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Nieve en el convento
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Nieve en el convento
Libro electrónico244 páginas3 horas

Nieve en el convento

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Información de este libro electrónico

Cuando escuchamos hablar a nuestras madres o abuelas del maltrato a las mujeres y el menosprecio que había hacia ellas hace muchos años, decimos: «¡Ya será menos!».

Cuando las mejores familias por no perder su honra, su estatus, su nivel en la sociedad de antes, si la hija quedaba embarazada hacían desaparecer el hijo, nadie se enteraba. Pero la realidad estaba ahí, en unos años con una mentalidad machista, donde la mujer tenía que callar y aceptar todo lo que se le ordenaba.

Cuando yo escuchaba lo vivido de esta persona desde niña en la que este relato esta basado, siempre tuve la idea de sacarlo a la luz. Hoy, que se supone que «la mujer está protegida».

Aquí os dejo esta historia real de lo que pasó una mujer desde su nacimiento hasta su muerte.

Nieve en el convento va a llegar al corazón del lector, me siento orgullosa de haber llegado hasta el final de esta historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ene 2024
ISBN9788411819855
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    Nieve en el convento - Victoria Ruiz Cruz

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Victoria Ruiz Cruz

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-985-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Hace muchos años que tenía la ilusión de escribir este libro, está basado en hechos reales, la mayor parte del relato me lo contó ella, mi abuela, y también he recopilado información de mis primas más mayores, que vivieron algunos de los hechos.

    Yo familiarmente soy la Vitorita, nieta de la protagonista. Pasaba muchas horas con ella y me contaba muchas etapas de su vida.

    Siempre me cogía de la mano y me llevaba con ella a todos sitios terminando en su casa todos los días.

    Tuvo la vida de una mujer luchadora desde que nació en el año 1892, tiempos en los que no era fácil vivir.

    Los acontecimientos fueron en Andalucía, en aquel entonces eran los «Señoritos» los dueños de las tierras, era muy difícil subsistir, los ricos eran muy ricos, los demás, pobres a su servicio.

    En este libro no pongo pueblos, ni nombres reales para no ofender a los descendientes de esta gran mujer, a la que yo tanto quise.

    Ella muchas veces lloraba al contarme su propia vida, yo la escuchaba desde que era una niña, que a su lado también lloraba.

    ¡Sabes que siempre te llevo en mi corazón! ¡Madre! Yo te llamaba: «¡Madre!», aunque eras mi abuela, nunca te llamé «abuela».

    NIEVE EN EL CONVENTO

    Todo comenzaba en el año 1892 a final del año, en un pueblo de Andalucía, amanecía con una gran sorpresa en el convento de las Hermanas Descalzas. Se despertó la Hermana Rosa una de las más veteranas del convento, siempre era la primera en despertarse

    ¡Que frio hace hoy! Ya los huesos se resienten, abre la ventana y una gran sorpresa llenaron sus ojos ¡Nieve! Fue rápido, dentro de su lentitud, se empezó a vestir despacito, ya vestida salió al pasillo de las habitaciones ¡Hermanas! ¡Nieve! ¡Nieve! todas las Hermanas se apresuraron a vestirse

    ¿Qué pasa? ¡Rápido! ¡Rápido! venir a ver la nieve.

    Salió la Hermana Maria vamos, abrió la puerta la Madre Superiora pero ¿Qué pasa? Que escándalo es este tan temprano. La Madre Superiora era la más mayor de todas, ¡Vamos tranquilas! salieron las demás Hermanas que había en el convento unas quince monjas en total. Salieron todas al patio había como unos veinte centímetros de nieve, en este pueblo no suele nevar nunca es raro para algunas zonas de Andalucía. Allí comenzó una batalla campal de bolas de nieve, tras un rato de disfrute con la novedad. La Madre Superiora gritó,

    ¡Venga! se acabó la fiesta a desayunar que el día es corto.

    Entraron todas al comedor entre risas comenzaron a preparar entre todas el desayuno, cada una con su tarea asignada diariamente, las risas y comentarios no paraban entre ellas hablando sobre la nieve. Se fueron sentando cada una en su silla, habitualmente tenían su sitio asignado cuando ya estaban todas sentadas

    ¡Ya está bien! Dijo la Madre Superiora, Hermana Rosa bendice la mesa, todas en silencio Desayunaban. De pronto irrumpió en el silencio la campana del torno.

    ¿Quién sera tan temprano?

    Se rompió el silencio desde la campana con el llanto de un niño.

