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Prismas del poder
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Prismas del poder

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Este libro se convertirá en un referente de consulta para todos aquellos que deseen acercarse a una visión amplia de lo que se entiende por poder y sus implicaciones, desde una perspectiva filosófica crítica. En él se aborda la relación entre el poder y la política. Se integran diversos textos y artículos académicos, sobre la naturaleza del poder y las complejas relaciones entre el poder y la política. Entre el poder y las políticas públicas; y entre el poder y las ciencias de la gestión o management. Algunos de los prismas del poder tratados en el libro, tienen que ver con las complejas relaciones desde la perspectiva naturalista entre poder y violencia; Las teorías contractuales en autores como Spinoza y Hume, revisando versiones del convencionalismo, la subordinación, entre otras; y el poder como comunicación o el prisma del lenguaje y de la discursividad. Son textos de carácter retrospectivo donde el autor hace un balance desde una perspectiva particular, centrada en las Ciencias de la Administración y en las Ciencias de las Políticas Públicas. Y finalmente, un análisis de carácter prospectivo, pues toma en cuenta las tendencias y las transformaciones que están sufriendo las sociedades postmodernas globales, impactadas fuertemente por el transhumanismo y el posthumanismo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2019
ISBN9789585070318
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    Prismas del poder - EDGAR VARELA BARRIOS

    CAPÍTULO 1

    LOS PRISMAS DEL PODER, UNA REFLEXIÓN TRANSDISCIPLINAR

    Introducción

    La transdisciplinariedad y la contextualidad histórica del poder tienen que ver con el recorrido y el cambio continuo que a través de la historia ha sufrido el concepto de poder. Este concepto hoy tiene una fuerza social expresiva de la que careció por muchísimo tiempo. En contraste, predominaron, para la comprensión del mismo, los conceptos de política, Estado, ciudadanía, pueblo y democracia, entre otros. Se debe tener cuidado al abordar conceptos solo teniendo en cuenta sus interpretaciones actuales, sin revisar el marco socio-histórico en el cual aparecen o se desarrollan. En el caso del poder el componente histórico reviste gran importancia, pues se trata de un concepto que ha sufrido grandes variaciones a lo largo de los siglos.

    Giuseppe Duso, en su libro El poder, para una historia de la filosofía política moderna, afirma:

    […] el poder es un concepto moderno que, tal como se presenta más o menos conscientemente en nuestro pensamiento no solo no es atribuible a la manera de entender la política y la relación entre los hombres propias de la tradición de la filosofía práctica, sino que en el momento de su nacimiento solo puede formularse negándole dignidad y legitimidad a dicha tradición. (Duso, 2005, p. 261)

    Señala también Duso (y hay aquí una importante diferenciación histórica) que, para Aristóteles, la política —en un contexto donde la polis existe por naturaleza y el hombre es un animal político— se refiere más a la naturaleza del hombre y al problema del vivir bien, que a la política en el sentido específico con que entendemos actualmente la política moderna, la cual se basa en un concepto del poder, que sustenta la separación entre lo público y lo privado. En realidad, el concepto de poder hoy es muy distinto al de antes del siglo XIX. Este era menos significativo que el de política, el de Estado, el de soberanía o ciudadanía. Nietzsche (2018) hizo allí una ruptura clave. Que solo en la segunda mitad del siglo pasado empezó a ser retomada por algunas corrientes filosóficas. En tanto que el concepto científico del poder derivaría de la acepción que acuñó Weber (2014) y que se expandió en la ciencia política e incluso en el management.

    Al mirar el poder desde los niveles meso y micro, emergen las retículas de relaciones interindividuales o intergrupales, que nos remiten a Wilhelm Leibniz (1721/1981), quien, habiendo configurado una teoría sobre las mónadas, había controvertido a Descartes (1637/2001) y configurado una singular noción de espacialidad. Ello, sobre todo, en su ontología, transgresora del paradigma racional que configuró Descartes. En épocas más recientes, Leibniz fue recuperado por pensadores como Maurizio Lazzarato (2002) —para citar solo alguien que tiene que ver con la discusión postfoucaultiana, y que ha hecho una reflexión buscando conectar el pensamiento leibniziano monádico con esta discusión sobre las redes políticas y organizacionales—.

