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Al mal tiempo, buena cara, Laura
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Al mal tiempo, buena cara, Laura
Libro electrónico294 páginas4 horas

Al mal tiempo, buena cara, Laura

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Información de este libro electrónico

Una exitosa emprendedora en el mundo editorial...

Un grupo de tres amigas que son como hermanas...

Un cirujano plástico y una larga lista de exnovios...

La noticia de una enfermedad inesperada y un viaje lleno de aventuras...

 

Sinopsis
Laura siempre ha tenido todo bajo control en su vida; desde las decisiones que tomó siendo joven para asegurar su éxito laboral, hasta sus sentimientos en las relaciones amorosas. Pero el caos aparece de repente en su vida alterando el control y la tranquilidad que siempre tuvo, al enterarse de que morirá antes de cumplir los treinta. Al recibir la noticia, Laura decide buscar a sus exnovios y amoríos de una noche con ayuda de su amiga Karol. ¿Por qué buscarlos le ayudaría a prevenir el irremediable acto de su muerte? Evitar a toda costa enamorarse de Santiago Contreras es lo único que tiene en mente mientras pone en marcha su alocado plan.


Al mal tiempo, buena cara, Laura es una novela romántica de comedia ambientada en Bogotá, Colombia, con un toque de drama. Similar a películas como Contando a mis ex, Locas por las compras, sin compromiso y cualquier película de comedia romántica que te deje una reflexión al final de la historia.

IdiomaEspañol
EditorialLida Gómez
Fecha de lanzamiento11 mar 2024
ISBN9798224949984
Al mal tiempo, buena cara, Laura

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    Al mal tiempo, buena cara, Laura - Lida P. Gómez

    Sinopsis

    Laura siempre ha tenido todo bajo control en su vida; desde las decisiones que tomó siendo joven para asegurar su éxito laboral, hasta sus sentimientos en las relaciones amorosas. Pero el caos aparece de repente en su vida alterando el control y la tranquilidad que siempre tuvo, al enterarse de que morirá antes de cumplir los treinta. Al recibir la noticia, Laura decide buscar a sus exnovios y amoríos de una noche con ayuda de su amiga Karol. ¿Por qué buscarlos le ayudaría a prevenir el irremediable acto de su muerte? Evitar a toda costa enamorarse de Santiago Contreras es lo único que tiene en mente mientras pone en marcha su alocado plan.

    Playlist

    Queridos lectores, la música es una pieza fundamental a la hora de crear historias, porque inspira y permite que todo el proceso de creación sea mucho más fácil. Aquí les comparto el QR de la playlist que creé mientras iba escribiendo. Cada canción se identifica con capítulos específicos. ¡Disfrútenla!

    Glosario de expresiones

    Esta novela está ambientada en Colombia y sus personajes son colombianos. Por lo que contiene modismos y expresiones que se usan en Colombia y Latinoamérica. Por esa razón, decidí crear este espacio, especialmente para que conozcas esas expresiones y un poco más de nuestros modismos.

    Tipo: Manera en la que nos referimos a los hombres.

    Ponqué: Hace referencia al pastel de cumpleaños. Cuando una persona está muy feliz y sonríe bastante, se dice que tiene cara de ponqué.

    Caído del zarzo: Así se le dice a una persona muy ingenua o poco inteligente.

    Mija/o: Abreviación de mi hija. Se usa de manera cariñosa para referirnos a alguien de la familia.

    Esqueleto: Una camiseta sin mangas, fresca y suelta. Utilizadas principalmente por los hombres.

    Carro: En Colombia no acostumbramos a decir auto, sino carro.

    Coger: Para nosotros, el verbo coger solo hace referencia a sujetar, tomar o agarrar un objeto.

    Chino-chinito: Las personas del interior del país solemos decir esta palabra para referirnos a un niño o alguien joven.

    Gomelo: Persona que disfruta o presume con ropa y modales asociados con la clase alta, o que proviene de dicha clase socioeconómica. Por lo general se utiliza de manera despectiva.

    Llenadora: Se refiere a una persona que molesta o fastidia.

    Tiene huevo: Expresión costeña que se refiere a algo sorprendente, asombroso o descarado.

    Sancocho trifásico: Es una sopa espesa que lleva pollo, carne de res, carne de cerdo, papa, yuca, plátano verde, mazorca, papa amarilla, papa pastusa, ahuyama, zanahoria y cilantro.

