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LA FERIA
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Libro electrónico169 páginas2 horas

LA FERIA

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Los habitantes de la ciudad de Benhimel tienen la obligación de celebrar en grande el aniversario número 60  desde la llegada de La Corporación,  negarse a hacerlo sería cometer el grave delito de INGRATITUD que se paga con prisión en CASA GRANDE o con trabajos forzados en LA CIUDADELA. Todos parecen resignados a su mala suerte; pero sucede que hoy un BOLETO DORADO los sacará de su cruel rutina y cambiará sus vidas para siempre al entrar en una atracción de LA FERIA y recibir el don más grande que jamás hubieran podido imaginar.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ene 2024
ISBN9798224913619
LA FERIA
Autor

Juan Antonio Pérez

Juan Antonio Pérez Narrador, actor, Dramaturgo, Musico y compositor. Apasionado e influenciado por grandes autores como Isaac Asimov, Carl Sagan y Robert Silverberg ha enfocado su obra literaria hacia la ciencia ficción

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    LA FERIA - Juan Antonio Pérez

    Capítulo I

    GAME OVER

    Seis guerreros corren y empuñan sus espadas con valentía. Al frente, Virana, líder de este grupo de centenarios, Kárum, Gramp, Tiloh, Gerome y Dael, el más joven de ellos, un fuerte guerrero lleno de osadía y valor, conocido por su capacidad para enfrentarse a cualquier peligro sin miedo alguno y a quien Virana protege porque su ímpetu con frecuencia lo mete en dificultades; si bien es cierto que de todas ha salido victorioso, se ha llevado varias reprimendas de sus superiores por las decisiones apresuradas que toma.

    Esta mañana se ve muy tranquila. Al norte, los hermosos bosques de pinos lucen majestuosos mientras en la explanada del valle sólo se ve la figura de aquellos guerreros levantando una nube de polvo al correr. De repente, frente a ellos, se abrieron diez portales emitiendo aquella luz verdosa que les era tan conocida y que dio paso a una multitud de hechiceros, los cuales son grupos organizados muy grandes, ejércitos de video jugadores que ingresan al juego La Fortaleza de Irata. Su intención es cruzar el umbral de Hammer y acceder a La Roca de los Mundos, una montaña de energía que resguarda la entrada. Todos esperan encontrar cosas de valor dentro del juego, cosas que luego venderán en cualquier parte del país a precios muy elevados, algunas de ellas llegan a costar una fortuna, por ejemplo, los códigos de acceso a La Fortaleza, diferentes armas, energía y poderes, armaduras, escondites, naves de ataque y defensa, y muchos otros secretos codiciados por los jugadores.

    Los Centenarios llegaron al pie de la montaña y antes de que los hechiceros se formaran en círculo como es su costumbre, Virana, hermosa guerrera gritó:

    —!Danny¡, !quítate esa cosa de la cabeza¡ !Danny¡, apaga ya esa cosa—. Danny no logró escuchar la voz de Virana a quien tanto admira porque la voz de su madre se impuso con aquella orden—: ¡Vamos! apaga ya ese artefacto.

    —¿Qué pasa si me niego? —preguntó enojado el chico sin quitarse el casco neural de la cabeza ni bajar los pies de la pequeña mesa.

    La respuesta tardó mucho menos de lo que el muchacho hubiera podido imaginar, la música de La Fortaleza de Irata, su videojuego favorito, cesó de inmediato y en un segundo apareció una caricatura bailando mientras en la pantalla parpadeaba el mensaje: «Desinstalar juego en 3,2,1» y antes de que el jovencito pudiera hacer algo todos los archivos de su videojuego favorito desaparecieron, el muchacho comenzó a gritar como loco mientras trataba de acceder a la papelera y restaurar los datos, pero fue inútil, su madre ha estado controlando todo desde su móvil y él ya no tiene control alguno.

    —Ahora no saldré de mi habitación en cuatro meses —dijo el chico amargamente.

    —Ya lo creo que saldrás —contestó Julia—. Y sacarás la basura, limpiarás tu cuarto y bañarás al perro, porque ese olor que sale de tu cuarto se siente hasta tres cuadras y aún más allá.

    —Sabes muy bien que no tenemos perro, nunca me has dejado tenerlo, además...— hizo una pausa—, ¿estás tratando de decir que yo huelo mal?

