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Los amores y vínculos íntimos Tomo II
Los amores y vínculos íntimos Tomo II
Los amores y vínculos íntimos Tomo II
Libro electrónico1338 páginas22 horas

Los amores y vínculos íntimos Tomo II

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En un extraordinario tomo II de Los amores y vínculos íntimos, el autor afronta de forma original, inédita y fascinante las cuestiones más polémicas, abriéndoles luz y futuro. Por ejemplo: el filo de navaja entre el don y la apropiación; la gran metamorfosis para ser amador; la igualdad y la diferencia entre varón y mujer; el mutuo y recíproco engendramiento; el paradigma completo de la pareja sexual humana; los errores y perversiones del machismo; las limitaciones y exageraciones del feminismo ideológico y sectario; las fecundas aportaciones del movimiento femenino; el quién y qué es la mujer en el ser coexistencia y el surgir de los amores humanos; la inquietante identificación de la orfandad cósmica; el descubrimiento del vínculo en los amores y la conformación en íntimas coidentidades biográficas; la libertad, gratuidad e incondicionalidad del don frente a las violencias, las utilizaciones y los engaños de la codicia sexual; las reducciones de la cultura orgásmica; la transición desde la animalidad de especie al universo de las personas; las diferencias entre la incapacidad para amar y las incompatibilidades sobrevenidas; con un final dedicado a los pilares fundamentales para mantener vivos los amores y prevenir motines, abordajes y naufragios. Con su estilo inter y multidisciplinar, el autor comunica las aportaciones de las humanidades con los avances de las ciencias experimentales, en especial, la genética y la neurología, con su reconocida libertad de espíritu, solidez argumental y respeto a la objetividad de las ciencias.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 sept 2021
ISBN9789972482304
Los amores y vínculos íntimos Tomo II

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    Los amores y vínculos íntimos Tomo II - PedroJuan Viladrich

    portadilla

    Viladrich, Pedrojuan

    Los amores y vínculos íntimos. [Recurso electrónico] Las personas masculina y femenina: los mil y un desafíos de su coexistir Tomo II / Pedro Juan Viladrich. -- 1a edición digital -- Piura : Universidad de Piura, 2021.

    1 recurso en línea (756 páginas) (Colección Textos ICF ; 10)

    Referencias bibliográficas

    ISBN edición digital: 978-9972-48-230-4

    1. Varones y mujeres. 2. Machismo y feminismo. 3. La coexistencia donal entre los sexos. 4. Igualdad y diferencia. 5. Los vínculos amorosos. 6. Incapacidad e incompatibilidad. 7. La parálisis sexual íntima. 8. Los pilares fundamentales del diagnóstico y la terapia conyugal. I. Universidad de Piura. II. Título III. Colección Textos ICF.

    Los amores y vínculos íntimos. Las personas masculina y femenina: los mil y un desafíos de su coexistir

    Pedrojuan Viladrich

    Primera edición digital, setiembre de 2021

    © Universidad de Piura

    © Pedro Juan Viladrich

    Colección Textos ICF n. 10

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2021-09779

    ISBN edición digital tomo II: 978-9972-48-230-4

    Diseño de cubierta: Pretexto

    Editado por: Universidad de Piura

    Av. Ramón Mugica, 131 – Urb. San Eduardo. Piura, Perú

    A los hombres y mujeres que, superando motines y abordajes, navegan sus vidas en fiel y cómplice alianza. Durante la singladura, la hostilidad de las masas y la malicia de las imposturas podrían asediarles con mar arbolada. ¡No tenga dudas su rumbo, ni miedo su coraje! Navegar libres y unidos, a contracorriente del dictado de las manadas, es señal de la excelencia.

    Índice

    Capítulo I.

    PRELUDIO PARA UNA SINFONÍA SIN FIN

    1. Los umbrales

    a. La realidad viva de un concepto gastado

    b. Los vasos comunicantes entre complementariedad y amor

    2. ¿Amanece o anochece?

    a. La necesidad de un canon de referencia o arquetipo

    b. Un criterio para interpretar la crisis

    3. El filo de la navaja: el don o la apropiación

    a. La predisposición emocional y afectiva

    b. Los dos lados del filo

    c. El poder y la gloria de la masculinidad y la feminidad

    d. La codicia sexual y su eros lujurioso

    e. El eros donal: el deseo y deleite apasionados del bien que el amado es y de los mejores bienes para él

    f. Comprender y practicar: dos velocidades dispares

    g. El fuego de la mutua misericordia

    4. La pandemia de desconfianzas y soledades: causas de fondo

    a. Un mal es ausencia de su correspondiente bien

    b. La orfandad cósmica hace «razonable» el suicidio.

    c. Acertar las preguntas en encauzar las respuestas: el laberinto egoísta

    d. El «adanismo» ideológico

    5. Radicales antropológicos entre el ser varón y el ser mujer

    a. Tres argumentos: integración, transversalidad y extensión

    b. Cinco presupuestos de la intimidad donal para explorar la complementariedad

    6. La secuencia entre heterosexualidad, esponsalidad, complementariedad y conyugalidad: la libertad necesita un paradigma

    a. La integridad donal completa en la heterosexualidad

    b. La sexualidad humana, por personal, tiene una esencial dimensión ética

    c. El deber ético de las ciencias sobre las tendencias sexuales: siete presupuestos

    d. Predisposición, tendencia y orientación sexual: genes, neuronas y configuración del cerebro

    e. Ecología y sexualidad humana

    f. La secuencia originaria y paradigmática

    Capítulo II.

    ESTRUCTURA Y DINÁMICA DE LA COEXISTENCIA COMPLEMENTARIA ENTRE VARÓN Y MUJER: EL MUTUO Y RECÍPROCO ENGENDRAMIENTO

    1. La «sencilla» complejidad de la sexualidad humana.

    a. La coexistencia donal es tridimensional

    b. Tiempos y espacios vividos como futuro abierto: la apertura innovadora

    c. El compuesto humano de espíritu y materia: la transversalidad de masculinidad y feminidad

    2. Precipicios que abren las antropologías de especie: el deslizamiento de los impulsos emocionales a compulsiones y el riesgo de convertirlas en hábitos egoístas y adicciones

    a. Una «animalidad humana»

    b. De por qué la codicia sexual es, en paradoja, un imposible rasgo de especie animal: la apropiación de la intimidad del «otro»

    c. Neuropsicología de la adicción sexual

    d. Porqué la codicia sexual avergüenza

    e. El eros de la política y el de la lujuria

    f. La gula y la lujuria

    g. Las astucias de la codicia sexual: lo grosero y lo sofisticado

    3. La orfandad cósmica sobre la masculinidad y la feminidad: una alteración del amador en su raíz originaria

    a. Dos abusos de la «verdad» científica positiva o empírica

    b. Quien amó «primero»

    c. La orfandad cultural y vital contemporánea

    4. La cuestión de las alteraciones sexuales: una aproximación libre de ideologías

    a. Más ciencia y sabiduría, menos ideología sectaria

    b. Las alteraciones y trastornos de la sexualidad.

    c. Reconocer la estructura y dinámicas de la condición sexuada recibida para cultivarla, perfeccionarla o sanarla

    5. Los límites psicológicos y vitales del uno ensimismado y la apertura triádica del amor

    a. Las dos formas masculina y femenina de ser persona corpórea humana: su unidad e integridad

    b. Evitando descomposiciones y fracturas dualistas

    c. El cuerpo manifiesta a su persona y la persona comparece en su cuerpo

    d. La dificultad de entender y vivir la unidad en la diversidad: la gravitación del «uno» en torno a sí y para sí mismo

    e. La unidad en, con y por la diversidad es característica de la unión de amor

    6. A vino nuevo, odres nuevos: renovación de conceptos y significados

    a. La esponsalidad básica

    b. La nupcialidad sexual

    c. La conyugalidad

    d. La nupcialidad virginal

    e. La coidentidad conyugal es más que un intercambio de servicios

    f. El proceso de crecimiento de la libertad, gratuidad e incondicionalidad

    i. Nuevo encuentro con el ordo amoris y el ars amandi

    7. Seis pasos para una antropología, psicología y pedagogía de la complementariedad

    a. Primer paso: toda nuestra humanidad es personal

    b. Segundo paso: la persona no es un ser solitario y aislado

    c. Tercer paso: la masculinidad y la feminidad son los modos donales originarios y primarios de la persona corpórea humana

    d. Cuarto paso: el paradigma del amor nupcial y de la transición de la especie al universo de las personas

    e. Quinto paso: la realización cobiográfica del amor nupcial incluye la historia de una ascesis

    f. Sexto paso: masculinidad y feminidad manifiestan las dos formas «complementarias» de persona humana que necesita la relación amorosa

    8. Huellas de la complementariedad en el plano biogenético

    a. Abriendo la antropología, psicología y pedagogía a la genética

    b. Cromosomas, genealogía y complementariedad

    c. Consecuencias sobre la unidad substancial de cada persona corpórea masculina o femenina

    d. Consecuencias sobre los escenarios de la complementariedad

    Capítulo III.

