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¡Irmandiños! Arde Santiago. Compostela en llamas
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¡Irmandiños! Arde Santiago. Compostela en llamas
Libro electrónico181 páginas2 horas

¡Irmandiños! Arde Santiago. Compostela en llamas

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Todo lo relatado en esta novela sucedió en la realidad.

La primera mitad del siglo XII ha sido calificada, en el noroeste europeo, como la "Época de Gelmírez" por el protagonismo ejercido por el primer arzobispo compostelano en toda Europa. Aliado de la reina de Castilla Urraca, de quien se decía que era su amante, se propuso independizar Galicia de las coronas de Castilla y León.

Pero todo su poder fue insuficiente para consolidar los afectos de los compostelanos. Comerciantes, cambiadores, artesanos, jefes militares, clérigos, y posiblemente artistas e intelectuales, formaban la masa contestataria y antigelmiriana, la Hermandad hostil a Gelmírez, al que intentaron matar en varias ocasiones.

Estos miembros de esa Hermandad se llamaron a sí mismo "Irmandiños". Aquellos santiagueses se apropiaron durante muchos días del año 1117, de los principios atribuidos a la Revolución Francesa de 1789. Pero esa ansia de libertad, igualdad y fraternidad, se vio truncada por los ejércitos de la reina Urraca y el propio poder de Gelmírez. 

Todos los personajes existieron participando en las acciones que se mencionan. Los lugares, monumentos, calles, etc. mencionados, han existido y muchos de ellos todavía hoy se pueden visitar.

 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 may 2024
ISBN9798224935697
¡Irmandiños! Arde Santiago. Compostela en llamas
Autor

ESTEBAN PERELLÓ RENEDO

Esteban Perelló Renedo nació en Bilbao (España) en 1963. Es Historiador y escritor. Ha sido ganador de varios premios literarios tanto en prosa como en poesía; y ha publicado con diversas editoriales una decena de novelas históricas así como diferentes artículos y relatos históricos en revistas especializadas. Todas sus obras se caracterizan por su amenidad y por un absoluto y objetivo rigor histórico.

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    ¡Irmandiños! Arde Santiago. Compostela en llamas - ESTEBAN PERELLÓ RENEDO

    «Los hombres nacen y viven libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más que en la utilidad común."

    ARTÍCULO PRIMERO DE LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO.

    Francia, 26 de agosto de 1.789.

    RESEÑA HISTORICA

    A principios del siglo XII, la Península Ibérica se encontraba dividida en diferentes reinos, cristianos y musulmanes. Las cambiantes fronteras entre ambas religiones, se establecían por los cauces de los ríos Duero, Tajo y Guadiana. Al sur, los reinos de Taifa eran un hervidero de alianzas y guerras intestinas. Al norte, los cristianos también luchaban entre sí.

    Estos últimos, estaban formados por los de Aragón, Navarra y el de León y Castilla, los cuales a su vez se dividían en condados. Los condes, ejercían su autoridad en los territorios que les correspondían, con total desprecio hacia sus vasallos.

    Después del descubrimiento en Santiago de Compostela, de la supuesta tumba con los restos del apóstol Santiago, esa ciudad se convirtió en centro europeo de peregrinación. Gracias a ello, la iglesia poseía unas riquezas inimaginables, superiores a las de los nobles y solo equiparables a las de unos pocos reyes.

    Desde el año 1100, Diego Gelmírez, primero obispo, más tarde arzobispo, dedicó su vida a encumbrar la ciudad. Persona justa y culta, no le faltaron detractores en su época. Las envidias hacia este religioso y político tan relevante se sucedieron a lo largo de su vida.

    Por ello, en 1117, sufrió una insurrección contra su persona alentada por poderosos intereses económicos, que veían amenazadas sus riquezas. De nada valieron las muchas veces demostradas virtudes políticas del arzobispo. La voracidad de unos pocos hizo que las armas relucieran, provocando el caos y los ánimos personales de venganza.

    Reinos y califatos del sureste europeo en el siglo XII

    ¡IRMANDIÑOS! ARDE SANTIAGO

    PROLOGO

    Acabo de recibir el encargo, por parte del conde de Monterroso, de escribir las cosas que recuerde de los sucesos acaecidos por estos lugares hace algunos años.

    La petición está relacionada con una gran relación de sucedidos importantes que quiere hacer el señor. Para ello tiene que recopilar todos los relatos que pueda sobre la historia del reino. Así tendrá las cosas verdaderas por escrito, sin dar lugar a las deformaciones que siempre se hacen si se deja el asunto en boca de juglares o trovadores.

    Cuando esta cuestión esté terminada, encargará a algún erudito o traductor de palabras ágil y de inteligencia demostrada, que haga la crónica. Si esa se extendiera demasiado en los pergaminos recibirá el nombre de cronicón, por ser de buen volumen y tamaño.

