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La verdadera historia de Lady Marian
La verdadera historia de Lady Marian
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Libro electrónico250 páginas3 horas

La verdadera historia de Lady Marian

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Lady Marian es la mujer más bella e inteligente del reino, envidiada por los nobles y digna de ser la reina de Inglaterra. Varios pretendientes de la aristocracia han intentado conquistarla, pero su corazón pertenece a un forajido del bosque de Sherwood. ¿Robin Hood o el Pequeño Juan? Y como hija única, sin otros herederos que puedan proteger la riqueza de su familia, su padre, el barón de Arlongford, no aprobará un matrimonio con alguien que no sea reconocido como futuro barón, ante el rey.

 

Además, Lady Marian ya no es una doncella. Con veintiocho años y atrapada en una de las misiones más difíciles de su vida, deberá decidir: ¿un matrimonio con Sir Stephen de Trent? ¿O huir para casarse en el bosque de Sherwood con el amor de su vida? Su decisión no sorprende a nadie, pero su nueva vida no es la soñada y ella debe realizar grandes esfuerzos para cumplir con su misión existencial, luchando contra los opresores y ayudando a los más necesitados.

Participando en otras aventuras y asumiendo decisiones difíciles, tras el asesinato de su padre, ella deberá descubrir si su relación sentimental con Robin Hood es a prueba de fuego. ¿Se quedará en el bosque de Sherwood? ¿O regresará al castillo de Arlongford? Todo parece indicar que el matrimonio secreto de Robin Hood y Lady Marian es inconveniente para ambos, y ellos deben luchar contra sus propios sentimientos, en aras de seguir adelante con sus vidas. De todas maneras, no solo Robin Hood pasó a ser una leyenda, surgió otra, la de Lady Marian.

 

Contenido de la novela:

 

Capítulo uno. La rebelión del Pequeño Juan

Capítulo dos. Las memorias de Lady Marian

Capítulo tres. La peligrosa misión de Lady Marian

Capítulo cuatro. El espectacular rescate liderado por Lady Marian

Capítulo cinco. El asesinato cometido por Lady Marian

Capítulo seis. El matrimonio de Robin Hood y Lady Marian

Capítulo siete. La invasión al bosque de Sherwood

Capítulo ocho. La muerte del barón de Arlongford

Capítulo nueve. El regreso de Lady Marian a la clase alta

Capítulo diez. Lady Marian, una nueva prófuga de la justicia

Capítulo once. Robin Hood y Lady Marian se enfrentan a sus perseguidores

Capítulo doce. La nueva vida de Lady Marian

 

Epílogo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 may 2024
ISBN9798224456772
La verdadera historia de Lady Marian
Autor

Rolando José Olivo

RolandoJOlivo@gmail.com Instagram: @rolandojolivo Systems Engineer with 3 postgraduate degrees: Master's Degree in Applied Economics, Diploma in General Management and Specialization in Management of Social Programs (Summa Cum Laude). Work experience in companies in the oil sector, occupying these positions: Planning and Logistics Manager, Project Coordinator, Financial Advisor and Consultant. Consultant in the economic and financial area. Writer of books on economics, management, self-help, novels and Christianity, among others.

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    La verdadera historia de Lady Marian - Rolando José Olivo

    Copyright

    Título: La verdadera historia de Lady Marian.

    Subtítulo: Y por qué abandonó a Robin Hood.

    Copyright © Rolando José Olivo, 2024.

    Segunda edición de mayo 2024. Segunda versión.

    Libro de ficción histórica y novela romántica.

    Robin Hood, Lady Marian y sus personajes relacionados, mencionados en textos antiguos y en Las alegres aventuras de Robin Hood, se encuentran en el dominio público.

    Las imágenes de la portada son las siguientes:

    1. Mujer con vestido:

    Imagen comprada a Freepik.

    Crédito: italoparnaiba5.

    ID: user129433403.

    Fecha de descarga: 15 de marzo de 2024.

    https://www.freepik.es/fotos-premium/vestido-maxi-aireado-flotando-contra-telon-fondo-00628-02_155119012.htm

    2. Árboles en el bosque:

    Crédito: leemurry01.