    QUIÉN Y QUÉ ES LA MUJER: EL SENO DE LA COMPLEMENTARIEDAD

    1. Depuraciones insoslayables del término complementariedad

    a. Una potencia, tendencia y exigencia incesantes e invencibles

    b. Los significados discriminatorios sobre la mujer

    c. ¿La mujer no nace, se hace?

    d. Por sus frutos se conoce al árbol

    e. Nacemos, nos hacen y nos hacemos: tres afluentes particularizados

    f. La ubicación de la dualidad sexual en el campo del poder

    2. La mujer: ¿una costilla del varón?

    a. Volviendo a explorar el origen: los dos relatos de Génesis

    b. El Adám, género humano, y su soledad originaria

    c. La «costilla» interpretada como ser menor, sirviente y sometido

    d. La «costilla» como intimidad de la humanidad: las dos personas masculina y femenina «cara a cara»

    e. El conocer de la razón y el conocerse del corazón: la sabiduría amorosa los reúne

    f. Recuperar y reabrir el referente trinitario

    g. La primaria e incesante declaración del «primer» enamorado

    h. Ser seno íntimo de unión y vida

    i. La soledad de la mujer

    j. El misterio de la mujer: una privilegiada encrucijada entre razón y fe

    3. Un diálogo entre las antropologías de El Banquete platónico y del Génesis

    a. La superación de una metafísica asexuada

    b. La persistente influencia del mito andrógino

    c. Pensar la sexualidad situándose en vivo y directo «antes» de su origen

    d. Una proposición y cuatro consecuencias

    4. Aportaciones de las ciencias experimentales a la complementariedad

    a. La armonía del «mens sana in corpore sano»: una lectura interdisciplinar

    b. La danza de la pareja cromosómica masculina y femenina

    c. La consciencia de la condición corporal masculina y femenina tiene una base cerebral

    d. La dinámica de diferenciación masculina y femenina desde un principio embrionario común

    e. La asimetría genética y morfológica en las modalidades masculina y femenina del cerebro. La diferencia que necesita la complementariedad

    f. La arquitectura funcional del cerebro en sus modos masculino y femenino. Bases cerebrales para la complementariedad entre diferentes

    g. El procesamiento emocional en las modalidades femenina y masculina del cerebro

    h. El engendrar seres humanos como piedra de toque de la complementariedad

    Capítulo IV.

    LA ALIANZA ENTRE VARONES Y MUJERES

    1. Estructura basal, dinámicas y ámbitos de la complementariedad: pilares para un progreso civilizador

    a. Una ubicación radical con múltiples niveles, ramificaciones y diversas encarnaciones históricas

    b. Trascendencia de la radicación ontológica: no hay árbol sin raíces

    c. La condición de posibilidad de la complementariedad: la diferencia y la igualdad

    d. La complementariedad arraiga en un nivel más profundo y es más amplia que el intercambio de servicios o «do ut des»

    e. Conseguir un hábito práctico: la sencilla oportunidad de lo cotidiano

    f. El entrelazamiento donal como modo de ser y convivir

    g. La unidad que integra la diferencia. El conjunto amor a la concordia y al consenso

    h. Tres perspectivas: estructura, dinámicas y valía

    i. La influencia del entorno familiar sobre la herencia genealógica y las decisiones biográficas

    j. Propuestas conclusivas

    2. Reduccionismos de la complementariedad derivados de la confusión entre sexualidad y genitalidad

    a. Amplitud, transversalidad y profundidad

    b. La distorsión orgásmica y coitocentrista

    3. Amplitud y diversidad de las complementariedades personales y sociales: el redescubrimiento de la Alianza

    a. La construcción conjunta de la Historia y el cuidado de la Vida y la Naturaleza

    b. La cuestión de la amistad y el compañerismo entre ambos sexos

    c. La alianza de la mujer con la Alianza

    d. El paradójico machismo de algún feminismo

    e. Síntesis de las diferencias entre las complementariedades sociales, consanguíneas y conyugales

    Capítulo V.

    ENIGMAS, TÓPICOS Y MILAGROS DE LA COMPLEMENTARIEDAD

    1. Secretos de la compenetración y la concordia en el éxito amoroso

    a. Diferencias entre los objetos del conocer y del querer: el amado en la cognición y en la volición

    b. Un poderío de la voluntad sobre el entendimiento: amar por entero lo que en parte se desconoce del amado

    c. Limpieza o ceguera de la mirada intencional:¿qué se busca en el otro u otra?

    d. La duplicación de la voluntad al entender y al sentir: el querer el quererle/la, el amar el amarnos, y el amar nuestro ser unión

    e. La voluntad conjunta de «querer el quererse» en la experiencia común y en la terapia experta

    2. La polémica cuestión de la incompatibilidad de caracteres y la falta de compenetración

    a. ¿Querer es siempre poder?

    b. Clarificando un totum revolutum

    c. Sobre la llamada incompatibilidad absoluta y la relativa

    d. La incapacidad donal

    c. Diferencia entre dificultad e incapacidad. Las dificultades que, vividas como hostilidades, arruinan la convivencia

    d. Parálisis, agonía y muerte de la confianza y compañía sexual íntima

    3. ¿Las mujeres son de Venus, los varones de Marte, o ambos somos de la misma Tierra?

    a. De donde arranca el combate para lograr ser amadores

    b. Los escondidos aciertos de John Gray

    c. El poder de unirse y reunirse: una luz sobre sus contrarios

    4. Un ángulo fascinante de la complementariedad nupcial: el «ejemplar único» de varón y de mujer

    a. No cualquier varón, sino «él», por causa de ella. No cualquier mujer, sino «ella», por causa de él

    b. Todo amor íntimo, por serlo, singulariza a sus amadores, pero a su modo y en su ámbito

    c. La ejemplaridad masculina y femenina de «él» o «ella» en la recíproca identificación del amor nupcial

    Capítulo VI.