    Supongo que será su ánimo de entrar en la historia como defensor de la verdad lo que ha empujado al conde a intentar dejar constancia de los hechos más sonados, de sus gentes, guerras y paces.

    Así, cuando me llamó me dijo:

    —Lázaro, viejo amigo. Quiero hacer cosas destacadas por mi tierra. Entre otras, he pensado recopilar por escrito los sucesos más notables del reino, desde los días en los que fue creado el mundo por el Santísimo. Será una gran crónica en la que se hable de todo lo acontecido hasta el día de hoy. Se nombrará el Edén, que según los hablares de los trovadores, estuvo aquí, en las montañas del Lebreiro. También a los celtas y pueblos antiguos; los romanos; la llegada del Santo Apóstol, con su predicación, muerte y entierro; el descubrimiento de la santa sepultura; los moros; los peregrinos; las revueltas que hicisteis los irmandiños...

    —Perdón, señor conde —le interrumpí cortésmente—. No sé, pero yo jamás me revolví contra nadie.

    —Ya, ya —Sonrió—. Y padeciste destierro por antojo de la ilustrísima persona del arzobispo.

    —Bien —Lo acompañé en la expresión risueña—. Digamos que mi participación fue simbólica y que los hechos se desbordaron por el justificado enojo del pueblo. Yo, sencillamente, me encontré en medio de todo el alboroto.

    —De acuerdo. No revolveré más donde no debo hacerlo. Te hablaba de lo que me gustaría que se contara en la crónica. He pensado en ti, amigo Lázaro, con el ánimo de que hicieras una relación de lo acontecido, sin olvidar cosa alguna. Tienes mente despierta y los sucesos son relativamente recientes, por lo que considero que si cierras los ojos vendrán a tu corazón todas las situaciones, conversaciones y sucedidos. Para tu tranquilidad, te diré que no debes preocuparte por el asunto, ya que no figurará ningún tipo de delito, tuyo o de quien fuera, no teniéndose en cuenta lo que escribas, para las cuestiones de la justicia, ni ahora ni después. Te doy mi palabra.

    Bajé la cabeza antes de contestar.

    —Bien, que sea como decís —susurré.

    —Me interesan las cosas que acontecieron desde que coronamos rey de Galicia a Alfonso, hijo de Urraca y Raimundo, hasta que volviste del destierro. Quiero que tu alma regrese a esa época, y detalles, lo mejor que puedas, todo ello.

    —Pero —hablé—, yo no entiendo de letras. Sé escribir y también leer, más lo otro no es cosa fácil. No soy contador, relator o fabulador, ni tan siquiera escribano. Solo soy un hombre que intenta vivir de recuerdos.

    —No debes tener mal ánimo. Tu solo escribe en el pergamino tus vivencias, tus sentimientos. Después, alguien acostumbrado a las cosas del narrar, le dará la forma necesaria para que tus narraciones formen parte de las páginas de la crónica del reino de Galicia.

    A partir de ese momento me facilitó todo lo necesario para llevar a cabo mi labor. Para ello me instaló en un bonito cuarto bien iluminado, con un precioso escritorio. Tranquilidad, tinta y plumas no faltan, así que intentaré comenzar, que cuanto antes lo haga, mejor, ya que en las cosas de escribir, no es bueno dejar las ideas apartadas ni un solo día.

    Antes de nada, debo pedir disculpas, a quien esto deba refundir en el cronicón, por mi mala letra, muy retorcida, nada comparable a la de los clérigos. Como ya tengo escrito que no soy persona que entienda de los negocios del narrar o contar, el relato pueda ser que no esté bien elaborado.

    Hechas estas advertencias y puntualizaciones intentaré terminarlo poniendo en el empeño todas mis facultades.

    Encomendándome el Todopoderoso para el trabajo, que comienzo en el castillo del conde de Monterroso, que es también el de Traba, en el año de 1130, era de 1168, en las calendas de abril.

    Que Dios guíe con buen trazo mi mano, y que me dé suficiente inteligencia y agudeza como para terminarlo en buena forma.

    Amén.

    EL PRINCIPIO

    Comenzaré haciendo una serie de observaciones acerca de los sucesos que después relataré. Debe saberlas el recopilador o escritor de la crónica de las cosas anteriores al periodo a mí encargado, para poder hacerse de esta manera una composición de lugar, con objetividad y sin tener ya una sentencia prefijada antes de conocer los antecedentes.

    Aprovecho para recordarle que tengo la promesa del conde de no hacer uso de mis escritos contra mí ni contra las personas que en ellos nombraré, ni ante la justicia ni ante otros nobles o reyes.

