Historias terribles de las fábricas para matar gente
Por Jaime Cortés
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Al tratarse de textos brevísimos que desechan todo lo prescindible, como pasa con la poesía, el lector se involucra en el relato con contundencia. Por su extensión y forma, las historias invitan a llenar los vacíos dejados conscientemente para multiplicar su horror y hacerlos imposibles de olvidar.
Esta revisión de los acontecimientos espantosos ocurridos en los campos de concentración permite el acercamiento de un público muy diverso; mediante la ficción se ofrece un testimonio tardío de los que murieron en esos lugares.
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Historias terribles de las fábricas para matar gente - Jaime Cortés
Prólogo
Alguna vez leí que quien ha estado en un campo de concentración no puede olvidarlo y que quien no ha estado en él no puede imaginárselo, y es cierto, el horror solo se experimenta en carne propia, el horror crea un mundo prohibido a los profanos.
Esta afirmación no me desanimó a escribir algunas historias sobre los acontecimientos terribles que pasaron en esos lugares, pero me obligó a hacerlo con los pies sobre la tierra, sin alejarme de la realidad que casi siempre está desprovista de adornos, como lo harían las víctimas o los verdugos, que a veces se confunden o se suplantan. Si los sobrevivientes escriben sobre todo para asimilar el horror, aliviar el ultraje y generar una denuncia, los observadores lejanos que no entendemos cómo pudo suceder algo así, lo hacemos para acercarnos a lo que no conseguimos imaginar. A lo mejor pensar en lo que pasó en los campos de concentración sea la obligación de cualquiera que desee recuperar la esperanza en la especie humana, recordar ese horror sea una responsabilidad con el presente en el que sigue sucediendo y con el futuro en el que puede repetirse. Así como el testimonio de los sobrevivientes permite denunciar el horror, estas historias pretenden evitar que una verdad terrible caiga en el olvido por costumbre o indiferencia: que el hombre es mucho más que un lobo para el hombre, que tal vez demonio sea una palabra más precisa.
Los campos de concentración difieren de los campos de prisioneros en que aquellos van más allá de la simple reclusión de personas, buscan además sacar un provecho económico de los detenidos, asegurando con su modus operandi la destrucción de cualquier rasgo de humanidad de los prisioneros antes de empujarlos a una muerte inevitable. Un campo de concentración es una empresa que se lucra del robo de las posesiones de los condenados o del trabajo forzado al que son sometidos, pero cuyo horror supera por mucho el pillaje o la esclavitud, ya que trasciende lo económico en su pretensión última de destruir lo humano como parte fundamental de su lógica, mediante el hambre, la enfermedad, el agotamiento o la violencia, que son sus herramientas habituales; concentra la mente de sus víctimas en una idea fija y banal, empuja a los seres humanos, que casi siempre resultan ser inocentes, a condiciones tan terribles que su único objetivo es sobrevivir un día más. Cuando los seres humanos somos arrastrados a una condición límite, los principios y los ideales cambian de óptica; cuando cada decisión marca la diferencia entre la vida y la muerte, lo que creemos que nos hace humanos debe ser mirado en perspectiva, todos aquellos conceptos que creíamos entender deben ser redefinidos. Enfrentarse diariamente a la pregunta de si el bien y el mal son solo conceptos o ideales que trascienden la consciencia, comprender si la vida tiene sentido a cualquier costo o si se puede seguir viviendo sin principios ni dignidad, extrae los mejor y lo peor de los seres humanos.
En buena medida el cine y la literatura nos han revelado el horror de los campos de concentración, pero también han creado la falsa idea de que esto solo se dio durante la Segunda Guerra Mundial y que hoy es una historia superada, cuando en realidad este horror es más antiguo, se ha repetido varias veces en diferentes lugares del mundo en los últimos cien años con sus respectivas particularidades e incluso sigue vigente. Las autoridades británicas ya habían popularizado los campos de concentración durante la segunda guerra de los bóer en Sudáfrica y hoy continúan operando en Corea del Norte y China bajo el control del Estado, pero entre estos dos extremos no podemos olvidar a las víctimas de los gulag del comunismo en la Unión Soviética, de los lager instaurados por el totalitarismo del partido nazi, los laogai del maoísmo en China o los campos de reeducación del régimen de la Kampuchea Democrática en Camboya. Sin embargo, muchas de estas historias terribles no se cuentan por falta de sobrevivientes que den testimonio o por miedo a la represión, que históricamente ha sido el antídoto más efectivo contra la memoria.
No hay en estas historias nada que persiga el ingenio; son hechos que pueden parecer terribles, pero no se acercan ni un poco al horror experimentado en las fábricas construidas para matar seres humanos, y son breves precisamente porque solo el infierno tiene la pretensión insana de prolongar lo terrible más de lo necesario. En estas historias algunas veces los protagonistas tienen un nombre porque, por respeto, las víctimas no pueden ser colectivizadas; otras veces, en cambio, hacen referencia a seres humanos anónimos porque darles un nombre generaría la falsa idea de que ese horror solo fue experimentado por un solo hombre cuando en realidad es la historia de muchos.
Mientras escribía estas historias tuve la sensación de ser uno de esos seres humanos y sentí espanto de no saber si fui víctima o verdugo.
Campos de concentración ingleses en Sudáfrica (1900-1901)
Se estima que la cifra total de muertos fue de 48 000 (20 000 negros y 28 000 blancos).
Lizzie Van Zyl
La famosa fotografía de Lizzie nos recuerda el estado deplorable en el que fueron encontrados los prisioneros de los campos de concentración nazis. Sin embargo, también nos recuerda que los