    LOS VÍNCULOS AMOROSOS: LA COIDENTIDAD BIOGRÁFICA DEBIDA

    1. ¿El amor admite ser debido en justicia?

    a. Corazón, experiencia y razón

    b. Distinguiendo lo justo de lo legal

    2. ¿Qué justicia solicita el amarse?

    a. El valor y la virtud de lo justo

    b. El pequeño caso de la corbata explosiva: las saturaciones derivadas de hábitos injustos

    3. Una ojeada a la estructura de la justicia amorosa

    a. El entrelazamiento entre derecho y deber: la aparición del vínculo

    b. Lo justo es el suelo del amor

    4. Por qué los amores familiares son vínculos: de la identidad individual al ser coidentidad

    a. El vínculo de coidentidad amorosa: su radicación en el ser y no solo en el obrar

    b. Frutos del vínculo: la leal fidelidad, la confianza y la compañía íntimas

    c. Nuestra personal soberanía donal

    5. La libertad, gratuidad e incondicionalidad en los vínculos familiares

    a. En rigor, ¿qué significa el compromiso en los amores íntimos?

    b. Los «míos» que no, por míos, son mi propiedad

    c. La protección de la tercera dimensión del amarse –la unión– contra la dominación y la anulación posesivas

    6. Igualdad, diferencias y discriminaciones: la justicia conmutativa y la distributiva en los amores familiares

    7. Los eclipses del amador

    a. Porqués del eclipse

    b. Eres mío porque soy tuyo

    8. La soberanía personal en la elección y aceptación de los «míos» íntimos

    a. En la aceptación de la maternidad y la paternidad

    b. La aceptación de la filiación, la genealogía y la fraternidad

    c. En la fundación de la coidentidad conyugal

    9. Amores con estructuras y dinámicas injustas. La fragmentación de la vida íntima

    a. ¿El amar es caos o tiene un orden?

    b. Las vidas fragmentadas: la cuestión de la integridad o la doblez del amador

    10. El don y la acogida: por qué enteros y sinceros

    a. Poderes presenciales del espíritu amador

    b. Dividir y fragmentar los contenidos donales

    c. Un primer paso para prevenir la impostura y las fragmentaciones

    d. La perseverancia en el amar realista

    11. Las coidentidades que engendra la complementariedad son tarea cobiográfica

    a. Los dos aspectos de la cobiografía íntima

    b. Un caso práctico sobre aquel «tener la razón» que desune

    c. Los miedos al desnudo sincero

    d. El amar desnudo y confiado exige una alianza entre valientes

    12. Arte y sabiduría de la prevención: los pilares fundamentales en la diagnosis y sanación de un caso

    a. Una oscilación paradigmática

    b. La asombrosa persistencia de la condición de amadores

    c. La reconstrucción del relato: el orden cronológico y el orden causal

    d. Los pilares fundamentales para conservar vivo el amarse

    e. A modo de epílogo

    CAPÍTULO PRIMERO

    Preludio para una sinfonía sin fin

    Capítulo I

    PRELUDIO PARA UNA SINFONÍA SIN FIN

    1. LOS UMBRALES

    Es habitual en los hogares tener pulidos los umbrales, hasta ajardinados, porque para visitantes y para los propios moradores son la primera imagen de la casa. En cambio, los umbrales de la complementariedad entre los sexos parecen hoy un patio trasero o un desván. Me temo que, antes de presentarnos en las habitaciones interiores, conviene poner en su sitio al menos algunos de los trastos amontonados.

    a. La realidad viva de un concepto gastado

    La complementariedad entre los sexos es concepto que las filosofías han ubicado en tercera división. Deslucido por significados tópicos e interpretaciones superficiales, rutinarias y aburridas. Visto con recelo por las mentes que temen la sexualidad humana, desconfían de su bondad y estimarían más cuerdo ser asexuados. Estigmatizado por las antropologías de la orfandad cósmica y sus hijas ideológicas. Corroído por el enfrentamiento sin cuartel entre igualdad y diversidad de los sexos o, si se prefiere, entre una naturaleza inmutable, cerrada y normativa de la sexualidad o bien, en la trinchera opuesta una libertad sexual sin principio ni límite ni alguno, para la que cualquier experimento tiene el mismo valor y derecho a su acomodo vital y social. Con estos enemigos el término complementariedad debería estar enterrado y olvidado.

    Sin embargo, sigue vivo. Si deseamos saber porqué, hay que olvidarse por un instante del concepto e irse a la realidad que esconde adentro. Con soberana majestad el esplendor de la masculinidad y la feminidad florece una y otra vez en cada primavera humana: cuando como niños o niñas nacen nuestros hijos, hermanos y nietos...; cuando ellos y ellas experimentan el estremecimiento del mutuo atractivo y el misterio del amor...; cuando, embarcados en las naves de la sociedad, unos y otras trabajan y conviven con sus tripulaciones; cuando, al caer la tarde de la vida, nos damos cuenta que la hemos vivido, cada día y en cualquier circunstancia, como varones y mujeres entrelazados mejor o peor, para bien o para mal.

    La complementariedad entre masculinidad y feminidad es la condición de posibilidad de los amores y vínculos humanos, desde los más íntimos y biográficos hasta los roles externos y cambiantes de los desempeños sociales. No es posible un mundo humano sin varones y mujeres. Desde el origen somos esa correlación primaria y no una cualquiera. Ocupando una plaza tan importante, es razonable pensar que, como le sucede al amor, también la complementariedad tiene su misterio: guarda un contenido inagotable, una singularidad sin parangón en su entrelazamiento, una potencia vital incesante de recíproco engendramiento, un universo ilimitado de experiencias singulares e historias colectivas, y una doble aventura, la de la oportunidad o el riesgo, la concorde y la hostil, el crecimiento o la destrucción, «cielo e infierno». Varón y mujer, sus mismos cuerpos personales, son las palabras primarias de la comunicación humana. El relato de su complementariedad parece una sinfonía interminable.

    b. Los vasos comunicantes entre complementariedad y amor

    Según entendamos el amor y el amar, así comprenderemos la complementariedad entre masculinidad y feminidad. También a la inversa. Son vasos comunicantes. Y lo son en los aciertos y sus dosis, pero también en los errores, las banalidades, los conflictos y las malicias. En el instante en que complementarse y amarse lo ubicamos, reunido, en la misma raíz del ser humano, varón y mujer, se nos manifiesta un modelo antropológico fascinante, a saber: que, para bien y para mal, somos coexistencias íntimas y coidentidades biográficas. Dicho con otras palabras: somos los unos con, por y en los otros. Entonces, la temática de la complementariedad pasa encabezar la primera división y un horizonte sin horizonte –una sinfonía sin fin– se abre deslumbrante al pensamiento y a la experiencia.

    La metáfora de la sinfonía musical no es, aquí, un simple recurso estético. Refleja la inspiración con la que he intentado ordenar los resultados de la exploración de la complementariedad masculina y femenina. Hay unos «temas o sujetos», a modo de melodía principal, que identifican el meollo de la complementariedad: son la coexistencia radical entre los dos diferentes modos personales, el masculino y el femenino, de ser entera e igualmente humanos; el engendramiento mutuo y recíproco de varones en, por y con las mujeres, y viceversa; y la creación de vínculos que unen en coidentidades biográficas. Estas «frases», con sus peculiares cadencias, son distinguibles, pero no separables. Están intrínsecamente comunicadas, porque forman los «períodos» y las «secciones» –se diría en lenguaje musical– de una misma sinfonía o realidad, que es la complementariedad.

    Toda sinfonía –a fortiori si es compleja y extensa– necesita un principio de unidad para el conjunto. Este principio o raíz, repetido o sugerido en muchos momentos del discurso, es la concepción tridimensional del amor, en cuya virtud cada amador es, simultánea e inseparablemente, don de amante, acogida de amado, y correspondencia creativa de la unión o el nosotros. Comprender la complementariedad desde esa triple dimensión del amor nos permite captar, a su vez, la tridimensionalidad que también hay en la estructura y en las dinámicas del mutuo engendramiento y de las vinculaciones en coidentidades biográficas. Reitero que es un principio basilar que sostiene toda la sinfonía y su unidad. Somos coexistencias complementarias porque radicalmente somos amadores y, por serlo y para serlo, somos varones y mujeres.

    Afirmar la intimidad radical, inseparable y no aniquilable, entre esa triple secuencia –la complementariedad coexistencial, la condición de amadores, y la dualidad humana masculina y femenina– es, desde luego, una propuesta audaz, inusual para ortodoxos y heterodoxos, tal vez temeraria. ¿Por qué? Porque explorarla, sostenerla y aplicarla nos hará visitar escenarios inesperados, conexiones inéditas, temas polémicos en la cultura contemporánea, algunos de los cuales, por rutinas heredadas o por interferencias ideológicas, se han convertido para el pensamiento libre en peligrosos campos de minas. Pero el miedo a perder piernas, incluso la cabeza, es mal compañero para quienes, a pesar de sus ilimitadas limitaciones, son amantes de la verdad por vocación y oficio.