    Aquí, el punto focal consiste en situar al poder como fuerza natural, en una clave derivada genealógicamente del vitalismo; tal como desde Nietzsche (2018) se lo ha configurado. Nietzsche, en efecto, ha sido uno de los más influyentes pensadores del siglo XIX y de la contemporaneidad. Sus aportes sobre el vitalismo buscaban una defensa de la supervivencia, la lucha, la fuerza, lo instintivo, lo corpóreo, etc., que devienen de la vida misma, incorporando por vez primera en la filosofía una dimensión biológica. Su crítica genealógica dirigida a diversos aspectos sociales de Occidente influyó fuertemente a pensadores como Foucault, Derrida y Deleuze, entre muchos otros.

    Sobre este tema véase a Roberto Espósito (2002; 2008), que discute sobre Nietzsche y las transposiciones que la filosofía del siglo XX y la sociología han hecho del vitalismo. Espósito critica fuertemente la concepción hobbesiana y adhiere a la nietzscheana, la que plantea el dominio o la dominación como la característica esencial del vitalismo. Los seres vivos son así seres que dominan. Esto es darwinismo, traducido sofisticadamente en Nietzsche y recuperado por Espósito y por buena parte de la filosofía vitalista de los siglos XX y XXI. No simplemente se trata de que los seres vivientes se reproduzcan a sí mismos, como una acción mecánica autorreferida, lo que indicaría la noción de autopoiesis o de sistema-entorno, sino de la lucha por sobrevivir, por la competencia. Y detrás, como telón de fondo, emerge la dominación como valor esencial de lo viviente.

    En realidad, si se revisa la historia del pensamiento occidental, la filosofía, desde los griegos, ha discutido como objeto la política, la polis, la ciudad, el gobierno, pero no tanto el poder. Si se releen los clásicos griegos como Aristóteles (1988) y Platón (2007), algunos de los presocráticos, los filósofos de la siguiente etapa, los filósofos helenísticos, estoicos y epicúreos (Séneca en Roma) o después la tradición medieval cristiana, estos siguen abordando en lo fundamental una cuestión centrada sobre lo político.

    La política no equivale al poder. La política incorpora per se ciertos arreglos institucionales, convencionales, normativos y deliberativos que restringen el poder. Por eso, la civilidad como polis es la base de la política. Porque el poder se tramita en las sociedades humanas a través de configuraciones de civilidad, de la configuración de reglas basadas en las costumbres. O en la imposición de unos sobre otros. Dado que en las culturas humanas no existen reglas unívocas. Las ciencias humanas, la filosofía, las teorías críticas existen desde hace milenios y seguirán existiendo, más allá de su aplicabilidad práctica, porque son áreas del saber humano que resuelven un problema profundo a las personas, y es el del comprender. También se pueden hacer preguntas de método o proceso: ¿cómo ocurren las cosas? Estas no son preguntas del por qué o del ser. Son grados diferentes de la comprensión. Desde luego, en un primer ámbito, existe el conocimiento práctico como fundamento en la comprensión, pero desde tipologías y finalidades utilitarias. Se comprende, entonces, para intervenir, transformar, modificar, amplificar, desde nuestro conocimiento, los resultados de la acción humana.

    El filósofo coreano Byung-Chul Han (2016) dice: En relación con el concepto de poder sigue reinando el caos teórico (p. 6). Leyendo sobre el asunto, recordé el libro Three Faces of Power, de Kenneth Boulding (1993). Volviendo a leerlo encuentro una afirmación parecida a la de Byung-Chul Han. Boulding manifestaba que, si un tema al cual se enfrenta un investigador o teórico es absolutamente una arena movediza, un terreno incierto, un campo de la exploración en el que reina la vaguedad conceptual, ese es el de la discusión sobre el poder.