    ¡Dios mío! Se levantaron y fueron corriendo al torno ¿Qué es esto? Dijo la Madre Superiora,

    ¡Un bebé! contestó la Hermana Rosa, todas alrededor del torno intentaban ver al bebé en el canastillo, alguien lo habrá abandonado.

    Se acercaron al torno donde ya habían dado la vuelta cogió el canastillo una de las Hermanas, otra Hermana salio a la puerta para ver si veía a alguien, en la entrada no había nadie y en la calle tampoco, solo la huella de unas pisadas de un pié pequeño en la nieve y en el portal.

    Allí estaba un canastillo con una mantita encima, el bebé lloraba, venga vamos al calor, entramos todas al comedor que estaba calentito.

    Allí vimos que era un bebé recién nacido, es una niña ¿que vamos hacer?

    No os preocupéis lo solucionaremos.

    ¿Quien lo habrá abandonado? El canastillo y la mantita son de buena calidad, luego viene de buena familia pero será difícil averiguar.

    Los pobres no suelen abandonar a los hijos por muchos que tengan.

    Esta niña viene de una buena familia, tal vez alguna hija que quedó embarazada para no deshonrar la familia habrán decidido abandonarla.

    Llegó como todos los días la Señora Petra, es la que acarrea el agua a las monjas con los cantaros, pero hoy con la nevada no va a poder traer el agua. Petra es una señora viuda que no tiene hijos ni a nadie y acarrea el agua de la fuente para las Hermanas, le dan a cambio un poco de dinero para que pueda subsistir y comida de la que hacemos para nosotras, es de mediana edad y no le dan trabajo para servir a los Señoritos, ellos las quieren jóvenes.

    Hermana mira haber cuántos cantaros de agua quedan.

    Madre hay suficiente para hoy para beber y las comidas,

    ¡Vale! Ya para regar y la limpieza tenemos el pozo.

    —¿Qué pasa? —preguntó Petra. Todas las hermanas estaban agrupadas alrededor de la mesa. Cuando se dio cuenta del canastillo, exclamó—: ¡Dios mío! ¿Qué es esto?

    —Nos la han dejado en el torno esta mañana. Petra, la madre la está esperando en el despacho.

    —Pase, Petra —indicó la madre superiora—. Ya ha visto que tenemos un problema, hay que buscar a una madre de cría para que amamante a la niña, porque tiene que tener hambre.

    —Madre, la hija de Aurora, la panadera, ha dado a luz recientemente.

    —Petra, tiene que avisar a esa muchacha para que venga directamente y amamante a la niña; no la podemos dejar sin comer, no sabemos desde cuándo no come. Después, vaya usted a avisar a don Gonzalo, el médico, para que venga, la tiene que reconocer para saber en las condiciones que está. Pase también a avisar a don Antonio, el párroco de Santa María; dígale que es urgente, que venga rápido para ver qué podemos hacer.

    Era una niña preciosa; se veía sana. Trataron de calmarla hasta que llegase el médico y les dijese qué podían hacer.

    —¿Nos la podemos quedar? La criaremos entre todas —preguntó la hermana Carmen, una de las más jóvenes.

    —No podemos hacer eso —respondió la madre superiora—. Hermana, no hablemos de eso, primero hablaremos con el médico y el padre Antonio nos irá diciendo lo que tenemos que hacer.

    —¡Qué bonita! —exclamó la hermana Rosa cogiendo a la niña en brazos—. Es tan pequeñita. Con tanto frío que hace… —dijo pegándola contra su pecho y acercándose a la chimenea—, ¿cómo se puede hacer algo así? —La madre tiene que tener unos motivos muy grandes, hermana, no juzguemos sin saber la causa —señaló la madre superiora—. Tendrá motivos para hacer esto, ella es la que la ha llevado durante nueve meses en su vientre; no creo que sea ella.

    —Tal vez la familia la ha obligado a hacerlo —comentó la hermana Rosa.

    —¡Tal vez! Hay familias para las que la honra es lo más importante.

    —Madre, estoy pensando en el nombre ideal.

    —¡Hermana! No pensemos ahora en eso.

    —Le podemos poner Nieves; ella vino con la nieve y fueron la nieve y ella las que nos despertaron en esta fría mañana.

    —Hermana, ya lo pensaremos, no nos apresuremos.

    —¡Madre! ¡Madre! ¡Llega el médico!

    —¡Buenos días, don Gonzalo! —saludó la madre superiora—. Aquí tenemos una sorpresa en esta fría mañana.

    —¿Pero qué tenemos aquí? ¡Qué criatura más bonita! —exclamó el médico—. Vamos a ver… se ve sana —dijo tras un rato reconociéndola—. Esta niña no tiene más de un día; lo único que tiene es hambre. Hermanas, tenemos que buscar una madre de cría para que le pueda dar un tiempo el pecho, sería un buen apoyo. Yo os diré qué leche tenéis que comprar como complemento para las noches.