    Solicitando excusa por ese ingenuo atrevimiento, sin «temor y temblor» –que diría Sôren Kierkegaard–, pero sí con prudencia, claridad y exquisito respeto, replantearemos muchas cuestiones que están adentro o en los entornos de la complementariedad. Por ejemplo: el sentido originario y la destinación final del ser personas humanas en masculino y en femenino, lo que, en otra terminología, nos invita a precisar y depurar qué queremos decir con la palabra «carne» ¹, que tradicionalmente se asocia a la condición sexual humana con significados muy dispares, reducidos y connotaciones conflictivas y negativas. Ese ser «carne» masculina o femenina nos obligará a pasearnos por el agudo filo de navaja que separa el don y la apropiación, la limpia predilección hacia el amado o la turbia codicia egocéntrica. También la cuestión de la igualdad y la diferencia entre los sexos, hoy convertida por algunos en trincheras irreconciliables. Se nos planteará si existen o no fórmulas paradigmáticas o, por decirlo de otro modo, si la heterosexualidad y su fecundidad genealógica es el paradigma amoroso cobiográfico del amor sexual o no. Por lo demás, la complementariedad, aunque tiene su asiento radical, se presenta a la vida humana y a su historia –la personal y la social– en muy diferentes ámbitos de contenido, extensión e intensidad.

    Quién es la mujer será un centro de atención fundamental: de comprender su complementaria realización con el varón y viceversa, pende su dimensión más creativa, y el reconocimiento y protección de la plena libertad femenina para vivir, sin sometimientos y enajenaciones, su particular condición de seno de la vida y de los amores humanos, como veremos en extensos epígrafes. La reivindicación femenina contemporánea ha traído una conciencia sensible y aportaciones extraordinarias a la complementariedad teórica y práctica, provocando una mayor reflexión o una mejor claridad sobre los antiguos lugares comunes de la discriminación y la subordinación, una cosecha excelente, incluso la recogida en los avances que, por reacción crítica, han provocado los planteamientos más sectarios y exagerados del feminismo ideológico. Como ya hemos dicho –tal vez no es ocioso repetirlo– la complementariedad no es aniquilable, como tampoco lo son las personas masculinas y femeninas que la protagonizan, y ello en los aciertos y errores, en lo bueno y en lo malo, pues en unos y otros brilla una luz inextinguible, que nos demuestra, para gran consuelo, que los avances y los retrocesos son solo «dosis» de ello y, como dijo Rudyard Kipling en su If, es sabio realismo caer en cuenta que éxitos y fracasos, ambos, son impostores. En este sentido, hay que examinarlo todo, para retener lo mejor, asumiendo que siempre estaremos aprendiendo.

    En la línea que acabamos de sugerir, tampoco es mera estética literaria afirmar el horizonte sin horizonte que hay en la coexistencia complementaria. Es un descubrimiento tan real, como creativo y consolador. Ocurre que el engendrarse los unos en, con y por los otros no es un proyecto con término final a plazo, ni corto, ni medio, ni largo. Es una apertura irrestricta a futuro libre, un potencial creativo inagotable, una historia sin coda final, una singularidad del relato humano en la que los avances y éxitos ni son plenitud final ni están garantizados para siempre, y sus retrocesos y desastres tampoco son condenas a perpetuidad. En sus claros y en sus oscuros hay lecciones de posible afianzamiento, crecimiento y sanación, porque la coexistencia complementaria y su mutuo engendramiento contienen una energía vital libre de aniquilación, pues sus actores son el irrepetible y único quien personal que cada uno, varones y mujeres, somos en nuestro más radical adentro. Y ese espíritu no es aniquilable. De la nada –eso es cierto– fue puesto en la existencia definitivamente, in aeternum, porque así de definitivo e irrevocable es el Amor de quien, a cada uno y una, nos amó primero.

    Por lo que acabo de decir, resulta natural a la complementariedad ser temática muy vasta, compleja y profunda; más bien inagotable. Teniéndolo en cuenta, confío en que los lectores se resignen a mi ilimitada limitación, que ya les confesé, además de hacérsela padecer, en el Prólogo del primer tomo de esta obra. Por tanto, lo único que puedo ofrecer son pasos y pequeños. No sería poco si lograse que fueran hacia delante.

    También hay que decir que la inacabable amplitud del tema me ha permitido, quizás hasta justificado, una exploración extraordinariamente variada, con derivas hacia cuestiones inesperadas pero conexas, algunas relativas a la vida cotidiana más corriente, aventurándome en paisajes psicológicos íntimos donde algunos podrán reconocerse, con referencias a casos vividos en consulta, pues los males de unos –en vez de consuelo de tontos– pueden ser prevención o medicina saludable para otros. Además, la búsqueda de una cierta unidad de la obra –pienso– necesita una dosis adecuada de contrastes y paisajes dispares, de excursiones fascinantes, hasta divertidas, que den variedad a la unidad, eviten la monotonía de lo uniforme, y alegren, incluso desconcierten, una lectura extensa y, a veces, dura. La multi e interdisciplinariedad entre humanidades y ciencias experimentales ha sido uno de estos recursos, pero en ciertos temas polémicos, que hoy ha viciado el sectarismo ideológico, parece una exigencia de serena objetividad. Otros recursos, que aprecio en particular, son las referencias a la poesía y la narrativa literaria por su proximidad al corazón de una complementariedad vivida, a veces dramáticamente, por los grandes autores, cercanía bastante mayor, en todo caso más conmovedora, que los discursos de la razón.

    Y ¿cuál es la finalidad de tanto esfuerzo, el del autor y el de los lectores? Pregunta tan imponente, si se me permite, puede responderse en breve: amarnos más y mejor entre varones y mujeres en los diversos ámbitos de complementariedad en los que convivimos. Esta finalidad pasa por comprendernos también más y mejor en lo cognitivo, volitivo y sentimental. Aprender a integrar esas tres dimensiones, quizás, da sentido a aquel principio según el cual no hay mejor praxis que una buena teoría.

    2. ¿AMANECE O ANOCHECE?

    Al traspasar el umbral de la complementariedad, la primera manifestación de un orden y un arte de amar es la familia y, con mayor rigor, la pareja conyugal, que es el origen de los lazos consanguíneos. Se me podrá objetar, con cierta razón fáctica, que muchos hijos, entre sí hermanos, no tienen unos padres unidos como cónyuges, incluso están tan ajenos entre sí que la madre desconoce al padre, o ambos son esperma y ovario anónimos. Ocurren numerosas disfunciones, lejanías, discordias y desconocimiento entre hijos, hermanos, abuelos y nietos, y otros consanguíneos. También abundan, en todo tiempo y lugar, las desuniones entre el varón y la mujer que dan origen a una genealogía. Ahora bien, si todavía es posible hablar con significado real de disfunciones, discordias, desconocimientos y abandonos –nótese bien– es porque tienen el sentido de su contrario, es decir: hay verdad real posible en la funcionalidad, la concordia, el conocerse y reconocerse, y el acompañarse amoroso en la familia, en sus vínculos conyugal y consanguíneos. Ruego tener presente la existencia objetiva de esa «relación» entre las carencias que nos descubren unas presencias, cuya analogía en medicina sería la diferencia entre la salud con sus naturales síntomas, respecto de sus diferentes carencias en las enfermedades, cada una con su propia sintomatología. Por las grietas –nos avisó Leonard Cohen– entra la luz. Si algún prejuicio nos obliga a suprimir las distinciones entre lo positivo y lo negativo, de manera que incluso lo más opuesto se nos vuelve igual e indiferente, entonces va a ser imposible comprender qué es la complementariedad masculina y femenina, ya en su escena más primaria, que son los lazos familiares.

    a. La necesidad de un canon de referencia o arquetipo

    Como ocurre en los primeros manuales de genética, anatomía y fisiología –antes de estudiar las clínicas y las patologías– es aconsejable tener conocimiento de un arquetipo de cuerpo humano saludable. Lo mismo con un canon de referencia sobre la familia. Al maremágnum que la actual cultura ha trasladado el calificativo de «familias» parece la torre de Babel y lo más significativo es la unanimidad con la que hasta lo más opuesto quiere llamarse familia o, en su caso, matrimonio al menos ante la ley. ¿En qué aspiración coinciden tantas alternativas dispares? En poseer al menos alguna característica del canon de referencia o arquetipo ², por ejemplo: una dosis de convivencia sexual íntima, si hay suerte con leal fidelidad, aunque dure poco tiempo, y, si es posible, con alguno de los lazos consanguíneos, por ejemplo, la filiación, aunque sea adoptiva.

