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SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado
SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado
SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado
Libro electrónico203 páginas3 horas

SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado

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Ser feliz en pareja al segundo intento

Se calcula que en Europa se rompe un matrimonio cada 30 segundos. España es el país donde más ha crecido la ruptura familiar, ya que el número de divorcios aumenta a un ritmo tres veces superior al de las bodas.

Si al igual que la autora y las mujeres que ofrecen su testimonio en este libro, te has emparejado con uno de esos hombres que quedan libres cada medio minuto, bienvenida al club. Haber fracasado con la primera pareja no significa que no haya otra oportunidad para el amor. Al contrario: a menudo la experiencia de un divorcio aporta lucidez y sabiduría para no volver a cometer los mismos errores.

Esta guía práctica se dirige a las mujeres que han encontrado al hombre de su vida, dispuesto a ser feliz en pareja al segundo intento. Explora las dificultades que pueden surgir en una unión de este tipo, pero también las oportunidades.

Con este manual las lectoras aprenderán a…

  • cambiar el guión de su vida
  • evitar el «síndrome de Rebeca»
  • distinguir el divorcio emocional del legal
  • respetar las fases del duelo y readaptación
  • convivir con hijos de un anterior matrimonio
  • afrontar el reto de una nueva paternidad

 

«El amor merece una segunda oportunidad,

siempre que no sea con la misma persona.»

Mae West

 

La periodista Sonsoles Fuentes ha escrito más de una decena de obras sobre relaciones de pareja, entre ellas la novela Como la seda. Como su protagonista, la autora ha indagado en los entresijos sentimentales de quienes se enamoran de un hombre separado para escribir Segundas Esposas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2024
ISBN9798224538089
SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado
Autor

Sonsoles Fuentes

Soy española, gaditana por parte de madre y de nacimiento. En Cádiz disfruté de mi primera infancia hasta los nueve años. Después nos trasladamos a Barcelona, en cuyo puerto mi padre ocupó el cargo de patrón de cabotaje. Papá es gallego, así que entre tanta mezcla de genes y cultura, siento que pertenezco a la Tierra de Nadie, y al mundo entero. Me licencié en Ciencias de la Información, aunque mi madre quería que fuese abogada porque le encantaban las películas de juicios. Ella me contagió la pasión por el cine. Después, contra todo pronóstico comencé la carrera profesional en la radio. Mi timidez era de tal magnitud que la vocecilla temblorosa hacía pensar a los oyentes que algo extraño sucedía en el estudio. Años después, cuando ya conducía mi propio programa, me puse a hablar de parejas y de sexualidad, y hasta hoy. Actualmente escribo, siempre que haya hueco, para diversas publicaciones, como el Magazine de La Vanguardia, o las revistas Woman, Man, Glamour y Sexologies. También he colaborado en la sección de sexualidad del programa "La naranja metálica", emitido en Canal 9, y como contertulia en varios espacios televisivos. He publicado más de una decena de obras, entre ellas, el bestseller "Soy madre, trabajo y me siento culpable", "Chicas malas. Cuando las infieles son ellas", "Él está divorciado", la novela "Como la seda" y varios manuales de sexualidad y relaciones de pareja, como "Sex Confidential. Fantasías eróticas y otros secretos de nuestra vida sexual", "Sedúceme otra vez" o "Inteligencia sexual". He escrito otras obras de ensayo relacionados con los conflictos familiares y los trastornos a los que nos conducen los ambientes de trabajo intoxicados. Y mis novelas no son, por ahora, de tendencia erótica, salvo que la escena lo exija. La última novela publicada se titula "Alas negras y chocolate amargo".

