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Del sable al duelo
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Libro electrónico376 páginas5 horas

Del sable al duelo

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Información de este libro electrónico

Cédric Khega y escucha a lo lejos el aullido de un perro-lobo, pero se siente seguro entre sus cosas y murallas, mientras vive el momento con sabiduría. Los años le han enseñado a vivir en la capital, donde todo es a veces muy frío. En su edificio aristocrático también viven unas bailarinas de cabaret, muy atractivas, pero él se había refugiado en el amor de Larisa Kiesner, que ahora dormía a su lado como una mujer encantadora.
Por su carácter y su buen gusto, por su forma de pensar y de amar, la amaba como se aman esas cosas místicas. De noche sus ideas son siempre más claras: así supo que los inmortales en la ciudad vivían con estilo y libertad pero los duelos entre ellos eran a veces muy peligrosos.
IdiomaEspañol
EditorialRIL editores
Fecha de lanzamiento9 jul 2015
ISBN9789560113191
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    Del sable al duelo - Christian Asenjo

    CHRISTIAN ASENJO

    DEL SABLE AL DUELO

    DEL SABLE AL DUELO

    Primera edición: abril de 2017

    © Christián Asenjo L., 2017

    © RIL® editores, 2017

    SEDE SANTIAGO:

    Los Leones 2258

    CP 7511055 Providencia

    Santiago de Chile

    (56) 22 22 38 100

    ril@rileditores.com • www.rileditores.com

    SEDE VALPARAÍSO:

    Cochrane 639, of. 92

    CP 2361801 Valparaíso

    (56) 32 274 6203

    valparaiso@rileditores.com

    Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

    Impreso en Chile • Printed in Chile

    ISBN 978-956-01-0411-3

    Derechos reservados.

    EL HONOR QUE ME HABÍA ENSEÑADO a tener mi abuelo era muy humano, así como son humanos todos los sentimientos del hombre. Había dejado mi libreta de notas sobre el escritorio, donde también tengo una caja para guardar el dinero de la venta de los sables. Entonces me vuelvo a sentar en esa silla para contemplar el invierno desde la ventana de un edificio aristocrático de tres pisos, el cual es casi nuevo, pero a esta hora el silencio siempre me dejaba pensando; como una cosa que a veces sueña y tiene viajes espirituales, y vivir era en estos tiempos una experiencia de mucha soberbia. Y yo siempre estaba por encima de los demás, como un personaje caricaturizado de la oligarquía más liberal del mundo, donde todos vivían su cultura con drama y donde de noche las calles eran muy frías y solitarias.

    —Ven a la cama, Cédric —dijo Larisa Kiesner.

    Pero mi apellido era Khegay.

    —Luego —contesté.

    El escritorio era mi lugar ideal. Los departamentos para parejas estaban de moda en la capital; por Larisa Kiesner sentía una pasión muy profunda, y desde la silla del escritorio la miraba descansar en la cama como una leona, pero yo ahora quería tener un momento de reflexión. Mirando por la ventana la luz de un farol, yo me había hecho cargo de mi propia vida, lo cual es siempre muy difícil, sobre todo cuando se vive en una capital tan moderna, donde modernismo ya había comenzado y las botas tipo príncipe estaban de moda. Los inviernos en la capital eran cada vez más largos, fríos y peligrosos, ya que en la capital los duelos eran muy comunes, y el sable era el arma de todo caballero, sobre todo de los más orgullosos, ya que tener un sable y andar con él eran un símbolo de poder. Pero ahora yo quería pensar, mirando las cosas de la vida, desde la comodidad de un edificio aristocrático, con siete sables curvos con su vaina en un rincón. Y la luna en el cielo iluminaba la capital, cuando pasa por la calle un inmortal, haciendo un ruido de sable con su hoja afilada y curva, que rozaba por una de las murallas del edificio El Príncipe.

    —¿Estás bien, Cédric? —preguntó Larisa Kiesner.

    —Sí, estoy bien, duerme tranquila —dije.