    29 de junio de 2021.

    https://pixabay.com/es/photos/%C3%A1rboles-bosque-campo-verde-rural-6374899/

    Dedicatoria

    Al escritor, artista, ilustrador y profesor estadounidense, con amplios conocimientos de las historias y leyendas medievales, Howard Pyle (1853-1911), quien en su best seller Las alegres aventuras de Robin Hood (1883), desarrolló una sensacional historia que refleja de manera extraordinaria al legendario Robin Hood.

    Las alegres aventuras de Robin Hood fue la inspiración para salir adelante con esta publicación.

    Prólogo

    Estimado(a) lector(a).

    Esta obra literaria es un spin-off de Las alegres aventuras de Robin Hood de Howard Pyle, en el cual se desarrolla la historia de Lady Marian, complementando el relato anterior, precisamente con ese personaje relevante que falta en el referido best seller (allí ella solo es nombrada dos veces, en los pensamientos de Robin Hood).

    Cabe destacar que en Las alegres aventuras de Robin Hood hay un orden cronológico y diversas pistas que permiten deducir el año de nacimiento y el de la muerte de Robin Hood. En ese sentido:

    1. Robin Hood asesina a un guardabosques y huye a los bosques de Sherwood a los dieciocho años.

    2. Diez años después, él se encuentra con su sobrino Will Scarlet, y en octubre de ese año, él conoce a Sir Ricardo de Lea.

    3. Un año después Sir Ricardo de Lea visita a Robin Hood para pagar sus deudas y después de abril del próximo año, Robin Hood, el Pequeño Juan y uno de los arqueros del rey son los campeones del torneo. Por lo que Robin ha vivido como forajido por doce años y cuenta con treinta años de edad.

    4. Una década después, fallece el rey Enrique II. Históricamente, eso sucedió el 6 de julio de 1189, siendo Ricardo Corazón de León investido como el nuevo rey de Inglaterra. Por lo tanto, Robin Hood tiene cuarenta años y nació en 1149.

    5. Históricamente, después de la muerte del rey Ricardo Corazón de León, el 6 de abril de 1199, Juan I es el nuevo rey de Inglaterra. En esa época, Robin Hood tiene cincuenta años.

    6. Robin Hood, conocido como el conde de Huntingdon, quien apoyó al rey Ricardo en las cruzadas, decepcionado por su muerte, regresa al bosque de Sherwood. En poco tiempo, él lucha contra los hombres del sheriff de Nottingham y el nuevo rey, falleciendo tras intentar curarse en un convento.

    Por lo tanto, en esta historia, Robin Hood vive entre los años 1149 y 1199.

    Y este spin-off empieza cuando Robin Hood tiene treinta años, varios meses después del capítulo 15, Como Sir Ricardo de Lea pagó sus deudas, de Las alegres aventuras de Robin Hood, y mes y medio antes de los eventos del capítulo 16, El Pequeño Juan se convierte en un fraile descalzo.

    A continuación comienza La verdadera historia de Lady Marian: Y por qué abandonó a Robin Hood.

    ¡Feliz lectura!

    Capítulo uno. La rebelión del Pequeño Juan

    Bosque de Sherwood.

    Nottingham, Inglaterra, febrero de 1179.

    —¡QUE TENGAN UNA BUENA GUARIDA! Este es mi más sincero deseo… —hablaba el Pequeño Juan, mientras se dirigía al grupo de los hombres alegres de Robin Hood. Lo acompañaban Will Stutely y Will Scarlet, dos de los grandes líderes de esa banda—. Esto ha sido muy difícil para todos nosotros. Llevo casi once trabajando con ustedes y ahora que Robin salió a disfrutar una de sus terribles aventuras, podemos hablar tranquilamente sin miedo a ser castigados. ¡Ja! ¡Ja! Por supuesto, no solo espero que tengamos una buena guarida sino abundante comida y bebida, y que no nos falte nada. Pero… ¡Voy a tener que dejar a un lado mi buen humor! Y hablo en serio... No sé cómo decirlo, compañeros y hermanos…

    —¿Terrible aventura? —lo cuestionó Allan a Dale—. Él fue a una misión de rescate, solo… y pidió que confiáramos en él.