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    SEGUNDAS ESPOSAS, guía para las que se enamoran de un hombre separado - Sonsoles Fuentes

    Las olvidadas

    Aquella mañana me entrevistaron en un programa de radio. ¿El tema? Ese asuntillo de las relaciones de pareja. Hace más de diez años que escribo y hablo del mundo de los sentimientos y la sexualidad y, aunque te cueste creerlo, aún me pongo nerviosa ante un micrófono. Durante esos diez minutos que dura la entrevista, por muy amable y simpático que se muestre el locutor, gasto toneladas de energía y me quedo exhausta. Así que, al salir de la emisora, aproveché que el cielo estaba despejado de nubes y paseé por las calles mirando escaparates, al tiempo que recibía la vitamina D que el Sol nos suministra sin necesidad de echar mano de la tarjeta de crédito que, por cierto, me había dejado en un cajón de casa prudentemente.

    De pronto, mi vejiga dirigió mis andares en busca apresurada de unos servicios. Afortunadamente, tenía un centro comercial a sólo dos pasos de donde me encontraba y entré en el laberinto de corredores, siguiendo la señal indicadora de los aseos.

    Tres mujeres —pronto deduje que eran dependientas de algunos establecimientos— habían encontrado en los lavabos el refugio donde compartir sus confidencias. Una de ellas, en torno a los veinticinco años, parecía retocarse el maquillaje que había sufrido los estragos de las lágrimas recién vertidas.

    No me acuses de chismosa, por favor, te aseguro que era imposible no escuchar la conversación.

    —Estoy agotada, de verdad que lo estoy —continuaba sollozando la chica—. He invertido mucha energía en esta relación, y él la ha dedicado únicamente a sus peleas con la ex. Cuando me decidí a alquilar el piso no prestó la más mínima atención a cualquier cosa que yo dijera sobre la decoración. Nada de lo mío es importante, nada de lo nuestro lo es. Y ahora, cuando ya lo tengo arreglado, pretende meterse en mi casa como si nada. Cuando le dije que no quería que viviera conmigo si entraba en el piso con esa mochila llena de problemas, se me quedó mirando enfurruñado y me acusó de egoísta. ¡Egoísta, yo, que he aguantado el culebrón de su divorcio durante más de un año!

    —Los tíos son así, Silvia —aseveró la de más edad—, no hacen más que mirarse el ombligo. Y cuando una va a pedir un poco de atención, pues eso, que somos unas egoístas.

    —¿Sabes qué se me ocurre a veces? Que me gustaría que me odiara tanto como odia a su ex mujer. Que así estaría más pendiente de mí. Porque es lo que parece, ¿entiendes? Que esté más pendiente de ella que de mi persona.

    —Pero, si no le dejas vivir contigo —titubeó la otra joven, una muchacha rubita con la cara pálida—, puedes perderlo. Es posible que decida dejarte.

    Silvia la miró horrorizada.

    —¿Y qué? ¡Pues que me deje! ¿Qué crees que deseaba cuando comencé a salir con él, un novio que presentar a mis padres, para que se enteraran de que su niña no se iba a quedar soltera ni era lesbiana o algo por el estilo? ¡Lo que yo deseo es ser feliz! ¿Eso es egoísmo? ¡Pues soy una egoísta!

    A esas alturas de la conversación, salí de mi cubículo y me dirigí al lavamanos. Estaba claro que mi presencia no las incomodaba.

    —No, no, si yo te admiro mucho, de verdad —continuó tartamudeando la rubia—. Con los problemas que ha dado esa mujer.

    Interpreté que «esa mujer» era la ex del novio de Silvia.

    —Y él —rectificó Silvia—. Esa mujer y él, que la escucha demasiado. Le sigue el rollo, ¿entiendes? Aunque sea con discusiones, le sigue el rollo, baila al son que ella toca. ¿Qué hacía antes de separarse? Pelear. ¿Qué hacen después? Pelear. Y yo no veo dónde está el divorcio.

    —Sí, claro. Comprendo que todo esto te venga grande. Estoy segura de que yo no hubiera soportado todo ese peso.