    La primera cuestión es que existían en toda Galicia, y perviven aun hoy en día pero más todavía en Santiago, desde finales del siglo, una suerte de hermandades. Estaban formadas por gentes de los gremios, los cuales eran llamados entre sí hermanos, aunque la fórmula más correcta es la de irmandiños, palabra que se utiliza en los hablares populares. Por esa cuestión del pueblo, yo nombraré a los hermanos como irmandiños.

    Así, existía la hermandad de los comerciantes, la de los cereros, la de los carpinteros, la de los azabacheros, y otras muchas más. Cada oficio tenía la suya propia. Estas agrupaciones de maestros estaban muy unidas, manteniendo entre ellas lazos fuertes de amistad. Su principal propósito era el de la prosperidad de todos los miembros.

    Se puede decir que la totalidad de los habitantes de Santiago de Compostela del año 1111, pertenecía a alguna hermandad. Todos, excepto, por supuesto, los clérigos, quienes tenían su propia red de poder, riqueza y corrupción. Los nobles, evidentemente, tampoco comulgaban con ellas, pero omito el mencionar cosa alguna sobre el asunto, por deferencia hacia mi protector, el muy sabio y excelso conde de Traba.

    La segunda cosa importante, es que el antiguo e independiente reino de Galicia, ahora estaba regido por el rey de Castilla, que era el mismo de León. Cuando el rey murió, dejó sus tierras sumidas en cierta confusión. Tenía descendientes, que intentaron repartirse las tierras y las gentes entre ellos, llegando, incluso, a la guerra.

    Una de las hijas del finado era Urraca, quien consiguió el que la coronaran reina de Castilla, con el título de condesa de Galicia. Dicha soberana, casó con un tal Raimundo de Borgoña en 1084. Enviudó más o menos después del nacimiento de su único hijo, Alfonso Raimúndez, allá por 1105, mes arriba, mes abajo. Este rapaz, heredaría el trono del reino de manos de su madre.

    La tercera, es que era arzobispo de Santiago de Compostela Diego Gelmírez. De aquellas, ya tenía mucho poder y riquezas, aunque no en la misma medida que en la actualidad. Manejaba el patrimonio de la ciudad como si fuese el dueño. Tenía en su cabeza ideas de grandeza de tal magnitud, que no dudó en enfrentarse a reyes o condes.

    La cuarta, es la que corresponde a la propia Urraca. Mujer viuda, se casó por política, con Alfonso, rey de Aragón, a quien algunos paisanos llaman «el Batallador». Pudo ser que tuvieran diferencias notables entre ellos, el caso fue que, por presiones de muchos, incluido el propio Gelmírez, el Papa anuló el casamiento. A pesar de ello, durante muchos años, Urraca se juntaba con Alfonso, y después se separaba, sin hacer caso alguno de la sentencia de la iglesia, olvidando su continua separación del bien y de la verdad, viviendo en un casi pecado permanente. De esta forma llevó en incontables ocasiones a sus partidarios para un lado y para otro, convirtiéndolos, sucesivamente, en aliados o detractores, cuando no en enemigos.

    Mientras tanto, «el Batallador» hacía honor a su fama, intentando conquistar parte de las tierras del reino de Castilla y lo que encontrara fácil de dominar. Se decía de él que su sola presencia era sinónimo de sangre, muerte y destrucción. Odiaba, de paso lo digo, a su hijastro, viéndolo como un terrible enemigo.

    La quinta, se refiere al propio reino de Galicia, en el que las familias nobles más influyentes, daban la vida o la muerte a sus vasallos. La iglesia también ostentaba tal poder, que solo era comparable al de mayor riqueza del reino. A pesar de esto, el sentimiento de libertad del pueblo se encontraba en todos los corazones, flotaba en lo más íntimo de las almas. Este fuerte sentir de las gentes gallegas, tenía su expresión máxima en las hermandades.

    Sin otras puntualizaciones previas, comenzaré con el encargo del conde, de quien intentaré no hablar mucho en este escrito, por lo que pudiera acontecerme.

    Yo, unos cuantos años atrás, era un hombre muy felíz. Tenía una bella y amante esposa, de nombre Isabel, y dos preciosos hijos, varón, Esteban, y mujer, María. Vivía en la ciudad de Santiago de Compostela.

    Por reposar en ella los restos del apostol, hasta allí, cientos y cientos de peregrinos se acercaban cada día. Estaban obligados, en su mayoría, al duro peregrinaje penitente. Los demás, caminaban y caminaban sin descanso, desde sus reinos o pueblos hasta Santiago, para cumplir sentencia de la justicia de sus paises, cuyos jueces los enviaban, hoy todavía lo hacen, a redimir sus pecados con los hombres, a sabiendas de que la mitad perecerían en la ida o en el regreso. Algunos pocos, deshacían sus pies en la piedras del camino para pedir, al santo, milagros imposibles.

    Esta gran afluencia de gentes diversas, de muchas lenguas del hablar diferentes, había creado en la ciudad todo

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