    Hubo una pequeña pausa. El Pequeño Juan miraba hacia el suelo, mostrando señales de estar nervioso y derrotado, y en pocos segundos volvió a levantar la cabeza para mirar a sus queridos compatriotas. Dio unos pequeños pasos y casi se cayó, como consecuencia de su evidente gordura y estado de pánico. ¡No era fácil rebelarse contra Robin Hood! Así, él estuviera a muchas millas de distancia. Él trató de no darle importancia a ese incidente ni le quiso responder a Allan a Dale, mientras que ciertas risas y murmullos se oían desde el fondo. Sin embargo, se le escapó un gemido de dolor y era obvio que él caminaba lentamente y no era aquel atleta que derrotó a Robin Hood, antes de aceptar su oferta de empleo. Más bien, él se parecía al impostor que vivió varios meses en el castillo del sheriff, dedicado casi todo el tiempo a comer y beber. Incluso, él no sabía que algunos de los hombres alegres lo llamaban, a sus espaldas, el oso Juan.

    —¿Qué día es hoy? ¿Alguien lo sabe? —El Pequeño Juan trató de disipar las fuertes miradas que lo acechaban.

    —Doce de febrero —replicó Allan a Dale, quien estaba casi en el medio del grupo de más de cuarenta hombres alegres, cuya cara de decepción reflejaba su lealtad incondicional a Robin Hood y agradecimiento por su reciente matrimonio y poder vivir con su esposa, la bella Ellen, en este precioso bosque.

    —¡Bien! ¿Qué día es hoy?

    —Lunes —contestó Allan a Dale, sin dudarlo.

    —¿Lo recuerdas porque tu boda fue justo el día anterior, hace nueve meses? ¡Ay! Alegre Allan a Dale, verás que mi mente es mejor que mi cuerpo, y no pierde agilidad ni con comida, ni bebidas…

    —¡Claro! ¡Estás rejuvenecido porque Lady Marian es tu amante! ¡Hipócrita! —gritó una voz desde el fondo, la cual no pudo ser identificada porque otros hombres, más allá del medio, a más de veinte pies detrás de Allan a Dale, estaban muy juntos, formando una fila horizontal, como si fueran soldados de una legión romana, lo cual impedía que el Pequeño Juan y los dos Will lo vieran.

    El Pequeño Juan se estremeció, tembló un poco, como si fuera una noche de frío intenso, aunque recuperó su compostura rápidamente.

    —¡Gracias por recordármelo, amigo alegre! Por cierto… ¿Para quién es tu lealtad? —Un angustiado Pequeño Juan fingió no escuchar nada, mientras que Will Stutely y Will Scarlet se abrían paso entre la multitud, uno por la izquierda y otro por la derecha para capturar al agresor.

    —¡Para Robin Hood y sus hombres alegres! —enfatizó Allan a Dale—. Pequeño Juan… ¿Por qué quieres dividirnos? ¡Debemos ser un solo grupo! No tiene sentido que un bando quede a las órdenes de Robin y el otro bajo tu comando. Acaso, ¿crees que el bosque puede partirse en dos? ¿O que los ciervos respetarán tus límites? ¿O que nuestros huéspedes podrán decidir de qué lado del bosque se les agasajará? Pequeño Juan… ¿por qué quieres dividirnos? Tú no puedes luchar contra el sheriff ni enfrentarte a ninguno de sus secuaces, así tengas a los mejores hombres alegres.

    —Más bien… ¡Robin Hood vale más que veinte, treinta o cuarenta de nosotros! ¡Así este triste, desanimado o de mal humor, nadie puede vencerlo! ¿Esperas un milagro? Pequeño Juan… La edad te está afectando… tu gordura y tus otros vicios. ¡Sientes mucha debilidad por las mujeres y por todos los placeres de la vida! ¿Por qué no cambias de actitud? ¿Por qué no te confiesas con el fraile? ¡Ay, Pequeño Juan! ¿Por qué no agradeces todo lo que Robin Hood hace por nosotros? ¿Qué piensas?