    —Como única respuesta la madre, que salía del cuarto con una cesta de ropa sucia, se acercó una camiseta a la nariz y con una expresión exagerada estiró el brazo para alejarla de sí.

    Danny se dio cuenta de que esta vez sería muy difícil negociar con Julia sobre su videojuego, así que se acercó a la mesa donde Julia había puesto dos boletos de entrada para la feria, por ellos habían discutido en la mañana sin llegar a ponerse de acuerdo, pues Julia insistía en llevar al muchacho al parque de atracciones para sacarlo de esa habitación donde tenía meses encerrado sin salir, por eso, Danny acomodando la voz lo mejor que pudo, le dijo a su madre, quien ya venía bajando las escaleras.

    —Tal vez esa feria no sea tan aburrida, me animaré a salir si prometes no obligarme a subir a ningún aparato para niños y eso incluye trenes, caballitos, ¡nada de esas tonterías!

    —Por supuesto que no —respondió Julia con un ligero aire de satisfacción difícil de esconder debido a una sonrisa pícara que se le dibujó en el rostro—. Tú eres un chico grande y estoy segura de que encontraremos alguna atracción que valga la pena para un casi adolescente de diez años.

    Capítulo II

    LA FORTALEZA DE IRATA

    —¡Disparen! todos al mismo tiempo. ! Ahora! —gritó Mephistos, el hechicero, líder de los guerreros de la Luna Negra, cofradía formada por ambiciosos mercenarios caza fortunas, quienes en su mayoría ingresan al Juego con la única intención de encontrar huevos de pascua, (objetos escondidos dentro de un videojuego por sus desarrolladores), estos tienen gran valor en el mercado negro de los gamers y son muy útiles para encontrar portales que les permiten entrar a los Campos Protegidos, por supuesto, quienes lo logran se ahorran tener que pasar algunas batallas, pues algunos de ellos dan acceso a los templos, las mansiones, los campamentos y los arsenales; pero lo más codiciado por ellos son las fuentes de energía de los canales cuánticos, con ello consiguen disparar chorros de poder desde sus manos sin utilizar ninguna otra arma.

    Las hordas de hechiceros apuntaron todos a la gran roca de unos veinte metros de altura creando un círculo alrededor de ella, unos cuatrocientos hombres y mujeres de todas partes del mundo y al grito de ¡ahora! dispararon un chorro de energía que brotaba de diferentes artefactos como báculos, anillos, vulgares escobas e incluso de las palmas de sus manos, un gran chorro de plasma azul que destruye cualquier cosa que toca; entonces, muy cerca de la cima, se abrió un portal, la luz que emite es diferente, blanca, ligeramente azulada, hermosa y justo en el centro se ve una silueta de mujer, no se puede distinguir quién es pero sus ropas son muy blancas.

    —¡No disparen, es la nodriza! —gritó Mephistos temiendo que destruyeran su única oportunidad de atraparla con vida, entonces cesaron todos los chorros de energía, nadie disparó de nuevo. Mephistos levantó su báculo y golpeó el suelo con la altivez de siempre. Suele hacerlo para tele transportar a su ejército de hechiceros; pero sólo levantó un poco de polvo. Todos lo miraron aterrorizados, esta vez no tuvieron tiempo de escapar como era su costumbre. La nodriza levantó su mano y de la roca salió una fuerte luz verdosa que iluminó todo alrededor, de inmediato la gran onda expansiva los alcanzó de lleno, todos fueron atravesados por su fuerza, lo último que vio el hechicero antes de esfumarse fueron dos palabras GAME OVER. Él sabía muy bien que si quería regresar tenía que organizar otro ejército porque este ya estaba marcado por la inteligencia artificial del juego y, además, no conocía a los jugadores ni ellos a él, no podía reunir a los mismos hechiceros, pero si algo tenía este hombre era dinero para comprar conciencias y persistencia, mucha persistencia.

    Capítulo III

    EL LOCO DEL TERRAPLÉN

    —¡Kabum! —se escuchó en el galpón K-36, el de los volátiles, todos corrieron, algunos lo hacen preocupados por quienes están dentro del galpón; pero la mayoría corre en sentido contrario para salvarse a sí mismos.