    ¿Cuál es el arquetipo de referencia implícito, explícito, incluso a veces rechazado en buena parte? Lo es la familia natural completa: sus amores incondicionales y vínculos biográficos, donde lo conyugal y lo consanguíneo se articulan en coidentidades biográficas, sus espacios y tiempos de cálida convivencia, su confianza y compañía íntimas, sus relatos vividos mediante el coraje, la fe y la esperanza por unirse y reunirse una y otra vez. Este es el paradigma de referencia. El grande e insustituible don que la naturaleza humana, por personal, ofrece a la libertad y vida de cada hombre y mujer para que, desde la concepción hasta la muerte, pueda ser amado y amar, conformando un creativo y original proyecto interpersonal repleto de coidentidades íntimas y biográficas. Dicho de otro modo: los amores y vínculos familiares son –debieran ser– el antídoto básico contra las soledades, las desesperanzas y desesperaciones, los vacíos y pérdidas de las razones de vivir.

    Pero muchas familias, otra pandemia actual, están en crisis, se hieren y maltratan, se fragmentan y desunen, y sus naufragios –en inquietante paradoja– provocan más soledades, sufrimientos y vacíos.

    b. Un criterio para interpretar la crisis

    ¿Cuál es la tendencia de esta crisis? ¿Los amores y vínculos íntimos tienen un mañana o estamos asistiendo a su crepúsculo? O, con otras palabras: ¿la complementariedad primaria entre varones y mujeres, la que se vive en familia, amanece o anochece?

    Traigo la metáfora del alba y del crepúsculo por lo siguiente. Pongamos en nuestras manos la fotografía de un paisaje maravilloso con el sol sobre la línea del horizonte. ¿Es un sol naciente o poniente? La fotografía ha detenido su movimiento y, sin otro elemento de referencia que su baja posición en el horizonte, no sabemos si los resplandores anuncian la mañana o la noche. Para saberlo, necesitamos devolverle al sol su movimiento: entonces, si la luz aumenta, amanece sobre el este; si la luz decrece, anochece sobre el oeste. Este pequeño ejemplo sobre la tendencia de la luz solar nos sirve para estimar con perspectiva las numerosas y variadas estadísticas sobre el matrimonio y la familia. A veces se olvida que pueden ser fotos fijas de lo externo, porque el decantado estadístico de las cantidades, aún siendo importante el universo consultado y la sagacidad de las preguntas, no captar los movimientos en vivo de la intimidad de las personas y de lo que ocurre adentro de los lazos amorosos singulares de las familias concretas. Una sonrisa amorosa, por ejemplo, irradia más luz y calor que una central eléctrica. Pero esa clase de luz y calor, más que físico y exterior, se experimenta adentro, en la intimidad personal. No la detectan las estadísticas, que son fotos fijas sobre sus manifestaciones externas, pero no confesiones íntimas en vivo.

    Es cierto que hay muchas familias en crisis y desestructuradas. Pero, a la vez, también es un hecho que hoy hay otras muchas familias –esposos, padres y madres, hijos y hermanos, abuelos– que han tomado conciencia de la importancia de sus amores y vínculos, y se han propuesto vivirlos más hondo y mejor, sin rendirse.

    La metáfora del sol es limitada e induce a ciertos errores. El sol se mueve majestuoso, de oriente a occidente, intensifica o disminuye su luminosidad, absolutamente al margen de nuestra conducta. En cambio, que nuestro amores y vínculos íntimos tengan más luz y vida, o la desanimen y pierdan, depende en una medida protagonista de nosotros mismos. Para sazonar bastan unos granos de sal. La masa de pan la fermenta una pequeña porción de levadura. Una vela, puesta en medio de la mesa, ilumina a todos los comensales. Lo hace porque es luz.

    Las estadísticas representan el guiso general sin sazonar, la masa sin levadura, más la complejidad de las familias y la entera sociedad sin la lucecita de cada vela íntima. ¿Amanece o anochece? Hay una dimensión de la tendencia de la llamada «crisis de la familia» ³ –si es un amanecer o un crepúsculo–, que está en una medida decisiva en nuestras manos, cuando comprendemos el poder irradiador de nuestras particulares vidas y familias singulares. Ni somos un ciego destino, ni los desfallecimientos o las corrupciones son una condena fatal, inapelable y perpetua. En efecto, si nos focalizados ahora sobre nosotros mismos y nuestros amores y, sin la venda de los tópicos en los ojos, nos preguntamos en qué ámbito radical y fontanal nos ocurren las crisis, fracasos, sufrimientos y soledades, se nos hará luz, clara e intensa. Afectan y se extienden, sin duda, sobre muchos campos de la vida social, pero se originan, nos trastornan y duelen sobre todo en la intimidad de nuestras personas. Ese es su ámbito más radical y el más fontanal.

    Comprendo la enorme interacción entre las estructuras sociales y las mentalidades individuales y la influencia condicionante de las primeras sobre las segundas. Pero, en última instancia, la historia social, a la hora de crear estadios colectivos de conciencia, nos pone de relieve su dependencia de los «genios personales». Salvo para el «hombre masa», que malvive alienado sin especial conciencia de su despersonalización, hasta los círculos cerrados del cretinismo sexual, el resto de personas, las que están interesadas en el sentido de su vida y en la dinámica saludable de sus amores y vínculo íntimos, no son, por fortuna, un producto completo y dócil de las estructuras socio-económicas, culturales y políticas. Porque las padecen y se sienten en desacuerdo, participan en cambiarlas. Así pues, en la opción entre dar el protagonismo fundamental a la estructura social o a la persona singular, nos decantamos decididamente por la persona, y en masculino o en femenino, por pura congruencia –además, de realismo– con su ser coexistencia donal y con su responsabilidad biográfica, con esfuerzos de gran mérito, en lograr vivirse como amador. Ninguna estructura social es coexistencia íntima personal, ni ama siendo don de sí, acogida en sí y unión íntima de vida y amor.

    Concluyendo: de donde surge la luz y persevera su irradiación, consiguiendo que nuestros amores vivan, es desde la intimidad de sus amadores, esto es, del poder de darse, acogerse y unirse de nuestro espíritu personal. A la postre, la vida viva de nuestros amores íntimos viene de adentro de ellos, no de las estructuras externas, culturales, sociales, económicas o políticas. Conviene tenerlo presente a la hora de diagnosticar si hay o no una crisis real y, a su vez, dónde reside el poder de irradiar y renovar, que proviene de la presencia o ausencia de los granos de sal, que son los que sazonan el entero guiso, es decir, a las relaciones de complementariedad que hay y se viven en cada familia concreta y, desde ahí, se esparcen al conjunto de la sociedad. La cuestión, por tanto, es si dejamos que haya un modelo social que despersonaliza y enajena, o, por el contrario, nos proponemos activamente crear una sociedad personalizadora, mediante familias con vínculos amorosos vivos. Esta perspectiva más íntima de cada persona –no genérica y abstracta, sino familiar y concreta–, será la principal, aunque no única, en nuestro estudio de la complementariedad entre masculinidad y feminidad.