    Cover: Es un precio fijo de entrada a ciertas discoteca. Según el lugar puede variar la tarifa.

    Tamal: Plato típico del Tolima principalmente. Sus ingredientes son: arroz guisado, rodajas de zanahoria y papa; tocino, pollo y huevo cocido.

    Parquearse: En Colombia utilizamos esta expresión en lugar de decir estacionarse.

    Sudadera: Pantalón especial para hacer deporte. Pueden ser de tela o impermeables con resorte elástico en la pretina.

    Saco: Prenda de vestir para proteger del frío. Es un suéter o abrigo.

    Palo de pincho: es un palo de madera muy delgado que se utiliza para ensartar comida.

    Papas: Es un tubérculo. Conocido como patatas en España.

    Tesa: Persona hábil para realizar ciertas actividades.

    Lechona: Plato típico del Tolima y el Huila. Compuesto por carne de cerdo, y arvejas principalmente. Es servido con arepas de maíz blanco y una variedad de natilla que localmente se conoce como insulso.

    Malicia indígena: Es utilizar astucia para lograr un objetivo.

    Coger de parche: Convertir a una persona en objeto de burla.

    Montarla: Es molestar a alguien por un error que cometió. Es similar a coger de parche.

    Si la marrana ya puso: Es una manera divertida de decirle a alguien que no se meta en asuntos que no le importan.

    Bandeja paisa: Es uno de los platos más representativos de Colombia y la insignia de la gastronomía antioqueña. El plato consta de frijol rojo, arroz blanco, chicharrón, carne molida, chorizo, rellena, huevo frito, tajadas de plátano maduro y aguacate.

    Los significados de las expresiones fueron sacados de internet. Se modificaron para evitar utilizar el mismo texto.

    Prologo

    Soy Laura Camila Rivas Beltrán. Tengo veintinueve años, y en seis meses voy a morir. Antes de que pongan cara de tragedia y piensen que esta historia es triste, no lo es. Todo lo contrario, es una historia muy divertida. La verdad es que nunca pensé que moriría tan joven. A mis veintinueve años tenía muchos planes y metas por cumplir a largo plazo. También quería probar cosas que mantenía postergando con frecuencia, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Irónico. Ya saben lo que dicen: lo único seguro en esta vida, es la muerte. Entonces me puse a pensar en lo que podría hacer en ese tiempo que me quedaba de vida. Seis meses pueden parecer una eternidad, como puede que pasen en un abrir y cerrar de ojos. A pesar de que esta historia es divertida, no voy a mentir; me llené de ansiedad y tristeza los primeros días. La vida no es color de rosas todo el tiempo, ¿verdad? En fin, suelo ser dramática y bastante extrovertida la mayoría del tiempo. Cuando el cielo amanecía nublado, entonces encendía el modo depresión dentro de mí para no salir de la cama y decir que me sentía demasiado enferma como para creer que ya iba a morir —incluso cuando todavía no pasaba un mes desde mi diagnóstico—. Supongo que son cosas que nos hace creer la mente porque también es muy cruel.

    Tuve la idea de ir al terapeuta, pero en la primera sesión el psicólogo me dijo que hablaba mucho y debía aprender a escuchar.  ¿Pueden creerlo? Quiero decir, el punto de ir a terapia es para poder hablar, desahogar todo lo que sientes, recibir consejos y tener una guía en el camino para hacer las cosas mejor. Por supuesto que entendí que debía estar más abierta a las personas que querían comunicarse conmigo, pero después de ese día, no volví a ninguna otra sesión. Soy muy radical con algunas decisiones que tomo y sentí que el psicólogo no me ayudaría en realidad. Durante toda la semana siguiente me llamó y envió mensajes de texto para que volviera a su consultorio y lo habláramos. Supe que nuestra relación no funcionaría, porque sonó exactamente igual que todos mis exnovios cuando cortaba todo tipo de relación con ellos. ¿Qué puedo decirles? Nada dura para siempre y era mejor si lo manteníamos como una relación pasajera, así evitaba que sufrieran mi ausencia al morir. «Eso lo hacías antes de que supieras de tu enfermedad», susurró la voz de mi consciencia. Bueno, sí. Tal vez no era la mejor en mis relaciones sentimentales, pero después de que te conviertes en una mujer independiente y exitosa, lo demás pasa a segundo plano. Solo te importa poder seguir creciendo hasta lograr tus más profundos sueños. O por lo menos eso fue lo que me pasó y lo que solía pensar. Son muchos detalles para contarlos en una sola hoja. Como les dije, seis meses pueden parecer una eternidad, como puede que pasen en un abrir y cerrar de ojos.