    —¡Gian Franco, ve hasta allá de inmediato! Me traes un reporte de lo que pasó, no dejes que entre nadie de la prensa —gritó Lucca D ́Paolo, antiguo propietario de: Pinturas D’Paolo, la empresa más destacada y con mayor capacidad de empleos en la pequeña ciudad de Benhimel, que, ahora después de haber sido intervenida por la Corporación, pasó a ser parte de los activos de la gigantesca empresa y la mesa directiva nacional decidió poner a Lucca D´Paolo al frente con la condición de someterse a las reglas de la Corporación. En cierto modo salió beneficiado, según él mismo, porque de otro modo habría tenido que declararse en quiebra y ser juzgado por delito de mala administración personal y corporativa.

    Con poco menos de doscientos mil habitantes Benhimel es un hervidero de gente que cada día satura las únicas tres avenidas que atraviesan las doce calles que recorren la ciudad de punta a punta; fue fundada apenas hace sesenta y cinco años por un artista plástico que según cuentan los mayores llegó desde Dinamarca y se asentó en estas tierras atraído por la belleza del paisaje, pero por sobre todo lo atrajo la soledad del entorno, pues como aún recuerdan algunos ancianos que lo conocieron solía aislarse para crear sus extrañas esculturas, una réplica de las tales decora la pequeña plaza del centro cívico, luego tras él vinieron muchos más buscando tierras baratas donde levantar cuatro paredes, los niños solían llamarlo el Loco del Terraplén porque fue sobre un promontorio de tierra donde el escultor danés levantó una especie de choza de madera y dio inicio a la población de un lugar al que los pobladores de otras ciudades llamaban Charco Largo debido a las inundaciones que se formaban y le quitaban a la gente la intención de venir, tuvo que arriesgarse aquel hombre y hacer la primera choza y aun así pasaron dos años antes de que el próximo decidiera mudarse después del artista.

    —Si no se muere el loco del terraplén me mudo para Charco Largo —decían algunos—. Me gustaría comprar un terreno allá; pero voy a esperar hasta saber cómo le va al Loco del Terraplén —decían otros.

    Fue de esa manera como a lo largo de veinte años ya había creado unas ciento setenta obras de arte que tras la muerte del artista, después de ser sometidas a las burlas y humillaciones públicas, terminaron en el sótano de una iglesia. De modo que hace treinta años cuando vino el hermano menor del artista con un camión y un documento que lo acreditaba como heredero del escultor no tuvo la menor oposición y entre los hombres que cargaron el camión se oían diversos chistes.

    —Oye, Miguel, esta se parece a tu suegra.

    —No lo creo —contestó el otro—, está muy flaca y la cabeza es muy grande como la tuya.

    Esto decían, pues todas las esculturas representaban a personas pequeñas con una gran cabeza y ojos muy saltones.

    —¡Ayúdenme, por favor! —suplicó Carlos tratando de quitarse de encima el pesado tanque que lo tenía aprisionado contra unas cajas llenas de solventes que milagrosamente no se incendiaron, la explosión sólo había generado gran alarma y un gran susto, el fogonazo del tanque vacío, pero con residuos de thinner, había hecho mucho ruido, pero al no tener la tapa de alta presión, como los tanques que estaban justo detrás de él, la fuerza se había liberado sin mayores consecuencias, sin embargo, la base que lo sostenía estaba dañada y Carlos la estaba comenzando a soldar para repararla, por eso el tanque estaba vacío, pero no había sido rociado con la espuma de seguridad para estos casos, una espuma que se adhiere a las paredes del tanque y absorbe cualquier resto de material inflamable anulando su efecto. Carlos le había preguntado al supervisor de planta y este le dijo que ya alguien se había ocupado de hacerlo.

    —¡Ayúdenme! —gritó de nuevo al ver entrar a su jefe y cuatro obreros quienes presurosos retiraron el pesado contenedor de la humanidad del magullado Carlos Mantis, soldador de primera línea especializado en tanques de combustible y que había rechazado un trabajo en la petrolera porque tendría que haberse ido de Benhimel y empezar de nuevo en otra ciudad y Carlos Mantis es de los que nacen, crecen, se reproducen y mueren en su ciudad natal.

    —¿Qué pasó, Carlos?, este descuido no parece cosa tuya —preguntó Gianfranco, el ingeniero, mientras lo levantaba del suelo y lo revisaba de un vistazo para cerciorarse

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