    En la intimidad, yo era un hombre muy melancólico, sin embargo, en mi vida pública era como un sable bien afilado, y el amor de Larisa era mi mayor tesoro, mientras disfruto del descanso. Hoy me había visitado Ruslan Ichankova, un inmortal que conocía la capital de día y de noche, quien me había comprado un sable a un muy buen precio, pues yo era conocido por ser un caballero de la oligarquía más liberal del mundo. Preocupado siempre del arte que se desarrolla en la capital, donde los museos han pasado a ser lo más importante, yo era un coleccionista de libros y pinturas, de botas de príncipe y ropa, y en el clóset tenía mis mejores camisas de vestir, junto a las corbatas más finas. Pero así y todo vivía sumergido en la melancolía, la cual me hacía ser como un dragón con dientes de oro; y ese inmortal ya había desaparecido, como si nada, entre la noche y mis reflexiones. Mientras, Larisa Kiesner sueña con el paraíso de las ninfas, como una dama de compañía muy sensual, y yo amaba los besos de Larisa, quien es hermosa como las flores en primavera. Y el orden era fundamental para mí; así como lo es la buena mesa y el buen vino, yo era uno de esos hombres que nunca pierde el control, ya que había aceptado una vida mental sin protestar, mientras las nubes en el cielo cubren la luna. Y de noche mis ideas eran más claras, pues soñar despierto era una costumbre en mí, y con Larisa habíamos hecho el amor, pero ella ahora disfrutaba del sueño en la cama, entre esas sábanas blancas tan suaves y nuevas; sin embargo, yo ahora quería pensar, sentado en esta silla, donde muchas veces he leído el diario El Capital. A lo lejos escucho el aullido de un perro-lobo, pero aquí yo me siento seguro, entre mis cosas y las murallas, viviendo el momento con sabiduría, y los años me habían enseñado a vivir en la capital, donde todo es a veces muy frío. También en el edificio aristocrático vivían unas bailarinas de cabaret; las cuales eran muy atractivas, pero yo me había refugiado en el amor de Larisa Kiesner, quien ahora duerme como una mujer encantadora, por su carácter y su buen gusto, por su forma de pensar y de amar, y yo a ella la amaba como se aman esas cosas místicas; y de noche mis ideas eran siempre más claras. Los inmortales en la ciudad vivían con estilo y libertad, y los duelos entre ellos eran a veces muy peligrosos. Cuando escucho la risa de dos mujeres y un hombre, el cual hacía sonar sus botas de príncipe con orgullo.

    —Estás muy fuerte —dijo una de ellas.

    —Sí, eres como un príncipe en las tinieblas —agregó la otra.

    Las fiestas en la capital eran una costumbre y la forma liberal de vivir de algunas mujeres era siempre de muy buen gusto; la oligarquía estaba pasando por una época de oro y todos tenían su sable para así poder tener clase.

    —Entremos —dijo ese inmortal.

    Asimismo, las bailarinas de cabaret vivían la vida con esa pasión visceral que tienen las mujeres liberales, mientras yo disfrutaba de la vida de una manera inteligente, sentado como una especie con clase, y en el escritorio también tenía algunas cartas que me habían escrito. Además, yo era muy conocido en el medio de los inmortales, ya que mis sables curvos eran de muy buena calidad, y yo elegía los que vendía con mucho cuidado, mientras mi sangre fría me hace ser como un reptil en medio de una noche infinita, eterna como el sufrimiento de los vagos. Mientras, esas bailarinas de cabaret disfrutan de la noche en la cama con ese inmortal, el cual ama como lo hacen los tigres en el África, y la cultura actual había creado a hombres y mujeres libres, y amar estaba de moda.

    —¿Quieres más, amor? —preguntó una de las bailarinas.

    Y el erotismo era siempre muy estimulante.

    —Claro que sí —dijo ese inmortal.