    Así comienza la historia

    El ruido incesante del despertador interrumpió mi placido sueño. Estiré el brazo buscando el artefacto para volver a la comodidad del silencio. Mi mano encontró la mesa de noche y después de varios intentos fallidos, mis dedos sintieron el frío del metal. El ruido cesó y mi habitación volvió a sumergirse en la tranquilidad que me regalaba el no pensar en absolutamente nada. Las preocupaciones no existían ahí debajo de las cobijas. Sábanas tibias y limpias, almohada suave, colchoneta blanda y obstrucción de la claridad para más comodidad. Sonreí al recordar todo aquello en ese mismo orden, pensando en lo agradable que era dormir con un clima tan fresco como ese. Amaba el frío y, por ende, la adorada y enorme Bogotá.

    Escuché las cortinas al correrse y rezongué, porque sabía que mi descanso había llegado a su fin. Karol tenía la costumbre de llegar y correr las cortinas para que despertara al fin, así que comencé a utilizar un antifaz y a cubrirme de pies a cabeza con el cobertor para que sus sucias intenciones no me tomaran desprevenida. Ya me había aprendido sus trucos, así que fácilmente la ponía en jaque mate.

    —Es hora de despertar —anunció con suavidad.

    El estruendo de su voz lo escuché tan cerca de mis oídos, que salté de la cama y caí al suelo estremecida por el susto que me había ocasionado. Me quité el antifaz de los ojos. Ya no tenía una pizca de sueño, claramente. Karol estaba al otro lado de la cama, parada y mirándome con una risa triunfal. Tenía en la mano un megáfono y en la otra, una vasija con agua. La miré con los ojos rasgados. La semana pasada fue capaz de echarme agua fría en la cara y mojar mis preciosas y delicadas sábanas. Era una psicópata. Llevaba mi agenda personal y laboral. Despertarme era una de sus actividades, y hasta el momento la que más disfrutaba porque era testigo de mi sufrimiento. No soy una mujer irresponsable o impuntual si es lo que piensan. Tengo el sueño pesado y por lo general, vivo cansada siempre. Así que necesitaba una forma de poder despertar sin contratiempos y sin irritarme. Karol era la indicada a pesar de sus trucos y técnicas. Me asombraba lo creativa que era, siempre llegaba con algo nuevo.

    —¡Qué carajos te pasa! —le reclamé confundida.

    ¿Un megáfono? A mi parecer, ya había llegado muy lejos. Me levanté del suelo después de aceptar con resignación lo que había hecho. Se burló de mí mientras yo iniciaba mis ejercicios de estiramiento antes de darme una ducha. Su cabello castaño brilló al hacer contacto con un rayo de sol que atravesó la ventana. Encogió los hombros y alineó los labios en un intento de respuesta.

    —Yo solo sigo tus órdenes, amiga —me recordó con diversión.

    Se acercó al peinador y cogió dos vasos de plástico, le dio un sorbo a uno y el otro me lo entregó a mí.

    —Espero que mañana no me vayas a despertar con eso —le advertí, señalando el megáfono que puso debajo de su brazo contra el costado.

    —Una de azúcar, no tan cargado y leche descremada —apuntó, ignorando mi advertencia.

    —Eres la mejor amiga del mundo. —La halagué, olvidando mi enojo por el megáfono.

    —Ya lo sé —afirmó, arrugando la nariz y encogiendo los hombros.

    Karol era una de mis mejores amigas desde que estábamos en el colegio. Ella, Alejandra y yo cursamos el bachillerato en el colegio los Nogales. Nos hicimos amigas y prometimos nunca separarnos. Entonces estudiamos juntas en la universidad y después de varios intentos emprendedores fallidos por ambas partes, al fin uno dio resultado y ahí estábamos. Jefe y asistente; pero, ante todo, las mejores amigas por y para siempre. Conocíamos los gustos de la una y la otra. Éramos inseparables y los logros que obteníamos en la vida, los celebrábamos como si fueran propios. Ese era el tipo de amistad que teníamos, casi como hermanas. Yo era hija única, pero nunca me faltó compañía. Siempre estuve rodeada de personas increíbles como Karol y Alejandra.

    La puerta del edificio se abrió. El portero me saludó con una sonrisa carismática. Lo saludé de igual manera al ladear la cabeza y encoger un poco el hombro para verme más simpática.