    «No, qué va», pensé con ironía mientras abandonaba aquellos aseos. Si mi radar no andaba estropeado, aquella rubia sufría de un galopante síndrome de Bridget Jones cuya velocidad se aceleraba por cada minuto de vida que pasaba sin un hombre a su lado. Una mujer que, al contrario que su compañera Silvia, siente que más vale estar en compañía de cualquier hombre que quedarse sola, que devora cualquier manual que le dé las claves para cazar al marido perfecto y que le abrirá los brazos al primer candidato que se le presente para formar una familia, aunque él no se parezca ni un ápice al hombre de sus sueños. Una mujer que cede a la presión social que le arrastra a emparejarse para ser una mujer completa y que por eso aceptará las reglas del juego que ese individuo imponga, que caerá en la trampa de todos los chantajes emocionales posibles, que ella misma los utilizará para no perder al hombre cazado. Una mujer dispuesta a hincarle el diente al novio de Silvia a la que ésta rompa con él, cansada ya de su eterno divorcio. Una mujer que mira a un sapo y ve a un príncipe. Una mujer con dependencia afectiva de diagnóstico grave. Una mujer para quien la ausencia de amor es una patología peor que la adicción afectiva.

    Como una magdalena proustiana, la conversación de aquellas mujeres removió algo dentro de mí: el recuerdo de los primeros años con mi pareja, convulsos y embadurnados de conflictos. Aquellos problemas han quedado muy lejos, afortunadamente. Podemos enorgullecernos de haber superado juntos las dificultades que entraña todo lo que arrastra un divorcio y de que en ese proceso nos hicimos más fuertes. El diálogo que escuché en esos servicios públicos me puso a prueba: logré oírlos sin un atisbo de ansiedad. Aunque pude detectarla en la voz y el semblante de Silvia. Una voz temblona y grave que refleja las pasiones y angustias del colectivo al que pertenece. Percibí la ansiedad de quien se siente indefensa, sin apoyo ni comprensión de nadie. Porque en este asunto del divorcio, que tanto espacio ocupa en los medios de comunicación y en las charlas familiares o tertulias entre amigos, Silvia y todas las segundas mujeres son las grandes olvidadas, las figuras sobre las que llueven todos los problemas, y aun así, las últimas que son atendidas, si es que alguna vez se les atiende, si alguien se ocupa de su estabilidad psíquica y emocional, perturbada una y otra vez por un divorcio en el que están implicadas, aunque no se trate de su propio divorcio.

    Cuando la segunda mujer se lamenta de su situación, el oyente de turno suele restarle importancia argumentando que todas las relaciones son problemáticas:

    —Ay, chica, cuando no hay hijos o una ex hay una suegra, ¿entiendes?

    Sí, claro que lo entiende. ¿Entiende quien no se mete en su piel que en las segundas relaciones pueden interferir una ex, los hijos del matrimonio anterior, una suegra y hasta una ex suegra, los cuñados y los ex cuñados? ¿Entiende que hay factores que afectan a las segundas parejas y que las diferencian de las primeras? ¿Entiende que en este puzzle no siempre se logran encajar todas las piezas? Qué va. No todo el mundo comprende en qué embolado te has metido. Y en el peor de los casos, tienen la osadía de echarte en cara que te involucraras en la vida de una persona divorciada, como si te llevaras tu merecido por haberte enamorado de alguien en esas circunstancias.

    Y por eso, tan a menudo, te sientes olvidada.

    Baile de cifras y de tópicos

    En Europa se rompe un matrimonio cada 30 segundos y España es el país donde más ha crecido la ruptura familiar en los últimos diez años (un 72%). En nuestro país, el número de divorcios aumentan a un ritmo tres veces superior al de las bodas, según el Instituto de Política Familiar, y son los hombres quienes buscan una nueva pareja con mayor rapidez que ellas, la mayoría de las veces, cuando todavía necesitan resolver asuntos pendientes con la anterior relación, tanto económicos como psicológicos, cuando aún no han superado el divorcio emocional, aunque el papeleo esté en regla (actualmente, el 80% de hombres divorciados y el 70% de mujeres vuelven a casarse; una de cada cinco bodas que se celebran en la Unión Europea es el segundo matrimonio de, al menos, uno de los contrayentes). La consecuencia suele ser que los problemas no resueltos se vuelcan en la nueva relación y tienen efectos a corto y largo plazo.