    Y en la cama ellos tres disfrutaban de las sábanas blancas como tres bestias, mientras yo miraba por la ventana la melancolía de la noche, con ese rostro que tienen los hombres que han vivido como inmortales, y mi mayor cualidad era la paciencia. Mientras mi amor duerme como un ángel, en una noche que a ratos parece un sueño, yo miraba ahora el infinito por la ventana. Entretanto, esas bailarinas de cabaret ahora disfrutan de una botella de champaña con ese inmortal, en ese departamento de tan buen gusto, y la aristocracia había quedado en el pasado, junto a todas sus costumbres manieristas, y lo extravagante y decadente habían pasado de moda. Así, el erotismo poco refinado de la oligarquía liberal era hoy una tendencia, y una de las más fuertes; sin embargo, así y todo, todos respetaban el marco de conducta, y los escándalos eran de alguna manera un manjar delicioso.

    —Quiero más champaña —dijo ese inmortal.

    Y las noches eran infinitas.

    —Claro, aquí tienes —agregó una de las bailarinas mientras la otra buscaba un cigarrillo.

    —¿Estás satisfecho? —preguntó la misma bailarina de cabaret.

    —Claro que sí, estoy muy satisfecho —respondió ese inmortal.

    Cuando Larisa se despierta.

    —¿Estás bien, Cédric? —dijo Larisa Kiesner.

    —Sí, amor, duerme que estoy leyendo una carta —asentí.

    Las palabras son para mí muy importantes, y leer es siempre un placer, mientras esas dos bailarinas de cabaret disfrutan de la compañía y la hombría de ese inmortal que tenía un sable curvo de muy buena hoja, y la sangre fría para amar era siempre muy importante. Los sables le habían dado a la capital un toque de elegancia y distinción; hoy la oligarquía estaba por sobre las vulgaridades de la aristocracia, tanto la oligarquía liberal como la oligarquía conservadora, y yo vivía con Larisa Kiesner con una gran comodidad, ya que nos habíamos sabido acomodar en la capital. Donde todos viven sus diferencias; y la tolerancia había hecho de la cultura de la capital una experiencia exquisita, sin embargo los duelos de los inmortales estaban siempre presentes. Ya me había terminado de leer la carta que me había escrito Zlobnij Blond, una inmortal con la cual había compartido mi vida en la primera etapa de mi juventud. Pero yo ahora amaba a Larisa Kiesner, quien es hermosa como una joya, y Zlobnij Blond me visitaría el 3 de junio, ya que ella quiere ver uno de mis sables, y las mujeres se habían hecho fuertes con el pasar de la historia, cuando del edificio El Príncipe sale un hombre con un impermeable negro y su sable en una de sus manos, y su actitud era la de un hombre que venía de una aventura amorosa, y los hombres más liberales disfrutaban de la noche como las panteras disfrutan de la luna. Mientras yo como un observador descanso con paciencia, tratando de colocar todas mis ideas en orden, y la vida era de alguna manera una experiencia mental, miro ese cuadro que cuelga de la muralla blanca, después miro a Larisa, y ella era de alguna manera mi mayor tesoro. Cuando ese inmortal desaparece del escenario que puedo observar, entonces tomo un libro del escritorio que aún no me termino de leer. Mientras, las bailarinas de cabaret ahora conversan con Iván Draslok, con esa paz y con esa quietud que tienen las mujeres con experiencia, cuya sangre fría era encantadora, sobre todo la de la más alta, la cual tenía unos ojos cafés hermosos; y la otra, unos pechos redondos como una chinita.

    —¿Y te sabes muy bien las historias de los inmortales? —preguntó una de ellas.

    —Sí, desde que soy uno de ellos las he tenido que estudiar —respondió Iván Draslok, mientras la otra bailarina de cabaret se ordenaba el pelo.

    —La otra noche estuve con otro inmortal y me dijo que viven para matar —dijo la misma bailarina que se estaba ordenando el pelo, con sensualidad.

    —Sí, así es —agregó Iván Draslok.