    Creo que ni Boulding ni Han tienen razón. En verdad, ellos tienen una pretensión difícil de concretar, pues quieren, en las ciencias sociales, construir una semántica unívoca de los conceptos. En verdad, no solo en relación con el poder, sino con cualquier concepto como Estado, ciudadanía, sociedad civil o democracia, no existe en las ciencias sociales y humanas univocidad. Esta es una semántica identificatoria propia de las ciencias naturales. Aun cuando en las ciencias naturales esto ha cambiado muchísimo, pues tampoco allí es posible encontrar una síntesis conceptual uniforme³. De forma alternativa, se puede ordenar el problema del caos teniendo claro que existen visiones antípodas en relación con el poder. La primera de ellas es lo que he denominado naturalismo postmoderno. Quiero referirme aquí solo al naturalismo postmoderno, porque el naturalismo arranca en Aristóteles (1988; 2007). He acotado esta discusión, contemporáneamente hablando, no yéndome al siglo XIX o al XVIII. Hoy se interpretaría –en esa línea a Boulding más que a Han– como una toma de partido en relación con la idea del poder como una fuerza de la naturaleza.

    Me estoy refiriendo a una situación específica como la que cita Weber (2014), que es la base seminal de muchos libros de ciencia política, cuando dice que el poder es la capacidad de un sujeto A de influenciar a B, en el sentido de hacer que B, contra su voluntad, haga lo que A quiere. Esto, como lo explica Han (2016), es solo una de las posibles variaciones de las relaciones de poder, porque existe al menos otro poder, que no es negativo en el sentido de contradictorio: el poder convergente. Por ejemplo, si quisiéramos hacer cosas semejantes, podemos sentarnos a acordar que nuestra fuerza vaya en la misma dirección. Este es el poder de la cooperación, el poder de coordinar las fuerzas naturales y las voluntades para sumarse en torno de causas comunes, lo que en el fondo es el fundamento del contrato social. Un poder basado en la convergencia de intereses. En lo que la teoría de Rawls (1971) denominó Overlapping Consensus (el consenso traslapado), en donde alguien quiere hacer una cosa u otra, alguien más quiere hacer otras distintas y un tercero, otras; y esas fuerzas, en consenso, se vuelven cooperantes.

    El poder cooperativo o convergente es una variación importante del poder humano y del poder social. De hecho, es la variación más significativa. No se puede hacer un ejercicio solitario de fuerza. Se necesita sumar a otros, cooperar con otros. Las hegemonías no son acciones de un solo individuo sino de grupos de individuos u organizaciones. El poder organizacional surge siempre como un poder cooperativo, o de convergencia.

    El poder es generalmente aceptado por el otro. Pero el poder ostensible no es débil. Hannah Arendt (1958) lo dice en La condición humana, que la condición más débil del poder es el tirano que tiene que hacer la amenaza del uso de la fuerza. Creo que esas son versiones liberales del problema; el poder como emanación, el poder ostensible, el poder visible es poder. Es más, diría que el poder necesita de la ornamentación, la representación y la ostensibilidad, porque de este modo el poder se vuelve disuasión; el mismo que la teoría política ha tratado como amenaza del uso de la fuerza.

    Es decir, es el caso de alguien que quiere hacer saber que tiene más poder que otro, que tiene poder sobre el otro y sobre sus cosas, y lo anuncia y lo informa… eso evita el uso directo de la fuerza, porque usa la disuasión; pero esto solo basado en la retórica o en la amenaza no tiene sentido. Por ejemplo, si los Estados no tuvieran ejércitos, armas, sistemas legales y la capacidad de encarcelar a los ciudadanos con sistemas judiciales, pues no tendrían poder. El poder meramente retórico no existe, y el poder invisible es una opción, que tiene que ver con la identidad, la subversión, la persuasión, con convicción, pero que no sustituye, sino que transmuta la relación basada en la fuerza. La enajenación también sería una forma de decir cómo el poder controla o maneja. La enajenación, que es ir hacia otro lado, conduce a otro camino que es el poder transaccional.

    La sociedad como concepto es una ficción, incluso más compleja que la ficción más simple del contrato. Porque, ¿de qué sociedad hablamos?, ¿de sociedades nacionales o territoriales? No existe la sociedad universal. Pues la sociedad civil universal es una entelequia. La teoría social usa la ambigüedad del término social como un descriptor operacional funcional, de la misma manera que se usaba el éter o el flogisto antes de descubrir el oxígeno. Estamos ante un nombre enunciativo provisional que cada día está más arrinconado, en el sentido de que es un término vago que necesita ser precisado, por ejemplo, en esta discusión sobre política y poder.