    —Ya basta, fue demasiado —susurró Karol.

    Dejé de sonreír. No había manera de que pudiera ser simpática sin coquetear y Karol había escuchado por los pasillos que el portero iba por ahí diciendo que yo le hacía ojitos. Fruncí el ceño consternada cuando me contaron la primera vez, pero siempre que me saludaba, olvidaba que era bueno inventando chismes.

    El ascensor estaba lleno de ejecutivos y un silencio incómodo. Apreté el labio inferior con los dientes y miré a un lado y luego al otro para cerciorarme de que, si alguien con quien había salido el fin de semana pasado, estaba ahí compartiendo el mismo espacio y respirando el mismo aire que yo, no me reconociera. La idea era siempre pasar desapercibida. Mantuve la cabeza inclinada, cubriéndome la cara con algunos mechones de cabello para que nadie pudiera verme. Toda esa semana estuve alerta. Fue extenuante.

    —¿Qué haces? —preguntó Karol, frunciendo el ceño.

    Decía que yo nunca me podía quedar quieta y todo lo hacía con torpeza.

    —Nada —contesté, agudizando la voz sin levantar la cabeza para mirarla.

    Me tomaba en serio lo de pasar desapercibida. La cuestión era sencilla: No quería involucrarme sentimentalmente con nadie. Me gustaba mi vida tal cual como la vivía. Tampoco tenía tiempo para mantener una relación estable y lanzarme a tratar de comprender los dilemas del amor. Quería tranquilidad y paz.

    Karol sacudió la cabeza. El ascensor se detuvo en el quinto piso y tres personas atravesaron las puertas para dirigirse a sus oficinas. Luego en el piso seis salieron otras dos que faltaban y al final quedamos nosotras. Un suspiro de alivio abandonó mi cuerpo al levantar la cabeza con brusquedad. Algunas ondas de mi abundante cabello cayeron sobre mi cara por el violento y exagerado movimiento. Puse las manos en mi cadera, Karol cruzó los brazos y sacudió la cabeza, desaprobando mis acciones.

    —Tu padre quiere verte hoy para almorzar. —Karol comenzó a enumerar las actividades que tenía previstas para ese día, una vez salimos del ascensor.

    —Claro. Una en punto —concerté mientras saludaba al personal al dirigirnos a mi oficina.

    —Adriana llamó y dijo que la impresión de los libros va a tardar un poco más.

    —¿Cuánto tiempo es eso?

    —Una semana aproximadamente —contestó ella al revisar el celular.

    Suspiré resignada.

    —Llama a Eduardo y coméntale la situación. Programa una nueva fecha de lanzamiento con el equipo de marketing y agenda una reunión para hablarlo con él. Esperemos que no de problemas —apunté mientras abría la puerta de mi oficina.

    Karol asintió y siguió detrás de mí. Me quité el abrigo y lo dejé sobre el espaldar de la silla junto al escritorio. La ventana de la espaciosa oficina que ocupaba dejaba ver gran parte de la ciudad de Bogotá. Arriba, el cielo se veía nublado y los rayos de sol apuntaban en dirección contraria al edificio.

    —Lorena Villegas quiere hablar contigo personalmente sobre la asociación. No quiere hablar conmigo, ni con los abogados; solo contigo. Quiere una cita hoy a la una de la tarde para almorzar. —Karol continuó con mi itinerario.

    La gente tenía la habilidad de solicitar citas casi a la misma hora para dejarme sin saber qué hacer y con quién reunirme primero. Por lo general, intentaba priorizar las citas que, para mí, tenían más relevancia y urgencia. El problema de hacer eso, era que siempre escogía las reuniones de trabajo y al final dejaba a mi papá para verlo dos semanas después o a veces hasta un mes.

    —Dile a papá que nos veremos mañana para desayunar. Si tengo algo en la mañana, cancélalo, estaré con él. Dile a Lorena que nos vemos a la una en punto en el restaurante de siempre y que, si llega tarde, no tendrá otra oportunidad de hablar conmigo —decidí de manera sabia, al entrelazar las manos y ponerlas debajo del mentón.

    Karol asintió confusa al escucharme hablar. Se suponía que quería asociarme con Lorena, que necesitaba que dijera que sí a la inversión que estaba buscando desde hace meses. Era una escritora seguida por millones de lectores en todo el mundo. En lugar de poner exigencias, debería ceder a todas sus peticiones. Eso era lo que pensaba mi asistente, aunque no me lo dijera.