    Y los inmortales siempre se confesaban con las bailarinas de cabaret, las cuales son muy inteligentes y sensuales, así como sensuales son las mariposas en el bosque, y sobre el escritorio, sobre unos papeles, tenía un escarabajo hecho en plata, para la buena suerte. Y mi vida era un cuento en un libro; mientras la noche me llena de su quietud, y de día la capital se colmaba de movimiento, en los bancos y en los restaurantes, en las bibliotecas y en las tiendas de ropa. Y la moda y el buen gusto eran lo más importante para todos; y la cultura les había dado a todas las personas una muy buena educación, donde la tolerancia y el individualismo eran lo más importante. Mientras recuerdo a Zlobnij Blond, una inmortal hermosa, Iván Draslok ahora disfruta de un momento de paz con dos mujeres muy liberales, y el mundo conservador se había quedado en el pasado. Y la oligarquía liberal se había ganado el puesto de clase dominante. Al mismo tiempo, Larisa Kiesner sueña ahora con dragones y caballeros, como una mujer soñadora y relajada; yo amaba contemplar su belleza tan femenina, y mis botas de príncipe habían quedado a un lado de la cama, muy cerca del velador donde también tengo una daga medieval. Y el control que yo tenía sobre mí mismo me hacía ser un gran pensador, y de noche yo disfrutaba mucho del tiempo y el espacio, sin nunca dudar de la realidad, sentado como un conservador en una silla muy cómoda, cuando me paro para ir a buscar el calor del amor con Larisa.

    —Estás frío —dijo Larisa Kiesner media dormida.

    —Sí, eso lo sé —contesté.

    El amor de Larisa era mi refugio y mi tesoro, cuando me duermo junto a ella, en una cama tan blanda como las nubes del cielo.

    —Eres un inmortal muy travieso —dijo una de las dos bailarinas de cabaret.

    Iván Draslok era un liberal que disfruta de la vida con mucha pasión; y algunas mujeres se habían liberado de esa moral conservadora que no deja vivir, y las aventuras eran siempre muy alegres, sobre todo cuando aquellas se desarrollan en la cama. Y la conciencia de clase hacía de todos una obra de arte, y todos vivían para dar lo mejor de sí, mientras ellos tres se terminan de tomar la botella de champaña, con clase y elegancia, y la sangre fría de los dragones ahora corre por las venas de esas bailarinas de cabaret, las cuales no han perdido nunca el control con ese inmortal.

    —¿Cuál es tu mayor tesoro? —preguntó una de las bailarinas.

    —Mi sable —respondió Iván Draslok.

    Para los inmortales, el sable es un símbolo de poder, con el cual defienden su vida y su cabeza, y la noche se había convertido en una velada maravillosa para ellos. En el edificio aristocrático de tres pisos también vivía Xenia Onatopp. Ella era una jugadora de póker que se ganaba la vida estafando a los hombres ricos y alcohólicos; pero de ella ahora no quiero hablar, mientras disfruto del calor de Larisa Kiesner en la cama, con amor y ternura.

    —¿Y has matado a muchos inmortales? —preguntó la bailarina de cabaret que tenía los ojos cafés.

    —Sí, a muchos —dijo Iván Draslok.

    Los dramas de los inmortales siempre terminaban en tragedia, pero nadie intervenía en esos duelos a muerte, ya que los inmortales eran de una clase inmortal, y en el espíritu de Iván Draslok había muchos espíritus de otros inmortales, y la mayor leyenda era un inmortal llamado Niko Guzun. Este había vivido en la época del Imperio romano; pero ahora él era un ermitaño que había huido a las montañas para vivir su soledad, y el ruido de los sables siempre se escuchaban en las calles de la capital. Donde los duelos son el pan de todos los días y las personas comunes no entendían la conducta de los inmortales; los cuales viven como si la vida fuera infinita y eterna.

    —¿Y te gusta ser un inmortal? —preguntó la bailarina que fumaba.

    —Claro que sí, pero si ser un inmortal no tiene nada de malo —replicó Iván Draslok.