    3. EL FILO DE LA NAVAJA: EL DON O LA APROPIACIÓN

    Adentro, no afuera: el gran poder irradiador y renovador está en la calidad amorosa de las intimidades personales concretas. Me atrevo a solicitar la atención sobre esta intimidad personal y sobre sus territorios donales, que hemos explorado atentamente en el primer tomo.

    a. La predisposición emocional y afectiva

    Si, como nos hemos propuesto, hemos de dirigirnos a la realidad viva de la complementariedad, en vez de ahogarnos en una idea abstracta o concepto genérico, entonces conviene centrar nuestra atención sobre lo que ocurre en la intimidad donal de cada persona. Sugiero esa introspección. Porque en ese adentro, que cada uno es, se juega sobre la complementariedad una cognición y una volición influidas por la predisposición emocional, sentimental y afectiva, en alta dosis subjetiva, sobre la propia condición sexuada masculina o femenina, también sobre el otro sexo diverso o, incluso, sobre la sexualidad como campo relacional genérico. Obviamente, lo que cada uno o una entiende, quiere y siente en su vida ante el término «complementariedad» viene marcado por aquella predisposición en la que lo afectivo y emocional, con sus sentimientos, anida dentro de lo que entendemos en la razón y lo que queremos en la voluntad, es decir, en la idea y en el deseo.

    La razón y la voluntad, sus ideas y deseos, no operan en estos campos sexuales al margen de lo afectivo, emocional y sentimental, como una razón o voluntad «puras y previas», sino más bien al revés, influidas de forma más o menos consciente por una posición subjetiva profunda, básica y anterior, que cada uno o una ha configurado con la genética singular aportada por su genealogía, por el impacto, a veces con fuerza epigénica, de sus entornos parentales, educativos y culturales, sobre las que se añaden aquellas decisiones personales con la que reacciona a los eventos y compone su biografía. Ese triple afluente, afectivamente sentido, está abajo y dentro de la cognición y volición. No tomamos posición sobre la condición sexual y el amplio y complejo mundo de las relaciones de complementariedad como un resultado posterior, por así decirlo, de un estudio académico, de una metódica reflexión y conclusión del discurso racional. Lo cierto es que la propia condición sexuada, sea cual sea su grado de claridad, firmeza y equilibrio, se nos presenta a cada uno muy pronto –desde luego, a partir de la adolescencia– en forma emotiva y sentida, como fuente de origen es profunda e influyente, y desde ahí ora gotea ora inunda al entendimiento y a la voluntad, de manera que el ejercicio dichas facultades personales no ocurre en vacío, sino en compañía de predisposiciones intencionales, fantasías imaginativas y deseos, sin que entendimiento y voluntad las hayan invitado previa y conscientemente. La verdad en el conocer y la libertad en el querer tienen que navegar las aguas de esos mares emocionales y afectivos, a veces calmadas y limpias, otras tormentosas y turbias. A causa de estas influencias, nos ocurre que estemos predispuestos hacia aquellas «verdades» que, previamente, «deseamos». Algunos estados básicos y recurrentes de esas aguas agitadas vienen dados: son genealogía heredada y son entornos infantiles. Sin embargo, esas aguas, con sus fuertes corrientes, no son nuestro navío biográfico sino los mares por donde navega, no son dictadores implacables de nuestras vidas, porque todavía nos queda el amar, son su intrínseca libertad y gratuidad, con el que alcanzar el señorío personal.

    b. Los dos lados del filo

    Tenemos ahí adentro una dualidad en filo de navaja y caminamos sobre su peligroso borde. A un lado, el don; en el otro, la apropiación. Entre ambos, tan opuestos y diferentes, un paso, un milímetro, un segundo. Sirvámonos de un conocido ejemplo. Se acostumbra a decir que entre el amor y el odio hay un solo paso. Bajo cierto sentido, esa afirmación no es cierta porque, como es obvio, el amor y el odio son rotundamente contrarios y, siendo tan opuestos, entre ellos no puede mediar un milímetro, sino un ilimitado kilometraje. Pero, desde otra perspectiva, la afirmación resulta cierta, porque el amor y el odio son actos posibles de un mismo sujeto y, como no es menos obvio, entre ese sujeto y sí mismo no hay siquiera un solo paso. Sí, hay un paso, uno solo, el de su libertad para elegir amar u odiar.

    Por ese agudo filo de navaja interior camina nuestra condición sexual masculina y femenina, su complementariedad –la amplia y la íntima–, su recíproco y mutuo engendramiento, su potencia de unión conyugal fiel, fecunda, definitivamente cobiográfica. El filo divide –y lo hace en forma muy aguda, sutil, «afilada» y constante– dos posibles vertientes de la predisposición en la comprensión, de la intencionalidad en la volición, y de la identificación erótica del «objeto-cosa» o del «sujeto-persona» al que se dirige el deseo pasional, en la realización de nuestra sexualidad masculina o femenina y, en especial, en sus relaciones de entrelazamiento y complementariedad.

    Sin duda, hay un sentido amplio de la codicia y de la avaricia en tanto los objetos susceptibles de su deseo de apropiación pueden ser cualesquiera, por no decir todos. Los distintos matices entre ambas son complementarios: la codicia subraya la desmedida ambición en poseer más y mejor, que lo que tienen los demás, apropiándose de sus pertenencias para ser dueño, amo y señor por antonomasia de cosas y personas. La avaricia, por su parte, ansía conseguir, acaparar y retener única y exclusivamente para sí no solo lo que otros tienen, sino incluso lo que ya se posee, evitando a toda costa tener que compartirlo. El espiritualismo ascético de muchas religiones –por ejemplo, el budismo, el hinduismo, el judaísmo, el islamismo, además del cristianismo– advirtió codicia y avaricia en las tres principales esclavitudes del amor propio o, mejor dicho, del egocentrismo como suprema predilección hacia sí mismo: lo vio en los desórdenes sensuales del comer, del beber y del sexo; en la inclinación de la soberbia, el orgullo y la vanidad a dominar y someter a los demás; y en la ambición por el poder, las riquezas y el dinero.

    Esas apreciaciones son acertadas, si nos atenemos a la experiencia común. En un escenario amplio, la codicia y la avaricia acostumbran a ir acompañados de la soberbia, la vanidad, el engaño y la mentira, la crueldad despiadada, hasta sanguinaria, la envidia de lo que otros tienen y, con frecuencia, de la lujuria y la gula, es decir, de los excesos sensuales. Basta, por ejemplo, con rememorar las «hazañas», también las vidas privadas, de personajes que la historia nos ha encumbrado por su «conquista de imperios», pese a ser arquetipos de soberbia, codicia y crueldad homicida. Desde Atila o Genghis Khan hasta Hitler o Stalin hay demasiados. Tampoco faltan entre personajes actuales del poder político, las financias y las famas populares. Por desgracia, bien sabemos que no es imprescindible visitar el club de los vips para experimentar las codicias y las avaricias. Brotan en todos los campos de la vida, los profesionales, los culturales, los sociales, los políticos y, sobre todo, en los económicos.

    Pondré un ejemplo menor, entre muchos posibles, por ser una lacra frecuente en la historia de las familias, con consecuencias catastróficas sobre sus relaciones afectivas, pues las corrompe en resentimientos, odios y venganzas: son los engaños dolosos, maquinaciones traicioneras y mezquinas, cínicos fraudes, manipulaciones y abusos con que un hermano/a, en demasiadas ocasiones aprovechando la vulnerabilidad y las debilidades psicosomáticas de los ancianos padres, expolian los derechos sucesorios de sus hermanos y usurpan para sí las herencias. Nadie, que se defina como un buen hijo/a, saquea a sus hermanos, pero la codicia y la avaricia ciegan hasta tal punto que se traiciona ese pilar fundamental de una familia: en efecto, lo último que desean los buenos y amorosos padres es que sus hijos se engañen, defrauden y se odien como hermanos. Por esta razón, el hermano/a que roba a sus hermanos es un mal hijo/a. La codicia y la avaricia son flujos de aguas negras, tanto que el codicioso y avaricioso necesita desesperadamente esgrimir una justificación que le enmascare la pestilencia de sus trapacerías. En general, la inventa y arguye con cínico descaro.