    —¡Ay! Alegre Allan a Dale… Yo que te quiero tanto como a un hijo… ¡Me duelen tus palabras! Espero que te retractes… ¡Y te disculpes! ¿Por qué me cuestionas? ¿Por qué quieres traicionarme? ¿Quieres irte con Robin? Si es así… ¡vete! Te dejaré irte en paz… ¡Vete con tu esposa! Pero, lo que tienes aquí, no lo tendrás en ninguna otra parte…

    —No te estoy cuestionando ni traicionando. Lo que quiero saber es por qué quieres derrocar a Robin y llevarte a los mejores hombres a tu lado… ¡Explícame la situación! Soy todo oídos, no es cuestión de dar una disculpa o de irme de mi hogar, ¡qué es más mío que tuyo! Pero, si no reflexionas… Nos batiremos en duelo… ¡A muerte! Si es necesario.

    El Pequeño Juan seguía nervioso y su cara no era agradable. Él nunca pensó que su protegido, Allan a Dale, se enfrentaría a él, en esos términos, en frente de los hombres alegres. La situación exigía que al menos uno de los dos diera una disculpa o ambos pelearan, como lo hacen dos machos alfa por el control de una manada. Obviamente, el Pequeño Juan no estaba en condiciones de enfrentarse con otro luchador, incluso más ágil y joven que él. Su salvación llegó de una manera inesperada.

    —¡No! Mi amor, ¡no hagas eso! —Una fuerte voz femenina retumbó, muy cerca de Allan a Dale. Era la bella Ellen, quien en pocos segundos se le acercó, lo abrazó y apoyó su cabeza en los hombros de su marido, llorando sin parar—. ¡No! Morirás en combate… Y Robin no está aquí.

    Otra voz surgió del fondo.

    —Pero, ¡yo sí! Y siempre estaré a sus órdenes… Así como los casé, soy responsable que estén juntos por el resto de sus vidas, como, ¡debe ser! —espetó el agresivo y poco carismático fraile Tuck.

    —¡Gracias! —dijo Ellen, quien volteó para verlo, todavía con su cara repleta de lágrimas.

    El Pequeño Juan se había quedado callado, pero observaba de cerca a los tres, y al divisar que Allan a Dale lo veía con mala cara, abrazando a su mujer, le clavó una mirada penetrante, expresando:

    —Bueno, Allan, antes que entremos en combate, ¿quieres explicaciones? ¿Quieres saber por qué estamos aquí? Esa es una larga historia…

    —¡Quiero escucharla! Así estemos aquí día y noche sin comer ni beber, ni descansar ¡Hasta la dama se merece una buena explicación de tu miserable conducta! —gritó Allan a Dale de una manera desafiante.

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    —¡Queremos escucharla!

    Casi todos los hombres alegres gritaron esas dos palabras, una y otra vez, durante varios segundos. El Pequeño Juan tocó un cuerno que tenía amarrado a su cintura, similar al de Robin Hood, y todos se callaron. Incluso, aparecieron más hombres alegres, dirigidos por el rudo Arthur a Bland, quienes prácticamente rodearon a los demás. Mientras que algunos no apartaban sus miradas de Allan a Dale, Ellen y el fraile Tuck.

    —¡Ya basta! Por supuesto, los convoqué para explicarles la situación. ¡Déjenme hablar! Pido paz, mientras tanto… ¡Paz, hombres alegres! ¡Paz, Allan a Dale! ¡Paz, fraile Tuck! En ausencia de Robin Hood, sigo siendo el jefe de todos ustedes, y deben acatar mis órdenes. —Estas exclamaciones de paz fueron una imitación del estilo de Robin Hood, quien varias veces para evitar una masacre, simplemente gritaba con una cara de furia y dolor: ¡paz, Pequeño Juan! Aunque el mensaje fue comprendido por todos los hombres alegres, quienes, en esos momentos, se acordaron de su carismático y querido líder.

    Todo estaba en calma, ante la expectativa que el Pequeño Juan iba a decir la verdad.

    —¡Bien! Como esto contribuirá con la paz, se lo voy a explicar a todos. Pero, les adelanto que el problema es la obsesión de Robin con Marian… ¡Por eso es que él no es el mismo de antes!