    En la ficción liberal se presenta la puesta en escena de un mecanismo muy ingenioso y fuerte, que ha dado origen al liberalismo político en los últimos cinco siglos. La ficción del acuerdo de todos, de lo cual surge un poder natural moldeado y estandarizado como un poder civil, el que genera una condición de igualdad. La desigualdad es la fuerza que sería contenida a través del contrato, por la autocontención y la renuncia al derecho natural, en términos de una fuerza nueva, de carácter civil y que tiene un contexto de tipo igualitario. Es decir: de la desigualdad del estado de naturaleza se pasaría a la igualdad civil y ciudadana, que es el leitmotiv del liberalismo político. Hoy hace parte de nuestro ADN ideológico: El demoliberalismo que nos dice que todos somos iguales; que no importan las diferencias de talento, de capacidades, de riqueza, o los lugares en que hayamos nacido ni la edad, pues en nuestra capacidad de tener pulsiones somos iguales.

    Cuando se habla del iusnaturalismo, y su relación con la psicopolítica, no nos estamos refiriendo a la psicopolítica del siglo XX y XXI, sino a los contractualistas de inicios de la modernidad. Porque para ellos, lo característico de la libertad humana es lo que, desde el siglo XIX, se llamaría psique. El ámbito de la volición, del appetitus, tal como lo describía la primera filosofía política liberal. La efectividad del poder basado en la persuasión o en las identidades, muestra su superioridad en estos términos. La eficacia no niega el poder basado en la coerción. Es una escala mayor de la complejidad del poder (Han, 2016). La tesis de Arendt y de Han no es consistente, muestra grados diversos. Solo eso, aunque esto sea un matiz muy grande. En cambio, una tesis brillante en Han es la referencia a la relación entre soberanía, autonomía y decisión (Smichtt, 1998).

    Las tres ciencias del siglo XXI: la robótica, la biotecnología y la nueva informática, van más allá de la lógica formal. Estas son las tres grandes ciencias transformativas de nuestros tiempos. Tras esta discusión epistemológica, hay otro asunto que tiene que ver con decidir el campo de la implementación, la organización vista más que como sistemas decisionales, como sistemas operacionales. Este es un campo destacado, que la teoría administrativa no ha reflejado. La decisión se centraliza en la virtualidad y en la digitalización que permiten que la decisión esté en red, siendo retroalimentada desde los operadores hasta el ámbito de decisión. Los implantes y los chips perfectamente pueden ser el sistema a través del cual la ciencia técnica lea el inconsciente, los impulsos, el miedo; es decir, pueda mapear completamente la vida, las funciones y emociones que son escasas pero que están ad portas de convertirse en prácticas humanas extendidas.

    En muchos ámbitos ese tipo de lógicas del sentido son las que están facilitando la producción de máquinas inteligentes. Sin embargo, podría ocurrir que el ser humano vaya rumbo a la caja de Pandora de la robótica que tiene la capacidad de tomar decisiones por sí misma. El tema decisional pasa de las decisiones humanas a sistemas de circulación del management, y a una gran cantidad de decisiones con las que convivimos, que no son decisiones nuestras; claro, son de nuestra sujeción⁴. Los profesores Luis Enrique Alonso y Carlos Fernández Rodríguez (2011) publicaron un trabajo en el cual se señala que esta robotización no solo está destruyendo el trabajo mecánico o manual de la primera etapa del capitalismo industrial sino que también está ofreciendo máquinas inteligentes que sustituyen el trabajo inteligente, máquinas mecánicas que sustituyen el trabajo mecánico⁵.

    Las llamadas máquinas inteligentes en realidad son un anacronismo porque no son máquinas, pues este es un término utilizado en la época mecánica. Los robots no obedecen al principio de acción-repulsión, ni a la lógica binaria, a pesar de que las máquinas inteligentes reciban órdenes a través de sistemas informacionales que tienen el carácter de una lógica binaria. Se trata de un sistema de inteligencia artificial o de sistemas maquínicos no mecánicos de inteligencia artificial autodecisionales. Es decir, que son capaces de tomar sus propias decisiones. La simbiosis hombre-máquina ha pasado de lo mecánico, que era lo propio del capitalismo industrial, a un ámbito digital virtual.