    Si uno o ambos miembros de la nueva pareja aportan hijos, la situación se complica aún más. Hay que tener en cuenta, entonces, de qué manera han superado o no la separación de sus padres. A menudo ven a la nueva pareja del progenitor como una intrusa que impide la soñada reconciliación de los papás. También cambian las circunstancias si son niños pequeños, si se encuentran con las hormonas alteradas por la pubertad o, lo que es peor, la adolescencia.

    En España, el 11,3 por ciento de hombres y el 10 por ciento de mujeres que se casan están divorciados. Pero hay que tener en cuenta que en esta radiografía que ofrecen las estadísticas no se muestran las parejas que no formalizaron su unión ni la disolución de su vínculo sentimental o las que lo hicieron de otro modo, es decir, las rupturas de hecho. Por tanto, a los datos sobre divorcios y nuevos matrimonios, hay que añadir los de todas aquellas parejas que se separan sin haberse llegado a casar nunca, en las que los sentimientos que se generan con la ruptura son los mismos, en realidad, que las que pasaron por el juzgado. Aunque tengan menos papeleo que mover —si compartían una hipoteca, los conflictos legales son prácticamente los mismos que si hubieran pasado por la vicaría—, no tiene por qué ser menos dramático. Algunas —cada vez más— también tienen hijos sin haberse casado.

    Pero, si nos ponemos sinceras, a ti este baile de cifras no es lo que más te preocupa. Lo que a ti te preocupa, deduzco puesto que estás leyendo u hojeando este libro, es esa mochila a la que se refería Silvia. Esa mochila que también a ti te gustaría que soltara para comenzar de nuevo, partiendo de cero, como nos gustaría comenzar las relaciones a las que formamos parte del club de las segundas mujeres. Partir de cero odios, de cero rencillas, de cero intrusismos, de cero ataques de rabia, de cero miedos... De todo aquello que empuja vuestra relación al borde del precipicio para que se despeñe.

    No sé en qué momento de la relación te hayas tú. Si estás en el periodo del maravilloso enamoramiento, en esa fantástica etapa primera en la que domina la pasión arrolladora, la magia, el misterio y la ceguera, no comprendo qué diablos haces con este libro entre tus manos. Se necesita un tiempo para comenzar a vislumbrar las amenazas a vuestra felicidad, los conflictos o, por decirlo con total y absoluta objetividad: para toparse de bruces con la realidad. La realidad de que tu príncipe no era un príncipe porque los príncipes no existen. La realidad que te está llevando al desencanto, a la decepción de la vida amorosa —a la que contribuye el equivocado concepto del amor romántico que nos han inculcado y al que nos empeñamos en aferrarnos—, pero no, como sucede con otras parejas, porque la rutina se haya colado en vuestras vidas, sino porque los problemas os sobrepasan y a él ningún mago le ha regalado una espada Excalibur para hacerles frente.

    Deduzco, puesto que tus manos han cogido este libro del estante de la librería o lo has descargado de tu tienda digital —o te lo han regalado, o lo pediste prestado en la biblioteca—, que ya has tenido oportunidad de descubrir hasta qué punto te incumbe lo que se explica en estas páginas.

    No pretendo desalentarte, sino prevenirte de algunas situaciones engorrosas con las que te puedes encontrar, por si las historias de otras mujeres en tu situación te despejan las dudas que surjan. Si no todas, al menos, algunas de ellas.

    Muchas mujeres y hombres viven el enfrentamiento con esa realidad como el fin del amor. Y eso ocurre demasiado a menudo, ya se encuentren en la primera relación o en la quinta. ¡Cuánto daño han causado los cuentos de hadas, las películas romanticonas y los culebrones televisivos! Historias que nos trasladan la idea de que basta con quererse para superarlo todo, historias que se inventaron cuando la mayor parte de la población moría antes de cumplir los veinticinco años. ¡Por supuesto que era fácil amarse por siempre jamás cuando la esperanza de vida era tan corta! Además, ¿qué importancia tenía el amor cuando la principal preocupación era alimentarse y superar epidemias?