    El Pequeño Juan no pudo seguir hablando porque Will Scarlet, el sobrino de Robin Hood, quien nunca fue leal ni agradecido con su tío, trajo al infractor amarrado. Era Midge, el hijo del molinero. Al llegar donde estaba el Pequeño Juan, y consciente de la tensa situación, Will Scarlet vio al jefe encargado de la banda y luego a su gran amigo, el otro Will. Giró la cabeza de un lado a otro, mientras que su mirada se posaba en el Pequeño Juan o en Will Stutely, pero después de hacer esto, como dos veces, volteó hacia atrás, sintiendo a Arthur a Bland y al fraile Tuck casi encima de su espalda. Todo sucedió muy rápido y era evidente que Arthur a Bland había traicionado al Pequeño Juan.

    A pesar de sus limitaciones físicas, el Pequeño Juan conservaba sus habilidades intelectuales. Sabía lo que tenía que hacer para garantizar la paz y el orden.

    —¡Paz, Will Scarlet! ¡Suéltalo! Deja que regrese con su grupo. ¡Quiero paz! ¡Paz, Arthur a Bland! ¡Paz, fraile Tuck! —En esos breves instantes, en los que el Pequeño Juan tuvo que lidiar con un Will Scarlet que dudaba de soltar a su prisionero, él comprendió la frustración y desespero, que había sentido el llamado rey de los ladrones, en otras ocasiones, cuando él estaba listo para torturar o asesinar a sus enemigos, mientras que Robin Hood se oponía a sus malas acciones.

    Will Stutely desamarró al querido molinero y lo dejó ir. Él prefirió quedarse al lado de Allan a Dale y Ellen, quienes lucían como los verdaderos representantes de Robin Hood. Un guiño de un ojo, casi simultáneo, entre Allan a Dale y Arthur a Bland fue percibido por el astuto Pequeño Juan, quien no pudo disimular que le temblaban las manos.

    Acto seguido, ante las fijas miradas de sus aliados y adversarios, el Pequeño Juan inició su discurso:

    —¡Queridos hombres alegres y también, querida Ellen, tú también eres una dama alegre! Somos hermanos y compañeros. ¡Hermanos de verdad! Quiero aclarar varias cosas… Pero, ¡me cuesta decirlo!

    —Hace un mes, éramos noventa y cinco hombres alegres sin contar a la dama. Ahora somos como sesenta… Ustedes saben qué quince desertaron, eran espías del sheriff y los otros veinte han sido capturados por el sheriff. Lamentablemente, todo esto ocurrió en menos de un mes.

    El Pequeño Juan retrocedió un poco y tuvo que ser sujetado por otro hombre alegre, quien evitó que él se cayera. Siguió hablando, haciendo caso omiso de las caras extrañadas:

    —¿Qué está pasando?

    Hizo una pausa…

    —¿Qué le sucede a Robin Hood?

    Volvió a detenerse.

    —¿Robin Hood está herido por Cupido y ya no puede ni siquiera dirigir a los hombres alegres?

    Y seguía hablando así. Cada vez que pronunciaba una frase, él veía las caras de los demás, esperando que las mismas fueran más de dudas que de rechazo. 

    —Es mi responsabilidad velar por la vida y salud de todos ustedes, ¡con o sin Robin Hood!

    —Lo que ustedes no saben, ahora lo van a saber… La semana pasada, Robin, mi persona y los dos Will, arrinconamos a los quince traidores. Estoy seguro que los desertores iban a hablar con el sheriff para darle información valiosa de nuestras operaciones en Sherwood… y por culpa de esos espías, tenemos los otros veinte hombres capturados… ya deben estar torturándolos para que revelen información importante.

    —Le recomendé a Robin que asesináramos a estos bribones, que no tienen honor ni lealtad, y prefieren vivir apoyando a los opresores.

    —Entonces, ¿qué dijo Robin? Para nuestra sorpresa, él se burló de mi y dijo: ¡paz, Pequeño Juan! Mis dos grandes hermanos, Will Stutely y Will Scarlet me apoyaron, pero se negaron a desobedecer a Robin. Él dejó que esos forajidos se fueran a las Tierras Altas, aunque los amenazó y estoy seguro que no volverán a Inglaterra… Pero, ¡eso no me gustó! En pocos meses, cualquiera de ellos puede regresar… Por lo que debemos mover nuestro campamento, más hacia el norte, pero, así tardaremos mucho tiempo en entrar y salir de Sherwood. ¿Había necesidad de esto?

