patriarcado ³⁸. Aunque eventualmente recibió una crítica furiosa, también inspiró a varias generaciones de etnólogos, filósofos sociales e, incluso, escritores, como Thomas Mann, Erich Fromm, Robert Graves, Rainer Maria Rilke, Lewis Henry Morgan, entre otros, del que quizá el más notorio es Friedrich Engels, que utilizó a Bachofen para sus Orígenes de la familia, de la propiedad privada y del Estado ³⁹. Sin embargo, la existencia de una organización matriarcal no pasa de ser hipotética o mítica, pues no hay datos concluyentes para poder confirmarla históricamente.

    De hecho, desde que se tiene documentación histórica y jurídica de las civilizaciones, el patriarcado está vigente en las culturas de la antigüedad, justificando la subordinación de la mujer hacia el varón, y considerando que el sexo, asignado por la naturaleza, es el factor que determina los roles sociales. Es decir, en el modelo patriarcal se identifica de un modo determinista sexo y género. Siguiendo en esa línea, se dividió la sociedad en dos espacios: el público y el privado, otorgando mayor importancia al primero que al segundo. En consecuencia, al varón le correspondieron los ámbitos de la política, la economía y la guerra; en contraposición a la mujer, que asumió la responsabilidad de actividades como la crianza de los hijos y las labores domésticas, con la característica de que, también en ese ámbito, estaba sometida al varón, su jefe y su señor, al que debía obediencia.

    En opinión de Goldberg, el denominado «dominio masculino» significa:

    «La sensación emocional experimentada, tanto por el hombre como por la mujer, de que la voluntad de ésta está algo subordinada a la de aquél, y de que la autoridad general en las relaciones duales y familiares, cualesquiera que sean los términos en que una determinada sociedad defina la autoridad, reside, en último término en el varón» ⁴⁰.

    De aquí que el varón, titular de la autoridad dentro y fuera de la familia, a la que la mujer debe obedecer, situado en el lugar preeminente, adquirió todo el protagonismo social –salvo raras excepciones, a las que se hará referencia más adelante–, y la subordinación de la mujer fue considerada como el orden «natural» de las cosas. En definitiva, puede decirse que las culturas de la antigüedad coincidieron en la menor valoración de las mujeres con respecto a los varones; en el confinamiento de la mujer a la esfera del hogar; en el reconocimiento al varón de la autoridad y el poder sobre la mujer; en la preferencia por educar más a los niños que a las niñas; y en la exclusión de las mujeres de las actividades consideradas importantes, además de la guerra, la filosofía o el estudio de los libros sagrados. De esta manera, se forman los estereotipos clásicos, en los que el espacio social se asigna directamente, por el hecho de ser varón o mujer, atribuyendo a la naturaleza la causa del desempeño de unos roles determinados dentro de la sociedad. Estos estereotipos rigieron las relaciones entre los sexos durante toda la Edad Antigua, serán menos rígidos en la Edad Media y se tornarán categóricos en los pensadores dominantes de la Modernidad.

    1.2. Separación entre ámbito público y privado

    Como se viene diciendo, el modelo de la subordinación se caracteriza por una tajante separación entre los ámbitos público y privado, y por considerar el primero más importante que el segundo. Tal separación pudo llegar, incluso, a la contraposición entre dichas esferas. El varón no participa de los trabajos propios del ámbito privado, mientras que la mujer está excluida de las empresas del ámbito público. Goldberg confirma que dicha división se produjo al considerar que las actividades públicas del varón eran más importantes para la supervivencia de la comunidad, comparadas con las realizadas en el ámbito privado por la mujer:

    «Cualesquiera que sean las tareas especiales desempeñadas por la mujer, sus componentes tienen la sensación de que la mujer desempeña ‘tareas de mujer’ (...), o bien porque las mujeres son las únicas biológicamente capaces de desempeñar esas tareas o porque los hombres desempeñan tareas más cruciales para la supervivencia de la sociedad. Toda sociedad concede más categoría a los roles masculinos que a los roles femeninos no maternales (...) en toda sociedad el varón consigue los roles y posiciones de más categoría (no-maternales) y desempeña las tareas de más categoría, cualesquiera que sean esas tareas» ⁴¹.