    Las segundas relaciones no son un invento del siglo XX. En siglos anteriores era muy común que un cónyuge se quedara viudo y que, por razones de supervivencia, se volviera a casar. Los avances médicos y una espectacular mejora en la calidad de vida supusieron un frenazo en esta tendencia, pero el divorcio ha logrado reactivarla. Sin embargo, los motivos para establecer una nueva relación son muy diferentes a los que tenían nuestros antepasados. Nosotros, que hemos sido concebidos y criados en el estado de bienestar, optamos por la vida en pareja con más libertad y, aunque la vida en solitario sigue siendo difícil, no se busca en la relación estable una seguridad económica, ni las gratificaciones del sexo del que, en aquellos tiempos, apenas se podía disfrutar fuera de la vida conyugal. Aunque en algunas personas aún hacen mella las viejas ideas que otorgan respetabilidad a quienes contraen matrimonio, la mayoría de seres humanos del mundo occidental anhelamos eso tan difícil de definir que llamamos «amor». Deseamos sentirnos especiales junto a un compañero que nos acepte, que nos comprenda, con quien nos apetezca ensayar en la cama hasta conseguir la compatibilidad sexual y una vida plena. Y si después de un tiempo de intentos descubrimos que nos hemos equivocado, para eso está el divorcio, para corregir el error y ofrecernos la oportunidad de elegir de nuevo a otra compañía con quien aventurarnos en la búsqueda de ese sendero hacia la felicidad.

    Existen muchas creencias en torno al divorcio. Creencias que lo interpretan, por ejemplo, como la destrucción de la familia, considerada como la base de la sociedad. Creencias que lo traducen en el fracaso de los que carecen de facultades para convivir, en el descalabro de los que no han sabido aguantar por razones tan equivocadas como el bien de sus hijos (¿qué clase de bienestar proporciona un hogar donde los adultos responsables de esas criaturas prolongan sus disputas durante años o transmiten, día tras día, una profunda amargura? ¿De veras creen que se puede silenciar la infelicidad, que no enseñan a sus hijos a ser infelices?). Creencias que juzgan a los que se divorcian como seres egoístas e inmaduros, que toman la decisión de unirse o separarse de forma irreflexiva, a los que se les culpabiliza, incluso, de criar a futuros jóvenes tiranos y propensos a la delincuencia porque ese es el fruto de una familia rota.

    Uno de los objetivos que me propuse al escribir estas páginas es poner en tela de juicio todos estos tópicos que castigan a quienes se divorcian y que también salpican a las relaciones que se inician a posteriori. No es de extrañar que el divorciado se sienta cuestionado por quienes le rodean cuando se decide a dar un paso en serio con la segunda mujer, sobre todo cuando se sienta con ella en una sucursal bancaria para firmar una nueva hipoteca: «¿En serio te vas a arriesgar otra vez? ¡Tío, pero si te echaron de tu casa!», le espeta un amigo con la mejor de las intenciones, seguramente.

    Esta toma de conciencia de la fragilidad del matrimonio no se ha engendrado así como así. Una vez más, las estadísticas convierten en realidad lo que el ciudadano medio presupone. Prepárate para otro ramalazo de ansiedad porque tengo que ofrecerte otro dato desagradable: las segundas parejas tienen más probabilidades de romperse que las primeras. De hecho, las cifras de personas que contraen segundas nupcias van en aumento, pero también crece el porcentaje de segundos divorcios. En el 8,5 por ciento de los 126.952 divorcios registrados en nuestro país en el 2006 al menos uno de los integrantes ya había pasado por el mismo trance con anterioridad. Es más, los segundos matrimonios tienden a durar menos que los primeros.

    Bien. No nos pongamos nerviosas. Bajo mi humilde punto de vista, esta colección de relaciones monógamas sucesivas a la que nos estamos aficionando es una consecuencia natural del alargamiento de la esperanza de vida antes comentado. Pero dejarlo ahí sería como cubrirse los ojos de tupidos velos, no nos engañemos. Y tú no eres de las que esconden la cabeza en la tierra, ¿verdad que no? Tú eres una

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