    La digitalización y la virtualización rompen los esquemas analógicos propios de las lógicas binarias. La lógica binaria se basa, en lo que Aristóteles denomina el principio del tercero excluido (un término de la lógica, pero en realidad muy sencillo): A es A o su negación; o sea, no puede ser posible que una cosa sea y no sea. Las lógicas contemporáneas, desde finales del siglo XIX, sobre todo, son lógicas del sentido o de la significación que se han alejado de las lógicas formales⁶, para entrar a definir sentidos en donde la idea del tercer excluido se rechaza; entonces ya no se trata de que una cosa sea o no sea, una cosa puede ser o no ser, o puede ser y no ser al mismo tiempo.

    Las lógicas del sentido han entrado en epistemología contemporánea para criticar la lógica formal que construyó los sistemas informacionales. La informática basada en las lógicas binarias genera todos los modelos instrumentales, pero más allá de esa informática binaria hay un nuevo tipo de construcción cognitivo, heurístico, que es lo que está trabajando las ciencias contemporáneas basadas en las lógicas del sentido. La idea de la racionalidad binaria superaría las limitaciones del racionalismo cognitivo y está hoy en un estado totalmente diferente a las ciencias cognitivas que son ciencias que intentan ir más allá de la lógica o el principio del tercero excluido binaria, del ser o no ser.

    La relación de los prismas del poder con la perspectiva managerial

    Visto retrospectivamente, la teoría managerial ha eludido este punto (visto retrospectivamente), del análisis del poder, para —en su lugar— configurar un amplio campo de despliegue de la política en términos contractuales, convencionales, o con diseños de arquitecturas de análisis que ocultan la dominación. El último y más fuerte de estos discursos de ocultamiento, que proviene curiosa y significativamente de la ciencia de la gestión (Barnard, 1938; Simon, 1979; March & Simon, 1958), es la tesis del poder como comunicación. Aquí quiero ser preciso, pues no se trata de negar las relaciones complejas, diversas y documentadas entre el poder y la comunicación, puesto que existe un doble influjo epistemológico sobre el management⁷. En primer lugar, el del pragmatismo americano, influyente, como una versión específica de una filosofía estadounidense, cuyo autor más relevante fue William James. En segundo lugar, lo que algunos filósofos llaman vitalismo, es decir, las filosofías de la vida, que particularmente fueron construidas en Europa en el siglo XIX, como la fenomenología alemana y algunos autores franceses, a los que llega el management a través de Wilfredo Pareto (1917), cuyo Tratado de sociología general fue conocido por un profesor de Harvard, Lawrence Henderson (1967), que creó el Círculo de Pareto, al cual asisten el propio rector de Harvard y otras personas que luego serían muy visibles en el escenario académico norteamericano y mundial, como Talcott Parson o Elton Mayo. En este Círculo predominaron el método y el modelo del equilibrio u homeostasis, que Pareto había configurado en su Tratado de sociología. El que fue usado desde Harvard y expandido a todos los Estados Unidos como una suerte de doctrina alterna explicativa de la lógica de la dirección de empresas, para enfrentarla deliberadamente al influjo tan grande que tenían en las primeras tres décadas del siglo pasado las teorías marxistas y socialistas sobre la empresa, la organización y el trabajo.

    Si se lee sobre la Escuela de las Relaciones Humanas, a Elton Mayo, a Dickson, a los autores de los años cincuenta, a Barnard, al Círculo de Pareto, a los continuadores de los sesenta o a Thompson, se encuentra que no están pensando en la gestión, tratando de construir un discurso universalista, sino pensando en los problemas de la administración de las empresas norteamericanas y de la sociedad estadounidense, en el marco de lo que el filósofo político John Rawls llamaba well-ordered society (la sociedad bien ordenada). La sociedad norteamericana de la época del capitalismo de bienestar y de la coronación del modelo fordista en los años cincuenta.

    En Francia, en esta época, hay un comienzo y un desarrollo muy fuerte de la sociología del trabajo, que ocupa el espacio epistemológico de lo que sería en Estados Unidos el desarrollo del pensamiento administrativo. Después de la guerra, en los años cincuenta, no hay sociología del trabajo ni management en Francia. Michel Crozier, que fue un sociólogo muy destacado, va a Harvard, a tomar algunos seminarios, entre el año 59 y el 62; allí escribe El fenómeno burocrático y desde el cual, con el influjo de Crozier y luego de su socio Friedberg, con El actor y el sistema, el esquema epistemológico del management norteamericano llega a Europa, se instala en Francia y va preludiando lo que será luego la expansión de las teorías administrativas y del management de las empresas del sector público, con lo que luego fue llamado coloquialmente New Public Management (la nueva gerencia pública), cuyo eje seminal es la teoría que Crozier planteó en El fenómeno burocrático⁸.