    —Pero eres como un vampiro entonces.

    —Algo parecido.

    —Eso me estimula —añadió una de ellas.

    La vida de los inmortales era siempre muy interesante, sobre todo para las bailarinas de cabaret, las cuales amaban tener aventuras, y los inmortales eran siempre muy atractivos y masculinos, tanto para hablar como para actuar. Además, el idealismo de ellos los convertía en unas bestias muy carismáticas; y las botas de príncipe de Iván Draslok habían quedado por ahí, muy cerca de su sable curvo, cuando una de ellas lo besa en el cuello, con amor.

    —Hueles muy bien —declaró ella.

    —Es mi perfume inglés —dijo ese inmortal.

    —Me erotizan mucho tus manos.

    Y ese inmortal tenía un poder de seducción que las mujeres amaban por sobre todas las cosas; todos los inmortales tenían un poder mental muy fuerte, con el cual lograban manipular a las personas más débiles de mente. La vida en la capital, llena de objetos interesantes para la gente de nuestra condición, se había convertido en un escenario muy controversial, y las calles eran tan interesantes como las mujeres más liberales, las cuales adoraban la muerte y no la vida, cuando un inmortal golpea la puerta de una dama que era conocida por ser muy atractiva.

    —¿Puedo pasar, Elizaveta?

    —Claro que sí, hombre.

    Vivir de noche era algo muy normal para muchos, sobre todo para la oligarquía más liberal, y todas las mujeres liberales compartían su cama con los inmortales, los cuales eran fuertes, fríos y educados para amar, y las costumbres draconianas habían vuelto a la capital, donde todos viven la aventura de la vida sin vida. Entonces ese inmortal hace un ruido con su sable golpeando la punta contra el suelo, mientras Elizaveta se termina de tomar su té, quien tenía una piel muy blanca, y sus manos eran tan hermosas con sus uñas pintadas de rojo y su pelo negro. Iván Draslok ahora duerme en esa cama con esas dos bailarinas de cabaret que habían terminado muy cansadas después de conocerlo.

    Y Elizaveta sabía leer el horóscopo celta.

    —¿Y qué has hecho? —preguntó ella.

    —Vagar por la capital de hotel en hotel —respondió Rustam.

    La vida de los inmortales era siempre una fantasía, hasta en los casos más reales y cotidianos, y Elizaveta y Rustam se conocían ya desde hace un tiempo, y la promiscuidad no era mal vista. Entonces Rustam se acomoda en la sala de estar del departamento de Elizaveta, el cual tenía una vista muy interesante de la capital. El dinero movía montañas por estos lados del mundo, donde las mafias han construido una realidad; y de noche todas las conversaciones eran interesantes, hasta las más banales y superficiales, y la poca importancia de la vida personal de algunas personas hacía de la capital una ciudad fantasma, donde todos entendían el arte como un estilo de vida. Y el culto a la belleza era en todas las mujeres una moda; sobre todo en las mujeres más coquetas, y los inmortales amaban a todas las mujeres que se dejaban amar, con esa pasión que tienen los hombre de la capital, donde nunca falta una aventura que contar.

    —¿Quieres un poco de sidra? —preguntó Elizaveta.

    —Claro, ¿por qué no? —respondió Rustam.