    —Uno de los desertores es Guy de Gisbourne… ¡Él vino a nuestro bosque disfrazado! ¡Qué desgracia!

    Se escucharon muchos murmullos, por lo que el Pequeño Juan esperó unos instantes y luego prosiguió:

    —¡Sí! ¡Ese forajido y asesino!

    —Robin… Lo conocía y lo dejó entrar a nuestro amado bosque de Sherwood, poniendo en riesgo nuestra seguridad, y lo dejó ir como si nada hubiera ocurrido… ¡Qué desgracia! Le he pedido ayuda a San Dunstán.

    —Y con respecto a unos días atrás…

    —Robin… Quien es casi un innombrable. Se fue solo para rescatar a los veinte hombres alegres. ¿Por qué no permitió que lo acompañáramos? Se lo dije, antes que se fuera: voy contigo, necesitamos a nuestros mejores guerreros, Will Stutely, Will Scarlet, Arthur a Bland, Allan a Dale, David de Doncaster, Wat, el hojalatero… ¡No! Pequeño Juan, iré solo. ¿Qué? Robin te volviste loco… ¡Quédate a cargo! La bella Marian me ayudará. Seguí discutiendo con él, pero, no me hizo caso. Su última respuesta fue: ¡paz, Pequeño Juan! ¡Quedas encargado de cuidar a los hombres alegres!

    El Pequeño Juan hizo una breve pausa. Will Scarlet le dio una jarra de licor y al terminar de beber todo rápidamente, siguió hablando con la bebida en la mano:

    —¿Ustedes creen que Robin con esa mujer, torpe e indefensa, Lady Marian… no me importa que Ellen me escuche… que ellos van a poder liberar a nuestros hombres alegres? ¿Ustedes creen que Robin está bien de la cabeza?

    —¡Por su culpa, llegaron los espías y hombres de reputación dudosa que después desertaron!

    —¡Por su culpa, Guy de Gisbourne nos conoce!

    —¡Por su culpa, capturaron a veinte de nuestros hombres alegres!

    —¡Por su culpa, estamos así, indefensos!

    —¡Por su culpa, los traidores se fueron a las Tierras Altas!

    —¡Por su culpa el peligroso Guy de Gisbourne sigue libre!

    —¡Por su culpa, los traidores pueden volver!

    —¡Por su culpa, el sheriff puede saber algo de nuestras debilidades e invadirnos pronto!

    —¡Por su culpa, debemos mudarnos a donde es casi imposible vivir!

    —¡Por su culpa, estaremos muy lejos de los caminos, y será muy difícil asaltar a nuestros clientes!

    Al Pequeño Juan se le cayó la jarra al suelo, la cual quedó hecha pedazos. Pero eso no era importante. Él siguió hablando:

    —Como les dije a algunos de ustedes ayer, hay dos opciones, o me aceptan como su nuevo jefe, o nos dividimos en dos grupos, el mío y el de Robin y Marian, pero, me temo que tal vez Robin Hood no regresará… ¡También quiero ir a rescatar a nuestros hombres alegres! ¡Eso es urgente!

    Concluido este discurso, prevaleció el silencio por un largo rato. El dilema era considerable. Nunca antes los hombres alegres habían considerado que debían sublevarse contra Robin Hood. Había dos opciones, continuar confiando en el intrépido líder, pasara lo que pasara, o aceptar las propuestas del Pequeño Juan, quien para evitar un combate planteó separar la banda en dos grupos, y quería que cada quien decidiera de qué lado estaba.

    —Por cierto, ¿dónde está David de Doncaster? —espetó el Pequeño Juan.

    De repente, quedaron sorprendidos por los ruidos de cascos de caballos. Algunos se percataron que un carro con algunos baúles, jarras de cerveza y víveres había sido estacionado cerca. Ni el Pequeño Juan, ni los demás podían creer lo que estaban viendo. Robin y Marian encabezaban la procesión, cada uno en su ejemplar, más atrás venía David de Doncaster, un hombre y una mujer, desconocidos por ellos, y los liberados con otros hombres. Algunos venían

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