    En un principio la empresa estuvo ligada a los estudios del trabajo, principalmente al taylorismo, pero posteriormente, por la dimensión ideológica y social que ha tomado el fenómeno del management, ha generado unas nuevas ataduras, independiente de que haya liberado al trabajador de las cargas más pesadas y haya especializado hacia el conocimiento el trabajo humano. Refiero que hay unas nuevas ataduras ligadas a esa ideología del management, que son básicamente los valores que cobijan el éxito personal, la competitividad o el consumo frenético. Yo diría que ha generado unas nuevas ataduras que ya no recubren solamente el ámbito de la empresa, sino el ámbito de lo social. Por el momento quisiera responder a eso desde el señalar cómo este management ha tomado una nueva dimensión gigantesca y su extensión hacia lo social.

    El modelo dominante del management es aún el racionalismo limitado que construyó Simon. Muchas de las escuelas contemporáneas del management básicamente se apoyan en variaciones de esta escuela dominante. Lo que la ha enriquecido sin destruir sus planteamientos básicos. El gerente, el directivo o el manager, la organización estándar, utilizan el modelo de racionalidad simoniana. Este modelo les permite transitar desde la racionalidad limitada a la racionalidad exhaustiva; es decir, una racionalidad más completa, más integral. Simon buscaba la optimalidad a partir de la normalización y la protocolización, o sea, a través de la experiencia, la práctica incesante, del ajuste perpetuo sobre la acción-error. Las organizaciones complejas, mediante aprendizaje organizacional –una suerte de memoria organizacional– van generando nuevos protocolos.

    Se puede medir el tamaño de un poder en función de las capacidades; una empresa en un mercado, por ejemplo, su producción, su participación en el mercado; los países en sus fuerzas militares, su producto interno bruto o su territorio. Para esto se pueden hacer ecuaciones y hoy en día algoritmos del poder para medirlo. Parte de lo que la ciencia política y la sociología han hecho es medir el poder. Cada día se medirá más y mejor, con el big data y la analítica de datos, además de ver cómo potenciar el poder, cómo referenciarlo, medirlo, anticiparlo. Este es un campo en donde las ideas fuerza que tenían los teóricos contractuales siguen siendo muy relevantes en geopolítica y en muchos otros ámbitos. Incluso en el propio Management con lo que ahora llaman inteligencia estratégica o inteligencia competitiva.

    Por ejemplo, cuando se estableció cómo medir y cómo hacer los mapas, las etnografías, la cuantificación y la cualificación de los poderes, esto result muy importante. Incluso en el análisis político, para saber cómo anticipar si se toma un curso de acción, o si se tiene o no adhesión de los electores, cómo se hace determinada estrategia que permita lograr apoyos, consensos y coaliciones. La política pública ha trabajado bastante bien este tema. Por ejemplo, Sabatier y Jenkins (1994), con el tema de las coaliciones que elaboraron en los setenta y ochenta, fueron haciendo un mapa mucho más etnográfico del poder, no visto desde una pura teorización deductiva, sino desde la antropología del poder, de la sociología o la socioantropología del mismo.

    El poder postmoderno

    La tesis central aquí, en este tema, es la caracterización de las rupturas que, frente al modelo de análisis tradicional en la modernidad, sobre lo político y las políticas públicas, establece el poder postmoderno, el cual tiene características difusas, proteicas, y un alto perfil de corte managerial. Aunque este sea un esquema y un modelo de poder que se relaciona fuertemente con el Estado y con la institucionalidad estatal y transestatal, propia de la globalización.