    El alcohol mejoraba la vida de todos por las noches, y todos los adultos sabían beber de manera correcta, mientras Rustam se acomoda otra vez en esa sala de estar donde ahora ellos disfrutan de la paz, y las amistades tenían mucho valor. Rustam deja su sable a un lado, con esa hombría que lo caracteriza; el carácter era más importante que la personalidad en estos tiempos, donde el modernismo ha comenzado, y saber leer bien era el síntoma de una buena educación, mientras la luna se muestra en una noche muy realista. Y en el edificio aristocrático todos entendíamos el concepto de la idea de libertad, y la prudencia era en todos algo muy importante, así como vestir y hablar bien. Y los gestos de Elizaveta eran siempre muy bien ejecutados; mientras el viento recorre la capital como un espíritu, y la vida es siempre la metáfora de otra cosa, Rustam ahora actúa como un romántico, y en la vida había cosas que no pasaban de moda, y ser un caballero era siempre un placer para él. Tiene unos ojos azules de perro siberiano muy reales, y su vida es una historia de violencia bien contada; en cambio, la vida de Elizaveta es una historia erótica digna de la dama más elegante, y la vida en la actualidad es diferente para todos, donde los periodistas se dedican a contar la historia en sus periódicos. Y en la capital todos saben leer bien; ya que el bienestar había llegado junto a una profunda seriedad en la vida cotidiana, y disfrutar de la vida con moderación no era un pecado, más bien era una costumbre. Y la sidra era la bebida ideal para Elizaveta, quien tiene un muy buen gusto para vivir y pensar, mientras ahora yo duermo soñando, y la noche es siempre un placer para la gente con clase.

    —Despierta, Cédric —dijo Larisa Kiesner.

    —Qué…

    —Te he preparado té y unas galletas.

    Entonces miré la hora en mi reloj.

    —Son las doce —dije.

    —Así es —añadió Larisa Kiesner.

    Yo tenía la costumbre de dormir hasta las doce, y todas las mañana Larisa me servía el desayuno en la cama, como una mujer muy buena, pero en nuestro departamento aristocrático siempre había un vacío, como en una cueva platónica. El realismo era parte de nuestra forma de pensar y vivir, y todos entendíamos la religión como una manifestación histórica y económica, entonces Larisa me sonríe, como una mujer que me ama por sobre todas las cosas del mundo, y yo a ella la amaba como se aman las cosas infinitas.

    —¿Has dormido bien? —preguntó Larisa Kiesner.

    —Sí, y he soñado con una aventura —respondí.

    Contarle mis sueños a Larisa era una costumbre que tenía desde que vivimos juntos, y la ansiedad no formaba parte de nuestra relación, ya que la sabiduría era una característica de nosotros dos, y yo en la cama era un hombre feliz, viviendo la vida como un pequeño emperador. La megalomanía había hecho de la capital una gran ciudad, donde todos viven preocupados de lo que acontece en el mundo, pero yo ahora quería disfrutar de un momento de paz junto a una gran compañera y amiga, y Larisa Kiesner había resultado ser una gran mujer. Ama como deberían amar todas las mujeres, y en los gestos de Larisa yo había encontrado armonía, seriedad y equilibrio, lo cual me ha dado una gran satisfacción, y en la cama ella era como una rosa blanca hermosa, llena de dulzura y frescura, y en mis manos ella había encontrado una fuente de placer.

    —Amaneció frío el día —dijo Larisa.

    —Sí, como el mejor día de invierno —contesté yo.

    Las murallas y la cama nos daban el calor que necesitábamos para vivir bien, y nosotros dos formábamos parte de la oligarquía conservadora, a pesar de que éramos bastante liberales para pensar, y los viajes de mi juventud me habían dado un carácter muy mental, y al té Larisa siempre le colocaba una lámina de limón. Ella se había sentado junto a mí para disfrutar un momento, porque en el fondo la vida está hecha de eso, de simples momentos, y en el vacío nosotros dos habíamos encontrado algo que compartir, el amor.

    —Anoche te has quedado hasta muy tarde en la silla del escritorio —dijo Larisa.

    —Sí, me he quedado leyendo —añadí yo.

    —¿Te has quedado leyendo ese libro de dragones?

    —Así es.

    El realismo me había enseñado a disfrutar del drama de la vida, y yo tenía muy presente que el 3 de junio me visitaría Zlobnij Blond para comprar unos de mis sables, mientras me termino de comer la última galleta, y la vida en la capital era una joya. Y el deporte oficial era el boxeo, y disfrutar de la vida hoy no era un pecado como en la antigüedad, y todas las personas se tomaban el tiempo para leer el diario, mientras me termino de tomar el té también, con esa educación que me ha dado la vida. Yo era un vividor que sabía controlar sus emociones muy bien, y el amor de Larisa Kiesner era mi mayor placer y mi mayor fortuna.