    Siendo este un escenario tan amplio, en estas páginas dedicaremos nuestra exploración a la codicia sexual, la lujuriosa y lasciva, la que desea al cuerpo masculino o femenino como objeto de apropiación, dominio y sometimiento para un deleite venéreo egocéntrico.

    c. El poder y la gloria de la masculinidad y la feminidad

    ¿Por qué se codicia el sexo de un cuerpo? Hay realmente un colosal poder y gloria, desde su origen a su destinación final, en ser dos diferentes personas humanas como varón o como mujer, en su dualidad radicalmente amorosa, y en serlo una en, con y por la otra. No siempre se capta o se vive que ese poder y gloria son los bienes mayores, en humanidad, que poseen las dos personas, precisamente por masculina y femenina. Sin embargo, ese poder y gloria, por su excelente bondad tan atractiva, puede ser objeto de codicia y avaricia. Entonces, otros brillos turbios, ajenos y opuestos a la bondad donal, deslumbran al ojo egocéntrico y le excitan su deseo de apropiación.

    De un lado, masculinidad y feminidad se nos presenta como poder y gloria donal, es decir, como potencia de darse, de acogerse y de unirse, fundando, conservando, haciendo crecer y restaurando los amores y vínculos, que realmente hay en los diversos territorios de nuestra intimidad, desde la estructura y dinámicas unitiva y procreadora que posee el contenido amoroso de las intimidades nupciales.

    Pero, en el otro lado del filo, acecha el poder y gloria de la apropiación que engendra la codicia de los cuerpos sexuados ajenos y busca poseerlos para provecho egocéntrico, entre el cual destaca el uso venéreo.

    Darse amorosamente o apropiarse codiciosamente son los lados del filo de navaja por donde camina el poder y la gloria que contiene nuestra sexualidad masculina o femenina ⁴. En ambos hay brillos atractivos. En la donal, el brillo es luz, diáfana y tierna, apertura predilecta al amado, irradia crecimiento mutuo y fecundidad conjunta. En la codicia, el brillo es morboso, encorva al sujeto sobre sí mismo, promete lo que no puede dar, es estéril y deja vacío. La posición donal contiene la tridimensionalidad del amar: el don de sí del amante, la acogida en sí del amado y la conformación de ambos en unión. La posición apropiadora es encierro unidimensional: en ella prevalece el giro egocéntrico en torno a sí y para sí mismo, cuya codicia ansía apropiarse del otro y usarlo como instrumento para satisfacer la pulsión egoísta. Siendo dueños, por ser personas, hay que elegirse.

    En este filo se juega la articulación entre libertad y verdad de la sexualidad humana. Y, a su vez, la de sus opuestos. Según tengamos mente y corazón abiertos a la predilección por los amados nos hechizará la verdad y la libertad, el respeto incondicional a la valía del otro, en cuanto tal otra persona, cuyo amarle impide usarle como cosa. En cambio, si estamos encerrados en la preferencia de nuestro ego hacia sí mismo, nos atraerán las seductoras, pero impostoras verosimilitudes de la codicia, tras las cuales se esconden esclavitudes. El filo entre don y apropiación nos divide radicalmente la naturaleza del deseo en dualidad opuesta: o bien es aquel apasionamiento estremecido del anhelo hacia la persona amada, que es un gozo intrínsecamente excelente; o bien es aquel otro ardor que excita un cuerpo-objeto sexual, por lo cual, no menos intrínsecamente, es deseo y gozo corrompidos. Para ambos lados del filo, confusamente se utilizan los mismos términos: el eros, el deseo, el gozo, el placer y deleite, la pasión, los estremecimientos. Es obligado, en cuestión de complementariedad, visitar con una potente linterna ese desván de términos amontonados sin orden ni concierto.

    ¿Qué causa esa brutal modificación en la naturaleza virtuosa o viciosa del deseo y de su gozo? ¿De dónde viene la diferencia? Sencillamente, de la inspiración de la intención y de la conducta en la predilección por el bien que el amado es y por los bienes que le enriquecen; o, por el contrario, de inspirarse la intención y la conducta en la predilección egocéntrica de sí y para sí mismo, convirtiendo al otro en objeto apropiado y sometido.

    Si amamos la verdad y la libertad, juntas en la intención y la acción, experimentaremos los estremecimientos en el entender, querer y sentir que causa la predilección por el bien que late en la particular masculinidad o feminidad del amado, y su deseo dará lugar al eros donal a su persona por masculina o femenina, que es la dimensión ardiente y apasionada con que amor nupcial estremece al cuerpo personal.

    Pero si falta la verdad de la predilección por el amado, entonces nuestra libertad acaba esclavizándonos de aquellos ídolos que, como necesidades y servidumbres, se construye, fantasea y ansía la codicia sexual. Sin libertad y gratuidad del amante y del amado, una verdad pronto se corrompe en autoritarismo y despotismo, a veces «muy ilustrado»: son nuevas sendas al dominio y sometimiento del otro, que es una modalidad de la codicia y la apropiación. Sin verdadera libertad y verdad, cuando ambas son impostoras y, además, se contraponen, nos decantamos hacia aquel lado del filo que conduce al eros egocéntrico y codicioso, insatisfecho y perturbado interiormente por un ansia que no cesa, pero deja vacío. Hay una variada tipología: quien ve en la sexualidad un escenario para la búsqueda de sí mismo; o bien un campo donde ejercer y experimentar un poder de dominio y de sometimiento sobre los demás, manipulando, usando y abusando de sus cuerpos sexuados para la satisfacción de sí mismo; o bien un juego o una droga, que le facilitan una evasión placentera pero pasajera del estrés, las angustias y las frustraciones de su vida. Todos ellos, por sendas diferentes, son seducidos por los brillos atrayentes que la codicia ve en un cuerpo-objeto de su deseo sexual. Los síntomas de esa codicia pueden ser un ansia insaciable, oscuras y turbias intencionalidades, tristezas, soledades y vacíos que le perturban adentro y no sabe explicarse ni remediarlas, acompañadas de una notable anestesia –a veces, con fría y despiadada crueldad– sobre los graves daños, sufrimientos y destrucciones que causa en la intimidad personal de los sujetos apropiados y usados.

    Dicho en breve: se conoce, se toca, se alcanza, se penetra y se comunica más y mejor con la entera verdad del amado mediante el don y la acogida amorosa a su persona. Esta constatación, con su experiencia probada, es esencial no solo para adquirir criterio cierto, sino para lograr una comunicación plena, una confianza y una compañía íntimas entre los amadores. No tiene comparación con el limitado y condicionado conocimiento de la persona que se obtiene solamente con el tiento, contacto y toque de un cuerpo con los sentidos, a fortiori si a éstos acompaña la intencionalidad de la codicia de su cuerpo y el desinterés hacia su persona.

    Es el amor la ganzúa que abre al conocimiento entero y sincero del otro. Con los solos sentidos del cuerpo no conocemos la entera verdad de un amado, la cual solamente se manifiesta al amor. ¿Por qué? Porque el amar, de suyo, es una apertura donal del espíritu del amante que penetra hasta la persona del amado, trascendiendo y completando las apariencias que captan los sentidos. Cuando es la persona, amando, la que comparece en su cuerpo y en sus sentidos, entonces el propio amar provee de una visión más aguda, profunda y completa sobre cuanto es el amado y hasta sobre todas las cosas y circunstancias que le rodean. Esa presencia donal de la persona ilumina, inunda, transforma y vivifica el donarse, acogerse y unirse mediante el cuerpo masculino o femenino.