    En tal dirección, una exploración original y que se atenga a los hechos contemporáneos debe superar el estatalismo pero, así mismo, debe determinar cómo operan las relaciones del estatalismo y las políticas públicas con el poder managerial. Cfr el discurso de las coaliciones de interés AFC (Advocay Coalition Framework), (Sabatier y Jenkins, 1994; Evans y Davies, 1999) y las redes de políticas. O el modelo emergente y fuertemente influyente en el campo de las políticas públicas, de la Nueva gobernanza (Aguilar, 2005) Este es un enfoque muy variado en la literatura reciente que se apoya en el modelo de redes en las políticas públicas, en la postmodernidad. Pero en modo alguno desconoce que lo managerial necesita del Estado como legitimador y como ámbito de acumulación y reproducción del capital. Una vieja y válida tesis marxista. Pero, además, el poder no es solo dinero y capital. El poder es igualmente un ámbito para el logro de oportunidades, ventajas y privilegios de distinto tipo⁹.

    En nuestros tiempos postmodernos no existe, no domina, como antes, una teoría general del poder. Ni tampoco se encuentra un consenso sobre la naturaleza del poder. El estudio del poder, de forma complementaria, implica abordar una temática profunda y a la vez general; pues no solo se relaciona con la política, la cual es la principal tecnología social para regular el poder, sino también con el management. Existen fuertes tensiones entre los roles de la decisión y el de la puesta en marcha de tales decisiones a través de las acciones organizacionales. Cuando pensamos en el mundo organizado no estamos hablando solo de las organizaciones empresariales, pues estas son una de las tantas formas organizativas de la sociedad. Cuando hablamos de organizar estamos pensando en la organización de la sociedad (Luhmann, 1998)¹⁰. Ello nos lleva a asuntos complejos de la llamada arquitectura de las instituciones y reglas de acción e interacción del poder y la política.

    De otro lado, esta discusión se articula con la actual agenda sobre el rol y el impacto del posthumanismo y el transhumanismo¹¹. Esto nos lleva a construir una agenda de reflexión en investigación sobre cómo se dan los diferentes ejercicios, incluso más allá de que contemporáneamente se aplique el poder en la administración y en la política. Cómo opera el poder, cuáles son los diversos prismas del poder, en una sociedad posthumana. Esto resulta clave para determinar el vínculo que yo conceptúo que está en la relación entre ciertos prismas del poder con los discursos y semánticas del posthumanismo. Debemos hablar de la ontología del poder, en tanto ello nos conecta con el hecho de que la política y la administración no son las únicas formas de ejercer el poder.

    Desde Simon, hoy en día tenemos un desarrollo gigantesco de la Internet que, desde el punto de vista del procesamiento de datos que no son posibles para los seres humanos, posibilita una articulación entre el ser humano, que hace parte de las organizaciones, y las máquinas inteligentes. Estamos asistiendo a procesos muy complejos de cyborización organizacional, no de cyborización humana¹². En este caso son las organizaciones o las sociedades mismas los sistemas decisionales que son complementados o estructurados en una relación muy fuerte entre lo digital y lo virtual. Es muy probable que estemos en un umbral muy grande de biogénesis. La ciencia técnica de hoy puede intervenir o manipular la reproducción humana; de hecho, hay un umbral moral que está atravesado por la decisión política. Ante ello cabe preguntarse: ¿Qué tanto resistirá este umbral o cuánto se irá corriendo? En las próximas décadas podemos estar en un escenario mucho más complejo donde la combinación de lo uno con lo otro se cambie significativamente. Esta, a pesar de ser la gran promesa del management clásico racionalista, puede transformarse en una limitación muy grande de la racionalidad humana, por los ámbitos no humanos maquínico-inteligentes.

    Hoy en día, si pensamos en la civilidad, en la cual no solo lo humano —en sentido puro— tiene que ver, debemos reconocer que ya no se trata solo de relaciones entre humanos, o entre diversos niveles de las sociedades humanas, sino que uno de sus desafíos más importantes está en la manera como se están reconfigurando y redefiniendo políticamente, en las relaciones de los humanos con las máquinas; del humano mezclado con las máquinas. Y en especial con las llamadas máquinas inteligentes, las dinámicas de cyborización, y la inteligencia artificial. Además de la revisión radical, desde la civilidad, de las relaciones de los humanos con el resto de los animales y especies vivientes, de los humanos con el medio ambiente y la naturaleza, y otras combinaciones más, entre los anteriores elementos.