    A lo largo de toda la historia, no todos los autores han pensado lo mismo. Es sabido que, para Platón, en la utópica República que ideó, las mujeres eran consideradas iguales que los hombres en algunos estrados de la sociedad, y conforme a sus condiciones y dones individuales, como la disposición para la medicina, la música, la gimnasia o la guerra. En estos eventos, como, por ejemplo, en el caso de las mujeres de los guardianes de la ciudad, no solo pueden recibir educación, sino que es un bien para la nación que ejerzan los trabajos para los que están dotadas ⁴². Pero, aparte de que algunas disposiciones dictadas para estas mujeres resultaban injustas –como la de que las madres no deben conocer, criar, ni educar a sus hijos– ⁴³, y, aún teniendo en cuenta que esas ideas políticas no se llevaron a la práctica, la igualdad de oportunidades no era tampoco total. Aún en la República de Platón a la mujer le estaba vedado en el nivel más elevado, el referente al estudio de la verdad, la filosofía y la alta dirección de los cargos políticos.

    También se puede destacar, como excepción, que –aparte de la Edad Media–, en la Antigüedad existió una subordinación menos marcada en las culturas egipcia y espartana. Así, la mujer en Egipto era plenamente capaz de actuar en todos los ámbitos de la vida pública. Se le atribuyó personalidad jurídica, por lo que no requería la tutela del varón. En palabras de Forgeau:

    «Sorprendidos por la libertad de la que gozaba la mujer egipcia, los autores clásicos creyeron en una inversión total de los roles con respecto a las costumbres griegas. En el catálogo, a menudo caprichoso, de Heródoto (II, 35), cuando enumera las ‘costumbres y leyes [egipcias] contrarias a las del resto del mundo’, figura esta pintoresca anotación: ‘Entre ellos, las mujeres van al mercado y comercian, y los hombres cuidan la casa y tejen’. Poniéndose en el punto de vista del derecho, Diodoro (I, 27, 2) supone que las mujeres tienen plenos poderes (...) sobre el marido, y en los contratos de matrimonio los maridos prometen someterse en todo a la autoridad de la mujer. Si bien en Egipto, de hecho, no existía la tutela (...) del marido sobre su esposa, considerada como persona jurídica y, como tal, capaz de dar testimonio, testar, iniciar acciones jurídicas y disponer de sus bienes, evidentemente tampoco tuvo ni siquiera un atisbo de régimen matriarcal (...)» ⁴⁴.

    No obstante, el cabeza de familia era el varón, el cual ejercía, con predominio, las funciones políticas, económicas y culturales. Respecto a la sociedad espartana, aunque son pocas y no muy exactas, las fuentes revelan a una mujer liberada del cuidado de los hijos, que recibía un entrenamiento físico igual al del varón, costumbres contrarias a las del pueblo ateniense ⁴⁵.

    Partiendo del legado de los principales testimonios escritos que recogen las costumbres y las normas de algunas culturas de la Antigüedad, se pormenorizarán a continuación algunas de sus características, haciendo una breve referencia a la cultura judía, griega y al Derecho Romano. Entre los escritos más importantes heredados de la antigüedad se encuentran el Pentateuco de la cultura judía, la Ilíada y la Odisea de Homero en Grecia, y las Doce Tablas de la antigua Roma. Los historiadores de las mujeres han percibido que, estos textos, aunque justifican la subordinación femenina, no son estrictamente misóginos, no expresan desprecio hacia las mujeres en general, pero consideran que la subordinación proviene de la naturaleza de los sexos.

    1.3. La tradición judía

    Empezando por el Pentateuco, en las prescripciones de la tradición judía las mujeres van perdiendo la dignidad que tuvieron en algunos momentos. Según Jean M. Aubert, prácticamente no recibían instrucción religiosa, considerándoselas incapaces de comprenderla. Si llegaban a hacer algún voto, sus padres o sus maridos podían anularlo.

    Se pueden detectar como signo de evolución antifeminista el hecho de que, mientras los antiguos templos de Jerusalén no comportaban separación alguna entre varones y mujeres, el que reconstruyó Herodes (siglo I a. C.), y que Cristo conoció, relegaba a las mujeres pura y simplemente, al exterior del atrio de los varones. Las sinagogas siguieron esta regla en su construcción: separación rigurosa de varones y mujeres, situando a menudo a estas en las plazas inferiores. Además, solo los varones, muchachos menores incluso, podían leer la ley y los profetas. De hecho, las mujeres no contaban para nada en las sinagogas;

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