    Lorena Villegas empezó como todos los escritores con la ilusión de ver sus historias publicadas alrededor del mundo lo haría: desde abajo, como decimos comúnmente. Tuvo un golpe de suerte, no pudo ser otra cosa. Subía sus escritos en una plataforma de lectura gratuita y en menos de seis meses ya contaba con millones de lectores. Decidió autopublicar y luego sucedió: Best Seller en todo el mundo. Era consciente de que mi emprendimiento era pequeño y, aunque ya llevaba unos años en el mercado, aún le faltaba más reconocimiento. Por eso, y por el tema monetario, necesitaba que Lorena aceptara nuestra asociación. Mi lado oscuro y pesimista me decía continuamente que era una mala idea, pero necesitaba buscar la manera de avanzar. De cierta forma, ella era la clave.

    De eso tan bueno no dan tanto

    Ingresamos a la sala de juntas a las diez de la mañana para hablar de las últimas novedades de la semana y organizar la agenda de lo que quedaba del mes. Estaba emocionada porque la editorial tenía al fin dos librerías en la ciudad y ese mismo mes, se celebraría la inauguración de otra librería en Medellín. Dos horas después de terminar la reunión, salí con Karol hacia el restaurante para encontrarnos con nuestra querida Lorena. Me consideraba bastante persuasiva, pero ella tenía la habilidad de exasperarme con facilidad. Sus aires de grandeza la hacían levitar y pensar que no existía alguien mejor que ella y que, además, merecía el mundo a sus pies.

    Un mesero nos aproximó la carta segundos después de sentarnos a la mesa. Lorena aún no llegaba, por suerte le quedaban cuatro minutos si esperaba que los términos del contrato se pudieran renegociar.

    —No estarás pensando en reprocharle la hora de llegada, ¿o sí? —Karol me miró con incredulidad al ver que le echaba un vistazo al reloj que lucía en mi muñeca derecha.

    La miré por encima del hombro con misterio.

    —¿Tú qué crees?

    Karol se mordió el labio inferior sin saber qué responder a eso. Yo sonreí manteniendo en secreto mi siguiente movimiento. Lorena atravesó la puerta del restaurante y Karol me golpeó una pierna con su tacón para que lo notara. Primero dejé salir un quejido de dolor y luego de recuperar la compostura, revisé la hora: pasaban cinco minutos de la una de la tarde. Impuntual para mi gusto. Levanté la cejas con cansancio, esa sería una charla muy tensa. Lorena nos saludó con educación y mi amiga contestó su saludo. Además, le contó que había estado un poco indispuesta. El estómago le hacía sonidos raros últimamente. Giré la cabeza para mirarla. Me impresionaba lo rápido que podía hacer amistades. Lorena le dio una receta, diciéndole que probablemente tenía el hígado cargado. De escritora a doctora solo había un paso. Karol inclinó la cabeza después de ver mi expresión de seriedad.

    —Llegas tarde —apunté con una sonrisa sarcástica, cruzando las piernas y descargando las manos sobre mis muslos al entrelazarlas.

    La miré con expectativa. Su expresión fue de: «¿Es en serio?», mientras yo sonreía por dentro y Karol palidecía.

    —Pero ya estoy aquí. Es lo importante, ¿no? Además, solo fueron cinco minutos, estoy segura de que alguna vez te ha pasado —contestó con arrogancia.

    Ese era el punto. No era la razón por la que se había retrasado cinco minutos, sino, la manera como contestaría.

    —Sí, claro. Un montón de veces me ha pasado —afirmé, arrugando la nariz, de nuevo con sarcasmo.

    Solía hacer esa expresión cuando algo no me agradaba. Lorena no me agradaba, verle la cara no me agradaba, y la situación tampoco. ¿Por qué estaba haciendo todo eso entonces? «Respira, Laura. Solo respira. Se trata de negocios», dijo la voz de mi conciencia. Juntas reímos y Karol se unió después de percibir un poco de diversión, pero en realidad solo fueron risas falsas que, en lugar de disipar la incomodidad, la incrementó.

    Primero almorzamos, porque no sacrificaría mi almuerzo por una conversación que sabía terminaría mal. Y durante el postre Lorena comenzó a hablar del tema:

    —Laura, le pedí a tu asistente que me permitiera una reunión contigo porque me gustaría dejar claros algunos aspectos con los que no estoy de acuerdo en el contrato.

    —Claro, soy

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