    Estos tópicos y relaciones se vuelven pertinentes, porque ya no pensamos el poder como algo solo entre humanos. Ahora es el poder visto en un sentido más general. Por lo tanto, se hace necesario ir al fondo del concepto de poder para ver otras posibilidades de aplicación. Es decir, ahora vamos a ver cómo se presenta el poder en la relación humano-máquina, en la mezcla de lo humano-máquina. Y en las relaciones con lo natural, dejando de lado la visión del humano como fin en sí mismo, y de la naturaleza como simples medios de los cuales se puede, discrecionalmente, disponer, en función de las finalidades humanas.

    En efecto, el tema de la relación técnica-humano se debe dar; de hecho, es una de las primeras cosas que aborda la filosofía. Con unos factores que vale la pena mencionar: por ejemplo, respecto al tema de la tecnología, con una distinción importante entre técnica y tecnología; en el sentido de que mientras que la técnica no necesariamente requiere conocimiento científico (entendiendo científico como ciencia moderna, un tipo de ciencia que aparece en el siglo XVII, XVIII), la tecnología, por el contrario, sí necesariamente incluye conocimiento científico y lo aplica. Luego, como es otra thécne, basada en conocimiento científico, en esa reflexión ontológica del poder se asume una postura naturalista, la cual tiene unas implicaciones, en esa relación entre la distinción o relación entre lo social y lo natural. Si se lo examina desde el punto de vista general, esa relación es de varios tipos. Desde posturas que dicen que lo social es igual a lo natural; que lo social se reduce a lo natural. En tanto que otras posturas afirman taxativamente que lo social es una cosa y lo natural, otra. Que son distintas e incluso que son términos opuestos. Mientras que una tercera vertiente sustenta que a pesar de ser diferentes, lo social deviene de lo natural.

    Es cierto que el hombre, desde los griegos, siempre ha pensado en la thécne. Si en la tradición del pensamiento humano algo ha estado presente siempre ha sido la relación hombre-técnica. Los medievales lo hicieron. Los primeros filósofos modernos también. Lo que es diferenciador y hace una ruptura grande en el posthumanismo y la postpolítica, es la inteligencia artificial. Porque, por vez primera, el ser humano ha creado un demiurgo que no controla; artefactos y máquinas que procesan toma de decisiones basados en encadenamientos lógicos sofisticados que cada día son perfeccionados y se pueden autonomizar del control que el hombre tenga sobre ellos. El Estado de naturaleza o la libertad natural biológica, desde la ciencia técnica, el hombre la viene modificando y lo podrá seguir haciendo. Donna Haraway, la bióloga posthumanista, en su famoso libro Simians, cyborgs, and women lo expresó con un subtítulo muy interesante: The reinvention of nature. En efecto, tanto la reinvención de lo natural desde la genética sofisticada contemporánea, como la aparición de la inteligencia artificial y las máquinas inteligentes, generan una ruptura grande en términos de la relación entre el poder y la política, en las sociedades humanas.

    El determinismo tecnológico señala que son los patrones de la tecnociencia, las condiciones del ambiente tecnológico, las que determinan las conductas y nuestras interacciones, incluso el tema de rol-función estaría muy articulado o dependiente de las tecnologías y no solo de las sofisticadas sino también de tecnologías sociales más propias: la ciencia aplicada a la sociedad. El determinismo socioorganizacional, por su parte, dice que las lógicas de las sociedades y las organizaciones son reglas constitutivas que los seres humanos construimos en nuestra interacción, sin que intervengamos voluntariamente en ellas. Cómo se configura una familia es algo que está determinado socialmente y las personas se adscriben a dicho determinismo socioorganizacional¹³.

    La etología fue un proyecto cientificista, derivado y extendido desde la biología, orientado a realizar el estudio de las conductas de los seres vivientes, partiendo del estudio científico de las sociedades biológicas, o biológicamente constituidas. Esto, como patrón epistémico de la sociobiología, lo que influyó muchísimo sobre todo en los Estados Unidos, durante los años sesenta-setenta del siglo pasado, tal como aquella fue configurada bajo una guía metódica por sociobiólogos que fueron a la vez etólogos humanos (Tinbergen, 1972; Morris, 1983; Lorenz, 1975). Dado que el ser humano es un ser viviente; un ser que se agrega naturalmente a partir de la reproducción biológica (aunque tiene un factor que perturba tal esquema natural de agregación que resulta ser la cultura), ¿por qué estos mismos estudios bioconductuales no pueden ser hechos con los seres humanos? Después de todo, la

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