    Los sentidos corporales, en ausencia de la presencia del don y acogida de la persona en ellos, solo pueden ofrecer un mero contacto físico sensorial y, por ello, un conocimiento recíproco muy limitado de las intimidades personales, tan pasajero como lo es el «tempo» de la sensación, y muchas veces equivocado o nulo sobre la realidad interna de sus personas. Esta enorme reducción, tan proclive a ignorancias, errores y engaños, es la que ocurre, por ejemplo, en la variada tipología de contactos cuyo denominador común es la práctica del sexo sin amor.

    d. La codicia sexual y su eros lujurioso

    Hay una acepción del eros que es la concerniente a la codicia sexual y sus deseos ardientes de apropiación y utilización del otro –un ser personal– al que convierte en «objeto de placer». Tiene una antiquísima tradición, como veremos en próximos capítulos y extensamente en el tomo III, porque manifiesta uno de los filos de la navaja del hombre de siempre: el deseo de dominar y apropiarse del cuerpo sexual ajeno y la necesidad imperiosa de satisfacerse el ansia de placer mediante el uso del otro, visto como objeto y medio venéreo. Tan extendida es esa significación que se puede dudar si el término eros es rescatable en su sentido donal o está irremediablemente condenado a denotar exclusivamente el deseo, la pasión y la excitación sensual, de cariz egocéntrico y codicioso, por un cuerpo-objeto sexual. La tradición clásica le llamó «concupiscencia de la carne», «deseo carnal», «lujuria» y «lascivia» ⁵. A este eros codicioso lo calificaremos también de egocéntrico y ególatra. ¿Por qué? Porque ese tipo de sujeto, por estar «cerrado y encerrado» en su ansia por satisfacer al propio ego mediante el placer sexual –hasta la obsesión compulsiva–, gesta en su vientre psicosomático –incluidas sus redes neuronales–, da a luz y cría aquella peculiar codicia, apropiación, abuso y corrupción del cuerpo sexual –el ajeno y el propio, el real, el virtual o el imaginado– que constituye el meollo de la lujuria y de su turbia hija, la lascivia. No hay amor donde el sujeto está encerrado en sí y solo vive para sí.

    El eros codicioso y lujurioso se presenta bajo mil caras y modalidades. Es maestro del disfraz. Lo ignoraríamos si supusiésemos que siempre es un vector lineal, diáfano y recto entre un «verdugo» y una «víctima». Tiende a ser sinuoso, poco o nada claro, y pertinaz manipulador. Con frecuencia, bajo formas diferentes y muy particularizadas en cada caso singular, ambas partes pueden adolecer de una codicia sexual recíproca y ello de forma más o menos consciente, o, incluso, consensuada y hasta pactada. Los ejemplos son muchos. Lo son esas «relaciones» en que ambas partes coinciden en solo querer «sexo», a veces puntual, efímero y sin conocerse, con positiva exclusión de cualquier compromiso personal. No siempre se lo confiesan, ni siquiera a sí mismos. Querer solo «sexo» es querer solamente el uso sensorial de un «otro» convertido en objeto venéreo; y esa cosificación se desinteresa de la persona y de su destino vital –con frecuencia la excluye por completo–, en cuanto ese sujeto es una vida personal y su historia entera, y no un momento de utilidad. Esa persona real, con su historia no menos real, le sobra, le agobia, no la quiere, la excluye: por tanto, no la acoge, que es un movimiento esencial del amar. En estas circunstancias de dominante cosificación venérea, la singular persona, en cuanto tal, resulta inoportuna a su mero uso; y si esa persona intenta comparecer, entonces estorba y arruina el propósito venéreo. Las diferentes modalidades de la prostitución, incluidas las más disimuladas y enmascaradas, son uno de sus arquetipos. La persona e historia vital de la prostituta no interesan a su comprador o usuario. También es clásico el ejemplo del maduro o del viejo lujurioso y rico que quiere poseer el cuerpo de una joven bella, la cual acepta esa relación, en ocasiones hasta un matrimonio. En ambos prevalece la intención codiciosa egocéntrica: en uno, la del uso venéreo del cuerpo femenino; en la otra, el acceso al patrimonio del viejo rico. Entre ambos se paga y se cobra «un precio». Son modalidades de «prostitución», si por ésta entendemos el poner el sexo en el comercio –en oferta, demanda y precio– como producto de consumo, transacciones y mercadería. De manera más o menos encubierta, bajo el paraguas del «matrimonio de conveniencia», en no pocos casos también hubo un pacto prostituido de codicia sexual, en una parte, y avaricia patrimonial, en la otra.

    El denominador común de las modalidades del eros codicioso, tanto en quien lo propone cuanto en quien se lucra, es la clausura egocéntrica, pues cada uno busca su propio provecho mediante el uso del otro y, en consecuencia, cada uno está en la encerrada predilección de sí mismo y de sus propios fines. Forma parte de esta auto predilección, que encierra al sujeto consigo mismo, un factor decisivo, a veces ignorado, a saber: al codicioso le «gusta» codiciar, le «complace» apropiarse del cuerpo sexual ajeno, le «puede» el atractivo que ve –incluso imagina y fantasea– en el cuerpo sexual y en su uso. Dicho al revés, no «odia» su intencionalidad codiciosa, sino que la «ama» porque aquel «atractivo», que es el poder usar la dimensión venérea de un cuerpo-objeto, le excita, le place y le domina. Mientras adore ese codiciar, codiciará. Y mientras construya todo tipo de explicaciones para justificarse y para mantener vivo ese «atractivo» que le deleita y le subyuga, seguirá codiciando.

    Pero, no lo olvidemos, codiciar sexualmente un cuerpo no es apertura donal al bien real de un amado –de su persona masculina o femenina–, sino movimiento egocéntrico de autosatisfacción de sí para sí. Es por causa de este encierro en sí y utilización del otro para sí, que el eros lujurioso produce tristeza, soledad y vacío, porque uno no es la compañía de sí mismo. Y justo por esa penosa cosecha, es por lo que, en inquietante paradoja, la codicia sexual puede tornarse insaciable, insatisfecha y obsesiva. El ego codicioso y apropiador nunca puede ser la compañía donal y nupcial de sí mismo y, por dicha imposibilidad, la búsqueda de un cuerpo-objeto para sí mismo es, a la vez, un encuentro vacío y un ansia sedienta de novedades.

    Alcance o no la categoría de la adicción, la codicia, como hábito, solo puede superarse mediante el amor real a amados no menos reales y concretos, porque únicamente el amar rompe la clausura del ego e introduce una fuerte motivación para vencer aquel «atractivo» cuyo deseo tiraniza la intención y la conducta codiciosa, sustituyéndola por la preferencia hacia el bien de los amados. Esta eficaz medicina no es un fármaco, una píldora que se toma tres veces al día después de las comidas principales. Requiere un proceso de metamorfosis mediante un esfuerzo personal sostenido. Será tan difícil o fácil según sea el historial biográfico de sus raíces y hábitos. Es un proceso semejante al liberarse de una adicción. Motivaciones verdaderas y fuertes, más un entorno de compañías con criterio y afecto, son valiosos cómplices para avanzar paso a paso en la metamorfosis.

    El codicioso habitual, siendo el amar real la única vía de liberación de su encierro egocéntrico, padece una trama paradójica: es la permanencia de la clausura en sí, que le causa la codicia del objeto-cuerpo sexual, en tanto esa posesión le atrae y le deleita, lo que le ciega, domina y le dificulta la imprescindible apertura de sí y la abnegación del ego que caracteriza el amar. La codicia del cuerpo sexual ajeno, en tanto sigue gustando a su ego, le encarcela en un círculo vicioso y le domina; es decir: le priva de la «libertad» necesaria para «liberarse». Por esa paradoja, es posible constatar en el crónico codicioso sexual una dependencia esclava, una debilidad e inconstancia de la voluntad, en suma, una pérdida de verdadera libertad.

    No es «popular» en la cultura de masas «levantarle la falda» ⁶ al eros codicioso y apropiador, desenmascarándole sus esclavitudes y sus oscuras interioridades que, con descaro y violencia, presenta fraudulentamente como virtudes y libertades, y hasta en el colmo, como manifestaciones del amor. Hay dos ejemplos de tiranía, probablemente arquetipos de impostura, que nos permiten captar el núcleo de la codicia, el más definidor y, a su vez, el más frágil o expuesto a las

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