    —Don Gonzalo, ¿a usted no le han llegado noticias de algún parto en estos días?

    —Hermana, yo de la mayoría de los partos ni me entero, solo de alguno que venga con complicaciones. Todos nacen en las casas; las parteras son las que los atienden y, en los pueblos, las madres o abuelas. Es muy difícil averiguar quién es la madre; puede ser de alguna aldea o pueblo cercano.

    Llegó don Antonio, el párroco de Santa María.

    —¿Qué pasa tan de mañana?

    —Padre, nos han dejado a esta hermosa niña en el torno bien temprano.

    —¡Dios mío, qué bonita es!

    —Sí, padre, es preciosa.

    —Tenemos que avisar a las autoridades y ellos nos dirán lo que tenemos que hacer.

    —¡Madre! ha llegado la hija de Aurora, la panadera —avisó una de las hermanas.

    —¡Hola! ¿Tú eres Teresa?

    —Sí, madre.

    —¿Acabas de dar a luz?

    —Sí, hace una semana.

    —Tenemos un problema; nos han dejado una niña recién nacida en el torno. ¿Tú podrías darle el pecho durante un tiempo?

    —Madre, acabo de tener a mi niño, ¿cómo no voy a darle el pecho? Pobrecita, es tan pequeña… Esta recién nacida, tiene aún los ojos cerrados. —Se apartó hacia un rincón al lado de la chimenea y la amamantó; se quedó dormida enseguida.

    —Hermana Rosa, que preparen una cesta de alimentos del huerto y que cojan un pollo del corral para que se lo lleve Teresa, que tiene que alimentar a dos —ordenó la madre superiora—. Teresa, te van a preparar una cesta para que te alimentes bien.

    —Madre, vendré varias veces al día; alternamos las tomas.

    —Como tú veas, Teresa —dijo antes de dirigirse al párroco—. Padre Antonio, tendremos que bautizar a la niña.

    —Madre, no se preocupe, primero la bautizaremos nosotros para que esté en gracia de Dios. ¿Cuál va a ser su nombre?

    —Una de las hermanas dice que nos la ha traído la nieve, por lo que la podemos llamar Nieves.

    —De acuerdo, trataremos de buscarle unos padres. Yo correré la voz por las demás parroquias; siempre hay matrimonios que no tienen niños y desean tenerlos aunque no sean suyos, pero todo eso a su debido tiempo. Buscaremos todo lo mejor para ella; ya que Dios la ha puesto en nuestras manos, será la hija de todos nosotros.

    —Que así sea, padre.

    —Padre, si nadie la reclama para adoptarla, ¿nos la podemos quedar nosotras? —preguntó la hermana Rosa.

    —Ahora lo que toca es comunicárselo a las autoridades; ellos son los que deciden, pero, al ser tan pequeña, quedará a vuestros cuidados hasta que sea un poco más mayor, no creo que haya ningún problema. Todos buscaremos soluciones para que esta niña pueda tener lo mejor.

    Teresa iba varias veces todos los días a amamantar a la pequeña Nieves; era la madre de leche, como en aquella época se las llamaba. Las demás tomas se las daban con una tetina con el tipo de leche que les recomendó el médico.

    —Hermana Rosa, tú cuidarás totalmente de Nieves; dormirá en tu alcoba. Tus tareas habituales las hará otra hermana y tú dejarás tu horario habitual; si Nieves te da una mala noche, podrás levantarte a la hora que necesites.

    Pasaron unos días y la niña aún no había abierto los ojos. Era muy tranquila y estaba cogiendo peso; solo protestaba cuando quería comer. Se la veía muy sana y, con el cariño y las atenciones de todas las hermanas, se estaba poniendo preciosa.

    Todo transcurría con normalidad en el convento; todas las hermanas ya habían añadido una tarea más a su rutina diaria. Era muy bonito ver el amor que recibía Nieves por parte de todas; durante el día, todas se pasaban a verla varias veces.

    —Madre, ha llegado el alcalde don Federico y viene también don Antonio, el párroco de Santa María.

    —Hágalos pasar a mi despacho, voy en unos minutos.

    —Señores, pasen por aquí que enseguida viene la madre superiora.

    —Gracias.

    —Buenas tardes, señores, me imagino que ya les ha informado don Antonio.

    —Sí, madre.

    —Don Federico, ¿qué tenemos que hacer? Díganos cuáles son los pasos que tenemos que dar.