    —Hoy voy a salir con Xenia Onatopp —dijo Larisa.

    —¿Con la jugadora de póker? —pregunté yo.

    —Sí, vamos a ir de compras.

    En la capital las mujeres disfrutaban mucho de ir de compras, y yo ya no era ese joven idiota que fui alguna vez, así que dejaba que Larisa tomara sus propias decisiones, mientras Iván Draslok se levanta de esa cama donde ha disfrutado de la libertad.

    —¿Ya te vas? —preguntó una de las bailarinas.

    —Sí, y aquí les dejo el dinero —dijo Iván Draslok.

    Las costumbres de los inmortales son de muy buen gusto, entonces Iván deja en el velador el dinero que las bailarinas de cabaret necesitan para vivir como viven, y él ya se había colocado sus botas de príncipe, como un hombre de mucho mundo.

    —Nos vemos la próxima semana —dijo Iván Draslok.

    —Claro, no hay drama —agregó una de las bailarinas medio dormida.

    Entonces Iván Draslok tomó su sable curvo, con esa actitud que tienen los inmortales, y el orgullo de la oligarquía liberal era infinito como los números, y por fin sale del departamento aristocrático donde viven estas dos bellas mujeres.

    —¿Te vas a bañar? —pregunté yo.

    —Sí, para salir de compras como te dije —contestó Larisa Kiesner.

    Y el agua caliente es un lujo y un placer para todos, y yo ahora en la cama disfruto de la meditación como un hombre sencillo, mientras Larisa se deja llevar por sus pulsiones, y la vida conservadora no era mala, sino más bien tranquila. Y en el edificio la vida social era muy abierta, y Larisa se había hecho amiga de Xenia Onatopp, quien era muy atractiva, y algunas mujeres vivían solas para poder así desarrollar sus aventuras, cuando Iván Draslok por fin sale del edificio, con esa actitud arrogante que tienen algunos inmortales. Y en la calle la vida era igual para todos; los arquitectos habían hecho de la capital una gran ciudad, el edificio El Príncipe era una de las construcciones mejor hechas, y todos en la capital estábamos definidos por el lenguaje y entendíamos el valor de las palabras. Lo más importante era la vida cultural; mientras esas dos bailarinas de cabaret ahora duermen juntas en la cama, descansando de las caricias y la pasión de Iván Draslok, quien era un liberal muy bien educado. El día había amanecido muy agradable, ya que ahora no hacía tanto frío, pero así y todo se tenía que salir a la calle bien abrigado, ya que aún estamos en invierno. Larisa disfrutaba de la moda como una mujer muy honesta para expresarse, y Xenia Onatopp era una de las damas más elegantes del edificio aristocrático de tres pisos, donde todos toleran los ruidos.

    —¿Cómo me veo, amor? —preguntó Larisa Kiesner con carisma.

    —Muy bien —contesté.

    —¿Te gusta mi estilo?

    —Claro que sí, cariño.

    Yo amaba a Larisa por ser como es, y ella era espontánea, tolerante, inteligente y fuerte, y las mujeres se habían hecho muy fuertes con el pasar de la historia, y vivir para ellas era una aventura, y compartir mi cama con Larisa era un verdadero placer, cuando golpean la puerta.

    —Debe ser Xenia —dijo Larisa entusiasmada.

    Y en el departamento aristocrático yo vivía la naturaleza del hombre, la cual es diferente a la de los otros seres vivos, y las comodidades de la vida humana eran un encanto para mí, y en mi espíritu siempre había armonía.

    —¿Cómo estás? —preguntó Xenia.

    —Bien, pero pasa —respondió Larisa.

    Entonces Xenia Onatopp me saludó con una sonrisa, mientras yo en la cama ahora disfruto de la lectura de un libro, y para mí cada página era un universo; con el pasar de los años me había convertido

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