    —Madre, primero tenemos que bautizar a la niña y registrarla en el juzgado, luego correremos la voz por todas las parroquias para que, en cada misa que den, hablen de la niña —contestó don Federico—. También tenemos que tratar de buscarle unos padres adoptivos, mientras tanto, la niña se puede quedar en el convento, puesto que aquí está bien cuidada; no me cabe la menor duda de que ustedes les dan todo el amor que necesita.

    —Yo me ocupo de hablar con todos los párrocos del pueblo y también con los de los pueblos colindantes; también hablaré con todos los señoritos de la comarca por si alguno quiere adoptar a Nieves —ofreció don Antonio.

    —Está bien —acordó la madre superiora—, yo empezaré a mover todo el tema del bautizo; estaremos los más cercanos y entre nosotras lo prepararemos todo en el convento.

    —Todo saldrá bien, nuestra Nieves tendrá el bautizo que se merece —dijo don Antonio—. Madre, nos marchamos, la vamos informando.

    —Gracias, don Federico; gracias, padre.

    —¡Hermanas, atención! —exclamó la madre—. Venid todas aquí. Nos ha dicho don Antonio que tenemos que bautizar a Nieves, así que tenemos que empezar con los preparativos, será lo más bonito que hemos tenido en muchos años.

    —Sí, madre, ¿qué es lo que tenemos que hacer?

    —Ya os iré dando las órdenes de lo que tenéis que hacer cada una. Por ejemplo, hermana Lucía, hay que hacer recuento de las provisiones que tenemos, para que nos traigan los productos que nos faltan; nos traerán los donativos, que nos van a venir muy bien, jajaja.

    —Madre, como dice el refrán, «cada niño trae un pan debajo del brazo».

    —Sí, hermana, Dios no nos abandona nunca. ¡Venga! Cada una a su tarea.

    La niña, en unos días que llevaba en el convento, había espabilado mucho. Abrió los ojos y los tenía grandes y negros, la piel muy blanca, el pelo oscuro. Teresa traía a su hijo Manuel a veces y los ponía a los dos juntos; se llevaban solo una semana. Teresa la amantaba con mucho amor, como si fuese su propia hija.

    EL BAUTIZO

    Llegó el bautizo, el esperado día. Todo el convento estaba revuelto; la hermana Rosa le había hecho un vestido bautismal precioso con su gorrito blanco. Las hermanas prepararon entre todas los dulces típicos del convento, canapés…, un poco de todo para que saliera perfecto y no faltara nada.

    Todo estaba previsto; vendrían el padre don Antonio y otros dos párrocos más, el alcalde don Federico y la señora doña Catalina como testigos, varios terratenientes importantes del pueblo, don Joaquín y don Julián. Todos admiraban a Nieves; eran los más allegados al convento y ayudaban a las hermanas con sus donativos.

    Llegó Teresa con su hijo Manuel y con su madre Aurora, la panadera, que traía unas bandejas de empanadas y pasteles para la celebración. Nieves estaba guapísima y tranquilita; creo que era una bendición tenerla aquí con nosotras. Cuando ya estábamos todos alrededor de la pila, el padre Antonio trajo una botella de agua bendita y la bautizó; ya estaba en gracia de Dios. Fue todo muy emocionante. En aquella época, se bautizaban a los niños a los pocos días de nacer, ya que, si se morían y no estaban bautizados, se decía que no iban al cielo, por lo que lo hacían lo antes posible.

    Todas estaban muy felices; la llegada de Nieves fue para todas un soplo de aire fresco. Entre las sombrías paredes de piedra en el convento, donde todo era rutinario, ella rompió ese silencio para traer alegría a sus vidas.

    En la sala donde comían todas las hermanas habitualmente, se dispuso la mesa para el banquete. Era muy grande, toda llena de aperitivos para picar aportados por cada uno de los allí presentes. Un pequeño banquete sencillo y con las personas más cercanas y allegadas. El padre Antonio trajo un vino con el que todos brindamos por la salud de Nieves y por que pronto tuviese unos padres.

    Dña. Catalina hablaba con la madre superiora.

    —Si saliesen unos padres pronto antes de que fuese más mayor, sería mejor para ella y para todas ustedes.

    —Sí, Dña. Catalina, porque si se hace más mayor, va a ser más difícil para ella y para todas nosotras, pero será cuando Dios quiera.

    Se pasó la tarde entre cháchara y cháchara. De repente, el llanto de Nieves paró todas las conversaciones.

    —¡Ya tiene hambre! —dijo Teresa—, me voy a darle un poco el pecho. —La cogió y se apartó para darle el pecho. Al lado,

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